Capítulo 27

– ¿Qué diablos está pasando? -preguntó Joe con voz temblorosa. Estaba de pie con Jordan y Noah en la acera, frente a la casita de alquiler del profesor MacKenna, observando cómo la consumían las llamas. Se metió las manos en los bolsillos-. Ayer por la noche llovió mucho. Debería haber empapado el tejado y haberlo dejado húmedo, pero no fue así. Mirad cómo arde. -Sacudió la cabeza-. No había visto nunca que un incendio devastara una casa así de rápido.

Jordan pensó que les iría bien otra tormenta en ese momento. Se protegió los ojos con las manos y los alzó hacia el cielo. Ni una nube a la vista. El sol brillaba y caía sobre ellos sin piedad. Como era habitual, el sol del desierto era implacable.

– No, señor -murmuró Joe-. No había visto nunca nada igual. -Aunque no tenía ninguna duda de que el incendio había sido provocado, quería y necesitaba confirmarlo-. Mirad cómo arde, las cuatro esquinas de la casa ardiendo de esa forma. Es como si la hubiesen bombardeado con napalm. -Joe dejó de prestar atención a las llamas y miró a Noah-. Sé que es competencia del jefe de bomberos, pero me apuesto lo que quieras a que dirá que ha sido provocado. ¿No estás de acuerdo?

– Eso parece -confirmó Noah sin vacilar-. Y diría que se ha utilizado un acelerador muy fuerte para iniciarlo y mantenerlo vivo.

– No había visto nunca arder una casa tan deprisa -repitió Joe, claramente impresionado-. Pero no lo entiendo. ¿Por qué incendiarla? Los inspectores y la policía científica de Bourbon ya la habían procesado de arriba abajo, y todas las pruebas que encontraron estaban guardadas en bolsas en el laboratorio. Vosotros también vinisteis. Visteis lo que quedaba. Sólo periódicos viejos y muebles destartalados. ¿Visteis algo que valiera la pena quemar? Porque yo no.

Joe se movió para poder ver a Jordan, que estaba al otro lado de Noah.

– Siento lo de esas cajas de documentos. Sé que esperabas poder tenerlos.

– Bueno…

No lo sacó de su error. Era evidente que Joe olvidaba que había hecho fotocopias. O eso, o creía que todavía le quedaban por hacer, pero ya no importaba. Los originales de la investigación del profesor habrían formado parte de su patrimonio, y ya no los necesitaba.

– No creo que nadie se tomara tantas molestias para incendiar una casa sólo para librarse de unos papeles que contenían viejos relatos históricos -concluyó Joe.

Jordan observó a los bomberos voluntarios. Habían renunciado a intentar salvar la casa del profesor y trabajaban frenéticamente para impedir que el fuego se propagase a la casa contigua. Si se levantaba viento, podría arder toda la manzana.

– ¿Os habéis asegurado de evacuar a todos los vecinos? -preguntó.

– La vieja señora Scott es la única que me ha causado problemas -asintió Joe-. No me dejaba acercarme para ayudarla a bajar los peldaños de la entrada. Uno de los bomberos se la ha llevado pataleando y gritando. ¿Sabéis qué le he oído decir? Que no quería perderse las telenovelas.

– ¿Por qué no quería que te acercaras?

– No cree que nadie haga nada por ella. Es una mujer realmente insoportable. Un día llama al sheriff Randy y al siguiente a mí para quejarse de algo. No le importa de quién sea jurisdicción. Si cualquiera cruza el jardín, tanto si es el delantero como si es el trasero, le da un ataque. Dice que es allanamiento de morada. El otro día me llamó porque unos niños le pisaban las flores del porche delantero. -Señaló hacia la derecha-. Su casa es ésa, la segunda después de la de MacKenna. Decidme algo: ¿vosotros llamaríais «flores» a esas malas hierbas?

Noah quiso volver al tema que le preocupaba.

– ¿Has hablado con los vecinos? ¿Les has preguntado si han visto a alguien rondado la casa del profesor MacKenna?

– Todavía no he hablado con todos -admitió Joe-. He llegado apenas unos minutos antes que vosotros, y estaba ocupado evacuando las casas. Ahora empezaré a hacer preguntas. ¿Os importaría ayudarme? -Se acercó al grupo de gente apiñada en la esquina, pero se detuvo-. Estoy desbordado -confesó-. No tengo experiencia, y no puedo estar en todas partes a la vez. Creo que me iría bien que me ayudaran un poco tus amigos del FBI. ¿Por qué no los llamas?

«Ya era hora», pensó Noah.

– Lo haré encantado -respondió en cambio, e hizo la llamada inmediatamente, antes de que Joe cambiara de parecer. Le saltó el buzón de voz de Chaddick y le dejó un mensaje pidiéndole que lo llamara.

– ¿Dónde están los ayudantes? -preguntó Jordan mientras se dirigían hacia los vecinos-. Sé que el sheriff de Grady está en Hawái pero ¿no les pediste a sus ayudantes que te echaran una mano?

– Y me están ayudando -aseguró el jefe-. Ahora mismo están peinando dos condados en busca de J.D. Podría estar escondido en unos mil sitios, pero lo seguirán buscando hasta encontrarlo y lo llevarán a comisaría para interrogarlo.

Los vecinos del profesor MacKenna tenían muchas ganas de contar lo que sabían pero, por desgracia, ninguno había visto nada fuera de lo normal. Una mujer se había fijado en una furgoneta de limpieza de moquetas que pasaba por la calle, pero estaba bastante segura de que había seguido su trayecto hacia la manzana siguiente.

La señora Scott tenía información, pero cada vez que Joe intentaba hablar con ella, le daba la espalda y alzaba los ojos al cielo. Decidieron que lo mejor sería que Noah la conquistara, lo que sólo le costó un par de sonrisas y una mirada de compasión cuando soltó una perorata sobre sus flores.

– El caso es que vi a alguien -afirmó-. Ese cantamañanas de Dickey atajó hoy por mi jardín trasero. Lo vi clarísimamente. Yo estaba sirviéndome mi zumo de cereza junto al fregadero de la cocina porque me gusta tomármelo mientras veo mis programas. -Se detuvo para fulminar a Joe con la mirada antes de proseguir-: Entonces vi cómo Dickey pasaba a hurtadillas. Llevaba algo que tenía un asa grande, como una lata de gasolina. Empecé a abrir la puerta trasera para gritarle que saliese de mi propiedad, pero iba tan deprisa que antes de que pudiera descorrer el segundo cerrojo ya se había ido. Apenas cinco minutos después, oí que gritaban que había un incendio y empezaron a llamar a la puerta principal, así que me levanté de la butaca y subí el volumen del televisor para poder oír mis programas. -Volvió a fulminar con la mirada a Joe.

– ¿Está segura de que era J.D.? -preguntó éste.

– No estoy hablando con usted -espetó la mujer-. Si me lo preguntase este joven tan amable, le diría que sí, que era Julius Dickey. Vi perfectamente ese cinturón con la hebilla enorme que siempre lleva puesto. Era él.

Joe y Noah les dieron las gracias a los diversos vecinos y bajaron la calle. Jordan se quedó rezagada para hablar con algunas de las mujeres. Al darse cuenta de que no estaba con él, Noah se volvió y vio que la señora Scott señalaba con un dedo acusador a Jordan. Así que se le acercó para decirle que tenían que irse.

– ¿Nos vamos de aquí o de Serenity? -quiso saber Jordan después de despedirse de los vecinos.

La verdad era que Noah no lo sabía. Aunque tenía muchas ganas de sacarla del pueblo y embarcarla en un avión rumbo a Boston, Jordan estaba en medio de aquella locura, y hasta que supiese por qué el asesino estaba empeñado en involucrarla y en retenerla en Serenity, no iba a dejarla sola ni un segundo.

Se le ocurrió que no quería separarse nunca de ella.

Sacudió la cabeza para intentar aclararse las ideas.

– ¿Sabes cómo se ha dirigido a mí la señora Scott? -le comentó Jordan.

– ¿Cómo? -Noah redujo la marcha.

– «Oye, tú.»

– ¿Y? -sonrió Noah.

– Lo ha dicho justo antes de preguntarme por qué había venido a Serenity.

– ¿Y qué le has contestado?

– Para hacer estragos -dijo Jordan.

– Buena respuesta.

– Asegura que Serenity antes era un sitio tranquilo.

– Hasta que llegaste tú -completó Noah.

– También quería saber cuándo me iba a ir. Creo que planea encerrarse en casa con llave hasta que yo me haya largado.

– Pronto -prometió Noah tras soltar una carcajada-. En un par de horas estaremos en la carretera. Joe me ha pedido que esperase a que lleguen Chaddick y Street. Está nervioso. Es un caso importante, y no quiere meter la pata. Sé que estás lista para marcharte…

– Tengo sentimientos encontrados -soltó ella, algo vacilante.

– ¿Ah, sí? ¿Y eso?

– Quiero irme, pero también quiero averiguar quién, qué y por qué. Y tengo la extraña sensación de que la respuesta está delante de mis narices.

– Podrás leer toda la historia en los periódicos cuando este asunto se termine -apuntó Noah.

Lo de leer la trajo algo a la memoria a Jordan, pero era tan vago que no consiguió descifrar qué era.

– ¿Volverás al pueblo después de dejarme en el aeropuerto?

– No voy a dejarte en ninguna parte, cariño.

Cuando la llevó hacia el coche, Jordan volvió la cabeza y vio a Joe en mitad de la calle, hablando con un bombero.

– ¿Cuál es el plan entonces? -quiso saber.

– Voy a acompañarte hasta Boston, así que no, por mucho que me gustaría ayudar, no voy a volver al pueblo. De todas formas, ésta no es mi zona. Chaddick es quien está al cargo ahora, o lo estará en cuanto me devuelva la llamada, y sabe muy bien lo que hace. Lleva tiempo en ello y tiene mucha experiencia.

Cuando llegaron al vehículo, le dio las llaves.

– ¿Por qué no pones el motor en marcha y conectas el aire acondicionado? Enseguida vuelvo.

Jordan se sentó al volante, giró la llave en el contacto, y ajustó el aire acondicionado. Observó a Noah por el espejo retrovisor. Él y Joe hablaban entonces con el bombero. Joe sacó el móvil e hizo una llamada mientras Noah regresaba al coche. Sacudía la cabeza con aspecto frustrado. Se dirigió al asiento del copiloto, pero Jordan se deslizó hacia ese lado y le hizo señas para que condujera él. Como vio que el sudor le resbalaba cuello abajo, movió la rejilla de salida del aire acondicionado para que le soplara directamente a él.

– ¿Por qué no quieres conducir? -preguntó.

– Por el tráfico -respondió Jordan-. No soporto conducir cuando hay tráfico.

Tardó un segundo en darse cuenta de lo que había dicho.

– ¿Qué tráfico hay en Serenity? -rio Noah-. ¿Tres o cuatro coches delante del tuyo?

– De acuerdo, no soporto conducir. -Y, antes de que Noah pudiese comentar nada, le preguntó-: ¿Qué ha pasado con Joe?

– Va a conseguir una orden para registrar la casa de J.D. Ahora mismo está hablando con un juez de Bourbon.

– Voy allí contigo -soltó Jordan-. Porque me apuesto algo a que encontraré mi portátil. Y si lo encuentro…

– ¿Qué? ¿Qué harás?

– Algo -aseguró-. Contiene todos mis archivos, todas mis cuentas…

– ¿Te preocupa que alguien obtenga información privada?

– No. Está codificada, Noah. Nadie podría acceder a mis archivos.

– Entonces, ¿por qué te preocupa tanto?

– Sé que con toda la información y todos los datos adecuados puedo resolver este asunto.

Noah estaba mirando por la ventanilla.

– Me gustaría saber cuánto tardará Joe en meterse en el coche y dirigirse a casa de J.D.

– Diría que unos cinco segundos. -Lo dedujo a partir del hecho de que Joe corría hacia ellos.

– Ya la ha firmado -le gritó a Noah-. Pero podríamos haber entrado de todos modos. Acaba de llamar un vecino. La puerta principal de la casa J.D. está abierta de par en par.

Un momento después, iban de camino.

– ¿No debería llamar alguien al sheriff Randy?

– Eso se lo dejo a Joe -respondió Noah a la vez que se encogía de hombros.

– El sheriff ha cambiado totalmente de actitud. -Jordan se movió incómoda en su asiento-. En la comisaría de policía fue casi… humilde. Pero recuerdo que cuando llegó al estacionamiento con su hermano y vio cómo J.D. me pegaba, fue bastante odioso.

– Hace lo que puede para evitar que su hermano se meta en problemas. Sabe que…

– ¿Qué sabe?

– Que J.D. es una causa perdida. Pero comprendo su lealtad. Es su hermano.

– ¿Tiene J.D. esa clase de lealtad? Me apuesto lo que quieras a que no. Al sheriff Randy le irían mejor las cosas si su hermano estuviera en la cárcel. -Jordan se frotó los brazos como si de repente hubiese tenido un escalofrío-. Si J.D. está en su casa, ve con cuidado. Había cierta locura en su mirada. No sé cómo explicarlo. Era odioso… y espeluznante.

– Me muero de ganas de conocerlo. Yo también puedo resultar de lo más odioso.

– Recuerda que es inocente hasta que se demuestre lo contrario -indicó ella.

– Te golpeó. Eso es lo que recuerdo.

Joe detuvo su coche en el camino de entrada de la casa de J.D., y Noah estacionó el suyo detrás.

– Espera aquí. Cierra las puertas con el seguro -le indicó a Jordan.

Se movió deprisa. Se sacó el arma de la pistolera, se la llevó a un costado y se reunió con Joe en la puerta principal.

– Adelante, tú primero. Yo te sigo.

A Jordan le dio un vuelco el corazón al ver cómo Noah entraba en la casa con el arma en la mano. Se dijo que todo iría bien. Era un agente federal, entrenado para protegerse. Había oído historias sobre algunas de las situaciones terribles en las que había estado, y tenía las cicatrices que las corroboraban. Sabía lo que estaba haciendo. Sabría cuidarse. Asintió para dar énfasis a la idea. Aun así, había accidentes, y a veces, sorpresas inesperadas… algunas de ellas, malas.

Como diría su madre, se estaba poniendo nerviosa ella sola. Y, en aquel momento, Noah salió y todo se acabó. La casa de J.D. era tan pequeña que sólo les había llevado unos minutos cerciorarse de que no había nadie en ella.

Jordan quitó el seguro de la puerta del conductor.

– Parece que J.D. se fue a toda prisa y no cerró bien -le informó Noah tras abrir la puerta-. Espera a ver…

– ¡Han encontrado a J.D.! -lo interrumpió Joe, que salió corriendo de la casa hacia ellos.

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