8. El Mundo Anillo

Los mundos de los titerotes avanzaban por el norte galáctico a una velocidad muy próxima a la de la luz. Interlocutor había girado en el hiperespacio hasta situarse al sur galáctico del sol G2. En consecuencia, cuando el «Embustero» salió de la Zona Tenebrosa se encontró navegando directamente hacia el sistema del Mundo Anillo, a gran velocidad.

La estrella G2 era un refulgente punto blanco. En sus viajes de regreso de otras estrellas, Luis había visto brillar a Sol de forma muy parecida desde el borde del sistema solar. Pero esta estrella lucía un halo apenas visible. Luis nunca olvidaría esa primera visión del Mundo Anillo. Desde el borde del sistema, el Mundo Anillo era un objeto perceptible a simple vista.

Interlocutor puso los grandes motores de fusión a toda marcha. Proyectó los discos impulsores achatados fuera del plano del ala y alineó sus ejes con la popa de la nave, añadiendo así su fuerza impulsora a la de los cohetes. El «Embustero» entró marcha atrás en el sistema, con el resplandor de dos soles gemelos, y empezó a desacelerar a doscientas gravedades.

Teela no lo sabía, pues Luis no se lo había explicado. No quería preocuparle. Si la gravedad de la cabina se interrumpiese sólo un instante, todos quedarían aplastados como escarabajos bajo el tacón de una bota.

Pero la gravedad de la cabina funcionaba con discreta perfección. En todo el sistema de supervivencia no se sentía más que una ligera atracción del mundo de los titerotes, y el monótono y apagado ronroneo de los motores de fusión. Éste se filtraba hasta ellos a través de la única abertura existente, un conducto no más grueso que el muslo de un hombre, y, una vez dentro, resonaba por toda la nave.

Incluso a hipervelocidades, Interlocutor prefería desplazarse en una nave transparente. Le gustaba gozar de amplia visibilidad y la Zona Tenebrosa no parecía preocuparle. Conque seguían encerrados en un espacio transparente, a excepción de las cabinas privadas, y no era fácil habituarse a semejante escenario.

La sala de estar y la cabina de control, cuyas paredes, suelo y techo se fundían en una curva continua, no sólo resultaban transparentes sino también invisibles. En el aparente vacío destacaban algunos bloques sólidos: Interlocutor en el diván del piloto, el banco en forma de herradura l eno de botones verdes y anaranjados que le rodeaba, los marcos de neón de las puertas, el grupo de divanes en torno a la mesita, el bloque de cabinas opacas en la popa; y, naturalmente, el triángulo plano del ala. A lo lejos y alrededor de estas formas lucían las estrellas. El universo parecía muy próximo y estático; en efecto, la estrella con el anillo quedaba directamente a popa, tapada por los camarotes, y no podían verla crecer.

El aire olía a ozono y a titerotes.

Nessus, contra todas las expectativas, no se había puesto a temblar aterrorizado cuando sus oídos zumbaron bajo el efecto de las doscientas gravedades, sino que permanecía tranquilamente sentado con los demás en torno a la mesita del salón. Si algo le inquietaba, lo ocultaba muy bien.

— No tendrán hiperondas — les estaba diciendo —. Las matemáticas del sistema permiten pronosticarlo sin error posible. La hiperonda es una generalización de las matemáticas de la hipervelocidad y es imposible que conozcan la hipervelocidad. — Sin embargo, podrían haber descubierto las hiperondas por casualidad.

— No, Teela. Podemos probar las bandas de hiperondas, puesto que no nos queda otra posibilidad hasta haber desacelerado, pero…

— ¡Nej! ¡Esperar, siempre esperar! — Teela se levantó bruscamente y abandonó el salón a paso rápido.

Luis se encogió dé hombros cuando el titerote le miró desconcertado.

Teela estaba de un humor de perros. Toda esa semana de viaje a hipervelocidad la había aburrido mortalmente, y la perspectiva de otro día y medio de inactividad, hasta que la nave hubiera desacelerado, casi la hizo subirse por las paredes. ¿Pero qué podía hacer Luis? ¿No esperaría que él cambiara las leyes de la física?

— Habrá que tener paciencia — ratificó Interlocutor. Hablaba desde la cabina de mandos y tal vez no hubiera captado la inflexión en las últimas palabras de Teela —. Ninguna señal en las bandas de hiperondas. Puedo aseguramos que los ingenieros del Mundo Anillo no están intentando comunicarse con nosotros a través de ninguna forma conocida de hiperonda. El tema de las comunicaciones ocupaba casi todas sus conversaciones. Mientras no consiguieran ponerse en contacto con los ingenieros del Mundo Anillo, su presencia en ese sistema habitado tendría todas las trazas de un acto de piratería. Hasta entonces no habían tenido indicios de que alguien les hubiera detectado.

— He dejado los receptores conectados — dijo Interlocutor —. Si tratan de comunicarse por frecuencias electromagnéticas, en seguida lo sabremos.

— Pero no lo sabremos si intentan lo más lógico — replicó Luis.

— Tienes razón. Muchas especies han empleado la banda de hidrógeno frío en busca de mentes distintas situadas en la órbita de otras estrellas.

— Como los kdatlyno, que así pudieron descubrirnos.

— Y luego nosotros conseguimos esclavizarles.

La radio interestelar zumbaba con el sonido de las estrellas. En cambio la banda de veintiún centímetros permanecía convenientemente silenciosa, barrida de toda interferencia por infinitos años luz cúbicos de hidrógeno interestelar frío. Era la banda más idónea para cualquier especie interesada en establecer contacto con una raza extraña. Por desgracia, el hidrógeno caliente como una nova que desprendía el «Embustero» tenía inutilizada esa banda.

— No olvides — dijo Nessus — que nuestra órbita de caída libre no debe cruzarse con el anillo en sí.

— Me lo has dicho más de mil veces, Nessus. Tengo una memoria excelente.

— Debemos procurar que los habitantes del Mundo Anillo no nos consideren una amenaza. Confío que no lo olvidarás.

— Eres un titerote. No confías en nada — dijo Interlocutor.

— Calma, calma — dijo Luis con voz cansada. En esos momentos no estaba para quisquillas. Se retiró a dormir en su camarote.

Fueron pasando las horas. El «Embustero» iba cayendo cada vez más lentamente hacia la estrella con el anillo, precedido por chorros paralelos de luz y calor de nova.

Interlocutor no descubrió el menor indicio de que alguna luz coherente estuviera incidiendo sobre la nave. O bien los anillícolas no habían percibido aún el «Embustero», o no poseían lasers de comunicación.

Durante la semana transcurrida en el hiperespacio, Interlocutor había pasado muchas horas muertas en compañía de los humanos. Luis y Teela se encontraban a gusto en el camarote del kzin: les resultaba agradable la gravedad ligeramente más elevada y los grabados que representaban una selva de un color naranja-amarillento y antiguas fortalezas construidas por otra especie, así como los penetrantes y siempre cambiantes olores de un mundo extraño. Su propio camarote estaba decorado sin ninguna fantasía, con paisajes de ciudades y mares cultivados semicubiertos de algas genéticamente manipuladas. Al kzin le gustaba ese camarote más que a ellos.

Incluso habían intentado comer una vez en el camarote del kzin. Pero éste devoraba como un lobo hambriento y se quejó de que la comida humana olía a basura quemada, y en eso quedó el experimento.

En esos momentos, Teela e Interlocutor estaban charlando en voz baja en un extremo de la mesa del salón. Luis escuchaba el silencio y el distante estrépito de los motores de fusión. Ya estaba acostumbrado a que su vida dependiera del buen funcionamiento del sistema de gravedad de una cabina. Su propio yate espacial alcanzaba las treinta gravedades. Pero su yate empleaba reactores inertes que no hacían ruido.

— Nessus — dijo en medio del crepitar de soles encendidos.

— Dime, Luis.

— ¿Sabes algo que nosotros ignoremos sobre la Zona Tenebrosa?

— No entiendo tu pregunta.

— El hiperespacio te aterra. En cambio no te asusta esta caída a través del espacio montado sobre una columna de fuego. Tu especie construyó el «Tiro Largo»; deben de saber algo que nosotros ignoramos sobre el hiperespacio.

— Tal vez. Es posible que hayamos averiguado algo.

— ¿Qué? A menos que sea uno de vuestros preciados secretos.

Interlocutor y Teela también estaban escuchando. Las orejas del kzin, que normalmente guardaba dobladas bajo unos pliegues de su pelambre, estaban extendidas cual traslucidos parasoles color rosa.

— Sabemos que no hay ninguna parte inmortal en nosotros — explicó Nessus —. No entraré en el caso de tu raza. No es de mi incumbencia. Mi especie no posee ninguna parte inmortal. Nuestros científicos lo han demostrado. Tememos a la muerte, pues la sabemos definitiva.

— ¿Y bien…?

— Las naves desaparecen en la Zona Tenebrosa. Ningún titerote se aproximaría a una singularidad a hipervelocidades; pese a ello, continuaban registrándose desapariciones, hablo de cuando nuestras naves aún iban pilotadas. Tengo confianza en los ingenieros que construyeron el «Embustero». Por tanto, confío en la gravedad de la cabina. No fallará. Pero los ingenieros también temen la Zona Tenebrosa.

Y otra noche transcurrió en la nave; Luis durmió poco y mal y tuvo espectaculares sueños. Y luego pasó también un día, y a Luis y Teela empezó a hacérseles insoportable su mutua compañía. La chica no tenía miedo. Luis comenzaba a sospechar que jamás la vería asustada. Sólo sentía un mortal aburrimiento…

Ese atardecer la estrella con el anillo comenzó a asomar detrás del bloque macizo de los camarotes individuales y al cabo de media hora pudieron verla en su totalidad. Era blanca y pequeña, de un brillo ligeramente menos intenso que el de Sol y la rodeaba una finísima línea de un tenue azul eléctrico.


Todos se agolparon detrás de Interlocutor cuando comenzó a activar la pantalla panorámica. Logró centrar la línea azul eléctrico de la superficie interior del Mundo Anillo, apretó el botón amplificador…

Prácticamente en el acto tuvieron la respuesta a uno de sus interrogantes.

— Hay algo en el borde — constató Luis.

— Centra el visor en el borde — ordenó Nessus.

El borde del anillo se amplió ante sus ojos. Era un muro, que se alzaba hacia dentro, en dirección a la estrella. Podían ver su negra pared exterior recortada contra el paisaje azul, iluminado por el sol. Un bajo muro exterior; en fin, bajo en comparación con las dimensiones del anillo en sí.

— Si el anillo tiene millones de kilómetros de ancho — calculó Luis —, el muro circundante debe de tener al menos unos mil kilómetros de altura. En fin, algo hemos averiguado. Eso es lo que impide que se disperse la atmósfera.

— ¿Lo crees posible?

— En principio, sí. El movimiento rotatorio del anillo genera aproximadamente una gravedad. Es posible que tras varios milenios se haya perdido un poco de aire, pero no les sería difícil reemplazarlo. No hubieran podido construir el anillo de no contar con un sistema económico de transmutaciones, es decir, unos cuantos centavos de estrella por kilotón, y por lo menos una docena de requisitos más, todos igualmente imposibles.

— Me pregunto qué aspecto tendrá visto desde dentro.

Interlocutor captó la sugerencia, movió el botón de control y la imagen se desplazó. Aún no disponían de una ampliación suficiente para poder apreciar los detalles. Franjas azul brillante y de un blanco aún más intenso surcaban la pantalla, y entre ellas se dibujaba el difuso contorno rectilíneo de una sombra azul marino…

El borde más alejado apareció ante sus ojos. La pared parecía inclinarse hacia fuera.

Nessus, de pie en el marco de la puerta con las cabezas muy extendidas para mirar por encima del hombro de Interlocutor, ordenó:

— Amplíalo tanto como puedas.

La imagen se expandió.

— Montañas — dijo Teela —. Montañas de miles de kilómetros de altura.

En efecto, el muro circundante era irregular, su configuración hacía pensar en rocas erosionadas, del mismo color que la Luna.

— Ya no puedo ampliar más la imagen. Tendremos que aproximarnos más si queremos obtener mayores detalles.

— Será mejor intentar establecer contacto con ellos primero — dijo el titerote —. ¿Nos hemos detenido ya?

Interlocutor consultó el cerebro de la nave.

— Nos estamos aproximando a la primaria a unos cincuenta kilómetros por segundo. ¿Te parece una velocidad suficientemente reducida?

— Sí. Iniciemos las transmisiones.

El «Embustero» no había recibido ningún rayo laser.

La radiación electromagnética ya resultaba más difícil de comprobar. Era preciso investigar las ondas de radio, los rayos infrarrojos, ultravioleta, los rayos-X, todo el espectro, desde el calor moderado desprendido por el lado oscuro del Mundo Anillo hasta cuantos lumínicos tan cargados de energía que podían llegar a escindirse en pares de materia-antimateria. No detectaron nada en la banda de veintiún centímetros; y otro tanto ocurría con sus múltiples y divisores simples, que alguien podría haber decidido utilizar por la simple razón de que la banda de absorción de hidrógeno resultaba tan evidente. Excluidas éstas, a Interlocutor no le quedaba más remedio que ir tentando suerte con sus receptores.


Las grandes vainas que contenían el equipo de comunicaciones del «Embustero» se habían abierto. La nave comenzó a radiar mensajes en la frecuencia de absorción de hidrógeno y otras más, al mismo tiempo que barría porciones sucesivas de la superficie interior del anillo con rayos laser en diez frecuencias distintas, y emitía señales Morse en intermundo a base de explosiones alternativas de los motores de fusión.

— Dándole tiempo, nuestro piloto automático es capaz de traducir cualquier posible mensaje — explicó Nessus —. Debemos partir de la base de que en el Mundo Anillo poseen computadoras al menos igualmente capacitadas.

— ¿Saben traducir el silencio absoluto tus computadoras leucotomizadas? — ironizó Interlocutor.

— Tú concéntrate en las emisiones sobre el borde del anillo. Si poseen espaciopuertos, éstos tendrán que estar situados sobre el borde exterior. Sería terriblemente peligroso intentar el aterrizaje de una nave espacial en cualquier otro lugar.

Interlocutor-de-Animales gruñó un horrible insulto en la Lengua del Héroe. Ello acabó con toda posibilidad de conversación; sin embargo, Nessus permaneció en el mismo lugar que ya venía ocupando desde hacía cuatro horas, con las cabezas extendidas y mirándolo todo por encima de los hombros del kzin.

Allá afuera les esperaba el Mundo Anillo, una cinta azul cuadriculada, suspendida en el cielo.

— Antes empezaste a hablarme de las esferas de Dyson — dijo Teela.

— Y tú me mandaste a freír espárragos.

Luis había encontrado una descripción de las esferas de Dyson en la biblioteca de la nave. Muy entusiasmado con la idea, había cometido el error de interrumpir el juego de solitario de Teela para comunicarle su hallazgo.

— Cuéntamelo ahora — le dijo ella con voz melosa.

— Vete a freír espárragos.

Teela no se movió.

— De acuerdo, tú ganas — accedió Luis. Llevaba una hora mirando pensativo hacia el anillo. Se sentía tan aburrido como ella —. Intentaba explicarte que el Mundo Anillo es un compromiso, un compromiso técnico entre una esfera de Dyson y un planeta normal. Dyson fue uno de los antiguos filósofos naturales; sus teorías son anteriores al descubrimiento del cinturón de asteroides, casi preatómicas. Declaró que cada civilización viene limitada por la cantidad de energía a su alcance. La única forma de que la raza humana pueda aprovechar toda la energía disponible, dijo, es construir un caparazón esférico en torno al sol y captar todos los rayos solares. Y si te lo tomas en serio, comprenderás la idea. La Tierra sólo capta aproximadamente una billonésima parte de la producción energética del sol. Si pudiésemos aprovechar toda esa energía… Bueno, en aquella época no era una locura. Ni siquiera se había establecido la base teórica necesaria para viajar a velocidades hiperlumínicas. Nosotros no inventamos la hipertracción, como debes saber. Tampoco podríamos haberla descubierto de un modo fortuito, porque jamás se nos hubiera ocurrido realizar nuestros experimentos fuera de la singularidad. ¿Qué hubiera pasado en el caso de que una nave de los Forasteros no hubiese l egado a cruzarse por casualidad con un aparato de retropropulsión dirigido por medio de robot de las Naciones Unidas? ¿Y si los hombres no hubiesen acatado las Leyes de Control de la Fertilidad? ¿Cuánto tiempo hubiéramos podido aguantar sólo a base de energía de fusión con un trillón de seres humanos amontonados unos sobre otros y nada más rápido que las naves de alimentación exterior para nuestros desplazamientos? En menos de un siglo hubiéramos consumido todo el hidrógeno de los océanos terrestres. Pero una esfera de Dyson tiene otras aplicaciones además de servir para captar la energía solar. Supongamos una esfera de una unidad astronómica de radio. Puesto que en cualquier caso es preciso despejar todo el sistema solar, pueden emplearse todos los planetas solares en su construcción. Así puede obtenerse una esfera de… acero cromado, pongamos por caso, de unos cuantos metros de espesor. Entonces se acoplan generadores de gravedad a todo el caparazón. Ello permite contar con un área superficial un billón de veces superior a la superficie de la Tierra. Un trillón de personas podrían caminar toda su vida sin cruzarse nunca unas con otras.

Por fin Teela logró intercalar una frase completa:

— ¿Los generadores de gravedad sirven para que todo se mantenga pegado a la superficie?

— Sí, contra la cara interior. Se recubre esta cara con tierra…

— ¿Y si se estropea un generador de gravedad?

— Pues… un billón de personas caerían hacia el sol. Y todo el aire seguiría el mismo camino. Se formaría un tornado lo suficientemente poderoso como para arrastrar toda la Tierra. Imposible pensar en hacer intervenir un equipo de reparaciones, no con semejante torbellino…

— No me gusta la idea — dijo Teela en un tono que parecía dejar zanjado el asunto.

— No te precipites. Siempre cabe la posibilidad de llegar a construir generadores de gravedad a todo riesgo.

— No es por eso. No se verían las estrellas.

A Luis no se le había ocurrido pensar en ese detalle.

— Es lo de menos. Lo importante de las esferas de Dyson es que cualquier raza racional e industriosa acabará necesitando una. Las civilizaciones tecnológicas tienden a aumentar su consumo de energía con el tiempo. El anillo representa un compromiso entre un planeta normal y una esfera de Dyson. Con el anillo sólo se obtiene una fracción del espacio que podría conseguirse con la esfera y sólo se capta una fracción de la luz solar disponible; pero pueden verse las estrellas y no es preciso preocuparse por los generadores de gravedad.

Desde la sala de mandos les llegó un complicado gruñido de Interlocutor-de-Animales, un potente sonido suficiente para contaminar todo el aire de la cabina. Teela soltó una risita.

— Si los titerotes han seguido un razonamiento parecido al de Dyson — continuó Luis —, todo debe de llevarles a suponer que encontrarán las Nubes de Magallanes llenas de Mundos Anillo.

— Y por eso nos han contratado.

— No me gustaría nada estar en la cabeza de un titerote. Pero si se diera el caso, me inclinaría por esa idea.

— No me extraña que te hayas pasado el rato encerrado en la biblioteca.

— ¡Enervante! — aulló el kzin —. ¡Insultante! ¡Nos ignoran deliberadamente! ¡Nos dan la espalda con toda la mala fe para obligarnos a atacar!

— No es muy probable — dijo Nessus —. Si no consigues captar transmisiones de radio, ello significa que no utilizan la radio. Bastaría que usaran ondas de radio de un modo habitual para que captásemos alguna interferencia.

— No usan lasers, no usan la radio, no conocen las hiperondas. ¿Y cómo se comunican? ¿Por telepatía? ¿A través de mensajes escritos? ¿Con grandes espejos?

— Mediante loros — sugirió Luis. Había ido a reunirse con los demás en la puerta de la sala de mandos — Loros gigantescos, criados especialmente en razón de sus desmesurados pulmones. Demasiado grandes para volar. Permanecen sentados en las colinas y se comunican a gritos.

Interlocutor se volvió a mirar fijamente a Luis:

— Llevo cuatro horas intentando establecer contacto con el Mundo Anillo. Cuatro horas que sus habitantes insisten en ignorarme. Han manifestado el más absoluto desdén. No me han transmitido ni una palabra. Tengo los músculos agarrotados por falta de ejercicio, tengo la piel ajada, ya no consigo enfocar los ojos, el maldito camarote es demasiado estrecho para mí, el calentador de microondas me calienta toda la carne a la misma temperatura y no es la temperatura que me gusta, y no puedo hacerlo arreglar. Sin tu ayuda y tus sugerencias, estaría francamente desesperado, Luis.

— ¿Habrán perdido su civilización? — musitó Nessus —. Se tendría que ser muy necio teniendo en cuenta…

— Quizás hayan muerto — sugirió con sorna Interlocutor. También sería una bobada. Que no se pongan en contacto con nosotros es otra bobada. ¿Por qué no aterrizamos y aclaramos las cosas?

Nessus soltó un silbido de terror:

— ¿Aterrizar en un mundo que tal vez haya matado a su especie indígena? ¿Estás loco?

— Pues, ¿cómo lo averiguaremos?

— ¡Tiene razón! — corroboró Teela —. ¡No hemos venido hasta aquí para quedarnos dando vueltas en el aire!

— Os lo prohíbo. Interlocutor, continúa intentando establecer contacto con el Mundo Anillo.

— Ya lo he intentado todo.

— Pues inténtalo otra vez.

— Ni pensarlo.

Luis Wu decidió hacer de mediador:

— No te lo tomes así, mi peludo amigo. Nessus, Interlocutor tiene razón. Los anillícolas no tienen nada que decirnos. De lo contrario ya nos hubiéramos enterado.

— Pero, ¿qué podemos hacer excepto continuar insistiendo?

— Podemos proseguir nuestra misión. Y mientras tanto los anillícolas ya decidirán qué quieren hacer con nosotros.

El titerote accedió a regañadientes.

Se acercaban lentamente al Mundo Anillo.

Interlocutor había dirigido el «Embustero» para hacerle pasar más allá del borde del Mundo Anillo: una concesión a Nessus. El titerote temía que los hipotéticos anillícolas consideraran una amenaza que el curso de la nave interceptara el anillo en sí. También insistía en que los motores de fusión del «Embustero» parecían armas, conque la nave avanzaba sólo con los propulsores inertes. Resultaba imposible juzgar la escala de lo que veían a simple vista. Con las horas, el anillo había ido cambiando de posición.

Con excesiva lentitud. Con la gravedad de la cabina conectada para compensar entre cero y treinta gravedades de tracción, los canales semicirculares eran incapaces de captar el movimiento. El tiempo transcurría en el vacío y Luis comenzó a sentir deseos de morderse las uñas, por primera vez desde que dejaran la Tierra.

Por fin el borde del anillo quedó situado perpendicularmente al «Embustero». Interlocutor accionó los motores inertes y frenó la nave hasta situarla en una órbita circular en torno al sol; luego comenzó a planear lentamente hacia el borde del anillo.

Nada se movía.

El reborde exterior del Mundo Anillo fue aumentando de tamaño y, de una fina línea que ocultaba algunas estrellas, pasó a convertirse en un muro negro. Un muro de más de mil kilómetros de altura, sin relieve, aunque cualquier accidente hubiera quedado borrado por la velocidad. La pared, que cubría unos noventa grados de su campo visual, iba girando a sus pies, a unos ochocientos kilómetros de distancia y a la endiablada velocidad de 1.200 kilómetros por segundo. Sus bordes convergían en el horizonte, en puntos en el infinito situados en uno y otro extremo del universo; y desde cada extremo del horizonte se alzaba verticalmente una fina línea azul cielo.

Contemplar esos puntos infinitos era como entrar en otro universo, un universo de líneas verdaderamente rectas, ángulos rectos y otras abstracciones geométricas. Luis se quedó como hipnotizado, con los ojos fijos en ese punto. ¿Qué punto era, el fin o el origen? ¿El muro negro aparecía o desaparecía en esa zona de confluencia?

…algo venía a su encuentro desde el infinito.

Era un saliente, que iba creciendo como otra abstracción a lo largo de la base del muro exterior. Primero apareció el saliente y luego, encima de éste, una hilera de anillos verticales. Los anillos fueron subiendo, directamente hasta el «Embustero», bajo la misma nariz de Luis. Luis cerró los ojos y levantó los brazos para protegerse la cabeza. Oyó un gemido de terror.

Creyó morir en ese instante. Pasado el momento sin que sobreviniera la muerte, volvió a abrir los ojos. Los anillos iban pasando a su lado en un constante flujo; y Luis observó que no tenían más de ochenta kilómetros de diámetro.

Nessus se había hecho una bola. Teela, con las manos apoyadas en el fuselaje transparente, miraba hacia fuera con ojos y ávidos. Interlocutor seguía impasible, atento al panel de mandos. Tal vez poseía un sentido de las distancias mejor que Luis.

También cabía la posibilidad de que estuviera fingiendo. El gemido podía haber salido muy bien de él.

Nessus se desenrolló. Miró los anillos, que se habían hecho más pequeños y convergentes.

— Interlocutor, debemos equiparar velocidades con el Mundo Anillo. Mantennos en posición con una tracción de una gravedad. Tenemos que inspeccionar esto.

La fuerza centrífuga es una ilusión, una manifestación de la ley de la inercia. La realidad es una fuerza centrípeta, una fuerza aplicada en ángulo recto al vector de velocidad de una masa. La masa resiste, tiende a moverse siguiendo la dirección rectilínea acostumbrada.

Debido a su velocidad y a la ley de la inercia, el Mundo Anillo tendía al desmembramiento. Su estructura rígida impedía que ello sucediera. El Mundo Anillo se autoaplicaba su propia fuerza centrífuga. Para igualar la velocidad de 1.200 kilómetros por segundo, el «Embustero» tenía que equiparar esa fuerza centrípeta.

Interlocutor consiguió igualarla. El «Embustero» quedó suspendido cerca del muro exterior, equilibrado gracias a una fuerza impulsara de 0,992 g y la tripulación procedió a inspeccionar el espaciopuerto.

El espaciopuerto era una estrecha plataforma, tan delgada que parecía una línea sin dimensión hasta que Interlocutor hizo avanzar la nave en sentido lateral. Luego adquirió anchura, una anchura que minimizaba las dimensiones de un par de enormes naves espaciales. Las naves eran cilindros de puntas romas, ambos del mismo diseño: un diseño desconocido, pero que respondía claramente a las características de una nave de fusión con alimentación exterior. Eran naves diseñadas para alimentarse de hidrógeno interestelar que recogían con unas dragas electromagnéticas. Una había sido saqueada en busca de piezas aprovechables y había quedado ahí despanzurrada, con su estructura íntima expuesta a las miradas extrañas.

El borde superior de la nave aún intacta estaba cubierto de ventanas, lo cual les permitió calibrar sus exactas dimensiones. Bajo la luz difusa de las estrellas, las ventanas resplandecían exactamente como azúcar cande sobre un pastel. Miles de ventanas. La nave era grande.

Y estaba a oscuras. Todo el espaciopuerto estaba a oscuras. Tal vez los seres que lo utilizaban no necesitaban luz en las frecuencias «visibles». Pero a Luis Wu el espaciopuerto le pareció abandonado.

— No comprendo qué son esos anillos — dijo Teela.

— Un cañón electromagnético — respondió Luis de un modo casi reflejo.

— Para los despegues.

— No — intervino Nessus.

— ¿No?

— El cañón debe haber servido para el aterrizaje de las naves. Incluso es posible imaginar el método empleado. La nave debe colocarse en órbita paralelamente al muro exterior. No intentará igualar la velocidad del anillo, sino que se situará a unos cuarenta kilómetros de la base del muro exterior. Al girar el anillo, las espirales del cañón electromagnético arrastrarán la nave y la acelerarán hasta alcanzar la velocidad del anillo. Los ingenieros del anillo merecen todos mis respetos. La nave nunca tendría que situarse a una distancia peligrosa del anillo.

— El cañón también podría servir para despegar.

— No. Fíjate en las instalaciones que tenemos a la izquierda…

— ¡Nej! — exclamó Luis Wu.

Las «instalaciones» se reducían a poca cosa más que una puerta corredera de dimensiones suficientes para dar cabida a una de las naves dragadoras.

La cosa cuadraba, 1.200 kilómetros por segundo era la velocidad normal de las naves dragadoras. Las instalaciones de despegue del anillo se reducían a una estructura para lanzar la nave con sus dragadoras de fusión al vacío. El piloto podía comenzar a acelerar en el acto y alejarse.

— Las instalaciones del espaciopuerto parecen abandonadas — dijo Interlocutor.

— ¿Captas utilización de energía?

Mis instrumentos no la perciben. No hay puntos anómalamente calientes, ni se advierte actividad electromagnética. En cuanto a los perceptores que accionan el acelerador lineal, es posible que la energía que empleen sea mínima y resulte imperceptible.

— ¿Qué sugieres?

— Tal vez las instalaciones se conserven en buen estado. Podríamos acercarnos al acelerador lineal e intentar entrar.

Nessus se hizo un ovillo.

— Imposible — dijo Luis —. Lo más probable es que todo el mecanismo se accione mediante una señal en clave, y la desconocemos. Tal vez sólo responda ante un fuselaje metálico. Si intentásemos pasar por el cañón a la velocidad del Mundo Anillo, tocaríamos uno de los aros y lo haríamos saltar todo en pedazos.

— He pilotado naves parecidas en maniobras de guerra simuladas.

— ¿Cuánto tiempo hace de eso?

— Tal vez demasiado. En fin, no tiene importancia. ¿Qué sugieres tú?

— La cara inferior — dijo Luis. Y el titerote se desenrolló en el acto.

Se situaron debajo de la plataforma del Mundo Anillo, siempre a la misma velocidad que éste y contrarrestando su atracción con un impulso de 9,94 metros por segundo.

— Focos — ordenó Nessus.

Los focos tenían un radio de acción de ochocientos kilómetros; pero no lograron saber si la luz había tocado la cara posterior del anillo. En cualquier caso, no regresó. Eran focos de aterrizaje.

— ¿Aún tienes la misma confianza en vuestros ingenieros, Nessus?

— Debieron haber previsto esta eventualidad.

— Yo sí la había previsto. Puedo iluminar el Mundo Anillo, si me permitís utilizar los motores de fusión — dijo el kzin.

— Adelante.

Interlocutor empleó los cuatro: el par enfocado hacia delante y los dos motores más grandes que miraban hacia atrás. Pero sólo abrió al máximo el diafragma del par delantero, previsto para frenazos de emergencia y posiblemente también para usos bélicos. El tubo comenzó a despedir hidrógeno a excesiva velocidad y éste salió medio quemado. Poco a poco disminuyó la temperatura del tubo de fusión, hasta que el escape, normalmente más caliente que el centro de una nova, estuvo tan frío como la superficie de una enana amarilla. La luz salió proyectada en dos rayos paralelos que fueron a clavarse sobre la negra cara inferior del Mundo Anillo.

Primera sorpresa: la cara inferior no era plana: Subía y bajaba; presentaba depresiones y abultamientos.

— Me la había imaginado lisa — dijo Teela.

— Está repujada — comentó Luis —. Apostaría una cosa. Todos los abultamientos corresponden a un mar en el lado iluminado por el sol. Las depresiones son montañas.

Sin embargo, todas esas formaciones parecían sólo diminutas arrugas, casi imperceptibles, hasta que Interlocutor acercó más la nave. El «Embustero» planeó hacia el centro del Mundo Anillo, a unos ochocientos kilómetros por debajo de su vientre. Abultamientos y depresiones repujadas iban sucediéndose a sus pies, de forma irregular y en cierto modo artísticamente distribuidos…

Hacía siglos que se venían organizando excursiones en naves que planeaban de modo similar sobre la superficie de la Luna de la Tierra. El panorama que tenían ante sus ojos era bastante parecido: cráteres y montañas, fuertes contrastes de blanco y negro, dibujados sobre la superficie de la Luna por los potentes reflectores de que iban provistas todas esas naves. Sin embargo, había una diferencia. A cualquier altura que uno se encontrase sobre la Luna, siempre se divisaba el horizonte lunar, dentado y recortado contra el espacio negro y ligeramente curvo. En cambio, el horizonte del Mundo Anillo no tenía curvas. Era una línea recta, inconcebiblemente distante y apenas visible. Luis se preguntó cómo se las debía arreglar Interlocutor para resistir horas y más horas al timón del «Embustero», navegando sobre la superficie y bajo el vientre de ese… artefacto.

Luego se encogió de hombros. Poco a poco comenzaba a hacerse una idea de las dimensiones del Mundo Anillo. Era un proceso desagradable, como todos los aprendizajes.

Apartó la mirada de ese terrible horizonte para fijarlo otra vez en la zona iluminada.

Nessus dijo:

— Todos los mares parecen corresponder al mismo orden de magnitud.

— Sí, he visto unos cuantos estanques — le contradijo Teela —. Y… mira, ahí hay un río. Tiene que ser un río. Pero no he visto ningún gran océano.

Luis constató que abundaban los mares; suponiendo que estuviera en lo cierto y esos bultos aplanados fueran mares. Aunque no todos tenían el mismo tamaño, parecían estar distribuidos de forma regular, de modo que ninguna región careciera de agua.

— Son planos. Todos los mares tienen el fondo plano.

— Sí — dijo Nessus.

— Ello demuestra una cosa. Todos los mares son poco profundos. Luego, los anillícolas no son habitantes marinos. Sólo utilizan la superficie de los océanos. Igual que nosotros.

— Pero todos los mares tienen formas recortadas — le hizo notar Teela —. Y con bordes escarpados. ¿Sabes qué significa esto?

— Bahías. Infinidad de bahías.

— Aunque no sean habitantes marinos, tus anillícolas no temen los barcos — comentó Nessus —. De lo contrario, de nada les servirían las bahías. Luis, estas gentes se parecerán bastante a los humanos. Los kzinti aborrecen el agua y mi especie tiene miedo de ahogarse.

Luis pensó que podían descubrirse muchas cosas de un mundo observándolo del revés. Algún día escribiría una monografía sobre el tema…

Teela dijo:

— Debe ser divertido poder esculpirse un mundo a medida.

— ¿No estás satisfecha con tu mundo, amiguita?

— Tú ya me entiendes.

— ¿Poder? — Luis parecía sorprendido; el poder le era indiferente. No era una persona creativa; no le gustaba hacer cosas; prefería encontrárselas.

De pronto, le pareció distinguir algo interesante un poco más adelante. Un abultamiento más pronunciado… y un saliente como una aleta negra bajo la luz de los motores, ahora muy concentrada. Y el abombamiento tenía varios cientos de miles de kilómetros cuadrados de superficie.

Si los otros eran mares, éste debía corresponder a un océano, el rey de todos los océanos. Fue deslizándose interminablemente bajo sus ojos; y no era liso como los demás. Recordaba un mapa topográfico del océano Pacífico, con valles y montañas, zonas poco profundas y grandes fosas, y picos que, por su altura, bien podrían ser islas.

— Deseaban conservar su vida marina — aventuró Teela —. Y para ello necesitaban un océano profundo. La aleta debe de servir para refrigerar las profundidades. Un radiador.

Un océano que a pesar de no tener la profundidad suficiente, sí era lo bastante ancho como para tragarse toda la Tierra.

— Basta — ya — exclamó de pronto el kzin —. Examinemos ahora la superficie interior.

— Primero debemos tomar unas cuantas medidas — le interrumpió Nessus —. ¿Es verdaderamente circular el anillo? Cualquier pequeña desviación dejaría escapar el aire hacia el espacio.

— Sabemos que hay aire, Nessus. La distribución del agua sobre la superficie interior nos indicará en qué medida se desvía el anillo de la circularidad.

Nessus se dio por vencido:

— De acuerdo. En cuanto l eguemos al otro reborde.

Había fosas meteoríticas. No muchas, pero ahí estaban. Luis pensó, divertido, que los anillícolas no habían limpiado su sistema solar a conciencia. Pero no, esos meteoritos debían de haber llegado de fuera, del espacio interestelar. Los reflectores de fusión iluminaron un cráter cónico, y Luis vio un resplandor en el fondo. Algún objeto brillante reflejaba la luz.

Seguramente, la hendedura dejaba al descubierto la plataforma de un material, seguramente muy rígido, cuya densidad le permitía absorber un 40 por 100 de los neutrinos. Encima (o en el interior) de la plataforma del anillo debía de haber tierra y mares y ciudades, y encima de todo esto, aire. Debajo (o en la parte exterior), un material esponjoso amortiguaba el impacto de los meteoritos. La mayoría de éstos debían vaporizarse al atravesar la gruesa capa de material esponjoso; sin embargo, unos pocos debían de llegar a traspasarla, dejando unos agujeros cónicos con el fondo brillante…

Muy a lo lejos de la superficie del Mundo Anillo, casi más allá de su curva infinitamente suave, Luis descubrió un hoyuelo. Ahí debía de haber caído uno grande, pensó. Lo bastante grande como para resultar visible a la luz de las estrellas.

No señaló el hoyuelo del meteorito a los demás. Sus ojos y su mente aún no se habían acostumbrado a las dimensiones del Mundo Anillo.

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