Capítulo 1

Ya sé que casarte con el príncipe heredero y ser reina algún día suena muy bien -dijo Daphne Snowden intentando mantener la calma-, pero la verdad es muy diferente. No conoces de nada al príncipe Murat, pero te aseguro que es un hombre difícil y testarudo -le explicó a su sobrina por propia experiencia-. Además, casi te dobla la edad.

Brittany levantó la mirada de la revista que estaba leyendo.

– No te preocupes tanto, tía Daphne. No me va a pasar nada. Todo irá bien.

¿Que no se preocupara por nada? ¿Que todo iba a ir bien?

Daphne se arrellanó en la lujosa butaca de cuero del avión privado e intentó no gritar. Aquello no podía estar sucediendo. Era una pesadilla. No se podía creer que su adorada sobrina hubiera accedido a casarse con un hombre al que ni siquiera conocía.

Fuera o no príncipe, aquello iba a ser un desastre. A pesar de que llevaba casi tres semanas rogándole a Brittany que se pensara muy bien lo que iba a hacer, se creyó en la obligación de volver a insistir.

– Quiero que seas feliz porque te quiero -le dijo.

Brittany, una adolescente alta y rubia con los preciosos rasgos de la familia Snowden, sonrió encantada.

– Yo también te quiero. Te preocupas demasiado. Ya sé que Murat es un viejo, pero no me importa.

Daphne apretó los dientes. Obviamente, a una chica de dieciocho años un hombre de treinta y cinco le debía de parecer un anciano; no como a ella, que sólo le quedaban cinco años para tener aquella edad.

– Pero es una monada -añadió su sobrina-. Además, tiene mucho dinero. Voy a viajar un montón y voy a vivir en un palacio -apuntó apartando la revista y mirándose los pies-. ¿Me quedaban mejor las otras sandalias?

– ¿Qué más da las sandalias que te pongas? Estamos hablando de tu vida. Casarte con el príncipe heredero no quiere decir que te vayas a pasar el día yendo de compras. Vas a tener responsabilidades para con el pueblo de Bahania, vas a tener que ocuparte de los dignatarios que os visiten, acudir a un montón de actos de beneficencia y, por supuesto, tener hijos.

Brittany asintió.

– Ya tengo todo eso en cuenta. Lo de las fiestas es genial. Invitaré a mis amigas y cotillearemos sobre, por ejemplo, lo que lleva puesto el Primer Ministro francés.

– ¿Y lo de los niños?

Brittany se encogió de hombros.

– Supongo que, como es un viejo, sabrá lo que se hace. Mi amiga Deanna se acostó con su novio de la universidad y me dijo que era muchísimo mejor que con su novio del colegio. La experiencia cuenta mucho.

Daphne tuvo que hacer un gran esfuerzo para no zarandear a su sobrina. Sabía por las numerosas conversaciones nocturnas que había tenido con ella cuando Brittany se había quedado a dormir en su casa que la adolescente no había mantenido relaciones sexuales con ninguno de sus novios.

¿Qué había ocurrido? ¿Cómo había cambiado tanto? ¿Qué había sido de aquella niña a la que adoraba y a la que prácticamente había criado? ¿Cómo era posible que se hubiera convertido en aquella jovencita fría y sin sentimientos?

Daphne consultó el reloj. No les quedaba mucho tiempo. En cuanto aterrizaran y llegaran a palacio, ya no habría marcha atrás. Una Snowden había dejado plantado a Murat prácticamente en el altar y tenía la sensación de que a Brittany no le iban a dar la oportunidad de que se pensara las cosas mejor.

– ¿En qué estaría pensando tu madre? -se preguntó Daphne en voz alta-. ¿Cómo es posible que haya dado su consentimiento?

– A mi madre todo esto le parece supercool -contestó Brittany-. Yo creo que es porque tiene la esperanza de que a la madre de la novia le regalen alguna joya o algo por el estilo. Además, que yo me case con un príncipe es mucho mejor que el hijo de la tía Grace vaya a Harvard cuando sea mayor, ¿no?

Daphne asintió sin decir nada.

Había familias cuyos miembros eran muy competitivos en los deportes, otras se echaban en cara su situación social y económica. En la suya, lo más importante era el poder, tanto político como de cualquier otra clase. Una de sus hermanas se había casado con un senador que tenía pensado presentarse a las elecciones presidenciales y la otra se había casado con un empresario con contactos a los más altos niveles.

Ella había sido la única que había elegido un camino diferente.

Daphne se sentó en el borde de la butaca y tomó las manos de Brittany entre las suyas.

– Te quiero -le dijo mirándola a los ojos-. Te quiero más que nadie en el mundo. Te considero prácticamente mi hija.

– Yo también te quiero mucho -contestó Brittany sinceramente -. Siempre me has ayudado. Incluso más que mi propia madre.

– Entonces, te pido por favor que pienses muy bien lo que vas a hacer. Eres joven e inteligente y puedes hacer con tu vida lo que tú quieras, puedes tener todo lo que desees en el mundo. ¿Por qué quieres atarte a un hombre al que ni siquiera conoces y vivir en un país en el que nunca has estado? ¿Y si no te gusta Bahania?

Daphne sabía que no era muy probable que eso sucediera porque Bahania era un país maravilloso, pero estaba dispuesta a intentar por todos los medios que su sobrina recapacitara sobre su decisión.

– Lo de viajar no es lo que tú te crees -añadió antes de que a Brittany le diera tiempo de interrumpirla-. Los viajes que hagas serán visitas de estado en las que no podrás salirte del protocolo ni lo más mínimo. En cuanto accedas a casarte con el príncipe, no podrás quedar con ninguna amiga para ir al centro comercial o al cine.

Brittany se quedó mirándola muy seria.

– ¿Cómo que no voy a poder ir al centro comercial?

– Brittany, serás la futura reina y no podrás ir corriendo a comprarte un jersey a las rebajas cuando te apetezca.

– ¿Por qué no?

Daphne suspiró.

– Eso es lo que llevo intentando un buen rato explicarte. Porque ya no serás tú misma. Vivirás una vida que no es tuya en un país extranjero regido por unas normas que no conoces y que tendrás que cumplir a rajatabla.

A pesar de lo que estaba diciendo, Daphne sabía que, de haber sido ella la que tuviera que cumplir aquellas normas, no le habría costado nada, pero no era ella la que se iba a casar con el príncipe Murat.

– No había pensado que tuviera que estar todo el día en el palacio -recapacitó Brittany-. Yo creía que podría tomar un avión cuando me diera la gana y volver a casa para estar con mis amigas.

– No, de eso nada. Vivirás en Bahania. Bahania se convertirá en tu hogar y no podrás moverte de allí.

– A mis padres no los echaría mucho de menos, pero a Deanna y a ti… -se lamentó Brittany mordiéndose el labio inferior-. Yo creo que estoy enamorada del príncipe…

– ¿De verdad? Pero si ni siquiera lo conoces. ¿De verdad estás dispuesta a renunciar a todo para casarte con él? Brittany, nunca has tenido una relación seria. ¿De verdad quieres darle la espalda a tu vida? ¿De verdad quieres quedarte sin ir a la universidad?

Brittany frunció el ceño.

– ¿No voy a poder ir a la universidad?

– ¿Tú te crees que los catedráticos van a querer tener a la futura reina en su clase? ¿Y cómo harían para ponerte las notas de los exámenes? En cualquier caso, no podrías vivir en el campus.

– No, tendría que estar en el palacio.

– Posiblemente embarazada -añadió Daphne.

– Yo no quiero tener un hijo ahora -protestó Brittany.

– ¿Y si el príncipe quiere?

– Estás intentando asustarme.

– Por supuesto. Estoy dispuesta a hacer lo que sea para evitar que tires tu vida por la borda. Si me dices que has conocido a alguien del que te has enamorado y con el que te quieres casar, me daría igual que fuera un príncipe o un extraterrestre, pero no ha sido así. Me hubiera gustado que habláramos de esto mucho antes, pero tu madre se ha guardado mucho de mantenerme al margen y de no informarme de lo que estaba sucediendo.

Brittany suspiró.

– Ella quiere salirse con la suya.

– Daphne, vamos a hablar con sinceridad. Si me dices que estás completamente convencida de hacer lo que vas a hacer, no diré nada, pero, si tienes la más mínima duda, te aconsejo que te tomes un tiempo para pensártelo bien.

Brittany tragó saliva.

– La verdad es que no estoy segura de querer casarme con él -admitió con voz trémula-. Me encantaría que las cosas con el príncipe fueran bien, pero ¿y qué ocurrirá si no es así? -añadió con lágrimas en los ojos-. Yo quiero hacer lo que mis padres quieren que haga, pero tengo miedo -reconoció-. El piloto ha dicho hace un rato que íbamos a aterrizar en media ahora y ya debemos de estar a punto de hacerlo. No puedo presentarme ante el príncipe y decirle que no estoy segura de lo que voy a hacer.

Daphne se juró a sí misma que, cuando volviera a Estados Unidos, iba a tener una conversación muy seria con su hermana Laurel. ¿Cómo demonios se le ocurría meter a su hija en una situación como aquélla?

La indignación se mezcló con alivio cuando abrió los brazos y su sobrina la abrazó con fuerza.

– ¿Es demasiado tarde? -le preguntó la adolescente.

– Por supuesto que no -le aseguró Daphne abrazándola-. Me tenías preocupada, ¿sabes? Por un momento he creído que ibas a seguir adelante con esta locura.

– Había cosas que me llamaban la atención, que me parecían muy divertidas, como, por ejemplo, tener mucho dinero y coronas y esas cosas, pero lo cierto era que no me hacía ninguna gracia casarme con un hombre tan mayor.

– No me extraña.

¿En qué demonios estaría pensando Murat para querer casarse con una adolescente?

– Ya me encargo yo de todo -le prometió a su sobrina-. Cuando aterricemos, tú ni te vas a bajar del avión, ¿me oyes? Vas a volver a casa inmediatamente. Yo me voy a quedar para hablar con el príncipe.

– ¿De verdad? ¿Ni siquiera voy a tener que conocerlo?

– No. Vas a volver a Estados Unidos como si esto jamás hubiera sucedido.

– ¿Y qué le digo a mi madre?

– De ella también me encargo yo.

Una hora después, Daphne estaba sentada en la parte trasera de una limusina rumbo al Palacio Rosa de Bahania.

Debido a las muchas horas de avión, esperaba encontrar la ciudad sumida en la oscuridad, pero no fue así porque, con la diferencia horaria, allí era por la tarde.

Daphne se sentó junto a la ventana y vio pasar los preciosos edificios antiguos que se mezclaban con los modernos del barrio financiero y el increíble azul del Mar Arábigo, situado al sur de la ciudad.

Cuando hacía diez años había estado allí por primera vez, se había enamorado por completo del país.

«No debo pensar en aquello», se dijo.

No tenía tiempo para recordar el pasado. Tenía que concentrarse en lo que le iba a decir a Murat.

A medida que los segundos iban pasando, Daphne se dio cuenta de que le importaba muy poco encontrar las palabras exactas. En cuanto Brittany llegara a Estados Unidos, estaría a salvo de las garras de Murat.

Aun así, no pudo evitar ponerse un poco nerviosa cuando la limusina negra cruzó las verjas de hierro del palacio.

Cuando el vehículo se paró frente a la puerta principal, Daphne tomó aire para calmarse. Al cabo de unos segundos, uno de los guardias le abrió la puerta y Daphne salió de la limusina y miró a su alrededor.

Los jardines estaban tan bellos como los recordaba. A la izquierda estaba la verja que conducía al jardín de estilo inglés que siempre le había gustado y a la derecha salía el camino que llevaba a la playa.

Ante ella tenía la guarida del león.

Daphne se dijo que no había motivos para temer nada, que no había hecho nada malo. El que había querido casarse con una adolescente a la que casi le doblaba la edad era Murat, así que, si había alguien que tuviera que sentirse mal, sin duda, era él.

Aun así, estaba nerviosa pues diez años atrás había llegado a aquel palacio siendo la prometida de Murat para, tres semanas antes de la boda, huir sin darle una explicación.

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