XVIII

Hijo de hombre, voy a quitarte de repente lo que hace tus delicias, pero no te lamentes ni llores, no derrames una lágrima. Suspira en silencio, sin llevar luto por el muerto; ponte el turbante en la cabeza y calza tus pies, no te cubras el rostro ni comas el pan del duelo, y no es por dármelas de adivina, Mario, pero cuando murió tu madre y te vi tan campante, como si nada, me di cuenta del orgullo que te recome. Y la pánfila de Esther todavía, "tu marido tiene una gran dignidad en el dolor", ya ves, puntos de vista, que me dan a elegir entre Esther y Encarna, Encarna y Esther y me quedo con la del medio, fíjate, que, cada una en su estilo, en su vida han hecho otra cosa que malmeterte. Dignidad en el dolor, ¿qué te parece? También son ganas de trabucarlo todo. Y cuando llorabas por leer el periódico ¿qué? Entonces estabas enfermo, qué bonito, que me apuesto lo que quieras a que si tú te pones a cantar el día que se murió tu madre a Esther la hubiera parecido muy bien, a escape hubiera encontrado una razón para justificarte, me apuesto lo que quieras. Es como Luis: "Exceso de control emotivo. Depresión nerviosa", me río yo, que los médicos, cuando no saben qué decir, todo lo achacan a los nervios, que es muy cómodo eso. Es lo mismo que cuando te quitaste el luto a los dos días porque te entristecían tus pantorrillas, habrase visto, y, encima, Esther que te comprendía, que el luto es una rutina estúpida que hay que desterrar. Anda que estaría bueno que no te entristecieran tus pantorrillas, ¡pues para eso es el luto, zascandil!, ¿qué te habías creído? El luto es para recordarte que tienes que estar triste y si vas a cantar, callarte, y si vas a aplaudir, quedarte quieto y aguantarte las ganas, que yo recuerdo el tío Eduardo, cuando lo de mamá, en el fútbol, como una piedra, igual, ni en los goles, fíjate, que llamaba la atención, y si alguno le decía, "¿pero tú no aplaudes, Eduardo?", él, enseñaba la corbata negra y sus amigos lo comprendían muy bien, ¿qué te crees?, "Eduardo no puede aplaudir porque está de luto", decían, y todos conformes, a ver, para eso es el luto, botarate, para eso y para que lo vean los demás, que los demás sepan, con sólo mirarte, que has tenido una desgracia muy grande en la familia, ¿comprendes?, que yo ahora, inclusive gasa, que no es que me vaya, entiéndeme, que negro sobre negro cae fatal, pero hay que guardar las apariencias. Claro que estas leyes para ti no rigen, ni por supuesto para el zángano de tu hijo, que ahora te toca recoger lo que has sembrado, natural, los niños ya se sabe, lo que oyen en casa, a ver, menudo sofocón me hizo pasar ayer. Pero yo tengo la conciencia muy tranquila a este respecto, Mario, que cuando murió tu madre, me acuerdo como si fuera hoy, ni a sol ni a sombra, no te dejaba en paz, "llora, llora, que luego eso sale y es peor; anda, llora" y tú callado, como si no fuera contigo, hasta que saltaste, "¿por la costumbre?", que tampoco son formas, me parece a mí, que me dejaste parada, la verdad, que yo iba con la mejor intención del mundo, te lo juro, y si te decía que llorases era por la misma razón que no dejo bañarse a los niños después de comer, que parece como que una fuese una estrambótica y una rara. Lo lógico, cuando a uno se le muere la madre es llorar, que ya me viste a mí, que no es hablar por hablar, no me consolaba con nada, ¡qué temporadita, cielo santo! y tú ni caso, palmaditas en la espalda, y besitos sin ton ni son, eso, lo menos comprometido, ni siquiera hacerme el amor, que dice Valen que en las desgracias eso consuela, que yo en la inopia, que a inocentona y a ingenua no me gana nadie, lo comprendo, que parezco tonta. Verdaderamente tú tienes el don de la inoportunidad, cariño, ya ves ahora, que me desnude, imagínate, a la vejez viruelas, con los músculos del vientre tronzados, la espalda llena de mollas y hecha una calamidad. Pues, no señor, no me da la realísima gana, si eso te gustaba habérmelo pedido a tiempo, que yo, aunque me esté mal el decirlo, tuve una gran figura, un poco de más de poitrine, quizá, que no es que ahora me queje, entiéndelo bien, que si me fío de Elíseo San Juan, una Venus, ya ves, pero una no tiene ya edad para exhibiciones y, sobre todo, no está de humor. Las cosas a su tiempo, Mario, y en vez de dar media vuelta y hasta mañana, que pasé una humillación que no te imaginas, habérmelo pedido entonces y todos contentos. Es como lo de los presos, que llevas el espíritu de la contradicción en la sangre, hijo mío, porque lo que yo digo, si quieres hacer algo por los demás, pobres hay montones y a Cáritas, con un poquito de habilidad, se la torea, como yo hago, porque Cáritas por mucho que tú la defiendas, lo que ha hecho es impedirnos el trato directo con el pobre y la oración antes del óbolo, que yo recuerdo con mamá, antiguamente, rezaban con toda devoción y besaban la mano que los socorría. ¡Buenos están los pobres ahora, anda, mírales, todos revueltos! Pero ¿quieres más? ¿No andabas ahora a vueltas con los locos del Manicomio, que lo que no se te ocurra a ti, hijo, no se le ocurre a nadie, con que si era una pena cómo vivían y un bochorno para la ciudad, que hasta vergüenza me daba coger "El Correo" los domingos? Pero ¿es que estás bien de la cabeza, Mario? No debería decírtelo, pero Josechu Prados, por si lo quieres saber, se tronchaba el otro día en el Círculo y decía que tú lo que querías era "hacerte la cama", como diciendo que no estás en tus cabales, ¿te das cuenta? Pero Josechu anda despistado, que para vosotros el caso es pinchar, aunque sea en hueso, porque emplear un dineral en un manicomio nuevo es una sandez, Mario, convéncete, ¿es que no te das cuenta del derroche, de que es tirar el dinero? ¿qué saben esos desgraciados, borrico, si el edificio es nuevo o viejo, si hace frío o si hace calor? Si están en el Manicomio es porque están locos y si están locos es porque no se enteran de nada, ni sienten ni padecen, se creen que son Napoleón o el mismo Dios en persona y tan felices, a ver. Y aunque no te des a razones, es lo que yo digo, Mario, ¿para qué más? ¿para qué tirar el dinero en unos pobres diablos que ni te lo van a agradecer? Sí, ya sé que Esther estaba de tu parte y los de la tertulia esa de mis pecados, ídem de lienzo, y que nada más hermoso que dar a los que no piden, pero ¿para qué malgastar en unos seres que lo tienen todo?, porque si ellos se lo creen, Mario, es como si lo tuvieran, desengáñate, y si les pones una bañera nueva y una sala de juegos y un jardín, pues a lo mejor les haces polvo, vete a saber, porque con ellos no hay forma de entenderse… Y no te pienses que a mí no me apena su desgracia, pero, por fortuna, todavía tengo la cabeza en su sitio y estoy de acuerdo con Armando en que pretender cargar con todo el dolor del mundo no es más que un acto de vanidad. Que te pones a mirar, cariño, y la vanidad es lo que te ha echado a perder, que tú mismo reconocías bien de veces, que escribiendo esas cosas y comprando Carlitos y dejando que nos retrataran en la Gran Vía y ayudando a los presos, no aliviabas a los demás tanto como te aliviabas a ti, y entonces empezabas a darle vueltas a sí lo tuyo, en el fondo, no sería más que egoísmo, que, en definitiva, es lo que siempre he sostenido. Porque si te agradaba complacer a los demás, ¿por qué no a Solórzano cuando te quiso nombrar Concejal? ¿Por qué, di? Después de tu choque con Josechu Prados, y de tus artículos en "El Correo", que llevaban dinamita hijo, y del expediente, y de los antecedentes de tu padre y de tu hermano, que ésa es otra, la actitud de Fito Solórzano no podía ser más elegante, me parece a mí, era un cable que te echaba, "tenga, agárrese, borrón y cuenta nueva". Y, por si fuera poco, ya oíste a Valentina, "entrar en el Ayuntamiento por el tercio cultural es hacerlo por la puerta grande". Bueno, pues aunque así sea, borrico, tú, no señor, "el precio del silencio", la copla de siempre. Porque aun admitiendo que Fito Solórzano no te invitara a sentarte, que lo dudo, o que se pusiera a fumar sin ofrecerte, ¿qué importancia tiene eso? Él venía dispuesto a hacer las paces, eso está claro, que no sé a cuento de qué te pusiste así al ver tu nombre en los pasquines, que a mí, ni me atrevía a decírtelo, me hizo hasta ilusión, lo reconozco, así, de sopetón, con letras tan grandonas. ¡Alabado sea Dios!, Mario, que el propio Vicente lo dijo, "en la vida he visto a Mario tan alterado, estaba como si le hubieran prendido un par de banderillas", que no es para tanto, vamos, y duro "que contaran antes conmigo", pero alma de Dios, ¿es que también va a haber que contar con la gente para hacerla un favor? Porque si fuera para pedirte, pase, pero, vamos, una cosa así, que lo mires por donde lo mires, es un honor, pues te faltó tiempo, ¿eh?, que a saber qué saldría por esa boca, menudas ínfulas llevabas, que no me choca que ni te mandara sentar ni te ofreciera un pitillo, bueno es, lo raro es que no te diera un puntapié, que méritos hiciste para ello, hijo, las cosas como son. Y todavía que estuviste firme pero correcto, a saber, que según saliste de casa lo dudo mucho, no te sulfures, y, después de todo, lo que él te dijo, que no tenía por qué contar con nadie y que si no podías desempeñar el cargo, tiempo habría una vez que salieses elegido, que antes no había por qué, que mayores miramientos no caben, me parece a mí. Y si a ti te parece correcto decirle lo que le dijiste, que a saber cómo se lo dirías, que no te gustaban los juegos donde no se podía ganar, yo, la verdad, no sé lo que es la corrección. Y tú que ni te tendió la mano, siquiera, pues ¡sólo faltaría! Yo en su pellejo, te meto en la cárcel sin más preámbulos, como lo oyes, hay que ver, un desacato semejante y, encima, en el antedespacho, te desahogaste a gusto, con el Delegado y Oyarzun, que tuvo que oírte, fíjate, que si tu nombre era para sonar, no para salir y sabe Dios qué disparates, que ni sé cómo ninguno de los dos te ha vuelto a mirar a la cara, que lo peor es que les vocearas que era del dominio público que el propio Oyarzun, Arronde, el boticario, y Agustín Vega, saldrían por unanimidad y que diera la casualidad de que acertases, que a mí lo que más me chocó, francamente, que me disgusté y todo, es que no tuvieras ningún voto, me extraña pero que muchísimo, fíjate, que el propio Filgueira, que era concejal entonces, me lo dijo la víspera, como lo estás oyendo, palabra, "mañana voto a su marido", que luego no sé si se volvería atrás o qué, una cosa rara. Pero tú no tenías por qué molestarte por eso porque ni lo sabías, que buen cuidado tuve en callármelo, de forma que no venía a cuento que te pusieras como te pusiste, madre, que en un mes ni se te podía dirigir la palabra, ¡qué cosas!, que tú las gastas así, ya ves con Encarna. Si te repugna verla comer y ni la hablas casi ni nada, que no me extraña, porque tu cuñada activa será lo que quieras pero de conversación, cero, ¿a santo de qué la invitas a pasar temporadas? Porque hay que ver, tu cuñada será y sufrir habrá sufrido, no digo que no, pero en qué hora, hijo, que hemos tenido Encarna hasta en la sopa. Y que no vamos a decir que Encama sea un huésped barato, Mario, que tu cuñada come por tres, no se sacia, que hay que verla cómo se pone de fruta, como un Pepe, hijo, al precio que está, y no digamos el pescado, que es la ruina, figúrate el besugo con la caída que tiene, y que luego ande con disimulos echando los huesos en los platos de los niños, es algo que no resisto, me saca de mis casillas, te lo prometo. Y luego, esas rarezas de encerrarse a leer en el baño y que si los niños la marean, y que se callen, pues los niños son niños, ya se sabe, y si no la gustan bien cerca tiene la puerta, que nadie la ha llamado, como yo digo. Y no es que yo tenga celos, Mario, ya me conoces y de sobra sabes que nunca me dio por ahí, pero aunque ahora esté más asentada, siempre es desagradable convivir con una mujerona que te ha querido birlar el marido, cariño, porque después de lo de Elviro, a mí no hay quien me saque de la cabeza que Encarna estaba por ti. Y cuando terminaste las oposiciones, la faltó tiempo, a la votación, ya ves qué sabrá ella de esas cosas, que la gusta meter la nariz en todo, y, después, a celebrarlo, que mejor es correr un tupido velo, que a saber qué haríais esa noche, y por mí, bien lo sabe Dios, poco importa, pero figúrate si los niños llegaran a saberlo, y por la memoria de Elviro, Mario, que al fin y al cabo, feo o guapo, tu hermano era. A poco que me hubieras estimado, Mario, nunca hubieras metido en casa a esa mujer, con esas despachaderas que se gasta, que no sé si será de buena familia o no, pero la traza es de verdulera, hijo, así como suena, un marimacho, había que verla con tu padre en brazos, de acá para allá, como un zarandillo, y aquel olor, que yo estaba de tres meses y lo recuerdo como una pesadilla. Y no te vayas a pensar que Encarna lo hiciera por caridad, sí, sí, por caridad, ¡para que la vieses, hijo!, ¡para deslumbrarte!, y, de paso, restregarme a mí por las narices que era una inútil. No, Mario, no, a tu cuñada la tengo aquí, y si lo hago es por lo que lo hago, que lo que es gustarme, ni un pelo, si es que lo quieres saber, y no me vengas con que la cocina porque eso bien poco significa, peor si me apuras, que hay que ver qué fregaderas me arma, a lo grande, y, luego, con esa cabeza que tiene, hay que estar siempre encima, que si la sal, que si el perejil, total que terminaba antes haciéndomelo sola. Eso por un lado, que si pones peseta a peseta, una detrás de otra, lo que Encarna representa, mañana un Seiscientos, Mario, ¡qué digo!, un Milquinientos y puede que me quede corta.

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