18. Los riesgos de Teela Brown

Era negra noche cuando por fin salieron del iris del Ojo de la tormenta. No se veía ni una estrella; sin embargo, algún pálido resplandor azulado del Arco lograba atravesar de vez en cuando la capa de nubes.

— He recapacitado — anunció Interlocutor —. Nessus, puedes reunirte al grupo si lo deseas.

— En seguida voy — dijo el titerote.

— Necesitamos los puntos de vista de tu especie. Has dado muestras de un agudo ingenio. Pero debes comprender que no tengo intención de olvidar el crimen que tu especie ha cometido contra la mía.

— No quisiera entrometerme en tu memoria, Interlocutor.

Luis Wu apenas prestó atención a este triunfo del sentido práctico sobre el honor, de la inteligencia sobre la xenofobia. Estaba escudriñando el punto donde el banco de nubes se unía con el horizonte-infinito, en busca de algún rastro de la estela de vapor de Teela. Pero se había desvanecido por completo.

Teela seguía inconsciente. Su imagen en el intercom se revolvió inquieta y Luis gritó:

— ¡Teela!

Pero no recibió respuesta.

— Nos habíamos equivocado en nuestras suposiciones respecto a Teela — dijo Nessus —. Pero no comprendo por qué. ¿Cómo se explica que nos estrellásemos, si su buena fortuna es tan intensa?

— ¡Lo mismo que te estaba diciendo yo, Luis!

— Sin embargo — prosiguió el titerote —, si su buena fortuna es escasa, ¿cómo explicar que lograse activar el motor de emergencia? A mi entender mi primera teoría era correcta. Teela Brown está dotada de una buena suerte psíquica.

— Entonces, ¿cómo te explicas que fuese seleccionada para esta expedición? ¿Cómo te explicas el accidente del «Embustero»? ¡Cómo!

— Basta ya — intervino Luis.

No le prestaron atención.

— Su suerte es claramente voluble — siguió diciendo Nessus. — Si la suerte la hubiera abandonado tan sólo una vez, estaría muerta.

— De haber estado muerta o haber sufrido algún accidente, yo no la habría seleccionado. Debemos considerar la posibilidad de una mera coincidencia — replicó Nessus —. No olvides, Interlocutor, que las leyes de la probabilidad no excluyen las coincidencias.

— Pero no explican la magia. No puedo creer en una selección basada en la buena fortuna.

— Tendrás que creerlo — dijo entonces Luis. Esta vez los dos le escucharon —. Debía haberío advertido mucho antes — continuó diciendo —. No tanto por la manera que tenía de escapar al desastre siempre por un pelo; más bien son pequeños detalles, detalles de su personalidad. Es una persona afortunada, Interlocutor. Puedes creerme.

— Luis, ¿cómo puedes creer tamaña insensatez?

— Nunca ha sufrido. Jamás en su vida.

— Lo he comprobado. Conoce perfectamente el placer e ignora por completo el dolor. ¿Recuerdas cuando fuiste atacado por los girasoles? Te preguntó si podías ver. «Estoy ciego», dijiste tú. Y ella insistió: «Sí, ¿pero puedes ver?» No podía creer tus palabras.

— Y también justo después del accidente. Intentó subir una pendiente de lava con los pies descalzos.

— No es demasiado inteligente, Luis.

— ¡Es inteligente, nej! ¡Lo que pasa es que nunca ha sufrido! Cuando se quemó los pies, bajó corriendo y saltó sobre una superficie mucho más resbaladiza que el hielo… ¡sin embargo, no se cayó!

— De todos modos, no es preciso entrar en detalles — continuó Luis —. Basta fijarse en su modo de andar. Es patosa. Siempre parece a punto de tropezar y caer. Pero no se cae. No se golpea los codos contra los objetos. No derrama las cosas ni las deja caer. Nunca lo ha hecho. Nunca tuvo que aprender a no hacerlo, ¿te das cuenta? Por eso sus movimientos son poco agraciados.

— Son detalles que los no-humanos difícilmente podríamos apreciar — dijo Interlocutor, aún dudoso —. Tengo que confiar en tu palabra, Luis. Pero… ¿cómo puedes creer en la suerte psíquica?

— Pues, creo. Tengo que creer.

— Si su buena fortuna fuese segura, jamás habría intentado caminar sobre lava fundida — dijo Nessus. Pero la suerte de Teela Brown sólo nos protege de un modo esporádico. Consolador, ¿no os parece? Los tres estaríais muertos a estas horas si las nubes no os hubieran protegido al sobrevolar el campo de girasoles.

— Es cierto — dijo Luis; pero entonces recordó que las nubes se habían separado el tiempo suficiente para chamuscar la piel de Interlocutor-de-Animales. Recordó las escaleras del Cielo que habían subido mecánicamente a Teela los nueve pisos, en tanto que Luis Wu había tenido que subirlas a pie. Se palpó el vendaje de la mano y recordó que Interlocutor se había quemado la suya hasta el hueso, mientras el aparato traductor de Teela Brown ardía en su estuche en el portaequipajes.

— Su suerte parece protegerla mejor a ella que a nosotros — declaró.

— ¿Y por qué no? Pero pareces molesto, Luis.

— Tal vez lo esté… — Seguramente sus amigos se habrían cansado de contarle sus cuitas muchos años atrás. Teela era incapaz de comprender ningún problema. Hablarle de dolor a Teela Brown sería como intentar describirle el color a un ciego.

¿Zozobra del corazón? Teela nunca había sufrido penas amorosas. El hombre deseado siempre acudía a ella y permanecía a su lado hasta que ella comenzaba a cansarse, entonces desaparecía voluntariamente.

Fuese esporádico o no, ese extraño poder de Teela la hacía un poco distinta de los seres humanos, tal vez. Era una mujer, sin duda, pero con una percepción y un talento distintos, y también con sus zonas impenetrables… Y Luis había estado enamorado de esa mujer. Todo resultaba muy extraño.

— Ella también me amaba — musitó Luis —. Es curioso. No soy su tipo. Y de no haberme amado…

— ¿Cómo dices? ¿Hablabas conmigo, Luis?

— No, Nessus, estaba hablando conmigo mismo… — ¿Era ése el verdadero motivo que la había impulsado a unirse a Luis Wu y su pintoresca compañía? El misterio era bastante complejo. Su buena fortuna había l evado a Teela Brown a enamorarse de un hombre poco idóneo para ella, lo cual la había impulsado a unirse a una expedición incómoda y desastrosa, hasta el punto de ponerla varias veces al borde de una muerte violenta.

En el intercom apareció la imagen de Teela levantando la cabeza. Tenía los ojos muy abiertos y el rostro inexpresivo… luego sorprendido… y de pronto inundado de verdadero terror. Los ojos, blancos y dilatados, miraban hacia abajo. El adorable rostro ovalado de Teela estaba desfigurado por la demencia.

— Tranquila — le dijo Luis —. Serénate. Tómalo con calma. Nada puede pasarte ya.

— Pero…

Ese chillido disonante era la voz de Teela.

— Ya hemos salido de allí. Lo hemos dejado muy atrás. Mira detrás tuyo. ¡Nej, que mires detrás tuyo!

Ella se volvió. Durante unos instantes, Luis sólo vio su suave melena negra. Cuando volvió a girarse, ya se la veía más calmada.

— Nessus — dijo Luis —, explícaselo.

— Llevas más de media hora avanzando a una velocidad de cuatro Mach — dijo el titerote —, Para que tu vehículo recupere la velocidad normal, debes pulsar la ranura bordeada de verde…

Aunque continuaba asustada, Teela obedeció.

— Ahora debes reunirte con nosotros. Mi indicador señala que has seguido una trayectoria curva. Estás situada a babor y giro de nosotros. Tu vehículo carece de indicador, conque tendré que ayudarte a desandar el camino. De momento, tuerce por completo hacia antigiro.

— ¿Dónde queda eso?

— Gira a la izquierda hasta que te encuentres directamente alineada con una de las bases del Arco.

— No veo el Arco. Tendré que elevarme por encima de las nubes. — Parecía casi completamente recuperada del susto.

¡Pero había pasado miedo, nej! Luis no recordaba haber visto nunca a nadie tan asustado. Y, desde luego, era la primera vez que veía a Teela en ese estado.

¿La había visto asustada alguna vez?

Luis miró por encima del hombro. El paisaje se veía oscuro bajo las nubes; sin embargo, el Ojo de la tormenta, que ya habían dejado muy atrás, relucía azul bajo el resplandor del Arco. Observaba su desaparición absolutamente concentrado, Y sin la menor señal de pesar.

Luis estaba completamente absorbido en sus propios pensamientos cuando una voz pronunció su nombre.

— ¿Sí? — respondió.

— ¿Estás enfadado?

— ¿Enfadado? — Lo pensó un momento. Razonó, fugazmente, que desde un punto de vista habitual, Teela había cometido una terrible estupidez al lanzar su aerocicleta en picado como lo hizo. Y buscó síntomas de enfado. No encontró nada.

Los criterios corrientes no servían para Teela Brown.

— Creo que no. ¿Qué viste ahí abajo?

— Podría haberme matado — dijo Teela cada vez más airada —. ¡No me mires de ese modo, Luis! ¡Podría haberme matado! ¡No te importa!

— ¿Y a ti?

Teela se sobresaltó como si hubiera recibido una bofetada.

— Había un agujero — gritó furiosa —. Y bruma en el fondo.

— ¿Era muy grande?

— ¿Cómo quieres que lo sepa? — Y su imagen se esfumó.

Tenía razón. ¿Cómo iba a apreciar la escala, bajo esa vacilante luz de neón?

«Arriesga su propia vida — pensó Luis — y luego me reprocha que no me enfade. ¿Un truco para l amar la atención? ¿Cuánto tiempo lo llevará practicando?»

Una mancha plateada se situó entre Luis y la manchita más pequeña que volaba a su lado, en la dirección de giro.

— Bienvenido — dijo Luis.

— Gracias — le respondió Nessus. Debía de haber empleado el motor de emergencia para conseguir darles alcance tan de prisa.

Dos cabezas triangulares, pequeñas y transparentes, observaban a Luis desde el panel de mandos.

— Ahora me siento a salvo. Cuando Teela se nos reúna, me sentiré aún más seguro.

— ¿Por qué?

— La suerte de Teela Brown nos protegerá, Luis.

— Yo no estaría tan seguro — le replicó Luis Wu.

Interlocutor les observaba en el intercom, sin decir palabra. Sólo Teela quedaba fuera del circuito.

— Tu arrogancia me molesta — dijo Luis Wu —. Intentar reproducir humanos afortunados es de una arrogancia diabólica. ¿Has oído hablar del Diablo?

— He leído sobre el Diablo, en libros.

— Tu estupidez es aún más grave que tu arrogancia. Das tranquilamente por sentado que lo que es bueno para Teela Brown es bueno para ti. ¿Por qué?

— Sin duda es lo más lógico. Si ambos estamos metidos en la misma nave, una ruptura del fuselaje nos perjudica a los dos.

— Tienes razón. Pero imagina que estáis sobrevolando un lugar que Teela desea visitar y donde tú no quieres aterrizar. Un fallo en los motores justo en ese momento, sería afortunado para Teela, pero no para ti.

— ¡Qué tontería, Luis! ¿Para qué iba a querer venir Teela al Mundo Anillo? ¡Desconocía incluso su existencia hasta que yo le hablé de él!

— Pero es afortunada. Si le convenía venir aquí, aún sin saberlo, acabaría viniendo a parar aquí. Entonces su suerte no habría sido esporádica, ¿verdad, Nessus? Habría sido efectiva todo el tiempo. Habría tenido la suerte de ser localizada por ti. Y la suerte de que no encontraras a ninguna otra persona que reuniera los requisitos necesarios. Todos esos fallos en las comunicaciones telefónicas, ¿recuerdas?

— Pero…

También habría tenido la suerte de que nos estrellásemos. ¿Recuerdas que tú e Interlocutor tuvisteis una discusión sobre quién dirigía esta expedición? Pues, ahora lo sabes.

— Pero, ¿por qué?

— ¿Te incomoda esa pregunta, Luis? A mí, sí. ¿Qué interés podía tener para Teela Brown el Mundo Anillo? Es un lugar… inseguro. Extrañas tormentas y maquinaria mal programada y campos de girasoles y nativos de reacciones imprevisibles, todo amenaza nuestras vidas.

— Así es — constató Luis —. Y ahí está parte del secreto. Para Teela Brown no existe el peligro, ¿te das cuenta? En cualquier juicio sobre el Mundo Anillo debe tenerse en cuenta este detalle.

El titerote abrió y cerró varias veces la boca en rápida sucesión.

— Complica un poco las cosas, ¿verdad? — le espetó Luis. Resolver problemas constituía un placer en sí mismo para Luis Wu —. Pero también explica parte de lo ocurrido. Suponiendo…

El titerote soltó un chillido.

Luis se quedó anonadado. No esperaba aquella reacción del titerote. Éste gimoteo y luego escondió las cabezas bajo su cuerpo. Luis sólo veía la crin desordenada que le cubría la caja craneana.

Teela había conectado el intercom.

— Habéis estado hablando de mí — dijo sin la menor emoción en la voz. Era incapaz de sentir rencor, observó Luis. ¿Significaría eso que la capacidad de sentir rencor constituía un factor de supervivencia? —. He intentado seguir tu razonamiento, pero no he podido. ¿Qué le ha pasado a Nessus?

— He hablado demasiado. Está asustado. Y ahora ¿cómo vamos a encontrarte?

— ¿No puedes averiguar dónde estoy?

— Nessus es el único que posee un localizador. Seguramente por el mismo motivo que le llevó a que ignoráramos el funcionamiento del motor de emergencia.

— Me lo he estado preguntando — dijo Teela.

— Quería estar seguro de poder huir de un kzin enfurecido. Olvídalo. ¿Qué llegaste a entender?

— Poca cosa. No hacíais más que preguntamos mis razones para querer venir aquí. Pero yo no quería venir, Luis. Vine porque tú venías, porque te quiero.

Luis asintió. Era lógico que si Teela tenía que viajar al Mundo Anillo, también tuviera un buen motivo para embarcarse con Luis Wu. Algo más bien poco halagador.

Ella le amaba porque su propia fortuna lo exigía. ¡Y él que había creído ser objeto de un amor desinteresado!

— Estoy sobrevolando una ciudad — dijo de pronto Teela —. Veo unas cuantas luces. No muchas. Deben haber tenido una importante fuente de energía imperecedera. Tal vez Interlocutor pueda localizarla en su mapa.

— Vale la pena echarle un vistazo.

— Como te lo he dicho, hay luces. Tal vez…

El sonido se cortó sin un chasquido, sin ninguna señal de advertencia.

Luis estudió el espacio vacío en su panel. Luego gritó:

— Nessus.

No recibió respuesta.

Luis puso en marcha la sirena.

Nessus salió de su letargo como una familia de culebras en un zoo en llamas. En otras circunstancias, hubiera podido resultar gracioso: dos cuellos que intentaban desenrollarse a toda prisa para luego apostarse como dos signos de interrogación sobre la pantalla; por fin Nessus bramó:

— ¡Luis!, ¿qué pasa? Interlocutor había respondido a la llamada en el acto. Sentado en lo que parecía posición de alerta, esperaba instrucciones y alguna aclaración.

— Algo le ha ocurrido a Teela.

— Estupendo — dijo Nessus. Y las cabezas desaparecieron otra vez.

Con gesto torvo, Luis desconectó la sirena, aguardó un momento y volvió a hacerla sonar. Nessus tuvo la misma reacción que antes. Pero esta vez Luis habló primero.

— Si no logramos averiguar lo que le ha ocurrido a Teela, te mataré — le amenazó.

— No olvides que tengo el tasp — dijo Nessus —. Está diseñado de forma que resulte igualmente eficaz contra un kzin como contra un humano. Ya pudiste comprobar el efecto que tuvo sobre Interlocutor.

— ¿Crees que eso impedirá que te mate?

— Sí, Luis, creo que sí.

— ¿Te apuestas algo? — dijo cautelosamente Luis.

El titerote se quedó pensativo. Luego dijo:

— Rescatar a Teela nunca será tan arriesgado como aceptar esa apuesta. Había olvidado que es tu compañera. — Miró hacia abajo —. Mi localizador ha perdido su rastro. No tengo forma de saber dónde está.

— ¿Significa eso que su vehículo ha sufrido algún desperfecto?

— Sí, y de bastante importancia. El emisor estaba situado junto a una de las unidades propulsoras de la aerocicleta. Tal vez haya sido víctima de otra máquina aún en funcionamiento, similar a la que quemó nuestros discos de comunicación.

— Pero sabes dónde estaba cuando se cortó la comunicación.

— Diez grados a giro de babor. Ignoro la distancia, pero podemos calcularla en base a las tolerancias de velocidad de su aerocicleta.

Volaron en esa dirección, una línea inclinada sobre el mapa que había copiado Interlocutor. Cuando pasaron dos horas y seguían sin ver luces, Luis comenzó a preguntarse si se habrían perdido.

— La línea transversal trazada sobre el mapa de Interlocutor iba a morir en un puerto de mar, a cincuenta y seis mil kilómetros del huracán que en realidad era el Ojo de la tormenta. El puerto estaba situado junto a una bahía del tamaño del océano Atlántico. Teela no podía haber ido mucho más lejos. El puerto sería su última oportunidad…

De pronto, tras la cresta de una colina en lo que parecía sólo una pendiente continua, descubrieron unas luces.

— Detente — susurró Luis en tono amenazador, sin saber muy bien por qué hablaba en voz baja. Pero Interlocutor ya había detenido a la flotilla en el aire.

Se quedaron ahí suspendidos, observando el terreno y las luces.

El terreno correspondía a una ciudad. Por todas partes sólo se veía ciudad. Ahí abajo, cual sombras bajo la luz azulada del Arco, se divisaban unas casas que recordaban colmenas, con ventanas redondeadas y separadas por aceras curvas demasiado estrechas para poder considerarlas verdaderas calles. En la distancia se veían más construcciones iguales y luego, aún más lejos, edificios más altos, hasta que todo el conjunto estaba dominado por rascacielos y edificios flotantes.

— Poseían técnicas de construcción distintas — susurró Luis — La arquitectura… no es como la de Zignamuclikclik. Son estilos distintos…

— Rascacielos — dijo Interlocutor —. Con todo el espacio que hay en el Mundo Anillo, ¿por qué construir tan alto?

— Para demostrar que podían hacerlo. No, sería una tontería — dijo Luis —. No tenían que demostrar nada, después de construir una obra como el propio Mundo Anillo.

— Tal vez los edificios más altos correspondan a una época posterior, ya durante la decadencia de la civilización.

Las luces correspondían a relucientes columnas de ventanas, torres aisladas iluminadas desde la cima hasta la base. Estaban todas agrupadas en lo que Luis ya consideraba el Centro Cívico pues los seis edificios flotantes estaban situados allí.

Y un último detalle: hacia giro del Centro Cívico se divisaba una pequeña zona suburbana que desprendía un pálido resplandor blanco-anaranjado.


Los tres estaban sentados formando un triángulo en torno al mapa de Interlocutor, en el segundo piso de una de las casas-colmena.

Interlocutor había insistido en hacerles entrar también las aerocicletas. «Medida de seguridad». Se iluminaban con la luz procedente del faro del vehículo de Interlocutor, reflejada y atenuada por una pared curva. Una mesa, curiosamente labrada para formar platos y depresiones donde acomodar los vasos se había hundido desintegrándose al ser rozada por Luis. El suelo estaba cubierto por una capa de varios centímetros de polvo. La pintura de la pared curva se había desconchado y había ido depositándose en un blando reborde azul cielo en torno al piso de madera.

Luis parecía sentir el peso de toda la vetustez de la ciudad sobre sus espaldas.

— Cuando se realizaron las películas que encontramos en la sala de cartografía, ésta era una de las ciudades más importantes del Mundo Anillo — aclaró Interlocutor. Su uña en forma de media luna fue recorriendo el mapa —. La ciudad primitiva era una ciudad completamente planificada, un semicírculo con el costado plano franqueando el mar. La torre llamada Cielo debió de ser construida mucho más tarde, cuando la ciudad ya había comenzado a extenderse a lo largo de la costa.

— Es una lástima que no sacaras un mapa de la ciudad — dijo Luis. En efecto, el mapa de Interlocutor no mostraba más que un semicírculo sombreado.

Interlocutor cogió el mapa y lo enrolló.

— Una metrópolis abandonada de estas dimensiones debe de guardar muchos secretos. Tenemos que movernos con cautela. Un posible renacimiento de la civilización en esta tierra, es decir, en esta estructura, se producirá donde existan rastros de la tecnología desaparecida.

— ¿Y cómo encontrar los metales desaparecidos? — objetó Nessus —. Una civilización desaparecida no podría volver a renacer en el Mundo Anillo. No hay metales en el subsuelo, ni combustibles fosilizados. Las herramientas estarían limitadas a las posibilidades de la madera y los huesos.

— Hemos visto luces.

— No parecían seguir ningún orden… Deben de ser generadas por fuentes de energía autónomas que han ido fal ando una tras otra. Pero podrías tener razón — continuó Nessus —. Si en este lugar se ha reanudado la fabricación de herramientas, tendremos que establecer contacto con los fabricantes de herramientas. Pero nosotros impondremos las condiciones.

— Tal vez ya nos hayan localizado a través de las emisiones de nuestro sistema de intercomunicación.

— No, Interlocutor. El intercom funciona con un circuito cerrado.

Luis sólo les escuchaba a medias, mientras pensaba: «Puede estar herida. Puede estar tendida en cualquier parte, incapaz de moverse, esperando que acudamos en su ayuda».

Pero, por algún motivo, no lograba creérselo.

Más bien tenía la impresión de que Teela había sido víctima de alguna antigua máquina del Mundo Anillo: tal vez una complicada arma automática, suponiendo que los anillícolas poseyeran algo parecido. Cabía la posibilidad de que sólo se hubiesen desprendido el intercom y el emisor-localizador y que los sistemas propulsores hubieran quedado intactos. Pero parecía poco probable.

Entonces, ¿cómo explicarse que no sintiera ninguna ansiedad? Ahí estaba Luis Wu, más tranquilo que una computadora mientras su mujer se enfrentaba con algún peligro todavía desconocido.

Su mujer…, sí, pero también algo más, y algo un poco distinto.

¡Qué estupidez la de Nessus al creer que un ser humano especialmente reproducido por su buena fortuna pensaría igual que los demás humanos que conocía! ¿Razonaría un titerote afortunado igual que el titerote cuerdo Chiron, por ejemplo?

Era posible que el miedo fuera una característica genética en los titerotes.

Pero los humanos tenían que aprender a tener miedo.

— Debemos aceptar la hipótesis de que la buena suerte esporádica de Teela sufrió un fallo momentáneo — decía en esos momentos Nessus —. Partiendo de esa base, Teela no puede estar herida.

— ¿Qué? — Luis tuvo un sobresalto. El titerote parecía haber cerrado el circuito de su propio razonamiento.

— Un fallo en su aerocicleta probablemente la habría matado. Si no murió en el acto, entonces su buena suerte debe haberla salvado en cuanto comenzó a actuar de nuevo.

— Pero es absurdo. ¡No puedes esperar que una fuerza psíquica siga semejantes normas!

— Desde el punto de vista lógico, el razonamiento es impecable, Luis. A lo que iba es a constatar que Teela no necesita urgentemente nuestra ayuda. Si está viva, puede aguardar. Podemos esperar a que amanezca para explorar el terreno.

— ¿Y entonces qué? ¿Cómo nos las arreglaremos para encontrarla?

— Si su suerte no ha fallado, estará en buenas manos. Buscaremos esas manos. Mañana averiguaremos si esas manos existen o no, y en caso negativo tendremos que confiar en que nos haga alguna señal. Podría hacerlo de varias formas.

— Pero todas suponen el uso de luz — le interrumpió Interlocutor.

— ¿Y qué hay con eso?

— Lo he estado pensando. Es posible que sus faros aún funcionen. En cuyo caso, los habrá dejado encendidos. Tú aseguras que es inteligente, Luis.

— Lo es.

— Y la seguridad le es absolutamente indiferente. No le importaría qué pudiera encontrarla, con tal de que nosotros pudiéramos encontrarla. Si sus faros no funcionan, puede emplear su linterna de rayos laser para hacer señales a cualquier objeto móvil… o para encender una hoguera.

— Lo que estás insinuando es que no podremos encontrarla de día. Y tienes razón — reconoció Luis.

— Primero debemos explorar la ciudad a la luz del día — dijo Nessus —. Si encontramos pobladores, tanto mejor. Si está deshabitada, mañana por la noche buscaremos a Teela.

— ¿Serías capaz de dejarla ahí tirada casi treinta horas? Eres un ser despiadado… ¡Nej, esa mancha luminosa que vimos podría ser ella! ¡Tal vez no eran faroles, sino edificios en llamas!

— Tienes razón. Debemos salir a investigar — dijo Interlocutor, ya levantado.

— Yo soy el Ser último de esta expedición. Y considero que el valor de Teela no compensa el riesgo de un vuelo nocturno sobre una ciudad desconocida.

Interlocutor-de-Animales ya había montado en su aerocicleta.

— Nos hallamos en un territorio potencialmente hostil. Conque yo tomo el mando. Saldremos en busca de Teela Brown.

El kzin hizo salir su aerocicleta por una gran ventana ovalada. Al otro lado de la ventana se extendían los fragmentos de un porche y luego los suburbios de una ciudad ignota.

Los otros vehículos estaban en la planta baja. Luis bajó las escaleras rápidamente pero con cuidado, pues parte de los escalones se habían hundido y el mecanismo de la escalera automática llevaba ya largo tiempo enmohecido.

Nessus le miró por encima de la barandilla.

— Yo me quedo, Luis. Y consideraré esto como un acto de amotinamiento.

Luis no le respondió. Su aerocicleta se elevó, salió por la puerta ovalada, ya apuntando hacia arriba, y se adentró en la oscuridad.

Hacía una noche fresca. La luz del Arco llenaba la ciudad de sombras azul marino. Luis localizó el resplandor de la aerocicleta de Interlocutor y la siguió hacia la zona luminosa de los suburbios hacia giro de las brillantes luces del Centro Cívico.

Todo era zona urbana, cientos de kilómetros cuadrados de ciudad. Ni siquiera había parques. Con todo el espacio disponible en el Mundo Anillo, ¿por qué unas construcciones tan densas? Incluso en la Tierra, los hombres apreciaban la posibilidad de un cierto espacio donde moverse.

— Volaremos bajo — dijo Interlocutor vía intercom —. Si las luces resultan ser simples faroles, regresaremos junto a Nessus. No podemos descartar la posibilidad de que Teela haya sido aniquilada.

— De acuerdo — respondió Luis. Pero, mientras tanto, pensaba: «Quién lo diría, un kzin preocupado por cuestiones de seguridad ante un enemigo meramente hipotético». Hasta un kzin, saludablemente intrépido, resultaba cauto como un titerote en comparación con Teela Brown. «¿Dónde estará ella ahora? ¿Se encontrará bien?, ¿se hallará herida?, ¿estará muerta?»

Habían buscado anillícolas civilizados desde antes del desastre del «Embustero». ¿Los habrían encontrado por fin? Esa posibilidad era seguramente lo que había impedido que Nessus abandonara por completo a Teela. La amenaza de Luis no iba más allá de simples palabras, como sabía perfectamente el titerote.

Si los anillícolas civilizados se les presentaban como enemigos, en fin, tampoco sería tan sorprendente…

Su aerocicleta se desvió levemente hacia la izquierda. Luis rectificó el rumbo.

— Luis. — Interlocutor-de-Animales parecía estar debatiéndose contra algo —. Parece que hay una interferencia… — Luego, de un modo imperioso, con el tono de mando tan bien ensayado —: Luis. Da media vuelta. En seguida.

La voz de mando del kzin pareció l egar directamente al cerebelo de Luis. Giró en el acto.

Pero su aerocicleta continuó volando recto.

Luis se apoyó sobre el manillar con todo su peso. Todo fue inútil. La aerocicleta continuaba avanzando hacia las luces del Centro Cívico.

— ¡Estamos atrapados! — gritó Luis; y en el acto fue presa del terror. ¡Eran marionetas! El enorme, desconocido y racional Maestro Titiritero les hacía mover los brazos y las piernas y les llevaba de un lado a otro según los dictados de un guión desconocido. Y Luis sabía quién era el Maestro Titiritero.


Era la suerte de Teela Brown.

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