Capítulo 19

Mientras almorzaban, Jordan repasó el registro de las llamadas telefónicas del profesor.

– Creía que tenías hambre -comentó Noah-. Apenas has tocado la comida.

– Esta hamburguesa podría alimentar a seis personas. Ya no tengo más apetito. -Cambió de tema para hablar de asuntos más importantes-. Yo llamé al profesor MacKenna cuando llegué al pueblo. Éste no es el número al que llamé. Y recuerdo que Isabel me contó que el profesor y ella hablaban a menudo sobre el clan MacKenna. Su número de teléfono tampoco aparece aquí.

– Me apuesto lo que quieras a que sólo utilizaba desechables -dijo Noah-. Imposibles de rastrear.

– La vida del profesor es imposible de rastrear desde que se mudó a Serenity. -Tomó una patata frita y, cuando iba a darle un mordisco, cambió de opinión. Señaló con ella a Noah-. ¿Y por qué se mudó a Serenity? ¿Por qué eligió este pueblo? ¿Porque está tan aislado? ¿O porque está cerca de algo ilegal en lo que estaba involucrado? Sabemos que lo que estaba haciendo era ilegal. ¿Quién obtiene noventa mil dólares en efectivo? -Noah le quitó la patata frita y se la comió. -Jordan prosiguió-: Es evidente que quienquiera que matara a esos dos hombres está decidido a retenerme aquí -comentó después de valorar las diversas posibilidades-. ¿No te parece? -Antes de que Noah pudiese contestar, dijo-: ¿Por qué, si no, habría puesto los dos cadáveres en mi coche?

A Noah le encantaba observar la cara de Jordan mientras pensaba en voz alta. Se sentía animada, entusiasmada. Sabía que el último par de años se había vuelto muy cínico, pero en su trabajo, curtirse sólo era cuestión de tiempo. Había aprendido a no implicarse demasiado y a no esperar nada, pero todavía no había averiguado cómo desconectar del trabajo.

– ¿Sabes qué necesitamos? -preguntó Jordan.

– Un sospechoso -asintió él.

– Por supuesto. ¿Se te ocurre alguien?

– J.D. Dickey es el primero de mi lista -indicó Noah.

– Porque sabía que el cadáver estaba en mi coche.

– Sí -corroboró-. Le pedí a Street que lo investigara, y J.D. cumplió una condena larga.

Le contó lo que había averiguado sobre J.D. Cuando terminó, aseguró que si Joe Davis no localizaba pronto a J.D. y lo llevaba a comisaría para interrogarlo, le quitaría el asunto de las manos.

– ¿Significa eso que te quedarás en Serenity, Noah?

– Significa que los agentes Chaddick y Street se harán cargo de la investigación. Estamos en su distrito -aclaró, y le pareció oportuno añadir-: Y tú y yo nos largaremos de aquí.

– ¿Volverás directamente a trabajar para el doctor Morganstern o te tomarás unos días de fiesta e irás a casa?

– No tengo casa a la que ir -explicó Noah-. Vendí el rancho tras la muerte de mi padre.

– ¿Y dónde vives? -quiso saber ella.

– Aquí y allá -sonrió Noah.

– Vaya -soltó Jordan-. Aquí vienen.

Jaffee y Angela se dirigían a su mesa. Jordan sabía qué querían: los detalles escabrosos del hallazgo del cadáver de Lloyd en el maletero. Por suerte, se ahorraron tener que responder mil preguntas porque Noah recibió una llamada del jefe Davis.

– Tenemos que irnos -se excusó y pagó rápidamente la cuenta.

Cuando salían del restaurante, Angela captó la atención de Jordan y levantó el pulgar en señal de aprobación.

– ¿Todavía no se ha dado cuenta de que puedo verla reflejada en el cristal de la ventana? -comentó Noah con una carcajada.

– ¿Vamos a encontrarnos con Joe ahora? -preguntó Jordan, que aceleró el paso para alcanzarlo.

– Ha dicho que estará a veinte minutos. Eso nos da tiempo suficiente para llevar las cajas de la investigación del profesor MacKenna a su casa.

– ¿Por qué allí?

– Es donde Joe quiere que las dejemos. Puede que sea porque la comisaría es muy pequeña. No hay sitio para guardarlas hasta que él pueda revisarlas.

– No sé qué espera encontrar -comentó Jordan-. Sólo es una investigación histórica.

– Sigue siendo necesario que las revise.

– ¿Te importaría si nos detenemos un momento en el supermercado de camino a casa del profesor?

Noah no se opuso, y mientras llevaba las dos primeras cajas al coche, Jordan metió las últimas doscientas y pico páginas que tenía que fotocopiar en el maletín y cargó la caja vacía.

En la tienda no tuvo que hacer cola. En cuanto entró, los compradores se alejaron deprisa de ella. Se apiñaban en grupos y se la quedaban mirando mientras susurraban. Oyó cómo una mujer decía: «Es ella.»

Esbozó una sonrisa y siguió avanzando hacia la fotocopiadora. La cola, formada por una mujer y dos hombres, se dispersó en cuanto la vieron llegar. Jordan se moría de la vergüenza. Noah, por su parte, encontraba muy divertida la situación. Pero ella, no. Después de todo, no había hecho nada malo. Se lo comentó cuando volvieron a estar en el coche.

– Bueno, la gente tiende a morirse a tu alrededor -indicó Noah.

– Sólo dos personas -suspiró Jordan-. Oh, Dios mío. ¿Has oído lo que he dicho? ¿Sólo dos personas? Me he vuelto insensible a la muerte de dos seres humanos. ¿Qué ha sido de mi compasión? Antes la tenía.

Terminó de separar los originales del profesor de las copias y le entregó los primeros a Noah.

– ¿Te importa meterlos en la caja vacía, por favor?

– Te da miedo abrir el maletero, ¿verdad, Jordan?

– No, claro que no. Hazlo, por favor.

Se dijo que era verdad que no tenía miedo. Sólo estaba algo nerviosa. Pero no quería admitirlo. Guardó las fotocopias en el maletín, lo dejó en el suelo y se recostó.

De repente, se sintió mal, cansada.

– Nick ya debería estar de vuelta en Boston -comentó cuando Noah subió al coche.

– Estoy seguro de que llamará cuando llegue a casa -contestó Noah después de poner el motor en marcha.

– Y cuando lo haga, ¿le vas a contar lo de Lloyd? -preguntó y, acto seguido, respondió ella misma-. Claro que se lo vas a contar.

– ¿No quieres que lo haga?

– No me importa. Sólo que no quiero que tome otro avión para volver. También sé que se lo explicará al resto de la familia, incluidos mis padres, y ellos ya tienen…

– Suficientes preocupaciones -terminó Noah por ella-. Jordan, no pasa nada porque se preocupen por ti de vez en cuando.

No comentó nada. En lugar de hacerlo, observó por la ventanilla el desolado paisaje. Los jardines de la calle que estaban recorriendo no habían soportado bien el calor. Todos los céspedes tenían zonas quemadas con hierbajos marrones y tierra.

Se preguntó qué había ido a buscar a Serenity. Su hermano y Noah la habían desafiado a salir de su burbuja, pero no habría prestado atención a ninguna de sus sugerencias si no hubiese estado tan descontenta consigo misma.

Su vida estaba tan regulada, era tan organizada… tan mecánica. Sabía lo que quería: el factor sorpresa. El problema era que no existía. Por lo menos, no para ella. Necesitaba volver a casa y dejar de pensar cosas tan disparatadas. Tenía una vida planificada. Estructurada. Así había sido siempre, y era lo que necesitaba. Cuando volviese a estar en Boston, todo volvería a la normalidad.

Sólo había un pequeño problema.

– ¿Qué ocurre? -preguntó Noah, que había observado su expresión de desánimo.

– No voy a salir nunca de este pueblo, ¿verdad?

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