Capítulo 3

Daphne abrió la maleta y se quedó mirando su contenido. Aunque una parte de ella quería ignorar lo que le había dicho Murat de que se vistiera adecuadamente para cenar, otra parte le apetecía estar increíble y dejarlo con la boca abierta.

Eligió un sencillo vestido sin mangas y lo colgó de una percha en la puerta del baño mientras se duchaba.

Un cuarto de hora después, Daphne salía de la ducha sintiéndose de maravilla y se fijó en que había un montón de maquillajes y productos para el cuidado de la piel sobre la cómoda que había junto al espejo.

Allí donde mirara había mármol, oro, madera labrada y espejos biselados. ¿Cuántas mujeres se habrían mirado en aquellos espejos acicalándose para encontrarse con un miembro de la familia real?

¿Cuántas historias de amor habrían presenciado aquellas paredes? ¿Cuántas risas? ¿Cuántas lágrimas?

Daphne pensó que, sí las circunstancias hubieran sido diferentes, habría disfrutado de encontrarse en aquella parte del palacio.

«¿A quién pretendo engañar? Pero si lo estoy disfrutando un montón», pensó.

A Daphne siempre le habían encantado aquel palacio y aquel país. El único problema había sido Murat. Al principio, no había sido así. Al principio, Murat había sido encantador y misterioso, exactamente el tipo de hombre que Daphne siempre había querido conocer.

Mientras se ponía los rulos calientes, Daphne recordó aquella maravillosa fiesta a la que habían acudido en España, aquella fiesta en la que se habían conocido.

Durante el verano de su último curso universitario, había decidido irse a viajar por Europa para evitar a los amigos ricos y ostentosos de sus padres. Sin embargo, cuando se encontraba en Barcelona, no había tenido más remedio que acceder a los deseos de su madre, que le había rogado que fuera a un cóctel que organizaba el embajador.

A los diez minutos de estar en la fiesta, ya estaba aburrida y se quería ir, pero conoció entonces a cierto hombre alto, guapo y que la hizo reír al pedirle ayuda para darle esquinazo a la hija pequeña de los anfitriones, que lo perseguía con intenciones amorosas.

– Cuando venga, yo me meto debajo de la mesa y usted le dice que no me ha visto, ¿de acuerdo? – le había pedido Murat mirándola con sus maravillosos ojos negros.

En aquel momento, Daphne había sentido que el corazón le daba un vuelco, se había ruborizado y había pensado que estaría dispuesta a seguir a aquel hombre al fin del mundo.

Después de aquello, pasó toda la noche con ella, acompañándola a cenar y bailando bajo las estrellas. Hablaron de libros y de películas, de fantasías de la infancia y de sueños de adultos y, cuando Murat la acompañó al hotel y la besó, Daphne se dio cuenta de que corría peligro de enamorarse de él.

Murat no le dijo quién era hasta la tercera cita. Al principio, Daphne se había puesto nerviosa porque nunca había conocido a un príncipe, pero pronto se tranquilizó y vio que para algo servía haber sido educada para convertirse en la mujer de un presidente.

– Ven conmigo -le había pedido Murat cuando llegó el momento de volver a Bahania-. Ven a conocer mi país, conoce a mi pueblo y deja que mi gente descubra lo maravillosa que eres.

Daphne comprendía ahora que aquello no había sido una declaración de amor, pero con veinte años le había parecido más que suficiente, así que había abandonado el viaje y se había ido a Bahania, donde se había enamorado de Murat y de su mundo.

Daphne terminó de maquillarse, se quitó los rulos, se ahuecó el pelo con los dedos, se puso el vestido de seda que le llegaba justo por encima de la rodilla y se preguntó qué pensaría Murat al verla.

¿Qué diferencias encontraría entre la mujer en la que se había convertido y la niña que lo había amado hasta la locura?

Lo había amado tanto, con tanta devoción, que lo único que la hubiera podido obligar a irse habría sido descubrir que él no la amaba, y eso fue precisamente lo que sucedió.

– No pienses en eso -se dijo Daphne apartándose del espejo y saliendo del baño.

Al volver al salón principal, vio que la cena ya estaba servida y que Murat la estaba esperando.

– Llegas pronto -la saludó sonriendo.

– Lo he hecho adrede -contestó Daphne -. Quería ver cómo se servía la cena.

– Qué divertido…

– No es divertido cuando se entra por la puerta normal, pero cuando puede que haya un pasadizo secreto…

– Ah, ¿lo dices porque te quieres escapar? -dijo Murat enarcando una ceja-. No te va a resultar fácil. Te recuerdo que por aquí nos gusta mantener cautivas a las mujeres guapas.

– ¿Me estás diciendo que vas a hacer todo lo posible para que no encuentre los pasadizos secretos?

– No, lo que te estoy diciendo es que la puerta principal no se puede abrir desde dentro del harén, sólo desde fuera -contestó Murat acercándose al carrito de las bebidas.

Una vez allí, agarró una botella de champán y miró a Daphne, que asintió.

– No me sorprende que la puerta no se pueda abrir desde dentro. ¿De verdad no hay ninguna otra manera de salir de aquí? -comentó.

– ¿Por qué ibas a querer irte? -preguntó Murat abriendo la botella y sirviendo dos copas.

– Porque no me gusta ser prisionera de nadie -contestó Daphne aceptando una.

– Pero si estás en el paraíso.

– ¿Quieres que te cambie el sitio?

Murat la miró divertido.

– Veo que no has cambiado. Cuando te conocí decías todo lo que se te pasaba por la cabeza y sigues haciéndolo.

– ¿Me estás diciendo que no he aprendido a estar en mi lugar?

– Exactamente.

– Me gusta pensar que estoy en mi lugar siempre que quiero.

– Qué típico de las mujeres -contestó Murat alzando su copa-. Quiero brindar por nuestro pasado en común y por lo que el futuro pueda depararnos.

Daphne pensó en Brittany, que debía de estar aterrizando ya en Nueva York.

– ¿Qué te parece si brindamos por nuestras vidas separadas?

– No tan separadas. Te recuerdo que en breve seremos familia.

– De eso, nada. Te recuerdo que no te vas a casar…

– Por la belleza de las mujeres Snowden -la interrumpió Murat-. Venga, Daphne, brinda conmigo. Ya hablaremos otro día de esas cuestiones menos agradables.

– Muy bien -accedió Daphne pensando que, cuanto más tiempo ocuparan hablando de cosas banales, más tiempo tendría Brittany de llegar sana y salva a su casa-. Por Bahania.

– Por fin, algo en lo que estamos de acuerdo -contestó Murat brindando con ella.

A continuación, le indicó que se sentara y, cuando Daphne se hubo puesto cómoda en un sofá, él se sentó en una butaca próxima.

– ¿Estás cómoda aquí?

– Dejando de lado que me mantienes secuestrada en contra de mi voluntad, sí, estoy muy cómoda -suspiró Daphne dejando su copa sobre la mesa-. Lo cierto es que el harén es precioso.

– ¿Tuviste ocasión de ver la ciudad de camino al palacio?

– No mucho porque tenía prisa por llegar, pero me fijé en que había crecido.

– Sí, sobre todo el distrito financiero -comentó Murat con orgullo.

– Creo que ha habido otros cambios -comentó Daphne-. Todos tus hermanos se han casado, ¿no?

– Sí, todos con mujeres estadounidenses. Lo mejor para mejorar el linaje de una familia es incorporar sangre nueva.

– Supongo que eso hará que las mujeres que se han casado con tus hermanos se sientan muy especiales.

– ¿Por qué no iban a sentirse especiales ayudando a mejorar los genes de una familia tan noble?

– Por si no te has dado cuenta, a muy pocas mujeres en el mundo les apetece convertirse en conejas.

Murat sacudió la cabeza.

– ¿Por qué siempre les das la vuelta a las cosas para hacerme parecer una mala persona? Todas mis cuñadas son mujeres maravillosas y están encantadas con la decisión que han tomado. Cleo y Emma han tenido hijos este último año y Billie está embarazada de nuevo. Sus maridos las miman y las tratan con devoción, lo que las hace completamente felices.


Al oír aquello, Daphne sintió cierta envidia. Ella siempre había querido encontrar a un hombre que la amara con todo su corazón, pero no había tenido suerte.

– Así que tú eres el único que queda soltero.

– Sí, algo que me recuerdan todos los días -contestó Murat haciendo una mueca de disgusto.

– ¿Te están presionando para que te cases y tengas un heredero?

– No te puedes ni imaginar.

– Creo que ha llegado el momento de que hablemos de Brittany y de por qué vuestra unión jamás funcionaría.

– Eres una mujer difícil y testaruda.

– Si tú lo dices.

– Hablaremos de tu sobrina cuando yo así lo decida.

– No tienes elección.

– Por supuesto que la tengo. Además, a ti no te apetece hablar de Brittany ahora mismo. Tú lo que quieres es hablarme de ti, contarme lo que has estado haciendo durante estos últimos años. Tú lo que quieres es impresionarme.

– Te equivocas.

Murat enarcó una ceja y esperó. Daphne se revolvió incómoda en el sofá. Sí, era cierto que se moría por impresionarlo con todo lo que había hecho, pero no le gustaba que Murat se hubiera dado cuenta de sus intenciones.

– Venga, Daphne -la animó Murat acercándose a ella-. Cuéntamelo todo. ¿Terminaste la universidad? ¿Y en qué trabajas? -añadió tomándole la mano izquierda entre las suyas-. Veo que no le has entregado tu corazón a nadie.

A Daphne no le gustó aquello, y todavía menos le gustaban los escalofríos que recorrían su espalda cuando Murat la tocaba.

– No estoy casada, pero no voy a hablar contigo de mi corazón porque no es asunto tuyo.

– Muy bien. Entonces, háblame de la universidad.

Daphne dio un trago al champán y se le pasó por la cabeza la idea de beberse la copa de un trago, pero se contuvo a tiempo.

– Terminé mis estudios sin ningún problema y soy veterinaria.

– Me alegro por ti -comentó Murat sinceramente-. ¿Y te gusta tu trabajo?

– Mucho. Hasta hace poco, he estado trabajando en una clínica muy grande en Chicago. Durante los tres primeros años que trabajé para ellos, pasé los veranos en Indiana, trabajando en una explotación ganadera.

Pocas veces había conseguido Daphne sorprender a Murat y estaba disfrutando de lo lindo.

– ¿Y qué hacías? ¿Traer terneros al mundo?

– Efectivamente.

– Qué poco decoroso… -se horrorizó el príncipe.

Aquello hizo reír a Daphne.

– Era mi trabajo y me encantaba, pero últimamente he pasado a trabajar con animales más pequeños. Perros, gatos, pájaros, animales domésticos, mascotas. Por cierto, si tu padre necesita ayuda con sus gatos, dile que le echo una mano encantada.

– Se lo diré -contestó Murat-. Chicago es muy diferente a Bahania.

– Desde luego. Para empezar, no te puedes ni imaginar el frío que hace allí en invierno.

– Aquí no sufrimos esas cosas.

Y era cierto. En aquel paraíso el clima era maravilloso.

– Veo que no estás muy unida a tu familia – comentó Murat de repente.

Daphne estuvo a punto de atragantarse con el champán. No hacía falta ser muy inteligente para darse cuenta de que no era una Snowden «de verdad», pero la había sorprendido mucho que Murat hiciera un comentario así.

– ¿Te refieres a que vivimos a mucha distancia?

Murat asintió.

– Ellos viven en la Costa Este, ¿no?

– Sí, yo me fui a vivir a Chicago porque es más fácil aguantar las críticas poniendo cierta distancia.

– ¿Acaso a tus padres no les hace gracia que seas veterinaria?

– Lo cierto es que no. Ellos preferirían que me hubiera casado con un senador, pero a mí no me interesaba lo más mínimo.

Daphne lo había dicho con naturalidad, como si lo que su familia esperara de ella no le importara lo más mínimo, pero Murat detectó dolor en sus ojos. Dolor por no cumplir con sus expectativas, dolor porque su familia no la aceptara tal y como era.

Daphne siempre había sido una mujer testaruda, voluntariosa y orgullosa y, por lo que se veía, nada de eso había cambiado. Su físico sí lo había hecho. Ahora tenía el rostro más delgado y los rasgos más definidos. Mientras que con veinte años había sido una belleza en ciernes, ahora era una belleza en todo su esplendor. Además, era una mujer muy segura de sí misma, algo que agradaba mucho a Murat.

– Durante los últimos dos años he estado estudiando psicología canina -le confío Daphne muy contenta.

– Nunca había oído hablar de eso.

– Te encantaría. Estudiamos por qué los animales actúan como lo hacen, qué circunstancias combinadas con su personalidad los hacen actuar, por ejemplo, de manera agresiva, comerse los muebles o no aceptar a un recién nacido.

Murat no se podía creer que aquella información estuviera al alcance de los humanos.

– ¿A eso te dedicas actualmente?

– Más o menos. He aprendido cosas muy interesantes para domesticar a los machos dominantes -comentó Daphne divertida-. Me parece que algunas de esas técnicas me van a venir muy bien para domesticarte a ti.

– ¿Y para qué quieres domesticarme? Yo creo que ninguno de los dos queremos que me domestiques.

– No sé… -balbuceó Daphne.

– Pues yo, sí.

– Pareces muy seguro de ti mismo.

– Ventajas de ser el macho dominante.

Daphne se quedó mirándolo intensamente. En ese momento, Murat sintió que la deseaba con todo su cuerpo y se sorprendió. ¿Después de tanto tiempo? Siempre se había preguntado qué ocurriría si la volviera a ver, pero no esperaba sentir aquella desesperada necesidad de tocarla, de besarla, de tomarla.

– Pareces un depredador -comentó Daphne-. ¿En qué piensas?

– Estaba preguntándome si todavía le dedicas tiempo a la escultura.

Daphne sabía perfectamente que no era cierto, que no estaba pensando en eso, pero contestó de todas maneras.

– Me sigue encantando esculpir, pero no siempre tengo tiempo.

– Ahora que lo pienso, voy a hacer que te traigan arcilla. Así, durante el tiempo que estés aquí, podrás dedicarte a ello.

– ¿Cuánto tiempo tienes pensado mantenerme encerrada aquí?

– Todavía no lo he decidido.

– Entonces, de verdad, tenemos que hablar de Brittany.

Justo en aquel momento, las enormes puertas doradas se abrieron y entró un ejército de criados con varios carros.

– La cena -anunció Murat poniéndose en pie.

Murat había dejado el menú a elección de su cocinero, que no lo defraudó en absoluto. A Daphne también le encantó la cena, a juzgar por el gusto con el que se había tomado el postre de chocolate.

– Estaba todo increíble -comentó-. Si viviera aquí, me pondría como una foca.

– No siempre comemos tanto -sonrió Murat.

– Menos mal. Mañana voy a tener que hacer cincuenta vueltas corriendo al jardín -contestó Daphne dando un trago al vino-. A menos que para mañana ya me hayas devuelto mi libertad.

– ¿Otra vez con eso?

– Por supuesto. No pretenderás tenerme aquí para siempre.

– No te creas que no se me había pasado por la cabeza volver a utilizar el harén -bromeó Murat.

Daphne lo miró con los ojos muy abiertos.

– Qué gracioso -comentó rezando para que estuviera bromeando-. Para que lo sepas, no tengo ninguna intención de presentarme voluntaria.

– Al principio, a casi ninguna mujer le hace gracia, aunque es un gran honor, pero, con el tiempo, llegan a disfrutar de esta vida de lujo y placer. ¿Qué más se puede pedir?

– ¿Libertad y autonomía, quizá?

– Saberse deseada por un hombre confiere mucho poder. Las mujeres inteligentes han aprendido a utilizarlo en su provecho para, así, gobernar sobre el gobernador.

– A mí nunca se me han dado bien esas cosas. Además, no me interesa estar en segundo plano. Yo quiero estar en el mismo escenario, ser una igual con mi pareja.

– Eso no podrá ser. Yo seré el rey de Bahania, con todas las ventajas y desventajas del puesto.

¿Desventajas? Daphne nunca había pensado que ser rey tuviera desventajas.

– ¿Qué tiene de malo ser rey?

– No es que tenga nada malo, pero tienes muchas limitaciones y normas que cumplir además de un montón de responsabilidades.

– Por ejemplo, estar siempre de cara al público y hacer siempre lo correcto.

– Exacto.

– Casarte con una adolescente a la que ni siquiera conoces no es lo correcto, ¿verdad?

– Mira que eres insistente.

– Y testaruda -le recordó Daphne-. Quiero mucho a mi sobrina y estoy dispuesta a hacer lo que sea por ella.

– ¿Incluso disgustarme?

– Por lo visto, sí -contestó Daphne encogiéndose de hombros -. ¿Me vas a cortar la cabeza por ello?

– Sabes que no, pero voy a tener que hacer algo para que te convenzas de mi poder.

– Tengo muy claro que tienes mucho poder, pero yo creo que deberías utilizarlo para bien – dijo Daphne inclinándose hacia él-. Venga, Murat, ahora estamos solos. Dime la verdad. ¿En serio te querías casar con una jovencita a la que ni siquiera conoces?

– ¿No se te ha ocurrido pensar que, tal vez, quisiera a mi lado a una jovencita descerebrada que siempre me obedeciera?

Daphne dio un respingo.

– Brittany no es una descerebrada y te aseguro que jamás hubiera obedecido tus órdenes. Estás intentando molestarme, ¿verdad?

– ¿Lo estoy consiguiendo?

– Más o menos -contestó Daphne arrellanándose en la silla-. No quiero que te cases con Brittany.

– No puedes impedírmelo.

– Te equivocas. Haré todo lo que esté en mi mano para impedírtelo.

Murat la miró divertido.

– Soy el príncipe heredero de Bahania. ¿Quién eres tú para amenazarme?

Buena pregunta.

Tal vez fuera la oscuridad o la compañía o, quizá, simplemente el alcohol, pero Daphne sentía la cabeza muy ligera. Había tomado un vino diferente con cada plato. Quizá fue, precisamente, el vino lo que le dio valor para ponerlo en su sitio.

– Eres un macho dominante y te dedicas a marcar tu territorio con orina. Eso es lo que Brittany es para ti. Un árbol en el que orinar -le espetó furibunda.

Murat la sorprendió echando la cabeza hacia atrás y estallando en carcajadas.

– Anda, vamos a dar un paseo -dijo poniéndose en pie-. A ver si se te baja el alcohol de la cabeza. Así, tendrás oportunidad de contarme todas tus teorías para domesticar a hombres como yo.

Daphne se puso en pie y lo miró.

– No estaba de broma. Te estás comportando como un pastor alemán con un problema territorial. No te vendría mal un adiestramiento de obediencia para mantenerte a raya.

– No soy yo el que debe mantenerse a raya.

– ¿Me estás amenazando? -dijo Daphne dando un paso hacia él.

Por desgracia, sus pies no obedecieron y Murat tuvo que agarrarla para que no perdiera el equilibrio.

– Hablas de domesticarme, pero no estoy seguro de que eso sea lo que quieres en realidad. Un hombre domesticado no haría esto -comentó Murat besándola.

Daphne se dijo que un beso no era nada, pero lo cierto era que sentía el cuerpo entero en llamas y una desesperada necesidad en las sienes que la hizo abrazarse a él para no perder el equilibrio.

Por supuesto, se habían besado antes, pero parecía que hubiera sido hacía una eternidad. Entonces, Murat la había abrazado con ternura y la había besado con suavidad, pero en esta ocasión no fue así.

Ahora la estaba besando con una pasión que a Daphne la estaba dejando sin respiración. Quería más. Murat la tomó entre sus brazos y la apretó contra su cuerpo.

Daphne se apretó contra él y saboreó el calor y la fuerza que emanaban de aquel hombre, besándolo con la misma fiereza que él la estaba besando a ella.

«Más, por favor, más», aprobó Daphne en silencio.

Sin embargo, no hubo más. Murat se apartó y Daphne no tuvo más remedio que abrir los ojos y recuperar el equilibrio.

– Supongo que en estos momentos Brittany ya estará en Nueva York -comentó Murat.

El repentino cambio de conversación tomó a Daphne por sorpresa. ¿Acaso no iban a hablar del beso? ¿Tal vez no iba a haber más?

Por lo visto, no.

– Lo que te dije de que me iba a casar con una mujer de la familia Snowden lo dije muy en serio.

– Pues vas a tener que cambiar de planes porque Brittany no se va a casar contigo.

– ¿Estás segura de eso? -preguntó Murat mirándola con intensidad.

– Completamente -contestó Daphne muy segura de sí misma.

– Como quieras -dijo girándose y yéndose.


Daphne no pudo conciliar el sueño hasta pasadas las dos de la madrugada, pues no podía relajarse.

Aunque se repetía una y otra vez que debería estar contenta porque, por fin, Murat parecía haber entrado en razón en lo que a Brittany se refería, no se fiaba de él.

¿Había dejado que se saliera con la suya así de fácil? Aquello no era propio de Murat.

Cuando se levantó a la mañana siguiente, se dio cuenta de que estaba bastante cansada. Cuando olió café recién hecho, se puso la bata y se apresuró a ir al salón, donde, efectivamente, encontró preparado su desayuno.

Dejando para más adelante la fruta y el pan, se sirvió una buena taza de café y se dispuso a leer la prensa.

Bajo el Usa Today estaba el periódico nacional de Bahania. Al retirar el de su país, gritó horrorizada, pues en la portada del local aparecía una fotografía suya y debajo un titular en el que se anunciaba su compromiso de boda con Murat.

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