Veintiuno

Claire salió del estudio de práctica a la una de la tarde. Era un día perfecto de principios de verano; soleado, pero agradable. Pensó en tomar un taxi, pero decidió que dar un paseo sería beneficioso para ella y para el bebé.

Llevaba dos semanas en Nueva York y estaba asombrada de lo fácilmente que había retomado sus antigua vida. Prácticas todas las mañanas, clases un par de veces a la semana, y después reuniones con Lisa. Todavía estaban programando la gira de otoño y decidiendo en qué discos iba a aparecer. Tocaría en dos CD benéficos, por supuesto, pero había otros artistas con ideas interesantes que quería explorar.

Había tenido su primera visita al médico la semana anterior, y le había dicho que estaba perfectamente sana. Comía bien, dormía estupendamente. La vida era maravillosa… o debería serlo. Pese al hecho de que no había vuelto a tener ningún ataque de pánico, y de que Lisa se comportaba de verdad como si fueran socias y la escuchaba, pese a tener todo lo que siempre había querido, se sentía… mal.

No conseguía centrarse por completo. Por mucho que lo intentara, había algo que se le escapaba.

Mientras paseaba, paró en el quiosco que había junto a su casa y compró el Seattle Times; después se encaminó hacia el Starbucks. Pidió un café descafeinado y se sentó en la butaca del rincón. Era una tontería, lo sabía. Y, sin embargo, sentía la necesidad de saber lo que estaba pasando en Seattle.

Como todos los días desde hacía dos semanas, leyó unos cuantos artículos y después se concentró en la sección de venta de pisos.


Wyatt abrió la puerta y se encontró a Nicole en su porche, apoyada en las muletas.

Llevaba una semana sin ver a su amiga, y la había echado de menos.

– Dime que no has conducido.

– No me lo preguntes y no te lo diré. En el ejército sirve.

– Nicole… Todavía te estás recuperando de la operación.

– ¿No te has dado cuenta de que me rompí la rodilla izquierda? Yo conduzco con la pierna derecha -respondió ella, y suspiró-. No lo hago a menudo, ¿de acuerdo? Es que quería venir a verte.

– Pensaba que me odiabas.

– No. Creía que eras un idiota, es diferente. Y no significa que no quiera que seamos amigos.

Él se hizo a un lado y la dejó entrar. Mientras Nicole pasaba por delante, Wyatt le dijo:

– Te he echado de menos.

Ella se detuvo y se giró hacia él. Wyatt la abrazó.

– Yo también te he echado de menos -refunfuñó-. Todo el mundo me está abandonando. ¿Te has dado cuenta de que hay un patrón de comportamiento? Primero Drew…

– Tú lo echaste.

– Después Jesse.

– También la echaste. Tienes razón. Hay un patrón de comportamiento.

– Cállate. Yo no os he echado ni a Claire ni a ti.

– Si hubieras podido empujarme fuera de tu salón, lo habrías hecho.

– Puede ser -admitió ella. Después fue hasta el sofá y se sentó-. He vuelto a trabajar, y me parece que no me lo estoy tomando con tanta tranquilidad como debiera. Me duele.

– ¿Quieres que te traiga algo?

– ¿A Claire?

– Ella volverá si tú se lo pides.

– No me refería a eso, y lo sabes.

Sí, lo sabía.

– Me trajo unos papeles que dicen que no tengo ninguna responsabilidad hacia el bebé, si es lo que quiero. Con firmarlos, sería como si no hubiera ocurrido nada.

– Me lo dijo. Y yo dejé que creyera que con eso había solucionado el problema.

– ¿Y no es así?

Nicole puso los ojos en blanco.

– Eres la persona más responsable que conozco. Tú no vas a permitir que tu propio hijo desaparezca de tu vida, no podrías soportarlo.

– No sé qué hacer -admitió Wyatt-. Yo no quería que sucediera esto.

– Me imagino que te refieres a algo más que a dejarla embarazada.

– ¿No te parece suficiente?

– Si sólo estuviéramos hablando de la logística de compartir la crianza de un hijo, ya habrías elaborado un horario.

Primero Drew; después Nicole. ¿Todo el mundo lo conocía mejor que él mismo?

– La echo de menos -reconoció-. Echo de menos verla y hablar con ella. Me he comprado un par de discos suyos, para oír su música, pero no es suficiente. Algunas veces creo que debería ir a buscarla. Tomar el primer avión, ir a Nueva York y traerla de vuelta a Seattle.

– ¿Y por qué no lo haces?

– Por muchos motivos. Mi historia con las mujeres -dijo él-. ¿Puedo hacerlo de una manera diferente con ella?

– Sabes que sí. Además, Claire no tiene demasiada experiencia. No será tan quisquillosa como otras mujeres.

Pese al dolor que sentía, Wyatt sonrió.

– Vaya, gracias.

– Vivo para ser útil. ¿Qué más?

Lo siguiente era difícil de admitir. Wyatt respiró profundamente.

– Es famosa y rica. Yo soy constructor. Me gano bien la vida y tengo un negocio próspero, pero ¿qué puedo ofrecerle? Ella puede comprarlo todo.

Nicole lo miró con cara de pocos amigos.

– ¿Qué? -preguntó él.

– No tiene nada que ver con lo material, idiota. ¿Por qué nunca lo entendéis los hombres? Normalmente, las cosas son un sustituto, cuando no podemos conseguir lo que queremos de verdad.

– ¿Y qué es?

– Queremos importar -dijo ella-. Ser lo más importante de vuestro mundo. Queremos saber que estaríais perdidos sin nosotras, que sufrís cuando no estamos y que contáis las horas que faltan para que volvamos. Nosotras os lo daríamos todo, si nos hicierais creerlo.

Era mucho. Más que un simple «te quiero». Era darse a sí mismo, abrirse a la posibilidad de entregárselo todo y que, de todos modos, ella se marchara. Le asustaba mucho.

– ¿Es demasiado tarde? -preguntó.

Nicole suspiró.

– Debería decirte que sí, porque has manejado muy mal las cosas. Pero Claire te quiere y yo la quiero a ella, así que te diré la verdad: no, no es demasiado tarde. Todavía puedes ganártela. Sin embargo, no esperes que te diga cómo. Ya te he dado demasiadas pistas.

Amy entró corriendo en la habitación. Al ver a Nicole, dio un gritito de alegría.

– ¡Has venido! -exclamó. Las dos se abrazaron. Después, Amy se sentó en el regazo de su padre y lo abrazó también-. Hola, papá -dijo por signos.

Había tanto amor y confianza en sus ojos… Él podía tomarla en brazos y lanzarla al aire, y ella se reiría. Nunca pensaría que pudiera caérsele, o que él pudiera hacerle daño de ningún modo. Porque nunca lo había hecho y nunca lo haría. Daría su vida por ella mil veces. Ella era su mundo.

Exactamente, lo mismo que quería Claire. Ser su mundo, la mujer de sus sueños.

Claire era eso y más. El problema iba a ser convencerla.


Claire se ajustó los auriculares que llevaba antes de cada concierto. Hizo lo posible por perderse en la música, en los sonidos y matices de la pieza. A su alrededor, los tramoyistas hablaban por los transmisores, asegurándose de que la iluminación fuera perfecta, de que en el escenario no quedara nada más que el piano, de que el telón estuviera listo para abrirse. Alguien gritó que había un retraso de tres minutos. Claire lo oyó, y después se abstrajo de todo lo demás.

Sentía la presencia de los otros. Lisa estaba en un segundo plano, esperando para tomar sus auriculares cuando Claire se los quitara, intentando no aparentar nervios. Aunque la actuación era benéfica, significaba mucho para las dos. Sería la primera vez que tocaba en público desde que había sucumbido al ataque de pánico en primavera.

Claire abrió los ojos y vio el piano frente a ella. Se imaginó allí, ante el público. Se quitó los auriculares y se los dio a su representante.

– ¿Estás bien? -le preguntó Lisa.

– Sí, estoy bien. Nerviosa, pero bien. Es de impaciencia, no de miedo.

Claire esperó a que se alzara el telón y caminó hacia el centro del escenario. Se detuvo ante el piano y se volvió hacia el público.

Había más gente de lo que esperaba, un mar de caras expectantes. El aplauso la rodeó.

Tomó aire profundamente, una vez, y después otra. Estaba nerviosa, pero eso le proporcionaría un impulso que la ayudaría a dar lo mejor de sí misma. No había terror, ni miedo que le atenazara el pecho. Tenía una sensación de alegría, de orgullo.

Estaba a punto de sentarse cuando vio que alguien la saludaba desde el público. Reconoció a Amy. A la izquierda de la niña estaba Wyatt. Sus ojos se encontraron, y él le sonrió.

A Claire se le aceleró el corazón y se echó a temblar. ¿Wyatt? ¿Allí?

Era alto y estaba muy guapo con su esmoquin negro. Tenía un aspecto tan sofisticado como el del resto del público, como si viviera en aquella ciudad en vez de en Seattle.

¿Qué estaba haciendo allí? ¿Había ido a oírla tocar? ¿Por qué no la había llamado?

Tuvo ganas de bajar al patio de butacas y echarse a sus brazos. Quería que él la abrazara y no la soltara nunca. Quería saber por qué había ido a aquel concierto.

Entonces recordó a los otros cuatrocientos espectadores que habían acudido a verla. Se inclinó una vez y caminó hacia el piano. Se sentó.

El público quedó en silencio. Ella notó que la expectación se adueñaba de la sala. Posó las manos en el teclado y comenzó a tocar.

La música era familiar, una vieja amiga que la saludó con una combinación de notas perfecta. El fluir de la pieza pasó por su cuerpo y después se escapó y la transportó a otro plano, en el que sólo existía una belleza increíble en forma de sonido. Olvidó a la gente, olvidó los nervios. Se había encontrado a sí misma de nuevo en aquel lugar. Era como si nada hubiera cambiado.

Era consciente de la atención de Wyatt. Sin embargo, sólo sintió su apoyo, y eso le proporcionó energía y concentración. Movió el cuerpo mientras tocaba, entregándose, y cuando pulsó la última nota, estaba agotada como nunca.

Al final hubo silencio, como al principio, pero de un modo distinto. Alzó la vista, y vio asombro en las caras. Parecía que había dejado anonadado hasta al más experto de los patrocinadores. El público se puso en pie y comenzó a aplaudir. Algunos gritaron su nombre. Unos cuantos se secaron las lágrimas.

Ella también se puso en pie. Estaba exhausta y le temblaban las piernas, pero también estaba llena de satisfacción y de orgullo. Sonrió y se inclinó.

Cuando se levantaba, su mirada se cruzó con la de Wyatt y percibió algo. Necesidad. Quizá incluso esperanza.

Se permitió creer que sería posible cualquier cosa.


– ¡Oh, Dios mío! -exclamó Lisa cuando se cerró el telón por cuarta y última vez-. Ha sido asombroso. Nunca te había oído tocar así. La gente va a hablar de esta interpretación durante semanas. Hicieras lo que hicieras en Seattle, funcionó.

Claire sonrió.

– Parece que necesitaba unas vacaciones.

– Es más que eso. Has cambiado como artista. Eres más… -su representante frunció el ceño-. Quiero decir madura, pero ésa no es la palabra correcta. Has encontrado algo dentro de ti, que no estaba ahí antes. Eres una con la música.

– Gracias.

Lisa suspiró.

– Ah, ahí vienen. Tus admiradores. Haré lo que pueda por alejar a los locos.

Claire se volvió a saludar a quienes tenían acceso a las bambalinas. Recordaba los nombres y agradecía las palabras amables, pero su atención estaba en otra parte, y esperaba ver a Wyatt y a Amy.

– Deslumbrante. Nunca había oído tocar tan bien esa pieza.

– Es lo mejor que he escuchado en mi vida.

– Increíble.

– Extraordinario.

Claire les dio las gracias a todos. Tras unos minutos, vio a Lisa hablando con Wyatt y Amy, y señalándoles el camino a su camerino. Entonces se relajó, porque sabía que estarían allí esperándola cuando pudiera, por fin, retirarse.

Media hora después se escapó y fue hacia su camerino. Abrió la puerta con el corazón acelerado, y con el estómago encogido de impaciencia.

Amy se lanzó a sus brazos.

– ¡Te he echado de menos! -dijo por signos.

Claire la abrazó.

– Yo también -le respondió. Después miró a Wyatt.

Estaba junto al tocador, impresionante con su esmoquin. Lo había echado de menos con todas sus fuerzas; quería ir junto a él, pero sabía que debía esperar a saber para qué había ido él a Nueva York. Quizá sólo quisiera entregarle los papeles que ella le había dejado.

Alguien llamó a la puerta. Lisa asomó la cabeza por el resquicio.

– Le he prometido a Amy que le enseñaría la orquesta -dijo, y le tendió la mano a la niña-. Tardaremos unos veinte minutos.

– Gracias -dijo Wyatt.

Amy sonrió a Claire, y después salió.

Cuando la puerta se cerró, Claire dijo:

– A Lisa no se le dan muy bien los niños, pero creo que podrá dirigir bien la visita.

– Amy ha dicho que quiere tocar el tambor cuando se haga el implante -dijo Wyatt.

– En una orquesta, se llama la percusión.

– Creo que Amy está pensando más en un grupo de rock.

– Ah. Entonces será la batería.

Wyatt se metió las manos en los bolsillos del pantalón.

– Has estado increíble.

– Gracias.

– Te había oído tocar más veces, en el estudio de casa de Nicole y en la escuela de Amy. Esto ha sido distinto.

– Tenía acompañamiento.

– No sólo por eso. Es algo diferente.

A Claire le latía el corazón con fuerza. Quería creer que las cosas iban a salir bien, pero no estaba segura. Él no la miraba. Eso no podía ser bueno.

– Esto es lo que eres -dijo Wyatt-. Sabía que eras una pianista famosa, pero no entendía el significado. Iba a pedirte que volvieras conmigo a Seattle -añadió, y por fin, la miró-. Que te instalaras allí. Iba a intentar convencerte de que tu sitio está allí, con tus hermanas, conmigo y con Amy. Iba a decirte que he sido un imbécil con respecto al bebé y a nosotros. La única disculpa que tengo es que me asustas, Claire. Haces que sienta cosas. No puedo jugar con unas reglas en lo referente a ti, porque no me importan. Tú eres exactamente la persona a la que he estado esperando durante toda mi vida.

Wyatt se sacó las manos de los bolsillos y caminó hacia ella.

– Iba a decirte que te quiero. Nunca se lo había dicho a ninguna mujer. Yo no quería a Shanna, quizá por eso se marchó. Supongo que nunca me había enamorado, y entonces apareciste tú, tan bella, tan generosa, tan divertida. Quieres a mi hija; incluso dijiste que me querías a mí.

Claire se dio cuenta de que tenía los ojos llenos de lágrimas. Aquello era lo que había querido oír, pero no sabía si iba a salir bien.

– No puedo pedirte que abandones todo esto -continuó-, eso es lo que no entendía antes. No puedo pedirte que dejes tu vida y te traslades a Seattle. Vas a tener un hijo. Vamos a tener un hijo, y yo no voy a desentenderme de él, ni tampoco de ti. Así que pensaremos algo. Yo no puedo dejar mi negocio ahora mismo, pero terminaré los proyectos que tengo y Amy y yo nos mudaremos aquí para estar contigo. Conseguiré un trabajo o formaré una empresa nueva. Lo que sea. Quiero decir, Claire, que no voy a pedirte que dejes nada por mí. Te quiero, quiero estar contigo. Quiero que seas feliz, y si para eso tienes que estar en Nueva York, entonces Amy y yo nos mudaremos.

Hizo una pausa y se acercó un paso más a ella.

– Si todavía nos quieres. A mí, quiero decir. Sé que a ella sí.

A Claire se le derramaron las lágrimas. Era demasiado feliz como para hablar, o respirar, o hacer otra cosa que no fuera mirarlo. Tras un instante se enjugó las lágrimas y, sorprendentemente, se echó a reír. Y se echó a sus brazos.

Wyatt la estrechó contra sí. Era fuerte, cálido, familiar. Todo era perfecto.

Claire alzó la cabeza y sonrió.

– Te quiero.

– Yo te quiero más.

Ella volvió a reírse.

– Podemos discutir eso más tarde, pero, primero, no quiero vivir en Nueva York. Wyatt, yo puedo trabajar igualmente desde Seattle. Quiero volver allí. Quiero estar cerca de Nicole y de Jesse, y de tu familia. Incluso de Drew, que no creo que me caiga bien en estos momentos. Te agradezco mucho la oferta, pero me encanta Seattle.

– ¿Estás segura?

– Tan segura como de que te quiero.

Él le acarició la mejilla, y después la besó.

– He sido un completo imbécil.

– Te perdono.

– No tienes por qué. Puedes hacérmelo pasar mal un rato, me lo merezco.

– No. Tus días de pasarlo mal han terminado.

– ¿Significa eso que te vas a casar conmigo?

Claire asintió.

– ¿Y me creerás si te digo que estoy feliz por lo del bebé?

Su voz sonaba preocupada, ansiosa. Tenía una mirada de inseguridad, pero también de amor y de esperanza.

– Sí -dijo Claire.

– Creo que quiero que sea niño -admitió Wyatt.

– Por supuesto.

Claire sonrió y él la abrazó.

– Te quiero -volvió a decir Wyatt-. Vamos a buscar a Amy y a darle la noticia. Ella siempre quiso tener una madre y un hermano. Vas a ganar muchos puntos ante ella.

– Me alegro. Después reservaremos un vuelo para Seattle -dijo Claire mientras salían del camerino-. Estoy lista para volver a casa.

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