Tres

– Pensaba que estabas mintiendo -dijo Nicole cuando salían del aparcamiento del hospital-. Pensaba que estaba teniendo alucinaciones a causa de los medicamentos. No puedo creerme que esté aquí. Seguramente, es la mujer más inútil del planeta. ¿Por qué yo? ¿Y por qué ahora?

Wyatt no podía responder, así que se quedó callado. Había oído suficientes cosas sobre Claire con el paso de los años como para formarse una mala opinión de ella. Sin embargo, aquel día en el hospital, parecía tan esperanzada, y tan herida, que casi se había sentido mal por ella.

Lo cual demostraba lo tonto que era en relación a las mujeres. Siempre elegía a la peor. Tenía el divorcio para demostrarlo. Nicole conocía a su hermana mucho mejor que él, y él confiaba en Nicole. Lo que ésta afirmaba debía de ser cierto.

– ¿Qué vas a hacer con ella? -preguntó.

– Supongo que pedirte que le pegues un tiro es una pérdida de tiempo -suspiró Nicole-. No lo sé. Hacerle el vacío y esperar a que se vaya.

– Pero vas a necesitar ayuda, al menos durante los dos primeros días.

Wyatt mantuvo los ojos en la carretera, pero sintió la mirada de enfado de Nicole.

– ¿Me estás tomando el pelo? No estarás sugiriendo que deje que se quede y cuide de mí… ¿Sabes lo inútil que es? No es una persona, Wyatt. Es un mono amaestrado. Me asombra que sepa conducir. Oh, espera. No he visto su coche. Te apuesto lo que quieras a que es una limusina, con chófer. Claire no arriesgaría sus preciosas y delicadas manos haciendo un trabajo de verdad. Agarrar el volante podría causar un impacto en sus interpretaciones, y eso no se puede permitir.

Wyatt sabía que las hermanas no se llevaban bien, y conocía los pormenores del distanciamiento, pero nunca había entendido la profundidad de la ira y la amargura de Nicole.

Separarse de Claire había sido doloroso, pero hasta aquel momento, él no había imaginado que las heridas fueran tan profundas. El humor negro y el sarcasmo ocultaban mucho dolor. Era como si le gustara hacerse la malvada sólo para protegerse.

– Yo puedo ir por las noches -dijo-. Después del trabajo.

Ella se hundió en el asiento, se puso el brazo sobre el estómago y gruñó.

– No quiero. Tú tienes que cuidar de Amy, yo estaré perfectamente.

– No, no es verdad.

– No quiero pensarlo. Ahora mismo no.

Se suponía que no debería haber ningún problema, pensó él. Cuando se había fijado la fecha de la operación, Drew, el marido de Nicole, todavía estaba en sus vidas.

Wyatt pensó en su hermanastro y tuvo ganas de pegarle un puñetazo. Qué idiota. Lo había echado todo a perder. Había traspasado el límite, y Nicole no iba a perdonarlo nunca. Wyatt no estaba seguro de poder hacerlo él tampoco.

Miró por el espejo retrovisor y vio a Claire en su coche, tras ellos. Aunque iba un poco rezagada, él veía que agarraba el volante con fuerza, y tenía una expresión decidida.

– Deberías mudarte con Amy y conmigo -dijo-. Es la solución más fácil.

– No.

– Eres muy cabezota.

– Es parte de mi encanto.

En circunstancias normales, Jesse hubiera arrimado el hombro, pero eso no iba a suceder pronto.

– Si no quieres que te ayude yo, necesitarás a otra persona -le dijo-. Sólo los dos primeros días. Claire puede ir al supermercado y hacerte la comida.

– Ja. ¿Es que te crees que la princesa del piano sabe cocinar?

– Puede pedir comida preparada.

– Yo también.

– Y cuidarte.

– ¿Mencioné un mono amaestrado? Sería mucho más útil. O un perro lazarillo.

– Es tu hermana.

Nicole volvió a fulminarlo con la mirada.

– Claire fue el comienzo de mi racha de mala suerte.

– Estás exagerando. Aprovéchate de ella, eso te proporcionará algo de placer.

– Menos del que tú te imaginas.

Llegaron a casa. Después de aparcar, Wyatt tomó a Nicole en brazos para llevarla dentro. Claire ya había abierto la puerta, y los siguió al interior.

Él subió las escaleras y entró al dormitorio de Nicole. Alguien, seguramente Claire, había descorrido las cortinas. Cuando él dejó a Nicole sobre la cama, ella respiró hondo y sonrió.

– Gracias.

Se había quedado pálida. Wyatt sabía que debía de tener dolores fuertes.

– ¿Cuándo puedes tomar algo para el dolor?

– Hasta dentro de un rato no. Me pusieron una inyección en el hospital. Estaré bien.

No tenía cara de estar bien.

La ayudó a quitarse la chaqueta y las zapatillas y a acostarse. Después de taparla, se sentó a su lado en la cama.

– Sólo será durante unos días -le dijo-. Yo vendré por las noches, pero necesitas ayuda durante el día.

Ella cerró los ojos.

– No será tan malo -le dijo él.

– Te odio.

– ¿Eso es un «sí»?

Nicole suspiró.

– Sí.

Wyatt se puso en pie. Claire estaba vacilando en la entrada de la habitación. Él pasó por delante de ella y esperó hasta que lo siguió al pasillo y después al piso de abajo. Cuando estuvieron en la cocina, se volvió hacia ella.

– Has dicho que has venido aquí a cuidar de tu hermana -le dijo.

– Sí. Obviamente. ¿A qué otra cosa iba a venir?

– Muy bien. Entonces, eso es lo que vas a hacer. Ayudar. Nicole tiene muchos dolores. Tendrá que curarse, y tu trabajo es hacerle la vida más fácil. No se te vayas por ahí a visitar clubs, ni a salir con tus amigos. Tienes que estar aquí y ser responsable. Esto es un compromiso muy serio. Yo vendré a ver a Nicole todas las noches y te prometo que si lo estropeas, lo lamentarás.

Claire lo miró como si fuera un marciano.

– No sé de qué estás hablando.

– ¿Es que no me he expresado con claridad?

– ¿Piensas eso de mí, realmente? -Claire cabeceó-. No importa. Una parte de mí quiere preguntarte lo que Nicole te ha contado de mí, pero en realidad no quiero saberlo. ¿Para qué? Yo soy mala y ella es buena, y así ha sido siempre.

Hizo una pausa y tragó saliva. Wyatt tuvo la impresión de que estaba conteniendo las lágrimas. Se dijo que no era más que una actuación maestra; se negó a dejarse atrapar por la interpretación.

Sin embargo, Claire no lloró. Respiró profundamente un par de veces y lo miró.

– Tú no me conoces. A pesar de lo que Nicole te haya contado, no sabes nada sobre mí. Yo podría decir lo mismo de ella, lo cual es triste. Somos hermanas, mellizas. Detesto que nos hayamos distanciado de esta manera. Detesto cómo son las cosas. Yo no…

Claire se quedó callada y apretó los labios.

– Lo siento. A ti esto no te importa.

Él la observó sin decir nada.

Ella irguió los hombros y alzó la barbilla.

– He venido a ayudar. No tengo interés en ir a bares, nunca lo he tenido. No tengo amigos aquí en Seattle, así que no te preocupes por las distracciones. Quiero cuidar a Nicole y recuperar mi relación con ella, nada más. Eso es lo que tengo que decir, tú puedes creerlo o no. Lo cierto es que no voy a ir a ninguna parte, al menos hasta que Nicole esté bien.

Habló con dignidad y calma, y estuvo a punto de convencerlo, pero Nicole siempre le había dicho que Claire manipulaba a la gente con la misma facilidad con la que tocaba el piano.

Sin embargo, no le quedaba más remedio que fiarse. No podía dejar el trabajo, y tenía que cuidar de su hija.

– Estaré cerca. Vigilando.

– Juzgando. Es diferente.

Él se encogió de hombros. No le importaba si la había ofendido.

Se sacó una tarjeta del bolsillo de la camisa.

– Ahí tienes mi número de móvil. Si hay algún problema, llámame.

– No habrá ningún problema.

Wyatt le entregó la tarjeta en vez de dejarla en la encimera, y entonces se dio cuenta del error que había cometido, en cuanto sus dedos se rozaron.

La descarga fue tan intensa y tan pura que Wyatt pensó que la cocina iba a estallar. Soltó un juramento en voz baja y fulminó a Claire con la mirada, culpándola de la inesperada química que había entre ellos. Ella miró la tarjeta, y después lo miró a él.

– Qué raro ha sido -dijo.

Había una confusión genuina en su voz, y sorpresa en sus ojos, como si ella lo hubiera sentido también pero no supiera lo que significaba.

«Sí, claro», pensó él. Estaba manipulándolo. Que siguiera así, a él no le importaba. No le importaba nada cómo reaccionaba al tocarla. No iba a hacer nada respecto a aquellas sensaciones, no se dejaba controlar por sus hormonas. Era un hombre racional que pensaba con la cabeza, no cedía sin más a los impulsos.

Sin embargo, cuando ella sonrió y dijo: «Gracias por cuidar de ella», poniéndole una mano sobre el brazo, él quiso ceñirla contra su cuerpo y besarla hasta que le pidiera clemencia. La imagen fue tan poderosa que se le quedó la boca seca y se le aceleró el pulso. Humillante.

Salió de la cocina a zancadas, sin decir adiós, jurándose que mantendría las distancias con Claire. Lo que menos necesitaba en su vida era otra mujer inútil que lo volviera loco y estropeara todo lo que tocaba.


Claire miró la ropa que había dejado sobre la cama y suspiró. Parecía que hacer las maletas no era una habilidad instintiva. Había tenido mucho cuidado con todo, pero allí estaba su ropa, completamente arrugada.

En circunstancias normales, la ayudante de Lisa se llevaría aquella ropa y se la devolvería perfectamente planchada. Y si ella no estaba cerca, llamaba al servicio de lavandería del hotel. Sin embargo, aquello no era un hotel.

Observó una blusa de seda y se preguntó si podía plancharse. Con otro suspiro, se acordó de que no sabía planchar, y si quería practicar, quizá no fuera lo mejor hacerlo con una blusa de diseñador.

– ¿Soy totalmente inútil, o esto es un incidente aislado? -se preguntó en voz alta. Era mejor saber la verdad que fingir. Su objetivo era cambiar, adaptarse al mundo real.

Oyó un sonido que provenía del pasillo y, sin soltar la blusa, corrió hacia la habitación de Nicole y se la encontró saliendo del baño. Estaba doblada por la cintura, con un brazo en el estómago. Estaba pálida y tenía la boca fruncida de dolor.

– Tenías que haberme avisado -dijo Claire, mientras acudía rápidamente a su lado-. Estoy aquí para ayudarte.

– Si se te ocurre cómo puedes hacer pis por mí, soy todo oídos. De lo contrario, apártate.

Claire hizo caso omiso de aquel comentario y se acercó a la cama, donde rápidamente, apartó las mantas. Nicole no le hizo caso y muy despacio, con cuidado, se tendió. Claire intentó taparla.

– Si me tapas, te juro que te mataré. Hoy no, pero pronto, cuando menos te lo esperes.

Claire se apartó de la cama.

Cuando Nicole se hubo acomodado, cerró los ojos. Después de un segundo, volvió a abrirlos.

– ¿Es que vas a quedarte ahí?

– ¿Necesitas algo? ¿Más agua? ¿Trocitos de hielo? Te ayudarán a mantenerte hidratada sin provocarte náuseas.

– ¿Cómo lo sabes?

– He estado leyendo algunos artículos en Internet.

– Vaya, eres toda una enfermera.

Claire agarró con fuerza la blusa.

– No decían nada sobre que una operación le vuelva a uno sarcástico, así que supongo que es un rasgo únicamente tuyo.

– Lo llevo con orgullo, como si fuera una medalla al mérito -dijo Nicole, que se movió e hizo un gesto de dolor-. ¿Qué estás haciendo aquí, Claire?

– Jesse me llamó hace unos días y me dijo lo de la operación. Me advirtió que ibas a necesitar mi ayuda. También dijo que sentía que todavía estuviéramos distanciadas, y que tú querías que fuéramos una familia.

Lo dijo sin temblar, sin que su voz delatara el sufrimiento. Sin embargo, estaba allí, escondido. Porque acercarse a su hermana era lo que quería.

– ¿Y la creíste? -Nicole movió la cabeza-. ¿De verdad? Después de todo este tiempo, ¿crees que voy a cambiar de opinión sobre ti?

– Tu opinión sobre quién crees que soy -replicó Claire-. Tú no me conoces de verdad.

– Una de las bendiciones de mi existencia.

Claire hizo como si no la oía.

– Ahora estoy aquí, y es evidente que necesitas ayuda. No veo a ningún otro candidato, así que parece que estamos atrapadas.

Nicole se puso tensa.

– Podría llamar a mis amigos.

– Pero no lo vas a hacer. Odias deber favores a los demás.

– Como tú también has dicho, no me conoces de verdad.

– Pero me lo imagino.

Ella también odiaba deber favores.

– No finjas que tenemos algo en común -le espetó Nicole-. Tú no eres nadie para mí. Muy bien, si crees que puedes ayudar, ayuda. No me importa. Lo bueno es que no creo que seas capaz de hacer nada, aparte de esperar a que te sirvan, así que mis expectativas son bajas.

Aquello no era lo que había imaginado, pensó Claire con tristeza. Esperaba que podrían entenderse. Nicole y ella eran mellizas, estaban conectadas desde su nacimiento. ¿Acaso todo el tiempo que habían pasado separadas y los malentendidos habían terminado con aquel vínculo?

Ella estaba allí para averiguarlo.

– Seguro que querrás descansar -dijo-. Te dejo tranquila.

– Ojalá.

Claire hizo como si no hubiera oído el comentario y se giró hacia la puerta. Entonces se detuvo.

– ¿Tienes algún servicio de limpieza?

– ¿Para la casa? No. Limpio yo.

– No, me refería a… No importa.

Nicole miró la blusa.

– ¿Te referías a una tintorería?

Claire negó con la cabeza.

– No importa.

– Sí, claro. Deja que adivine. Una princesa del piano como tú no puede ocuparse de su ropa. Te diría cómo funciona la lavadora, pero no iba a servir de nada, ¿verdad? Demasiada seda y cachemir, seguro. Pobre, pobre Claire. Nunca has tenido unos vaqueros. Debes de llorar todas las noches hasta que te quedas dormida.

Claire hizo lo posible por evitar los dardos envenenados que le estaba lanzando su hermana.

– No voy a disculparme por mi vida. Es diferente de la tuya, pero no menos valiosa. Has cambiado, Nicole. Recuerdo que antes siempre estabas enfadada, pero no que fueras mala. ¿Cuándo te volviste así?

– Sal de aquí.

Claire asintió.

– Estaré en mi habitación si me necesitas.

– Eso no va a suceder. Prefiero morirme de hambre antes que verte.

– No, claro que no.

Sin hacer caso del ardor que sentía en los ojos, y de la sensación de pérdida que la abrumaba, Claire volvió a su cuarto, decidida a arreglar todo lo que se había estropeado.


La alarma sonó a las cuatro menos cuarto de la mañana. Claire la apagó y miró la luz roja que parpadeaba. ¿En qué estaba pensando? ¿Quién se levantaba a aquellas horas?

La gente que trabajaba en una panadería, claro. Ella era una de las hermanas Keyes. Tenía una obligación hacia el negocio familiar. Como Nicole no estaba en condiciones de supervisar las cosas y Jesse había desaparecido por razones que todavía no estaban claras, debía ocuparse de la panadería.

Se levantó y se vistió. La ropa estaba un poco menos arrugada después de haber pasado un rato en un baño lleno de vapor de agua. Se lavó la cara, se peinó y bajó las escaleras. Quince minutos después había llegado a la panadería y había aparcado en la parte trasera, junto a los demás empleados.

Las luces ya estaban encendidas. Claire entró por la puerta trasera.

Aquel espacio era cálido y brillante, y olía a azúcar y canela. Había aparatos por todas las encimeras y las paredes. Los formidables hornos irradiaban muchísimo calor. Había freidoras gigantes y mezcladoras enormes, montones de harina y azúcar y algo que olía al chocolate más rico del mundo.

Claire se detuvo e inhaló aquellos aromas deliciosos. La noche anterior sólo había conseguido hacer algo de sopa, aunque Nicole no tenía apetito. Sin embargo, después de tres días de dieta líquida, Claire estaba hambrienta.

Un hombre de mediana edad, vestido de blanco, la vio y frunció el ceño.

– Eh, tú. Sal de aquí. No abrimos hasta las seis.

Ella le dedicó su mejor sonrisa.

– Hola. Soy Claire Keyes, la hermana de Nicole. He venido por su operación, para cuidarla.

– ¿Hermana? Ella no tiene… -el hombre frunció el ceño-. ¿Eres la que toca el piano? ¿La altanera?

– Sí, toco el piano -dijo Claire, preguntándose qué había estado diciendo Nicole a la gente sobre ella-, pero no soy altanera. Nicole, eh… me ha pedido que viniera a ayudar, porque todavía no puede levantarse.

– No te creo. Tú no le caes bien.

Algo que parecía que había compartido con todo el mundo. Claire se había sentido culpable por sentir, pero ya no. Encontraría la manera de encajar, y la panadería era el lugar más obvio por donde podía empezar.

– Hemos llegado a un acuerdo -dijo, con una sonrisa forzada-. Debe de haber algo en lo que pueda ayudar. Soy su hermana. Llevo el oficio en la sangre.

O debería. Nunca había puesto a prueba la teoría haciendo un bizcocho.

– Mira, no sé lo que está pasando, pero no me gusta. Tienes que marcharte.

El hombre se alejó, pero Claire lo siguió.

– Puedo ayudar. Soy muy buena trabajadora, y se me da muy bien trabajar con las manos. Tiene que haber algo que pueda hacer. No estoy pidiendo que me dejen hacer la famosa tarta de chocolate Keyes, ni nada por el estilo.

El hombre se volvió hacia ella.

– Apártate de la tarta de chocolate, ¿entendido? Eso sólo lo hacemos Nicole y yo. Llevo quince años aquí y sé lo que hago. Y ahora, lárgate.

– Eh, Sid. Ven un segundo.

La voz procedía de detrás de una pared de hornos. Sid la miró con mala cara y después se fue corriendo en la dirección desde la que lo habían llamado. Claire aprovechó la oportunidad para explorar una panadería de verdad. Sonrió a una mujer que estaba inyectando una masa de aspecto delicioso en moldes de bizcocho. El olor era tan bueno que comenzó a rugirle el estómago. Dio un paso hacia la máquina y se chocó con un hombre que llevaba algo.

Mientras los dos intentaban mantener el equilibrio, la bolsa que llevaba él saltó por el aire. Instintivamente, Claire intentó agarrarla. Sin embargo, no lo consiguió, sino que la lanzó hacia un lado y esparció todo el contenido sobre ellos, en el suelo y en los donuts ya azucarados que avanzaban por la cinta transportadora. Giró y giró antes de aterrizar, abierta, en un gigantesco tanque de masa.

– ¿Qué demonios has hecho? -preguntó el hombre, y comenzó a soltar juramentos en un idioma que ella no reconocía.

Sid se acercó corriendo.

– ¡Tú! ¿Todavía estás aquí?

La mujer que estaba a cargo de los donuts detuvo la cinta y se puso a inspeccionarlos.

– Sal -murmuró-. Está por todas partes. Todo esto se ha echado a perder.

Claire tuvo ganas de que se la tragara la tierra.

– Lo siento -dijo-. Nos tropezamos y…

– Se supone que no tenías que estar aquí -gritó Sid-, ¿no te dije que te fueras? No me hiciste caso. Dios, no me extraña que Nicole hable de ti como habla -añadió. Después se inclinó hacia el tanque de la masa y dijo una palabrota-. Sal -gritó otra vez-. Hay una bolsa de tres kilos de sal en la masa del pan francés, nadie va a querer eso. Era toda la hornada del día. Del día.

Oh, no.

– ¿Y no se puede hacer un poco más? -preguntó Claire con un hilo de voz. Se sentía muy mal.

– ¿Entiendes algo de hacer pan desde cero? Claro que no. Sal de aquí. Vete. No podemos permitirnos más desastres esta mañana.

Claire quería decir algo para arreglarlo, pero ¿de qué serviría? Los cuatro la estaban mirando como si fuera la criatura más repugnante que conocían. No les importaba que sólo quisiera ayudar, que no tuviera intención de tropezarse con el otro empleado, que sólo hubiera sido un accidente.

Sin saber qué hacer, se dio la vuelta y se marchó.

Eran más de las cinco cuando llegó de nuevo a la casa. Comprobó que Nicole estaba bien; su hermana seguía durmiendo. Después, bajó a la cocina e hizo café. La primera cafetera olía raro, y sabía peor. Tiró el café y comenzó de nuevo.

La segunda cafetera era aceptable. Se sirvió una taza y se la tomó sentada a la mesa de la cocina.

¿Cómo podía haber empezado tan mal el día? ¿Cómo era posible que hubiera formado aquel lío sin proponérselo? No era justo. Ella no era una mala persona. Sí, tenía una vida extraña con la que la mayoría de la gente no se identificaba, pero eso no cambiaba su forma de ser.

Sin embargo, parecía que existir fuera de su jaula dorada iba a ser más difícil de lo que había pensado.

– No voy a rendirme -dijo en voz alta-. Voy a resolver esto.

No le quedaba más remedio. Si no podía tocar más el piano, necesitaría tener una vida sin música. Sin música. Con sólo pensarlo, se ponía triste. La música lo era todo para ella. Era su razón de vivir.

– Encontraré otra razón -se dijo-. Tengo facetas sin explorar.

Al menos, eso esperaba.

Un poco después de las seis, se puso a buscar la tostadora. Había bastante pan en el congelador. Quemó las tres primeras rebanadas, y seguía intentándolo cuando vio a Wyatt entrar en la cocina. Wyatt, que la odiaba tanto como Nicole. Wyatt, que le había producido un cosquilleo el día anterior.

Sin embargo, antes de poder preguntarse qué significaba aquello, vio a una niña muy guapa que llegaba tras él.

Wyatt depositó varias bolsas del supermercado sobre la mesa.

– Huele mal.

– Se me han quemado varias tostadas -dijo Claire, que no podía apartar la vista de la niña-. ¿Es tu hija? -preguntó. ¿Wyatt tenía una hija? Lo cual significaba que tenía una esposa.

– Es Amy -dijo, moviendo las manos mientras hablaba para apartar el olor a quemado-. Amy, te presento a Claire -añadió, moviendo los dedos-. Amy es sorda.

– Oh -dijo Claire, y se dio cuenta de que la niña llevaba aparato auditivo en ambos oídos.

No conocía a ninguna persona sorda. Sin sonidos. ¿Cómo sería eso? ¿Cómo sería no poder oír nunca un concierto de Mozart, ni una sinfonía? Sin melodía, sin ritmo. Todo su cuerpo se contrajo al pensarlo.

– Qué horrible.

Wyatt la atravesó con la mirada.

– Nosotros no pensamos eso, pero gracias por compartir tu entendida y sensible opinión. Cuando ves una persona con una sola pierna caminando por la calle, ¿le das una patada?

Ella se ruborizó y miró a la niña.

– No. Lo siento. No quería decir eso. Estaba pensando en la música y en cómo… -no había forma de arreglarlo, pensó, presa de la culpabilidad-. No quería decir nada malo.

– La gente como tú nunca quiere.

Él no lo entendería, porque no quería entenderlo. Pensaba lo peor de ella, y parecía que ella no hacía otra cosa que demostrarle que tenía razón.

Wyatt comenzó a sacar cosas de las bolsas. Claire pensó en ofrecerle ayuda, pero sabía que él iba a rechazarla. Así pues, se retiró al salón, preguntándose si no debería contratar a una enfermera para que cuidara de Nicole y volver a Nueva York. Al menos, allí sí encajaba.

Se hundió en el sofá e hizo un esfuerzo para no echarse a llorar. Entonces Amy entró en la habitación tras ella. Claire iba a disculparse por lo que había dicho, pero se dio cuenta de que probablemente, la niña no lo había oído. Amy se acercó a una estantería y tomó un gran libro de fotografías. Lo llevó al sofá y se lo entregó a Claire.

– ¿Quieres que te lea? -le preguntó Claire, mirando el libro-. ¿No eres demasiado pequeña para este libro?

Amy agitó las manos para captar la atención de Claire, y después se tocó la barbilla. Señaló sus labios y después sus ojos.

– Te veo hablar.

Las palabras fueron pronunciadas lentamente, con una pronunciación exagerada.

Claire abrió unos ojos como platos.

– ¿Puedes hablar?

Amy alzó la mano derecha y la movió hacia los lados. Después colocó el pulgar y el índice a dos centímetros de distancia, más o menos.

– Un poco -dijo Claire, sintiéndose triunfante-. Puedes hablar un poco.

Amy asintió.

– Me enseñan en el colegio.

– ¿En tu colegio te enseñan a hablar?

Amy asintió. Se señaló la boca de nuevo.

– Labios.

– ¿Y a leer los labios?

La niña asintió de nuevo, y sonrió. Señaló el libro. Claire lo abrió. Había una niña sujetando un libro. Amy señaló a la chica, después apretó el puño y se frotó el pulgar por la mejilla.

– Niña -dijo Amy-. Niña.

Claire lo entendió.

– ¿Ése es el signo para niña?

Amy sonrió y señaló el libro. Juntó ambas manos, como si estuviera rezando, y después las abrió.

Claire repitió el gesto.

– ¿Es el signo de libro?

Amy asintió.

Claire pasó de página.

– Esto es estupendo. ¿Qué más puedes enseñarme?


Wyatt entró en la habitación de Nicole con un café y unos bagels que había comprado.

– Hola, dormilona.

Ella abrió los ojos y gruñó.

– Hola.

– ¿Cómo te encuentras?

– ¿Cómo estoy?

– Guapísima.

Nicole hizo un gesto de dolor mientras se sentaba. Después se recostó en la almohada.

– Eres un mentiroso, pero gracias. Me siento fatal. Los analgésicos del hospital son mucho más fuertes que los de la farmacia. ¿Eso es café?

– Sí, aunque no sabía si puedes tomarlo.

– ¿Así que lo has traído para provocarme? -dijo ella, y agarró la taza-. Se supone que tengo que tomármelo con calma y comer sólo lo que suene bien. En este momento, el café me suena a milagro.

Él dejó la bandeja en la mesilla de noche y se sentó junto a la cama. Después de que ella hubiera dado el primer sorbo y hubiera suspirado de placer, preguntó:

– ¿Estás a gusto con Claire?

Nicole miró hacia arriba con resignación.

– No me queda más remedio. Se mantiene alejada de aquí, al menos. Sid me ha llamado hace una hora. Parece que Claire fue a la panadería esta mañana, según ella, a ayudar. Él la echó, pero ella no se fue, sino que se tropezó con Phil y tiró una bolsa de sal al tanque de masa de pan. Se echó a perder todo.

– ¿Y cómo ocurrió eso?

– No lo sé.

– No lo hizo a propósito, ¿verdad?

Nicole lo miró con cara de pocos amigos.

– Seguramente no, pero no te atrevas a ponerte de su lado.

– No entra en mis planes.

– Bien, porque no estoy segura de que pudiera soportarlo. Es incluso más inútil de lo que yo pensaba. Me preguntó por una tintorería para llevar su ropa. Parece que se le han arrugado algunas cosas y no sabe cómo solucionarlo. Ojalá todos tuviéramos problemas como ése. La odio.

– No la odias.

– Lo sé, pero preferiría que se marchara.

Y él también. Estaba manteniéndose a distancia de Claire Keyes, lo que menos necesitaba era pasar otra noche en vela por culpa de un ardor furioso.

¿Por qué con ella? ¿Por qué no podía tener química con cualquier otra mujer?, ¿con alguien como Nicole? Estaba claro que su cuerpo tenía sentido del humor.

Nicole miró el reloj.

– ¿Dónde está Amy?

– Abajo, con tu hermana.

– Mírala bien antes de que os vayáis. Quién sabe lo que podría hacerle Claire.

– Muy bien. Me cercioraré de que está sana y salva.

Se levantó, se acercó a la cama y le dio un beso en la cabeza.

– Llámame si necesitas algo.

– De acuerdo.

– Volveré pronto.

– Ven al instante si ves humo elevándose por el cielo.

– Te lo prometo.

Wyatt bajó las escaleras. Al entrar al salón, oyó risas. Amy estaba sentada junto a Claire, mirándola atentamente, mientras Claire le contaba por signos una historia del libro de fotografías que tenía en las rodillas. Sus movimientos eran estudiados, pero expresó todas las palabras correctamente. Cuando su hija hizo el signo de la palabra bien, Claire se rió de nuevo.

– Eres una buena profesora -dijo lentamente.

Amy le dijo por signos:

– Buena alumna.

Claire extendió los brazos para abrazarla.

Amy aceptó el abrazo con facilidad.

Wyatt no se dejó impresionar. Quizá Claire pudiera engañar a una niña, pero no a él. No iba a poder manejarlo tan fácilmente.

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