Dieciséis

– Prefiero este diseño -dijo Alicer Grinwell con firmeza-. De pizarra.

Wyatt contó hasta diez. La señora Grinwell estaba haciendo la tercera casa con él en diez años. También le había enviado a más de una docena de clientes ricos. Por desgracia, era una de esas personas que tenían más dinero que sentido común. Para ella, el pasatiempo de su vida era construir y decorar casas bellas. Y su marido apoyaba sus actividades.

Sin embargo, había una complicación en lo que debería ser un trabajo de ensueño: aquella cliente cambiaba de opinión constantemente. Cada casa costaba el doble de tiempo y el triple de dinero de lo normal. A la señora Grinwell no le importaba.

– Quiero que sea así -dijo a Wyatt, mostrándole la fotografía de una revista en la que aparecía la chimenea de una casa de diseño de Bellingham. Wyatt tuvo que admitir que era un trabajo precioso, pero los albañiles le habían dicho que no sabían si podrían conseguirlo. Eso significaba que tendría que contratar a la persona que hizo la chimenea de la fotografía y pagarle que se desplazara hasta allí y trabajara en la casa de la señora Grinwell.

No era el coste; su cliente lo cubriría. Era el tiempo y el esfuerzo, y el hecho de que todavía estaba enfadado consigo mismo por cómo había manejado las cosas con Claire, y enfadado con ella por no darse cuenta del desastre que supondría que estuviera embarazada.

– Muy bien -dijo con firmeza-. No sé cuánto nos retrasará esto, pero me pondré en contacto con usted en cuanto tenga los detalles.

La señora Grinwell sonrió.

– Siempre es un placer trabajar con usted, señor Knight. Aprecio mucho su actitud tan positiva.

– Gracias.

Hablaron de unos cuantos detalles más y después su clienta se marchó. Mientras caminaba hacia su coche, él se quedó mirándola y preguntándose qué pensaría ella si un día le preguntara cómo era ser rico.

Probablemente, no sabría qué responder y, en realidad, él no estaba seguro de que le importara. Tenía su propio negocio, y estaba cómodo. Mantenía su casa, mantenía a su hija y le daba empleo a un par de docenas de hombres. Contribuía.

Al contrario que Claire, él no había ganado personalmente más de dos millones de dólares el año anterior.

El dinero de Claire, sin embargo, era la última de sus preocupaciones. Pero todavía le molestaba, y no entendía por qué. Él siempre había creído que era un hombre contento de sí mismo. Respetaba a las mujeres, y el éxito de los demás no alteraba su opinión sobre sí mismo. Entonces ¿qué ocurría?

¿Era porque habían salido? ¿Esperaba ganar más que cualquiera de las mujeres con las que salía, era tan retrasado emocionalmente? ¿O acaso se trataba de algo más sutil? De ser cierto, tenía un problema, porque su fuerte no era ponerse en contacto con su yo más profundo.

– Al diablo -murmuró, y se volvió hacia los planos de la casa y las fotografías de la revista que habían provocado el infierno de aquel día.

Ya lo pensaría más tarde, o no lo pensaría. Lo más probable era que Claire no estuviera embarazada; cuando lo supieran con seguridad, él se relajaría. Seguiría adelante. Encontraría a otra persona más fácil con la que salir. O quizá se apartara de las mujeres durante una buena temporada.


Claire mantuvo abierta la puerta trasera de la casa para que Nicole entrara maniobrando con las muletas.

– No puedo creer que tenga que recuperarme de otra operación -refunfuñó su hermana mientras llegaba hasta el sofá y se dejaba caer sobre él-. Estaba reponiéndome tan bien de la anterior… y ahora, mírame.

Claire hizo lo posible por no encogerse. Las dos estaban peleándose, las dos se habían caído. Nicole se había hecho daño sólo por mala suerte. Sin embargo, se sentía fatal por el hecho de que su hermana tuviera que sufrir más dolores.

Nicole la miró y arrugó la nariz.

– No te atrevas a disculparte otra vez.

– No, no.

– Si lo haces, voy a gritar. Mis gritos son aterradores y agudos, y no te van a gustar.

Claire sonrió.

– No volveré a disculparme por nada nunca más.

– Bueno, no te pases -suspiró Nicole-. Qué desastre. ¿Podría ir peor mi vida?

– No tientes al destino -respondió Claire.

– Ya -dijo Nicole y lenta, cuidadosamente, levantó la pierna vendada y la posó sobre la mesa de centro-. Otra cicatriz.

– Pero ésta parece una herida deportiva, o algo así. Será muy atractiva. A los hombres les gustará.

Nicole negó con la cabeza.

– No quiero más hombres. He terminado con ellos.

Claire esperaba que su hermana no hablara en serio. Nicole se merecía alguien que la adorara.

– ¿Quieres que te ayude a subir a tu habitación? -preguntó Claire.

– Quiero quedarme aquí. La vista será diferente. Además, no creo que pueda subir.

– Yo te ayudaría -dijo Claire, intentando no titubear. Acababa de tener una visión súbita de ellas dos cayéndose por los peldaños.

– No, mejor no -dijo Nicole, mirando a su hermana-. Siento que tengas que quedarte aquí atrapada.

Claire se sentó frente a Nicole, en una butaca.

– No estoy aquí atrapada, y me alegro de poder ayudar. Para eso vine.

– Pero en algún momento tendrás que volver a tu vida normal.

– Tal vez -dijo Claire. Probablemente-, pero no esta semana. Tú estás atrapada conmigo.

– Estaría perdida sin ti -dijo Nicole, casi llorando-. Demonios, no pienso echarme a llorar. Ya hemos tenido nuestro momento emocionante y conmovedor en el hospital.

Claire sonrió.

– Podemos tener más de uno.

– No, porque no quiero llorar otra vez.

– Yo puedo aguantarlo. ¿Me estás diciendo que tú no puedes? -preguntó Claire, al acordarse de que Nicole era incapaz de resistirse a un desafío.

– Me estás provocando.

– No, no.

Nicole apretó los dientes.

– Yo puedo soportarlo mejor que tú. Vamos, adelante. Me alegro mucho de que estés aquí. Nadie me ha cuidado nunca.

– Siempre estaré a tu lado cuando me necesites.

A Nicole se le llenaron los ojos de lágrimas, y se las enjugó rápidamente.

– Demonios, Claire.

Claire sonrió con petulancia.

– No pasa nada. Puedo soportar tus estallidos emocionales.

Nicole la atravesó con la mirada.

– Debería tirarte algo a la cabeza.

– Pero no lo vas a hacer. ¿Qué te traigo? ¿Qué necesitas?

Pizza y analgésicos. En ese orden.

– ¿Discutimos ahora por los champiñones de la pizza, o después?

Nicole se echó a reír.

– Discutamos ahora.


Wyatt cerró la plancha de gofres y puso el temporizador en marcha. Mientras Amy servía el zumo de naranja, él sacó el sirope y les dio la vuelta en la sartén a las salchichas vegetarianas que tanto le gustaban a su hija.

– Estoy impaciente por hacer el examen de deletreo -dijo Amy mediante signos, cuando él la miró-. Me sé todas las palabras.

– Has practicado mucho. Y anoche las acertaste todas.

Ella asintió varias veces, y su cola de caballo se balanceó con el movimiento. Aquella mañana había elegido un jersey azul con pantalones negros y botas. Estaba creciendo muy deprisa. Dentro de poco comenzaría a poner los ojos en blanco y a suspirar con resignación todo el tiempo. Sin embargo, por ahora seguía siendo su niñita.

El gofre terminó de hacerse. Él abrió la tapa y lo sacó de la plancha. Lo puso en el plato junto a la salchicha vegetariana y se lo sirvió a Amy, que ya se había sentado en la barra de desayunos.

– Gracias, papá -le dijo.

– De nada -respondió él.

Ella tomó un pedacito de gofre y masticó. Cuando hubo tragado, dijo:

– Quiero hacerme un implante coclear.

Wyatt se quedó mirándola fijamente.

– ¿Cómo? -preguntó, sacudiendo la cabeza-. He entendido lo que has dicho.

¿Un implante coclear?

Amy y él habían hablado mucho sobre aquel tema, sobre todo cuando una de las amigas de Amy se había hecho uno. Él le había explicado que quizá fuera mejor esperar a que hubiera un adelanto en la tecnología de aquellos implantes, puesto que, una vez hecho, no podía deshacerse.

– ¿Por qué ahora? -quiso saber.

– Quiero oír la música de Claire -dijo ella, y después se puso a hacer signos, porque así podía expresarse más deprisa-. No me importaba no oír antes, porque no había mucho que quisiera oír. Pero ahora quiero oírla tocar.

¿Claire había hecho aquello? ¿Él le había hablado sobre la operación, y le había explicado por qué no era buena idea, y de todos modos ella había hablado con Amy?

– Papá, ¿estás enfadado? -preguntó Amy.

Estaba mucho más que enfadado, pero no con su hija.

– Estoy sorprendido -le dijo por signos-. Decidimos que íbamos a esperar. Creo que deberíamos esperar.

– Son mis oídos -respondió ella-. Debería decidirlo yo.

Lo cual no era típico de Amy, así que había escuchado aquella respuesta a alguna de sus amigas o a Claire.

– Tienes ocho años. Tú no puedes decidir nada sobre una operación.

– Tú no lo entiendes, papá. No puedes.

Ay. ¿Y ahora lo estaba excluyendo?

Tuvo ganas de decirle que él era el adulto, y que podía decidir lo que quisiera. Sin embargo, ¿de qué serviría? Si Amy decía en serio lo del implante, fuera por el motivo que fuera, tendrían que hablar de ello. Pelearse no serviría de nada. Intentó controlar sus emociones y dijo:

– Amy, tienes que desayunar e irte al colegio. Tengo que pensar en esto. Hablaremos después.

Ella frunció el ceño, pero asintió lentamente.

Después, Wyatt llevó a la niña al colegio y llamó a su oficina para decir que llegaría tarde. Tardó unos veinte minutos en llegar a casa de Nicole; durante ese breve rato, su mal humor creció hasta que casi se desbordó del coche.

Fue hasta la puerta y llamó al timbre. Fue Claire quien abrió.

– Tenemos que hablar -le dijo, pasando por delante de ella y entrando en la casa-. Ahora mismo.

– No, claro que no es demasiado temprano -dijo Claire-. Gracias por preguntarlo. ¿Y tú qué tal estás?

Él admitió que había entrado prácticamente sin permiso, pero no le importó.

– El hecho de que te hayas acostado conmigo no te da derecho a influir en mi hija. No te da acceso a ninguna de nuestras vidas. ¿Está claro?

– Perfectamente, pero no sé de qué estás hablando. Y ya que lo has mencionado, tú me pediste que cuidara de tu hija, lo que estaba haciendo como favor. Creo que eso significa que me diste acceso a su vida, si no a la tuya. ¿Y cuál es tu problema?

– Amy quiere hacerse un implante coclear porque quiere escuchar tu música. Antes nunca me lo había dicho. Es un poco enfermizo usar a una niña para sentirte mejor.

Claire tuvo la sensación de que la tierra temblaba bajo sus pies, y se preguntó si era un terremoto.

– Dudo que me creas -dijo decidida a no enfadarse-, pero nunca hablaría de un implante coclear con Amy. Ella nunca me lo ha mencionado, y yo, por supuesto, tampoco lo he hecho. No sabía casi nada del tema hasta que salió la conversación durante nuestra cita. Lo que decidas que deben hacerle médicamente a tu hija es cosa tuya. El hecho de que ella pueda oír mi música en el sentido tradicional no es importante para mí.

Puso los brazos en jarras y alzó la barbilla.

– Lo que no entiendo es por qué tengo que ser yo la mala en todo esto. No soy Shanna, ni soy una mujer retorcida, tal y como tú ves al género entero. Soy alguien que lo único que ha hecho ha sido preocuparse por ti y por tu hija. La he cuidado y le he tomado mucho afecto. No voy a permitir que tú conviertas eso en algo feo, porque no lo es. Amy es una niña estupenda.

Él iba a hablar, pero ella alzó la mano.

– No he terminado contigo. Admito que no te dije que era virgen, aunque es mi cuerpo y no sé por qué estaría obligada a darte esa información. Pero, para proseguir con esta conversación, supongamos que lo estaba. Ya me he disculpado por ello. Y que conste que fuiste tú el que sugeriste que mantuviéramos relaciones sexuales; yo sólo acepté la oferta. Así que deja de estar enfadado conmigo, porque realmente, con quien estás enfadado es contigo mismo. Amy está creciendo, y tú estás empezando a darte cuenta de que no vas a poder controlar todas las facetas de su vida. Eso forma parte de ser padre, aunque tú no quieras aceptarlo. Quieres a alguien a quien echarle la culpa, como, por ejemplo, yo. Igual que me culpas por no querer asumir toda la responsabilidad de no haber usado anticonceptivos cuando lo hicimos.

Claire se inclinó hacia delante y le puso un dedo en el pecho.

– Deja de echarme la culpa. Acepta tu parte de la responsabilidad, y deja de pensar lo peor de mí. Soy una buena persona, demonios, y lo sabes. No he sido otra cosa que buena con tu hija, y también lo sabes. Y ahora, lárgate.

Durante un segundo, ella pensó que él no iba a moverse. Esperó que hubiera una explosión verbal, pero Wyatt se limitó a farfullar algo entre dientes y salió de la casa.

Claire se quedó mirándolo hasta que él cerró de un portazo, y después se dejó caer sobre una silla. Se sentía como si un vampiro le hubiera succionado toda la energía.

El corazón le latía con mucha fuerza, y debería tener miedo a un ataque de pánico, pero no ocurrió nada parecido. Se había enfrentado a Wyatt y también podía reprimir aquel estúpido ataque. Ya no volvería a tener miedo, ni a dejarse juzgar por medias verdades ni historias. Iba a plantarse y a exigir que reconocieran sus méritos. En cuanto tuviera fuerzas suficientes para hacerlo.

Nicole llegó cojeando desde la cocina.

– Lo has puesto en su sitio -aseguró.

– Se pasó de la raya.

– Ya me he dado cuenta. Y él también. Los hombres pueden llegar a ser muy idiotas. Detesto poner a Wyatt en esa categoría, pero tengo que hacerlo. ¿Estás bien?

Claire tomó aire y después se puso en pie.

– Estoy bien. No va a vencerme. Soy más fuerte de lo que él cree.

– Eso parece. Estás prácticamente actualizada. Pronto estarás viviendo en un plano más alto.

Claire hizo un mohín.

– Estoy impaciente.


En vez de ir al trabajo a darle malas contestaciones a gente que no le había hecho nada, Wyatt se fue a casa para calmarse.

Entró en su despacho y se preguntó qué demonios le ocurría. Él siempre había pensado antes de actuar, y tenía como norma no decir nada estúpido que después requiriera una disculpa. Llevaba una vida sencilla, y unas relaciones sinceras. En lo referente a las mujeres, no dejaba que ninguna entablara relación con su hija, y nadie conseguía llegar más allá de lo superficial con él.

Salvo Claire.

Claire tocaba fibras de su ser que incluso él desconocía. ¿Cómo había podido creer que ella había hablado del implante coclear con Amy? Tenía razón, ¿qué le importaba a ella cómo escuchara Amy su música? A la niña ya le encantaba cómo tocaba. Claire tenía defectos, pero entre ellos no estaba el egotismo. Él le había confiado el cuidado de Amy, y sin embargo, ¿no confiaba en que fuera una buena persona?

Estaba enfadado con ella desde que se habían acostado, desde que había averiguado que era virgen. ¿Y qué era lo que lo enfurecía?

Meditó en una docena de motivos; se dijo que no decir la verdad era como mentir, que él no quería la responsabilidad, que era todo demasiado extraño. Sin embargo, sabía que se estaba engañando a sí mismo. Claire era impredecible, y aquél era el verdadero motivo por el que estaba furioso. Había sido impredecible desde el primer segundo en que la había visto, y eso no había cambiado.

A él no le gustaba lo imprevisible, y menos en las mujeres. Si no sabía lo que iba a ocurrir, entonces no podía tener el control de la situación.

¿Se trataba de eso? ¿De tener el control?

Hacerse aquella pregunta le provocaba incomodidad, porque probablemente, estaba muy cerca de la verdad.

Su pasado tenía mucho que ver con aquella necesidad de controlarlo todo. No podía arriesgarse a sentir algo y cometer otro error como el de Shanna. Ninguno de los hombres de su familia había tenido una relación duradera y feliz. ¿Por qué iba a ser él distinto?

Nada de aquello era culpa de Claire. Parecía que él estaba en un círculo vicioso y que lo estropeaba todo cada dos por tres. Iba a tener que hacer algo para remediarlo.

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