Capítulo 7

Un Sol como el ojo de un dragón, amarillo naranja, como un ópalo de fuego con siete brillantes pendientes que se balancean lentamente a través de sus largas elipses. El tercer planeta verde tarda sesenta años terrestres para completar su año: «Afortunado el hombre que ve su segunda primavera».

Orry tradujo un proverbio de ese mundo. Los inviernos del hemisferio norte, inclinados por el ángulo de su elipse fuera del ámbito solar, mientras el planeta se encontraba en su posición más lejana al Sol, eran fríos, obscuros terribles: los vastos veranos, que duraban la mitad de una vida, opulentos en exceso. Gigantescas mareas de los profundos mares del planeta obedecían a una luna gigante que tardaba cuatrocientos días en crecer y menguar; el mundo estaba conmovido por terremotos, volcanes, plantas que caminaban, animales que cantaban, hombres que hablaban y construían ciudades; un catálogo de maravillas. A este milagroso aunque no poco común mundo había llegado, hacía veinte años, una nave procedente del espacio exterior. Veinte de sus enormes años, aclaró Orry: o sea alrededor de mil doscientos años terrestres.

Colonos y promotores de la Liga de los Mundos, la gente que viajara en esa nave consagró su obra y su vida al planeta recién descubierto, alejado de los antiguos mundos centrales de la Liga, con la esperanza de incorporar sus nativas especies inteligentes a la Liga, es decir, de contar con un nuevo aliado en la Guerra Futura. Esa había sido la política de la Liga desde que varias generaciones antes, habían llegado advertencias de más allá de las Hyades respecto de una oleada de conquistadores que iban de mundo en mundo, de siglo en siglo, aproximándose cada vez más al lejano racimo de ochenta planetas que tan orgullosamente se llamaba a sí mismo la Liga de Todos los Mundos. La Tierra, cerca del borde del corazón de la Liga y el más cercano planeta de la Liga al recién descubierto planeta Werel, había suministrado todos los colonos en su primer viaje. Tenía que haber habido otras naves de otros mundos de la Liga, pero ninguna llegó jamás: la Guerra llegó antes.

Las únicas comunicaciones de los colonos con la Tierra, con el primer mundo Davenant, y con el resto de la Liga, se efectuaban mediante el ansible, trasmisor instantáneo que operaba a bordo de su nave. Ninguna nave, dijo Orry, había volado nunca más rápido que la luz; aquí Falk lo corrigió. Las naves de guerra habían sido construidas sobre el principio ansible, pero sólo habían constituido automáticas máquinas muertas, increíblemente costosas y que no llevaban criatura viviente alguna. La velocidad de la luz, con su ahorro de tiempo para el viajero, fue el límite de la posibilidad humana de viajar, entonces y ahora. De modo que los colonos de Werel se encontraban muy lejos de su casa y dependían totalmente de sus ansibles para sus comunicaciones. Sólo habían permanecido cinco años en Werel cuando fueron informados de la llegada del Enemigo e, inmediatamente después de eso, las comunicaciones se volvieron más confusas, contradictorias, intermitentes y pronto cesaron completamente. Alrededor de un tercio de los colonos eligió tomar nuevamente la nave y volar a través de la gran fisura temporal hacia la Tierra, para reunirse con los suyos. El resto permaneció en Werel abandonado a sí mismo. En el curso de su vida nunca pudieron saber qué había sucedido con su mundo natal y la Liga a la que servían, o quién era el Enemigo y si éste gobernaba a la Liga o si había sido vencido. Sin nave ni comunicador, aislados, constituyeron una pequeña colonia rodeada por curiosas y hostiles Formas de Vida de Elevada Inteligencia, de cultura inferior pero de inteligencia igual a la de ellos. Y esperaron y los hijos de sus hijos esperaron, mientras las estrellas permanecían, en silencio, por encima de ellos. Nunca llegó una nave, ni una palabra. Su propia nave debía de haberse destrozado, los informes sobre el nuevo planeta, perdidos. Entre las estrellas el pequeño ópalo amarillo naranja yacía, olvidado.

La colonia progresó y se expandió a lo largo de una costa marítima muy bella, a partir de su propia ciudad, que fue llamada Alterra. Luego, después de algunos años —Orry se detuvo y se corrigió—, alrededor de seis siglos, según el cómputo terrestre, era el décimo año de la colonia, creo, yo estaba comenzando a aprender historia; pero mi Padre y… y tú, prech Ramarren, me contaban estas cosas, antes de que hiciéramos el Viaje, para explicarme todo… Después de algunas centurias, entonces, la colonia atravesó épocas difíciles. Pocos niños eran concebidos; menos aun nacían vivos. Aquí, nuevamente, el muchacho hizo una pausa y finalmente, se explayó:

—Recuerdo que ustedes me contaron que los Alterranos no sabían que les estaba sucediendo, pensaron que era un efecto negativo de la falta de mezcla de razas, pero en realidad, se trataba de una especie de selección. Los Amos, aquí, dicen que eso es imposible, que cualquiera sea el lapso de tiempo que permanece una colonia en un planeta sigue siendo extranjera. Mediante manipulaciones genéticas pueden engendrar hijos con los nativos, pero éstos serán estériles. De modo que no sé qué les sucedió a los Alterranos, yo apenas era un chico cuando tú y mi Padre intentaron contarme la historia, recuerdo que hablaron ustedes de selección con miras a… a un tipo viable. De todos modos, los colonos estaban a punto de extinguirse cuando los que quedaban decidieron aliarse con una nativa nación wereliana, Tevar. Pasaron el invierno juntos y cuando llegó la estación de la Primavera, descubrieron que los Tevaranos y los Alterranos podían reproducir. En cantidad suficiente, por lo menos, para dar nacimiento a una nueva raza híbrida. Los Amos dicen que no es posible. Pero recuerdo que ustedes me lo contaron. El muchacho parecía angustiado y ligeramente desorientado.

—¿Somos nosotros descendientes de esa raza?

—¡Tú desciendes de Agat Alterra, que condujo la colonia a través del invierno del Décimo Año! Aprendemos a conocer a Agat en los libros escolares. Ese es tu nombre, prech Ramarren… Agad de Charen. Yo no pertenezco a ese linaje, pero mi bisabuela era de la familia Esmy de Kiow, ése es un nombre Alterrano. Por supuesto, en una sociedad democrática, como es la Tierra, estas distinciones no tienen significado alguno, ¿no es cierto?

Nuevamente Orry se manifestó angustiado, como si cierto obscuro conflicto lo perturbara. Falk lo retrotrajo a la historia de Werel, llenando con suposiciones y extrapolaciones el infantil relato que era todo lo que Orry podía procurar.

El nuevo acervo y la nueva cultura fusionada de la nación Tevaroalterrana, floreció en los años posteriores a ese peligroso invierno del Décimo Año. Las pequeñas ciudades crecieron; una cultura mercantil se estableció en el continente de un solo hemisferio norte. Después de algunas generaciones se expandió hacia los pueblos primitivos de los continentes australes, donde el problema de la subsistencia durante los inviernos era más fácilmente solucionable. La población se incrementó; la ciencia y la tecnología comenzaron su escalada, guiadas y ayudadas siempre por los Libros de Alterra, provenientes de la biblioteca de la nave, cuyos misterios se explicaron cuando los remotos descendientes de los colonos releyeron el perdido saber. Habían conservado y copiado estos libros, generación tras generación, y aprendieron la lengua en la cual estaban escritos… Galaktika por supuesto. Finalmente, explorados la luna y todos los planetas hermanos, controladas las expansiones de las ciudades y las rivalidades equilibradas por el Imperio Kelshak, en el antiguo Norte, en la cumbre de una era de paz y de vigor, el Imperio construyó y envió una nave de velocidad luz.

Esa nave, la Alterra, partió de Werel dieciocho años y medio después de que arribara allí la nave de la Colonia terrestre: mil doscientos años, según el cómputo de la Tierra. Su tripulación no tenía idea de qué encontraría en la Tierra. Werel no había sido capaz de reconstruir los principios del transmisor ansible, y había vacilado en radiodifundir señales que podrían delatar su ubicación a un probable mundo hostil gobernado por el Enemigo a quien tanto temiera la Liga. Para conseguir información, hombres de carne y hueso debían viajar a través de la larga noche, desde la antigua casa de los Alterranos.

—¿Cuánto duró el viaje?

—Alrededor de dos años werelianos, es decir, ciento treinta o ciento cuarenta años, yo sólo era un chico, prech Ramarren, y no comprendía muchas cosas, y muchas no se me decían.

Falk no comprendía por qué esta ignorancia podía perturbar al muchacho; estaba mucho más impresionado por el hecho de que Orry, que parecía tener quince o dieciséis años, había vivido quizás ciento cincuenta años. ¿Y él mismo?

La Alterra, prosiguió Orry, había partido de una base cercana a la antigua ciudad de la costa, Tevar, que se encontraba en la coordenada correspondiente de la Tierra. Llevaba a diecinueve personas, hombres, mujeres y niños, la mayor parte de Kelshak y que se declaraban descendientes de los Colonos: los adultos habían sido seleccionados por el Consejo de la Armonía del Imperio, por su entrenamiento, inteligencia, coraje, generosidad y arlesh.

—No conozco una palabra que lo designe en Galaktika, es sólo… arlesh —Orry sonrió con su ingeniosa sonrisa—. Aliento es en verdad la cosa, como el aprendizaje en la escuela, como el curso de un río, arlesh deriva de aliento, creo.

—¿Tao? —preguntó Falk, pero Orry nunca había escuchado el Antiguo Canon del Hombre.

—¿Qué le sucedió a la nave? ¿Qué pasó con los otros diecisiete?

—Fuimos atacados en la Barrera. Los Shing llegaron allí sólo después de que la Alterra fuera destrozada y que se dispersaran los atacantes. Eran rebeldes, en coches planetarios. Los Shing me rescataron de uno. Ellos no sabían si el resto de nosotros había sido muerto o secuestrado por los rebeldes. Siguieron buscando, por todo el planeta, y hace un año llegó a sus oídos el rumor de un hombre que habitaba en la Selva Oriental… eso sonaba a alguno de nosotros…

—¿Qué recuerdas de todo eso, el ataque y lo demás?

—Nada. Tú sabes como afecta el vuelo a la velocidad de la luz…

—Sé que para quienes viajan en la nave el tiempo no transcurre. Pero no tengo idea de cómo sienta eso.

—Bueno, realmente no lo recuerdo con mucha claridad. Yo sólo era un chico de nueve años… según el cómputo terrestre. Y no estoy seguro de que alguien pudiera recordarlo nítidamente. Tú no puedes decir la relación de las cosas. Tú ves y oyes, pero no hay acuerdo entre ambas cosas —nada significa algo— no puedo explicarlo. Es horrible, mas sólo como un sueño. Pero luego, cuando se baja nuevamente al espacio planetario, uno atraviesa lo que los Amos llaman la Barrera, y eso todo lo borra en los pasajeros, a menos que se encuentren preparados. Nuestra nave no lo estaba. Ninguno de nosotros había vuelto en sí cuando atacaron y, por lo tanto, no lo recuerdo, lo mismo que tú, prech Ramarren. Cuando volví en mí me encontraba a bordo de una nave Shing.

—¿Por qué te trajeron a ti siendo como eras, un niño?

—Mi padre era el capitán de la expedición. Mi madre también se encontraba en la nave. Por otra parte, prech Ramarren, si uno volviera, bueno… todos sus parientes estarían muertos desde mucho atrás. No es que eso importe… mis padres han muerto, de todos modos. O quizás los habrán tratado como a ti, y… y no me reconocerían si me encontraran…

—¿Cuál era mi papel en la expedición?

—Tú eras nuestro piloto.

La ironía que eso significaba hizo respingar a Falk, pero Orry prosiguió con su respetuoso e ingenuo tono.

—Por supuesto, eso implicaba que tú dirigías el rumbo de la nave, las coordenadas… eras el más grande prostenio, un astrónomo matemático, de todo Kelshy. Tú eras prechnowa respecto de todos los demás, a bordo, excepto mi padre, Har Weden. ¡Eres de la Octava Orden, prech Ramarren! ¿Recuerdas… recuerdas algo de todo eso?

Falk sacudió la cabeza.

El muchacho se calmó y dijo finalmente, con tristeza:

—No puedo realmente creer que no recuerdes, salvo cuando haces eso.

—¿Sacudir la cabeza?

En Werel nos encogemos de hombros para decir no, de este modo.

La simplicidad de Orry era irresistible. Falk intentó encogerse de hombros y le pareció que encontraba acierto en ello, algo así como una propiedad, algo que podía persuadirlo de que se trataba de un antiguo hábito. Sonrió y Orry, inmediatamente, se animó.

—¡Eres tan como tú, prech Ramarren, y al mismo tiempo, tan diferente! Perdóname, pero ¿qué hicieron, qué pudieron hacer para que olvidaras hasta tal punto?

—Me destruyeron. Por supuesto que soy como yo. Soy yo. Soy Falk… —puso la cabeza entre sus manos, Orry, confundido, permanecía en silencio.

El tranquilo y fresco ambiente de la habitación destellaba como una joya verdeazulada alrededor de ellos, la pared occidental estaba radiante con el último Sol de la tarde.

—¿Desde qué distancia lo observan a uno aquí?

—Los Amos quisieron que yo llevara un comunicador si salía en coche aéreo —Orry tocó un brazalete sobre su muñeca izquierda, que aparentemente, consistía en unos eslabones de oro—. Puede existir peligro, después de todo, entre los nativos.

—¿Pero tú eres libre de ir adonde quieras?

—Sí, por supuesto. Este cuarto tuyo es como el mío, transversal al cañón. —Orry parecía perturbado nuevamente—. No tenemos enemigos aquí, has de saberlo, prech Ramarren —aventuró.

—¿No? ¿Dónde se encuentran nuestros enemigos, entonces?

—Buenos, lejos, en el lugar de donde tú vienes.

Se miraron entre sí con mutua incomprensión.

—¿Piensas que los hombres son tus enemigos… los terráqueos, los seres humanos? ¿Piensas que fueron ellos quienes destruyeron mi mente?

—¿Quién si no? —dijo Orry, asustado, con la boca abierta.

—¡Los extranjeros… los Enemigos… los Shing!

—Pero —dijo el muchacho con tímida cortesía, como si comprendiera, por fin, cuan y de qué modo absoluto su primer señor y maestro era ignorante y estaba descarrilado—, nunca hubo un Enemigo. Nunca hubo una Guerra.

La habitación se estremeció suavemente, como un gong que fuera golpeado y resonara con una vibración subauditiva, y, un momento después, una voz, incorpórea, habló: «El consejo se reúne».

La puerta hendidura se abrió y una alta figura entró, majestuosa con vestimentas blancas y una ornamentada peluca negra. Las cejas estaban afeitadas y pintadas más arriba; el rostro, con una espesa máscara de maquillaje, de una suavidad mate, era el de un hombre fuerte de mediana edad. Orry se levantó rápidamente de la mesa y se inclinó, susurrando:

—Amo Abundibot.

—Har Orry —lo reconoció el hombre, su voz enronquecida hasta el susurro; y luego se volvió hacia Falk—: Agad Ramarren. Sé bienvenido. El Consejo de la Tierra se reúne para responder tus preguntas y contemplar tus pedidos. Atentos ahora…

Sólo había mirado a Falk durante unos segundos, y tampoco se acercó más a los werelianos. Había en torno de él un extraño halo de poder y de autosatisfacción, de autoabsorción. Estaba aparte, intocable. Los tres permanecieron sin moverse durante algunos instantes; y Falk siguió la mirada de los otros y vio que la pared interior del cuarto se había puesto brumosa y cambiante y parecía ahora una profunda jalea verdosa, en la cual líneas y formas se insinuaban y se contraían. Luego, la imagen se aclaró, y Falk detuvo su respiración. Apareció el rostro de Estrel, seis veces más grande que su tamaño natural. Los ojos lo miraban con la remota compostura de un cuadro.

—Soy Strela Siobelbel —los labios de la imagen se movieron, pero la voz no era localizable, abstracto susurro que se estremecía en el aire de la habitación—. Fui enviada para traer a la Ciudad, sano y salvo, a un miembro de la Expedición Werel, que se decía, vivía en el Este del Continente Uno. Creo que éste es el hombre.

Y su rostro, que se desvaneció, fue reemplazado por el de Falk.

Una voz incorpórea, sibilante, preguntó:

—¿Reconoció Har Orry a esta persona?

Como Orry contestara, su rostro apareció sobre la pantalla:

—Este es Agad Ramarren, Amo, el piloto de la nave Alterra.

El rostro del muchacho se desvaneció y la pantalla permaneció en blanco, vibrando, mientras que muchas voces susurraban y se confundían en el aire, como si se tratara de una multitudinaria discusión entre espíritus que hablaran en una lengua desconocida. De tal modo celebraban los Shing su Consejo: cada uno en su propio cuarto, aparte, con solo la presencia de voces susurrantes. Como el incomprensible preguntar y responder prosiguiera, Falk le murmuró a Orry:

—¿Conoces esta lengua?

—No, Prech Ramarren. Ellos siempre hablan en Galaktika conmigo.

—¿Por qué hablan de esa manera y no frente a frente?

—Son tantos, miles y miles que se reúnen en el Consejo de la Tierra, me contó el Amo Abundibot. Y están diseminados por el planeta en muchos lugares, aunque Es Toch es la única ciudad. Ese es Ken Kenyek, ahora.

Una vez acallado el zumbido de incorpóreas voces, un nuevo rostro había aparecido sobre la pantalla, un rostro de hombre, con una piel de blancura mortal, pelo negro, ojos claros.

—Agad Ramarren, estamos reunidos y tú has sido traído a nuestro Consejo, para que puedas completar tu misión en la Tierra y, si lo deseas, regresar a tu casa. El Amo Pelleu Abundibot se comunicará telepáticamente contigo.

La pared quedó, abruptamente, en blanco, devuelta a su normal transparencia verde. El hombre alto en el otro extremo del cuarto, miraba a Falk intensamente. Sus labios no se movían, pero Falk lo escuchó hablar, no en susurro ya, sino claramente, con singular nitidez. No podía creer que se tratara de comunicación telepática, aunque no había otra alternativa. Despojada del carácter y del timbre, de la encarnación de la voz, era ésta una pura comprehensión, la razón que se dirigía a la razón.

—Hablamos telepáticamente de modo que tú sólo puedas oír la verdad. Porque no es cierto que nosotros que nos llamamos a nosotros mismos Shing, o que cualquier otro hombre, pueda pervertir u ocultar la verdad en el discurso paraverbal. La Mentira que los hombres nos adjudican es en sí misma una mentira. Pero si prefieres utilizar el discurso hablado hazlo, y nosotros te imitaremos.

—No tengo habilidad para la comunicación telepática —dijo Falk en voz alta, después de una pausa; su voz viviente sonaba fuerte y tosca después del brillante y silencioso contacto mental—. Pero te escucho muy bien. No pregunto la verdad. ¿Quién soy yo para hacerlo? Preferiría escuchar lo que han decidido decirme.

El joven Orry parecía afectado. El rostro de Abundibot nada delataba. Evidentemente estaba sincronizando tanto con Falk como con Orry —una rara proeza en sí misma, en la experiencia de Falk, pues Orry escuchaba simplemente el discurso telepático que nuevamente comenzara—.

—Los hombres destruyeron tu mente y luego te enseñaron lo que desearon que tú supieras… lo que ellos deseaban creer. Así alertado, desconfiaste de nosotros. Temimos que esto sucediera. Pero, pregunta lo que quieras, Agad Ramarren de Werel; contestaremos con la verdad.

—¿Cuánto hace que estoy aquí?

—Seis días.

—¿Por qué fui drogado y engañado en un principio?

—Intentábamos restituirte la memoria. No logramos hacerlo.

«No le creas, no le creas», se dijo Falk con tal urgencia que no le cupo duda de que el Shing, si tenía la menor habilidad telepática, había recibido el mensaje con toda claridad. Eso no importaba. El juego debía de ser jugado y jugado al modo de ellos, aunque fueran ellos los que estipularan las reglas y los que contaran con toda la destreza. No importaba su ineptitud. Sí su honestidad. Se jugaba entero a esta creencia: que un hombre honesto no puede ser engañado, que la verdad, si el juego se jugaba hasta las últimas consecuencias conduciría a la verdad.

—Dime por qué debo de confiar en ustedes —dijo.

El discurso mental, puro y claro como una nota musical producida electrónicamente, comenzó nuevamente, mientras el emisor Abundibot, y él y Orry, permanecían inmóviles como las piezas sobre un tablero de ajedrez.

—Nosotros, a quienes conoces como Shing, somos hombres. Somos terráqueos, nacidos en la Tierra de seres humanos, como lo fue tu antepasado Jacob Agat de la Primera Colonia en Werel. Los hombres te enseñaron lo que creían sobre la historia de la Tierra en los doce siglos que siguieron a la fundación de la Colonia en Werel. Ahora nosotros, hombres también, te enseñaremos lo que nosotros creemos.

»Ningún enemigo vino alguna vez de las distantes estrellas para atacar la Liga de los Mundos. La Liga fue destruida por la revolución, la guerra civil, por su propia corrupción, militarismo, despotismo. En todos los mundos hubo revueltas, rebeliones, usurpaciones; desde el Primer Mundo se tomaron represalias que abrazaron a los planetas hasta dejarlos convertidos en cenizas. No hubo ya naves de velocidad luz que se arriesgaran a tan incierto futuro: sólo los FTLS, las naves misiles, las maravillas del mundo. La Tierra no fue destrozada pero la mitad de la población lo fue, sus ciudades, sus naves y ansibles, sus informaciones, su cultura, todo en dos terribles años de guerra civil entre los Leales y los Rebeldes, ambos armados con las innominables armas inventadas por la Liga para luchar contra el enemigo extranjero.

»Algunos hombres desesperados, en la Tierra, lograron dominar la batalla en un momento pero, como sabían que era inevitable una contrarrevolución posterior y el consiguiente naufragio y ruina, emplearon una nueva arma. Mintieron. Se inventaron un nombre para si mismos, y un lenguaje, y algunas ambiguas leyendas del remoto mundo de donde decían venir, y luego se dedicaron a diseminar el rumor, a través de la Tierra, en sus propias filas y también en los campos de los Leales, de que el Enemigo había llegado. La guerra civil se debía enteramente al Enemigo. El Enemigo se había infiltrado por doquier, había destruido la Liga y dominaba a la Tierra, se encontraba en el poder y pretendía detener la guerra. Y todo esto lo había logrado por su imprevisible, siniestro y extraño poder: el poder de mentir mentalmente.

»Los hombres creyeron la historia. Era conveniente para su pánico, su desmayo, su fatiga. El mundo en ruinas a su alrededor, se rindieron a un Enemigo a quien se alegraban de considerar sobrenatural, invencible. Se tragaron el anzuelo de la paz.

»Y, desde entonces, han vivido en paz.

»Nosotros, los de Es Toch, tenemos un pequeño mito según el cual en el comienzo el Creador dijo una gran mentira. Porque nada en absoluto había, pero el Creador habló y dijo: existe. Y, atención, para que la mentira de Dios pudiera ser la verdad de Dios, el Universo, en ese mismo instante, comenzó a existir…

»Si la paz humana depende de la mentira, había quienes deseaban mantener la mentira. Puesto que los hombres insistieron en que el Enemigo había llegado y regía la Tierra, nosotros nos llamamos a nosotros mismos el Enemigo, y regimos. Nadie vino a disputarnos nuestra mentira o a destruir nuestra paz; los mundos de la Liga se encuentran desvinculados, la época de los vuelos interestelares ha pasado; una vez cada siglo, quizás, alguna nave de un lejano mundo llega, errabunda, como la vuestra. Hay rebeldes contra nuestra égida, como aquellos que atacaron vuestra nave en la Barrera. Tratamos de controlar a esos rebeldes, pues, bien o mal, hemos instaurado y soportado durante un milenio el pesado fardo de la paz humana. Por haber dicho una gran mentira, debemos ahora sustentar una gran ley. Conoces la ley que nosotros, hombres entre hombres, promovemos: la única Ley, aprendida en la más terrible hora de la humanidad».

El brillante discurso, telepático y átono, cesó; era como el apagarse de una luz. En el silencio como una oscuridad, que siguió, el joven Orry susurró en voz alta:

—Respeto por la Vida.

Silencio nuevamente. Falk permaneció inmóvil, intentando que su rostro no delatara ni tampoco sus sentimientos, posiblemente captados, la confusión e inseguridad que experimentaba. ¿Era todo lo que aprendiera falso? ¿No existía, en verdad, Enemigo alguno de la humanidad?

—Si esta historia es la verdadera —dijo, finalmente—, ¿por qué no la contasteis y la demostrasteis a los hombres?

—Somos hombres —llegó la respuesta telepática—. Hay miles y miles entre nosotros que saben la verdad. Somos dueños del poder y de la sabiduría, y los usamos para la paz. Se avecinan épocas obscuras, y ésta es una de ellas, a lo largo de la historia humana, en que la gente creerá que el mundo está regido por demonios. Nosotros representamos el papel de los demonios en sus mitologías. Cuando empiecen a reemplazar la mitología por la razón, los ayudaremos; y ellos aprenderán la verdad.

—¿Por qué me cuentas esas cosas?

—En virtud de la verdad y en tu beneficio.

—¿Quién soy yo para merecer la verdad? —repitió Falk, con frialdad, mirando a través de la habitación, el rostro de máscara de Abundibot.

—Tú eres un mensajero de un mundo perdido, una colonia de la cual todo informe se perdió en los años de Desgracia. Viniste a la Tierra, y nosotros, los Amos de la Tierra, no logramos protegerte. Para nosotros eso significa una vergüenza y un pesar. Fueron hombres de la Tierra los que te atacaron, mataron o destruyeron mentalmente a todos tus acompañantes, hombres de la Tierra, del planeta al cual, después de tantos años, retornabas. Eran rebeldes del Continente Tres, que no se encuentra tan primitiva ni escasamente habitado como el Continente Uno; usaban coches interplanetarios robados; presumían que toda nave de velocidad luz debía de pertenecer a los Shing, de modo que atacaron la Alterra sin advertencia previa. Nosotros podríamos haberlo impedido si hubiéramos estado más alertas. Te debemos toda la reparación que seamos capaces de brindarte.

—Te han rastreado a ti y a los otros durante todos estos años —interfirió Orry, gravemente y en cierto modo suplicante; obviamente quería que Falk creyera todo, que lo admitiera y que… ¿para qué?

—Ustedes intentaron restituirme la memoria —dijo Falk—. ¿Por qué?

—¿No es eso lo que viniste a buscar aquí, tu perdido ser?

—Sí, es cierto. Pero yo… —ni siquiera sabía que preguntas formular; no podía creer ni dejar de creer todo lo que se le había dicho. No parecía existir pauta de referencia alguna. Que Zove y los suyos le hubieran mentido era inconcebible, pero que aquellos hubieran sido engañados y vivieran en la ignorancia de la verdad era, por cierto, posible. Sospechaba de todo lo dicho por Abundibot, y, sin embargo, había sido comunicado mentalmente, en discurso telepático inmediato donde la mentira es imposible… ¿o no? Si un mentiroso dice que no miente… Falk, nuevamente, se dio por vencido. Mirando, una vez más a Abundibot, dijo—: Por favor, no me hables mentalmente. Yo… yo preferiría escuchar tu voz. ¿Descubrieron ustedes, creo que dijiste, que no podían restituirme la memoria?

Abundibot cambió y un susurro ronco en Galaktika sobrevino, extemporáneamente, después de la fluidez de su mensaje:

—No por los medios que utilizamos nosotros.

—¿Por otros medios?

—Posiblemente. Pensamos que te habrían suministrado un parahipnótico bloqueador. En lugar de eso, te destruyeron la mente. No sabemos dónde aprendieron los rebeldes esa técnica, que es para nosotros un absoluto secreto. Y, aún más secreto, es el hecho de que una mente destruida pueda ser restaurada. —Una sonrisa apareció, durante un momento en su pesado rostro de máscara, luego desapareció completamente—. Con nuestras técnicas de psicocomputadora, creemos poder efectuar la restauración en tu caso. Sin embargo, esto significa el total bloqueo de la personalidad reemplazada; y, por tal razón, no quisimos proceder sin tu consentimiento.

La personalidad reemplazada… No significaba nada en particular: ¿Qué significaba?

Falk experimentó un escalofrío y dijo cuidadosamente:

—¿Quieres decir que, para recordar aquello que fui, debo de olvidar… esto que soy?

—Desgraciadamente, así es. Lo lamentamos mucho. La pérdida, sin embargo, de una personalidad de unos pocos años de duración, aunque lamentable, no representa un precio demasiado elevado como pago por la reapropiación de una mente como la tuya, es obvio, y, por supuesto, no lo es, si se piensa en la probabilidad de completar tu gran misión a través de las estrellas con el regreso a tu casa dueño del saber que tan gallardamente, has venido aquí a buscar.

A pesar de su ronco e insólito susurro, Abundibot era tan fluido en su conversación como en la comunicación telepática; sus palabras se derramaban y Falk aprehendía el significado, si lo aprehendía, sólo al tercer o cuarto intento.

—¿La posibilidad de completar…? —repitió, sintiéndose tonto y mirando a Orry en busca de ayuda—. ¿Quieres decir que me enviarían ustedes de regreso a… este planeta de donde se presume que provengo?

—Consideraremos un honor y un comienzo de la reparación que te debemos proveerte con una nave de velocidad luz para el viaje a Werel.

—La Tierra es mi casa —dijo Falk con súbita violencia.

Abundibot permanecía silencioso. Después de un minuto el muchacho habló:

—Werel es la mía, prech Ramarren —dijo ansiosamente—. Y nunca podré volver allá sin ti.

—¿Por qué no?

—No sé donde queda. Yo era un chico. Nuestra nave fue destrozada, los computadores de rumbo y todo lo demás voló cuando el ataque. ¡No puedo calcular nuevamente el rumbo!

—¡Pero esta gente tiene naves de velocidad luz y computadores de rumbo! ¿Qué quieres decir? Cuál es la órbita de Werel, es todo lo que necesitas saber.

—Pero no lo sé.

—Esto es absurdo —Falk comenzó a decir, montando progresivamente en cólera.

Abundibot levantó la mano en un gesto curiosamente potente.

—Deja que el muchacho se explique, Agad Ramarren —susurró.

—Es verdad, prech Ramarren —dijo Orry temblorosamente, su rostro carmesí—. Si… si tu fueras tan sólo tú mismo, lo sabrías sin necesidad de que se te dijera. Yo estaba en mi novena fase lunar… pertenecía todavía al Primer Nivel. Los Niveles… Bueno, nuestra civilización, en nuestra casa, es diferente de todo lo de aquí, según creo. Ahora que lo veo a la luz de lo que pretenden hacer los Amos aquí y de los ideales democráticos, comprendo que es algo retrógado en algunos sentidos. Pero, en todo caso, están los Niveles que cortan transversalmente todos los Órdenes y rangos y constituyen la Básica Armonía de prechnoye… No sé cómo decirlo en Galaktika. Conocimiento, supongo. De todas maneras, yo me encontraba en el Primer Nivel, era un chico, y tú eres Nivel Ocho y Orden. Y cada nivel tiene… cosas que uno no aprende, y cosas que no se le dicen a uno y que no pueden ser dichas ni entendidas hasta que ingresas en él. Y debajo del Séptimo Nivel, no aprendes el Verdadero Nombre del Mundo o el verdadero nombre del Sol… sino que se trata, tan sólo, del mundo, Werel, y del sol, Prahan. Los Verdaderos Nombres son los antiguos… se encuentran en la Octava Analecta de los Libros de Alterra, los libros de la Colonia. Están escritos en Galaktika, de modo que significarían algo para los Amos, aquí. Pero no podría decirlo, porque no los conozco; todo lo que conozco es «sol» y «mundo» y eso no me conduciría a casa… ¡ni a ti, si no puedes recordar lo que sabías! ¿Qué sol? ¿Qué mundo? ¡Oh, tienes que permitirles que te restauren la memoria, prech Ramarren! ¿Te das cuenta?

—Como a través de un cristal —dijo Falk— obscuramente.

Y con las palabras del Canon recordó todo inmediatamente, con certidumbre y nitidez en medio de su espanto, el Sol que brillaba por encima del Claro, brillante en los ventosos y enramados balcones de la Casa de la Selva. Entonces, no era su nombre lo que había venido a aprender, sino el del Sol, el verdadero nombre del Sol.

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