20

Esa tarde, Austin se encontraba a solas en su estudio, frente a la ventana, con la mirada perdida. Cuando alguien llamó a la puerta, apretó los puños. Si era ella… Desechó ese pensamiento enseguida.

– Adelante.

Caroline entró en el estudio.

– ¿Puedo hablar contigo?

Él le sonrió forzadamente.

– Por supuesto. Siéntate, por favor.

– Prefiero quedarme de pie.

Él alzó las cejas con un gesto inquisitivo ante el tono de su hermana.

– Muy bien. ¿De qué quieres hablar?

Ella enlazó las manos y aspiró a fondo.

– Quiero empezar diciendo que, como hermano, te tengo en gran estima.

– Gracias, Caroline -respondió sonriendo-. Yo…

– Pero eres tonto de remate.

La irritación le borró la sonrisa de la cara.

– ¿Cómo dices?

– ¿Es que no me has oído? He dicho que eres…

– Te he oído.

– Excelente. ¿Quieres saber por qué eres tonto de remate?

– En realidad, no, pero estoy seguro de que me lo dirás de todas maneras.

– Tienes razón. Me refiero a esta situación con Elizabeth.

– ¿Situación? -preguntó Austin con los dientes apretados.

– No disimules -soltó ella, echando chispas por los ojos-. Sabes perfectamente de qué hablo. ¿Qué le has hecho?

– ¿Qué te hace pensar que le he hecho algo?

– Es muy desdichada.

– Eso es lo que todo el mundo se empeña en decirme.

Ella le dirigió una mirada escrutadora.

– No logro entender esta indiferencia glacial. Pensaba que estabais hechos el uno para el otro, pero es evidente que ella no está contenta y que tú merodeas por la casa como un oso con una espina clavada en la pata. Siempre te he visto tratar a las mujeres, incluso a las más irritantes, con absoluto respeto. Y sin embargo, tratas a tu propia esposa como si no existiese.

«Es que no existe -se dijo Austin-. La mujer de quien me enamoré no existe en realidad.»

– Austin. -Caroline le posó la palma de la mano en la mejilla y la ternura sustituyó al enfado en sus ojos-. No puedes permitir que esta infelicidad acabe con vosotros. Es evidente para mí que la quieres con toda tu alma y que ella te quiere. Por favor, examina tus sentimientos y busca una manera de resolver el problema que tienes con ella, sea cual fuere. Y hazlo ahora, antes de que sea demasiado tarde. Deseo que seas feliz, y el dolor que percibo en tus ojos me dice que no lo eres. Pero lo fuiste alguna vez. Y gracias a Elizabeth.

Esas palabras cariñosas le envolvieron el corazón atenazándoselo como un tornillo de carpintero. Sí, había sido feliz durante muy poco tiempo. Pero esa felicidad estaba basada en una ilusión. Y aunque agradecía a Caroline su preocupación, estaba harto de que primero Robert y ahora ella se entrometiesen en su vida.

No estaban al corriente de las circunstancias, pero no tenía ninguna intención de contarles a ellos, o a cualquier otra persona, que su esposa quería disolver su matrimonio. Guardaría el secreto, al menos hasta que fuera absolutamente necesario revelarlo. Si Elizabeth resultaba estar embarazada, tendrían que soportar como fuera su matrimonio.

Alguien llamó a la puerta.

– Adelante.

Era su madre.

– ¿Interrumpo algo?

– En absoluto. -Austin fijó la vista en la puerta con aire significativo-. Caroline ya se iba.

– Excelente. El coche nos espera para el paseo por el parque, Caroline. Enseguida me reuniré contigo, ahora tengo que hablar con Austin.

Caroline cerró la puerta delicadamente tras sí. Austin apoyó de nuevo la cadera en su escritorio y clavó los ojos en su madre.

– ¿También tú has venido a ponerme verde?

– ¿Ponerte verde? -preguntó ella, con los ojos como platos.

– Mis hermanos han tenido a bien llamarme necio, idiota y, mi insulto favorito, tonto de remate.

– Entiendo.

– Celebro que al menos mi madre no se rebaje a insultar.

– Desde luego. Claro que, si no te hubieran dejado hecho un trapo, quizá tendría la tentación de llamarte imbécil cabeza de chorlito, pero dadas las circunstancias me limitaré a decirte que me duele veros tan tristes a ti y a Elizabeth. -Le tomó la mano entre las suyas y le dio un apretón-. ¿Hay algo que pueda hacer para ayudarte?

Maldita sea, prefería los insultos a esa preocupación tierna y cariñosa.

– Estoy bien, madre.

– No lo estás -repuso ella en un tono que no admitía réplica-. Sabía que algo iba mal cuando enviaste a Elizabeth a Wesley Manor tan de repente. El sufrimiento de la pobre chica es palpable. Y el tuyo también. Nunca te había visto tan enfadado ni consternado. -Sus afectuosos y azules ojos se posaron en los de él-. Hubo muchos malentendidos entre tu padre y yo cuando estábamos recién casados…

– No se trata de un malentendido, madre.

No pretendía hablarle en un tono tan cortante. Ella lo miró unos instantes antes de contestar.

– Entiendo. Bueno, sólo puedo decirte que el amor profundo siempre va acompañado de otras emociones intensas. Cuando quieres a alguien con todas tus fuerzas, peleas con todas tus fuerzas. -Esbozó una sonrisa melancólica-. Tu padre y yo hicimos las dos cosas.

Sintió pena por ella y le apretó la mano con cariño. La muerte repentina de su padre los había destrozado a todos, pero a ella más que a nadie.

– Es tu esposa, Austin. Lo será para el resto de tu vida. Por vuestro bien, intentad resolver vuestras diferencias y procurad que vuestra unión sea feliz. No dejes que el orgullo os lo impida.

Él arqueó las cejas.

– Das la impresión de estar convencida de que yo tengo la culpa de mis problemas maritales.

– No he dicho eso. Pero eres un hombre de mundo, mientras que Elizabeth sabe poco de la vida. Cometerá errores, algunos graves, otros no, hasta que adquiera algo de experiencia en su nueva posición. Ten paciencia con ella. Y contigo mismo. -Le dio un beso en el dorso de la mano-. Es la mujer ideal para ti, Austin.

– ¿Ah sí? ¿Eres tú la misma persona que manifestaba su aprensión por mi boda con una americana?

– No puedo negar que tenía mis reservas al principio, pero durante las tres últimas semanas he llegado a conocer bien a mi nuera. Es una joven encantadora e inteligente, y tiene madera de duquesa. Además, te quiere. Y sospecho que tú sientes lo mismo por ella.

Le sonrió con dulzura y luego se marchó del estudio. Austin se quedó mirando la puerta cerrada y exhaló un suspiro. Gracias a su familia acabaría en el manicomio de Bedlam. Tenía que salir de esa casa cuanto antes.

Sin embargo, antes de que pudiese dar un solo paso, las palabras de su madre asaltaron su mente. «Te quiere.» El dolor y la ira, combinados con una tristeza profunda y desoladora, lo hicieron encorvar la espalda. Su madre, Caroline, Robert…, ninguno de ellos tenía idea de lo equivocados que estaban respecto a los sentimientos de Elizabeth. Había logrado engañar a todos los miembros de su familia.

«Y sospecho que tú sientes lo mismo por ella.»

Con un quejido, se pasó los dedos por el pelo. Sí, maldita sea, la quería.

Pero con gusto habría dado todo lo que tenía por desterrar ese maldito sentimiento de su corazón.


A la mañana siguiente, Austin entró en su estudio y se detuvo ante la inoportuna visión de Miles arrellanado en un sillón. Maldición, si Miles se proponía retomar el tema donde lo había dejado su familia el día anterior, Austin le propinaría un guantazo. Sentía un fuerte impulso de golpear algo, y a la mínima provocación sin duda ese algo sería Miles.

Su amigo lo miró de arriba abajo y luego dirigió una mirada significativa al reloj que descansaba sobre la repisa de la chimenea.

– Son las diez de la mañana. ¿No es un poco temprano para ir vestido con ropa formal? ¿O es que no estoy al tanto de la última moda?

– No voy a salir -dijo Austin, refrenando apenas su impaciencia.

– Ah, entonces seguro que acabas de llegar de algún sitio. ¿De dónde, me pregunto? Pareces un poco bajo de forma.

– Si insistes en saberlo, he estado en mi club. -Austin paseó la mirada por la habitación con interés exagerado-. ¿Dónde está el resto de mi bienamada familia? ¿Escondida detrás de las cortinas?

– Tu madre y Caroline hace un rato se fueron a la joyería. Robert y Elizabeth han salido también, pero no tengo idea de adónde han ido.

Austin cruzó a paso rápido el estudio, se detuvo por unos instantes ante la mesita de las licoreras y siguió adelante. Ya había bebido más que suficiente brandy en White's esa noche, y en lugar de encontrar el consuelo que buscaba sólo había conseguido un agudo y persistente dolor de cabeza…, además de perder varios cientos de libras en la mesa de juego.

– Te noto nervioso -observó Miles desde su sillón. Austin se detuvo y se dio cuenta con gran irritación de que estaba yendo y viniendo por la estancia.

– No estoy nervioso.

– ¿De veras? He visto caballeros que, ante su inminente paternidad, se mostraban más tranquilos que tú.

Inminente paternidad. Este comentario, hecho con toda naturalidad, le escoció como la sal en una herida. Reprimiendo una palabrota, Austin se acercó a la ventana y apartó la cortina. Con la vista fija en el cristal, pero sin mirar nada en realidad, se esforzó por erradicar de su mente las imágenes dolorosas que evocaban las palabras «inminente paternidad».

Casi lo había conseguido cuando un coche de alquiler llamó su atención al detenerse delante de su casa. La portezuela se abrió y Robert salió del interior, con los labios apretados en un gesto hosco. Le tendió la mano a alguien y Elizabeth se apeó del carruaje. Estaba pálida y se la veía abatida.

Los dedos de Austin se cerraron en torno a las cortinas de terciopelo. ¿Adónde diablos habían ido? ¿Y por qué demonios habían tomado un coche de alquiler?

A continuación, Robert ayudó a salir a otra mujer. Era menuda y delgada, y un sombrero de color terroso le cubría el cabello. Cuando se volvió, Austin le vio la cara.

Unos moratones negros le rodeaban los ojos y tenía el labio inferior hinchado y partido. De pronto la reconoció.

Era Molly, la camarera, la prostituta de El Cerdo Roñoso. Dios santo, ¿qué demonios estaba pasando? ¿Tenía información sobre Gaspard? ¿Por qué estaban Elizabeth y Robert con ella?

Austin soltó la cortina y salió como una exhalación del estudio sin hacer el menor caso de la mirada inquisitiva de Miles. Llegó al vestíbulo justo cuando el trío entraba por la puerta. Elizabeth y Robert sostenían a Molly, uno a cada lado. La andrajosa mujer parecía a punto de caer al suelo.

– No te preocupes, Molly -le decía Elizabeth-. Unos pasos más y tendrás una cómoda cama sólo para ti. Después les echaremos un vistazo a tus heridas.

– ¿Qué diablos pasa aquí? -preguntó Austin mirando por turno a cada uno de los tres.

Molly retrocedió, visiblemente asustada por su tono áspero, y se encogió, arrimándose a Elizabeth.

– Tranquila, Molly, no pasa nada -le aseguró Elizabeth. Luego, le pidió a Robert-: ¿Quieres acompañar a Molly a la habitación de invitados amarilla y pedirle a Katie que le prepare un baño? Enseguida estoy con vosotros.

– Por supuesto.

Soportando sin esfuerzo el peso de la frágil mujer, Robert la condujo escaleras arriba.

Elizabeth se volvió hacia Austin.

– ¿Puedo hablar contigo en privado?

– Iba a proponerte exactamente lo mismo -dijo Austin con voz tensa.

Al recordar que había dejado a Miles en su estudio, se encaminó a la biblioteca y cerró la puerta cuando los dos estuvieron dentro. Observó a Elizabeth dirigirse al centro de la estancia y luego volverse hacia él. Tenía el rostro blanco como la cera y los ojos rodeados de profundas ojeras que denotaban su pesar. Austin sintió la imperiosa necesidad de estrechada entre sus brazos, y se desesperó al constatar cuánto la amaba.

Se le acercó lentamente. Temía que ella retrocediese, pero Elizabeth permaneció donde estaba, con las manos enlazadas delante de sí y los ojos clavados en los de él. Cuando ya estaban muy cerca el uno del otro, Austin se detuvo. Dios, cómo la echaba de menos. Extrañaba su afecto y su sonrisa. El sonido de sus carcajadas. «Olvida todo eso -se dijo-. Se ha acabado. Para siempre. Ella no te quiere.»

El dolor y la rabia se apoderaron de él, pero adoptó una expresión de pura frialdad y aguardó a que ella hablara.

Elizabeth contempló el rostro distante de su esposo y el nudo que tenía en el estómago se tensó aún más. El semblante glacial de Austin indicaba que se avecinaba un enfrentamiento, y ella estaba resuelta a salir vencedora de él.

Levantó la barbilla, desafiante, y dijo:

– Supongo que te preguntarás por qué hemos traído a Molly.

– Qué perspicaz. -Austin enarcó una ceja-. En efecto, quiero que me expliques, no sólo la razón de que una prostituta se encuentre en mi casa, sino por qué medios ha podido llegar hasta aquí.

Elizabeth estalló.

– No quiero que la llames de ese modo.

– ¿Por qué? Eso es lo que es.

– Ya no.

– ¿Ah no? ¿Y qué es ahora?

Elizabeth tenía tantas cosas que decide y tan poco tiempo… Debía examinar a Molly, y luego prepararse para emprender un viaje. Sencillamente, no podía perder el tiempo en explicaciones detalladas. Buscó una respuesta apropiada a la pregunta de su marido y una le vino de pronto a la cabeza.

– Ahora será una doncella. Mi doncella.

Si la situación hubiese sido más relajada, Elizabeth habría soltado carcajadas al ver la cara de estupefacción de su esposo.

– ¿Cómo dices?

– He contratado a Molly para que ayude a Katie con, eh, con mi enorme guardarropa.

La mano de Austin salió disparada hacia delante y la asió por el brazo.

– ¿Qué significa esta tontería?

Ella intentó soltarse, pero él la apretó más, avivando la cólera de Elizabeth, que se apresuró a decir:

– Esta mañana he tocado accidentalmente la chaqueta que yo llevaba puesta la noche que fuimos a El Cerdo Roñoso, y he tenido una visión. En ella alguien le pegaba una paliza a Molly, así que he decidido impedirlo. He convencido a Robert de que me condujese al muelle…

– ¿Robert te ha llevado al muelle?

– Sí. -Al ver el destello de furia que brillaba en sus ojos, añadió rápidamente-: Por favor, no te enfades con él. Después de rogarle y explicarle la gravedad de la situación, una amiga mía corría peligro, ha accedido a ayudarme, pero no sin antes hacerme prometer que permanecería a salvo dentro del coche. Cuando llegamos frente al local, descubrimos a Molly acurrucada en un callejón. La habían apaleado y le habían robado. -Respiró hondo-. La misma noche en que la conocimos salió del bar y alquiló una habitación pequeña encima de un almacén. Los hombres que le robaron se llevaron de allí todo lo que ella había conseguido ahorrar con la esperanza de iniciar una nueva vida. -Un escalofrío la estremeció-. Por Dios, Austin, lo que los incitó a asaltarla fueron las monedas que nosotros le dimos esa noche. -Se irguió al máximo y concluyó-: Tengo la intención de ayudarla.

– Sí, eso está bastante claro. -Austin le apretó el brazo con dedos como tenazas. La frialdad de su mirada había cedido el paso a la ira-. Pero ¿pensaste siquiera por un instante en el peligro al que te exponías yendo a ese lugar?

– No he ido sola.

– ¿Crees sinceramente que con eso estabas completamente a salvo? Podrías haber sido víctima de una paliza y un robo, como ella. O de algo peor.

En otras circunstancias, el enfado de Austin, el fuego de su mirada, le habrían hecho creer a Elizabeth que le preocupaba su destino.

Aunque, por supuesto, si él no quería que sufriese daño alguno era porque tal vez llevara a un hijo suyo en su seno.

– No sólo has puesto en peligro tu integridad y la del idiota de mi hermano -gruñó él-, sino que obviamente has pasado por alto el escándalo que ibas a provocar al ir a buscada al muelle para traerla aquí.

– ¿Escándalo ayudar a una mujer maltratada? Pues no me importa. Y si es su antigua ocupación lo que te preocupa, no tengo intención de compartir esa información con nadie. Naturalmente, Molly no va a presumir de ello por ahí, y confío en que Robert sabrá guardar el secreto. -Alzó las cejas-. ¿Piensas contárselo a alguien?

– No. -Le soltó el brazo y se pasó los dedos por el cabello-. Pero los sirvientes chismorrean. Seguro que se propagarán rumores.

– Pues yo lo negaré todo. Al parecer piensas que soy una embustera consumada, así que tal vez deba sedo. ¿Quién osaría poner en duda la palabra de la duquesa de Bradford?

Austin soltó una carcajada sardónica.

– Pues sólo yo.

Estas palabras la impactaron como una bofetada, y se mordió el labio para contener una exclamación de angustia. Estudió los grises ojos de Austin durante un buen rato, lamentando la pérdida del afecto que había visto en ellos en otro tiempo.

– Comprendo que la situación te parezca escandalosa, pero por Dios, Austin, piensa en esa pobre mujer. No he tenido la oportunidad de examinada a fondo, pero estoy segura de que tiene varias costillas rotas y no oye con el oído izquierdo. -Aunque se exponía a un rechazo cruel, alargó el brazo y le tocó la mano-. Sé que estás enfadado conmigo, pero tienes buen corazón. No te considero capaz de echar a la calle a esa mujer indefensa que no tiene nada.

Austin apretó las mandíbulas.

– Le encontraremos un trabajo en una de las fincas -dijo-. Pero debes comprender que no puede quedarse contigo. Aunque creas que las habladurías no te afectarían, piensa en los sentimientos de mi madre y mi hermana.

Ella asintió con la cabeza, aliviada.

– De acuerdo. Si al final resulta que no estoy embarazada, no tendrás que preocuparte por Molly de todas maneras.

El hielo volvió a la mirada de Austin.

– ¿Ah no? ¿Y por qué?

– Porque, si no estoy embarazada, pienso regresar a América tan pronto como nos concedan la anulación. Molly podrá venir conmigo, si quiere. Las dos seremos libres para empezar de nuevo.

– Entiendo.

La tensión que flotaba en el ambiente le dificultaba la respiración a Elizabeth. Necesitaba ver a Molly, y deseaba escapar de la atmósfera sofocante que la rodeaba, pero todavía no podía abandonar esa habitación. Se aclaró la garganta y dijo:

– Hay algo más que debes saber.

Austin se llevó la mano a la cara, cansado.

– Espero que no hayas vuelto a la casa de juego y rescatado a media docena de borrachos endeudados hasta las cejas.

Pese al tono sombrío de su esposo, una ligera sonrisa jugueteó en los labios de Elizabeth.

– No, aunque es una idea que merece tenerse en cuenta.

– No -repuso Austin achicando los ojos-, ésa es una idea que no merece tenerse en cuenta en absoluto.

Aliviada por haber ganado la primera batalla con relativa facilidad, ella le dio la razón.

– De acuerdo. Pero ahora debo comunicarte otra noticia. Tiene que ver con tu hermano.

– ¿Ah sí? -Sus ojos brillaron amenazadoramente-. Por supuesto, tendré que decide a Robert dos palabras sobre esta visita a los barrios bajos de Londres.

– No me refiero a Robert. La noticia tiene que ver con William.

Austin se quedó totalmente inmóvil.

– ¿De qué se trata?

– Sé dónde podemos encontrar a Gaspard.

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