Doce

Claire detuvo el coche en el aparcamiento de la escuela de Amy y después apagó el motor.

– ¿Estás segura? -preguntó a la niña.

Amy asintió y sonrió.

– Quiero que conozcas a mi profesora.

Hubo algunos signos que Claire no entendió, pero comprendió la mayor parte de la conversación. Amy había hablado de ella en el colegio. Claire esperaba que la hubiera mencionado por lo divertida que era, y no por nada más significativo, como que era concertista de piano.

Todavía no había averiguado cómo iba a enfrentarse a su otra vida. ¿Iba a escaparse completamente? Parecía que no tenía otro remedio, hasta que consiguiera controlar su pánico. La gente acudía a sus conciertos a verla tocar, no a ver cómo sucumbía a un ataque de nervios.

Aquello no tenía nada que ver con Amy.

– Me encantaría conocer a tu profesora -le dijo a la niña.

Amy la condujo por los pasillos de la escuela, que era luminosa y alegre. En las paredes había letreros grandes que recordaban a los estudiantes que era obligatorio llevar aparatos auditivos en las clases. Eso, y el hecho de que todos los estudiantes estaban haciéndose signos los unos a los otros eran las únicas indicaciones de que aquella escuela era distinta a cualquiera en la que hubiera estado Claire.

Amy la condujo hasta el despacho principal, donde le pidió a la mujer que había detrás del mostrador que avisara a su profesora.

– Tienen una reunión todos los martes -dijo Amy, hablando lentamente-. Ya habrán terminado.

¿Una reunión? ¿Había más de una persona en la habitación?

Claire se dijo que no debía preocuparse. Amy le presentaría a su profesora, hablarían durante unos segundos y todo habría terminado. No era un gran problema. Sin embargo, ¿no podía haberle pedido Wyatt que llevara a Amy al colegio un día en que no hubiera reunión?

De la sala que había tras el mostrador salieron una docena de adultos. Amy saludó y comenzó a hacer signos a la velocidad de la luz. Su nivel de competencia le recordó a Claire que ella todavía tenía que aprender mucho antes de llegar al nivel básico.

Una mujer de unos treinta y cinco años se acercó a ellas.

– Hola -dijo mientras hacía signos-. Amy, me alegro de verte. ¿A quién has traído?

– Es mi amiga, Claire -respondió Amy-. Te presento a mi profesora, la señora Olive.

Claire sonrió.

– Hola. Me alegro de conocerla. Estoy cuidando de Amy durante mi visita a mi hermana.

– Me he enterado de que han operado a Nicole -dijo la señora Olive-. ¿Cómo está?

– Mejor -dijo Claire por signos, con sensación de ser torpe y lenta. Iba a tener que mejorar mucho en su comunicación.

Amy le tiró de la manga a su profesora.

– Claire sabe tocar el piano. Tocó para mí.

La señora Olive miró a Claire.

– Eso es maravilloso. Mucha gente piensa que los sordos no pueden apreciar la música, pero no es cierto. Hay muchos… -de repente, parpadeó-. ¡Oh, Dios Santo! No es posible. ¿Es usted Claire Keyes?

Claire reprimió un gruñido mientras asentía.

– Tengo un par de discos suyos. Me encanta su música. La vi en la PBS. No puedo creerlo -afirmó, y se volvió hacia las profesoras que todavía quedaban en la zona-. Sarah, no te imaginas. Ésta es Claire Keyes, la famosa pianista.

Las otras profesoras se acercaron apresuradamente y se presentaron. Claire se vio respondiendo un montón de preguntas.

– Sí, viajo por todo el mundo -admitió-. Es un trabajo muy duro, sí.

– Sin embargo -dijo una de ellas-, tiene mucha suerte. ¿De verdad ha tocado con todos esos cantantes? ¿Con los tres tenores?

Claire asintió.

– Son encantadores.

– No me lo puedo creer. Una pianista mundialmente famosa ¡en nuestro colegio!

La multitud aumentaba. Claire agarró a Amy de la mano para mantenerla cerca. Se les acercó otra mujer, un poco mayor.

– Soy la señora Freeman, la directora. Es un placer conocerla, señorita Keyes.

Claire le estrechó la mano.

– El placer es mío.

La señora Freeman le acarició la cabeza a Amy.

– Es una de nuestras estudiantes favoritas. Es muy lista y tiene mucha motivación.

Claire sonrió a Amy.

– Es muy especial.

Amy sonrió también.

– Todos hemos oído hablar de usted -prosiguió la señora Freeman-, pero no entendíamos quién era exactamente. ¿Sería mucho pedirle que tocara en nuestra escuela?

¿Demasiado? Eso no era lo que habría dicho Claire. Era horrible, espantoso, helador.

– Sé que está de vacaciones -continuó la directora-, pero ninguna de nosotras tendremos oportunidad de oírla tocar en vivo.

Y no eran las únicas, pensó Claire, conteniendo las náuseas. Hasta que dominara sus miedos, nadie iba a volver a oírla tocar en vivo nunca más.

– Yo… eh…

Se dio cuenta de que todas las profesoras la estaban mirando. Estaban muy emocionadas.

– ¿Cuánta gente asistiría? -preguntó Claire con cautela.

– Sólo unas cuantas profesoras y algunos estudiantes.

No tenía problema con los estudiantes; eran los adultos los que la ponían nerviosa.

Quería decirles que no. Quería salir corriendo hacia el coche y no mirar atrás. No quería seguir teniendo miedo.

Fue aquel último pensamiento el que captó su atención. El hecho de no tener miedo sería un milagro. Sabía que había hecho algunos progresos; era capaz de trabajar en la panadería sin tener un ataque de pánico. Había conseguido conducir. Sin embargo, ¿qué importancia tenía todo aquello si no podía tocar el piano?

– Sólo unas pocas personas -dijo con reticencia-. Estoy… eh… descansando, y no quiero tener que enfrentarme a un público muy numeroso.

La señora Freeman dio unas palmaditas de alegría.

– Por supuesto. ¿Le vendría bien hoy a las dos y media de la tarde? En nuestra sala de música. Allí hay sitio para unas treinta personas.

Claire asintió.

– Claro. Aquí estaré.

Se inclinó y sonrió a Amy.

– Supongo que nos veremos después.

Amy asintió y le dio un abrazo. Claire se lo devolvió, embargada por una incómoda combinación de afecto y terror.


Nicole subió las escaleras sin agarrarse a la barandilla, pero arrastrándose. Progresos, pensó. Al menos, estaba haciendo progresos. Se suponía que no debía volver a trabajar hasta dentro de un par de semanas más, pero seguramente, aparecería de visita en la panadería el jueves o el viernes.

Echaba de menos su vida. Aunque agradecía que la operación le hubiera quitado el dolor de estómago, no había servido para quitarle el dolor del corazón. Eso todavía le quemaba, como si fuera una herida recién abierta.

Mientras intentaba quitarse aquello de la cabeza, oyó el coche de Claire en la calle. Segundos después, su hermana entró por la puerta como una exhalación. Estaba pálida y tenía los ojos muy abiertos.

– Tengo que tocar -dijo mientras subía las escaleras-. Tengo que tocar, he dicho que sí. ¿En qué estaba pensando? No puedo hacerlo, es demasiado pronto… No voy a mejorar nunca, debería aceptarlo. Puedo ser tendera, ¿no? Como en la panadería. ¿Gana la gente mucho dinero en ese trabajo?

Claire entró rápidamente a su habitación y Nicole la siguió. Cuando llegó a la puerta, vio a su hermana arrodillada en el suelo, pasando las páginas de cientos y cientos de partituras. ¿Es que viajaba con ellas?

– ¿De qué estás hablando? -preguntó.

Claire la miró.

– Amy le dijo a su profesora del colegio que toco el piano. Ella se dio cuenta de quién soy y se lo contó a la directora. La directora me pidió que tocara para unos cuantos de los profesores. Hoy -dijo, sin dejar de mirar las páginas.

– ¿Y por qué estás tan nerviosa? -se extrañó Nicole-. A eso te dedicas.

– ¿No te lo ha contado Wyatt?

– ¿Que si no me ha contado qué?

Claire se sentó en el suelo y se tapó la cara con las manos.

– Llevo un tiempo teniendo ataques de pánico cuando toco. Comenzaron hace unos años. Una vez fingí que tenía uno para librarme de Lisa. Después perdí el control y ahora, en vez de controlar yo los ataques de pánico, me controlan ellos a mí.

– ¿Tienes ataques de pánico? ¿Como el que te dio en la panadería?

Claire asintió.

– Sí, pero peores que ése. Durante mi última actuación, me desmayé. Tuvieron que sacarme del escenario, fue horrible -dijo sacudiendo la cabeza.

– ¿Por eso quisiste venir aquí?

– ¿Qué? No. Por eso no tuve que cancelar ninguna actuación para venir.

– De acuerdo. ¿Y ahora qué va a pasar? ¿Estás yendo a terapia, o algo así?

– He estado yendo a terapia. Sé cuál es el problema, pero no sé cómo arreglarlo -dijo, cerrando los ojos con fuerza-. La música es lo que soy. Es mi vida. Me siento vacía sin poder tocar. He intentando disfrutar de este descanso, pero la verdad es que echo de menos tocar. Anoche, en vez de repasar mi cita con Wyatt, me di cuenta de que estaba recordando a Mozart. Estaba tumbada en la cama, tocando sus composiciones mentalmente.

– No es lo que yo haría -murmuró Nicole-. ¿Quieres volver a tocar?

– A todas horas del día, pero estoy aterrorizada. Peor todavía, dudo de mí misma -dijo, y se puso la mano sobre el pecho. Sentía una presión muy intensa-. No puedo respirar.

Nicole se acercó y se sentó sobre la cama.

– Claro que puedes. Inspira profundamente y concéntrate. Dentro, fuera. Dentro, fuera. Puedes respirar.

– No… -jadeó Claire-. Me parece que no…

– Eso no importa. Sí puedes respirar. Estás hablando. No estás de color azul.

– Sí. Sí. Tienes razón. Estoy bien -susurró Claire, con los ojos llenos de lágrimas, mientras intentaba convencerse a sí misma-. No, no me siento bien. ¿Qué va a pasar si no puedo hacerlo? ¿Y si no puedo volver?

– Yo te daré trabajo en la panadería. Me han dicho que cada vez se te da mejor la caja registradora.

Claire se echó a reír. Nicole se unió a ella. Se rieron y después, Claire se echó a llorar.

– Odio esto -admitió secándose las lágrimas-. Me siento tan débil y tan idiota… Quiero poder hacer lo que me gusta.

– Mira, sólo estamos hablando de un grupo de gente normal -dijo Nicole-. Las profesoras no pueden permitirse el lujo de ir a escuchar sinfonías todas las semanas. No van a distinguir si estás tocando bien o mal. Estarán muy emocionadas por poder verte. Eres la estrella de la música más grande a la que han oído en su vida.

Claire se enjugó las lágrimas.

– Tienen discos. Si lo hago mal, sí se van a dar cuenta.

– Oh. Bueno, lo que quiero decir es que vas a tocar en el piano de una escuela. No van a juzgarte.

– Probablemente, a la cara no.

– ¿Y lo demás qué importa? ¿Crees que la gente que paga por escucharte no es crítica?

– No tenía que preocuparme por eso.

– ¿Has tocado para alguien desde que viniste?

– Para Amy. Se quedó con las manos sobre el piano, sintiendo las vibraciones.

– ¿Y te sentiste bien?

– Amy es sorda.

– Ya lo sé. No has contestado a mi pregunta.

– Sí, me sentí bien.

– Entonces, que Amy se coloque a tu lado, como antes, y toca sólo para ella. Olvídate de las demás brujas.

Claire sonrió un poco.

– En realidad, son muy agradables.

– Seguramente sí, pero para el propósito de esta conversación, son brujas.

Claire asintió, intentando ser valiente. Sabiendo que la iban a masacrar emocionalmente, se puso de rodillas, se acercó a la cama y abrazó a Nicole.

– Te he echado tanto de menos -susurró, estrechándola con fuerza-. Por favor, no me odies más. No puedo soportarlo.

Nicole vaciló, pero después le devolvió el abrazo.

– No te odio -dijo, abrazando a Claire por primera vez en veinte años-. No puedo.

– Pero lo has intentado.

– Sí, es cierto. Me esforcé mucho por conseguirlo.

– Tienes que dejarlo.

– De acuerdo.

Claire se irguió.

– ¿Me lo prometes?

Nicole sonrió.

– Te lo prometo.


A Claire le costó encontrar sitio donde aparcar en la escuela aquella tarde, lo cual era un poco raro. Por la mañana había muchas plazas libres. Finalmente, dejó el coche junto a la valla y entró en el edificio, con la sensación de que iba a ocurrir un desastre de manera inminente.

Se dirigió hacia la recepción con las partituras de la pieza que había elegido en la mano, y sonrió.

– Hola. Soy Claire Keyes. ¿Podría acompañarme a la sala de música?

La recepcionista se puso en pie.

– Oh, aquí está. La gente se va a poner muy contenta. La señora Freeman me pidió que la acompañara al auditorio.

Claire tragó saliva.

– Discúlpeme. Voy a tocar en la sala de música.

La otra mujer se echó a reír.

– Ya no. Se corrió la voz, y estamos desbordados. Han venido muchos padres a escucharla tocar. Es usted muy famosa.

La mujer seguía hablando, pero Claire no oía las palabras. No oía nada salvo un zumbido.

– ¿Cuánta… cuánta gente? -susurró.

– Unas cuatrocientas personas.

Dios santo. La habitación comenzó a dar vueltas a su alrededor y el zumbido se intensificó, como la presión que sentía en el pecho. Iba a morir, allí mismo, en el colegio de Amy.

– Sé que son muchos más de lo que esperaba usted, pero ¿cómo íbamos a decirle que no a la gente? Oír a alguien de su calibre tocando en vivo…

Si el pánico no mejoraba, la oirían tocar muerta. Aquello no era posible. No podía hacerlo. No tenía por qué, no les debía nada. ¿Qué pensaban, que podían oírla tocar gratis? Ella ganaba miles de dólares en cada concierto…

Suspiró. No tenía nada que ver con el dinero, eran excusas. O hacía lo que había prometido que iba a hacer, o se escabullía.

Claire agarró las partituras contra su pecho.

– Por favor, ¿podría decirme dónde voy a tocar?

– Claro. Me llamo Molly, a propósito.

– Encantada de conocerla, Molly.

Recorrieron un largo pasillo y se detuvieron ante varios pares de puertas dobles. Claire ya oía a la gente que había dentro.

– Tengo que entrar por la puerta del escenario -dijo. Quizá el hecho de no ver al público la ayudara.

– Muy bien.

Molly la acompañó a una puerta lateral. Quizá aquel auditorio fuera más pequeño que los lugares donde ella solía tocar, pero el enredo de cables y de utilería era el mismo. El contraste entre lo que veía el público y el caos que había detrás del escenario no era muy reconfortante.

– ¿Algo más? -preguntó Molly.

Claire asintió.

– Por favor, ¿le importaría comprobar que las cortinas están cerradas, y avisar a Amy Knight para que venga conmigo al escenario?

– Ahora mismo.

Cuando se quedó sola, Claire practicó las respiraciones que le habían enseñado. Se paseó, hizo estiramientos, repasó la música. Al cabo de unos minutos, oyó unos pasos.

Amy corrió hacia ella.

– Aquí estás -le dijo por signos.

– Lo sé. Voy a tocar el piano ante mucha gente. ¿Te importaría estar conmigo, como hiciste la otra vez?

Amy asintió, y después le preguntó:

– ¿Por qué?

– Estoy asustada -admitió Claire-. Tenerte cerca hace que no me sienta tan asustada.

– Yo te protegeré -dijo Amy.

Era fácil decir eso. Sin embargo, por muy extraño que fuera, Claire la creyó.


– ¿La habías oído tocar alguna vez en directo? -preguntó Wyatt a Nicole, mientras los dos recorrían el vestíbulo de la escuela de Amy.

– No. He escuchado un par de discos suyos, pero eso es todo. Es raro, tratándose de mi hermana. ¿No debería haber ido a alguno de sus conciertos?

– No tenías contacto con ella -dijo él-. ¿Por qué ibas a ir?

– No te las ingenies para hacerme un reproche con esa lógica. No puedo creer que hayamos estado separadas tanto tiempo -dijo Nicole, mientras esperaba a que él abriera una de las puertas del auditorio-. Yo no habría ido a Nueva York a cuidar de ella. Habría dejado que se las arreglara sola.

Wyatt le tiró de un mechón de pelo.

– ¿Y quieres que te juzgue por eso?

– Quizá. Yo me estoy juzgando a mí misma. He sido mala con ella y, a pesar de todo, ha venido. Se guía por el corazón.

– Lo sé.

Entraron al auditorio. La profesora de Amy, la señora Olive, les había prometido que les reservaría un sitio; de lo contrario, no habrían encontrado un lugar donde sentarse. Wyatt había oído decir que iban a asistir algunos padres, pero no se esperaba encontrar el auditorio abarrotado.

– Nunca lo había visto así -dijo Nicole.

La gente se movía a su alrededor y hablaba con excitación. Habían dejado lo que estuvieran haciendo para ir a escuchar a Claire. Wyatt sintió orgullo por ella, y por lo que era capaz de hacer.

– Espero que pueda hacerlo -murmuró Nicole-. Antes estaba bastante asustada.

– ¿Te lo ha contado? -preguntó él-. Lo de…

– ¿Lo de los ataques de pánico? Me lo ha contado esta mañana, cuando estaba rebuscando entre sus partituras, a punto de perder los nervios. Hablamos, y creo que se calmó un poco, pero no sé si va a conseguirlo. Estaba muy alterada.

– Lo que hace no puede ser fácil.

Nicole sonrió.

– Así que ahora te cae bien.

– Sí.

– Entiendo que la cita salió muy bien.

– ¿No te dio los detalles Claire?

– Unos cuantos. Pero ahora quiero conocer la perspectiva masculina.

– Creo que no.

La profesora de Amy les hizo un gesto.

– Es asombroso -les dijo-. Estoy eufórica. ¡Escuchar a Claire Keyes en persona! Debe de estar usted tan orgullosa…

– Sí, lo estoy -murmuró Nicole.

Se acomodaron en sus asientos. El escenario estaba oculto tras unas gruesas cortinas negras.

– ¿Estás orgullosa? -le preguntó Wyatt en voz baja-. ¿De Claire?

– Sí, y a mí también me sorprende. Supongo que ya no le guardo resentimiento, ahora sé que esto tampoco ha sido fácil para ella. Se ha dejado la piel trabajando para llegar al lugar en el que está. Sólo espero que lo consiga.

– Lo conseguirá -dijo él.

– ¿Lo crees de verdad?

– Tengo fe. Es lo único que tengo.

– Era más fácil cuando no me caía bien -murmuró Nicole-. Ahora tengo que estar preocupada y angustiada. Antes habría estado contenta mientras ella sufría.

– Tú siempre mirando el lado bueno de las cosas.

– Chist. Voy a enviarle pensamientos de sosiego y apoyo a mi hermana.

Unos minutos después, la directora salió al escenario y pidió silencio.

– Hoy tenemos un placer inesperado -dijo-. Claire Keyes va a tocar para nosotros -todo el mundo aplaudió. La señora Freeman esperó a que hubieran terminado para continuar-. La mayoría de ustedes ya conocen la historia de Claire. Cuando tenía tres años se acercó a un piano y comenzó a tocar. Nunca había visto antes el instrumento, ni había tomado clases. Era una auténtica niña prodigio. Sin embargo, al contrario de esas personas que pronto alcanzan su nivel más alto, ella no ha hecho más que mejorar a medida que crecía. Estudió, tocó, viajó por todo el mundo y compartió su don. Hoy compartirá ese don con nosotros. Claire Keyes.

– Espero que no se desmaye -dijo Nicole.

Wyatt asintió.

Se abrió el telón y dejó a la vista el piano, en el centro del escenario. Nicole cruzó los dedos al ver aparecer a Claire con Amy de la mano. Se acercaron al piano. Claire se sentó en el banco sin mirar a nadie, mientras Amy permanecía junto al piano, con las manos sobre él, como si estuviera preparada para sentir la música.

Wyatt sentía la tensión que irradiaba Claire. Por la posición de su cabeza, se dio cuenta de que le estaba costando respirar.

Juró en silencio; quería ayudar, arreglar el problema. Sin embargo, no podía hacer nada. Claire estaba sola.

Abrió la partitura. Wyatt miró las páginas, observó aquellos puntitos negros que significaban algo para ella. ¿Cómo podía entender alguien aquello? ¿Cómo era posible que Claire…?

Claire puso las manos sobre el teclado y comenzó a tocar. La música llenó el auditorio. Las notas eran seguras, fuertes, y más bellas que nada de lo que Wyatt hubiera oído en su vida. Amy los miró y sonrió.

Lo estaba consiguiendo, pensó él con alivio. Claire lo estaba consiguiendo.

Wyatt la observó durante los cuarenta minutos siguientes. La tensión se desvaneció. Claire se relajó y, aparentemente, se perdió en el momento. Nicole se inclinó hacia él.

– Lo está haciendo.

– Es impresionante.

– Si le rompes el corazón, te voy a pegar con un palo. Peor todavía, dejaré de ser tu amiga.

Wyatt la miró.

– ¿De verdad?

Ella asintió.

– Es mi hermana.

Wyatt la rodeó con un brazo.

– Me alegro de que por fin te hayas dado cuenta.


Claire fue a dar un paseo en coche después de tocar. Encontró el Mercado de Pike Place entre los puntos de interés de su GPS y dejó que el ordenador la guaira hasta un aparcamiento. Después de descender por las colinas, cruzó la calle y caminó por un sendero que le ofrecería la vista de la bahía.

Lucía el sol, pero corría una brisa fresca. El viento le agitaba el jersey y le removía el pelo. Había gente por todas partes, pero de todos modos, ella se sentía sola del mejor modo posible.

Lo había conseguido. Pese al miedo, a los latidos de su corazón, a la garganta seca, había tocado y, después de unos minutos, la música se había convertido en lo único.

Le faltaba muchísima práctica. Cualquiera que supiera de música se habría estremecido con su interpretación, pero su público había sido amable e indulgente.

«Por algo se empieza», se dijo mientras miraba el agua y sentía que la vida entraba en ella. No iba a engañarse diciéndose que estaba curada, pero al menos estaba progresando. Al día siguiente practicaría durante un par de horas. Dejaría que la música volviera a su existencia.

Regresó al coche y se puso en camino a casa. Cuando entró por la puerta, emocionada, deseando darle a Nicole las gracias por haber ido a verla, se sorprendió al ver a su hermana recorriendo de un lado a otro el salón, con la cara pálida y los labios fruncidos.

– ¿Qué ocurre? -preguntó Claire-. ¿Estás bien?

Nicole la atravesó con la mirada.

– Dime que no lo sabías. Te juro que si lo sabías, yo… no sé que… pero haré algo.

Claire quería echar a correr, pero se mantuvo en su sitio.

– ¿Saber el qué?

– Lo de Jesse. Está vendiendo la tarta por Internet. Ha montado una página web que es casi igual a la nuestra. La diferencia es que en vez de limitarse a dar información, vende las tartas.

Claire no podía creerlo.

– ¿La tarta de chocolate?

No era posible. Jesse no haría algo así, y menos después de haberse acostado con Drew. Aquello iba mal. Peor que mal.

– Sí. No puedo creerlo. Las está vendiendo por cinco dólares más que nosotros. Estoy tan enfadada, que quiero ir a buscarla y aplastarla como si fuera un bicho.

– Estás muy enfadada y es lógico, pero podemos resolverlo -dijo Claire.

– No, no podemos. Sabía que Jesse era una inútil, no esperaba un milagro, pero esto es una traición. No pude hacer nada después de que se acostara con Drew, pero sí puedo hacer algo con respecto a esto.

A Claire no le gustó aquello.

– ¿Qué vas a hacer?

– Voy a denunciarla y haré que la metan en la cárcel.

Загрузка...