XIV

Cuando dos hermanos habitan el uno junto al otro y uno de los dos muere sin dejar hijos, la mujer del muerto no se casará con un extraño; su cuñado irá a ella y la tomará por mujer. ¡Ya decía yo! Desde el mismo día que mataron a Elviro, Encarna andaba tras de ti, Mario, eso no hay quien me lo saque de la cabeza, que tu cuñada será lo que quiera, que en eso no me meto, pero tiene unas ideas muy particulares, que a saber qué se pensaba, porque qué asedio, hijo de mi alma, no hay derecho, que aquí, para ínter nos, te confieso que ya de novios, cada vez que la oía cuchichear contigo en el cine, me llevaban los demonios y tu todavía, disculpándola, que era tu cuñada, que había sufrido mucho, sentimentalismos, ya ves luego, Encarna hasta en la sopa, vaya temporaditas, y, por si no fuera bastante, dándola dinero en Madrid, que todo se sabe, Mario, que el diablo sabe más por viejo que por diablo, y no voy a decirte que se pusiera a trabajar, que eso lo último, pero padres tiene me parece a mí. Ahí tienes a Julia, con mi padre vive y no la ha pasado nada por eso, que no es que haya puesto una pensión, ni mucho menos, pero lo de alquilar habitaciones a estudiantes norteamericanos es de buen tono, ya ves, que ahora está de moda, yo sé de familias estupendas que lo hacen, y no me vengas con que el padre de Encarna está paralítico, que ésa es una razón más para atenderle. Porque no tiene sentido, Mario, que si cuando tu padre estuvo tan mal, que se hacía todo en la cama, ¿recuerdas?, que era un verdadero asquito, Encarna le atendía, ahora para cuidar del suyo se ande con tanto remilgo. Lo mires por donde lo mires, es un contrasentido, y no me vale eso de que su madre sea una rara y la disguste que otra intervenga, que ésas son chocheces de vieja, ya se sabe, que lo que es si Encarna se planta allí, sin preguntar a nadie, y se arremanga, ya te digo desde aquí que no rechista ni el gato, pues buena es. Pero no, como allí no hay testigos, no interesa, ¡a ver!, que con tu padre lo que ella quería era que tú la vieras y darme una lección, así como suena, Mario, darme una lección, que es una bobada, fíjate, que a mí apenas si me dejaba meter baza y a tu madre no digamos, pero todos estábamos al cabo de la calle de que tenía más fuerzas que las dos juntas. Es como ahora, cada vez que viene, con los dorados y las ropitas de los pequeños, que es una pesada, con que si los trastos esos, por la lavadora, fíjate, no hacen lo que unas manos pero que a la fuerza ahorcan, que tu cuñada se pirra por dar lecciones, y si no la alabas cinco veces cada cosa que hace te has caído, hijo, dichosa Encarna, que no veo el día en que la pueda perder de vista. Lo que la pasa a tu cuñada, cariño, es que es un marimacho, que de femineidad, cero, como yo digo, date cuenta Elviro, a su lado, ni se le veía, tan escuchimizado, el sexo débil, me río yo, que no me gusta pensar mal, Dios me perdone, pero para mí que Encarna se la jugaba, ya ves tú, que Elviro era demasiado poco hombre para ella. ¡Había que verla zarandeando a tu padre! Como un niño chico, Mario, no digas, lo traía y lo llevaba y, luego, como él no notaba la necesidad, qué olores, hijo mío, no salían ni con ozonopino, que estaba aquella casa como una cochiquera, en mi vida lo he pasado peor, que tu madre nada, en el mejor de los mundos, yo no sé si en los casos así es que se pierde el olfato o qué, y todavía tú que iba poco, y ¿a qué iba yo a ir si puede saberse? Con Encarna bastaba y sobraba, Mario, que yo con dos críos en casa tenía bastante y además, por si te interesa, entre el embarazo de Álvaro y la fresquera del baño, que no sé en qué hora se la ocurrió a tu madre, no podía parar, te lo juro, ni pasar un pedazo de pan, que ya es decir. Pero iba, Mario, iba por lo que iba, que no era un plato de gusto, desde luego, que este tipo de enfermos que no se contienen, me dan náuseas, no lo puedo remediar, que me encantaría sentir compasión, pero no puedo, es algo superior a mis fuerzas, qué más quisiera yo, y, luego, tu padre, tan pesadito, que lo de prestamista no se le notaría, las cosas como son, pero tenía la cabeza perdida, hijo, no me digas, vaya lata, todas las noches lo mismo, "que se vaya esa señora; es la hora de cenar", por tu madre, tú dirás, en la vida he visto cosa igual, como cuando empezaba, "¿te has enterado, hija?", "¿de qué?", por llevarle la corriente, a ver, y él, "ésta no lo sabe, si es muy divertido, hija; no se habla de otra cosa", todos los días la misma canción, "pues no sé una palabra", "oíd", y se moría de risa, medio tosiendo, "ésta no sabe nada", que yo pienso que tu padre hubiera estado mil veces mejor internado, y, de repente, se ponía muy serio, como triste, "pues ya no me acuerdo. Lo he olvidado, hija, pero era una cosa muy divertida", ¿qué te parece?, gagá perdido, pero para encerrar, Mario, por fuerte que sea, que habría pasado mucho con lo de tus hermanos, que eso no lo discuto, pero el último año de tu padre fue de abrigo y después de todo, a saber, que muchas veces estas cosas son reliquias de juventud, de excesos, ¿comprendes?, enfermedades raras, tú pregúntale a Luis. Y por si fuera poco, tan largo, un año, Mario, que ni mejoraba ni se moría, una pesadez, figúrate a qué iba a ir yo allí, a molestar, nada más que a eso, porque atendido estaba. ¡Buena diferencia con mamá! ¿Te acuerdas, Mario? Y eso que en una clínica es más difícil, pero no fallaba, todos los días camisón limpio, y las flores, que en esa situación parece que no está una para nada, pues ya veías, daba gusto estar allí, y es lo que yo digo, si mamá, que en paz descanse, hubiera llegado a los extremos de tu padre, hubiese dejado de comer, me apuesto lo que quieras, antes moriría de hambre que hacérselo, date cuenta. De acuerdo, el señorío no se improvisa, se nace o no se nace, es una de esas cosas que da la cuna, aunque bien mirado, la educación, el trato, también puede hacer milagros, que ahí tienes, sin ir más lejos, el caso de Paquito Álvarez, un artesano cabal, no vamos a decir ahora, que de chico trabucaba las palabras que era una juerga, bueno, pues le ves hoy y otro hombre, qué aplomo, qué modales, yo no sé qué maña se ha dado, pero los hombres es una suerte, como yo digo, si a los veinte años no estáis bien, no tenéis más que esperar otros veinte. Y, luego, esos ojos. Hay que reconocer que Paco siempre los tuvo ideales, de un azul verdoso, entre de gato y agua de piscina, pero ahora como ha encorpado y tiene más representación, mira de otra manera, como con más intención, no sé si me explico, y, además, como no se apura al hablar, que habla sólo lo justo y a medio tono, con ese olor a tabaco rubio, que es un olor que a mí me chifla, resulta, es uno de esos hombres que te azaran, fíjate, quién se lo iba a decir a él. Yo daría lo que fuese porque tú fumases de rubio, Mario, que te parecerá una tontería, o por lo menos emboquillado, hace otra cosa, y no ese tabaco tuyo, hijo, que ya no se ve por el mundo, nunca he podido con él, que cada vez que en una reunión te pones a liar uno, me enfermo, como lo oyes, que luego ese olor, a pajas o qué sé yo, a saber qué gusto puedes sacarle a esa bazofia, que si siquiera fuese elegante o así, vaya, pero liar un cigarro, lo que se dice liarlo, ya no se ve más que a los patanes, ni los hijos de las porteras, si me apuras, que te quemas la ropa y te pones hecho un asco, como yo digo. Claro que dirás tú que a ti la ropa qué, que ésa es otra, que nunca te dio por ahí, que me has hecho pasar unos apuros que ni te imaginas, hijo, siempre hecho un adán, que yo no sé qué arte te das que a los dos días de estrenar un traje ya está para la basura, que ni sé cómo me enamoré de ti, francamente, que el traje marrón aquel, el de las rayitas, me horrorizaba, que yo me hacía ilusiones de cambiarte, pero ya, ya, genio y figura, a esa edad ya se sabe, romanticismos, pero ni tanto ni tan calvo, Mario, calamidad, que bien poca suerte he tenido contigo en este aspecto, que me has hecho sufrir más que otro poco. Y que no es tener más o menos, que va, que yo recuerdo a Evaristo, el Viejo, quita y pon, nada más, pero eso sí, planchado y requeteplanchado, como un pincel, había que verle, y no creas que se avergonzaba de decirlo, "me subo a una silla para ponerme o quitarme los pantalones; es la única manera", que era cuidadoso y nada más, que luego, a la noche, bien dobladitos, bajo el colchón, y una raya, Mario, que no es hablar por hablar, que no te la saca una plancha, ¡de qué! Claro que para ti tiene más valor lo que te diga don Nicolás, o el puerco ese de las barbas, que lo que te diga tu mujercita, ya lo sé, que yo no pinto nada, pero él tampoco es quien para decirme si a los sinvergüenzas se les conoce o no por la raya de los pantalones, que tú, en lugar de reírte, le debiste parar los pies, Mario, que yo no sé dónde vamos a llegar, como el otro, con que si la libertad es como una puta en manos del dinero, ya ves qué bonito, a voces, delante de mí, que no es decir que no me viese, que había saludado y todo, valiente zascandil, que es lo que yo digo, Mario, que no son formas, que si habláis en casa de esas mujeres, que no es que yo diga que esté bien, al menos deberíais andar con más cuidado, que el niño ese si quiere ser rebelde que se vaya a su casita, que lo menos que puede hacer en la ajena es guardar consideraciones a una señora. ¡Buena cosecha ha sembrado el don Nicolás ese de mis pecados! Te digo mi verdad, Mario, y no lo comentes, pero yo prefiero a Gabriel y Evaristo con todo lo sinvergüenzas que han sido toda su vida, qué a esta camarilla de intelectuales o como quieras llamarles. Al fin y al cabo, Gabriel y Evaristo iban a lo suyo, y es muy humano, Dios puso en el hombre y en la mujer ese instinto y uno se explica muchas debilidades, que no es que vaya a decirte que esté bien, entiéndeme, que ya sé que al instinto hay que encauzarle y todas esas cosas, pero disculpo mejor esas extralimitaciones que las vuestras, así. Porque, en definitiva, la mujer que caiga con Gabriel y Evaristo es porque es tan sinvergüenza como ellos, que a mí bien que me llevaron a su estudio, todo lleno de cuadros con mujeres desnudas, y ya me ves, Mario, ni se me pasó por la imaginación, ya lo sabes, pues porque no, porque soy como hay que ser, ésa es la razón, que lo puedo decir muy alto, que si virgen fui al altar, fiel he seguido dentro del matrimonio, por más que tú, cariño, bien poco hayas puesto de tu parte, que a indiferente y a frío no hay quien te gane, lo mismo que para comer, ganas de esmerarse, "lo mismo da", ni lo mirabas siquiera, la cuestión era matar el hambre, eso. No me hagas caso, me río pensando en Valen, las cosas, pero cada vez que me dice que siempre es distinto, que siempre hay algo nuevo, yo la digo que sí para que se calle, a ver, no la voy a decir que mi marido es un rutinario, que es la pura verdad, Mario, que en seguida te pasa y a una la dejas con la miel en los labios, ni disfrutar, que no es que diga que eso para mí sea fundamental, ni mucho menos, pero vamos, que en el fondo, quien más quien menos, a nadie le amarga un dulce. Sí, no digo que no, a lo mejor es frivolidad… frivolidad, ¿recuerdas?, "todo en el mundo es frivolidad o violencia", me lo sé de memoria, qué perra cogiste, cariño, ni leer el periódico, "es que no puedo, me suben las aguas", "tómate una digestina", "no se trata de eso", que yo de sobra lo sabía, "todo me da asco y miedo", ya ves qué gracioso, en cambio a mí no me podía dar asco la fresquera de tu casa, eso era tabú que así sois los hombres. ¡Me río yo de tu enfermedad! Nervios, nervios… cuando no saben que decir los médicos todo lo arreglan con los nervios, porque tú me dirás, si no te duele nada, ni tienes fiebre, ¿de qué se va uno a quejar? Bueno, pues tú venga de llorar, que parecía que te mataban, madre, qué aspavientos, y que si no dormías y cada vez que lo intentabas se te hundía el jergón, menuda novedad, que eso me pasa a mí desde chiquitina, desde que era así, fíjate, como lo de soñar que te persiguen y no puedes correr, o que vuelas moviendo muy deprisa los brazos y cosas por el estilo. ¡Qué enfermedad ni qué niño muerto, Mario, querido! Los hombres os quejáis de vicio y la culpa es nuestra, que somos unas tontas, todo el día de Dios pendientes de vosotros, que si la comida, que si la ropa, porque si tuvierais miedo de que os la pegáramos con otro, entonces, ya te digo yo, ni os acordaríais de los nervios, lo que pasa es que si no os falta nada, algo tenéis que inventar para parecer importantes. Soberbios, unos soberbios, eso es lo que sois vosotros, que a ti te querría yo ver con uno de mis jaquecones, cariño, que eso es sufrir y lo demás son cuentos, que parece como que se me fuera a partir la cabeza en pedazos, te lo prometo, y tú "acuéstate, con un par de optalidones; mañana ya estarás bien", qué facilito, ¿verdad?, y qué seguridad, hijo, ni que fueras médico. Pero para ti de nada valían mis recetas, venga de atiborrarte de píldoras, y las más caras, que yo no quiero pensar en el dineral que hemos gastado en botica con tus dichosos nervios. Te apuesto lo que quieras a que si me devolvieran ese dinero, peseta a peseta, mañana un Seiscientos, como te lo digo, ¡pero si parecía que si las medicinas no eran caras no te surtían efecto, borrico, que así sois de tontos los hombres! Con uno de mis jaquecones me gustaría haberte visto, no por nada, Mario, sólo una vez, por el gusto de que supieras lo que es sufrir.

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