IV

Si hubiera en medio de ti un necesitado de entre tus hermanos, en tus ciudades, en la tierra que Yavé, tu Dios, te da, no endurecerás tu corazón, ni cerrarás tu mano a tu hermano pobre, sino que le abrirás tu mano y le prestarás con qué poder satisfacer sus necesidades. Transi fue la que me lo dijo, Mario, figúrate antes de hacernos novios, que ya ha llovido, que tu padre prestaba dinero a interés, claro que yo en esto ni entro ni salgo, que también lo prestan los bancos y es una cosa legal. Y a mí no me pareció mala persona tu padre cuando le conocí, te lo juro, que, sinceramente, iba dispuesta a lo peor y luego un infeliz, un poco chiflado, quizá, a lo mejor por lo de Elviro y José María, vete a saber, ¿recuerdas?, "fui yo quien no le dejó ir a la oficina. Salir ayer a la calle era una temeridad", y así todo el tiempo, que tu madre, muy entera, "¡a callar! ¿No me oyes, Elviro? ¡a callar!", pero él, dale que te pego, pesadísimo, como una cotorra, igual. A poco llegaste tú y, pisándote los talones, Gaudencio Moral, hecho una pena, todo rasgado y así, que acababa de pasarse de los rojos por el monte, ¿recuerdas?, y fue quien nos dijo lo de Elviro, vaya una tardecita, madre mía, duelo sobre duelo, que yo pensaba "¿qué hará Mario al verme?", en medio de todo me hacía ilusiones, pánfila de mí, total para nada, entraste y ni mirarme, sólo a tu madre, "Dios lo ha querido así; es como una catástrofe y nos ha tocado la china, tienes que sobreponerte", vaya una manera de consolarla, y yo, a todo esto, encogida en un rincón, como una pasmada, a ver. Después de mucho te volviste, que yo pensé "ahora", pero ya, ya, "hola" y ya está, siempre lo mismo, que a seco y despegado no te gana nadie, cariño. Y no es que yo pretendiera que me besases, que eso no te lo hubiera consentido ni a ti ni a nadie, estaría bueno, pero un poquirritín más efusivo, sí, que inclusive pensaba, por qué te voy a decir lo contrario, "me cogerá las dos manos y me las apretará. Al fin y al cabo es una desgracia tremenda", pero, sí, sí, "hola" y gracias. Es lo mismo que cuando acabó la guerra, al principio mucho mirarme en el cine, que yo extrañada, "¿tendré monos en la cara?", pero un buen día te pusiste gafas, que a buena hora sí te veo antes, y ni eso. Y en el parque, por las mañanas, ídem de lienzo, no me digas, dale con el "amor mío" y el "cariño" como un disco rayado, cursiladas, que no se te podía ocurrir nada más original, hijo de mi vida, muchas poesías, pero para la novia la copla de siempre, que yo a veces, me decía, te lo prometo, "no le gusto; no le gusto ni pizca", toda preocupada, lógico. ¡Buena diferencia con los viejos!, si te contara. Gabriel y Evaristo no es que fueran muy viejos, pero en comparación, y desde luego eran unos frescos, que la tarde que nos llevaron al Estudio, a la buhardilla aquella, no podía parar, el corazón paf, paf, paf, y Transi tan tranquila, no te creas, quién la iba a decir a ella, se bebió dos copas de pipermint, como si nada, y cuando nos enseñaban los cuadros con las mujeres desnudas, venga de comentar, "éste está muy bien resuelto" o "éste es una maravilla de luz", la muy carota, que yo, como te lo digo, ni despegar los labios, que me parecía todo una sinvergonzada. Y cuando pusieron de pie todos los cuadros con las mujeres desnudas, la que más con un collar o un clavel en el pelo, imagina, yo no sabía dónde mirar, y, de repente, Gabriel me plantó una manaza toda peluda en la pierna y "¿tú qué dices, nena?", que yo rígida, palabra, me quedé sin respiración, lo que se dice ni pío, ni mover un dedo siquiera, que Gabriel "¿otra copita?", ya ves, que, mientras, Evaristo, le pasó el brazo por los hombros a Transi y que le gustaría hacerle un retrato, y Transi, como si tal cosa, "¿como el de la chica del clavel en el pelo?" y Evaristo para qué quería más, "ése", dijo, que Transi se moría de risa, "pero un poco más vestida, ¿no?", y Evaristo venga de reír también, "¿y eso por qué, nena? Esto es arte, ¿no te das cuenta?" Pero Gabriel no retiraba la mano ni por cuanto hay, que a mí me daba rabia sentir que me iba poniendo colorada, date cuenta, y cuando dijo, mirándome la poitrine con todo descaro, "a ésta, uno de busto", menudo sinvergüenza, creí que iba a estallar, que ya se lo dije a Transi en la escalera "ni loca vuelvo a salir con los viejos, te lo juro; son un par de aprovechados". Pero Transi entusiasmada, pásmate, como borracha, "Evaristo tiene talento y es muy simpático", la muy pava, que a Evaristo la que le gustaba era yo, se notaba a la legua, que cada vez que nos paraban en la calle y nos decían "ahora, ahora sois los verdaderos guayabitos; el verano pasado erais unas crías", me miraba a mí y no a Transi, pero con un desahogo que no veas cosa igual. Ahora, que ella crea lo que quiera, a mí plin, que al fin y al cabo eran dos viejos, figúrate que su quinta no la llamaron hasta final de la guerra, en febrero del 39, me parece, y entonces se enchufaron en oficinas militares, que ni fueron al frente ni nada, que eso, para mí, definitivo, ni les volví a mirar a la cara, palabra, que luego cuando tú y yo nos hicimos novios, Transi todo el día con ellos, que yo creo que ya andaba colada, fíjate, y una tarde se presentó en casa como loca, "Evaristo me está pintando un retrato", y yo, horrorizada, "¿desnuda?", y ella "no, mujer, ligerita, aunque a él le gustaría más del todo porque dice que tengo una figura muy bonita". Transi siempre fue un poco así, no te digo fresca, pero no sé, como impulsiva, que yo recuerdo sus besos cada vez que estaba algo pachucha, en la boca, ya ves, y como apretados, como de hombre, raros desde luego, "Menchu, tienes fiebre", decía, pero de cariño, ¿eh?, que los hombres sois muy mal pensados. Sin que salga de entre nosotros, te diré que a mí me hubiera gustado que me besaras más a menudo, calamidad, de casados, claro, se sobreentiende, pero ya desde novios fuiste frío conmigo, cariño, y eso que cada vez que te veía en pleno verano con el periódico, antes de decirte que "sí", en el banco de enfrente de casa, como si nada, te imaginaba mucho más fogoso, palabra. Pero un buen día te dije que "sí" y se acabó, mano de santo, como yo digo. Es cierto que todavía quedaba lo del cine, cuando me mirabas todo el tiempo, que yo pensaba, "¿tendré monos en la cara?", pero de repente te pusiste gafas, que menuda desilusión, y si te he visto, no me acuerdo. Yo creo que en eso te parecías a Elviro, de siempre lo he dicho, que a Elviro, por mucho que quiera, me es imposible imaginármelo haciendo el tonto con Encarna, con aquel aire tan superferolítico, tan flaco, que parecía como que un golpe de viento le fuera a tronchar, y, luego, tan encorvado, tan miope… Físicamente, tu hermano Elviro valía bien poquito, la verdad, infinitamente menos que José María, dónde va, que, como hombre, José María no estaba nada mal, el mejor de los tres, con mucho, y si contamos a las chicas, de los cuatro, porque no me digas, que Charo, la pobre, es un ser bien desapercibido, salta a la vista, para qué engañarnos, y mucho es por dejadez, como lo oyes, que a Charo la pones derecha, con un sujetador como Dios manda y la quitas unos filetes de las pantorrillas, que hoy día la cirugía estética hace milagros, mira Bene, y otra. Más difícil es lo de la voz, ya lo sé, tan delgadita, como un hilo, y pronunciando tanto, que parece como que hablara siempre con sordomudos, y mucho peor hoy, imagina, que se lleva ronca, como de hombre… Tu hermana no tiene mucho atractivo, Mario, las cosas claras, y además es roñosa, como tu padre, que otros defectos, pasen, pero el roñoso me abre las carnes, te lo prometo, es que no puedo. Desde luego, José María era el mejor, buena diferencia, me río sólo de acordarme cómo huía de él cada vez que me le tropezaba en la calle, que le conocía de Correos, ya ves, cosas de chicas, tú dirás, de ir a verle empaquetar, que Transi decía: "Está bárbaro; tiene una manera de mirar que marea". Y llevaba razón, Mario, no lo querrás creer, que yo no sé si eran sus movimientos, o sus ojos, o su manera de fruncir los labios, como una raya, pero tu hermano sin ser lo que se dice guapo era resultón, no sé cómo explicarte, que a veces pienso que no es posible que Elviro, José María y tú fueseis hijos del mismo padre y de la misma madre, menuda malicia se gastaba el pollo, era un algo especial, que ni Elviro ni tú habéis tenido nunca, qué sé yo, como si las pestañas suavizaran la mirada, como si acariciase sin tocar, yo me entiendo. Desde luego, tenía unos ojos bonitos José María, y no es que fueran muy claros, entiéndeme, pero el borde como amarillento de las pupilas le daba una expresión felina, que Transi decía, lo recuerdo como si fuera hoy, veinticinco años, fíjate, "traspasa como si fueran rayos X", y era verdad, que yo, mirarme y ponerme encarnada era todo uno, ¡qué poder!, hasta el día que se plantó y me dijo de sopetón: "¿No eres tú, pequeña, la chica que le gusta a mi hermano Mario?", que yo, no quieras saber, ni contestar, salí despepitada y no paré de correr hasta la Plaza, que Transi, sin dejarlo, "¿estás tonta?", pero yo ni sabía lo que hacía, como atontada, otro estilín que Gabriel y Evaristo, desde luego, pero mirarme José María y perder la cabeza era todo uno. Desde entonces, cada vez que me le encontraba en la calle, pescaba a correr y me metía en un portal, que él ni se daba cuenta, que si no, menuda, hubiera sido peor y Transi, la muy tonta, me viene una noche, "¿sabes lo que pienso? Que a ti el que te gusta es José María y no Mario", ya ves qué majadería. Una es muy complicada, desde luego, y como hombre, puede, una atracción, pero lo tuyo era otra cosa, no sé cómo explicarte, físicamente eras del montón, ya lo sabes, pero tenías algo, qué sé yo, tampoco para ponerse como Transi, una pesada, "échale, anda, ¿no le ves?, parece un espantapájaros", ni tanto ni tan calvo, que lo que ella quería era que se acercasen Gabriel y Evaristo, o el mismo Paco, que era un guasón, que estaba siempre de broma y era una juerga con él porque trabucaba las palabras, que me gustaría que le vieses ahora, otro hombre. A mí, Paco, para pasar el rato, pero nada más, que él sería divertido, no lo niego, pero su familia era un poco así, de medio pelo, ya me entiendes, y de que le escarbabas un poco enseguida asomaba el bruto. Y yo, otra cosa no, pero cada cual con los de su clase, buena era mamá, desde chiquitina, fíjate, al tiempo que a rezar, "casarse con un primo hermano o con un hombre de clase inferior es hacer oposiciones a la desgracia", date cuenta, y yo no estaba por la labor, que no es que vaya a decir que tú fueses un marqués, clase media, eso, más bien baja si quieres, pero gente educada, de carrera, que te confieso que con mamá anduve frita, menos mal que todavía estaba asustada con lo de Julia y Galli Constantino, y no me extraña, que lo de Julia fue una campanada de las gordas, menudo escándalo, pero mamá provenía de una familia muy acomodada de Santander, y hecha a lo mejor. Mamá era una verdadera señora, Mario, tú la conociste y, antes, ¡para qué te voy a decir!, que me gustaría que la hubieras visto recibir antes de la guerra, qué fiestas, qué trajes, un empaque que no veas cosa igual, no hay más que ver cómo murió, yo se lo decía a papá, "ha muerto como se duermen las actrices en el cine", pero igualito, ¿eh?, ni un mal gesto, ni un ronquido, fíjate, que eso del estertor parece de cajón, pues ni eso, como te lo digo, que yo temblaba cuando fue a conocer a tus padres y nada, "parecen buena gente", que yo respiré y aproveché para decirle lo de tu padre, Mario, lo de prestamista y eso, que no te debe molestar, creo yo, porque entre madre e hija ya se sabe, y yo con mamá más todavía, y ella arrugó un poco la nariz, un gesto muy suyo, Mario, que la hacía muy gracioso, "¿prestamista?", pero en seguida, al minuto, se rehizo, "con ese chico, ya todo un catedrático, puedes ser feliz, hija", como lo oyes, Mario, que yo me puse como loca, natural. Tú mirabas a mamá con prevención, Mario, a ver si no, pero eres un desagradecido porque ella siempre estuvo de tu parte, y el mismo papá si me apuras, que a papá sólo le preocupaban las ideas políticas de tu familia, y me lo explico muy bien, menudo nido, hijo, para sabido. Ya estaba bien con lo de prestamista, creo yo, y con lo de José María, que mi bochorno pasé, las cosas como son, que cuando se presentó Gaudencio con la noticia de Elviro casi me alegré, fíjate, bueno, alegrarme, no, por supuesto, qué tontería, pero me compensó, te lo aseguro, porque estaba harta, en la calle, "a tu cuñado lo han paseado por rojo", con segundas, a ver, pero yo tan terne, "y al mayor le han matado en Madrid, en la Cuesta de las Perdices, con dos días de diferencia, figúrate qué espanto". Y todas se quedaban heladas, Mario, te lo prometo, que yo casi disfrutaba, te doy mí palabra de honor.

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