Capítulo 23

Jordan estaba sentada en mitad de la cama, leyendo otro relato escalofriante sobre una terrible batalla entre los Buchanan y los MacKenna. Cada uno de los dos clanes había llamado a sus aliados y había ido a la guerra con la esperanza de aniquilar al otro. Estaba tan absorta en la historia que no se dio cuenta de que Noah la estaba observando desde la puerta.

Noah se dijo que debería volver a su habitación, pero no conseguía moverse. Se acercó a ella procurando que no lo notara. Le encantaba estar cerca de Jordan, hablarle, escuchar sus historias y teorías descabelladas, y a él también le fascinaba verla sonreír. Pero lo más maravilloso de todo era su espontánea alegría y capacidad de hacerle reír. Ninguna otra mujer le hacía sentir como ella.

Decidió que era preciosa. Incluso cuando, como entonces, llevaba gafas. No sabía por qué le excitaban tanto, pero lo hacían. Si las llevaba puestas cuando se encontraba con ella en Nathan's Bay, fijaba la mirada en algún punto detrás de ella para no distraerse. Una vez el doctor Morganstern observó lo que estaba haciendo y se lo comentó. Noah se preguntó si el doctor había sabido antes que él lo mucho que Jordan le atraía.

¿Cuándo había dejado de ser la hermana menor de su compañero para convertirse en la mujer increíblemente sexy que quería llevarse a la cama?

Sabía qué iba a hacer antes de entrar en su habitación. Le importaban un comino las consecuencias. Apenas había hecho ruido al acercarse a su cama, dejar el arma con su pistolera en la mesita de noche y sentarse a su lado.

Jordan alzó los ojos y sonrió. Noah se veía relajado con sus Levi's gastados y su camiseta gris claro. Se lo quedó mirando mientras se ponía cómodo. Observó cómo tomaba las dos almohadas y les daba un par de golpes para disponerlas a su gusto antes de recostar el cuello en ellas. Después, soltó un sonoro bostezo, juntó las manos sobre el pecho y cerró los ojos.

– ¿Estás cómodo? -le preguntó.

– Léeme una historia para dormir -pidió él sin abrir los ojos.

– Ésta es muy cruda.

– Me gustan las historias crudas.

– Menuda sorpresa -se burló Jordan-. Se desconoce la fecha exacta, pero se supone que esta guerra tuvo lugar entre los años 1300 y 1400. El terrateniente MacKenna afirmaba que los Buchanan les habían robado otro tesoro. Este tesoro consistía en unas tierras cercanas a las propiedades de los MacKenna que el terrateniente creía que deberían haberles sido concedidas.

– ¿Quién les entregó las tierras a los Buchanan?

– No lo dice -respondió Jordan a la vez que negaba con la cabeza-. El terrateniente MacKenna había sufrido meses y meses debido a esa atrocidad y, entonces, una tarde de principios de otoño, un joven del clan Buchanan fue capturado en sus tierras.

»El terrateniente MacKenna decidió retener al chico para pedir un rescate. Si los Buchanan renunciaban a esas tierras, les devolvería al muchacho. Por lo menos, ése era el plan hasta que algunos de los guerreros MacKenna, en pleno entusiasmo, mataron sin querer al joven. Escucha cómo lo explican -dijo-: "Querían torturarlo, pero sin quitarle la vida."

– ¿Habían aceptado los Buchanan devolver las tierras antes de que mataran al chico?

– No tuvieron tiempo de aceptarlo o de negarse. Cuando se enteraron de que el muchacho había sido asesinado, reunieron a sus hombres y fueron a la guerra. Siempre estaban combatiendo con los MacKenna, pero esto era distinto. El terrateniente MacKenna sabía que iban a por él, y llamó a todos sus aliados. No indica la cantidad de clanes, pero se nombran tres.

– ¿Y los Buchanan?

Jordan examinó rápidamente la hoja que tenía delante.

– Llamaron a un aliado. No estoy segura de si fue porque sólo tenían uno o porque sólo necesitaban uno. Los MacHugh. Su solo nombre sembró el terror entre el clan MacKenna. Se creía que los MacHugh eran inhumanos e indestructibles. Eran mucho más despiadados que los Buchanan, o eso dice aquí.

»La batalla se libró en un campo cercano a Hunter Point. Los Buchanan y los MacHugh contaban en total con muchísimos menos hombres que los MacKenna, y éstos creyeron que aniquilarían rápidamente a los dos clanes. -A Jordan le dolía la espalda. Se tumbó y se recostó en el hombro de Noah. Sostuvo el papel en alto para seguir leyendo-. Los MacKenna y sus aliados se equivocaron al creer que la victoria sería suya. Y el clan MacHugh no mostró ninguna piedad. Después de todo, los MacKenna habían matado a un chico. Y los Buchanan tampoco tuvieron misericordia.

»Cuando finalmente terminó todo, había cuerpos descuartizados esparcidos por el campo de batalla, y la tierra estaba recubierta de sangre. Desde entonces, el lugar recibe el nombre de Campo Sangriento.

– ¿Qué pasó con los MacKenna? -quiso saber Noah.

– Los miembros que quedaban del clan huyeron -respondió Jordan-. Al día siguiente, volvieron al campo de batalla a recoger a sus muertos para darles una sepultura digna de un guerrero, pero no encontraron ningún cadáver. Todos habían desaparecido. Y, por tanto, no pudo celebrarse ninguna ceremonia sagrada.

– ¿Los llegaron a encontrar?

– No -contestó. Se apoyó en un codo para mirarlo a los ojos-. Y entonces, si un guerrero no recibía sepultura como era debido, no podía acceder al más allá. Estaba condenado a vagar eternamente en el «otro mundo», solo y olvidado para siempre.

– ¿Cuántos murieron? ¿Lo pone?

– No -dijo Jordan-. Pero si hay algo de cierto en esta historia, ¿te imaginas cómo sería recorrer el campo de batalla… un campo empapado de sangre, para recoger restos humanos? Un brazo por aquí, una pierna por allá…

– Una cabeza…

– Me alegro de no haber vivido en esa época -aseguró Jordan con una mueca.

– No sé -replicó Noah-. Podía tener alguna ventaja. No había que leerles los derechos a individuos indeseables ni que ver cómo un juez los dejaba en libertad en virtud de un tecnicismo jurídico. Entonces, si sabías que alguien era culpable, te deshacías de él. Así de sencillo. ¿Y sabes qué más? Si la historia tiene algo de cierto, me da igual cuántos guerreros murieran en ese campo de batalla. No hay ninguna cantidad que justifique el asesinato de un chico.

Noah seguía con los ojos cerrados, de modo que Jordan podía contemplarlo sin problemas. No se daría cuenta. Era tan atractivo, tan fuerte. Se obligó a desviar la mirada. Se dijo que eso no llegaría a ninguna parte. Pero lo deseaba. Se advirtió a sí misma que le rompería el corazón y la dejaría destrozada. No, gracias.

No era ninguna fan. Desde luego que no. Lo cierto era que ya había superado esa fase. Y se estaba enamorando.

Aterrada de repente, se levantó con rapidez de la cama, recogió los documentos y los llevó a la mesa. Los dejó junto al maletín y regresó a la cama.

– ¿Noah? -susurró mientras le daba un golpecito con un dedo en el hombro-. No te me duermas. -Como él no le respondió, volvió a pincharle con el dedo-. Quiero irme a dormir.

Cuando iba a darle un empujoncito más fuerte, Noah alargó la mano y le sujetó la muñeca. Antes de que pudiera reaccionar, tiró de ella hacia él, le rodeó el cuerpo con los brazos y giró con ella para dejarla boca arriba. Le separó las piernas con la rodilla y se situó entre sus muslos a la vez que se apoyaba en los codos para observarle la cara sonrojada.

A Jordan se le aceleró el corazón. Se quedó totalmente quieta y esperó a ver qué hacía Noah.

«No me sueltes», pensó, frenética.

– No me sueltes.

– No lo haré, cariño.

Cerró los ojos con fuerza y gimió.

– Lo he dicho en voz alta, ¿verdad?

Noah le quitó con cuidado las gafas, y al inclinarse para dejarlas en la mesita de noche, junto a su arma, le rozó los pechos con el tórax. Cuando empezó a acariciarle un lado del cuello con la boca, Jordan sintió que una serie de escalofríos le recorría los brazos y las piernas. Notaba el aliento dulce y cálido de Noah en su piel, y cuando le tiró del lóbulo de la oreja, sintió que el deseo la invadía por completo.

– No es una buena idea -susurró mientras volvía la cabeza para facilitar el acceso de Noah a su cuello. Alargó la mano, le acarició la nuca y jugó con su pelo. Quería que la besara en los labios.

– ¿Quieres que pare? -Noah había levantado la cabeza para preguntárselo.

Jordan fingió plantearse vivamente qué hacer.

– No -contestó, y tras incorporarse un poco para besarle el mentón, añadió-. Sólo digo que no es una buena idea.

Lamentó haber dicho nada porque temía que entrara en razón y dejase de tocarla. Deseaba y necesitaba desesperadamente que la abrazara y le hiciese el amor.

– ¿Jordan? -susurró Noah con voz ronca.

Oh, iba a parar. Tragó saliva.

– ¿Sí?

– Abre la boca -pidió, y no se movió a la espera de que se decidiera.

Jordan dejó de sentir culpa o preocupación por las consecuencias de sus actos. Ahora sólo podía pensar en Noah. Miró fijamente sus hermosos ojos azules y tiró despacio de él hacia ella.

Noah no necesitó nada más. Acercó sus labios a los de Jordan para darle un beso tierno, suave y poco exigente. Y maravilloso. Pero pronto dejó de bastarle. Apenas probó la dulzura de sus labios, deseó más. Deslizó la lengua entre ellos para tocar la de Jordan. Exploró despacio su boca hasta que tampoco eso le bastó. La sujetó con más fuerza y el beso se volvió más apasionado.

Era insaciable, y creía que estaba tomando la iniciativa hasta que notó que Jordan le tiraba de la camiseta. ¿Quería que parara? Levantó la cabeza con un gemido.

– Dime qué quieres -dijo con voz ronca.

– Todo -susurró Jordan-. Quítatelo todo.

El brillo cálido en los ojos de Noah la estremeció.

– Tienes buen sabor, ¿lo sabías? -preguntó Noah mientras le pasaba el pulgar por el labio inferior.

– ¿A azúcar?

– Mejor aún -masculló él.

Tiró de la camiseta de Jordan a la vez que de la suya, pero sus codos y sus manos se interpusieron en el camino de las prendas. De repente estaba ansioso y excitado como si fuera su primera vez. Sabía cómo complacer a una mujer, puesto que había perfeccionado su técnica a lo largo de los años, pero aquello era distinto. Jordan era distinta. La necesidad de estar con ella le causaba dolor. No se había sentido nunca así.

Su camiseta salió primero, pero la de Jordan la siguió enseguida. Jordan no se mostraba tímida ni dubitativa con él. Le acariciaba la espalda, los hombros, los brazos. Notaba cómo el corazón de Jordan latía con fuerza, y cuando le tocó los pechos, observó que arqueaba la espalda y gemía en voz baja.

Les piernas de Jordan se movían, inquietas, contra las suyas. Noah le besó el cuello y descendió despacio para provocarla, para atormentarla. Le acarició la clavícula con la lengua y, cuando por fin llegó a sus pechos, notó cómo todo el cuerpo de Jordan se tensaba.

Empezó a volverla loca. Jordan no tenía ni idea de que sus pechos fueran tan sensibles, pero cada caricia que le daba Noah con la lengua le hacía perder un poco más el control.

Él también estaba perdiendo el control. Inspiró hondo, se estremeció y la besó apasionadamente. Le temblaban las manos. Volvió a besarla, con rapidez, con fuerza, y se separó de ella.

– Enseguida vuelvo. -Un beso rápido y se levantó-. Quiero protegerte.

A Jordan, el corazón le latía a toda velocidad. En cuanto Noah se marchó, tomó la almohada y la estrechó contra su pecho. La había derretido con un solo beso. Suspiró. No había duda de que sabía besar. Ningún otro hombre le había hecho sentirse así.

La cama se hundió cuando Noah volvió a su lado. Le apartó la almohada y ella no se lo impidió. Al contrario, se volvió boca arriba con los ojos puestos en los de Noah. Éste alargó las manos hacia su cintura, le quitó lentamente el pantalón corto y lo lanzó fuera de la cama. Él ya se había quitado los pantalones y, cuando se situó sobre ella, entre sus muslos, el contacto de su piel hizo que Jordan se olvidara de respirar.

Jordan le acarició la espalda con mucha suavidad hasta que él volvió a besarla. Entonces, sus caricias se volvieron más desesperadas. Le sujetó con fuerza los hombros para que dejara de atormentarla.

– Noah. -No sabía si había gritado o suspirado su nombre. Noah le había puesto la mano entre los muslos y la estaba enloqueciendo. Sabía dónde tocar y cuánta presión ejercer exactamente. Y ella se retorcía en sus brazos, suplicándole que la hiciera suya.

Ansiaba sentir todo el cuerpo de Noah, envolverse en su calidez. Oía cómo a Noah le costaba cada vez más respirar, y eso la excitaba más todavía. Se moriría si seguía atormentándola.

Noah lo prolongó todo lo que pudo, para darle el mismo placer que ella le proporcionaba. Pero su reacción le impidió esperar más. Sabía que estaba preparada. Le marcaba la espalda con las uñas y arqueaba el cuerpo hacia él. Acercó los labios a los de ella mientras se deslizaba entre sus muslos y la penetraba despacio. Su cuerpo era tan terso, tan cálido, que gimió de placer. Noah se quedó totalmente inmóvil y jadeante dentro de ella mientras susurraba su nombre.

Cuando la hizo suya, Jordan gritó extasiada.

– ¡Ah, Jordan! -exclamó Noah-. Mierda.

Jordan no quería dejarlo respirar. Todos los nervios de su cuerpo ansiaban llegar al clímax. Levantó las rodillas para aumentar la profundidad de su contacto y empezó a moverse.

Quería complacerlo, enloquecerlo tanto como él a ella. Le mordió el hombro, le besó los labios y, después, el cuello. Jadeaba. Noah se retiró y volvió a penetrarla, y a ella se le saltaron las lágrimas, anonadada por la intensidad de lo que sentía. Los movimientos de Noah se volvieron cada vez más impetuosos, más apasionados, más exigentes. Era delicioso.

Incluso en los momentos de mayor intensidad, Noah había podido dominar sus reacciones, marcar su ritmo. Pero ya no podía controlar más lo que le ocurría. Empujaba su cuerpo contra el de Jordan una y otra vez, incapaz de contenerse.

Jordan era tan apasionada como él. La tensión fue creciendo en su interior hasta que parecía estar a punto de estallar.

Sintió una oleada de placer tras otra. Jamás había vivido nada igual. Se dejó llevar, como si estuviera en una montaña rusa y descendiera veloz hacia el suelo con todos los nervios a flor de piel mientras una inmensa sensación de placer le recorría todo el cuerpo.

Noah la besó y hundió la cara entre el cuello y el hombro de Jordan para recuperarse lentamente.

– Mierda -susurró de nuevo.

Un taco… y, aun así, Jordan se sintió como si la hubiera acariciado.

Le jadeaba en la oreja. ¿O era ella quien jadeaba? Estaba tan desconcertada que no podía ni pensar. Noah la había convertido en una imbécil rematada.

No quería separarse de él. Nunca.

Noah se tumbó de lado y la estrechó contra él. La abrazó y la acarició cariñosamente. Ninguno de los dos habló, ambos satisfechos de momento. Pasaron los minutos, y Jordan se durmió en sus brazos.

En mitad de la noche, se despertó. Noah seguía allí.

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