Diecinueve

Claire llamó previamente para asegurarse de que Wyatt estaba en su oficina, y fue a verlo antes de que se marchara a alguna obra. Pasó el trayecto de treinta minutos entre la felicidad total y una preocupación acuciante por lo que él pudiera decir.

En un mundo perfecto, Wyatt estaría tan contento como ella por el bebé. Sin embargo, no albergaba demasiadas esperanzas. Seguramente, lo máximo que podía esperar era la indiferencia.

Entró en el edificio y se dirigió hacia su despacho. Wyatt colgó el teléfono cuando ella entró, sonrió y se acercó.

– Un placer inesperado -la abrazó y la besó-. De los mejores.

Claire sintió sus labios cálidos y notó un cosquilleo de impaciencia en el estómago. El deseo instantáneo le aceleró el pulso.

Se echó hacia atrás, riéndose.

– ¿Cómo consigues excitarme con sólo un beso?

– Tengo un don -respondió Wyatt. Le puso la mano sobre la cintura y volvió a besarla-. Si has venido por algo rápido en mi escritorio, estoy abierto a todas las posibilidades. Sólo por convertir en realidad tus fantasías.

Ella le acarició la cara.

– Eres tan generoso…

– Lo sé.

– Aunque te agradezco la oferta, he venido a darte buenas noticias.

Wyatt se puso tenso.

– De acuerdo.

– ¿Qué?

– Tus buenas noticias puede que no sean buenas para mí. ¿Te marchas?

– ¿A Nueva York? No, no me marcho -dijo Claire. Acalló en su interior la vocecita que le pedía que no se lo dijera todavía, y miró fijamente a Wyatt-. Estoy embarazada.

Wyatt se quedó inmóvil. Dos segundos después se alejó de ella.

– ¿Estás segura?

Su voz sonó fría y distante. Ella tuvo que reprimir un escalofrío.

– Sí, muy segura.

Él asintió. Después soltó un juramento en voz baja. La pequeña esperanza de Claire se desvaneció.

– Wyatt -dijo-, esto no tiene por qué ser algo malo.

– Para mí lo es. No quería tener un hijo, no puedo creer que me esté sucediendo otra vez -respondió él con ira, y la miró con el ceño fruncido-. Sé que no lo has hecho a propósito, pero no puedo evitar sentirme como si las cosas fueran así.

– Eso no es justo, y lo sabes.

– Tienes razón. Igual que sé que esperas que me case contigo, y que después te irás a vivir tu estupenda vida y me dejarás con otro hijo al que criar.

Aunque no eran totalmente inesperadas, aquellas palabras hicieron daño a Claire.

– No tengo ninguna intención de atraparte.

– Ya.

¿Acaso él no la creía?

– Si piensas eso de verdad, es que no me conoces en absoluto.

– Te conozco lo suficiente. Sé que estás acostumbrada a conseguir lo que quieres.

¿Qué?

– ¿Desde cuándo?

– ¿Cuándo no lo has conseguido?

Claire sabía que aquello no era justo. Recordó todas las cosas que no había querido en su vida. Sin embargo, él no estaba de humor para escuchar.

– Creía que…

– ¿Que me pondría contento? ¿Por qué? Debería haber usado un preservativo. No debería haber dado nada por sentado. Creo que aquel día no estaba pensando en lo que hacía. Mira, no pasa nada. Nos las arreglaremos de algún modo.

– No -respondió ella, intentando que no le temblara la voz-. Tú no tienes por qué formar parte de esto, si no quieres. Yo pensaba que querrías ser un padre para nuestro hijo, pero si no quieres, no pasa nada. Puedo ser madre soltera.

Wyatt no estaba convencido.

– Quieres decir que contrataras a alguien para que cuide del niño. ¿No es eso lo que me dijiste, que contratarías a una niñera?

Claire sabía de antemano que había posibilidades de que él se enfadara mucho, pero no esperaba que fuera mezquino. Se irguió y alzó la barbilla.

– Ya veo que es un mal momento para que hablemos de esto -dijo-. Seguiremos después. Que conste que no quiero nada de ti. Sin embargo, lamento mucho que no te haga feliz la noticia de que vas a tener un hijo. Yo nunca podría lamentarlo.

Dicho aquello, se dio la vuelta y se marchó. Tenía que darse mucha prisa en llegar al coche antes de echarse a llorar.


Wyatt llamó una vez, y después entró en casa de Nicole.

– Soy yo -dijo.

Encontró a su amiga sentada en el sofá, con la pierna apoyada sobre la mesa.

– ¿Cómo estás? -preguntó.

– Preparada para encargarme de ti.

Nicole tenía los ojos brillantes de irritación, y de otra cosa que él no supo identificar.

No tenía que preguntarle si sabía lo del embarazo, era evidente. Y probablemente, sabía cómo iba a reaccionar él. Aunque Claire no se lo había dicho, Nicole lo conocía lo suficientemente bien como para adivinar su reacción.

– ¿Y qué esperabas que dijera? -le preguntó-. Esto no debería haber sucedido.

– Tienes razón, no debería haber sucedido. Pero ha sucedido. ¿Y de quién es la culpa? ¿En qué demonios estabas pensando, Wyatt? Te acostaste con mi hermana y no usaste preservativo. ¿Por qué?

– Pensaba que ella estaría preparada.

– Era virgen, y la persona que debería estar preparada eras tú. ¿Qué derecho tienes a correr ese tipo de riesgos?

– Normalmente no lo hago.

– Así que Claire tuvo suerte, ¿no? Todo esto es culpa tuya, y ahora estás lloriqueando porque tienes que asumir las consecuencias.

– No estoy lloriqueando.

– Pues a mí me lo parece. Peor todavía, la estás castigando. Tú estabas ahí también.

Un minuto. Se suponía que Nicole era su amiga.

– ¿Te estás poniendo de su lado?

– Por supuesto. Demonios, Wyatt, me esperaba algo mucho mejor de ti. Ahora, márchate.

Él se quedó mirándola sin dar crédito.

– No lo dices en serio.

– Sí.

Wyatt salió de la casa y se quedó junto a su coche. ¿Qué estaba ocurriendo? Todo se había echado a perder.

Le lanzó una mirada funesta a la casa. Si Nicole quería que se marchara, se iría. No la necesitaba a ella, ni a Claire, ni a nadie.


Cuando Claire llegó a casa, se encontró a Nicole esperándola con varios botes de helado Ben & Jerry’s.

– En circunstancias normales nos emborracharíamos con margaritas, pero en tu estado, no es buena idea. Tendremos que conformarnos con el helado.

El tono solidario de la voz de su hermana le dio a entender que ya sabía cómo había ido su conversación con Wyatt.

– ¿Cómo te has enterado?

– Ese idiota vino aquí buscando un hombro en el que llorar. Le dije que eso estaba reservado para ti, y lo eché -respondió Nicole, y abrió los brazos.

Claire se sentó junto a ella y se dejó abrazar. Nicole la estrechó con fuerza, como si nunca fuera a soltarla.

– Buscaré a alguien que le dé una paliza -dijo a Claire.

Claire estaba conteniendo las lágrimas.

– Lo quiero demasiado como para desearle algo malo. ¿No te parece enfermizo?

– Bastante. Bueno, no te lo contaré cuando suceda, pero de todos modos voy a hacerlo.

Claire se irguió.

– Gracias.

Nicole se encogió de hombros.

– Siento mucho que se lo haya tomado tan mal.

– ¿Pero no te sorprende?

– No. Aunque Wyatt es un buen tipo, cree que no puede tener una relación decente. Y el hecho de que Shanna se quedara embarazada y lo dejara no ha mejorado esa impresión. Luego llegaste tú.

– ¿La pianista virgen?

Nicole sonrió.

– Algo así. Él no supo cómo responder, y sigue sin saberlo. Es más fácil enfadarse.

Claire intentó entenderlo, pero no podía.

– No le importa el bebé.

– Tú te has pasado la vida deseando tener una familia. El bebé te va a dar eso y más. Él lleva siendo padre soltero ocho años, sus sueños son distintos. Terminará por ceder.

– ¿A qué? ¿Terminará asumiendo la responsabilidad de mala gana? Yo no quiero eso.

– ¿Y qué quieres?

Quería que Wyatt se diera cuenta de que estaba locamente enamorado de ella, pensó con tristeza. Que se diera cuenta de que no podía vivir sin ella y de que deseaba aquel hijo. Él la había acusado de querer… el amor y el matrimonio. Y tenía razón.

– Quiero un final feliz.

– Algunas veces tenemos que hacerlo nosotros mismos -dijo Nicole-. Comenzando por el helado. ¿Qué sabor quieres?

Alguien llamó a la puerta. Claire sintió el profundo anhelo de que fuera Wyatt. Quizá se le hubiera caído una viga en la cabeza y hubiera recuperado el sentido común a causa del golpe. Ojalá.

– Yo abro -dijo, y salió al vestíbulo.

No era Wyatt quien había llamado. Era Lisa, su representante, la que esperaba en el umbral.

Aunque estaba tan bien arreglada como siempre, tenía aspecto de cansada. Y envejecida.

– Claire -dijo con una sonrisa tímida-. Esperaba encontrarte en casa. ¿Podemos hablar?

Un par de semanas atrás, Claire le habría dicho que no, que no tenían nada que decirse. En aquel momento, sin embargo, ya no estaba tan segura. Anhelaba tocar de nuevo, interpretar. Y junto a aquel anhelo, estaba la determinación de conseguir que las cosas fueran distintas, de no ser la artista asustada y obediente que había sido antes. No era la misma que a su llegada a Seattle, pero ¿quién era?

– Claro, pasa.

Lisa la siguió al interior y cerró la puerta.

– Tienes buen aspecto.

– Me siento bien.

– ¿Estás…? -Lisa se interrumpió y apretó los labios-. No importa.

– ¿Que si estoy practicando? -preguntó Claire, y se echó a reír-. Sí, he tocado un poco, pero no con una programación. Tampoco estoy tomando clases. Seguramente tendrás ganas de gritarme.

Lisa se limitó a asentir lentamente.

– No pensaba que estuvieras tocando mucho. Estás de vacaciones -dijo, y tragó saliva-. ¿Son sólo vacaciones? ¿Vas a volver? Antes de que respondas, necesito decir algo.

Claire esperó. Intentó no ponerse nerviosa. Era una adulta, y tenía que comportarse como tal.

– Estaba equivocada -dijo Lisa, agarrando el bolso con ambas manos-. Eras tan pequeña cuando empezamos a trabajar juntas… Te trataba como a una niña porque lo eras. Pero creciste, y yo no me di cuenta porque para mí era más fácil tomar todas las decisiones yo misma. Tú me decías que no eras feliz, pero yo no te escuché. No quería que fueras infeliz, no quería que te sintieras atrapada. Lo siento.

Claire pensó en sus palabras.

– Estabas haciendo lo que creías que era mejor para conseguir que siguiera actuando. Eso era más importante que ninguna otra cosa.

– Sólo porque tienes tanto talento… Claire, nadie puede hacer lo que haces tú. Me preocupaba que no lo vieras. Tenía miedo de que no sintieras respeto por tu don.

– Era cosa mía respetarlo o no.

– Lo sé, ahora lo veo con claridad, pero detesto la idea de que malgastes tu talento, de que no toques más.

– Y de no ganar más dinero.

– Eso también. Trabajo en exclusiva para ti, Claire. Si no vas a tocar más, tengo derecho a saberlo. También se trata de mi trabajo.

Algo que Claire nunca había pensado.

Se dirigió hacia el sofá. Nicole no estaba allí; seguramente estaba escondida en la cocina con uno de los botes de helado. Aquella actuación en vivo era mucho más interesante que cualquier cosa que su hermana hubiera visto últimamente en la televisión, pensó, intentando encontrarle el humor a la situación. Disgustarse no iba a ayudar a nadie. Era mejor permanecer calmada, racional.

– Yo también tengo parte de culpa de lo que ha ocurrido -dijo, mirando a Lisa-. Debería haber sido más clara en cuanto a lo infeliz que me sentía. En vez de eso, utilicé los ataques de pánico para conseguir lo que quería. Al final, comenzaron a controlarme. Quería recibir un trato de adulta, pero no me comportaba como tal. Era una niña fingiendo que tenía dolor de estómago para evitar un examen de la escuela. Eso estuvo mal por mi parte.

Vaya. Admitir que tenía la culpa de algo no era su distracción favorita, pero tenía que hacerlo.

– No debería haber desaparecido así, no debería haberte dejado en la estacada -continuó-. No fue justo para ninguna de las dos. Lo siento.

– Yo también lo siento -dijo Lisa-. Siento todo lo que ha ocurrido.

Se miraron durante un par de segundos, y después apartaron los ojos. Nunca habían tenido una relación tan cercana como para abrazarse cómodamente, y Claire no sabía cómo continuar.

– ¿Sabes lo que vas a hacer? -preguntó Lisa.

Claire se dio cuenta de que llevaba mucho tiempo evitando la verdad.

– Voy a volver a Nueva York y a retomar mi carrera.

Lisa se recostó en el respaldo del sofá con un suspiro de alivio.

– Gracias a Dios.

Claire sonrió.

– No te hagas ilusiones. Va a haber muchos cambios.

– Lo que tú digas. En serio, tú estás a cargo de las cosas.

– No creo -dijo Claire, sabiendo que Lisa era muy buena en su trabajo, pero también muy obstinada-. Tenemos que llegar a un compromiso. No quiero estar recorriendo el mundo durante semanas -añadió. Pronto tendría que dejar de volar. Su embarazo no lo permitiría, aunque no sabía bien cuándo empezaba aquella restricción.

– Puedes hacer tu propia programación. También tienes el trabajo de estudio.

Claire asintió.

– Y voy a pasar mucho tiempo en Seattle. Quizá compre una casa aquí.

– Puedes tocar aquí, o en San Francisco y Los Ángeles. Incluso en Phoenix. Y también en Japón, cuando quieras ir al extranjero -dijo Lisa, y se inclinó hacia ella-. Podemos conseguir que esto funcione, Claire. Quiero que seamos socias.

Nunca serían amigas íntimas, pero ella también quería que fueran socias.

– Siento un gran respeto por ti -dijo-. El cambio va a ser duro para las dos, tenemos que cambiar hábitos de años.

– Yo puedo cambiar.

Claire sabía que ella también. Ya había empezado.

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