XXIV — La obra del doctor Talos: Escatología y Génesis

Que consiste en una representación dramática (como él sostiene) de determinadas partes del Libro del Sol Nuevo, ahora perdido

Personajes de la obra:


Gabriel

El gigante Nod

Mesquia, el Primer Hombre

Mesquiana, la Primera Mujer

Jahi

El Autarca

La Condesa

La Doncella

Dos soldados

Una estatua

Un profeta

El generalísimo

Dos demonios (disfrazados)

El Inquisidor

Un familiar

Seres angélicos

El Sol Nuevo

El Sol Viejo

La Luna


La parte trasera del escenario está a oscuras. GABRIEL aparece bañado en una luz dorada; lleva un clarín de cristal.

GABRIEL. Saludos. Vengo para describiros la escena; después de todo, es mi cometido. Estamos en la noche del último día y la noche antes del primero. El Sol Viejo se ha puesto. Nunca más aparecerá. Mañana se levantará el Sol Nuevo, y mis hermanos y yo lo saludaremos. Esta noche… esta noche nadie sabe. Todos duermen.

(Ruido de pasos pesados y lentos. Entra Non.)

GABRIEL. ¡Omnisciencia! ¡Defiende a tu servidor!

NOD. ¿Le sirves a él? Pues nosotros a Nephilim. No te haré daño, pues, a menos que él lo pida.

GABRIEL. ¿Perteneces tú a su casa? ¿Cómo se comunica contigo?

Non. A decir verdad, no lo hace. Me veo obligado a adivinar lo que quiere de mí.

GABRIEL. Me temía eso.

NOD. ¿Has visto al hijo de Mesquia?

GABRIEL. ¿Que si lo he visto? Pero, pedazo de memo, si ni siquiera ha nacido aún. ¿Para qué lo quieres?

Non. Ha de venir a vivir conmigo en mi tierra, al este de este jardín. Le daré por esposa a una de mis hijas.

GABRIEL. Amigo, te has equivocado de creación; llegas con cincuenta millones de años de retraso.

(Entran MESQUIA y MESQUIANA y les sigue JAHI. Todos están desnudos, aunque JAHI lleva joyas.)

MESQUIA. ¡Qué lugar tan agradable! ¡Delicioso! Flores, fuentes y estatuas. ¿No es maravilloso?

MESQUIANA. (Tímidamente.) Vi un tigre doméstico cuyos colmillos eran más largos que mi mano. ¿Cómo lo llamaremos?

MESQUIA. Como él quiera. (A GABRIEL.) ¿A quién pertenece este bello lugar?

GABRIEL. Al Autarca.

MESQUIA. Y él nos permite vivir aquí. Es una merced que nos hace.

GABRIEL. No exactamente. Alguien te ha venido siguiendo, amigo. ¿Lo conoces?

MESQUIA. (Sin mirar.) También hay algo detrás de ti.

GABRIEL. (Blandiendo el clarín, que es el símbolo de su oficio.) ¡Sí, Él está detrás de mí!

MESQUIA. Y también cerca. Si vas a soplar en esa tuba para pedir auxilio, es mejor que lo hagas ahora.

GABRIEL. Sí que eres observador. Pero aún no ha llegado el momento.

(La luz dorada se desvanece y GABRIEL desaparece del escenario. Non permanece inmóvil apoyado en su porra.)

MESQIIANA. Encenderé una hoguera, y será mejor que comiences a construimos una casa. Aquí debe de llover mucho. Mira qué verde está la hierba.

MESQUIA. (Estudiando a Non.) Pero si no es más que una estatua. No me extraña que no le tuviera miedo.

MESQULANA. Tal vez tome vida. Hace tiempo oí algo sobre criar hijos con piedras.

MESQUIA. ¡Hace tiempo! Pero si tú has nacido justo ahora. Creo que fue ayer.

MESQUIANA. ¡Ayer! No me acuerdo… Soy tan infantil, Mesquia. No me acuerdo de nada hasta que salí andando hacia la luz y te vi hablando con un rayo de sol.

MESQUIA. ¡No era un rayo de sol! Era… A decir verdad, todavía no he pensado ningún nombre para lo que era.

MESQUIANA. Entonces me enamoré de ti.

(Entra el AUTARCA.)

AUTARCA. ¿Quiénes sois?

MESQUIA. Y hablando de eso, ¿quién eres tú? AUTARCA. El propietario de este jardín.

(MESQUIA inclina la cabeza y MESQUIANA hace una reverencia, aunque no lleva ninguna falda para sostenérsela.)

MESQUIA. Hace sólo un momento hablábamos con uno de vuestros servidores. Ahora que lo pienso, estoy asombrado de lo mucho que se parecía a vuestra augusta Persona. Salvo que era… ah…

AUTARCA. ¿Más joven?

MESQUTA. Al menos en apariencia.

AUTARCA. Bueno, tal vez sea inevitable. No es que esté tratando de justificarlo. Pero yo fui joven, y aunque sería mejor limitarse a mujeres que están más cerca de nuestra posición social, hay momentos (como tú, joven, comprenderías si hubieras estado alguna vez en mi situación) en que una doncellita o una muchachita del campo, a las que se puede camelar con un puñado de plata o una pieza de terciopelo, y que no exigirá, en el momento más inoportuno, la muerte de ningún rival ni una embajada para su marido… En fin, momentos en que una personita así se convierte en una proposición de lo más seductora.

(Mientras que el AUTARCA ha estado hablando, JAHI, se ha arrastrado detrás de MESQUIA. Ahora le pone una mano en el hombro.)

JAHI. Ya ves que aquel a quien tienes por tu divinidad apoyaría y aconsejaría cuanto te he propuesto. Volvamos a empezar antes de que el Sol Nuevo se levante.

AUTARCA. He aquí una adorable criatura. ¿Cómo es, hija, que veo las llamas vivas de las velas reflejadas en cada uno de tus ojos mientras que allí tu hermana continúa soplando la leña fría?

JAHI. ¡No es mi hermana!

AUTARCA. Tu adversaria, entonces. Mas ven conmigo. Daré a estos dos licencia para que acampen aquí, y esta noche te pondrás un rico vestido, y por tu boca correrá el vino, y esa grácil figura quizá lo será un poco menos gracias a las alondras rellenas de almendras, y a los higos confitados.

JAHI. Vete, viejo.

AUTARCA. ¡Cómo! ¿Sabes quién soy?

JAHI. Soy aquí la única que lo sabe. Eres un fantasma y todavía menos, una columna de cenizas levantada por el viento.

AUTARCA. Ya veo, está loca. ¿Qué quiere ella que hagas, amigo?

MESQUIA. (Aliviado.) ¿No le guardáis ningún rencor?

Eso dice bien de vos.

AUTARCA. ¡Ninguno en absoluto! Incluso una querida que estuviera loca sería una experiencia interesante… Créeme que mi intención es conseguirla, y hay pocas cosas que yo tenga intención de conseguir después de haber visto y hecho todo lo que yo he visto y hecho. La chica no muerde, ¿verdad? Quiero decir, ¿no mucho?

MESQUIANA. Sí muerde, y tiene los colmillos emponzoñados.

(JAHI da un salto hacia delante para atenazarla. MESQUIANA sale como una flecha del escenario, perseguida.)

AUTARCA. Haré que mis piqueneros las busquen por el jardín.

MESQIA. No os preocupéis, las dos volverán pronto. Ya lo veréis. Mientras, me alegro sinceramente de poder estar así un momento a solas con vos. Hay cosas que deseo preguntaros.

AUTARCA. No concedo favores después de las seis; es una norma que me ha ayudado a mantenerme cuerdo. Estoy seguro de que lo comprendes.

MESQUIA. (Un poco sorprendido.) Está bien que me lo digáis. Pero en realidad no iba a pedir nada, sólo buscaba información, sabiduría divina.

AUTARCA. En ese caso, adelante. Pero te lo advierto, has de pagar un precio. Me propongo que ese ángel demente sea para mí esta noche.

(MESQUIA se pone de rodillas.)

MESQUIA. Hay algo que nunca he llegado a comprender. ¿Por qué tengo que hablaros cuando conocéis cada uno de mis pensamientos? Mi primera pregunta era ésta: sabiendo que ella pertenece a la progenie que habéis desterrado, ¿no debería yo hacer lo que propone? Pues ella sabe que lo sé, y creo de corazón que ella propone lo correcto, y que a la vez piensa que lo despreciaré porque viene de ella.

AUTARCA. (Aparte.) Ya veo que este hombre también está loco. Y me considera divino por mis prendas amarillas. (A MESQUIA.) A ningún hombre le hace daño un poco de adulterio, a menos, por supuesto, que el adulterio lo cometa su propia mujer.

MESQUIA. ¿Entonces el mío le dolería a ella? Yo…

(Entra la CONDESA y Su DONCELLA.)

CONDESA. ¡Mi señor soberano! ¿Qué hacéis aquí? MESQUIA. Hija, me encuentro en oración. Quítate al menos los zapatos. Pues este suelo es sagrado. CONDESA. Señor, ¿quién es este idiota?

AUTARCA. Un loco que encontré vagabundeando con dos mujeres tan locas como él.

CONDESA. Entonces son más que nosotros, a menos que mi doncella esté cuerda.

DONCELLA. Alteza…

CONDESA. Cosa que dudo. Esta tarde se puso una estola púrpura con mi capote verde. Parecía un poste cubierto con dondiegos de día.

(MESQUIA, que se ha ido enfadando cada vez más a medida que ella habla, la golpea, tirándola al suelo. Sin ser visto, el AUTARCA huye por detrás de él.)

MESQUIA. ¡Mocosa! No tomes a la ligera las cosas sagradas cuando yo esté cerca, y haz sólo lo que yo te diga.

DONCELLA. ¿Quién sois, señor?

MESQUIA. Soy el padre de la raza humana, hija, y tú eres mi hija, lo mismo que ella.

DONCELLA. Espero que la perdonéis… y a mí también. Habíamos oído que estabais muerto. MESQUIA. Eso no necesita perdón. Los muertos son mayoría, al fin y al cabo. Pero como puedes darte cuenta, he vuelto por aquí a dar la bienvenida al nuevo amanecer.

NOD. (Habla y se mueve tras haber estado todo este tiempo en silencio e inmóvil) Hemos venido demasiado temprano.

MESQUIA. (Señalando.) ¡Un gigante! ¡Un gigante!

CONDESA. ¡Oh! ¡Solange! ¡Kyneburga! DONCELLA. Aquí estoy, Alteza. Lybe está aquí.

NOD. Aún es demasiado pronto para el Sol Nuevo.

CONDESA. (Echándose a llorar.) El Sol Nuevo se acerca. Nos derretiremos como sueños.

MESQUIA. (Viendo que Non no pretende recurrir a la violencia.) Malos sueños. Pero será lo mejor para ti. Lo comprendes, ¿verdad?

CONDESA. (Recuperándose.) Lo que no comprendo es cómo vos, que de pronto parecéis tan sabio, pudisteis confundir al Autarca con la Mente Universal.

MESQUIA. Sé que vosotras sois mis hijas en la vieja creación. Tenéis que serlo, pues sois mujeres humanas y en esta otra creación no he tenido ninguna.

NOD. Su hijo tomará a mi hija por esposa. Es un honor que nuestra familia poco ha hecho por merecer; no somos más que gente humilde, hijos de Gea, pero seremos elevados a la condición de exultantes. Seré… ¿qué seré, Mesquia? El suegro de vuestro hijo. Puede ser, si no ponéis objeción, que algún día mi mujer y yo visitemos a nuestra hija el mismo día que vos vengáis a verle a él. No nos negaríais un lugar a la mesa, ¿verdad? Naturalmente, nos sentaríamos en el suelo.

MESQUIA. Pues claro que no. El perro ya lo hace, o lo hará cuando lo veamos. (A la CONDESA.) ¿No te ha llamado la atención que yo sepa más de aquel a quien llamáis la Mente Universal que tu Autarca en persona? No sólo vuestra Mente Universal, sino otros muchos poderes inferiores, se echan la humanidad encima como una capa cuando se les antoja, a veces sólo a dos o tres de nosotros. Nosotros, que somos los vestidos, raramente nos damos cuenta de que, pareciéndonos a nosotros mismos, somos sin embargo un Demiurgo, un Paracleto o un Enemigo para los demás.

CONDESA. Tarde he sabido eso, si he de desaparecer con el advenimiento del Sol Nuevo. ¿Ha pasado la medianoche?

DONCELLA. Casi, Alteza.

CONDESA. (Señalando al auditorio.) ¿Y qué le sucederá a toda esta hermosa gente?

MESQUIA. ¿Qué le sucede a las hojas cuando el año ha pasado y el viento se las lleva?

CONDESA. Si…

(MESQUIA se vuelve para observar el cielo oriental, como espiando el primer signo del amanecer.)

CONDESA. Si…

MESQUIA. ¿Si qué?

CONDESA. Si mi cuerpo contuviera una parte del vuestro… gotas de tejido licuescente apresadas en mis ijadas…

MESQUIA. Si lo tuvieras, quizás errarías más tiempo por Urth, como criatura perdida que nunca podría encontrar el camino a casa. Pero no me acostaré contigo. ¿Crees que eres más que un cadáver? Eres menos que eso.

(La DONCELLA se desmaya.)

CONDESA. Decís que sois el padre de todo lo que es humano. Así parece, pues sois la muerte para una mujer.

(El escenario se oscurece. Cuando vuelve la luz, MESQUIANA y JAHI yacen juntas bajo un serbal Detrás de ellas hay una puerta en la falda de la colina. JAHI tiene un labio partido e hinchado, lo que le da un mal aspecto. La sangre le gotea del labio a la barbilla.)

MESQUIANA. Aún tendría fuerzas para buscarlo, si al menos sólo supiera que tú no me seguirías.

JAHI. Me muevo con la fortaleza del Mundo de Debajo y te seguiré hasta la segunda terminación de Urth, si es necesario. Pero si vuelves a golpearme, lo pagarás.

(MESQUIANA levanta el puño y JAHI retrocede.)

MESQUIANA. Tus piernas temblaban más que las mías cuando decidimos descansar aquí.

JAHI. Sufro mucho más que tú. Pero la fortaleza del Mundo de Debajo consiste en aguantar más de lo que se puede aguantar; así como soy más hermosa que tú, soy también una criatura mucho más delicada.

MESQUIANA. Me parece que ya nos hemos dado cuenta.

JAHI. Te lo advierto de nuevo, y no lo haré por tercera vez. Si me golpeas, atente a lo que pase.

MESQUIANA. ¿Qué harás? ¿Llamara Erinys para destruirme? No me da miedo. Si pudieras, lo habrías hecho mucho antes.

JAHI. Peor aún. Golpéame otra vez y lo comprobarás.

(Entran el PRIMER SOLDADO y el SEGUNDO SOLDADO armados con picas.)

PRIMER SOLDADO. ¡Mira aquí!

SEGUNDO SOLDADO. (A las mujeres.) ¡Abajo, abajo!

No os pongáis de pie, si no queréis que os ensarte como un par de garzas. Vais a venir con nosotros.

MESQUIANA. ¿A gatas?

PRIMER SOLDADO. ¡Menos insolencias!

(La empuja con la pica y en ese momento se oye un quejido casi demasiado profundo para ser oído. El escenario vibra al unísono y el suelo tiembla.)

SEGUNDO SOLDADO. ¿Qué fue eso?

PRIMER SOLDADO. No lo sé.

JAHI. Es el fin de Urth, estúpidos. Adelante, ensartadla. Es vuestro fin de todos modos.

SEGUNDO SOLDADO. ¡Poco sabes tú! Para nosotros es el comienzo. Cuando nos llegó la orden de registrar el jardín, se os mencionó especialmente y se dieron órdenes de llevaros de vuelta. O nos dan diez crisos por vosotras o soy un zapatero.

(Agarra a JAHI, y MESQUIANA salta como catapultada hacia la oscuridad. El PRIMER SOLDADO Corre tras ella.)

SEGUNDO SOLDADO. Muérdeme, ¿quieres? (Golpea a JAHI con el asta de la pica. Luchan.)

JAHI. ¡Idiota! ¡Se va a escapar!

SEGUNDO SOLDADO. Eso es cosa de Ivo. Yo tengo a mi prisionera y él no tendrá a la suya, si no la alcanza pronto. Ven, vamos a ver al quiliarca.

JAHI. ¿No quieres hacerme el amor antes de irnos de este lugar tan atractivo?

SEGUNDO SOLDADO. ¡Y hacer queme corten la virilidad y me la metan en la boca? ¡No yo! JAHI. Primero tendrían que averiguarlo.

SEGUNDO SOLDADO. ¿Qué es eso? (La sacude.)

JAHI. Haces el trabajo de Urth, que ni siquiera se molesta por mí. Pero espera, suéltame sólo un momento y te mostraré cosas maravillosas.

SEGUNDO SOLDADO. Ya las veo ahora, y por ello daré gracias a la Luna.

JAHI. Puedo hacerte rico. Diez crisos no serán nada para ti. Pero no tengo ningún poder mientras me agarres el cuerpo.

SEGUNDO SOLDADO. Tus piernas son más largas que las de la otra mujer, pero ya he visto que no las mueves con tanta ligereza. Y creo que ni siquiera puedes tenerte en pie.

JAHI. Ya no puedo.

SEGUNDO SOLDADO. Te tendré por el collar, la cadena parece bastante sólida. Si con eso basta, muéstrame lo que puedes hacer. Si no, ven conmigo. No serás más libre mientras yo te tenga.

(JAHI levanta las dos manos, extendiendo los dedos pulgar, índice y meñique. Por un momento hay silencio, después una extraña y suave música llena de trinos. La nieve cae en copos blandos.)

SEGUNDO SOLDADO. ¡Para eso!

(Le agarra un brazo y lo baja de golpe. La música se detiene bruscamente. Algunos de los últimos copos se le posan sobre la cabeza.)

SEGUNDO SOLDADO. Eso no era oro.

JAHI. Pero lo has visto.

SEGUNDO SOLDADO. En mi pueblo hay una vieja que también cambia el tiempo. No lo hace tan de prisa como tú, lo admito, pero claro que es mucho más vieja y más débil.

JAHI. Digas lo que digas, soy mil veces más vieja.

(Entra la ESTATUA, moviéndose Lentamente y como si estuviera ciega.)

JAHI. ¿Qué es esa cosa?

SEGUNDO SOLDADO. Una de las mascotas del Padre Inire. No te oye ni hace ruido. Ni siquiera estoy seguro de que esté viva.

JAHI. Ni yo tampoco, desde luego.

(La estatua pasa junto a Jahi; ella le acaricia la mejilla con la mano libre.)

JAHI. Amor… amor… amor… ¿No me saludas? ESTATUA. ¡Iiiiii…!

SEGUNDO SOLDADO. ¿Qué es esto? ¡Basta! Mujer, dijiste que no tenías ningún poder mientras yo no te soltara.

JAHI. Contempla a mi esclavo. ¿Puedes combatirlo? Adelante. Rompe tu lanza en ese pecho amplio.

(La ESTATUA se arrodilla y le besa el pie a JAHI)

SEGUNDO SOLDADO. No, pero corro más que él.

(Carga con JAHI al hombro y corre. Se abre la puerta de la colina. Entra por ella y la cierra de un portazo. La ESTATUA la aporrea con golpes poderosos, pero la puerta no cede. Las lágrimas le corren por la cara. Al fin se vuelve y empieza a cavar con las manos.)

GABRIEL. (Fuera del escenario.) Así, las imágenes de piedra se mantienen fieles a un día que ha pasado, solas en el desierto que el hombre ha abandonado.

(Mientras la ESTATUA continúa cavando, el escenario se oscurece. Cuando vuelve la luz, el AUTARCA se encuentra sentado en su trono. Está solo en el escenario, pero las siluetas proyectadas sobre unas pantallas laterales indican que está rodeado de cortesanos.)

AUTARCA. Heme aquí sentado como si fuera el señor de cien mundos, y sin embargo ni siquiera domino éste.

(Fuera del escenario se oyen los pasos de hombres que desfilan. Se oye una voz de mando.)

AUTARCA. ¡Generalísimo!

(Entra un PROFETA. Lleva puesta una piel de cabra y en la mano un cayado con una talla rudimentaria en la cabeza: un extraño símbolo.)

PROFETA. En el exterior hay cien portentos. En Incusus nació un ternero que no tenía cabeza, sino bocas en las rodillas. Una mujer de conocida alcurnia ha soñado que espera un niño engendrado por un perro. La noche pasada una lluvia de estrellas cayó silbando sobre los hielos del sur, y los profetas salen a los campos.

AUTARCA. Tú mismo eres un profeta.

PROFETA. ¡El Autarca en persona los ha visto!

AUTARCA. Mi archivero, que está muy versado en la historia de este lugar, me informó una vez que más de cien profetas han sido asesinados aquí, lapidados, quemados, despedazados por animales, y ahogados. A algunos hasta se los ha clavado a nuestras puertas, como si fueran bichos. Ahora querría saber de ti algo de advenimiento de Sol Nuevo, profetizado desde hace tantos años. ¿Cómo ocurrirá? ¿Qué significa? Habla, o le daremos otro caso al viejo archivero para que lo añada a la cuenta, y enseñaremos al pálido dondiego a trepar por ese cayado.

PROFETA. No tengo esperanzas de satisfacerte, pero lo intentaré.

AUTARCA. ¿Es que no lo sabes?

PROFETA. Lo sé. Pero sé también que eres un hombre práctico, que sólo te ocupas de los asuntos de este universo, que raramente miras más alto que las estrellas.

AUTARCA. Sí, desde hace treinta años, y me siento orgulloso.

PROFETA. Entonces, hasta tú has de saber que el cáncer carcome el corazón del viejo sol. La materia central cae hacia dentro, como si hubiera allí un pozo sin fondo.

AUTARCA. Mis astrónomos me lo vienen diciendo desde hace mucho.

PROFETA. Imagínate una manzana que tiene el corazón podrido. Todavía es bonita por fuera, pero acabará descomponiéndose en podredumbre.

AUTARCA. Todo aquel que todavía se siente fuerte en la segunda mitad de su vida ha pensado en esa fruta.

PROFETA. Pues otro tanto ocurre con el Sol Viejo. Pero, ¿y ese cáncer? ¿Qué sabemos de él, salvo que priva a Urth de calor y de luz, y por último de vida?

(Fuera del escenario se oyen ruidos de pelea, un grito de dolor, y un estruendo, como si un enorme jarrón hubiera caído de un pedestal)

AUTARCA. Pronto sabremos a qué se debe esa conmoción, profeta. Continúa.

PROFETA. Nosotros sabemos que se trata de mucho más, puesto que es una discontinuidad en nuestro universo, un desgarramiento de los tejidos que no corresponde a ninguna ley conocida. Nada sale de él, en él todo entra, y nada escapa. Sin embargo, todo puede aparecer en él, puesto que de todas las cosas que conocemos, sólo él no es esclavo de su propia naturaleza.

(Entra Non sangrando, empujado por picas tenidas fuera del escenario.)

AUTARCA. ¿Qué es esta deformidad?

PROFETA. La prueba misma de los portentos de que te hablé. En tiempos futuros, como se viene diciendo desde hace tiempo, la muerte del Sol Viejo destruirá Urth. Pero de su tumba surgirán monstruos, un pueblo nuevo y el Sol Nuevo. Entonces el antiguo Urth florecerá como una mariposa que se desprende de su seca envoltura, y el Nuevo Urth será llamado Ushas.

AUTARCA. ¿Y, todo lo que conocemos será barrido a un lado? ¿También esta antigua casa en la que estamos ahora? ¿Y tú? ¿Y yo?

NOD. No soy sabio. Pero no hace mucho oí decir a un hombre sabio (que pronto será familiar mío por matrimonio) que todo eso será para bien. Que no somos más que sueños, y los sueños no tienen vida propia. Ved, estoy herido. (Extiende la mano.) Cuando mi herida sane, no habrá más herida. ¿Y va a decir con labios sanguinolentos que lamenta curarse? Sólo estoy tratando de explicar lo que dijo otro, pero eso, pienso, es lo que quiso decir.

(Fuera del escenario se oye un grave repique de campanas.)

AUTARCA. ¿Qué es eso? Tú, profeta, ve a averiguar quién ha ordenado ese clamor y por qué. (Sale el PROFETA.)

NOD. Estoy seguro de que vuestras campanas han comenzado a saludar al Sol Nuevo. Eso es lo que yo mismo vine a hacer. Es costumbre entre nosotros que cuando llega un huésped de honor gritemos y nos golpeemos el pecho, y aporreemos el suelo y los troncos de los árboles de alrededor con alegría, y levantemos las rocas más grandes que podamos levantar, y las lancemos por precipicios en su honor. Haré eso esta mañana si me dejáis libre, y estoy seguro de que el propio Urth se unirá a mí. Las propias montañas se arrojarán al mar cuando hoy se levante el Sol Nuevo.

AUTARCA. ¿Y de dónde viniste? Dímelo y te dejaré en libertad.

NOD. Pues de mi propio país, al este del Paraíso.

AUTARCA. ¿Y dónde se encuentra eso?

(Non señala hacia el este.)

AUTARCA. ¿Y dónde está el Paraíso? ¿En la misma dirección?

NOD. Pero si esto es el Paraíso. Estamos en el Paraíso, o al menos debajo de él.

(Entra el GENERALÍSLMO, que avanza hasta el trono y saluda.)

GENERALÍSIMO. Autarca, hemos registrado toda la tierra por encima de esta Casa Absoluta como ordenaste. La condesa Carina ha sido encontrada y escoltada a sus aposentos, pues no tiene heridas graves. También hemos encontrado al coloso que veis ante vos, a la mujer enjoyada que describisteis, y a dos mercaderes.

AUTARCA. ¿Y los otros dos, el hombre desnudo y la mujer?

GENERALÍSIMO. Ni rastro de ellos.

AUTARCA. Repite la búsqueda, y esta vez mira bien. GENERALÍSIMO. (Saluda.) Como mi Autarca desee. AUTARCA. Y que me traigan a la mujer enjoyada.

(NOD intenta salir fuera del escenario, pero las picas le detienen. El GENERALÍSIMO saca una pistola.)

NOD. ¿No soy libre para irme?

GENERALÍSIMO. De ninguna manera.

NOD. (Al AUTARCA.) Os dije dónde se encontraba mi país, exactamente al este de aquí.

GENERALÍSIMO. Allí hay algo más que tu país. Conozco bien esa zona.

AUTARCA. (Fatigado.) Él ha dicho la verdad tal como la conoce. Quizá no hay otra verdad. NOD. Entonces soy libre para irme.

AUTARCA. Creo que aquel a quien has venido a saludar llegará al fin, seas libre o no. Pero hay una posibilidad… y en modo alguno se puede permitir que criaturas como tú anden sueltas. No, no eres libre ni lo volverás a ser.

(NOD sale corriendo del escenario perseguido por el GENERALÍSIMO. Hay disparos, gritos y choques. Las figuras que rodean al AUTARCA se desvanecen. En medio de la algarabía, las campanas repican. NOD vuelve a entrar con una quemadura de láser en la mejilla. El AUTARCA lo golpea con el cetro; cada golpe produce una explosión y chispas. NOD agarra al AUTARCA y está a punto de estrellarlo contra el escenario, cuando dos DEMONIOS disfrazados de mercaderes entran deprisa, lo derriban y reponen al AUTARCA en el trono.)

AUTARCA. Gracias. Seréis bien recompensados. Ya había abandonado la esperanza de que me rescatasen mis guardias, y veo que tenía razón. ¿Puedo preguntar quiénes sois?

PRIMER DEMONIO. Vuestros guardias están muertos.

El gigante les ha aplastado el cráneo contra vuestros muros y les ha quebrado la espina dorsal martilleándolos con el puño.

SEGUNDO DEMONIO. No somos más que dos mercaderes. Vuestros soldados nos trajeron aquí.

AUTARCA. ¡Ojalá que ellos fueran los mercaderes y en su lugar tuviera soldados como vosotros! Y sin embargo vuestro aspecto es tan insignificante que os creería incapaces de los esfuerzos más ordinarios.

PRIMER DEMONIO. (Inclinando la cabeza.) Nuestra fortaleza está inspirada por el señor al que servimos.

SEGUNDO DEMONIO. Os preguntaréis cómo es que nosotros —dos vulgares mercaderes de esclavos hemos sido encontrados vagando de noche por vuestros terrenos. El hecho es que venimos a advertiros. Hace poco hemos tenido que viajar por las junglas del norte y allí, en un templo más antiguo que el hombre, lugar tan invadido de exuberante vegetación que no parecía más que un montículo de follaje, hablamos con un antiguo chamán. quien nos predijo un gran peligro para vuestro reino.

PRIMER DEMONIO. Con tales noticias nos apresuramos a venir y advertiros antes de que fuera demasiado tarde, habiendo llegado justo a tiempo.

AUTARCA. ¿Qué he de hacer?

SEGUNDO DEMONIO. Este mundo que vos y nosotros apreciamos ya ha corrido tanto alrededor del sol que la trama y la urdimbre del espacio se han deshilachado y se deshacen en polvo y débil pelusa en el telar del tiempo.

PRIMER DEMONIO. Los continentes mismos son viejos como mujeres almagradas, que han perdido liare tiempo la belleza y la fertilidad. El Sol Nuevo se acerca…

AUTARCA. ¡Lo sé!

PRIMER DEMONIO… y con estruendo los echará al mar, como buques que se van a pique.

SEGUNDO DEMONIO. Y del mar se alzan nuevos continentes, con oro, plata, hierro y cobre. Con diamantes, rubíes y turquesas, tierras que nadan en el magma de un millón de milenios, y que hace tanto tiempo fueron devoradas por el mar.

PRIMER DEMONIO. Una nueva raza está preparada para poblar estas tierras. La humanidad que conocéis será desplazada, así como la hierba, que durante tanto tiempo ha prosperado en la llanura, cede ante el arado y deja paso al trigo.

SEGUNDO DEMONIO. ¿Pero y si la semilla fuera quemada? ¿Qué pasaría? El hombre alto y la mujer pequeña que encontrasteis no hace mucho son esa semilla. Un día se pusieron las esperanzas en envenenarla en el campo, pero aquella a quien se envió perdió de vista la semilla entre la hierba muerta y los terrones partidos, y por arte de prestidigitación ha sido entregada a tu Inquisidor para ser sometida a un examen estricto. Pero todavía puede quemarse la semilla.

AUTARCA. Lo que sugerís ya se me había ocurrido antes.

PRIMER Y SEGUNDO DEMONIOS. (A coro.) Claro, por supuesto!

AUTARCA. ¿Pero detendría realmente la muerte de esos dos el advenimiento del Sol Nuevo?

PRIMER DEMONIO. No. ¿Pero por qué tendríais que desearlo? Las nuevas tierras serán vuestras.

(Las pantallas se van iluminando. Aparecen colinas boscosas y ciudades con esbeltas torres. EI AUTARCA se vuelve a contemplarlas. Hay una pausa. De su túnica saca un comunicador.)

AUTARCA. Ojalá no vea nunca el Sol Nuevo lo que hacemos aquí… ¡Naves! Barred con fuego por encima de nosotros hasta que todo se marchite.

(Cuando los dos DEMONIOS desaparecen, NOD se sienta. Las ciudades y colinas quedan en sombras, y las pantallas muestran la imagen del AUTARCA muchas veces multiplicada. El escenario se oscurece. Cuando se ilumina, el INQUISIDOR está sentado en un escritorio elevado en el centro del escenario. El FAMILIAR, vestido de torturador y enmascarado, está de pie. A ambos lados hay diversos aparatos de tormento.)

INQUISIDOR. Trae a la mujer a quien acusan de bruja, Hermano.

FAMILIAR. La Condesa espera fuera, y es de sangre exaltada y una favorita de nuestro soberano. Os ruego la veáis primero.

(Entra la CONDESA.)

CONDESA. Oí lo que se decía, y como no podía imaginar que desatendierais, Inquisidor, esta apelación, me he atrevido a venir en seguida. ¿Me creéis atrevida por eso?

INQUISIDOR. Jugáis con las palabras, pero sí, admito que lo creo.

CONDESA. Pues estáis equivocado. Desde mi adolescencia, hace ocho años, tengo mi morada en esta Casa Absoluta. Cuando por primera vez la sangre brotó de mis ijares, y mi madre me trajo aquí, me advirtió que nunca me acercara a estos aposentos, donde ha corrido la sangre de tantos, sin ninguna relación con las fases de la Luna veleidosa. Y nunca hasta ahora he venido, y ahora vengo temblando.

INQUISIDOR. Los buenos no tienen nada que temer en este lugar. Aun así, creo que vuestra audacia ha aumentado con vuestro propio testimonio.

CONDESA. ¿Y yo? ¿Soy buena? ¿Lo sois vos? ¿Lo es él? Mi confesor os diría que no lo soy. ¿Qué os dice el vuestro, o tiene miedo? ¿Y vuestro familiar? ¿Es él mejor que vos?

FAMILIAR. No desearía serlo.

CONDESA. No, no soy atrevida, ni estoy a salvo aquí, lo sé. Es el temor lo que me trae a estas sombrías cámaras. Os han hablado del hombre desnudo que me golpeó. ¿Ha sido capturado?

INQUISIDOR. No ha sido traído a mi presencia.

CONDESA. Hace escasamente una guardia unos soldados me encontraron lamentándome en el jardín, donde mi doncella trataba de consolarme. Como yo temía salir a la oscuridad de fuera, me llevaron a mis aposentos por la galería que llaman el Camino de Aire. ¿La conocéis?

INQUISIDOR. Y bien.

CONDESA. Entonces sabéis también que tiene ventanas por todas partes, beneficiando así las cámaras y pasillos que dan a ella. Al pasar, vi la figura de un hombre, alto, de miembros bien formados, ancho de hombros y de cintura estrecha.

INQUISIDOR. Como ese hombre hay muchos.

CONDESA. Así lo pensé. Pero al poco rato la misma figura apareció en otra ventana, y después en otra. Entonces dije a los soldados que me llevaban, que tiraran contra ella. Me creían loca y se negaban, pero por fin el grupo que enviaron a capturarlo, volvió con las manos vacías. Pero el hombre me miraba por las ventanas y parecía balancearse.

INQUISIDOR. ¿Y creéis que este hombre que visteis era el hombre que os golpeó?

CONDESA. Pero aún. Me temo que no era él, aunque se le parecía. Además, estoy segura de que sería bueno conmigo si yo al menos respetara su locura. No, en esta noche extraña en que nosotros, que somos los tallos del antiguo brote de la humanidad destruido por el invierno, nos encontramos tan mezclados con la semilla del próximo año, temo que él sea algo más, desconocido para nosotros.

INQUISIDOR. Quizá, pero no lo encontraréis aquí, ni tampoco al hombre que os golpeó. (Al FAMILIAR.) Haz entrar a la mujer hechicera, Hermano.

FAMILIAR. Todas ellas lo son, aunque hay algunas peores que otras.

(Sale y vuelve a entrar llevando de una cadena a MESQUIANA.)

INQUISIDOR. Se alega contra ti que encantaste a siete de los soldados de nuestro soberano el Autarca para que traicionaran su juramento de fidelidad y volvieran las armas contra sus camaradas y oficiales. (Se levanta y enciende una enorme vela en un lado del escritorio.) Te conmino muy solemnemente a que confieses este pecado, y si lo has cometido, confieses qué poder te ayudó, y los nombres de quienes te enseñaron a invocar ese poder.

MESQUIANA. Los soldados sólo vieron que yo no tenía malas intenciones y temieron por mí. Yo…

FAMILIAR. ¡Silencio!

INQUISIDOR. No se atribuye ningún peso a las protestas del acusado a menos que se lo coaccione. Mi familiar te preparará.

(El FAMILIAR coge a MESQUIANA y la sujeta con correas a uno de los artefactos.)

CONDESA. Le queda poco tiempo al mundo y no lo perderé viendo esto. ¿Eres amiga del hombre desnudo del jardín? Voy a buscarlo, y le diré qué ha sido de ti.

MESQUIANA. ¡Sí, hacedlo! Espero que no llegue demasiado tarde.

CONDESA. Y, por mi parte, espero que él me acepte en lugar de ti. Sin duda ambas esperanzas son igualmente vanas, y pronto seremos hermanas de infortunio.

(Sale la CONDESA.)

INQUISIDOR. Yo me voy también, a hablar con quienes la rescataron. Prepara a la acusada, pues volveré dentro de poco.

FAMILIAR. Hay otra más, Inquisidor. Se le achacan delitos parecidos, aunque quizá menos graves.

INQUISIDOR. ¿Por qué no me lo dijiste? Podía haber instruido a las dos a la vez. Hazla entrar.

(El FAMILIAR sale y regresa llevando a JAHI. EL INQUISIDOR busca entre los papeles del escritorio.)

INQUISIDOR. Se alega contra ti que encantaste a siete de los soldados de nuestro soberano el Autarca para que traicionaran su juramento de fidelidad y volvieran las armas contra sus camaradas y oficiales. Te conmino muy solemnemente a que confieses este pecado, y si lo has cometido, confieses qué poder te ayudó, y los nombres de quienes te enseñaron a invocar ese poder.

JAHI. (Con orgullo.) He hecho todo eso de que me acusáis y más de los que sabéis. El poder no me atrevo a mencionarlo, por miedo a que este alfombrado nido de ratas vuele en pedazos. ¿Que quién me enseñó? ¿Quién enseña aun niño a llamara su padre?

FAMILIAR. ¿Su madre?

INQUISIDOR. No deseo saberlo. Prepárala.

(Sale el INQUISIDOR.)

MESQUIANA. ¿Lucharon por ti también? ¡Qué triste que tantos tuvieran que morir!

FAMILIAR. (Sujetando a JAHI en un artefacto al otro lado del escritorio.) Leyó dos veces el mismo papel. Le señalaré ese error —diplomáticamente, puedes estar segura— cuando regrese.

JAHI. ¿Tú encantaste a los soldados? Pues hazlo también con este idiota y líbranos.

MESQUIANA. No tengo ningún canto de poder, y sólo encanté a siete de cincuenta.

(Entra NOD, maniatado, conducido por el PRIMER SOLDADO con una pica.)

FAMILIAR. ¿Qué es esto?

PRIMER SOLDADO. Un prisionero como nunca antes has tenido. Ha matado a cien hombres como si fueran marionetas. ¿Dispones de un par de grilletes que puedan servirle?

FAMILIAR. Tendré que juntar varios pares, pero algo conseguiré.

NOD. No soy un hombre, sino menos y más, pues he nacido del barro, de la Madre Gea, que mima a las bestias. Si tu dominio es sobre los hombres, entonces debes dejar que me vaya.

JAHI. Tampoco nosotras somos hombres. ¡Deja que nos vayamos!

PRIMER SOLDADO. (Riendo.) Ya vemos que no lo sois.

No lo dudé un momento.

MESQUIANA. Ella no es una mujer. No dejéis que os engañe.

FAMILIAR. (Poniéndole el último grillete a NOD.) No lo hará. Créeme, ya hemos dejado atrás el tiempo de los engaños.

PRIMER SOLDADO. Sin duda te vas a divertir cuando me haya ido, ¿no es así?

(Quiere tocar a JAHI, que bufa como un gato.)

PRIMER SOLDADO. ¿Quieres ser un buen muchacho y darte media vuelta un momento?

FAMILIAR. (Preparándose para torturara MESQUIANA.) Si fuera ese buen muchacho, pronto me encontraría quebrado en mi propia rueda. Pero si esperas aquí hasta que regrese mi amo el Inquisidor, tal vez te encuentres echado junto a ella como es tu deseo.

(El PRIMER SOLDADO duda, después se da cuenta de lo que le han querido decir, y se va corriendo.)

NOD. Esa mujer será la madre de mi yerno. No le hagas daño. (Intenta romper las cadenas.)

JAHI. (Ahogando un bostezo.) Me he pasado toda la noche en pie, y aunque el espíritu parezca siempre dispuesto, mi carne está lista para el descanso. ¿No puedes darte prisa con ella y empezar conmigo?

FAMILIAR. (Sin mirar.) Aquí no hay ningún descanso. JAHI. ¿Ah, sí? Entonces no es tan acogedor como yo esperaba.

(JAHI bosteza de nuevo, y cuando mueve una mano para taparse la boca, el grillete se le cae.)

MESQUIANA. Tienes que sujetarla, ¿no lo entiendes? No es parte del suelo, y el hierro no tiene dominio sobre ella.

FAMILIAR. (Mirando todavía a MESQUIANA, a quien está torturando.) Está sujeta, no temas.

MESQUIANA. ¡Gigante! ¿Puedes librarte tú solo? ¡El mundo depende de ti!

(NOD forcejea, pero no puede romper las cadenas.)

JAHI. (Se libra de los grilletes y sale caminando.) ¡Sí! Soy yo quien contesta, pues en el mundo de la realidad soy más grande que cualquiera de vosotros. (Camina alrededor del escritorio y se inclina sobre el hombro del FAMILIAR.) ¡Qué interesante! Tosco, pero interesante.

(El FAMILIAR se vuelve y la observa con asombro, y ella huye riendo. Él corre torpemente tras ella y más tarde regresa con la cabeza agachada.)

FAMILIAR. (Jadeando.) Se ha ido.

NOD. Sí. Libre.

MESQUIANA. Libre para perseguir a Mesquia y echar todo a perder como hizo antes.

FAMILIAR. No entendéis lo que esto significa. Mi señor regresará pronto y yo soy hombre muerto.

NOD. El mundo está muerto, es lo que ella ha dicho.

MESQUIANA. Torturador, todavía tienes una oportunidad. Escúchame. Has de liberar también al gigante.

FAMILIAR. Y él me matará y te soltará. Lo pensaré. Al menos, será una muerte rápida. MESQUIANA. Él odia a JAHI, y aunque no es listo, conoce sus mañas, y es muy fuerte. Además, conozco un juramento que él nunca romperá. Dale las llaves de los grilletes y después quédate junto a mí con la espada en mi cuello. Hazle jurar entonces que encuentre a Jahi, la traiga de nuevo aquí, y se vuelva a atar.

(El FAMILIAR duda.)

MESQUIANA. No tienes nada que perder. Tu señor ni siquiera sabe que él tiene que estar aquí. Pero cuando vuelva y no la vea a ella…

FAMILIAR. ¡Lo haré! (Toma una llave del manojo que le cuelga del cinto.)

NOD. Juro, como espero quedar vinculado por matrimonio a la familia del Hombre de manera que los gigantes podamos ser llamados Hijos del Padre, que te capturaré al súcubo y lo volveré a traer, y lo sujetaré de manera que no vuelva a escapar y me volveré a atar como estoy ahora.

FAMILIAR. ¿Es ése el juramento?

MESQUIANA. ¡Sí!

(El FAMILIAR echa la llave a Nod, después saca la espada y la levanta como dispuesto a golpear a MESQUIANA.)

FAMILIAR. ¿Es que puede encontrarla?

MESQUIANA. Es que tiene que encontrarla.

NOD. (Desencadenándose.) La alcanzaré. Ese cuerpo se debilita, como dijo ella. Puede fustigarlo hasta alejarse, pero nunca aprenderá que no todo depende de la fusta. (Sale.)

FAMILIAR. He de continuar contigo. Espero que lo entiendas…

(El FAMILIAR tortura a MESQUIANA, que grita.)

FAMILIAR. (Sotto voce.) ¡Qué hermosa es! Ojalá que ella y yo… nos encontráramos en mejor momento.

(El escenario se oscurece; se oye el correr de los pies de JAHI. Después, una luz tenue muestra a NOD andando deprisa por los pasillos de la Casa Absoluta. Las imágenes en movimiento de urnas, cuadros y muebles detrás de él indican cómo va de un lado a otro. JAHI aparece entre ellas, y él se precipita fuera, persiguiéndola. JAHI entra en el escenario por la izquierda, con el SEGUNDO DEMONIO pisándole los talones.)

JAHI. ¿Adónde puede haber ido? Los jardines están calcinados. Apenas tienes apariencia de carne… ¿No puedes convertirte en búho y traerla?

SEGUNDO DEMONIO. (Burlándose.) Aaah… ¿A quién?

JAHI. ¡A Mesquia! Espera a que el Padre se entere de cómo me has tratado, traicionando todos nuestros esfuerzos.

SEGUNDO DEMONIO. ¿Tú se lo dirás? Fuiste tú quien dejaste a Mesquia, embaucada por la mujer. ¿Qué le dirás? ¿Que la mujer te sedujo? Hemos terminado con eso hace ya tanto que nadie lo recuerda, salvo tú y yo, y ahora has echado a perder la mentira haciendo que se convierta en verdad.

JAHI. (Volviéndose hacia él.) ¡Sucio mocoso! ¡Garabateador de ventanas!

SEGUNDO DEMONIO. (Retrocediendo de un salto.) Y ahora serás desterrada a la tierra de Nod, al este del Paraíso.

(Fuera del escenario se oyen las pisadas de NOD. JAHI se esconde detrás de una clepsidra y el SEGUNDO DEMONIO saca una pica y la sostiene como un centinela mientras entra NOD.)

NOD. ¿Cuánto tiempo llevas aquí?

SEGUNDO DEMONIO. (Saludando.) Tanto como vos lo deseéis, sieur.

NOD. ¿Qué noticias hay?

SEGUNDO DEMONIO. Todas las que queráis, sieur. Un gigante como una torre ha matado a los guardianes del trono y el Autarca ha desaparecido. Hemos buscado tanto por los jardines que si en vez de lanzas hubiéramos llevado estiércol, las margaritas serían grandes como paraguas. Baja la ropa de dril y suben las esperanzas, y también los nabos. Mañana tendría que hacer buen día, con sol y calor… (mira con intención hacia la clepsidra), y una mujer desnuda ha estado corriendo por los salones.

NOD. ¿Qué es esa cosa?

SEGUNDO DEMONIO. Un reloj de agua, sieur. Ved, sabiendo qué hora es, podéis adivinar cuánta agua ha corrido.

NOD. (Examinando la clepsidra.) En mi tierra no hay nada así. ¿Mueve el agua a estas muñecas?

SEGUNDO DEMONIO. A la grande, no, sieur.

(JAHI sale del escenario como un rayo, perseguida por NOD, pero antes de que él desaparezca, ella vuelve a entrar colándose entre las piernas del gigante. Él continúa fuera, dándole tiempo a ella a esconderse en un baúl Mientras tanto, el SEGUNDO DEMONIO se ha desvanecido.)

NOD. (Vuelve a entrar.) ¡Eh! ¡Detente! (Corre al otro lado del escenario y regresa.) ¡La culpa es mía, mía!

Una vez pasó cerca de mí en el jardín. Tenía que haberla agarrado y aplastado como un gato, un ratón, un gusano, una serpiente. (Se vuelve hacia el público.) ¡No os riáis de mí! ¡Podría mataros a todos! ¡A toda vuestra ponzoñosa raza! ¡Y esparcir por los valles vuestros huesos blancos! ¡Estoy acabado, acabado! ¡Y Mesquiana, que confió en mí, está perdida!

(NOD golpea la clepsidra y manda el agua y los cazos de metal al otro lado del escenario.)

NOD. Qué tiene de bueno este don del habla, sino para poder maldecirme. Madre buena de todas las bestias, quítamelo. Volvería a ser lo que fui y a chillar sin palabras entre los montes. La razón indica que la razón no puede traer más que dolor; ¡qué sabio es olvidar y volver a ser feliz!

(NOD se sienta en el baúl donde se esconde JAHI y hunde la cara en las manos. A medida que la luz se apaga, el baúl empieza a resquebrajarse bajo el peso de NOD. Cuando la luz vuelve, la escena vuelve a ser la de la cámara del INQUISIDOR. MESQUIANA está en el potro. El FAMILIAR está moviendo la rueda. Ella grita.)

FAMILIAR. Eso hizo que te sintieras mejor, como te dije, ¿no? Además, así se enteran los vecinos de que aquí estamos despiertos. No lo creerías, pero toda esta ala está llena de cuartos vacíos y de sinecuras. Aquí todavía hacemos nuestro trabajo, mi señor y yo todavía lo hacemos, y así la Comunidad se mantiene. Y queremos que ellos lo sepan.

(Entra el AUTARCA. Tiene la túnica rasgada y manchada de sangre.)

AUTARCA. ¿Qué lugar es éste? (Se sienta en el suelo y hunde la cabeza en las manos en una actitud que recuerda la de Nod.)

FAMILIAR. ¿Qué lugar? ¡Pues las Cámaras de la Merced, so burro! ¿Cómo puedes venir aquí sin saber dónde estás?

AUTARCA. Esta noche me han perseguido tanto por mi casa, que podría estar ahora en cualquier sitio. Tráeme algo de vino, o de agua, si no tenéis vino aquí, y atranca la puerta.

FAMILIAR. Tenemos clarete, pero no vino. Y no puedo atrancar la puerta, pues estoy esperando que mi señor regrese.

AUTARCA. (Con más apremio.) Haz lo que digo.

FAMILIAR. (Muy suavemente.) Estás borracho, amigo. Márchate.

AUTARCA. Lo estoy, ¿qué importa? Ha llegado el fin. No soy ni peor ni mejor que tú.

(El pesado paso de Nod se oye a la distancia.)

FAMILIAR. ¡Ha fracasado, lo sé!

MESQUIANA. ¡Lo ha conseguido! No hubiera vuelto tan pronto con las manos vacías. ¡El mundo aún puede salvarse!

AUTARCA. ¿Qué queréis decir?

(Entra NOD. La locura que ha suplicado está en él, pero trae arrastrando a JAHI. EL FAMILIAR corre hacia él con unos grilletes.)

MESQUIANA. Alguien tiene que sujetarla o volverá a escapar como antes.

(El FAMILIAR echa unas cadenas sobre Nod y cierra los candados; después le encadena un brazo cruzándoselo sobre el cuerpo de modo que tenga aferrada JAHI. NOD!a aprieta contra él.)

FAMILIAR. ¡La está matando! ¡Suéltala, pedazo de bruto!

(El FAMILIAR alza la barra con la que ha estado cerrando el potro, y con ella se ocupa de NOD. NOD ruge, trata de agarrarlo y deja que JAHI se deslice inconsciente hasta el suelo. El FAMILIAR la toma por el pie y la arrastra a donde está sentado el AUTARCA.)

FAMILIAR. Ven, tú servirás.

(De un tirón pone en pie al AUTARCA y lo engrilla con tanta rapidez que una mano le queda sujeta a la muñeca de JAHI; después vuelve a torturar a MESQUIANA. Detrás de él, sin ser visto, NOD está quitándose las cadenas.)

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