Capítulo 37

Jordan cedió y se compró un móvil idéntico al que J.D. Dickey le había destrozado antes de golpearla. Suponía que podía haberse decidido por un modelo más nuevo, pero ya tenía un cargador en la mesa y un cable en el coche que eran específicamente para el antiguo.

Se dijo que no estaba volviendo a sus andadas tecnológicas. Sólo estaba siendo lista. El móvil era un mecanismo de seguridad, especialmente cuando hacía footing sola o conducía por la autopista. Si ocurría algo, la ayuda estaba a sólo una llamada de distancia, siempre que tuviera cobertura, por supuesto.

Conservó el mismo número, y cuando volvió a casa después de hacer su compra, conectó de inmediato la unidad al ordenador para programarla. Cuando se hubo cambiado de ropa, cepillado el pelo y puesto un poco de maquillaje, tenía el nuevo teléfono listo para llevárselo.

Las horas de visita del hospital terminarían en una hora y media. Para evitar el tráfico de la hora punta, tomó todas las calles secundarias que pudo. Por desgracia, muchos otros conductores hicieron lo mismo.

Dejó el coche en una plaza del estacionamiento subterráneo situado junto al servicio de urgencias. Estaba bien iluminado, y había gente entrando y saliendo. La entrada de ambulancias estaba junto a las puertas automáticas.

En el exterior, frente a la puerta, sentada en un banco, había una enfermera comiendo una barrita de chocolate. Al verla Jordan se acordó de la tarta de Jaffee. Todavía no lo había llamado. ¿Cuánto tiempo hacía que esperaba tener noticias suyas? Sacó el móvil y vio que tenía cobertura. Podría llamarlo entonces. Pero quizá fuera mejor hacerlo después. Si Jaffee tenía que preguntarle muchas cosas sobre el ordenador, estaría un buen rato al teléfono, y pronto terminaría el horario de visitas. No podía dejar de ver a Laurant. Se prometió que pasara lo que pasase, llamaría a Jaffee en cuanto saliese del hospital.

Cuando entró en la habitación privada de Laurant, en la quinta planta, le sorprendió ver a un grupo de personas. Su padre acababa de llegar y estaba besando a su nuera en la mejilla. Nick también estaba allí, despatarrado en una silla, medio dormido.

Y también estaba Noah, apoyado en el alféizar de la ventana, esperando para hablar con el juez Buchanan, que se había vuelto hacia él. Noah tenía los brazos cruzados y parecía estar totalmente relajado. Jordan se había preguntado cómo se sentiría cuando volviera a verlo, y fue tal y como había imaginado: un dolor punzante le atravesó el corazón.

Noah, aliviado al verla, se enojó. ¿Dónde diablos se había metido? Nick le había dicho que iba de camino al hospital, pero le había llevado un buen rato llegar. ¿Había ido dando un rodeo por New Hampshire?

La espera había sido angustiosa. La había llamado a casa y le había salido el contestador automático. Si hubiese tenido móvil, habría podido ponerse en contacto con ella mientras se dirigía al hospital y habría sabido que estaba bien. No saber nada de ella era lo que le había desesperado.

Jordan abrazó a su padre y apretó la mano de Laurant. Como parecía que Nick dormía, no lo molestó. Incapaz de decidir qué decirle a Noah, finalmente le dirigió una mirada y logró esbozar una sonrisa.

– ¿Qué tal? -No era demasiado imaginativo, pero fue lo único que se le ocurrió.

La segunda opción era «me alegro de volver a verte». Gracias a Dios que no lo había dicho.

– Tenemos que hablar -soltó Noah, tras enderezarse.

Él tampoco había sido demasiado efusivo. Le había recordado a un sargento. Noah le sujetó una mano y se dirigió hacia la puerta.

– Enseguida vuelvo -le dijo Jordan a los demás.

Noah recorrió medio pasillo con ella antes de detenerse para mirarla a la cara.

– Escucha…

– ¿Sí? -Jordan habló en voz tan baja como él.

– ¿Estás bien?

No sabía cómo contestar. No podía decirle la verdad. Se imaginó cómo reaccionaría si le respondiese que no estaba bien, que estaba deprimida… por su culpa.

– Oh, bueno… -comentó para ganar tiempo. Noah frunció el ceño mientras esperaba-. ¿De qué querías hablarme? -preguntó Jordan finalmente.

– He hablado con Chaddick.

De repente, Jordan se olvidó de lo incómoda que se sentía con Noah.

– Yo también -aseguró-. ¿Te lo puedes creer? ¿Te has quedado tan pasmado como yo?

– Bueno, me ha sorprendido -admitió él.

– Maldita bruja -resolló Jordan.

– ¿Cómo?

– Esa maldita bruja de la jefa Haden. ¡En eBay nada menos! ¿Cómo es posible que creyera que no la pillarían?

– Jordan, ¿de qué estás hablando?

– De mi portátil. Maggie Haden estaba intentando venderlo en eBay.

Noah agachó la cabeza.

– Mira, cariño, tendrías que concentrarte en la totalidad de la situación. ¿No te has enterado? La muerte de J.D. Dickey fue un homicidio.

– Sí, ya lo sé. Y tienes razón. Ésa es la totalidad de la situación. He pensado mucho en ello, pero siempre parezco terminar teniendo más preguntas que respuestas. ¿Quién crees que está detrás de ese asunto?

– No lo sé -admitió Noah-. Gracias a la lista de J.D., no andamos escasos de sospechosos. Pero te diré algo: no voy a dejar de preocuparme por ti hasta que este caso esté cerrado y el asesino se encuentre entre rejas.

– Serenity está muy lejos de aquí, Noah. No tienes que preocuparte por mí. En Tejas, estaba donde no debía estar, y en el momento más inoportuno.

– Hazme un favor, ¿quieres? -le pidió Noah-. Ten cuidado.

– Muy bien, lo tendré -dijo ella.

– Y cómprate un móvil, joder.

¿A qué había venido eso?

– Qué simpático eres -susurró Jordan mientras lo seguía de vuelta a la habitación de Laurant.

Su padre estaba contándole a Nick y a Laurant una divertida historia sobre una de sus «sombras», el nombre que le había dado al contingente de guardaespaldas que lo había acompañado constantemente los últimos meses. A Jordan le alegró ver reír de nuevo a su padre. Tenía menos arrugas en la cara y tenía el aspecto de haberse quitado un peso de encima.

Cuando Nick preguntó sobre el fallo de seguridad en Nathan's Bay, el juez le restó importancia y alabó a los agentes por su entrega y su profesionalidad. Admitió, no obstante, que estaba contento de haberse librado de ellos.

La conversación se interrumpió cuando el médico de Laurant llegó en su ronda de la tarde. Todos estuvieron contentos de oírle decir lo satisfecho que estaba con los resultados del tratamiento y de las pruebas médicas. Las contracciones de Laurant habían cesado, y si pasaba la noche tranquila, podría recibir el alta la mañana siguiente.

Después de prometer que se pasaría por su casa al día siguiente para ayudar con Sam, Jordan se marchó unos minutos antes de que terminara el horario de visitas.

Noah la siguió hasta el pasillo y le gritó desde detrás:

– Espérame, te acompaño hasta el coche.

– Tengo que hacer una llamada telefónica que he estado posponiendo -comentó Jordan a la vez que sacaba el móvil. Entonces, lo sostuvo en alto para mostrárselo-. Como puedes ver, ya me he comprado un móvil, joder.

– Muy bien -sonrió Noah-. Haz esa llamada, pero espérame abajo, dentro del hospital, en la entrada de urgencias.

– De acuerdo -accedió Jordan.

– Tu padre se irá pronto. Bajaré con él -indicó Noah.

Jordan se metió en el ascensor y se volvió. Noah vio cómo las puertas se cerraban entre los dos.


En el exterior, Paul Pruitt esperaba pacientemente a Jordan. Medio hundido en el asiento del conductor, seguro de que nadie se fijaría en él, creía haber encontrado el sitio perfecto. Su automóvil de alquiler estaba bien estacionado entre dos turismos. Había dejado el coche de forma que podría marcharse deprisa.

Ya no faltaría mucho. En el asiento del copiloto, estaba la pistola, preparada para disparar.

Se había pasado el día esperando. Había estado la mayor parte de la tarde aparcado frente a la casa de Jordan. Había localizado antes su coche, delante del edificio, de modo que sabía que estaba dentro. Su plan era esperar a que se alejara de allí para entrar en su casa y llevarse lo que necesitaba. No le importaba el tiempo que tardara en lograrlo. Podía esperar una o doce horas. Le daba lo mismo.

Había elaborado cuidadosamente su estrategia. Cuando hubiera entrado en casa de Jordan, se llevaría todas las fotocopias de los documentos de MacKenna que la joven se había enviado a sí misma por correo desde Serenity. Tenía un montón de cajas de cartón preparadas con ese propósito. Cuando tuviese todos los documentos, se largaría, y todas las pruebas que implicaban a Paul Pruitt habrían desaparecido.

Había pensado dejar el piso revuelto para que pareciera un simple robo con allanamiento de morada, pero se había percatado de lo estúpido que era ese plan. ¿Por qué iba a robar un ladrón los documentos de una investigación?

Daba igual que Jordan se preguntase por qué se los habían llevado. Sin las fotocopias, no lo sabría nunca. Y Pruitt podría conservar su nueva y bonita vida.

Por desgracia, su plan se había complicado un poco una vez que estuvo dentro del piso de Jordan. Estaba en el salón cuando había sonado el teléfono. Enseguida había saltado el contestador automático. El padre de Jordan la llamaba para decirle que se encontraría con ella en el hospital St. James, y para recordarle que la habitación de Laurant era la 538.

Le había complacido saber que Jordan iba de camino al hospital St. James. No sabía quién era la tal Laurant ni le importaba. Planeaba estar muy lejos cuando Jordan regresase a casa y descubriese el robo.

Había sido una suerte que Pruitt se hubiese fijado en el bloc de notas en la mesa de centro. Al ver lo que había escrito en él, se había parado en seco. Ahí, en mitad de la página, llamando la atención como un faro, estaba escrito el número 1284. Y a su alrededor, había un puñado de interrogantes.

Jordan se había acercado demasiado. Arrancó la hoja del bloc y se la quedó mirando mientras le daba vueltas a la cabeza. Una vez más, todo había cambiado. Pero de nuevo, sabía lo que tenía que hacer.

Su padre… Sí, su padre, el juez Buchanan estaba en el hospital. Una oportunidad perfecta. Paul había investigado lo suficiente a Jordan Buchanan como para saber quién era su padre, y había reconocido inmediatamente el nombre cuando lo había oído hacía poco en las noticias. Habría sido imposible que se le escapara. Los medios de comunicación estaban inundando las ondas con informes sobre el veredicto del importante juicio y del juez que lo había presidido. Las noticias mencionaban asimismo las amenazas de muerte que este último había recibido. De modo que si lo montaba bien, podría conseguir que pareciera que el objetivo era el juez Buchanan y no su hija Jordan.

Y ahí estaba, sentado en el coche estacionado con una buena vista de las puertas del hospital. Si tenía suerte, el juez cruzaría esas puertas en cualquier momento acompañado de su hija.

De repente, Paul se enderezó. ¿Era ella? Sí, Jordan Buchanan salía del hospital.

Pruitt tomó la pistola para esperar el momento adecuado.


Al salir de urgencias para dirigirse al estacionamiento, Jordan cogió el móvil y llamó a información para pedir el número de Jaffee. Tras consultar el reloj y restar una hora, había deducido que Jaffee estaría en el restaurante.

Sabía que la operadora le conectaría la llamada, pero quería anotar el número por si tenía que volver a llamar a Jaffee. Buscó en el bolso un pedazo de papel y un bolígrafo y, con el teléfono sujeto entre el hombro y la oreja, esperó con el bolígrafo preparado para cuando le dieran el número. Había dos bancos, uno a cada lado de una columna de hormigón. Los dos estaban vacíos. Empezó a caminar hacia el que quedaba más lejos de la entrada. Los fluorescentes brillantes situados sobre las puertas correderas de cristal le molestaban a los ojos, y uno de los tubos parpadeaba y zumbaba de modo fastidioso.

Mientras la operadora recitaba el número de Jaffee, salieron dos celadores hablando en voz alta con un conductor de ambulancia, por lo que Jordan tuvo que pedirle a la operadora que le repitiera el número. Lo anotó deprisa.

Se sentó en el banco mientras esperaba a que le contestaran.

– ¿Diga? -Era Angela. Jordan se tapó la oreja con la otra mano para aislarse del ruido de fondo.

– Hola, Angela.

– ¿Jordan? ¡Hola, Jordan! ¿Cómo estás? Jaffee estará muy contento de tener noticias tuyas. Está realmente preocupado por Dora.

– ¿Tenéis mucho trabajo ahora en el restaurante? ¿Tal vez sería mejor que llamara en otro momento?

– Lo tenemos cerrado. Hoy hemos hecho horario reducido. Jaffee ha preparado una tarta de chocolate enorme y la ha llevado a casa de Trumbo en Bourbon. Su mujer, Suzanne, celebra su velada mensual de bridge.

– Siento no haber encontrado a Jaffee. Por favor, dile que le llamaré mañana.

– Oh, no -dijo Angela-. No esperes hasta mañana. Puedes encontrarlo en casa de Trumbo. La mujer de Jaffee es una de las jugadoras de bridge, de modo que Jaffee la acompaña con el coche a Bourbon y espera allí para traerla de vuelta a casa. Cada mes hace lo mismo. Lleva una tarta de chocolate enorme a Suzanne para que la sirva y una botella de whisky irlandés Bailey's a Dave, para que lo añada al café. Como tiene que conducir al regresar a casa, se asegura de que él se bebe el café solo. Sin whisky. Estará sentado en la cocina de Dave Trumbo, así que puedes llamarlo al teléfono fijo de la casa de Trumbo. Sé que le sabrá mal que no lo llames hoy. -Jordan prometió que llamaría a Jaffee enseguida. Trató de colgar, pero Angela no estaba dispuesta a despedirse aún de ella-. ¿Ya te has enterado? Dicen que J.D. Dickey fue asesinado.

– Sí, ya lo sé -respondió Jordan.

– No puedo decir que lo lamente. Pero la gente está actuando de una forma muy extraña desde que se supo la noticia. Normalmente, cuando en el pueblo ocurre algo así de importante, el restaurante está abarrotado. Todo el mundo quiere venir para comentar el asunto… como pasó cuando tú encontraste a ese profesor y a Lloyd, ¿te acuerdas? Entonces vino muchísima gente al restaurante. Pero nadie ha venido a hablar sobre J.D. Es como si todos estuvieran escondidos en su casa.

– Seguro que están asustados. Hasta que detengan a alguien…

– Sé qué quieres decir -señaló Angela-. Hasta entonces, hay un asesino suelto en el pueblo y, por supuesto, todo el mundo está muerto de miedo. Pero, hay algo más.

– No sé muy bien a qué te refieres.

– De repente, nadie me mira a los ojos. Es como si les diera vergüenza o algo. Estaba en el supermercado comprando algunas cosas para el restaurante y vi a Charlene. Me acerqué a saludarla y sé que me vio. ¿Pero sabes qué hizo ella? Dejó el carrito lleno de cosas en medio del pasillo y se marchó a toda velocidad de la tienda. Y se puso coloradísima, además. Luego, hablé con la señora Scott, y a ella le pasó algo parecido en la ferretería, sólo que en su caso fue Kyle Heffermint quien no la miró a los ojos y salió pitando de la tienda. Me gustaría saber qué está pasando -suspiró Angela.

Jordan sabía que todo se debía a las cintas. Era evidente que Charlene y los demás de la lista todavía no sabían si alguien más del pueblo conocía sus pecados. Oh, no había duda de que estaban asustados.

– Es muy extraño -dijo Jordan.

– A mí también me lo parece -corroboró Angela-. Bueno, cuelga y llama a Jaffee… Oh, pero antes me gustaría saber algo.

– ¿Sí?

– Estaba pensando en ti y en Noah, y en la buena pareja que hacéis, y quería saber si habías decidido quedarte con él.

– Pues… -La pregunta había pillado a Jordan totalmente desprevenida-. No lo sé.

– Noah es un buen partido. Pero tú también, no lo olvides. Jaffee dice que está seguro de haber visto tu fotografía en una revista local.

¿Era un cumplido? ¿Una revista local? ¿Creía Jaffee que había salido en la portada de Semanario del leñador?

– ¿Estás segura de que Jaffee no dijo haberme visto en Glamour? -rio Jordan.

Ella bromeaba, pero Angela hablaba en serio.

– Eres del tipo Ralph Lauren, ¿sabes?

– Gracias, pero…

– Sólo estoy diciendo la verdad -la interrumpió Angela-. No cometas el mismo error que yo, Jordan. No esperes dieciocho años a ningún hombre. Si él no se da cuenta de lo que tiene delante ahora, no lo sabrá nunca.

Dicho eso, Angela colgó por fin. Jordan encontró otro pedazo de papel en blanco en el bolso y llamó de nuevo a información. Pensó en lo que le había comentado Angela mientras esperaba a que la operadora le diese el número de teléfono de Dave Trumbo que le había pedido.

Las puertas de cristal se abrieron detrás de ella. Una mujer salió con una cesta llena de flores marchitas. Jordan miró a su alrededor y vio cómo su padre salía del ascensor situado al fondo del vestíbulo, seguido de Noah.

– Me aparecen dos Dave Trumbo -indicó la operadora-. Dave Trumbo Motors, en el número 9818 de Frontage Road, y Dave Trumbo, en el número 1284 de Royal Street.

– Quiero el de su domicilio… Espere. ¿Podría repetirme la segunda dirección, por favor? ¿Ha dicho el número 1284 de Royal Street?

– Sí, exacto. El número es…

Jordan estaba tan estupefacta que se le cayó el móvil en el regazo. Dave Trumbo, el vendedor nato, vivía en el número 1284 de Royal Street.

«¡Espera a que Noah se entere de esto!» Jordan recuperó el teléfono, se lo guardó en el bolso y se puso de pie de un salto. Un coche se puso en marcha. Fue un ruido sonoro y penetrante. De repente, cerca de ella, saltó un pedazo de hormigón de la columna. Se giró instintivamente para esquivar los fragmentos que habían salido disparados. El coche petardeó de nuevo, y Jordan notó un empujón terrible desde detrás. Unos neumáticos chirriaron, y vio vagamente cómo un automóvil pasaba veloz a su lado. Pudo vislumbrar al conductor con el rabillo del ojo justo antes de que le fallaran las piernas.

Todo pasó a cámara lenta: Noah empujó a su padre, corrió hacia ella gritando y sacando el arma de la pistolera.

Los ojos de Jordan se cerraron cuando su cuerpo golpeaba el suelo.

Загрузка...