A la mañana siguiente, el cielo tenía una blancura que auguraba nieve. Bajo aquel cielo apareció el caballo de Elaine, que regresaba al campamento sin la más mínima intención de disculparse por haber estado a punto de romperle la espalda a la muchacha. Por el modo en que le brillaban los ojos, parecía querer decir que no le importaría volver a intentarlo. Elaine había albergado la secreta esperanza de que lo hubieran devorado los lobos.
Thordin vertió estofado en una especie de gruesos bollos de pan que había preparado para contener el guiso. Era una invención suya, inspirada en su tierra natal, que había dado en llamar «bocadillos canguro». Una Elaine más joven hubiera preguntado qué era un canguro, y la descripción dada por Thordin hubiera sido tan divertida que ella no hubiera podido creerle. Sí, claro, un animal que carga con su pequeño en una bolsa. Era una historia típica para engañar a los viajeros que nunca podrían comprobar su veracidad. Pero ella, al igual que todos los demás, también los llamaba «bocadillos canguro».
Elaine estaba sentada sobre un tronco, cerca del fuego, al lado de Blaine, quien daba cuenta de su segundo bocadillo. Silvanus y Averil, sentados enfrente, los observaban atentamente durante la colación matinal.
– ¿Cómo te encuentras hoy? -preguntó Elaine.
– Bastante recuperado -contestó Silvanus haciendo una pequeña reverencia.
Konrad había convencido a los forasteros de que no comentaran con Jonathan las recién descubiertas habilidades de Elaine, por miedo a que ese nuevo don mágico hiciera que el exterminador de magos la instara a recoger sus cosas. Elaine no le había contado a nadie su conversación con Jonathan de la noche anterior. No creía que Jonathan pudiera empeorar su concepto de ella, ni ella la de él.
Fredric y Randwulf se encontraban inclinados sobre el fuego, fuertemente arropados contra el frío. Konrad había vendado las heridas que todavía sangraban, pues el día anterior el estado de Silvanus era aún demasiado precario para poder curarlos. Elaine se había ofrecido voluntaria, pero el elfo lo consideraba prematuro. Él había tenido que ayudarla a sanarlo, y ninguno de los dos guerreros era capaz de hacer algo semejante.
Fredric dio un pequeño mordisco a un «bocadillo canguro». Lo masticó, dándole vueltas en la boca, saboreándolo. En seguida esbozó una amplia sonrisa.
– ¡Es excelente!
En tres bocados terminó con el resto. Randwulf lo igualó, mordisco a mordisco. Era obvio que su apetito no se había visto afectado por el hecho de estar heridos.
El elfo y su hija comían más despacio, pero también parecían disfrutar de la comida. Cualquiera de los que habían probado la cena de Blaine, consistente en salchichas rellenas de una masa gris y bañadas por una salsa indefinida de hierbas, y como postre galletas con frutos secos, se sentía tremendamente agradecido por aquel ágape mucho más sencillo pero comestible. Thordin no tenía pretensiones de gourmet, pero podía cocinar cualquier cosa y convertirla en algo sabroso. En viajes realmente prolongados era mejor no preguntar cuáles eran los ingredientes del estofado. Era el caso de algunas carnes que, a pesar de tener un sabor agradable, eran capaces de revolver el estómago del comensal que conociera su origen.
Elaine volvió a mirar a Silvanus. Había algo diferente en él. Durante la noche había sufrido un cambio que sus ojos podían percibir, pero que su mente no podía dilucidar. ¿De qué se trataba? Su aspecto había cambiado. Aunque no es que se hubiera convertido en una experta en la apariencia de los elfos, ni siquiera de ese elfo en concreto.
A Silvanus no le resultó difícil comer los bocadillos con una sola mano. Tal vez Thordin los había preparado teniendo en mente que los heridos no tuvieran problemas a la hora de comerlos. Era un hombre atento y cortés, aunque muy discreto.
– ¿A cuál de los dos estás mirando? -preguntó Blaine en voz baja, con la cara rozándole el pelo.
Ella sintió una oleada de calor inundándole el rostro, y comprendió que se estaba ruborizando. Era como reconocer su culpabilidad, a pesar de ser completamente inocente.
– Es de mala educación mirar a la gente -respondió ella, ahora con la vista fija en el suelo.
Al margen de lo que hubiera sucedido entre los dos, Silvanus era un perfecto desconocido, y Blaine la había sorprendido mirándolo fijamente. Sería terrible que él también se diera cuenta de que lo estaba observando.
– Entonces, ¿qué es lo que estabas mirando? -inquirió Blaine, con la sonrisa típica de los momentos en los que estaba determinado a burlarse de ella.
– Hay algo distinto en él esta mañana, pero no consigo descubrir qué es.
Blaine echó una mirada por encima del fuego. Averil lo sorprendió mirando y le sonrió. Blaine le devolvió la sonrisa, en absoluto disgustado por haber sido sorprendido mirando a una muchacha hermosa.
– Hacéis buena pareja, vosotros dos, susurrando delante del fuego.
Aquella voz hizo girarse a Elaine. El mago se encontraba justo detrás de ellos. Se les había acercado sigiloso como un gato, sus pasos amortiguados por la nieve.
– No pretendía asustaros -se disculpó.
Elaine quería decir que no lo había hecho, pero aún sentía el corazón en la garganta, y no se atrevió a hablar.
– Nunca antes había visto a un hombre moverse de ese modo, tan furtivamente; sigiloso como un espía -dijo Blaine.
El mago se encogió de hombros.
– Si vives lo suficiente, aprenderás unos cuantos trucos útiles.
– Eso no fue un truco -dijo Elaine con voz suave.
– Tampoco fue magia -replicó el mago.
Elaine frunció el ceño de pronto. No le creía.
– Todos tenemos cualidades innatas, Elaine. En mi juventud me llamaban Gersalius Zarpas de Gato. Entonces se me ocurrió que podía convertirme en ladrón, pero mi madre me dijo que me cortaría las orejas si alguna vez deshonraba a la familia. -Al decir esto soltó una carcajada-. Siempre me amenazaba con cosas semejantes. Pero no recuerdo que utilizara la vara con nosotros en ninguna ocasión.
El mago se sentó a su lado. Thordin le ofreció algo de comida.
– Espero que para tus viejos huesos este deambular no sea tan extenuante como para los míos -dijo el guerrero.
El mago hizo un gesto de asentimiento con la cabeza.
– No se trata tan sólo de la edad, Thordin. Durante años me refugié en mi casa, apartado del mundo. No he participado en un viaje tan largo desde hace más de una década.
– No te oigo quejarte demasiado -comentó Thordin.
– Quejarse sobre las dificultades no hace que éstas desaparezcan, pero sí hace desaparecer a los compañeros.
– Cierto.
Elaine se inclinó aún más cerca del mago y susurró:
– ¿Ves algo distinto en el elfo? Yo sí, pero no sé exactamente qué es.
Gersalius asintió, puesto que tenía la boca demasiado llena para responder. Después de tragar su contenido, comentó:
– Una muchacha observadora. El brazo es ahora más largo.
Elaine se quedó muy quieta, observándolo.
– ¿Qué quieres decir con que el brazo es ahora más largo?
– Que el brazo amputado le está volviendo a crecer. -Siguió comiendo su bocadillo, sonriendo y feliz como si lo que acababa de decir estuviese perfectamente dentro de los límites de lo posible.
– Pero si le arrancaron el brazo por completo…
El mago terminó su bocadillo y se limpió las manos en sus vestiduras.
– Lo viste resucitar a dos muertos del más allá. ¿Por qué no iba a volver a crecerle el brazo?
– No lo sé, pero…
Elaine se limitó a mirarlo fijamente. Hubiera querido decir que era imposible. Se había medio convencido a sí misma de que los dos hombres no habían muerto en realidad; sólo se encontraban gravemente enfermos, y el elfo los había curado. Era una explicación lo bastante milagrosa. Pero el brazo del elfo en efecto había crecido. Había quedado seccionado por encima del codo, y ahora sin embargo casi podía verse la articulación. Era un palmo más largo.
¿Seguiría teniendo la piel suave y una gruesa capa de carne? Elaine sintió el impulso casi irrefrenable de quitarle las vendas, para ver el brazo al descubierto. ¿Apuntaría ya el hueso a través de la piel? ¿Brotaría como una flor?
Su mirada se cruzó con la de Silvanus.
– ¿Quieres preguntarme algo, Elaine?
Sus ojos de oro líquido emanaban tranquilidad y sonreían. Lo rodeaba un aura de paz que a Elaine se le antojó enigmática.
– No era mi intención mirarte fijamente.
– No hay nada de malo en ello cuando el objetivo es aprender. Puedo ver una pregunta en tus ojos. Habla.
Elaine respiró hondo y formuló su cuestión de forma atropellada, como si al pronunciar las palabras más rápido la pregunta no pareciera tan estrafalaria.
– ¿Realmente tu brazo está creciendo de nuevo?
Pero incluso a toda velocidad seguía sonando ridícula. Y, sin embargo, podía comprobar con sus propios ojos que el brazo era más largo.
El elfo sonrió.
– Sí, está volviendo a crecer.
– ¿Te duele?
– No, pero me pica horrores -dijo soltando una risita que recordaba el sonido de unas campanillas lejanas. Las gargantas humanas sonaban de otra forma.
– ¿Cómo es posible que vuelva a crecer? Quiero decir… -Elaine intentó pensar en formas alternativas de expresarse.
– Elaine, pregunta sin más. Nunca se encuentran las palabras apropiadas para semejantes preguntas -dijo Gersalius.
– ¿Cómo vuelve a salir el brazo? ¿Por fases? ¿Primero el hueso y luego la carne que lo recubre, o crece todo al mismo tiempo, como la rama de un árbol?
La pregunta parecía tener un carácter muy personal, pero Elaine quería saber. Ardía en deseos de tocar el muñón en crecimiento. Bajó la vista al suelo, por miedo a que viera el ansia en sus ojos y la malinterpretara.
– ¿Te gustaría verlo? -preguntó Silvanus.
Ella alzó la vista y le escrutó el rostro. ¿Se estaba burlando de ella? No. La expresión de su cara era agradable, pero seria.
– Me encantaría.
El tono entusiasta de su propia voz la sorprendió. Tenía que aprender magia, porque de lo contrario ésta controlaría su ser, pero curar… Sí, también quería aprender a sanar.
Blaine la observaba intrigado. Elaine no le había contado que podría convertirse en una sanadora, como Silvanus. No era su intención ocultárselo; el problema era que ni siquiera ella misma podía creerlo. Era demasiado fantástico y aterrador a un tiempo para compartirlo con nadie, ni siquiera con Blaine.
Elaine le posó una mano en el brazo y se acercó a él para susurrar:
– Te lo explicaré todo más tarde. No quiero que Jonathan se entere.
Blaine se apartó un poco para verle la cara, y después se inclinó para murmurarle al oído.
– ¿Se trata de otra clase de magia?
Elaine asintió.
Él la abrazó brevemente.
– Después me lo tienes que contar todo. -Al decir esto, la expresión de su cara era muy seria.
– Te lo prometo -dijo ella con voz suave.
Con el rabillo del ojo percibió una sombra en movimiento. Jonathan se acercaba a la hoguera, bien arropado en su abrigo por el frío. La capucha impedía verle bien la cara, pero le pareció que estaba ceñudo.
Claro estaba que su suposición podía deberse a su propia inseguridad. No se había dado cuenta de haber hecho nada especial, pero Blaine la asió por el brazo.
– ¿Qué sucede?
¿Qué podía decirle? ¿Que Jonathan le tenía miedo? ¿Que odiaba lo que era? Elaine negó con la cabeza.
– Jonathan está descontento conmigo.
– ¿A causa de la magia?
Ella asintió.
Blaine le apretó el brazo.,
– Todo se arreglará.
Elaine sondeó su rostro, intentando determinar si sólo lo decía para consolarla o si de verdad lo creía así. Parecía absolutamente sincero. Él estaba seguro de ello. Y Elaine hubiera deseado estar igual de convencida.
Silvanus deshizo el nudo del cordel que le sujetaba la manga de la camisa y empezó a retirar la tela.
– ¿Qué haces? -preguntó Jonathan.
– Elaine desea ver el brazo. Tiene curiosidad por ver cómo crece -respondió el elfo, como si se tratase de algo que sucediera todos los días.
Jonathan lo miró de hito en hito.
– ¿Qué quieres decir con que el brazo está creciendo?
– Está volviendo a salir -afirmó Silvanus.
Jonathan negó con la cabeza.
– Creo que me resulta imposible aceptar otro milagro antes del desayuno.
Silvanus sonrió y siguió remangándose la manga vacía.
Jonathan hizo un gesto de rechazo con la mano, como para apartar algo.
– Por favor, preferiría no tener que ver tu brazo herido durante el desayuno.
En el pequeño grupo se hizo el silencio. Un silencio horrible. Thordin se puso en pie, con el cucharón todavía goteando estofado en el suelo.
– Jonathan, el sacerdote es un invitado en nuestro campamento.
– Me parece perfecto que sea nuestro invitado, pero seguramente también en tu país es de mala educación enseñar las heridas durante las comidas.
Visto así, Jonathan tenía parte de razón. No obstante, debería haber callado, puesto que se trataba de un invitado, y a los invitados no se los hace sentir incómodos, no de forma deliberada.
Silvanus hizo una leve inclinación.
– No era mi intención ofenderos. -Averil lo ayudó a desenrollar la manga y atarla con el cordel.
Elaine sintió que la cara le ardía de vergüenza. Silvanus no parecía ofendido, pero no lo conocía lo suficiente para saber si se comportaba así por cortesía.
– Yo le pedí que me enseñara el brazo -dijo poniéndose en pie y enfrentando a Jonathan desde el otro lado del fuego, sin vacilar a pesar de su mirada de desaprobación.
– En ese caso deberíais haber ido a una tienda. Además, no entiendo por qué quieres verlo.
– No es la visión del brazo amputado lo que te incomoda, sino el hecho de que esté volviendo a salir. Y saber que se trata de magia.
En su voz había cierto tono de desdén que casi rozaba el odio. Seguía queriendo a Jonathan, pero estaba empezando a aborrecer su intolerancia.
Jonathan la miró fijamente, con una expresión neutra.
– Tienes miedo -dijo ella.
– ¿Qué pretendes de mí, Elaine? -La voz de Jonathan parecía de pronto cansina.
De repente Elaine se dio cuenta de lo que pretendía. Quería convertirlo en otra persona. Quería que fuera justo. En ese momento se percató de que tal vez le fuera imposible ser justo, de que no sería capaz de cambiar su visión personal del mal. Los ojos le escocían con lágrimas todavía no derramadas.
– Debo acabar de curar las heridas de Fredric y Randwulf -interrumpió Silvanus.
Abstraídos en su conversación, Jonathan y Elaine lo miraron como si fuera una aparición. La voz del elfo era una intromisión, aunque ella no sabía decir si era bienvenida o no.
– Mi intención era curarlos aquí, al aire libre, pero si eso va hacer que te sientas indispuesto, podemos retirarnos a una tienda.
Jonathan sacudió la cabeza con brusquedad.
– Adelante, puedes curarlos. He sido injusto al protestar hace tan sólo un instante. No estoy acostumbrado a esta clase de magia tan extraña. Me resulta… incómodo.
Silvanus lo miró con expresión amable.
– Gracias, Jonathan. Entonces los curaré aquí, al lado del fuego, puesto que hace bastante menos frío que en las tiendas.
Jonathan asintió con un movimiento seco. Tomó un bocadillo de los de Thordin y se sentó al otro lado del fuego, dándoles la espalda para no verlo. Pero Elaine sí podía verle el rostro. Su semblante bastaba para saber hasta qué punto le había costado permitir que Silvanus los curase al lado de la hoguera. Estaba haciendo un esfuerzo. ¿Acaso se arrepentía también de lo sucedido la noche anterior?
El alzó la vista y la sorprendió observándolo. Ambos se sostuvieron la mirada. Elaine esbozó una sonrisa, y Jonathan se la devolvió. La muchacha sintió los primeros indicios de la «magia» como un hormigueo en la piel. Se apartó de la sonrisa de Jonathan para volverse hacia el sacerdote y la sanación. Quería ver cómo se cerraban las heridas en una sanación instantánea. Era lo que decían las leyendas. Historias esperanzadoras narradas al lado del fuego en invierno cuando los lobos aullaban a la puerta.
Elaine se puso en pie y dio unos cuantos pasos hacia el sacerdote. No se volvió para mirar a Jonathan. Temía que de nuevo estuviera enojado. No quería echar a perder la buena voluntad que habían recuperado por ambas partes, pero tampoco deseaba perderse el milagro.
Silvanus tomó el brazo vendado de Fredric con la mano sana. No echó la cabeza hacia atrás, como cuando los había resucitado. Se trataba de una tarea más simple. Se limitó a rozar la herida y utilizar el poder.
Elaine sintió el poder latiendo en su cuerpo, pero algo no iba bien. No sabía de qué se trataba, pero lo notaba distinto. Incompleto.
Silvanus encorvó los hombros, y su tensión se hizo evidente. El esfuerzo provocó visibles sacudidas en sus clavículas. La mano temblaba. Alzó la palma de la zona vendada.
– Retira la venda -pidió a Fredric.
– ¿Qué pasa, Silvanus? -preguntó éste.
– Retira la venda, por favor.
Fredric se limitó a hacer lo que le había pedido, sin rechistar. Al quitar las vendas manchadas de sangre, la herida seguía allí, sin sanar.
Fredric lo miró boquiabierto.
– ¿Qué ha pasado, Silvanus?
El elfo negó con la cabeza.
– Randwulf, descubre una de tus muñecas heridas, por favor.
El joven ya no gastaba bromas, y se limitó a quitarse la venda de la muñeca derecha. La herida había dejado de sangrar, pero seguía siendo una mordedura abierta, de aspecto desagradable y todavía dolorosa. Sin decir una palabra, Randwulf tendió el brazo al sacerdote.
Silvanus tocó la herida con las yemas de los dedos, con suma delicadeza. Recorrió el desgarro como si lo estuviera examinando. Randwulf hizo una mueca de dolor, pero no se quejó.
El elfo rodeó la herida con la mano e inclinó la cabeza, en un esfuerzo por concentrarse. De nuevo hizo aparición la magia, cada vez más intensa, aleteando en el aire como un pájaro enjaulado, un pájaro que no supiera hacia dónde debía volar. Algo no iba bien. Elaine no hubiera podido decir de qué se trataba exactamente, pero sabía que el proceso no seguía su curso normal. Las miradas que intercambiaron ambos guerreros bastaban para darse cuenta de ello, aun sin tener la capacidad para sentir la magia de la sanación. Estaban conmocionados, aterrorizados.
Averil se arrodilló al lado de su padre, que seguía estremeciéndose, esforzándose por curarlos, y le posó las manos en los hombros.
– Padre, padre, por favor.
Pero él se deshizo de sus manos y se desplomó en el suelo. El abrigo barrió el fuego. Elaine se arrodilló y rescató la prenda, que todavía no había empezado a arder.
El elfo se volvió hacia Elaine.
– No puedo hacerlo. No puedo curarlos.
Tenía el rostro contraído por la angustia.
– Claro que puedes -lo animó Elaine.
Era mentira, y ella lo sabía incluso al decirlo, pero lo dijo de todos modos.
– Mago -dijo Silvanus, buscando a Gersalius con los ojos.
Gersalius se acercó hasta plantarse delante del elfo.
– En efecto, amigo mío. -Su voz traslucía una profunda compasión.
– Dijiste que no sería capaz de curar en Kartakass. ¿Por qué?
– Desconozco la razón, Silvanus. Sólo sé que es así.
Silvanus se volvió hacia Thordin, que seguía arrodillado al lado del fuego, removiendo su guiso mientras observaba al sacerdote.
– Tú viniste acompañado por una sacerdotisa. ¿Llegó ella a saber por qué no podía seguir curando?
– Kilsedra me dijo que ya no podía llegar a su dios, que de algún modo había quedado separada de su deidad -dijo Thordin con voz pastosa; le costó mucho decir esas palabras.
Silvanus negó con un movimiento de cabeza.
– Eso es imposible. Bertog no puede quedar separado de sus sacerdotes. No, no puede ser eso.
Thordin se encogió de hombros.
– Sólo puedo decirte lo que oí en boca de Kilsedra. Yo no soy sanador.
Silvanus se volvió hacia Elaine. Sus brillantes ojos buscaron su rostro.
– Elaine… -empezó a decir.
Evitó mirar hacia el lugar en el que se encontraba sentado Jonathan. No debía hacerlo. Konrad le había explicado en parte la difícil situación por la que atravesaba Elaine, y el sacerdote había prometido no revelar que ella también poseía aquella magia.
Elaine volvió la vista atrás y vio a Jonathan observando. La novedad le había hecho olvidar sus remilgos. Estaba atento e intrigado. Si no hubiera estado tan aterrorizado, se habría mostrado casi tan curioso como ella, como era natural en él el hecho de interesarse por todo. Pero su miedo se interponía como una pared infranqueable.
Si Jonathan hubiera sabido lo que Elaine había hecho, seguramente la consideraría aún menos humana. Se volvió hacia Silvanus, que ahora la miraba con calma. Sabía que él no le reprocharía nada si se negaba. Si la hubiera amenazado o intentado convencer de otro modo, Elaine habría podido negarse, pero a aquellos ojos tranquilos y pacientes… no podía decirles «no». Pero lo principal era que no quería negarse esa posibilidad. Quería saber si podía hacerlo, si podía conseguir que una herida se cerrase con un simple roce.
– Enséñame cómo -dijo haciendo un gesto de asentimiento con la cabeza.
Silvanus le ofreció una sonrisa cuyo calor la reconfortó como si se tratase del mismo sol.
– Toca la herida de Fredric.
– ¿Qué dices? -interrumpió Thordin-. Elaine no es una sanadora.
– Sí que lo es -rebatió Silvanus-. Colaboró en mi sanación ayer.
– Elaine -intervino Gersalius-, eso es fantástico.
Thordin lanzó una exclamación de sorpresa.
Todos volvieron su atención hacia el sacerdote, decididos a hacer caso omiso del exterminador de magos en la medida de lo posible; si es que alguien era capaz de hacer caso omiso de una tormenta inminente, a punto de estallar en cualquier momento.
– Toca la herida, Elaine, explórala. Memoriza su tacto en la yema de los dedos -la animó Silvanus.
Elaine vaciló, con las manos rozando casi la carne desnuda de Fredric. Estaba ansiosa por tocar la herida y explorarla, pero…
– ¿No le dolerá?
– Un poco, pero eres novata en esto. Debes comprender la naturaleza de una lesión antes de intentar curarla. Debes sentirte libre para tocar la herida tanto como te sea necesario. -Alzó la vista hacia la enorme cara del guerrero-. Fredric aguanta bien el dolor. No te guardará rencor por ello.
– Si de veras puedes curarme, muchacha, sólo tendré elogios para tu nombre.
Elaine seguía vacilando.
– ¿Y sino puedo?
– Por lo menos lo habrás intentado, y sólo por ello cantaré tus alabanzas. -Por debajo del mostacho asomó una sonrisa.
Elaine le devolvió una sonrisa nerviosa y dejó que sus dedos tocaran la herida. La piel aparecía replegada sobre sí misma allí donde los colmillos la habían desgarrado. Con las puntas de los dedos recorrió el corte profundo y las protuberancias que presentaba la piel, bajo las cuales se abrían huecos resbaladizos.
Observó el rostro de Fredric, pero éste mostraba una expresión neutra.
– Si te duele, dímelo, y pararé.
Él negó con la cabeza.
– En mi vida he permitido que me hagan cosas mucho peores que soportar que una dama me toque una insignificante herida.
Pero la herida no era insignificante, y todos lo sabían. Gracias a la sanación parcial practicada por Silvanus el día anterior podía volver a utilizar el brazo, pero hasta que no se hubiera curado por completo no estaría en disposición de volver a luchar. Normalmente cargaba con un enorme mandoble a la espalda, y necesitaba dos brazos en perfectas condiciones para poder empuñarlo.
Ya había inspeccionado la superficie de la piel, pero los dedos querían ir más allá. Elaine miró a Silvanus.
– No quiero herirlo.
– ¿Recuerdas cuando exploraste mi fuerza vital en la tienda, hasta que notaste la oscuridad?
Elaine asintió.
– Debes explorar la herida del mismo modo y descubrir si los daños son superficiales, o si músculos y huesos han quedado afectados. Lo que hiciste ayer es mucho más difícil, puesto que el aura no es tangible; ni siquiera es posible visualizarla. Una mordedura puedes verla con los ojos, tocarla con tu propia piel. Cuando hayas reconocido la superficie de una herida, sigue buscando hacia el interior, pero no con los dedos. Ayer sentiste que podías sostener mi corazón entre tus manos, ¿no es cierto?
– Sí.
– Estudia la herida hasta que sientas que los dedos se funden con la carne, y comprueba si los músculos están heridos.
Elaine se inclinó de nuevo sobre la herida. Respiró hondo y ejerció presión con los dedos en las marcas dejadas por los colmillos. Fredric no pudo evitar dejar escapar una repentina exhalación. Elaine no alzó la vista. No estaba segura de poder continuar si veía dolor en sus ojos. Pero quería hacerlo. Sentía aquella fuerza que aumentaba en intensidad. Fluía a través de ella, procedente de Kartakass. El país estaba con ella. Podía sentirlo, casi como si tuviera curiosidad.
Los dedos se hundieron en la carne. Fredric profirió un resoplido de dolor. Elaine cerró los ojos, presionando el brazo con ambas manos. Se adentró aún más en la herida, con los dedos curvados, en busca de la carne desgarrada, profundizando en las heridas. Era como si las puntas de sus dedos se deslizaran hacia el interior de las heridas, cada vez más adentro, viajando a través de las fibras musculares. La sangre fluía alrededor de ellos con toda normalidad bajo la superficie, como un río oculto. Llegó hasta el hueso, tanteándolo como si se tratara de una obra de orfebrería, intentando memorizar su tacto.
– ¿Hay alguna herida por debajo de la superficie? -Incluso la voz suave de Silvanus la sobresaltó. Perdió el contacto con el hueso resbaladizo y con el músculo activo. Parpadeó y dejó caer las manos en su regazo.
– Hay algunas contusiones, pero nada más. No hay nada roto.
Silvanus sonrió.
– Bueno, entonces ha llegado el momento de curar la herida.
– ¿Cómo debo hacerlo?
– Debes proceder de dentro afuera. Busca la carne magullada y cúrala, después ve avanzando hacia afuera, dejando las heridas cerradas a tu paso.
Ella lo miró fijamente, arrugando el ceño.
– Creo que comprendo que en primer lugar se deben curar las contusiones interiores, pero ¿cómo se cerrarán las heridas a medida que mis dedos avancen hacia el exterior? ¿No tiene más lógica alisar las heridas para cerrarlas, como si hiciera cerámica, y arreglar los agujeros en la arcilla mojada?
– Si para ti eso tiene sentido, entonces hazlo así, Elaine. No sé nada de brujería, pero la sanación es algo muy personal. Cada sanador cuenta con su propia imaginería. Tú utilizas imágenes similares a las mías, pero sé que otros sacerdotes se mueven sólo por instinto. Mientras funcione, no importa demasiado cómo.
Elaine buscó de nuevo el brazo de Fredric. Miró fugazmente su rostro y luego volvió a la herida. Le había hecho daño, lo sabía, pero era más importante curar la herida que aliviar el dolor.
Esta vez sus dedos se movieron con más facilidad hacia el interior de la carne. Las yemas de los dedos recorrieron los músculos y la sangre que rodeaban el hueso en toda su longitud. Abrió los ojos, sólo por curiosidad, pero las manos descansaban en la parte superior del brazo, con un aspecto aparentemente normal. Si no fuera porque podía sentirlo ella misma, no habría pensado que estaba sucediendo algo anormal.
Al ver que con los ojos abiertos podía seguir sintiendo el hueso, decidió mantenerlos así. Era una sensación extraña, casi de vértigo. La vista le decía que simplemente estaba sosteniendo el brazo de Fredric, pero el tacto le recordaba que tenía los dedos profundamente incrustados en su carne. En teoría no debería poder vérselos en absoluto,pero ahí estaban.
– No te distraigas -susurró Silvanus, el cual estaba arrodillado a su lado, con un hombro casi pegado al suyo. Elaine no lo había oído acercarse-. Que no se te escape la sensación de profundidad, pero recuerda el motivo por el que has llegado hasta allí: estás ahí para curar, no simplemente de excursión.
Elaine se sonrojó. Había estado jugando en el interior del brazo del hombre sin curarlo, simplemente disfrutando de la sensación. Alzó la vista hacia Fredric. Su rostro tenía una expresión tranquila y al mismo tiempo de perplejidad.
– Lo siento -dijo Elaine.
– No, Elaine -dijo Silvanus-, no te distraigas, ni siquiera con palabras o sentimientos de compasión. Concéntrate en la herida. Cúrala.
– ¿Cómo? -Elaine inició un movimiento de cabeza para volverse hacia el elfo. Pero él, con suma delicadeza, le hizo girar la cara hacia la herida-. Ten ojos sólo para esto. Siente exclusivamente esto.
Respiró hondo y siguió sus indicaciones. Percibió el alcance de la contusión: se extendía hasta llegar al hueso. Rotura de los vasos sanguíneos, la carne casi prensada. Deseaba sanar los vasos, suavizar la carne por dentro y por fuera. Pasó las puntas invisibles de sus dedos por el tejido, como si se tratase de una masilla.
Las fibras de carne rota se cerraron tras sus dedos, como un muro que se reparase a sí mismo. Los dedos regresaron poco a poco al exterior hasta que Elaine pudo sentirlos descansando en el brazo de Fredric. Bajó la vista hacia la carne desgarrada.
Elaine pasó la mano por encima de los desgarros. Alisó la piel, que se dejaba modelar como si fuera arcilla bajo sus dedos. La carne parecía fundirse, reconstruyéndose a medida que recorría la herida con los dedos y el pulgar. Por último, tomó el antebrazo entre sus manos y alisó la piel como si le estuviera dando un masaje.
A continuación colocó el brazo sobre el regazo y lo examinó por todas partes. Pero no necesitaba que sus ojos le dijeran que estaba curado. Al realizar los últimos movimientos para alisar la carne, había notado que ésta se encontraba completa, en una pieza, sin imperfecciones.
– Ya está -concluyó Elaine, percibiendo un tono de asombro en su propia voz.
Fredric alzó el brazo ante su cara y lo giró para observarlo. Pasó una mano por la zona en la que antes había una mordedura.
– Ni siquiera ha quedado una cicatriz. Silvanus, no hay cicatriz.
El elfo se acercó lentamente y asió el brazo. Pasó los dedos por la carne curada.
– Bertog sea loado. Es como si la piel nunca hubiera sido perforada.
– Conocí a un sanador que podía curar así -comentó Thordin-, pero era una autoridad del templo.
Silvanus alzó la vista hacia el guerrero.
– Sólo he conocido dos sacerdotes capaces de algo semejante. -Recorrió de arriba abajo la suave piel-. ¿Te duele?
Fredric levantó el brazo y flexionó la muñeca.
– La sensación es fantástica, casi mejor que antes.
– Ahora me toca a mí -dijo Randwulf, estirando ambos brazos heridos.
No estaba sonriendo; no era momento para bromas. Elaine no lo conocía lo suficiente para leer su expresión, pero era solemne, como si estuviera impresionado.
– ¿Cómo te encuentras, Elaine? -preguntó Silvanus.
– Bien.
– ¿No estás cansada?
– No -respondió, negando con un movimiento de cabeza.
– ¿En absoluto? -preguntó Silvanus-. Asegúrate de que no estás cansada, Elaine. Acabas de llevar a cabo tu primera cura importante. Tienes que ser precavida en cuanto a la preservación de tus fuerzas.
Elaine se reclinó hacia atrás y observó su cuerpo. ¿Cómo se sentía? No estaba cansada. Al contrario, se encontraba estupendamente, como nueva, viva.
– No estoy nada cansada. Me siento muy bien.
Silvanus la miró fijamente, como intentando evaluar su reacción.
– No te sientas obligada a ser fuerte por los demás. Si estás demasiado cansada para curar a Randwulf, podrías hacerte daño a ti misma.
– Me siento bien.
– ¿Qué clase de daño podría sufrir?
Jonathan se encontraba justo detrás de ella, alto e intimidatorio, aunque en realidad estuviera preocupado por su seguridad. Pese a lo sucedido la noche anterior, se preocupaba por ella. Elaine alargó la mano hacia él, para demostrarle que su inquietud la conmovía. Pero Jonathan retiró la mano bruscamente, como si su roce le quemara.
Elaine dejó caer la mano sobre el regazo, pero se quedó mirándolo a los ojos, y no pensaba apartar la vista, no se lo pondría tan fácil. Jonathan no le devolvió la mirada; en lugar de eso, siguió observando al elfo.
– Si se encuentra demasiado cansada e insiste en hacer una sanación, puede que haga uso de su propia fuerza vital. Elaine podría agotar su propia vida, consumiéndola en Randwulf. Es una principiante, y todavía desconoce las señales. Podría matarse a sí misma para dar a otros la vida.
Jonathan por fin desvió los ojos hacia ella, para mirarla a la cara. Respiró hondo y le acarició el pelo con las puntas de los dedos.
Elaine alzó la mano muy despacio. El no se apartó. Ella le rozó la mano y él apretó sus dedos ligeramente.
– No quisiera que te pase nada malo, Elaine.
– Me encuentro bien, de veras.
Colocó la mano de Jonathan en su mejilla como hacía cuando era pequeña. Jonathan sonrió, y ella se dio cuenta de que hacía muchas horas que no se sentía tan bien.
– Entonces cúralo, pero ten cuidado.
Le dio unas palmaditas en la mejilla y retiró la mano de entre las suyas con delicadeza. Elaine se volvió hacia Randwulf.
– ¿Debo proceder del mismo modo?
– Sí -dijo Silvanus-, se trata prácticamente de la misma clase de herida. Puedes curar cada muñeca de una en una, o ambas a un tiempo.
– ¿Cómo puedo curarlas a la vez?
Silvanus sonrió, casi con amargura.
– Eres ambiciosa, muchacha, ¿no crees?
– Es una sensación… maravillosa.
Silvanus rozó la cara de Elaine, mientras se adentraba en sus ojos como si éstos fueran a revelarle sus secretos.
– ¿Estás diciendo que el hecho de curar te hace sentir bien?
– Sí. -La expresión del rostro de Silvanus la obligó a preguntarle-: ¿Acaso tú no sientes lo mismo cuando realizas sanaciones?
– No, Elaine -respondió en un susurro-, no me siento como tú.
– ¿Es algo malo?
– En absoluto, simplemente es extraño.
– ¿Hasta qué punto es extraño? -preguntó Jonathan.
– Extraño en el sentido de que he leído sobre personas que se sentían así después de curar, pero nunca he conocido ninguna -aclaró Silvanus.
– No lo entiendo -repuso Elaine-. ¿Por qué es tan insólito el hecho de que me sienta mejor después de haber curado la herida de Fredric?
– Durante una batalla, podrías curar a mucha más gente que yo. Cuando yo me cansara, empezaría a hacer uso de mi fuerza vital. Pero si tú estás haciendo lo que yo creo, nunca te fatigarás. Siempre serás capaz de curar, una y otra vez. Es un gran don.
– Ya basta de hablar sobre teorías de la magia -interrumpió Randwulf-. Estoy harto de estas heridas. -Acto seguido, volvió a estirar ambos brazos hacia Elaine.
– Randwulf, estás siendo impertinente -lo increpó Silvanus.
El joven sonrió, y después le guiñó un ojo a Elaine.
– Si dejáis de hablar de una vez, esta bella mujer posará las manos sobre mi carne desnuda. Perdonad si estoy impaciente.
Elaine observó la sonrisa de suficiencia en su cara. No le gustaba Randwulf, pero quería tocar las heridas. Eso era lo importante, y no el sujeto de la sanación.
– Discúlpate inmediatamente -dijo Averil, en un tono indignado.
– No es necesario -dijo Elaine-, está bien.
Debería haberse sentido avergonzada, pero no lo estaba. Sentía grandes deseos de curar, no sólo a Randwulf, sino cualquier lesión corporal; tocar y sanar. Sus manos ardían de impaciencia.
Elaine pasó los dedos por las muñecas de Randwulf. La carne aparecía perforada, pero en mejor estado que el brazo de Fredric. Los lobos se habían limitado a sostenerlo con los colmillos para que la bestia pudiera asestarle el golpe mortal.
Tomó cada muñeca en una mano. Randwulf alzó los brazos, acercando el dorso de las manos de Elaine a su cara como para besarlas. Elaine clavó las uñas en las heridas abiertas. Randwulf se echó hacia atrás con un bufido. Los dedos invisibles de Elaine se hundieron en la carne y recorrieron los huesos. Fue tan fácil que casi le resultó decepcionante. Eliminó la contusión, y las manos volvieron a descansar sobre la piel. Ejerció presión, hasta el punto de que Randwulf dio un grito ahogado; después siguió hacia abajo, allanando las marcas de los colmillos con un solo movimiento brusco.
Randwulf se llevó los brazos al pecho, haciendo una mueca de dolor.
– Silvanus nunca me hizo tanto daño.
– Nunca intentaste besarme las manos -dijo éste.
– En adelante prometo evitar cualquier clase de provocación. Pero, por favor, no seas tan brusca con la herida de la nuca. -Se llevó una mano hacia ella para tocarla suavemente-. Ya me está doliendo.
– Si te comportas, prometo no hacerte daño a propósito -fue la respuesta de Elaine.
El se llevó una de las manos recién curadas al corazón.
– Palabra de honor -dijo.
– ¿Tu piel tiene el mismo aspecto impecable que la mía? -preguntó Fredric.
Randwulf tendió ambos brazos al guerrero, el cual los examinó con las manos.
– No hay cicatrices. -El hombre corpulento parecía perplejo. Dirigió la mirada hacia Elaine-. Si te hubiese conocido antes, mi cuerpo no parecería un mapa de cada combate en el que he participado.
– Mi padre lo hizo lo mejor que pudo -dijo Averil.
Silvanus le propinó unas palmaditas en la mano.
– Está bromeando, hija.
– ¡Ah! -prosiguió Fredric-, hubiera muerto en más de una docena de ocasiones de no haber sido por tu padre.
– A mí todavía me duele algo -interrumpió Randwulf-. ¿Podría curarme Elaine ahora?
Averil lo golpeó en uno de los brazos recién curados.
– Eres un sinvergüenza desagradecido.
Él sonrió.
– En efecto, lo soy.
– Si pudieras curarlo antes de que haga aún más el ridículo -comentó Silvanus-, te estaríamos muy agradecidos.
Elaine miró a Randwulf, haciendo caso omiso de la sonrisa que todavía se dibujaba en su cara. Estaba concentrada en la herida, visualizándola en su mente.
– Creo que debería tumbarse para poder curarlo.
– No lo digas -le advirtió Averil a Randwulf.
Éste agachó la cabeza, queriendo fingir que se sentía violento, pero no lo consiguió.
– No he dicho nada.
– Sigue así -le recomendó Fredric.
Elaine pensó que debía de haber perdido el hilo de la conversación, pero no le importaba. Quería ver la herida de nuevo. Procedió a quitarse el abrigo.
– ¿Qué haces? -preguntó Jonathan.
– Necesita algo sobre lo que tumbarse.
– Creo que podemos ir a buscar una manta -dijo Jonathan-. No queremos que te resfríes.
Elaine volvió a ceñirse el abrigo.
– ¡Caray! He perdido la oportunidad de tumbarme sobre una tela caliente y además impregnada de su olor-se lamentó Randwulf.
Elaine lo miró. La noche anterior sus palabras la hubieran importunado, pero ya no. Estaba tan ansiosa por tocarlo como él a ella, aunque por motivos muy distintos.
Blaine llevó una manta y la dispuso ante el fuego. Randwulf se arrodilló sobre ella.
– ¿Podrías desabrocharte el cuello para que pueda poner las manos sobre la herida? -preguntó Elaine.
Él abrió la boca para decir alguna broma ingeniosa, pero Elaine alzó una mano y dijo:
– Me estás haciendo perder el tiempo. ¿Quieres que te cure, sí o no?
Randwulf adoptó la expresión más sobria que pudo y respondió:
– Sí, por favor.
– Entonces desabróchate el cuello y túmbate ante el fuego.
El joven hizo lo que se le indicaba. Elaine se arrodilló a su lado y retiró las pieles hasta la altura de sus hombros, para dejar la herida al descubierto. Cada una de las marcas de los colmillos era un pequeño charco de sangre congelada, con la particularidad de que la sangre se agitaba, pero permanecía en cada uno de los huecos sostenida por algo más misterioso que el hielo.
– ¿Tu sanación hizo esto? -preguntó.
Silvanus atisbo por encima del hombro.
– Sí. No tuve la suficiente fuerza para curarla del todo, pero sí para restaurar la espina dorsal y las heridas más profundas.
Los dedos de Elaine rozaron la herida.
– ¿Habrá diferencia respecto a la sanación de heridas menos graves?
– Puede que no haya ninguna. Parece que tienes una habilidad innata para estas cosas. Explora la herida y compruébalo por ti misma.
Las manos se posaron sobre la piel, casi como por voluntad propia. Las puntas de los dedos recorrieron los bordes de las profundas marcas. Esperaba encontrar algo que sostuviera la sangre en su sitio, pero los dedos sólo sintieron algo húmedo. Para su asombro, la sangre estaba caliente, a temperatura corporal.
La sangre manó alrededor de los dedos, formando finos hilillos que se abrieron camino por la piel. Hundió los dedos en las heridas abiertas. Randwulf jadeó y levantó la cabeza. Elaine lo obligó a bajarla de nuevo con una mano. La sangre le manchaba los rizos.
Los dedos invisibles se deslizaron por debajo de la piel. La espina dorsal no estaba completamente curada. Pudo seguir cada articulación entre las vértebras, pero las correspondientes a las cervicales presentaban un grosor fuera de lo normal, debido a los tejidos óseos creados por la cicatriz. Dos de las vértebras habían quedado unidas. No era de extrañar que le doliera el cuello. Si permitía que los huesos se soldaran, Randwulf perdería parte de la movilidad del cuello. Elaine desconocía la razón por la que estaba tan segura, pero de pronto no sólo podía ver la herida, sino que sabía lo que significaba y las secuelas que dejaría de no curarse correctamente.
Era como si en el interior de su mente se hubiera abierto una ventana hasta entonces cerrada, y a través de ella pudiera ver cosas que antes le estaban vedadas.
Tocó el hueso y lo frotó entre sus dedos. No era como la sanación de las otras heridas. El hueso ya no estaba roto, pero tampoco se había soldado como debería, así que empezó a buscar los defectos. La sangre fluía en una cortina por las manos de Elaine, bajándole por el cuello. Dio un masaje sobre las protuberancias de las vértebras una y otra vez, hasta igualarlas. Las uñas invisibles de sus dedos seccionaron la soldadura para abrirla de nuevo. Las manos movieron el cuello hacia adelante y hacia atrás con facilidad.
– ¿Te duele?
– No -respondió Randwulf en un tono no carente de sorpresa.
La sangre que fluía por sus manos estaba muy caliente, y se extendía por la nieve como si fuera un refresco de frutas. Las salpicaduras de color carmesí fascinaron a Elaine. Había tanta sangre que ésta empezó a abrirse camino a través de la nieve como un torrente de aguas termales.
– Cierra las heridas, Elaine. -La voz de Silvanus seguía siendo tranquila, pero traslucía cierto apremio.
Elaine se volvió despacio hacia él, pues le costaba apartar la vista de la sangre; quería observarla, sentir cómo manaba sobre sus manos para siempre.
Silvanus le puso la mano en el hombro.
– Elaine, cierra las heridas.
Ella volvió a dirigir su atención hacia el cuello sangriento. Las heridas ya no eran visibles porque la sangre las cubría por completo, pero Elaine podía sentir las marcas de los colmillos en las manos. Randwulf yacía inmóvil bajo ellas. Profundizó con el tacto en el cuerpo del joven. Y vio que la vida se le escapaba. Estaba muriéndose. ¿Por qué?
Observó la sangre que se extendía por la nieve.
– Lo estoy matando -dijo en un susurro.
– Sí -confirmó Silvanus.