X — Thea

Acompañados de una docena de personas, abandonamos el claro a pie, y a media legua de distancia encontramos entre los árboles una mesa puesta. Yo me coloqué a la izquierda de Vodalus, y mientras los demás comían yo simulé hacerlo y deleité mis ojos mirándolo a él y a su señora, a quien tan a menudo había rememorado mientras me encontraba echado en el camastro entre los aprendices de nuestra torre.

Cuando lo salvé, mentalmente al menos todavía era un niño, y a un niño todos los adultos le parecen muy elevados aunque en realidad sean de muy baja estatura. Ahora veía que Vodalus era tan alto o más que Thecla, y que Thea, la hermanastra de Thecla, era tan alta como ella. Entonces supe que ambos tenían verdaderamente sangre exaltada y no eran simples armígeros como lo había sido sieur Racho.

Fue de Thea de quien me enamoré primero, adorándola por pertenecer al hombre que yo había salvado. Al comienzo había amado a Thecla porque me recordaba a Thea. Ahora (cuando muere el otoño y también el invierno y la primavera, y el verano vuelve de nuevo, siendo el final y también el comienzo del año) volvía a amar a Thea una vez más, porque ella me recordaba a Thecla.

Vodalus dijo: —Eres un admirador de las mujeres. —Y yo cerré los ojos.

—Pocas veces he estado entre gente cortés, sieur. Os pido me perdonéis.

—Como comparto tu admiración, no hay nada que perdonarte. Aunque espero que no estuvieras estudiando esa grácil garganta con la idea de cercenarla.

—Jamás, sieur.

—Me alegra mucho saberlo. —Tomó una fuente con tordos, eligió uno y lo puso sobre mi plato. Era una señal de predilección especial.— Y sin embargo, admito que estoy un poco sorprendido. Pues yo hubiera pensado que alguien de tu profesión nos miraría a los pobres humanos como un carnicero mira el ganado.

—De eso no puedo informaros, sieur. A mí no me han educado como a un carnicero.

Vodalus se rió.

—¡Buena salida! Casi lamento ahora que hayas accedido a servirme. Si te hubieses conformado con ser mi prisionero, hubiéramos intercambiado muchas conversaciones deliciosas mientras te utilizaba, como era mi intención, como moneda de cambio por la vida del infortunado Barnoch. Tal como están las cosas, por la mañana te habrás ido. Sin embargo, creo que tengo una misión para ti que se ajustará a tus inclinaciones.

—Sin duda, sieur, si se trata de una misión vuestra.

—Estás perdiendo el tiempo en el cadalso —sonrió—. Dentro de no mucho te encontraremos un trabajo mejor. Pero si quieres servirme bien, has de comprender algo sobre la posición de las piezas en el tablero y el objetivo del juego en que intervenimos. Llama a ambos bandos blancos y negros, y en honor de tu vestimenta, y para que sepas dónde están tus intereses, nosotros seremos los negros. Sin duda te han contado que los negros no somos más que bandidos y traidores; sin embargo, ¿tienes idea de lo que perseguimos?

—¿Dar jaque mate al Autarca, sieur?

—Eso estaría bien, pero no es más que un paso y no nuestra meta final. Has venido de la Ciudadela (como ves, sé algo de tus viajes e historias), esa gran fortaleza de días periclitados, de manera que debes sentir cierto aprecio por el pasado. ¿Nunca se te ha ocurrido que hace una quilíada la humanidad era mucho más rica y más feliz que ahora?

—Todo el mundo sabe —dije— que hemos decaído mucho desde los hermosos días del pasado.

—Como fue entonces volverá a ser de nuevo: hombres de Urth navegando entre los astros, saltando de galaxia a galaxia, dueños de los hijos del sol.

La chatelaine Thea, que sin duda había estado escuchando a Vodalus aunque no lo parecía, me miró inclinándose y dijo, con voz melosa e insinuante: —¿Sabes, torturador, que nuestro mundo fue rebautizado? Los hombres del alba fueron al rojo Verthandi, que entonces era llamado Guerra. Y como estimaron que esa desagradable denominación disuadiría a los posibles seguidores, le cambiaron el nombre llamándolo Presente. Era un juego de palabras en la lengua de ellos, pues significaba tanto «ahora» como «regalo». Al menos, así nos lo explicó una vez a mi hermana y a mí uno de nuestros tutores, aunque no me imagino ninguna lengua que pudiera soportar tal confusión.

Vodalus la escuchaba como si estuviera impaciente por tomar él la palabra. Aunque sus buenas maneras le impedían interrumpirla.

—Entonces otros, que por sus propias conveniencias hubieran arrastrado a todo un pueblo al más recóndito de los mundos habitables, intervinieron también en el juego y llamaron a ese mundo Skuld o el Mundo del Futuro. De modo que el nuestro se convirtió en Urth, o Mundo del Pasado.

—Me temo que en eso estés equivocada —le dijo Vodalus—. Sé de buena fuente que este mundo en que vivimos se viene llamando así desde lo más remoto de los tiempos. Sin embargo, tu error es tan encantador que preferiría que tú tuvieras razón y yo estuviera equivocado.

Thea le sonrió y Vodalus se volvió y me habló otra vez.

—Aunque la historia de mi querida chatelaine no explica por qué Urth se llama así, acierta en cambio en lo importante. En aquellos tiempos la humanidad viajaba con sus propias naves de un mundo a otro, los dominaba y construía en ellos las ciudades del Hombre. Ésos fueron los grandes días de nuestra raza, cuando los padres de los padres de nuestros padres se esforzaban por ser los dueños del universo.

Hizo una pausa, y como pareció esperar que le hiciera algún comentario, dije: —Sieur, desde entonces hemos caído mucho en sabiduría.

—Eso es, ahora apuntas bien, pero a pesar de toda tu perspicacia, has errado el blanco. No hemos caído en sabiduría. Donde hemos caído es en poder. Los estudios han avanzado sin descanso, pero aunque los hombres han aprendido todo lo que se necesita para alcanzar el poder, la energía del mundo se ha agotado. Ahora existimos de manera precaria sobre las ruinas de quienes nos precedieron. Mientras que algunos surcan el aire en sus máquinas voladoras, recorriendo diez mil leguas al día, nosotros nos arrastramos sobre la piel de Urth incapaces de ir de un horizonte al siguiente antes de que quien está más al oeste se haya levantado para velar el sol. Hace un momento hablaste de dar jaque mate a ese mamarracho del Autarca. Ahora quiero que te hagas a la idea de dos autarcas: dos grandes poderes que luchan por imponerse. El blanco trata de mantener las cosas como están, el negro, de encaminar al Hombre por el sendero de la dominación. Lo llamé negro por casualidad, pero viene a cuento recordar que es de noche cuando vemos claramente los astros; están muy remotos y son casi invisibles a la roja luz del día. De estos dos poderes, ¿a cuál servirías?

El viento se movía en los árboles, y me pareció que en la mesa todo el mundo había callado escuchando a Vodalus y esperando mi respuesta. Dije: —Al negro, sin duda.

—¡Bien! Pero como hombre sensato debes comprender que el camino de la reconquista no puede ser fácil. A aquellos que no desean ningún cambio sus escrúpulos les impedirán moverse. Somos nosotros quienes debemos hacerlo todo. Nosotros quienes debemos aventuramos a todo.

Los demás habían empezado a hablar y a comer de nuevo. Yo bajé la voz hasta que sólo Vodalus pudo oírme.

—Sieur, hay algo que no os he contado. No me atrevo a ocultarlo más tiempo por temor a que penséis que no os soy fiel.

Como dominaba la intriga mejor que yo, antes de contestar se volvió haciendo como que comía.

—¿Qué es? Suéltalo de una vez.

—Sieur, tengo una reliquia: se trata de lo que llaman la Garra del Conciliador.

Mientras le hablaba estaba mordiendo un muslo de tordo. Vi cómo se detenía y sus ojos se volvían para mirarme, aunque su cabeza seguía inmóvil.

—¿Deseáis verla, sieur? Es una gema muy hermosa, y la tengo metida en la bota.

—No —susurró—, bueno, quizá sí, más tarde, pero no aquí… No, mejor no, definitivamente.

—¿A quién entregársela entonces?

Vodalus masticó y tragó.

—Oí decir a unos amigos de Nessus que había desaparecido. ¿Así que la tenías tú? Debes quedártela hasta que puedas librarte de ella. No trates de venderla. En seguida la identificarían. Escóndela en algún lugar. Si es necesario, tírala a un pozo.

—Pero, sieur, sin duda es muy valiosa.

—Está más allá de todo valor, lo que significa que no tiene ninguno. Tú y yo somos hombres de sentido común. —A pesar de lo que decía, noté que hablaba con miedo en la voz.— Pero el populacho la considera sagrada, y cree que obra todo tipo de maravillas. Si la tuviera conmigo, me llamarían sacrílego y enemigo de Teologúmenon. Nuestros señores pensarían que los he traicionado. Tienes que decirme…

En ese mismo momento, un hombre que antes no había visto llegó corriendo hasta la mesa; su mirada indicaba que tenía noticias urgentes. Vodalus se levantó y se alejó unos pasos con él, y juntos me dieron la impresión de un apuesto maestro de escuela con un niño, pues la cabeza del mensajero no llegaba al hombro de Vodalus.

Seguí comiendo, pensando que volvería pronto; pero tras interrogar largo rato al mensajero se fue con él, desapareciendo entre los anchos troncos de los árboles. Uno tras otro, los demás también se fueron levantando hasta que no quedamos más que la hermosa Thea, Jonas y yo, y otro hombre.

—Vais a uniros a nosotros —dijo Thea, con su seductora voz—. Sin embargo, desconocéis nuestras maneras. ¿Necesitáis dinero?

Yo dudé, pero Jonas dijo: —Eso es algo que siempre se agradece, chatelaine, igual que las desgracias de un hermano mayor.

—A partir de hoy se os asignará una parte de todo lo que tomemos. Se os entregará cuando regreséis con nosotros. Mientras tanto, os daré una bolsa a cada uno para ayudaros en el camino.

—¿Entonces, nos vamos? —pregunté.

—¿No se os dijo así? Vodalus os dará instrucciones durante la cena.

Yo había pensado que ésta sería nuestra última comida del día, y ese pensamiento tuvo que haberse reflejado en mi rostro.

—Esta noche habrá cena cuando brille la luna —dijo Thea—. Alguien irá a buscaros. — Y citó unos versos:

Come al alba para abrir los ojos,

y al mediodía, para medrar,

a la tarde, y hablarás tendido,

a la noche, y sabrás un poco más…

Pero ahora mi sirviente Cunialdo os llevará a un lugar donde podáis descansar para el viaje.

El hombre, que hasta ahora había permanecido en silencio, se puso de pie y dijo: — Venid conmigo.

Le dije a Thea: —Quisiera hablar contigo, chatelaine, cuando tengamos más tiempo. Sé algo que concierne a tu compañera de instrucción.

Vio que lo decía en serio y vi que lo había notado. Después seguimos a Cunialdo por entre los árboles durante un trecho de algo más de una legua, supongo, y por fin llegamos a una ribera de hierba junto a una corriente de agua.

—Esperad aquí. Dormid si podéis. Nadie vendrá hasta que oscurezca.

Pregunté: —¿Y si nos vamos?

—Por todo este bosque hay quien conoce los planes de nuestro señor con respecto a vosotros —dijo, y dando media vuelta se alejó.

Entonces le conté a Jonas lo que había visto junto a la tumba abierta, exactamente como lo he escrito aquí.

—Ya entiendo —observó, cuando hube terminado— por qué quieres unirte a este Vodalus. Pero debes darte cuenta de que soy amigo tuyo y no de él. Lo que deseo es encontrar a la mujer que llamas Jolenta. Tú quieres servir a Vodalus y viajar a Thrax para comenzar una nueva vida en el exilio y lavar la ofensa con que has manchado el honor de tu gremio, aunque confieso que no entiendo cómo se puede manchar tal cosa, y encontrar a la mujer llamada Dorcas y hacerlas paces con la mujer llamada Agia al tiempo que devuelves algo que los dos sabemos a las mujeres llamadas Peregrinas.

Para cuando terminó la lista, él sonreía y yo estaba riendo.

—Y aunque tú me recuerdas al cernícalo del viejo, que se pasó veinte años en una jaula y después voló en todas direcciones, espero que consigas estas cosas. Pero confió en que adviertas que es posible (quizás apenas, pero posible al fin y al cabo) que una o dos de esas cosas se crucen en el camino de las otras cuatro o cinco.

—Lo que dices es muy cierto —admití—. Estoy tratando de hacer todas esas cosas, y aunque tú no quieras creerlo, les estoy dedicando todas mis fuerzas y toda la atención de que soy capaz para llevarlas adelante. Sin embargo, he de admitir que las cosas no van tan bien como deberían. La diversidad de mis ambiciones no ha hecho más que traerme a la sombra de este árbol, donde soy un vagabundo sin hogar. Sin embargo tú, que ocupas tu mente en perseguir un solo objetivo todopoderoso… mira donde te encuentras.


Así charlando, pasamos las guardias hasta muy avanzada la tarde. Por encima de nosotros chirriaban los pájaros, y para mí era muy agradable tener un amigo como Jonas, leal, razonable y lleno de tacto, sabiduría, humor y prudencia. Por entonces, yo no tenía ni idea de la historia de su vida, pero advertía que era menos que franco a propósito del pasado, y traté, sin aventurarme a preguntárselo directamente, de sonsacarle alguna cosa. Y supe (o al menos así lo creí) que su padre había sido artesano, que fuera criado por ambos padres de un modo que llamó normal, aunque de hecho eso es bastante raro, y que su hogar lo había tenido en una ciudad costera del sur, pero que la última vez que fue a visitarla la había encontrado tan cambiada que no quiso quedarse.

Cuando nos conocimos junto a la Muralla, pensé que era unos diez años mayor que yo. Por lo que decía ahora, y en menor grado por otras charlas que habíamos tenido antes, deduje que debía de ser algo mayor; parecía haber leído muchas crónicas del pasado, y yo aún era demasiado iletrado e ingenuo, a pesar de que el maestro Palaemón y Thecla habían cultivado mi mente, para pensar que alguien hubiera podido hacerlo mucho antes de alcanzarla madurez. Mostraba un ligero desapego cínico por la humanidad que sugería que había visto mucho mundo.

Todavía estábamos charlando cuando atisbé la grácil figura de la chatelaine Thea moviéndose entre los árboles a cierta distancia. Le hice una señal a Jonas y nos callamos para observarla. Se dirigía hacia nosotros sin habernos visto, de modo que avanzaba a ciegas, como aquellos a quienes se les ha indicado una dirección. Ocasionalmente un rayo de sol le caía sobre el rostro, que, cuando se encontraba por casualidad de perfil, sugería tan vivamente el de Thecla que su contemplación parecía desgarrarme el pecho. También caminaba como Thecla, con ese andar orgulloso de foróracos que nunca debió haberse puesto entre rejas.

—Tiene que ser de una familia realmente antigua —susurré a Jonas—. ¡Fíjate en ella! Es como una dríade. Diríase un sauce caminando.

—Esas familias son las más nuevas de todas —me respondió—. En tiempos antiguos no había nada parecido.

No creo que ella estuviera bastante cerca como para entender lo que hablábamos; pero me pareció que había oído la voz de Jonas y miró hacia nosotros. La saludamos con la mano y ella se apresuró, y con pasos largos y sin necesidad de correr llegó en seguida hasta nosotros. Nos pusimos de pie y volvimos a sentarnos. Entonces ella se sentó sobre su pañuelo, volviendo el rostro hacia el arroyo.

—Dijiste que tenías que contarme algo de mi hermana. —La voz la hacía parecer menos imponente, y sentada era apenas más alta que nosotros.

—Fui su último amigo —dije—. Me dijo que intentarían que persuadieras a Vodalus para que se entregara, con el fin de salvarla. ¿Sabías que fue hecha prisionera?

—¿Tú fuiste su sirviente? —Thea pareció sopesarme con la mirada.— Sí, oí decir que la llevaron a ese lugar horrible de los tugurios de Nessus, donde entendí que murió muy rápidamente.

Pensé en el tiempo que estuve esperando al otro lado de la puerta de Thecla antes de que corriera hacia fuera el hilo escarlata de su sangre, pero asentí con la cabeza.

—¿Cómo fue detenida? ¿Lo sabes?

Thecla me había contado los detalles y yo volví a exponerlos como los oí de ella, sin omitir nada.

—Ya veo —dijo Thea, y calló unos momentos, fijando la mirada en el agua que corría— . He echado de menos la corte, por supuesto. Haber oído de esas gentes, y de cómo la envolvieron en el tapiz… es tan característico… por eso la abandoné.

—También ella en ocasiones la echaba de menos —dije—. Al menos, hablaba mucho de ella, pero me confesó que si llegaban a soltarla, no regresaría. Me habló de la casa de campo de donde le venía el título, y me contó cómo la volvería a arreglar y cómo organizaría cenas y cacerías para la gente importante de la región.

El rostro de Thea se contorsionó en una sonrisa amarga.

—Ya he tenido bastantes cacerías como para diez vidas enteras. Pero cuando Vodalus sea autarca, seré su consorte. Entonces volveré a caminar junto a la Fuente de las Orquídeas, esta vez con las hijas de cincuenta exultantes detrás de mí para divertirme con sus cantos. Pero basta de eso. Todavía quedan al menos unos meses. Por el momento poseo… lo que poseo.

Nos miró sombríamente a Jonas y a mí, y se levantó muy grácilmente, indicando con un gesto que teníamos que seguir donde estábamos.

—Me alegró oír algo de mi hermanastra. Esa casa de la que acabas de hablar es mía. ¿Lo sabes? Aunque no puedo reclamarla. Como recompensa, te advertiré sobre la cena que pronto compartiremos. No parecías aceptar de buen grado las insinuaciones que te hacía Vodalus. ¿Las entendiste?

Cuando Jonas no dijo nada, yo negué sacudiendo la cabeza.

—Para que nosotros y nuestros aliados y señores que esperan en las regiones situadas bajo las mareas, triunfemos, tenemos que absorber todo lo que pueda aprenderse del pasado. ¿Sabéis algo del alzabo analéptico?

—No, chatelaine —dije—, pero he oído historias sobre ese animal. Dicen que puede hablar y que de noche visita las casas donde muere un niño y llora para que lo dejen entrar.

Thea asintió.

—Ese animal fue traído de los astros hace mucho tiempo, como muchas otras cosas para beneficio de Urth. El animal no tiene más inteligencia que un perro, quizás incluso menos. Pero es carroñero y revuelve las tumbas, y cuando se alimenta de carne humana, logra conocer, al menos durante un tiempo, la lengua y las maneras de los seres humanos. El alzabo analéptico se obtiene de una glándula en la base del cráneo del animal. ¿Me entendéis?

Cuando ella se alejó, Jonas no me miraba y yo no lo miraba a él. Los dos sabíamos a qué fiesta íbamos a asistir esa noche.

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