Capítulo 7

Jonathan estaba sentado ante su escritorio, con los brazos cruzados. Notaba que tenía el ceño fruncido, pero no le importaba. Si por algo valía la pena poner mala cara, ésa era una buena razón.

Teresa se encontraba de pie, apoyada en la pared opuesta. También tenía los brazos cruzados, apretados contra el estómago, en señal de enojo. Su larga cabellera oscura brillaba como el pelaje de un animal bajo la luz de la lámpara. Los vivos colores de sus ropajes resplandecían con un reflejo radiante. El juego de luces y sombras resaltaba aún más las rotundas facciones de su rostro. La mera visión de su gesto causaba dolor a Jonathan, pero le había pedido un imposible.

– No, Teresa, no puedo aprobarlo. -Su voz contenía firmeza y moderación. Tenía razón, y en última instancia ella también se daría cuenta.

– Tú no viste a Elaine en la cabaña ayer, Jonathan. Ahora que es consciente de que es maga, su magia se está manifestando con más fuerza y rapidez. Si Gersalius no hubiera estado allí, podría haberse visto arrastrada a las puertas de la muerte de nuevo.

– Por lo que me cuentas, si el mago no se lo hubiera pedido, ella no hubiera intentado esa… magia.

– No, pero la próxima visión la hubiera puesto igualmente en peligro. Por lo menos ahora sabe controlar mínimamente la magia.

Teresa se apartó de la pared y empezó a dar vueltas por la pequeña habitación. Su energía parecía llenar la estancia, haciendo que encogiera y palideciera en su presencia. Estaba llena de vida, toda ella nervios y emoción, toda ella fuerza física.

Jonathan era consciente de que ella era su equilibrio, que compensaba su mente calculadora con la impetuosidad, su carácter reflexivo con el corazón, su madurez con la juventud. Incluso mientras discutían, una parte de él quería decir sí, simplemente porque se trataba de ella. Pero no, esta vez no. Por los dioses que esta vez no cedería terreno.

– Antes de esta noche, hubiera estado de acuerdo contigo -dijo Teresa, deteniéndose ante él con las manos en las caderas-. Pero Gersalius debe acompañarnos a Cortton.

Él negó con la cabeza.

– No. -Era una sola y simple palabra; ¿por qué no podía entenderlo?

Teresa se alejó de él, caminando arriba y abajo por el estudio como si se tratara de una jaula.

– En caso contrario Elaine debe quedarse aquí, con el mago.

– No.

Teresa se revolvió como un torbellino.

– ¿Por qué?

– No quiero que el mago se quede aquí mientras no estamos. Podría embrujar la casa entera, incluyendo a Elaine, antes de nuestro regreso.

– ¿Realmente crees que haría algo así?

Teresa se encontraba de nuevo de pie frente a él, mirándolo con sus ojos negros, amables y escrutadores a la vez. Emanaba ira. Teresa no podía permanecer enfadada demasiado tiempo, por lo menos no con él. En realidad, aquella actitud razonable se le antojaba más peligrosa incluso. Mientras siguiera despotricando, él podía seguir oponiéndose. Pero ¿cómo seguir discutiendo con razones?

Desvió la mirada de aquellos ojos escrutadores. El hecho de que no pudiera sostenerle la mirada era una mala señal. Estaba perdiendo y no sabía muy bien el motivo.

– Con toda seguridad, eres capaz de entender que no podemos llevar a un mago con nosotros en una misión. Yo soy exterminador de magos. No puedo llevar conmigo a uno de ellos para que me ayude.

– No estará allí para ayudarte, Jonathan, sino para evitar que Elaine acabe consigo misma sin querer.

– No puede ser tan grave. Ha sobrevivido durante todos estos años.

Teresa negó con la cabeza, y su oscura melena se deslizó sobre sus hombros.

– Te acabo de contar lo que ha sucedido esta noche. Parecía otra persona, Jonathan. -Al volverse hacia él, la expresión de su cara contenía algo que él no esperaba: miedo.

Jonathan alargó el brazo sin pensar, hasta rozarle el suyo. ¡

– ¿Realmente tienes miedo de nuestra pequeña Elaine?

Teresa posó una mano sobre la de él y la apretó con suavidad.

– Ella nunca nos haría daño a propósito; estoy segura de ello. Con anterioridad a esta noche sólo temía por su seguridad, pero ahora… -Teresa se arrodilló a sus pies, la mano de Jonathan entre las suyas. Alzó la vista-. Se convertirá en una poderosa maga, Jonathan. Y eso no podemos cambiarlo.

Él abrió la boca para rebatírselo, pero ella le rozó los labios con la punta de los dedos y la protesta quedó ahogada, sin expresar.

– No podemos cambiarlo, Jonathan. Después de lo que he visto esta noche, lo sé con toda seguridad. Lo único que podemos hacer es aleccionarla para que sea una fuerza del bien y controlar que no se haga daño a sí misma o a otra persona accidentalmente.

Después apartó la mano de su boca.

– La magia buena no existe. Toda ella tiene un carácter maligno.

– Entonces Elaine es malvada -añadió Teresa en un susurro-. Pero tú no puedes pensar eso realmente. Hemos educado a esta muchacha durante ocho años. Sabes que tiene buen corazón. Lo sabes.

Jonathan se puso en pie, apartándose de sus manos, del olor de su piel. No dejaría que la belleza lo convenciera de hacer caso omiso de su sentido común. Se dirigió hacia la ventana y miró hacia el frío patio.

En la cabaña del mago podía verse la luz de la lumbre. Jonathan golpeó con el puño la pared contigua al cristal.

– La magia corrompe todo lo que toca. He sido testigo de ello, una y otra vez.

Sintió que ella se acercaba a él por la espalda. No necesitaba ojos para percibir sus movimientos. Notaba su presencia como una enorme fuerza irresistible. El amor y la pasión pueden ser tan poderosos como cualquier estrella.

Las robustas manos de Teresa se posaron en sus hombros, mientras apretaba el cuerpo contra su espalda.

– No podemos cambiar lo que le ha pasado a Elaine. Lo único que podemos hacer es protegerla lo mejor que podamos, como harían unos padres cualesquiera.

Jonathan inclinó la frente contra el cristal helado. Un mago estaba durmiendo justo ahí debajo, detrás de los robustos muros que Jonathan había erigido. Un mago dentro de su propia fortaleza. Era indignante.

– Podemos dejar aquí a Elaine bajo la custodia de Gersalius o llevar a ambos con nosotros. Esas son las dos opciones con las que contamos, amor mío. -Su voz era ahora un hálito suave y cálido en su nuca.

Jonathan se irguió. Los brazos de Teresa lo rodearon por la cintura, y él apretó sus manos contra las de ella.

– Vendrán con nosotros.

Teresa lo abrazó aún más fuerte, acurrucándose más cerca de él. ¿Por qué ese pequeño gesto hacía que valiera la pena ceder en una docena de ocasiones?

– Tal vez deberíamos pedirle al mago que examinara también a Blaine -añadió Jonathan.

Teresa se quedó muy quieta.

– ¿Qué quieres decir?

– Su sensibilidad respecto a los animales, a las plantas: dijo que el árbol estaba muerto, incluso tras haberlos atacado. Sabía que estaba muerto. Y tú me acabas de contar que la magia de Elaine lo confirma.

– ¿Crees que Blaine también podría ser un mago? -Teresa formuló la pregunta casi en un susurro, con sumo cuidado.

– No lo sé.

– ¿Pero temes que así sea?

– Me temo que hemos albergado serpientes entre nosotros sin saberlo.

– No puedes creer de veras que los gemelos son malvados.

– Jonathan. -Teresa apretó su abrazo al decir esto-. No es posible.

– Ya no sé qué creer, Teresa. Si hace un par de días me hubieras dicho que alojaría a un mago en mi casa… -El resto de su pensamiento quedó inexpresado.

Ella le besó la nuca con ternura.

– Has sido muy valiente al permitir que Gersalius se quedara.

– No puedo permitir que Elaine muera debido a mis prejuicios. Eso sería intrínsecamente malvado.

Teresa lo hizo volverse hacia ella y la cálida y familiar estancia, para que dejase de mirar por la ventana.

– Eres un buen hombre, Jonathan Ambrose.

– ¿De veras lo crees? Si Elaine no es malvada por sí misma, ¿qué pasa entonces con los otros magos que he eliminado durante estos años? ¿Tal vez alguno de ellos era una fuerza del bien? ¿Acaso acabé con la vida de algún inocente debido a mi propio engreimiento?

Teresa lo aferró fuertemente por los brazos.

– No, no es sólo la magia lo que les hizo merecer la muerte. Era la magia maléfica. En todos los años que llevo contigo, nunca te he visto perseguir a nadie que no hubiera cometido un terrible crimen.

– Me gustaría poder estar seguro de ello.

– En Cortton alguien ha conjurado una plaga que ha acabado con la mitad de la población. Los muertos se han hecho con las calles, y sus presas son los vivos. Eso es un acto malvado, y sólo hay una persona que pueda ponerle fin: el exterminador de magos. Debes dar caza a ese criminal y detenerlo. -Teresa, unos cuantos centímetros más alta que él, lo miró con expresión seria, buscando sus ojos.

– ¿Crees que Gersalius aceptará acompañarnos en la persecución de uno de los suyos?

– Si no desea ayudarnos en nuestra lucha contra un nigromante, en ese caso creo que se trata del mago erróneo para aleccionar a Elaine. -De pronto parecía habérsele ocurrido algo que la hizo sonreír-. Si el mago acepta, con toda seguridad eso es una prueba de que incluso un mago puede no aprobar el asesinato y la resurrección de los muertos como zombis.

Jonathan sabía que Teresa decía eso para reconfortarlo. Si Gersalius estaba de acuerdo en que aquello era algo maligno, probablemente él no era una fuerza del mal, y si un mago daba su aprobación al exterminador de magos, Jonathan no debía de estar tan equivocado al perseguirlos. Pero ¿y si Gersalius sólo los acompañaba para espiar al otro mago? ¿Y si usaba su poder para corromperlos a todos? Y ¿en qué estaba pensando él, Jonathan, para otorgar también al mago poder sobre Blaine? No obstante, en caso de que Blaine contara con poderes mágicos, ¿no existía el riesgo de que éstos emergieran en momentos inoportunos? ¿Acaso Blaine no corría el riesgo de encontrarse en peligro del mismo modo que Elaine?

Jonathan negó con la cabeza. Teresa lo abrazó, rodeándolo por la espalda con sus fuertes brazos, intentando consolarle. Él se aferró a ella, aceptando su calor, pero no se sintió reconfortado. Lo habían asaltado demasiadas dudas. Muchas de las cosas de las que había estado firmemente seguro eran ahora tan frágiles como una fina capa de hielo.

Era el exterminador de magos, pero ahora, por primera vez, se cuestionaba si no era también un asesino. Aquella noche, y en las noches sucesivas, reviviría acontecimientos del pasado. Volvería a buscar el mal en aquellos en cuya destrucción había colaborado. Evocaría cada una de las misiones llevadas a cabo, para comprobar si el mago en cuestión había sido en verdad un representante del mal, o simplemente un insensato; si había habido alguna manera de evitar su asesinato o de que otros acabaran con él.

Apenas unas semanas antes, si Teresa le hubiera hablado de alguien con un comportamiento semejante al de Elaine aquella noche, alguien que hubiera hecho una demostración incontrolable de magia, Jonathan habría hecho que lo encarcelaran, para comprobar si suponía un peligro para los demás. Y nunca habría permitido la presencia de otro mago a su lado, aunque fuera para ayudarlo o aleccionarlo.

Jonathan abrazó a su mujer para oler el aroma de su piel, para sentir el calor de su cuerpo. Se aferró a ella como un hombre a punto de morir ahogado. La culpa empezó a abrirse paso en su mente, alimentando la duda. La culpa y la duda; dos cosas en las que nunca se le había ocurrido pensar al exterminador de magos. Pero ahora todo era distinto.

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