Capítulo Doce

Damián sabía muy bien que hacerse el listo tenía sus riesgos, pero no lo podía evitar. Podía decirse que casi lo estaba disfrutando. Todo fluía con naturalidad, la música sonaba sin parar y había gente bailando a su alrededor. Por lo demás, se había pasado la última hora discutiendo asuntos de negocios y en ningún momento había metido la pata.

En un principio, se había sentido incómodo al estar fuera de sus espacios cotidianos. Le recordaba la sensación que tenía de pequeño cuando iba a nadar a algún lago lleno de barro y sentía que se perdía bajo el agua, nadando con los ojos cerrados.

De hecho, al entrar por las escaleras, estuvo a punto de tropezarse con un macetero. Pero por suerte, Jack estaba detrás de él para sostenerlo y evitar que se cayera. Apenas unas semanas atrás, Damián se habría sentido humillado por la torpeza. Sin embargo, esta vez apenas se había inmutado. Sencillamente, se había reído y había seguido adelante como si no importara. Sin duda, algo lo estaba haciendo cambiar.

En aquel momento, un comentario de Sara en su oído y él sonrió. Sara Joplin era lo que estaba modificando a Damián. Ella era la respuesta a todas las preguntas. Ahora, él sentía que tenía las cosas bajo control. Había asumido que tenía que practicar para poder desenvolverse con naturalidad a pesar de su ceguera y lo había conseguido. Ahora, tenía más confianza y seguridad que nunca. Ahora, podía hacer cosas sólo.

Si el baile se hubiera celebrado dos semanas atrás, Damián habría llegado, se habría acomodado en una silla y habría pasado toda la noche sentado ahí, esperando que la gente se le acercara y sintiéndose tenso, incómodo e incapaz. En cambio, se estaba moviendo por todo el salón con absoluta naturalidad. De alguna manera, había recuperado su vida.

Y todo gracias a Sara.

– Se está acercando un hombre corpulento por la derecha -le dijo Sara al oído -. Es Grover Berrs de Industrias Venngut. Está extendiendo la mano para saludarte… tómala.

Damián giró levemente hacia la derecha y le dio un apretón de manos al hombre. Las indicaciones de Sara eran perfectas.

– Grover -dijo Damián, con simpatía-, tanto tiempo…

Grover quería los derechos de importación de Nabotavia para su línea de artefactos de cocina. Damián lo tenía todo memorizado. Sabía perfectamente qué quería cada uno de los empresarios y cuáles serían las exigencias de Nabotavia para cada caso. Hasta entonces, las cosas parecían estar marchando bien. Todos se mostraban optimistas con el nuevo régimen y deseosos de entrar en acción.

Después de llegar a un acuerdo con Grover, se volvió hacia donde estaba Sara a la espera de la siguiente indicación. El duro trabajo que habían realizado juntos había valido la pena. Se complementaban como una vieja pareja de baile, como si supieran exactamente cuál sería el próximo movimiento del otro.

– ¿Sabes qué, Sara? Somos un gran equipo.

– Se acerca una mujer por la derecha -dijo ella, sin hacer caso al comentario-. Alta, curvilínea, pelirroja… Según Annie, se trata de Gilda Voden, una de tus antiguas amantes. Está alzando los brazos y tiene el ceño fruncido. Intenta mantenerte lejos de su alcance si no quieres que se te cuelgue al cuello.

Damián siguió los consejos de Sara con una sonrisa que, al parecer, Gilda interpretó iba dirigida a ella porque, con tono efusivo, le expresó lo mucho que lo extrañaba. Él sonrió y asintió, pero apenas la estaba oyendo. Estaba pensando en esa noche, en cómo aquel acontecimiento tan temido se había transformado en un triunfo. No había bebido ni un solo trago de alcohol, aun así, tenía una sensación de embriaguez absoluta.

En cuanto consiguió librarse de las garras de Gilda, hizo contacto con otro empresario. Mientras atendía a las instrucciones para poder llegar al bar a pedir un vaso de agua, oyó una conversación entre dos voces que no le resultaban familiares.

– Creo que ha quedado ciego como consecuencia de un accidente -murmuró uno de los hombres.

– Pero míralo. El accidente pudo haberle dañado la vista pero lo está manejando maravillosamente – apreció el otro.

Damián sonrió.

– Acabo de escuchar que alguien decía que me estoy manejando maravillosamente -le comentó a Sara.

– Asegúrate de recordarle que se lo debes todo a tu terapeuta ocupacional -dijo ella, con aspereza-. Ahora, presta atención. Tienes que caminar diez pasos en línea recta. Uno, dos…

Con las directivas de la mujer, Damián pudo llegar hasta la barra, pedir agua y tomar el vaso sin problemas. Bebió un largo trago, suspiró y pensó un momento en Sara. Hacía días que estaba con él, habiéndole al oído constantemente. Y a Damián le gustaba eso. De alguna manera, ella se había convertido en una parte suya, en parte de su cabeza y también en parte de su corazón. Quizá se debía al modo en que le hablaba al oído, pero lo cierto era que Damián parecía haber adoptado la actitud de Sara frente a la vida, su optimismo, su bondad.

Entretenido con sus pensamientos, se atragantó con el último sorbo de agua. Tosió, mientras se repetía mentalmente que Sara estaba repleta de bondad. No estaba seguro de que fuera algo contagioso, pero sentía que esa bondad lo estaba transformando. Tal vez, irremediablemente.

– Hay una rubia de piernas largas a tu espalda. Annie no sabe quién es. Se está acercando a ti -advirtió la terapeuta.

– ¡Damián! ¡Querido!

Él conocía esa voz, era la de Thana Garnet, una actriz de cine muy guapa. Era gracioso lo poco interesante que le resultaba a Damián ahora. Se volvió para darle la bienvenida como si se tratase de una obligación y quisiese sacársela de encima antes de volver a los negocios.

Sin lugar a dudas, los tiempos habían cambiado.

– Lo mejor sería que intentaras bailar con ella -dijo Sara.

– ¿Qué?-preguntó, sorprendido.

– Deberías hacerlo. Tendrás que bailar con la joven Waingarten cuando llegue y estaría bien que practicaras antes.

– De acuerdo -gruñó él.

– Damián, ¿con quién estás hablando? – interrogó Thana con recelo.

– Con mi sexto sentido. Me estaba diciendo que te morías por bailar. ¿Eso es verdad?

Damián tuvo que contenerse para no salir corriendo al escuchar la risa histérica de la actriz. Se había acostumbrado tanto a Sara que para entonces las mujeres como Thana le parecían insoportablemente estúpidas. Con todo, bailó con ella y la práctica no estuvo del todo mal.

Poco después de que Damián dejara a Thana en las atentas manos de Boris, comenzaron a surgir las primeras dificultades técnicas. Sara hablaba, pero todo lo que se oía era ruido.

– Te estoy perdiendo, Sara. Hay algo mal con la frecuencia.

– Espera que pruebe con la otra. En el auricular de Damián se escuchó un clic y luego Sara preguntó:

– ¿Me oyes mejor ahora?

– Tu voz sale algo distorsionada, pero puedo oírte.

– Sería conveniente que te apartases un poco hasta que hayamos resuelto este problema. Ve hacia el guardarropa. Gira a tu derecha y camina dos pasos. Bien, ahora gira a tu izquierda y avanza. Sigue… sigue… detente.

Él se detuvo, aunque tuvo la súbita sensación de que no estaba solo. De hecho, se sentía rodeado.

– Sara -murmuró en el intercomunicador-, creo que me he topado con una multitud. ¿Qué se supone que debo hacer?

Pero no obtuvo respuesta. Al parecer, iba a tener que arreglárselas solo. Sonrió y, mientras movía su cabeza a un lado y otro, dijo en voz alta:

– ¿Hola? ¿Qué sucede?

– No lo sé -le respondió un hombre de voz ronca-. He recibido instrucciones de venir aquí.

– Igual que yo -agregó otro-. Lo mejor será esperar hasta tener en claro cuál es el próximo paso a seguir.

– También lo he escuchado, -dijo un tercero-. Alto y claro en mi oído: «Ve hacia el guardarropa. Gira a tu derecha y camina dos pasos». Ha sido muy explícito.

El hombre hizo una pausa y luego agregó en voz baja:

– ¿Creen que quien nos ha hablado era Dios?

Damián gruñó.

– Decidme, amigos -comentó, tratando de mantener la calma-, por casualidad ¿lleváis puesto un audífono?

– Sí -reconoció uno de los hombres.

– Por supuesto. Uno igual al vuestro – puntualizó otro.

– Mmm… Creo que es una prueba -dijo Damián-, pero descarto que Dios esté implicado en ella. ¿Por qué mejor no regresáis a vuestros lugares?

Acto seguido, el príncipe se dio media vuelta y, acercándose el micrófono del intercomunicador a la boca, preguntó:

– Sara, ¿puedes oírme?

– Sí -respondió la mujer- He vuelto a la frecuencia original.

– Magnífico. Pase lo que pase, no se te ocurra volver a utilizar la otra, a menos que pretendas que me pase la noche rodeado de extraños con audífono y delirios místicos. Por lo que más quieras, dime cómo hago para salir de aquí.

Damián oyó cómo Sara se reía al otro lado de la línea antes de darle las instrucciones para salir del aprieto.

– Pobrecitos, siguen dando vueltas alrededor del guardarropa, preguntándose por qué los convocaron a ese sitio -relató ella-. Sin embargo, tenemos que ocuparnos de otro asunto. Ludwing Heim va directo hacia ti. Prepárate para un abrazo de oso.

El abrazo de marras por poco le cuesta las costillas, pero como Sara lo había prevenido, Damián rió y le dio la bienvenida al gerente financiero de una de las industrias más importantes de Nabotavia. A pesar de todo, el príncipe se sentía complacido y tranquilo. Tenía la certeza de que, sin importar la gravedad del problema, Sara siempre estaría allí para ayudarlo. En silencio, bendijo la aparición de aquella mujer en su vida.

Sara empezaba a sentirse exhausta. Las casi tres horas que llevaba guiando a Damián habían sido agotadoras. Sin embargo, cuando Annie le avisó que Joannie Waingarten había llegado, el golpe de adrenalina que le generó la noticia bastó para reanimarla por completo. Ansiosa, Sara estiró el cuello para ver cómo era la joven.

El anuncio de la llegada de Joannie y su padre provocó un corrillo entre la concurrencia que se volvió entera para mirarlos. Lo que vieron fue a un hombre calvo y regordete tomado del brazo de una adolescente preciosa que parecía una versión moderna de Shirley Temple.

Al verla, a Sara se le paró el corazón. No sabía exactamente qué esperar, así que no sabía cómo reaccionaría cuando la tuviera ante sus ojos, aun así creyó que sería capaz de tomarlo con calma. Después de todo, siempre había tenido en claro que Damián nunca la elegiría como pareja. Sin embargo, se sintió devastada y tuvo que esforzarse para que no se le quebrara la voz mientras lo guiaba hacia los Waingarten. En ese momento, vio cómo la joven se alejaba de su padre y corría a encontrarse con el príncipe.

– ¡Príncipe Damián! Papá quería traerme hasta ti, pero no he sido capaz de contenerme. Tenía que venir a verte. Estás mucho más guapo que la última vez que te vi. Voy a ser una princesa muy feliz, casi no puedo esperar.

Aunque Sara no deseara oír la contestación de Damián, no tuvo más alternativa. No podía dejarlo solo, tenía que seguir en línea para asistirlo. En un primer momento, él se limitó a responder de modo amigable. Después, cuando Joannie le comentó lo admirable de su actitud y lo bien que se desenvolvía a pesar de la ceguera, Damián comenzó a desplegar todos sus encantos y, con la ayuda de Sara, invitó a bailar a su prometida.

A la terapeuta se le partía el corazón y tenía que esforzarse para poder seguir. Habría dado cualquier cosa para no tener que oír los coqueteos y las bromas entre Damián y Joannie; le resultaba una tortura insoportable.

Sin embargo, lo peor estaba por venir.

– Voy a desconectar el intercomunicador – susurró Damián en el micrófono.

Unos segundos antes, Joannie le había preguntado si podían ir a otro sitio para tener algo de privacidad.

– Sólo nos alejaremos un poco del salón principal, Sara. De cualquier manera, podrás verme. Adiós.

Acto seguido, desconectó el aparato. La terapeuta se quedó sentada y contempló el monitor por un largo rato, tratando de asimilar lo que acababa de ocurrir. Él se había desconectado y se había marchado para estar a solas con su futura esposa. La situación no tenía nada de particular, pero Sara no pudo evitar que se le llenaran los ojos de lágrimas.

– Bien, ahí los tienes -dijo Annie.

Al parecer, la asistente disfrutaba al ver cómo Damián y Joannie se ocultaban en una habitación privada.

– Al menos la chica es lo bastante lista como para conseguir una propuesta de matrimonio -continuó Annie-. La mayoría de las bobas que están en la fiesta sería capaz de vender su alma y la de todos los suyos, a cambio de una sonrisa real. Se dejan manosear y utilizar como carne de cañón y parecen estar encantadas. Tienes que estar loco para pensar que alguien de la realeza te prestaría atención sin obtener algo sustancial a cambio.

Cuando levantó la vista, Annie se encontró con que Sara la miraba sorprendida y roja de vergüenza. Al parecer, creía que estaba hablando de ella.

– Discúlpame, Sara. No me estaba refiriendo a… -aclaró, de inmediato-. Escucha, ¿por qué mejor no aprovechas la situación para descansar un poco? Yo puedo ocuparme de esto hasta que regreses.

Sara aceptó de inmediato, agradecida de poder refugiarse en la sala de descanso. Pero en cuanto llegó al pie de la escalera, se topó con el príncipe Garth.

– Ah, la encantadora señorita Joplin -dijo, con desenfado-. ¿Me concede esta pieza?

A continuación, le extendió una mano.

Sara vaciló durante unos segundos. Indiscutiblemente, la música y el baile la reconfortarían mucho más que encerrarse a llorar en el baño de damas. Entonces inclinó la cabeza, sonrió de oreja a oreja y aceptó encantada. Poco después, estaba en el salón rodeada de hombres que la festejaban sin cesar y, de no haber sido porque tenía el corazón destrozado, habría disfrutado de uno de los mejores momentos de su vida. Se reía e intercambiaba bromas mientras sentía que algunos de ellos la desnudaban con la mirada. Todo parecía brillar. De pronto, con la ayuda de su hermano Garth, Damián se acercó a ella, la rodeó con los brazos y comenzaron a bailar. Sara sintió lo fuerte y musculoso que era el cuerpo bajo el esmoquin y se le aceleró el corazón.

– Será mejor que regreses a la sala de proyección – dijo la mujer, casi sin aliento.

– ¿Porqué?

Acto seguido, el príncipe la aferró con más fuerza. Estaban tan cerca que ella podía sentir el aliento caliente de Damián contra su oreja.

– Puedo guiarte -insistió.

– Sara -murmuró él, con paciencia-, puedes guiarme mucho mejor de este modo. Sólo se trata de seguir tu ritmo.

– Pero pronto tienes que hacer el anuncio, así que sería mejor que…

– No -la interrumpió.

Ella se detuvo y frunció el ceño.

– ¿Qué quieres decir con ese no?

– Que no va a haber ningún anuncio -respondió Damián.

– Pero…

– No me voy a casar con ella.

Sara contuvo la respiración por un momento y, sin pensarlo, se apoyó en él, temerosa de que se le doblaran las piernas por la sorpresa.

– ¿Por qué? -susurró, mientras lo miraba atentamente.

– No la amo y ella tampoco me ama. Así que hemos terminado.

– ¿Así, sin más?

La mujer seguía sin dar crédito a sus oídos.

– Pero, Damián, ¿por qué? -insistió.

– ¿Por qué? -repitió él, con una sonrisa. Damián se quedó en silencio por unos segundos y luego le dio un largo y dulce beso en el cuello.

– Te diré por qué -continuó-. Estas últimas dos semanas contigo me han abierto los ojos, metafóricamente hablando, por supuesto. Y esta noche he comprendido algo muy importante. ¿Sabes qué? Que por mucho que me deba a mi familia y a mi país, no tengo por qué vender el alma para hacerlo bien.

Damián se estaba refiriendo al compromiso con Joannie. Sara lo miró con asombro. No se había dado cuenta de que él había sentido que estaba poniendo a su familia en riesgo por su ceguera y que por eso había necesitado hacer algo para evitarlo. Algo como comprometerse con una Waingarten. Entonces, pudo ver que esa noche él se había convertido en un hombre nuevo. Alguien que se sentía capaz de pararse frente al mundo con absoluta confianza en sí mismo. Sara se sonrió al pensar que en ocasiones Damián podía parecer algo arrogante, pero eso no lo hacía menos encantador.

– Lo has hecho muy bien esta noche -dijo ella, con la mirada encendida-. La mayor parte de la gente sabía que estabas ciego, pero ninguno tuvo una imagen de debilidad al verte. No vieron a un discapacitado sino a alguien resuelto y seguro de sí mismo. Puedo afirmar que has salido más que airoso de todas las situaciones y las personas con las que has tratado se han admirado de tu actitud. Van a apoyarte porque han visto que pueden confiar en ti.

Él asintió lentamente.

– Creo que tienes razón.

– Entonces, ¿no te casarás con Joannie?

Sara necesitaba confirmarlo una vez más.

Damián volvió a sonreír, apretó su mejilla contra la de la terapeuta y le susurró al oído:

– ¿Cómo podría casarme con ella cuando tú eres la que me está abriendo los ojos?

Sara lo contempló detenidamente, con el aliento entrecortado y segura de que le estaba tomando el pelo. Los motivos que lo habían llevado a romper con Joannie podían ser infinitos aunque, para Sara, era impensable que la relación entre ella y el príncipe pudiera ser uno de ellos.

– OH, Damián, no…

– Demasiado tarde -murmuró él -. Ya es demasiado tarde para evitarlo.

Él estaba actuando como si en verdad pensara lo que acababa de decir. La mujer se estremeció, se sentía atrapada entre la culpa y la cobardía. No sabía qué decir ni qué hacer. Toda la situación le parecía imposible. Deseaba a Damián desesperadamente pero sabía que no podía tenerlo. Por mucho que pretendieran ignorarlo, lo cierto era que pertenecían a mundos diferentes. Y Sara estaba convencida de que Damián también sabía que eso no cambiaría jamás.

Antes de que ella pudiera decir nada, una muchedumbre empujó al príncipe y lo alejó de su lado. Acababan de servir la comida de medianoche y la gente se arremolinaba para conseguir un plato. Sara corrió hacia la cabina de vigilancia y se encontró con Annie. Volvió a colocarse los auriculares y comenzó a guiar a Damián, aunque sin poder quitarse la conversación anterior de la cabeza. Comprendió que no podía quedarse allí. En su interior, ansiaba rendirse a sus sentimientos y escapar con él a un sitio en el que el sentido común no existiera y ella pudiera dejarse tentar por el fruto prohibido. En aquel momento, tuvo la certeza de que la mejor forma de proteger a Damián, y a ella misma, era marchándose lo antes posible.

Al día siguiente, el entusiasmo del baile todavía perduraba en el aire de la finca de los Roseanova. Todos sentían que las cosas habían resultado maravillosamente bien y nadie podía dejar de mencionarlo. Una parte importante de los elogios, estaba destinada a Sara.

– No podríamos haberlo hecho sin ti, querida -le dijo la duquesa-. El truco del auricular fue esencial para todo lo demás.

Los demás coincidieron con la duquesa y Sara se sintió mucho más cerca de la familia. Irónicamente, aquello ocurría el mismo día en el que había decidido que tenía que marcharse.

Mientras Damián no dejaba de atender llamadas de personas que querían financiar al nuevo régimen de Nabotavia, Sara preparaba las cosas para su partida. Incluso, se había ocupado de que uno de los mejores terapeutas ocupacionales con los que ella había trabajado llegara al día siguiente para que la reemplazara en su cargo. También había hecho las maletas y limpiado la habitación. Sólo le quedaban unas pocas cosas por hacer antes de irse.

Primero, mantuvo una larga charla con Jack Santini, futuro jefe de seguridad de la casa Nabotavia. Sara quería cerciorase de que alguien se ocupase de mantener a Damián sano y salvo.

Sabía que podía sonar arrogante de su parte el creer que su partida pudiera ponerlo en riesgo, pero aun así, sentía que tenía la responsabilidad de ocuparse de que todo estuviera bien. Jack le garantizó que el accidente estaba siendo investigado por la mejor gente, y que toda la familia, incluido Damián, estaba bajo vigilancia permanente por parte de los guardias de seguridad de palacio debido a las amenazas de varios grupos de exiliados, entre ellos los llamados Radicales de diciembre. Además, Santini le dijo que Tom era un excelente guardaespaldas, entrenado en métodos de protección y contratado especialmente para Damián por la vulnerabilidad a la que lo exponía su ceguera. Eso la tranquilizó bastante, aunque había algo que la seguía preocupando.

Sara vaciló antes de hablar sobre Sheridan. Después de todo, en muchos sentidos no era asunto suyo y todos los temores que había tenido al respecto habían resultado probadamente falsos. Además, el hombre estaba en Europa. Sin embargo, ella sabía que Damián había tenido algunas sospechas y quería asegurarse de que alguien estuviera atento al caso. Por tanto, decidió que lo mejor era decírselo a Jack.

Quizá porque era alguien tan nuevo para la familia como ella, el hombre consideró las tribulaciones de Sara con seriedad. No se rió, ni se burló, ni dijo que era algo ridículo. Bien al contrario, se comprometió a tener el tema en mente. Y, por mucho que lo angustiase, Sara sabía que no podía pedirle que hiciera nada más.

Por último, tendría que afrontar la dura tarea de decirle a Damián que se marchaba. Contrariamente a lo que ella suponía, él pareció tomarlo con suma calma.

– Es hora de que me vaya -le dijo.

La mujer trató de ocultar lo nerviosa que estaba. Le tenía pánico a ese momento porque estaba segura de que él intentaría convencerla de lo contrario.

– Sólo quería despedirme -agregó.

Damián permaneció sentado por un momento y luego se limitó a asentir sin modificar el gesto. A Sara le resultó imposible leer las emociones en su rostro.

– ¿Volverás a tu piso? -preguntó el príncipe.

– Sí

Él volvió a asentir.

– Tengo tu número de teléfono, ¿verdad?

Ella vaciló antes de contestar.

– Damián, creo que sería mejor que no volvamos a vernos -se apuró a decir-. Ha sido emocionante y nos hemos divertido mucho, pero ambos sabemos que nuestras posiciones sociales no admiten nada más. Puedes creer que me quieres cerca de ti, e incluso puedes pensar en mí en términos románticos, pero me temo que es algo bastante común en situaciones como esta. Se llama transferencia y ocurre con frecuencia cuando dos personas trabajan tan cerca como lo hemos hecho. Sin embargo, no significa nada y lo mejor es cortar por lo sano, antes de que se convierta en algo enfermizo.

Él asintió, una vez más. Tenía una expresión seria y pensativa.

– Comprendo. Dices que no significa nada pero haría falta un cuchillo para arrancarte de mi corazón. De acuerdo, si crees que es mejor así…

Ella lo miró detenidamente. Por su gesto, Damián no parecía estar molesto, ni rabioso. De hecho, seguía con la misma mueca adusta del comienzo.

– Sí, creo que es lo mejor -afirmó Sara-. Bien, me voy…

Nuevamente, él movió la cabeza en sentido positivo.

– Conduce con cuidado. Y gracias por todo.

Ella se detuvo en la puerta y miró hacia atrás. No podía creer que allí se terminara todo, sin siquiera un beso de despedida. No sabía si estaba furiosa o absolutamente desconcertada, pero sí que se sentía desolada y sola.

– Adiós -dijo Sara.

Acto seguido, cruzó la puerta y se marchó.

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