6. Cuando los Reyes Sacerdotes caminan

Vika sabía cocinar y me agradó su comida. En gabinetes disimulados, a un costado de la habitación, había depósitos de alimentos. Se abrían del mismo modo que las restantes aberturas que había observado antes.

Cuando se lo ordené, Vika me mostró el modo de abrir y cerrar los artefactos de almacenamiento y eliminación de su extraña cocina.

También aprendí que la temperatura del agua que brotaba del grifo empotrado en la pared estaba regulada por la dirección en que la sombra de una mano se proyectaba sobre una célula sensible a la luz, puesta sobre el grifo; la cantidad de agua estaba en relación con la velocidad con que la mano pasaba frente al sensor. Me interesó ver que se recibía agua fría con una sombra que pasaba de derecha a izquierda, y agua caliente con una sombra que realizaba el movimiento inverso. Recordé los grifos de la Tierra donde el agua caliente sale a la izquierda y el agua fría a la derecha. No dudaba en que hubiera una razón común en la base de estas disposiciones análogas en Gor y la Tierra. Se usa más agua fría que caliente, pues la mayoría de los individuos que usan agua son diestros.

El alimento que Vika extrajo del depósito no estaba refrigerado, sino protegido por algo parecido a una lámina de plástico azul. Eran artículos frescos y apetitosos. En primer lugar, Vika hirvió y aderezó una marmita con sullage, una sopa goreana usual formada por tres ingredientes comunes y, según se afirma, todo lo que se quiera agregar después, exceptuando claro está, las piedras del camino.

La carne era un bistec, extraído de un bosko, un enorme y peludo bovino de cuernos largos, que forma grandes manadas en las llanuras de Gor. Vika coció la carne, gruesa como el antebrazo de un guerrero, sobre una pequeña parrilla de hierro, puesta sobre un fuego de cilindros de carbón.

Además del sullage y el bistec de Gor, estaba la inevitable hogaza chata y redonda del pan amarillo de Sa-Tarna. Completó la comida un puñado de uvas y un trago de agua servida del grifo de la pared.

Las uvas eran de color púrpura, y supongo que eran uvas Ta, cultivadas en los viñedos bajos de la isla de Cos, a unos cuatrocientos pasangs de Puerto Kar. Una sola vez las había probado antes, durante un festín ofrecido en mi honor por Lara, que era Tatrix de la ciudad de Tharna. Si en efecto eran las mismas uvas, tenían que haber viajado en galera de Cos a Puerto Kar, y de éste a la Feria de En’Kara. Puerto Kar y Cos son enemigos ancestrales, pero eso no impide un activo y provechoso contrabando. Aunque quizá no eran uvas Ta, pues Cos estaba muy lejos, y no era probable en vista de la distancia, que las frutas conservasen su frescura. Me extrañó que sólo hubiese agua para beber, y no me sirvieran las bebidas fermentadas de Gor, por ejemplo: Paga, vino Ka-la-na o Kal-da. Miré a Vika.

No se había preparado una porción para ella misma, y después de servirme se arrodilló en silencio a un costado, en la posición de una esclava.

Digamos, de paso, que en Gor las sillas tienen un significado especial, y no aparecen a menudo en las viviendas privadas. En general se las reserva para los personajes importantes, por ejemplo: los Administradores y los jueces.

El varón goreano cuando quiere estar cómodo, generalmente se sienta con las piernas cruzadas, y la mujer se arrodilla, y se sienta sobre los talones. La posición de la esclava que había adoptado Vika arrodillada, difiere de la posición de la mujer libre sólo por el lugar que ocupan las muñecas, apoyadas sobre los muslos, y cruzadas como si estuvieran sujetas por ligaduras. Las muñecas de una mujer libre nunca adoptan esa pose.

Por otra parte, la posición de la esclava de placer difiere de la posición de la mujer libre y de la esclava común. Las manos de una esclava de placer normalmente descansan sobre los muslos, pero creo que en ciertas ciudades, por ejemplo en Thentis, están cruzadas a la espalda. Lo más importante es pues que las manos de una mujer libre también pueden descansar sobre los muslos, pero hay cierta diferencia en la posición de las rodillas. En todas esas posiciones arrodilladas, incluso cuando se trata de la esclava de placer, la mujer goreana consigue sentirse cómoda; mantiene la espalda erguida y el mentón alto.

—¿Por qué sólo podemos beber agua? —pregunté a Vika.

Se encogió de hombros. —Imagino —dijo— que a causa de que la esclava de la cámara está sola gran parte del tiempo.

La miré, sin entender bien.

—Así, sería muy fácil —dijo.

Comprendí mi tontería. Por supuesto, las esclavas de las cámaras no podían apelar a la embriaguez, porque si lo hacían, aunque fuera con el propósito de aliviar su servidumbre, con el tiempo su belleza y su utilidad para los Reyes Sacerdotes comenzarían a disminuir.

—Entiendo —dije.

—El alimento llega sólo dos veces por año —explicó.

—¿Lo traen los Reyes Sacerdotes? —pregunté.

—Eso creo —dijo.

—¿Pero no lo sabes?

—No —contestó—. Una mañana despierto, y allí está el alimento.

—Imagino que lo trae Parp —insistí.

Me miró, un tanto divertida.

—Parp, el Rey Sacerdote —aclaré.

—Sí.

—Entiendo.

Casi había concluido la comida. —Te comportaste bien —la felicité—. La comida es excelente.

—Por favor —dijo—, tengo hambre.

La miré, atónito. No se había preparado nada, y por eso había supuesto que estaba satisfecha, o que no tenía apetito, o que después prepararía su propio alimento.

—Prepárate algo —dije.

—No puedo —contestó—. Puedo comer únicamente lo que tú me des.

Maldije mi propia estupidez.

¿A tal extremo era un guerrero goreano que podía ignorar los sentimientos de un semejante, y sobre todo los de una joven que necesitaba atención y cuidado?

—Lo siento —dije.

—¿No tenías el propósito de castigarme? —preguntó.

—No —dije.

—En ese caso, mi amo es un tonto —observó, y extendió la mano hacia la carne que yo había dejado en mi plato.

Le aferré la muñeca.

—Ahora sí pienso castigarte —dije.

Los ojos se le llenaron de lágrimas. —Muy bien —dijo retirando la mano.

Esa noche Vika pasaría hambre.


Aunque era tarde, me dispuse a salir de la habitación. Por desgracia, no había luz natural en el cuarto, y por lo tanto no podía juzgarse la hora por el sol o las estrellas o las lunas de Gor. Desde que me había despertado, los bulbos de energía continuaban encendidos con una intensidad constante.

En uno de los armarios puestos contra la pared había encontrado, entre los atavíos de diferentes castas, una túnica de guerrero. Me la puse, pues la mía había sido destrozada por las garras del larl.

Vika había desenrollado una estera de paja, y la tendió a los pies de la gran cama de piedra. Sentada allí, envuelta en una manta liviana, el mentón apoyado en las rodillas, me miraba.

Una gran argolla se hallaba fija a la base del lecho de piedra, y si se me antojaba podía encadenarla.

—No pensarás salir de la cámara, ¿verdad? —preguntó Vika. Eran las primeras palabras que había pronunciado después de la comida.

—Sí —dije.

—Pero no puedes hacerlo.

—¿Por qué? —pregunté, alerta.

—Está prohibido —dijo.

—Entiendo —observé.

Comencé a caminar hacia la puerta.

—Cuando los Reyes Sacerdotes deseen verte, vendrán a buscarte —insistió la joven—. Hasta entonces, tienes que esperar.

—No me interesa esperar.

—Pero tienes que hacerlo —insistió, y se puso de pie.

Me acerqué a ella y apoyé mis manos en sus hombros. —No temas tanto a los Reyes Sacerdotes —dije.

Advirtió que mi decisión no había variado.

—Si vuelves —dijo—, por lo menos regresa antes del segundo gong.

—¿Por qué? —pregunté.

—Por ti mismo —aclaró, bajando la mirada.

—No temo —expliqué.

—Entonces, hazlo por mí.

—Pero, ¿por qué?

Pareció confundida. —Temo estar sola —dijo.

—Pero seguramente estuviste sola muchas noches —señalé.

Me miró, y no pude interpretar la expresión de sus ojos inquietos. —Siempre tengo miedo —dijo.

—Ahora, tengo que marcharme —repliqué.

De pronto, a lo lejos, oí el rumor del gong que ya había oído antes, en el gran salón de los Reyes Sacerdotes.

Vika me sonrió:

—Ya lo ves —dijo aliviada—, es demasiado tarde. Tienes que quedarte aquí.

—¿Por qué? —pregunté.

—Porque muy pronto se oscurecerán los bulbos de energía —aclaró—, y esas son las horas autorizadas para dormir.

—¿Por qué tengo que quedarme aquí? —insistí.

Se oyó el segundo tañido del gong lejano, y pareció que Vika temblaba en mis brazos.

Los ojos se le agrandaron de miedo.

La sacudí salvajemente. —¿Por qué? —grité.

Apenas podía hablar. Su voz era un murmullo. —Porque después del gong... —empezó.

—¿Sí? —pregunté.

—...caminan... —dijo.

—¿Quiénes?

—¡Los Reyes Sacerdotes! —gritó la joven, y se apartó de mí.

—No temo a Parp —dije.

Se volvió y me miró.

—Él no es un Rey Sacerdote —explicó.

Y entonces llegó el tercer toque del gong lejano, y en el mismo instante los bulbos de energía del cuarto se amortiguaron, y comprendí que ahora en los enormes corredores del vasto edificio caminaban los Reyes Sacerdotes de Gor.

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