EPÍLOGO

Suecia, a mediados de agosto de 2005


Jasmin se acercó con pasos silenciosos junto a Chris. Él no la escuchó llegar. Se encontraban de pie al lado de un estanque en mitad de los profundos bosques suecos, cerca de la frontera con Noruega. El caluroso sol de la tarde transformó la superficie del agua en un infinito mar de centelleantes diamantes.

Habían transcurrido tres días desde su llegada, y para él fueron los mejores momentos desde hacía mucho tiempo. Si no hubiera sido…

Él la miró.

Tras su regreso de Francia, recurrieron a todos los medios a su alcance para ayudar a Mattias. Chris había hecho referencia, gracias al consejo de Dufour, a la pequeña empresa ubicada en el sur de Alemania, donde salvaron a Mattias con éxito, implantándole en su hígado enfermo por vía de un catéter células de un hígado sano, las cuales se multiplicaron y curaron al paciente. Ina se había encargado en investigar y localizar a la empresa.

– Efectivamente, era Anna -la expresión de una sonrisa se paseó por su cara. Jasmin no lo podía creer todavía.

– ¿Funciona, verdad? ¡Lo veo en tu cara! -Desde que estaban allí, habían aguardado la llamada. Mattias llevaba casi dos semanas en la clínica.

– Sí -Jasmin asintió con la cabeza y sus ojos se le llenaron de pronto de lágrimas. Ella le tomó del brazo-. Anna dice que se encuentra mejor desde hace dos días. Ella al principio no lo creía y por eso no llamó. Sin embargo, todos están muy satisfechos.

Ellos se fundieron en un abrazo. Él pudo sentir su cálido cuerpo, y a continuación su propia excitación espontánea.

– ¡Te quiero! -soltó ella bajo un murmullo antes de darle un breve beso en la boca.

– Y yo a ti.

– ¿Me querrás para siempre?

Él la agarró con la mano debajo de la barbilla, sujetando su cabeza, y volvió a besarla. Él abrió los labios y empleó mayor arrojo, pero ella retiró la cabeza hacia atrás entre risas.

– Quiero una respuesta.

– Ya estamos de nuevo con la eternidad. Tú ya sabes lo peligroso que puede llegar a ser eso.

– Conozco ahí un buen claro… -ella reía mientras corría por la orilla del estanque.


* * *

Colonia, a mediados de agosto de 2005


Al mismo tiempo festejaban los cristianos católicos en Colonia el Día Mundial de la Juventud. El papa constituía entre júbilos el protagonista del evento.

Al margen de las numerosas misas, los múltiples rezos y las demás fatigosas intervenciones, el papa tuvo un encuentro en la catedral de Colonia, del que apenas un puñado de dignatarios iba a saber jamás.

Tan solo un anónimo y corpulento monje, quien había viajado desde Francia varios días antes, acompañó al papa a la catedral durante aquella hora tan temprana.

El desconocido monje fue recibido por un hermano a quien le habían llamado la atención las ásperas manos del monje francés.

– Hace dos días estaba trabajando todavía en la restauración de una pequeña capilla de la isla de Saint Honorat -respondió el monje a la pregunta de su hermano alemán.

Sin embargo, el desconocido monje procedente de Francia no relató que había emparedado trece tablillas de arcilla sumerias debajo del altar de la pequeña capilla.

El monje abrió la puerta y ambos entraron en la parte interior de la nave de la catedral, donde desde una mayor altura reinaba el relicario de oro.

El monje aguardó el gesto con la cabeza del papa, y a continuación abrió el relicario. El papa rescató de un cofrecillo los tres huesos del pastor Etana y los colocó junto a los restos mortales de los Tres Reyes Magos.

Finalmente, el papa tomó un último y pequeño trozo de hueso que descansaba en el cofrecillo. El desconocido monje lo empujó lateralmente hacia un rincón del relicario, donde resultaba imposible verlo. El fragmento era liso, casi negro, y en uno de sus extremos se tornaba blanco.

«Cuerno de carnero», pensó Jerónimo.

El signo de la reconciliación.

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