Once

– ¿De veras vas a llevar vaqueros a la cita con Wyatt? -preguntó Nicole mientras se apoyaba en el cabecero de la cama de Claire, el viernes por la tarde.

Claire no le dijo que había sido idea de Jesse.

– Me parece que el resto de mi ropa es demasiado arreglada. Estos tienen un lavado oscuro y me los voy a poner con botas de tacón alto.

– Muy vanguardista -dijo Nicole, mientras se ponía otra almohada detrás de la cabeza-. Pero Wyatt sabe que tú eres todo Park Avenue. Se pondrá elegante, y tú te sentirás rara con vaqueros. ¿Por qué no te pones los pantalones blancos de lana? Son muy bonitos.

– Ya los ha visto.

– ¿Con qué?

– Con un jersey blanco. Marfil en realidad.

Nicole miró hacia el techo con resignación.

– Claro, por supuesto. ¿Tienes otro jersey?

Claire miró entre su ropa y sacó un suéter azul claro con hilillos de plata.

– Nunca me lo pongo, aunque me gusta mucho.

– Sí, ese color te quedará muy bien con tu pelo y tus ojos.

Se sujetó el jersey delante del cuerpo y se miró al espejo. Ella no veía ninguna diferencia, pero esperaba estar equivocada.

– De acuerdo. Me pondré este jersey con los pantalones marfil. Tengo unos zapatos plateados de tacón y un bolso estupendos.

Nicole arrugó la nariz.

– Eso no tienes ni que decirlo. Toda tu ropa es estupenda. Debe de gustarte mucho ir de compras.

Claire se preguntó si estaban a punto de adentrarse en aguas peligrosas.

– Pues no. Lisa compra las cosas, y yo me las quedo o no. En realidad, no tengo tiempo para ir de tiendas.

Claire esperó algún comentario sarcástico, pero Nicole se limitó a asentir.

– Por lo que dijo, tienes los días muy ocupados -dijo, y se puso en pie-. Debería dejar que te vistieras tranquilamente. Wyatt vendrá pronto, y no quiero que le hagas esperar. En estas circunstancias, me resultaría muy raro tener la charla de rigor con él.

– Gracias por tu ayuda y tus consejos.

Nicole se encogió de hombros.

– Sólo estaba intentando no ser la bruja más malvada de todo el mundo occidental.

– Estás haciendo un gran trabajo.

– Vaya, gracias.

Cuando Nicole se marchó, Claire se arregló y se maquilló. Justo cuando terminó de peinarse, abrió la puerta del dormitorio y oyó gritar a Nicole:

– ¡Baja ahora mismo! ¡Wyatt está aparcando y no voy a hacer como si fuera tu madre!

– Ya estoy lista -respondió Claire.

– Qué puntual -dijo Wyatt a modo de saludo al tiempo que entraba en la casa-. No me lo esperaba.

– Oh. Vaya.

¿Acaso las mujeres llegaban normalmente tarde a las citas? Nicole no le había dicho nada.

– ¿Querías entrar? -preguntó desde lo alto de la escalera, pero mientras lo hacía, miró hacia atrás por encima de su hombro y vio a Nicole, que movía la cabeza a izquierda y derecha y le hacía gestos para que se marcharan-. Eh, quizá sea mejor que nos vayamos.

– Claro.

Ella tomó su bolso y salió. Incluso aunque llevara tacones, él seguía siendo mucho más alto. Y más grande. Y también iba vestido de un modo diferente. Llevaba una camisa de vestir y unos pantalones oscuros, en lugar de la camisa a cuadros y los vaqueros que vestía normalmente. Estaba muy guapo. ¿Podía decirle eso a un hombre?

Se acercaron a su furgoneta. Él le abrió la puerta y esperó a que ella se sentara. Cuando se rozaron, Claire sintió los nervios a flor de pie.

– ¿Comes carne? -preguntó él-. No me acordaba de si alguna vez te he visto comer carne. No eres vegetariana, ¿verdad?

Ella se rió.

– No. Como carne.

– Bien. Vamos a un sitio donde sirven una carne magnífica, Buchanan’s. Es uno de mis favoritos. Tienen muy buena comida.

– Me parece perfecto.

Hablaron sobre Amy y sobre la panadería durante el trayecto al restaurante. Wyatt se detuvo frente a la puerta del restaurante y entregó las llaves y, después, ambos entraron. Una vez dentro, le dijo al maître que tenían reserva.

A Claire le gustó que hubiera planeado aquella velada que iban a pasar juntos. También le gustó el restaurante. Estaba decorado con maderas lujosas y tenía reservados de cuero. El ambiente era íntimo, pero no oscuro. Elegante sin intimidar.

Los llevaron hasta un reservado que había en una de las esquinas. Después de que tomaran asiento, el maître les entregó la carta de comidas y la carta de vinos, y se marchó.

– Estás muy guapa -dijo Wyatt.

Claire se detuvo en mitad del movimiento para tomar una de las cartas.

– Ah, gracias -dijo. Se dio cuenta de que se había ruborizado, y agradeció la iluminación tenue del local-. Gracias por invitarme a salir. Es muy divertido.

– ¿No quieres esperar a que acabe la velada para decidirlo?

Ella sonrió.

– No es necesario.

Él arqueó una ceja.

– ¿Estás flirteando conmigo?

– Quizá un poco.

– Bien.

El rubor se volvió brillante.

Wyatt no tuvo que mirar la carta. Había estado muchas veces en Buchanan’s y sabía qué era lo que le gustaba. Sin embargo, disfrutó del hecho de ver a Claire eligiendo los platos. Tenía una expresión intensa, como si su decisión tuviera consecuencias.

Todavía no sabía si salir con ella había sido sensato. Se sentía atraído por Claire, era soltera y muy atractiva. Tener una cita parecía lógico.

Sin embargo, Claire también era la hermana de Nicole, y no era una persona con la que él saldría normalmente, y menos con la que tendría una relación. Después de pasar unos minutos navegando en Internet, había encontrado mucha más información de la que esperaba sobre Claire Keyes. Era famosa, reverenciada y adorada en todos los continentes que había visitado. Los críticos la amaban y los admiradores la idolatraban. Tenía varias grabaciones en CD que eran éxito de ventas. Él era un tipo que levantaba casas en Seattle. ¿Qué era lo que fallaba?

– ¿Te gustaría que pidiéramos una botella de vino? -le preguntó, intentando no convencerse de que la noche no iba a ir bien antes de que hubiera comenzado.

– Perfecto.

En aquel momento, junto a su mesa apareció un hombre con un esmoquin.

– Buenas noches. Soy Marcellin, su sumiller. He oído que mencionaban el vino. ¿Puedo ofrecerles mi ayuda?

Tenía un acento francés tan perfecto, que Wyatt se preguntó si era falso. Antes de que él pudiera decidir si aceptaba la ayuda de Marcellin o no, Claire comenzó a hablar con él. En francés.

Charlaron durante unos minutos, antes de que Marcellin se excusara. Claire se volvió hacia Wyatt.

– Lo siento. Me he dejado llevar.

– No hay problema. ¿Os conocíais?

Ella sonrió.

– Entiendo algo de vinos, así que le estaba preguntando por la carta.

– Hablas francés.

– Eh… sí. Un poco.

A él le había parecido más que un poco.

– Algunas veces escucho cursos de idiomas durante los vuelos. Ayuda a pasar el rato y después, puedo practicar en el país.

– Entonces hablas más que francés.

– Hablo italiano y un poco de alemán. Intenté el chino mandarín, pero no tengo tanto oído -dijo ella, y se movió en la silla como si estuviera incómoda-. De todos modos, la carta de vinos es impresionante. Tienen muchos vinos buenos de Washington. Me gusta tomar las especialidades locales cuando estoy en un sitio, tanto en comida como en vino. Siempre pido una copa de algo regional al servicio de habitaciones.

– ¿Al servicio de habitaciones? ¿Es que no vas a fiestas por las noches?

– No. Después de las actuaciones normalmente estoy agotada. Vuelvo al hotel, como algo ligero e intento desconectar, y después me acuesto. De vez en cuando tengo cenas con patrocinadores, pero no son tan divertidas como pudieran parecer. Tengo que estar muy concentrada, y también es muy cansado.

Él no sabía nada de su mundo. Con unos cuantos artículos de Internet y los comentarios despreciativos de Nicole no había podido prepararse para Claire. Mientras ésta hablaba de su vida durante las giras, se dio cuenta de que le había pedido que hiciera de niñera para su hija a una pianista famosa en el mundo entero.

– ¿Quién eres tú? -preguntó, aunque sin darse cuenta de que lo estaba haciendo en voz alta.

– ¿Cómo?

– No eres del mundo real.

– Pero a mí me gusta el mundo real. El otro sitio no es muy divertido.

Él no entendía su vida. ¿Cómo sería ir de ciudad en ciudad, tocando el piano a un nivel que muy poca gente podía entender?

– Quiero encajar -añadió ella-. Estoy intentando ser como el resto de la gente.

– No bajes de nivel.

– No creo que yo sea mejor. Sólo soy distinta. Y quiero ser menos distinta.

Era muy bella, pensó él distraídamente. ¿Cuándo se había vuelto tan bella? Amy decía que se parecía a Barbie. Él admitía que tenía el pelo largo y rubio, y las piernas incluso más largas, pero por lo demás, tenía muy poco que le recordara a la muñeca. Era toda una mujer, y eso le gustaba. ¿Cuándo había dejado de ser la malvada princesa de hielo?

– ¿Por qué no pides el vino? -le dijo-. Haz una locura. Los dos probaremos algo nuevo.

Ella sonrió con evidente agrado.

– ¿Estás seguro? Puedo llegar a ser muy liberal con el dinero.

– Me parece bien.

Marcellin volvió, y Claire y él retomaron su conversación sobre vinos en francés. Claire pasó las páginas de la carta de vinos y señaló algunos. Finalmente, eligieron un caldo de una bodega local de la que Wyatt no había oído hablar. El camarero apareció también y pidieron la cena. Cuando por fin estuvieron a solas, ella se inclinó hacia él y sonrió.

– ¿Te he dado ya las gracias por pedirme que saliéramos?

Su sonrisa tenía algo… Una invitación que a él le provocó deseos de acercarse a ella y besarla. Le gustaba besar a Claire. No le importaría hacerlo muchas más veces. Sin embargo, una molesta vocecilla le recordó que tenía que asegurarse de que estaban jugando con las mismas reglas.

– Sí.

Llegó el vino. Después de la ceremonia de probar la botella y aceptarla, cuando el sumiller se hubo marchado, Wyatt preguntó:

– ¿Ha vuelto a aparecer Drew por la casa?

– No que yo sepa. Todavía no sé si me siento mal por haberle herido o no.

– No te preocupes. Se está curando. Puede que el dolor y el sufrimiento ayuden a mejorar su personalidad.

– ¿Es tu hermanastro?

– Uno de tantos.

Claire arqueó las cejas.

– ¿Sois una familia numerosa?

– Una que está en cambio constante. Vengo de una estirpe de hombres que echan a perder sus relaciones. La mayoría de mis tíos no se han casado, y los pocos que sí lo han hecho tienen récords de velocidad en el divorcio. Mi padre se volvió a casar hace poco, por quinta vez. Drew es mi hermanastro de hace dos o tres matrimonios. No me acuerdo de cuál.

Claire lo miró con un poco de asombro.

– ¿Y tu madre?

– Ella encontró a alguien decente, llevan casados más de veinticinco años. Pero mi padre no. A este último matrimonio le doy seis meses. El problema es que sigue intentándolo. Piensa que es algo que no es: un hombre capaz de elegir a la mujer más adecuada.

– Podría suceder.

– No es probable. Tenemos ese defecto en los genes. Yo no iba a casarme. Pensé que podía evitar el desastre antes de que ocurriera.

– Pero te casaste con Shanna.

– Se quedó embarazada. No tenía elección.

Claire ladeó la cabeza.

– En realidad, sí. Aunque no te hubieras casado con ella, habrías podido formar parte de la vida de Amy.

– Casarme con ella me pareció lo mejor que podía hacer, en aquel momento.

– Porque tú siempre haces lo correcto.

– No. No soy ningún héroe.

– ¿Por qué no? La que se marchó fue Shanna. ¿Fue justo después de que naciera Amy?

– Un par de meses después, cuando nos confirmaron que no podía oír. No me importó ser padre soltero. Supongo que me esperaba que Shanna saliera corriendo, teniendo en cuenta la historia de mi familia -dijo, y miró fijamente a Claire-. Pero se te está escapando lo más importante, Claire. Yo no tengo relaciones. Me alegro de que hayamos salido y lo estoy pasando bien, pero para mí no es nada más que eso. Diversión. El sexo estaría bien, pero no voy más allá. No quiero nada serio.

Se encogió de hombros y continuó:

– Puede que esté diciendo todo esto para nada. Quizá no estés interesada, pero si lo estás, quiero dejarte claro lo que estoy dispuesto a hacer y lo que no.

Ella abrió unos ojos como platos.

– ¿Quieres acostarte conmigo? -preguntó en voz baja, casi sin aliento.

– ¿Es todo lo que has asimilado de lo que te he dicho?

– No, también he entendido lo demás. Me estás advirtiendo por mi propio bien, lo he entendido perfectamente. ¿Pero de verdad quieres acostarte conmigo?

– ¿Por qué te sorprende?

«Porque nunca había querido hacerlo nadie», pensó Claire, con ganas de aplaudir de alegría.

¡Wyatt la deseaba! ¡A ella!

Él era un hombre muy viril, muy guapo. Probablemente podría acostarse con cualquiera, ¡pero la deseaba a ella! ¿Podría terminar mejor aquel día? Se dio cuenta de que estaba nerviosa, y decidió tocar un tema más seguro.

– No estoy sorprendida, exactamente. Háblame de la pérdida de oído de Amy. ¿Es sorda de nacimiento?

– Ésa es la teoría. Oye un poco de un oído, pero prácticamente nada del otro. Los aparatos auditivos son una ayuda, pero no son perfectos, ni siquiera con todos los avances médicos que hay.

– ¿Cómo cuáles?

– Pueden adaptar los aparatos auditivos a cada pérdida de audición específica. Sean los tonos agudos o los tonos graves.

– ¿Y los demás tratamientos? ¿Podría recibir un implante coclear?

– Es posible -dijo él, y le dio un sorbito a su vino-. Pero en las operaciones actuales hay que destruir el oído interno para hacer el implante, lo cual significa que, si llega una tecnología mejor, ya no podrá usarse. Hay mucho debate en la comunidad de sordos acerca de este tema.

– ¿Y tú has decidido no tomar esa dirección?

– Por ahora. Amy no me ha presionado. Quiero algo mejor, quiero que oiga -dijo encogiéndose de hombros-. Es una opinión muy impopular, y no se lo voy a contar a mucha gente. Para algunos, ser sordo no es una desventaja. Es sólo… una característica, como la estatura. Yo no estoy de acuerdo. Quiero que mi hija tenga todas las oportunidades. Y no estoy convencido de que el implante se las proporcione.

– Tienes que enfrentarte a muchas cosas.

– Amy tiene más.

Era un buen padre, pensó ella, feliz. Un buen hombre. No tenía demasiados modelos de referencia, pero no creía que se estuviera equivocando en cuanto a Wyatt.

– Spike preguntó por ti.

Ella lo miró y vio que tenía una expresión de buen humor.

– Muy gracioso. No me interesa nada Spike.

– Pero antes sí.

No en el sentido al que él se refería. Sólo estaba contenta porque alguien le hubiera pedido que salieran juntos.

– No conozco a muchos hombres como él durante mis viajes.

– Qué sorpresa. Seguramente tampoco conoces a muchos hombres como yo.

– No, es cierto -respondió Claire lentamente, pensando en que era una lástima.

Merecía la pena conocer a tipos como Wyatt.


La cena pasó entre risas y buena conversación. Antes de que se dieran cuenta, ya habían vuelto a casa de Nicole y estaban caminando hacia la puerta.

Claire intentó no ponerse nerviosa. No era nada del otro mundo que se estuviera acabando la cita. Claro que probablemente Wyatt la besaría, y a ella probablemente le gustaría. Besarse al final de una cita era toda una tradición.

Cuando llegaron al porche, Claire se volvió hacia él.

– Lo he pasado muy bien -murmuró, mirándolo a los ojos-. Gracias por la cena.

– De nada -dijo él, y le acarició con suavidad la mejilla-. No puedo descifrarte.

– ¿Y eso es bueno o malo?

– Ya te lo diré.

Entonces se inclinó hacia ella y la besó.

Su boca no vaciló, y la tomó con una confianza que a Claire le arrebató el aliento. No hubo dudas, ni indecisión, sólo carne contra carne, respiraciones que se mezclaban, y su corazón, latiendo a un millón de pulsaciones por minuto.

Ella posó una mano sobre su hombro, mientras él le tomaba la cara entre las suyas. Wyatt la sujetaba como si fuera algo precioso, y por eso, Claire quería darle lo que él le pidiera.

No intensificó el beso, probablemente porque estaban en el porche de Nicole, a la vista de los vecinos. A ella no le importaba, pero quizá a él sí. Wyatt se separó lo justo para apoyar su frente contra la de Claire.

– Vas a causarme muchos problemas, ¿verdad? -le preguntó.

– En realidad, es muy fácil llevarse bien conmigo.

– Claro.

La besó de nuevo y después se marchó. Claire suspiró y entró flotando a la casa.

Nicole estaba sentada en el salón viendo la televisión. Al ver a Claire, quitó el sonido.

– Ya veo que no tengo que preguntar cómo han ido las cosas -dijo-. Lo has pasado muy bien.

Claire atravesó la habitación y se sentó con ella en el sofá.

– Sí. Wyatt es maravilloso. Fuimos a Buchanan’s. ¿Has estado allí?

– Sí. Es caro. Estaba intentando impresionarte.

– ¿De verdad? -¿Wyatt quería impresionarla a ella?

– ¿Por qué te sorprende?

– Me sorprende, no sé por qué. ¿Estás enfadada?

– No. Una de las dos debe tener una vida amorosa decente, y es evidente que no voy a ser yo. Así que vamos, cuéntame.

Claire agarró un cojín y lo abrazó contra su pecho.

– Ha sido estupendo. Hemos charlado y nos hemos reído mucho. Es muy fácil estar con él -dijo, y sonrió-. Y quiere acostarse conmigo.

Nicole se estremeció.

– Voy a tener que hablar con ese hombre.

– ¿Por qué?

– Porque decir eso es una falta de buen gusto. Y tú eres mi hermana.

– No, no pasa nada.

– Mmm. Pero ten cuidado. Wyatt no tiene relaciones serias.

– Ya me lo dijo.

– Bueno, por lo menos ha sido sincero. ¿Y cómo te sientes tú?

Claire pensó en la respuesta.

– Me gusta. Sólo espero que estuviera diciendo la verdad en cuanto al sexo.

Nicole se echó a reír.

– Es un hombre. ¿Por qué iba a mentir sobre eso?

Como si Claire supiera la respuesta a eso.

– Entonces, ¿no lo ha dicho sólo por ser amable?

– ¿En qué planeta son amables los hombres acerca del sexo? ¿Es distinto en el mundo de la música?

– No exactamente. Por lo menos, eso es lo que creo. En realidad, no tengo mucha experiencia con… ya sabes.

Nicole frunció el ceño.

– No lo sé.

– Eh… bueno, con los hombres -Claire se tapó la cara con el cojín, y después lo soltó-. Nunca he hecho el amor. Nunca he estado con un hombre.

Se dio cuenta de que se ruborizaba, y quiso meterse en un agujero. Por desgracia, no podía escapar tan fácilmente de la verdad.

Nicole se quedó boquiabierta, con los ojos como platos.

– ¿Eres virgen?

– Más o menos.

– Es una pregunta de sí o no. Claire, tienes veintiocho años.

– Ya lo sé. No quería que pasara, pero ocurrió. No tengo muchas citas. No podía compaginarlas con mi programación. Nunca conocía a nadie, y si sucedía, Lisa siempre estaba preparada para conseguir que las cosas no se pusieran muy interesantes. No podía permitir que conociera a un hombre y dejara de tocar el piano. Yo estaba muy ocupada, y aunque quería tener una relación, cada vez era más difícil encontrar el momento. Entonces, un día me di cuenta de que tenía más de veinte años y de que me había convertido en un bicho raro.

– Tú no eres un bicho raro -dijo Nicole-. Eres… eres… sexualmente distinta.

– Oh, eso suena mucho mejor.

– No es tan terrible.

– Para mí sí. Hace que me sienta como si no fuera real. Como si sólo fuera una persona en parte.

– Es increíble -murmuró Nicole-. Eres tan guapa y tienes tanto éxito… Yo creía que los hombres se morían por ti, que tenías que quitártelos de encima.

– Ojalá. Los asusto. A Wyatt no, sin embargo. Así que cuando dijo que quería acostarse conmigo, pensé que quizá sucediera por fin.

Nicole soltó una palabrota.

– No lo sabe, ¿verdad?

– No, y tú no se lo vas a decir.

– No sabría por dónde empezar. Virgen. Vaya.

Claire hizo un mohín.

– Deja de decirlo.

– Claro. Lo siento. Es que estoy un poco…

– Horrorizada.

– No, no es eso. Mira, yo no tengo experiencia personal, pero estoy segura de que Wyatt es estupendo en el sexo. Si no se lo dices, él no se dará cuenta de que tiene que ir despacio, pero no creo que eso sea ningún problema. Estoy segura de que es muy considerado. A lo mejor puedes insinuarle que no tienes mucha experiencia. Vaya. Casi me gustaría ver la cara que pone cuando se entere de la verdad.

Claire no sabía si agradecerle tanta sinceridad a Nicole, o si darle un golpe en el brazo.

– No me estás ayudando.

– Lo siento, lo siento. Estoy intentando asimilarlo. Y yo pensando que tú te estabas llevando toda la diversión.

– No.

– Ya veo -dijo Nicole-. ¿Tienes alguna pregunta?

Claire se echó a reír.

– Mil.

– Adelante.

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