DIECISIETE

En la oscuridad, Sabatina rozó el brazo de Antoine, y éste despertó.

– ¿Qué quieres? -preguntó.

– Me duele -dijo ella-. Me duele mucho.

Antoine miró por la ventana, bostezando. Podrían ser las cinco, las seis de la madrugada…

– ¿Dónde? -indagó.

– En la cadera.

– ¿En la cadera?

– Me pegaste hace tres noches, cuando viniste… ¿No lo recuerdas?

– Sí, ya lo recuerdo.

– Desde que lo hiciste -suspiró ella-, ni un solo día, ni un sólo minuto ha dejado de dolerme.

– Demonios, te debí de pegar muy fuerte -dijo Antoine-. Tendrás que ir pensando en que te vea un médico.

– ¿Qué médico, Antoine?

En la oscuridad, él se encogió de hombros. No era aquél un asunto que le interesara de una manera particular.

– Oh, cualquier médico -respondió-. Todos son buenos… Vete y dile que te vaya mirando eso.

Sabatina estuvo largo rato sin decir nada, con los ojos abiertos. Luego preguntó:

– Tú me acompañarás, ¿verdad?

– Verás, no… Te preguntará con qué te hiciste eso, y tú debes decirle la verdad. A los médicos no se les puede engañar. ¿Con qué fue? ¿Lo recuerdas?

– Con una madera. Con la pata de aquella silla que…

– Sí, sí, ya me acuerdo. Comprenderás que yo no puedo estar delante. Sería muy violento, para mí…

Sabatina asintió, con los ojos muy abiertos, como si fuera casi inaudito que no hubiera reparado en aquello.

– Es verdad… No me había dado cuenta. Iré sola.

– Sí, es mejor que vayas sola.

– Tengo que dormir apoyada en la otra cadera, para que no me haga daño…

– Sobre la cadera izquierda, ¿verdad? Sí, me había fijado.

Hubo un silencio. Antoine trató de bromear.

– Así que siempre me dabas la espalda, como si estuvieras enfadada conmigo, ¿verdad?

– Sí, sí -rió ella-. Pero yo no estaba enfadada contigo.

– No, ya lo sé.

– ¿Puedo ir mañana al médico?

– Sí, mañana. Cuando tú quieras…

– Tengo que llevar dinero -meditó ella, preocupada. Empezó a considerar la posibilidad de no ir al médico-. Ya nos queda poco otra vez.

– Vete al Hospital. Allí no te cobrarán, creo yo.

– Sí -dijo Sabatina, contenta-. Iré al Hospital. ¿Crees que allí habrá buenos médicos?

– Oh -dijo Antoine, medio dormido-. Los mejores, sin duda.

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