Capítulo Ocho

Presente…

Matt había crecido en apartamentos pequeños. El sueldo de higienista dental de su madre no daba para más. Sin embargo, aunque habían tenido dificultades económicas, él nunca lo había acusado. Su madre siempre se las arreglaba para convertir los momentos sencillos en algo especial, y siempre había encontrado dinero para las cosas importantes.

Él le había compensado con creces aquellos esfuerzos cuando le habían concedido la licencia sobre la modificación del juego. Se habían mudado a una casa bonita en Woodinville, y ya no habían vuelto a tener problemas de dinero. Había comprado la casa al contado, porque quería hacer aquello por su madre, porque ella era su única familia. Porque era lo que tenía que hacer.

En aquel momento, mientras estaba frente a la casa, pensó que si tuviera que hacerlo otra vez, quizá no fuera tan generoso. Apenas había hablado con su madre durante los últimos cinco años. Le pedía a Diane que le enviara unas flores por su cumpleaños y un regalo en Navidad, nada más. Porque nunca le había perdonado que le contara lo de Jesse y Drew.

No, no el hecho de que se lo contara. El hecho de que se sintiera feliz por aquella noticia.

Cuando Jesse le había telefoneado para sugerirle que fuera a pasar un rato con su hijo, él había accedido. No porque tuviera muchos deseos de conocerlo, sino porque era ventajoso para su plan. Lo que más le molestaba era la manera en que ella ordenaba. No por mucho tiempo, pensó. Pronto, él tendría las riendas de la situación.

Recordárselo una y otra vez lo ayudaba con la ira que seguía aumentando en su interior. Lo había estropeado en la cena, y lo sabía. Besar a Jesse había sido un error. Había reaccionado con fuerza y con deseo ante aquel beso. Después de tanto tiempo, ¿cómo era posible?

Él sabía que aquella pasión instantánea siempre había formado parte de su relación con ella, y parecía que el tiempo no lo había cambiado.

Recorrió el camino hasta la puerta y tocó el timbre mientras intentaba borrar de su mente todos los recuerdos de su vida allí. La puerta se abrió inmediatamente, como si su madre lo hubiera estado esperando.

Paula se quedó en el vano, mirándolo con una expresión de esperanza y dolor. Sonreía, pero tenía lágrimas en los ojos.

– Oh, Matthew -susurró-. Te he echado de menos.

Aquellas palabras lo sorprendieron, como su vulnerabilidad.

– Pasa, pasa -le dijo ella-. ¿Cómo estás? Tienes muy buen aspecto. Gabe está muy contento por tu visita. Lleva hablando de eso desde que se ha levantado. Es un niño muy feliz. Se despierta entusiasmado por el nuevo día.

Se oyó el sonido de unos pasos y Gabe apareció derrapando por la esquina del pasillo, se detuvo en seco y se quedó mirando fijamente a Matt.

Matt lo miró también, sin saber qué decir ni qué hacer. Aquélla era la parte en la que no había pensado. Estaba tratando con un niño.

– Ah, buenos días -dijo.

Gabe parpadeó.

Matt se sintió como un idiota, algo que no le gustaba, y de lo que culpaba a Jesse. Paula le acarició la cabeza al niño.

– Tu papá va a pasar la mañana con nosotros. Va a ser divertido -dijo, y sonrió a Matt-. Ayer hicimos galletas. He pensado que podíamos glasearlas esta mañana. A Gabe le apetece mucho, ¿verdad?

El niño tenía sus mismos ojos, pensó Matt.

– Me gustan las galletas -dijo-. ¿Y a ti?

El niño asintió. ¿No había dicho Jesse que tenía facilidad de palabra? ¿No debería estar hablando?

Paula los llevó a la cocina.

– Aquí estamos -dijo ella, señalando las galletas que había dispuesto sobre la mesa. Había bolsas de pastelería llenas de baños de colores. Paula observó la chaqueta del traje de su hijo-. Tal vez sea mejor que dejes la chaqueta en la otra habitación y te remangues. Esto va a ser muy pringoso.

Quince minutos después, Matt se había dado cuenta de que su madre hablaba en serio. Lo que a Gabe le faltaba de habilidad, lo suplía con su entusiasmo mientras derramaba los baños de colores por las galletas, por la mesa y sobre sí mismo. Sonreía y se reía mientras el azúcar se pegaba por todas partes.

Paula se inclinó sobre su hombro.

– ¿Eso es un perro? Creo que es un perro.

Gabe sonrió.

– Sí. Con pintas.

Matt miró el manchurrón de colores verde y naranja. ¿Cómo podía ser eso un perro? No parecía nada. ¿Cómo lo había imaginado su madre?

Usó la bolsa de azúcar glas para dibujar unas rayas en algunas de las galletas. Se sentía incómodo y fuera de lugar. Gabe seguía mirándolo, como si esperara algo.

Paula le señaló al niño varias galletas redondas.

– Hemos hablado sobre poner los números en éstas -dijo-. Gabe, ¿por qué no empiezas tú? Pon el primer número, y tu padre pondrá el segundo.

– ¡Vale! -dijo Gabe. Tomó la bolsa de baño morado y dibujó una línea bastante recta-. Eso es un uno.

– Bien hecho -dijo Paula, y miró a Matt-. ¿No te parece que está muy bien?

Matt asintió.

– Está fenomenal -respondió, sintiéndose como un idiota.

– Ahora, tú pon el número dos -dijo Gabe.

– Claro -dijo Matt, y dibujó el número sobre la galleta.

Paula dio unas palmaditas.

– Es genial. ¿Cuál es el siguiente, Gabe?

– El tres -dijo el niño, y se inclinó sobre la galleta. Se concentró tanto que se le pusieron las mejillas coloradas. Lentamente, apareció un tres tembloroso.

Siguieron contando hasta diez. Cuando terminaron, Paula lo miró.

– Gabe también sabe el abecedario, y está aprendiendo a leer.

– Muy bien -Matt no sabía si aquello era impresionante o no. ¿A qué edad comenzaban a leer los niños?

Paula ayudó a Gabe a lavarse las manos en la pila de la cocina, y a quitarse el azúcar. Matt hizo lo mismo en el aseo de invitados, preguntándose durante todo el tiempo qué estaba haciendo allí. Claro, tenía que pasar tiempo con su hijo porque era parte de su plan, pero no se sentía bien, ni cómodo.

Estaba claro que no se le daban bien los niños. Le parecía difícil tratar con Gabe. Pensó en que Heath tenía razón al decirle que, si ganaba el juicio contra Jesse, iba a terminar con su hijo. Y no había manera de que él pudiera manejar solo aquella situación.

Cuando volvió a la cocina, Gabe se había ido. Paula se volvió hacia él.

– ¿Sabías que Jesse estaba embarazada? -le preguntó-. ¿Te lo dijo?

– ¿Dónde está Gabe?

– En su habitación, eligiendo los juguetes que quiere enseñarte. Aunque ya sé que tú ni siquiera vas a fingir que te interesa. ¿Te lo dijo?

Él no sabía con cuál de los dos ataques comenzar.

– Mencionó que estaba embarazada, pero yo no pensé que el niño fuera mío. Se había acostado con… -otros tipos. Con Drew. Aunque Jesse lo había negado y era evidente que Gabe sí era hijo suyo-. Nunca pensé que el niño fuera mío -repitió.

Paula lo fulminó con la mirada.

– ¿Cómo pudiste permitir que se marchara sin averiguar la verdad? Te crié para que te hicieras cargo de tus responsabilidades. ¿Qué clase de hombre no se molesta en averiguar si su novia está embarazada de su hijo?

Matt se quedó mirando a su madre fijamente.

– ¿Por qué me dices ahora todo esto? Antes odiabas a Jesse.

– Me equivoqué. Y no es precisamente de eso de lo que quiero hablar. ¿Sabes lo que hemos perdido los dos? Años que no vamos a poder recuperar nunca, Matthew, de ver crecer a tu hijo, a mi nieto. El hecho de estar presentes en su nacimiento. Todos esos momentos preciosos se han perdido porque tú no te molestaste en averiguar la verdad.

– Espera. Tú eres la que me dijo que se había acostado con otro. Y estabas muy contenta por ello.

– Me equivoqué en muchas cosas, y he pagado mis errores con creces. Pero no sabía que Jesse estaba embarazada. Si lo hubiera sabido, habría ido a buscarla. Habría insistido en que se quedara hasta que se confirmara la paternidad. Estamos hablando de tu hijo, Matthew. De tu hijo. ¿Es que eso no significa nada para ti?

Antes de que él pudiera responder, Gabe entró corriendo en la habitación, con un enorme camión de bomberos, casi tan grande como él.

– ¡Mira! -exclamó con evidente orgullo.

Matt miró a su madre, que lo fulminó con la mirada. Allí no iba a encontrar ayuda.

– Es un camión… eh… muy grande.

Gabe asintió.

– Es mi favorito. Puedo montarme encima. ¿Quieres verlo?

– Claro.

Gabe preparó el camión, se puso a horcajadas en él y se empujó con los pies. Se dirigió hacia la sala de estar.

– Ve con él -dijo Paula en tono de enfado-. Haz algo.

– No sé qué hacer. No lo conozco.

– ¿Y de quién es la culpa?

– Podrías ayudarme.

– Podría, pero no voy a hacerlo. Tú has creado este problema, arréglalo tú -dijo, y se dio media vuelta.

Él siguió a Gabe a la sala de estar, donde el niño lo miró con expectación. Matt se quedó allí plantado, sin saber qué hacer, furioso con su madre y con Jesse.

– ¿Quieres jugar a algo? -le preguntó.

Gabe suspiró, y después negó con la cabeza.

– ¿Ver una película?

El niño se levantó y volvió a la cocina, donde corrió directamente hacia Paula, se abrazó a sus rodillas y comenzó a llorar.

– No he hecho nada -dijo Matt.

– Ya lo sé. Ese es el problema -dijo ella, acariciándole el pelo a Gabe-. Matthew, tienes mucho que aprender sobre niños.

Enfadado y confuso, salió de la casa y cerró de un portazo.

Se suponía que las cosas no debían ser así, pensó, pero tampoco sabía cómo debían ser.


Jesse entró al pequeño restaurante chino después de tomar aire profundamente un par de veces. Matt ya estaba allí, sentado en una mesa junto a la pared. Él se levantó al verla.

– Gracias por venir -le dijo.

Ella asintió e intentó sonreír. Quería decirle que sólo había ido allí porque Paula le había contado que su cita con Gabe de aquel día había sido un desastre, pero la verdad era más incómoda. Estaba allí porque lo había echado de menos. El hecho de verlo la otra noche, de estar con él, de hablar con él y de besarlo, había abierto demasiadas puertas al pasado.

Cuando Jesse se sentó, él se inclinó hacia ella.

– ¿Te ha contado mi madre lo mal que me han salido las cosas con Gabe?

Jesse suspiró.

– ¿No deberíamos empezar con una conversación más relajada? Yo te preguntaré qué tal tu día de hoy, y tú podrías preguntarme por el mío.

– Si quieres… ¿Cómo te ha ido el día?

– He estado muy ocupada. Los brownies se están vendiendo muy bien, lo cual es estupendo para mí, pero creo que a Nicole le exaspera.

– ¿Sigues teniendo problemas con ella?

– Problemas no es exactamente la palabra. Es distante y, no sé, quizá sigue enfadada. Es como si fuéramos dos desconocidas.

– Dale tiempo.

– Pero quiero que se arregle ahora.

Él la sorprendió con una sonrisa.

– La paciencia nunca fue tu punto fuerte.

– Pues tenía más que tú.

– Golpe bajo.

Entonces fue ella la que sonrió.

– Era lo único en lo que te ganaba.

– No es verdad.

– Oh, vamos. Tú eras más listo. Y exitoso.

– Tú tenías un gran sentido del humor.

– Cierto.

– Y eres más guapa que yo.

Ella agradeció el cumplido.

– Si tú lo dices…

– Pues sí. Todavía llevas el pelo largo. Te queda muy bien.

– Gracias -dijo Jesse, y quiso cambiar de tema-. ¿Cómo te ha ido el día a ti?

– Bien. Estamos preparándonos para lanzar un nuevo juego, y hay mucho trabajo. Vamos a dar una gran fiesta. Sé que me estoy haciendo viejo porque estoy pensando que va a ser muy ruidosa y demasiado larga.

– Tú no eres viejo. Apenas tienes treinta años.

– Un par de chicos del equipo están todavía en la universidad. Comparado con ellos, soy prácticamente un anciano.

Apareció el camarero. Matt pidió varios platos para que compartieran, y dos cervezas. Cuando se quedaron a solas, Jesse dijo:

– Cuéntame lo que ha pasado con Gabe.

Matt hizo un gesto de consternación.

– No lo conozco, Jesse. Tengo un hijo y no sé nada de él. ¿Cómo puedo cambiarlo?

– Gabe es muy sociable -dijo ella-. Todo el mundo le cae bien. Tiene un gran sentido del humor, y es divertido ver cómo se le desarrolla. Le gusta hacer cosas al aire libre. En Spokane dábamos largos paseos en el verano. Hay un camino junto al río que le gusta mucho. En invierno jugábamos en la nieve.

– ¿Ha ido a esquiar alguna vez?

– ¿A ti te gusta esquiar?

Matt asintió.

– Gabe no ha ido nunca, pero estoy segura de que puede aprender. Le encantan las actividades al aire libre. Es muy atlético, y es un niño muy sano. Nunca ha estado enfermo.

– Mi madre dice que sabe el abecedario, y que está aprendiendo a leer.

– Es lo normal para todos los niños de preescolar hoy día, pero él va un poco adelantado -explicó Jesse-. Sabe contar hasta veinte y está empezando a reconocer las palabras. Matt, él quiere que formes parte de su vida. Eso está claro. A él le va a interesar cualquier cosa que te interese a ti. Puedes enseñarle a jugar a juegos de ordenador, o hablarle de tu trabajo. Te escuchará. Sólo tienes que ser un poco interactivo. A Gabe también le gustan los juegos de mesa y jugar con sus juguetes. O ir a dar un paseo y hablar de lo que ves.

– Haces que parezca muy fácil.

Jesse quería decir que era fácil, pero ella tenía la ventaja de la familiaridad.

– Te llevará práctica y pasar un poco de tiempo los dos juntos. La próxima vez que vengas, jugaremos a un par de juegos juntos. Así habrá menos presión para ti. Podréis ser naturales y conoceros poco a poco.

– De acuerdo. Gracias.

Llegaron las cervezas y un par de platos de empanadillas. Mientras Jesse se servía un par de ellas, dijo:

– Supongo que ninguna de las mujeres con las que has salido tenía niños.

– No -dijo él con el ceño fruncido-. Quizá. No lo sé.

– ¿Y cómo es posible que no lo sepas?

– No lo pregunto. Yo salgo con mujeres, pero no me implico en su vida.

– ¿Y cómo puedes no implicarte en la vida de alguien con quien estás saliendo?

– No tengo relaciones. Después de tres o cuatro citas, cambio. No tengo interés en nada a largo plazo.

Ella sintió una punzada de culpabilidad en el pecho.

– ¿Y por qué no?

– No veo la necesidad. Me gusta la variedad. En mi posición, puedo salir con quien quiera. Tener a una sola mujer no me parece interesante.

Aquello era nuevo. El Matt que ella había conocido quería a una persona por la que pudiera sentir algo.

– ¿No te aburres yendo de mujer en mujer?

El tomó un poco de cerveza.

– Nunca.

– ¿Y ninguna de ellas ha intentado que lo vuestro durara un poco más?

Matt sonrió.

– Lo intentan.

– Entonces tú nunca inviertes emocionalmente. Lo haces sólo para divertirte y tener relaciones sexuales.

– Más o menos.

– ¿Y no quieres más?

– No.

– Antes eras un chico agradable. ¿Qué pasó?

– Quiero divertirme. Vamos, Jesse, no pensarías que iba a ser un ignorante para siempre, ¿no?

– Tú nunca fuiste ignorante. Eras sincero.

– ¿Es que he violado tu código moral? Las mujeres con las que salgo tienen muy claro cuáles son mis términos. No les doy exclusividad, y no tengo relaciones serias. Si no les gusta eso, no tienen por qué aceptar mi invitación.

Sonaba justo, pero la filosofía de Matt le hizo un nudo en el estómago. Había pasado mucho tiempo desde que él y ella habían dejado de verse, y estaba claro que él había cambiado para mal.

– Tengo que ir al servicio -dijo Jesse, y se levantó de la silla.

Cuando entró en el aseo, sacó el teléfono móvil del bolso y llamó a Paula.

– ¿Podrías hacerme un favor? -preguntó Jesse en voz baja cuando Paula respondió-. ¿Podrías llamarme dentro de cinco minutos y decirme que Gabe tiene un poco de fiebre?

Paula sabía con quién estaba, así que Jesse se esperaba algunas preguntas. Sin embargo, Paula se limitó a suspirar y después le dijo que lo haría.

Jesse volvió a la mesa. Matt habló un poco más sobre el nuevo juego que iba a lanzar su empresa. Mientras lo escuchaba, Jesse se preguntó cómo era posible que se sintiera tan atraída por él y, al mismo tiempo, tan triste. ¿Quién era él, en realidad? ¿Era aquella nueva versión, empeorada, de sí mismo, o existía el otro Matt todavía? ¿Cómo iba a averiguarlo?

No tenía respuesta para aquellas preguntas cuando sonó su teléfono.

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