TREINTA Y OCHO

Uno de los soldados del piquete dio un golpecito a Alijo Carvajo, al pasar.

– Ya verás cómo no vas a sufrir nada -sonrió, bondadosamente.

Carvajo no dijo nada.

– Lo malo -dijo el sargento al capitán-, es la niebla. Me duele horriblemente, cuando hay niebla. No puede imaginarse lo que es el reuma…

Pero el capitán le miró con odio. Él tenía catarro. El catarro era peor que todas las cosas, porque era suyo.

– El catarro es peor -dijo.

– No diga tonterías…

– Usted no se imagina lo que paso yo con los bronquios, cuando hay esta niebla…

– Pero -dijo un soldado a otro-, si no se ve… Así no podemos empezar.

– ¿No te ha tocado nunca una ejecución?

– No, nunca.

– Entonces, más vale que te calles. ¿Estorba la niebla a dos metros de distancia?

– ¿Dos metros?

– Dos, o dos y medio. ¿Crees que es difícil?

– Pues tome algo para ese catarro -dijo el sargento, fastidiado, lleno de desprecio. Jamás podía contar a su capitán sus enfermedades. El capitán le oponía siempre enfermedades propias más importantes.

– No costaba nada empezar una hora más tarde -murmuró el capitán-. A las seis, se disuelve la niebla.

– Por lo menos -dijo el sargento-, ahora no llueve. La última vez nos empapamos de lo lindo.

– Ese chico -dijo el soldado que diera el golpecito a Carvajo-, no está asustado. ¿Te das cuenta?

– Tonterías. Todos están asustados. Y también lo estamos nosotros.

– Sí, nosotros sí. Pero él no lo está.

– ¿Quién te ha dicho eso?

– Mírale.

– A mí me parece muy asustado.

– No nos mira. Mira al suelo.

– Eso es el miedo. Si no lo tuviera, nos miraría…

– Casi preferiría que tuviera miedo. Si además de ser tan joven tiene esa expresión de…

– ¿De qué es la expresión?

– No sé… Esta dichosa niebla no deja ver nada. Va a ser difícil tirar contra alguien que está mirando al suelo y que, de pronto, puede levantar la cabeza y mirarte como si no le importaras gran cosa.

– Tonterías.

– ¿Todos son voluntarios? -preguntó el capitán.

– ¿Cómo iban a ser voluntarios, hombre? -contestó el sargento, como si el otro hubiera preguntado una tontería-. Son de sorteo… ¿Cómo quiere que vengan voluntarios a esta porquería?

– Bueno, pues de sorteo. ¿Todos?

– Todos menos ése, el pequeño… Ese idiota viene siempre por los cinco pesos.

– ¿Y a qué esperamos ahora? -preguntó un soldado-. ¿Vamos a estar así toda la mañana?

– Al Padre, esperamos al Padre -le contestó otro, bostezando lleno de sueño-. Nos vamos a quedar todos helados, si el cura se retrasa…

– Mire -dijo el sargento, señalando una mancha oscura que se acercaba presurosamente por la niebla-. Allí viene.

Загрузка...