XXI

Comiendo lo ganado con el trabajo de tus manos, serás feliz y bienaventurado. Tu mujer será como fructífera parra en el interior de tu casa. Tus hijos como renuevos de olivo en derredor de tu mesa. Eso no impide que, de repente, se me ocurran disparates, Mario, cosas tan horribles que a media tarde, me cojo el portante y me marcho a confesar, que se me ocurre, por ejemplo, que si mamá me viese todo el día de Dios lavando bragas, sólo con una criada para cinco criaturas, se llevaría un berrinche tal que llego a preferir que se haya muerto, fíjate, que mamá, que en paz descanse, que a ti no te debe pillar de nuevas, era para mí mucho más que una madre, ya lo sabes, que era mi consejera, mi confidente, mi amiga y todo lo que se pueda ser. Y es que esto del servicio, Mario, se ha puesto imposible aunque los hombres, por la cuenta que os tiene, cerréis los ojos y encima venga de dar alas a los pobres, como si la cosa no fuese con vosotros, tontos, más que tontos, que sois tontos de capirote, que si los salarios, que si Alemania, venga, que a este paso me parece a mí vamos a acabar como el rosario de la aurora, porque no es decir que hoy una criada valga más de mil pesetas, que eso es lo de menos, que luego está lo que te come, pero con eso y con todo, lo peor es que no las hay, que no se pueden pintar, Mario, métetelo en la cabeza, que me haces gracia, un día te da la ventolera y "vamos a arrimar todos el hombro", que no se trata de eso, que una casa es muy entretenida, que no es cosa de juego, cariño, que te pones a ver y es el no parar, porque ¿quieres decirme qué adelanto yo con que durante las vacaciones los niños se hagan sus camas y tú te agarres la escoba y barras una habitación? ¿Qué me resuelve eso a mí, di? ¿Es que es, acaso, misión de un hombre? Una casa es una casa, Mario, y detrás he de ir yo estirando colchas y quitándote los rincones, que me dobláis la tarea, fíjate, en lugar de aliviarme. Y todavía tú que ninguna satisfacción mayor que valerse uno por sí mismo, que me río yo de vuestras ayudas y de vuestras satisfacciones, que vivís en la higuera. Como eso de poner a Menchu a fregar los cacharros, ¿de cuándo acá una chica bien ha de hacer de fregona, dime? Mal está que lo haga yo, pero al fin y al cabo, soy su madre, y si no supe elegir mejor, justo es que en el pecado lleve la penitencia, Pero ¿puedes decirme qué culpa tiene la niña? No, Mario, no, desengáñate, hay que aguantar lo que se pueda y en último extremo, acuérdate de mamá, si hemos de morir, hacerlo con dignidad, que hay que ver el bochorno que pasé el día que Valen te pilló con la malla haciendo la compra, de desear que me tragase la tierra, fíjate. Menos mal que nada de lo que tu hagas sorprende ya a mis amigas, pero ten por seguro que a Vicente, que es un hombre como se debe ser, no se le ocurren esas payasadas, ni se le pasa por la imaginación, vamos, me apuesto lo que quieras. Lo que te sucede a ti, Mario, que a mí no me la das, es que en el fondo, fondo, sientes remordimientos, que el caso es hacer lo que sea menos ganar dinero que es tu obligación. No es de hoy, cariño, que siempre fuiste un culillo de mal asiento, ya lo dice la Doro, que no sabes parar quieto, yo recuerdo en la playa, venga de tomar notas y mirar papeles debajo del toldo, o, si no, hacerles una barca a los niños, cualquier cosa menos tumbarte al sol y broncearte, Mario, que estabas tan blanquito y luego con el meyba hasta las rodillas y las gafas, daba grima verte, la verdad, que yo, algunas veces, como si no fueras conmigo, como si no te conociera, que no debería decírtelo pero hasta vergüenza me daba. Después de todo, razón le sobra a Valen, que a los intelectuales deberían prohibirles ir a la playa, que así, tan flacos y tan eruditos, resultan antiestéticos, más inmorales que los mismos bikinis. Pero lo que más me encrespa, te lo confieso, es que en la playa, si no mirabas a las niñas, por supuesto, fueras tan intelectual y, luego, en casa, agarraras el escobón y te pusieras a barrer, porque una de dos, lo eres o no lo eres, pero si lo eres, con todas las consecuencias, hijo, que a mí las medias tintas me horrorizan. Sí, ya lo se, tú no eres un intelectual, me lo sé de requetesobra, de carrerilla, fíjate, que los intelectuales piensan y ayudan a pensar, pero si tú no puedes pensar porque tu cabeza es un caos, mal puedes hacer pensar a los demás. Excusas, frases como yo digo, porque si no lo eres, ¿por qué andas entre libros y papeles todo el día de Dios? ¿Por qué regla de tres estabas tan blanco en la playa, di, que no te agarraba el sol ni por cuanto hay? Y luego, para mayor inri, haciéndote el deportista, que también es humor, que no puedes con los zapatos y corriendo cincuenta kilómetros en bicicleta cada domingo, no me digas, todo para aparentar más joven, que no sé a santo de qué, que todavía en una mujer… Tú desconciertas a cualquiera, Mario, convéncete, que muchísimas veces pienso que tus gustos proletarios vienen de la estrechez en que te criaste, que a mí, ya ves tú, a poco de hacernos novios, cuando me dijiste que con un duro a la semana tendríamos que arreglarnos, me dejaste fría, palabra. Porque, ¿me puedes decir qué hacíamos dos personas con un duro por mucho que haya subido la vida, que yo misma lo reconozco, que está veinte veces? Si te digo que todavía me duelen las plantas de los pies de patear calles no te exagero, y ¡qué frío, santo Dios!, que volvía a casa ateridita, que tenía que taparme con la falda de la camilla cabeza y todo para reaccionar, que mamá, "¿puede saberse dónde has andado?", que a ella se lo iba yo a decir, pobrecilla, bastante tenía encima. Y un buen día te daba rumbosa y al café, hale, como los paletos, que el camarero aquel del pelo blanco, no me digas, cada vez que le pedías una caña, con una sorna, "¿una caña para los dos?", que era absurdo, a ver, que me hacías pasar las penas del purgatorio. ¡Qué horror, cariño! No quiero ni pensarlo porque me sublevo, no lo puedo remediar, es superior a mis fuerzas, que me doy cuenta de lo poco que siempre he significado para ti, porque si sólo disponías de un duro, ¿a qué comprometerte con una chica? ¿Es que hay derecho a eso? Un hombre enamorado, en esa circunstancia, roba, mata o hace algo, Mario, todo menos tener a una chica bien en ese plan, que me da coraje, fíjate, inclusive a estas alturas, haber sido tan sandia, que hasta se me saltan las lágrimas de pensar en el desprecio, que tiempo tuve para ver de qué pie cojeabas, y ni por ésas. ¿Qué te parece? "¿Una caña para los dos?" Porque lo decía con retintín el tipo aquel del pelo blanco, Mario, no digas que no, burlándose de mí, tan recompuesta, con mi sombrerito inclusive, una cursi, un quiero y no puedo, a ver, que es lo que me saca de quicio, que a saber qué me darías para no mandarte a paseo. Un hombre como debe ser, roba o mata antes que tener tres años a una mujer en este plan, y tú, todavía, con contemplaciones, "para la señorita, yo no quiero nada", no vas a querer, ¡deseando!, como que te crees que él no lo notaba, ni que fuera tonto, y sobre todo no sé a santo de qué darle tantas explicaciones a un camarero, ya ves tú, un don nadie, que eso es lo que más asco me da de ti, que con la gente baja te achicaras con lo sencillo que es darles cuatro voces y, en cambio, con la gente bien, inclusive con las autoridades, se te soltase la lengua y a desbarrar. ¿Qué se puede esperar de un hombre así, puedes decírmelo? No acababa ahí la cosa, sin una peseta, y todavía que eras un privilegiado, que tenías pan y calor, ¡qué cosas hay que oír!, un hombre que no tiene donde caerse muerto, que ésa es otra, que tú dirás ahora si no fuera por papá, Mario, que sólo Dios sabe lo que a mí me ha costado aparentar, que vosotros, mucho presumir de estar de vuelta, y enseguida os tragáis esas historias de que más de media humanidad pasa hambre, imagínate, que el que pase hambre hoy es porque le da la real gana, Mario, como lo oyes, porque, lo que yo digo, si tienen hambre, ¿por qué no trabajan? ¿Por qué las chicas no se ponen a servir como Dios manda, di?, ¿por qué?, lo que pasa es que hay mucho vicio, Mario, que hoy todas quieren ser señoritas, y la que no fuma, se pinta las uñas o se pone pantalones, y eso no puede ser, que estas mujeronas están destrozando la vida de familia, así como suena, que yo recuerdo en casa, dos criadas y la señorita para cuatro gatos, y cobrarían dos reales, que no lo discuto, pero ¿para qué necesitaban más? Las criadas entonces eran como de la familia, bueno era papá para eso: "Julia, modérate; deja un poco para que lo prueben también en la cocina". Entonces había solidaridad, daba tiempo para todo y, cada uno en su clase, todos contentos, que no era como ahora que todo el mundo quiere empezar de Capitán General, que en la vida he visto, hijo, más ambición ni más prisas. Pero no, todavía teníais que venir vosotros a enmendar la plana, una plaga, Mario, como la langosta, venga, hay que tirarlo todo, esto es injusto hay que cortar de arriba y añadir de abajo, que ya se sabe, vosotros con tal de hacer una frase sois capaces de vender a vuestra madre, dichoso don Nicolás, que este hombre me va a hacer a mí ganar el cielo, date cuenta, que antes "El Correo", yo me acuerdo, daba gusto con aquel director que nombraron de Madrid, tan leal, y no es porque yo lo diga, que todo el mundo está de acuerdo, que desde que se marchó empezaron los disgustos. Porque lo que yo digo, Mario, si a costa de tantas peplas sacaras algo en limpio, lo comprendo, pero lo cierto es que vienen a palo seco, que no me explico para qué trabajas tanto, porque no me digas que veinte duros al precio que están las cosas son hoy dinero, una irrisión, Mario, un escarnio, eso es lo que es, que para tanto como eso mejor de balde. En cambio, la colaboración de Madrid, hala, a la calle, por una cabezonada, que si te pusieron Cruzada en vez de guerra civil, o una pamplina de ésas, que hay que ver las voces por teléfono, que a saber qué pensaría el pobre José Mari Recondo, que ese era el pago, total por una palabra, que hay que ver los quebraderos de cabeza que os dan a vosotros las palabras, cielo santo, que qué lo mismo dará una cosa que otra, mira tú, Cruzada o guerra civil, que no lo entiendo, palabra, no es que me haga la tonta, te lo juro, que si tú dices Cruzada, todos sabemos que te refieres a la guerra civil. Y si dices guerra civil todos estamos al cabo de la calle de que quieres decir Cruzada, ¿no es eso?, porque ni siquiera el sentido. Pues, entonces, alcornoque, que das más guerra que un hijo tonto, ¿a qué viene ese trepe y tirar por la borda seiscientas pesetas, que dos al mes, eran mil doscientas, y te pones a ver y mil doscientas pesetas pueden ser el arreglo de una casa? Pues no, señor, fuera, a mí que me registren, que lo que Valen dice y ella se ríe, que a mí, te lo prometo, maldita la gracia que me hace, que tú prefieres que te quiten la cartera antes de que quiten una palabra, que es cierto, Mario, dichosas palabras. ¿Y sabes lo que es eso? ¡Complejos!, para que te enteres, que estáis todos llenos de complejos, cariño, con lo que a mí me gusta la gente corriente y moliente, normal, no sé cómo decirte, que no dé tanta importancia a las bobadas, ya ves Paco, de chico le traían sin cuidado las palabras, lo mismo le daba una que otra, que confundía "perspectiva" con "preceptiva", todo lo trabucaba, que era una juerga, pues mírale ahora, se ríe del mundo, con un Tiburón de aquí hasta allá y apaleando millones. Y para eso no se necesita una carrera, ni muchísimo menos, que ése fue mi error, bastan unas relaciones y un poquito de mano izquierda. Ya la oyes a Menchu, "nosotras, chicos con carrera, ni hablar; son unos rollos", que las nuevas generaciones van despabilando, Mario, convéncete, no son tan pavas como nosotras, ellas van derechas a lo práctico y saben que junto a un licenciado, a más de pasar hambre, van a aburrirse como unos hongos. ¡Figúrate yo ahora con Paquito sin ir más lejos! Una vida de cine, vamos, viajes a Madrid, al extranjero, y a los mejores hoteles, por supuesto, que él me lo decía el otro día, que por bien que marche el Tiburón, hay veces que no basta, y a cada dos por tres, el avión, a París, Londres o Barcelona, ya se sabe, lo que son los negocios, donde sea. Después, en el Pinar, cuando se paró, me puso el brazo por detrás, en buen plan, desde luego, que ni él se lo pensaba, me dejaría cortar la cabeza, y me miraba todo el tiempo, "estás igual", dijo, y yo, "¡qué bobada, fíjate los años que hace!", y él "el tiempo no pasa igual para todos, pequeña", una galantería, tú dirás, pero que se agradece, que yo estaba ya un poco atontolinada, te lo juro, y cuando me sujetó por los hombros, el corazón como loco, paf, paf, que yo creo firmemente que me hipnotizó, Mario, te doy mi palabra, que ni podía moverme ni nada, sólo el runrún de sus palabras cada vez más cerca, que ni los pinos, date cuenta, con los que había, y cuando me besó, ni eso, todo se me borró, como sin conocimiento, te lo juro, que sólo podía oler, que olía a esa mezcla tan varonil de tabaco rubio y colonia de fricción que es un olor, Valen te lo puede decir, que trastorna, que no es invención mía, te lo podría jurar, que no tuve arte ni parte, que estaba medio hipnotizada, palabra.

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