XXVI

Toda revelación es para vosotros como libro sellado; se le da a leer a quien sabe leer, diciéndole: Lee esto, y responde: No puedo, el libro está sellado. O se da el libro a quien no sabe leer, diciéndole: Lee esto, y responde: No sé leer. Es lo mismo que tú, Mario que me hiciste reír, palabra, la seriedad con que dijiste en la entrevista aquella que hoy en España no se lee, que te crees que porque no te lean a ti a los demás les va a suceder lo mismo, que estoy cansada de decirte que tú, escribir, sabes escribir, que escribes con soltura y eso, pero, hijo mío, de unas cosas tan aburridas y de unos tipos tan poco apetecibles que tus libros se caen de las manos, la verdad. Y no es que lo diga yo, recuerda a papá, y papá en estas cosas es alguien, vamos, me parece a mí, pues ya le oíste, que no es que vacilase, "si escribe para distraerse, pase, pero si busca la gloria o el dinero que tire por otro camino", más rotundo no cabe, y papá, ya lo sabes, una autoridad, que en el ABC no saben dónde ponerle, que no es precisamente un indocumentado, que menuda Memoria te hizo, de libro, hijo, que a mí, que nunca me dio por ahí, me la tragué sin respirar, tres veces, no te creas, que recuerdo que me encantó todo aquello del método regresivo, eso de estudiar la Historia para atrás, como los cangrejos, porque todas las cosas tienen su porqué, como suele decirse, no pasan en balde. Prescindiendo de que fuera mi padre, debisteis editarle la Memoria en la Casa de la Cultura, fíjate, hubiera sido un exitazo, me juego la cabeza, porque aunque corta y así, que eso se arregla con una letra un poco más gorda, tenía mucha miga, que hoy la gente es lo que quiere, desengáñate, libros de amor o libros con sustancia, una de dos, pero para aburrirse o para perder el tiempo ten por seguro que nadie compra un libro, qué es a lo que voy, borrico, ¿me quieres decir quién iba a leer tus cosas, y perdona mi franqueza, si tus protagonistas cuando no son pobres son tontos? Fíjate en "El Castillo de Arena", sin ir más lejos, que digo éste como podía decir el otro, un paleto al que le van robando sus tierras, una a una, hasta quedarse con lo puesto, un patán sucio que para acabar de arreglarlo tiene una mujer desdentada que no hace más que insultarle. Y todavía ése, vaya, que lo de "El Patrimonio" es todavía peor, hijo, figúrate a estas alturas a quién va a interesarle la historia de un sorche que va a la guerra en un país que no existe y no quiere matar a nadie, ni que le maten, y por si fuese poco le duelen los pies. Te digo, Mario, cariño, que ni buscados con candil, ni aposta encuentras unos protagonistas más estrafalarios, y precisamente ahora, ya ves, que sorches no son más que los patanes, figúrate, que los chicos de familia un poco así, con eso de las Milicias, son todos oficiales, que te prometo que al empezar "El Brazo Derecho", el día que me dijiste que el protagonista no era pobre, me llevé una alegría, te lo juro, que por un momento pensé, que parezco tonta, que ibas a escribir lo de Maximino Conde para darme una sorpresa, que te guste o no, era un argumento de película, ya ves, pero ya, ya… El Ciro Pérez ese, que tampoco podías encontrar un nombre más vulgar, hijo, es una especie de retrasado mental que lo poco que piensa lo piensa en chino, un tipo absurdo que ni sabe lo que quiere ni adonde va, que aquello era de tal manera enrevesado, cariño, que no entendía ni jota, pero tuve la fuerza de voluntad de aprenderme trozos de memoria, pero largos, ¿eh?, y de carretilla, como un papagayo, para comentarlos luego con mis amigas, que uno era como aquél del labrador de Villaloma, el que escribió a Valen, sí hombre, que la conoció en una cacería, ya casada y todo, una carta tronchante que nos la aprendimos todas de memoria, que empezaba, "si el interés lo tiene por defecto, tal es así que no quiere contestarme, le suplico Valentina que me escuche aunque no sea más que por amistad", ¿te acuerdas?, graciosísima, bueno, pues hice igual, Mario, me eché al coleto una parrafada, una que decía, decía, verás, "en hacer el bien, Ciro encontraba una complacencia, una inconfesada satisfacción, con lo que automáticamente quedaba excluida toda interpretación meritoria de sus acciones y abierta la posibilidad de una reparación ulterior. De ahí, su tortura…", ¿qué te parece? ¿no te recuerda horrores a las cartas del tipo aquel de Villaloma? Dime tu verdad, Mario, vaya parrafito, no me digas, ni aposta, que Valen se mondaba, pero, hijo, Esther, sin venir a cuento, se enfurruñó, ya ves tú qué salida de tono, qué la iría a ella, y venga de explicar, pero de malos modos, ¿eh?, llamándonos de todo, que lo que quiere decir Ciro Pérez, que yo, oír Ciro Pérez y caerme de risa era todo uno, y Valen para qué te voy a contar, y Esther cada vez más furiosa, que si éramos unas analfabetas, bueno, pues que lo que quería decir Ciro Pérez, según Esther, es que cada vez que cedía la acera, o el asiento en el autobús, que hay que ver, aquí, para ínter nos, lo pesadito que se pone, Mario, siente una satisfacción y piensa "soy bueno", como con un poco de orgullo, ¿comprendes lo que quería decir Esther?, pues desde el momento que se envanece, ceder la acera deja de ser una acción meritoria y puede ser inclusive pecaminosa, ya ves qué líos, que a ti ni se te habrá ocurrido eso, lo más seguro, que Valen empezó a voces: "¡Pero ese hombre es tonto, hija!" y a mí me entró la risa, un ataque, Mario, como lo oyes, y Esther para qué te voy a contar, cada vez más excitada, hasta que de repente, toda roja, empezó a chillarme, "¡no te rías así, Carmen, no te rías así, que ese hombre puede ser tu marido!", ya ves qué sandez, por mortificarme, a ver, que yo, "oye, mona, por lo que más quieras", muerta de risa, que no me podía contener, Mario, me era imposible, ¡qué juerga, Dios mío!, y ella, que era inútil tratar de hacernos comprender a nosotras esas tensiones, me parece que dijo tensiones, que está en un plan redicho que no hay quien la aguante, y que en lugar de ceder el asiento pudiera negarse a firmar un acta o comprar un Carlitos en Madrid, como decía yo que tú hacías, que Valen saltó entonces: "Mario lo hará, pero no se plantea luego problemas idiotas", y Esther que qué sabíamos nadie de los conflictos íntimos de cada hombre, tú me dirás, vaya un conflicto, que lo que yo le dije, "Esther, mona, no desbarres, conozco a mi marido mejor que tú", pero Valen seguía riéndose y, entonces, Esther, cogió el portante y se marchó chillando que no teníamos ni pizca de sensibilidad, ya ves tú, que me molestó, qué sabrá ella, y otra cosa a lo mejor no, pero sensibilidad, Dios mío, si es una de mis peplas, tú lo sabes, cariño, pero si cuando estoy indispuesta ni mayonesa puedo hacer, toda se me corta, que bastante desgracia tengo, que Esther será muy buena amiga y todo lo que tú quieras, pero con eso de haber estudiado, adopta unos aires que no hay quien la aguante, que yo me hago de cruces pensando cómo congeniará con Armando, más opuestos no cabe, él con esa vitalidad, si sólo piensa en comer, pero lo cierto es que le tiene loco, a él que no le toquen a su mujercita, que hay que ver el trepe que armó la otra noche en El Atrio, total por nada, que si la miraron o la dejaron de mirar. Yo no sé, a veces me da por pensar que tú hubieses encajado con Esther, y otras que no, yo creo que demasiado parecidos tampoco resulta, no sé, es un lío, pero lo cierto, Mario, no nos engañemos, es que tu no eres un tipo de hombre de gustar a las mujeres, que físicamente vales bien poquito, seamos francos, pero algo debes de tener, alguna gracia oculta, que a la que gustas la trastornas, ¿eh?, las cosas como son, ahí tienes a Esther y a tu cuñada Encarna, que digas que yo no soy celosa, que si no… Me gustaría que oyeses a Esther en los tes de los jueves, si tus libros salen a colación, ya se sabe, el evangelio, símbolos, tesis, lo que quieras, menudo abogado, hijo, que no sé cómo los jueves no te zumbaban los oídos hasta quedarte sordo, vaya sermones, hasta donde no la importaba, válgame Dios, tú dirás, que no te animara a buscar otro empleo, ya ves, que eso sería destruir tus posibilidades, imagina, que yo no sé, la verdad, dónde te encontraba tales talentos, que lo que yo dije un día, que ella furiosa, claro como con la fábrica de Armando tiene el riñón cubierto, que lo que yo la dije, "si el talento no sirve para ganar dinero ya no es talento, guapina", porque es la pura verdad, Mario, no me digas, tanto incienso, tanto incienso, que me tiene harta. La pánfila de Esther presume de conocerte mejor que nadie pero no sabe de la misa la media, que me gustaría verla en mi caso, ni dos semanas, ya te lo aseguro yo, que una cosa son los libros y otra muy distinta la persona, que a testarudo no hay quien te gane, y no es que lo diga yo, que ya lo dijo, y bien claro, Gardenia, ¿recuerdas?, la grafóloga que hubo en "El Correo" antes de venir don Nicolás, cuando "El Correo" se podía leer, que daba gusto, pues la mandé una cuartilla tuya sin que lo supieras, y te retrató, hijo, en mi vida he visto una cosa igual, que yo pensaba "ésta le conoce, seguro", que no puede decirse más en menos palabras, la misma Valen, ya ves, "hija, es que le retrata", tronchada, y venga de leerlo, "perseverante, idealista y poco práctico; alimenta ilusiones desproporcionadas", ¿qué te parece?, tú pon testarudo, donde dice "perseverante", iluso donde dice "idealista" y holgazán donde pone "poco práctico" y tendrás tu ficha completa, que nadie diría, cariño, que de la letra de uno se puedan sacar tantas cosas. Pues todavía, la pánfila de Esther que me faltaba sensibilidad para apreciarte, ya ves qué sabrá ella, precisamente sensibilidad, si hubiera dicho otra cosa, que yo recuerdo a mamá, que en paz descanse, "hija mía eres como un barómetro", que me ponía a hacer mayonesa estando mala y ya se sabía, a arreglarla, y no me digas, Mario, que tú estabas a un paso, cuando se me cayó el diente a la piscina, temblaba y todo ¿eh?, tú lo viste, una temblorina como en pleno invierno, ¿eh?, que luego una semana en cama devolviendo, que me alteré toda, menudo disgusto, que al Chucho Prada dichoso le hubiera matado, "antes se te caen los tuyos que el que te he puesto", como para fiarse. Si eso no es sensibilidad, Esther dirá lo que es sensibilidad, que la muy sandia se cree que sensibilidad es leer, atiborrarse de libros, cuanto más rollos, mejor, que no es que yo vaya a decir que una sea muy cultivada, Mario, que ni tiempo, tú lo sabes, pero tampoco una analfabeta, Mario, ya ves, que tu Memoria, bueno, la de papá tres veces, y no era precisamente un libro divertido, y los de Cánido, que digáis lo que digáis a mí me encantan, y los tuyos, Mario, no digas, todos, uno detrás de otro, y aprendiéndome párrafos de carrerilla, de pe a pa, y antes de casarme, "La Pimpinela Escarlata" y por lo menos diez veces "Vendrá por el mar", que me chiflaba, nunca he disfrutado tanto con un libro, palabra, que tenía un encanto especial, que la pánfila de Esther se da unos aires como si sólo hubiera leído ella. Y ahora que me acuerdo, Mario, también me leí de cabo a rabo el libro de versos de aquel amigo tuyo, Barcés o Bornes, ¿te acuerdas?, el que encontramos en Madrid durante el viaje de novios, de Granada, me parece, que hablaba todo el tiempo de García Lorca, él un poco pelirrojo y ella llenita, muy morena, que le conocías, creo, de cuando la guerra, no me hagas mucho caso, él como muy cohibidín, bueno, es igual, pues me leí el libro de un tirón, que eran unos versos rarísimos, unos cortos cortos y otros largos largos, que no pegaban ni con cola, al buen tuntún, que al acabar me dio una jaqueca horrible, ¿recuerdas?, distinta de otras veces, como en mitad de la cabeza. ¿Cómo se llamaba aquel amigo tuyo, hombre, si lo tengo en la punta de la lengua, que él hablaba muy bajito, como si se estuviera confesando, con un poco de acento y os pasasteis la tarde diciéndoos versos uno al otro, sí, hombre, en un café de la Gran Vía que hacía esquina, ¡qué cabeza!, todo lleno de espejos, que ibas a entrar y te dabas, que era como un laberinto? ¡Qué tardecita, Dios santo!, lo único, que recitaras el de mis ojos, que recuerdo que cada vez que empezabas un verso, yo pensaba: "Va a decir el de mis ojos", pero ya, ya, ilusiones, con lo que yo hubiera dado, que si Elviro no me lo dice, yo en la inopia, fíjate, "¿te lee Mario sus versos?", que yo, pasmada, "¿hace Mario versos?, es la primera noticia", y él, "desde que era así", que luego me dijo que habías dedicado uno a mis ojos y yo muerta de curiosidad, figúrate, el sueño de toda mujer, pero cuando te lo pedí, "debilidades, son blandos y sentimentales", que no había quien te sacara de ahí, y eso es algo que me pone enferma, Mario, porque escribir versos para nadie no tiene sentido, es como salir a la calle y empezar a dar voces al buen tuntún, cosa de locos. ¡Borres!, no, no era Borres, pero algo parecido, desde luego empezaba por B, ¿no sabes quién digo, Mario? Él, como muy desaseado, muy a la pata la llana, de tu escuela, y ella andaluza, morena, con el pelo recogido, que nos llamaba todo el tiempo de ustedes, "porque ustedes", "porque viniendo de ustedes", que contó aquello tan divertido de la feria de Sevilla, lo de la jaca, eso, una de las veces que te he visto reír con más ganas, ¿no te acuerdas?, sí hombre, ¡qué rabia!, estábamos sentados según se entra, así a mano derecha, en un diván rojo, todo corrido, él y tú, enfrente, que él se subía mucho el pantalón y luego, al salir, comentamos lo peludo, más bien soso… ¡Barnés! Eso es, Barnés, Joaquín Barnés, me parece que era Joaquín, Mario, seguro, ¡qué gusto, ay qué peso se me ha quitado de encima!

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