Sentado frente al hogar había un hombre de aspecto extraño. Tenía el pelo blanco como la nieve, y en su rostro destacaba una barba amarillenta y una nariz aguileña. Sonrió a Elaine con unos amables ojos grises.
Elaine tomó asiento al otro lado del fuego. Malah le colocó nuevamente una taza de té en las manos. La cocinera era una firme defensora de los poderes reconstituyentes del té.
El hombre también bebía té a pequeños sorbos, mientras sostenía en equilibrio sobre las rodillas un plato de galletas. Era el trato que recibiría cualquier invitado, salvo que a la mayoría de los invitados se los hacía pasar al salón.
Jonathan estaba de pie en medio de la estancia, con los brazos cruzados y el ceño fruncido, mirando fijamente al desconocido, como si fuera un guardián. Al parecer, la cocina ya era lo suficientemente buena para ese invitado tan especial.
Teresa se había sentado al lado de la mesa, junto con Konrad y Blaine; eran el público. No estaba claro si se encontraban allí para ver a un mago real en carne y hueso, o para presenciar la reacción de Jonathan. En todo caso, a buen seguro sería interesante.
– Soy Gersalius, mago. Por lo que me han dicho, tú también cuentas con ciertos poderes mágicos, Elaine.
Elaine lanzó una mirada a la cara de pocos amigos de Jonathan.
– No creo que se trate de magia.
El mago se reclinó en la silla sujetando el plato de galletas.
– Entonces, ¿cómo llamarías a tus poderes?
La muchacha se encogió de hombros.
– Simplemente visiones.
– Háblame de tus… visiones -dijo Gersalius.
Elaine dio un sorbo a su té caliente, sin estar segura de qué debía responder.
– ¿Quieres que te las describa?
– Si tú quieres.
Entrecerró los ojos, intentando no fruncir el ceño. Jonathan ya lo hacía por los demás. Pero el mago le resultaba un tanto… frustrante.
– ¿Qué quieres de mí?
– Ayudarte.
– ¿Cómo?
– Para ser alguien con poderes mágicos, tu actitud es considerablemente suspicaz.
Elaine bajó la vista.
– No sé qué me quieres decir.
– Basta ya de juegos de palabras -dijo Jonathan-. ¿Podéis ayudarla o no? -Al decir esto, se plantó ante ellos con aire de desaprobación.
– Maese Ambrose, si Elaine estuviera enferma y hubierais llamado a un doctor, ¿le diríais cómo debe hacer su trabajo?
– Hasta hora, no habéis hecho nada.
Gersalius profirió un suspiro.
– La muchacha tiene poderes mágicos. Salta a la vista, claro está, para cualquiera capaz de darse cuenta.
– Tiene visiones; eso es todo.
Gersalius se puso en pie, con el té y las galletas en la mano.
– Si insistís en llevarme la contraria en todo, no podré ayudarla,
– Pues bien, entonces ya podéis iros -dijo Jonathan.
– Jonathan -dijo Teresa. Pero esa única palabra estaba cargada de dureza, casi de amenaza.
Jonathan se volvió hacia ella.
– Lo único que ha hecho desde que entró en nuestra casa es hablar en clave.
– No le has dejado hacer gran cosa más, Jonathan.
– Elaine no es maga.
– Jonathan. -La voz de Teresa era suave pero firme-. Elaine ha estado a punto de morir hoy. Ha sido su visión lo que casi la ha matado. Las visiones son una manifestación mágica. Debemos averiguar qué le sucedió.
– No es maga -porfió él.
– ¿Y si resulta que al final sí lo es? -repuso Teresa.
Jonathan cerró la boca con un audible chasquido y se alejó de todos ellos.
Elaine se acurrucó en la silla, el té olvidado todavía entre las manos. ¿Acaso la echarían si realmente era maga? ¿La expulsarían del único hogar que había conocido?
Malah se acercó a ella por detrás, y posó las manos en los hombros de Elaine.
– Nadie podrá echarte.
– Si ya no se nos quiere aquí -intervino Blaine-, podemos irnos. -Su voz estaba encendida de ira. Tras decir esto, se levantó con gran dificultad.
– Vuelve a sentarte, Blaine -dijo Konrad-. Nadie va a echar a Elaine. -Su voz era firme y decidida.
Elaine se volvió en su silla para contemplar la escena. Los verdes ojos de Konrad echaban chispas, las facciones de su rostro estaban tensas por la cólera.
¿Se habría indignado de igual modo en caso de que fuera cualquier otra persona la expulsada? ¿O había reaccionado así porque se trataba de ella? Elaine sintió una calidez en la cara que no tenía nada que ver con la pérdida potencial de su hogar.
Teresa se puso en pie.
– Jonathan, será mejor que dejes clara tu postura en este asunto.
Jonathan extendió los brazos, en un gesto de impotencia.
– Por supuesto, Elaine se quedará, eso está claro, independientemente de lo que suceda. Ésta es su casa.
Pero había algo en su voz que hizo a Elaine encogerse en su asiento. Una especie de vacilación, como si fuera a añadir algo más, que quedó en el tintero. Si realmente era maga, él nunca podría aceptarlo. En el fondo no podría.
Ella no quería ser maga. Las visiones ya la hacían sufrir bastante.
– Toma asiento, Gersalius -dijo Teresa-. Jonathan y yo estábamos a punto de dejaros solos, para que puedas seguir haciendo tu trabajo.
Jonathan abrió la boca para protestar, pero Teresa lo detuvo con un leve gesto.
– Tenemos que hablar, esposo. Y el mago tiene que examinar a Elaine.
Casi nunca lo llamaba esposo. Y, en tal caso, normalmente solía tratarse del principio de una riña o como mínimo de una discrepancia.
Jonathan, ya en pie, se irguió aún más. ¡
– Si así lo deseas, esposa. -La ira podía percibirse claramente en su voz.
– Así lo deseo. -Teresa salió de la estancia, y él la siguió.
Se hizo el silencio durante unos minutos. Después Gersalius se sentó y dijo:
– Descríbeme una de tus visiones, Elaine, te lo ruego.
Elaine sorbió su té. No quería hablar con el mago, y no sólo porque deseara evitar cualquier clase de conflicto. Jonathan los había aleccionado bien. La magia podía ser útil, pero también podía adquirir un carácter maléfico con suma facilidad.
– No quiero hacer magia -dijo en un susurro.
La sonrisa de Gersalius se hizo más amplia.
– Muchacha, la magia no es una elección. He conocido hombres que deseaban más que nada en el mundo hacer magia, pero no tenían poderes. No es posible obligar a la magia a que fluya por tu cuerpo, ni tampoco librarte de ella si se trata de una habilidad natural.
– Sé de gente que hacía tratos con entes malignos para obtener poderes mágicos.
– Eso no es magia natural, Elaine. Ése es un acto abominable.
– La magia es magia.
– Esas palabras no salen de tu boca, muchacha.
Elaine bajó la vista hacia el fondo de su taza.
– No sé qué quieres decir.
– Elaine, la magia, la verdadera magia, no tiene un carácter intrínsecamente maligno. Es como una espada. El acero por sí mismo no tiene ninguna inclinación hacia el bien o el mal. Es la mano que blande la espada la que determina si ésta será usada con una finalidad perversa o benigna. El arma en sí misma es neutral.
– Pero…
Elaine le escrutó el rostro, intentando ver algo inexistente, puesto que no pudo ver el menor rastro de maldad en él. Elaine no estaba segura de haber estado antes cerca de un mago que no estuviera contaminado por ella.
– Puedes percibir que no pretendo hacerte daño.
– Sí.
– Es la magia la que te permite detectar si te estoy diciendo la verdad o si miento.
Elaine negó con la cabeza.
– No siempre puedo saber si alguien miente o no.
– Con la práctica podrías llegar a conseguirlo.
– ¿Tú puedes?
El mago sonrió.
– Casi en todos los casos. Por supuesto, hay quien tiene poderes superiores a los míos, y de vez en cuando consigue engañarme.
– La magia es poco fiable.
– No hay nada que sea siempre fiable.
Una breve sonrisa iluminó el rostro de Elaine antes de que ésta pudiera reprimirla.
– ¿Lo ves? Tampoco está tan mal -añadió el mago.
Elaine borró la sonrisa de su cara, pero no pudo librarse de la calidez que la había acompañado. Malah volvió a llenar la taza de té de Elaine sin preguntar. Después se volvió hacia el mago.
– ¿Desearíais un poco más, señor?
– Sí, por favor. -Le tendió la taza y el plato de galletas simultáneamente.
– ¿Más dulces?
– Algunas de esas excelentes galletas, gracias.
Malah se ruborizó e hizo una torpe reverencia. Y no era porque todos los habitantes de la casa no elogiaran a menudo sus artes culinarias.
Elaine vio cómo la regordeta cocinera se apresuraba a satisfacer al mago. ¿Acaso le había salido un rival a Harry, el mozo de cuadras? No, eso era una tontería. Malah sabía que Jonathan nunca permitiría que un mago la cortejara.
A Elaine se le hizo un nudo en el estómago. ¿Sería capaz Jonathan de tolerar un mago bajo su propio techo? ¿Aun cuando se tratara de ella?
Malah regresó con un plato de galletas para ambos, que dispuso en un taburete frente al hogar.
– Gracias, Malah -dijo Gersalius.
Malah soltó una risita nerviosa.
Un simple «gracias», y Malah reía como una colegiala. Elaine no había visto nunca antes a la cocinera comportarse de ese modo, ni siquiera cuando Harry estaba cerca.
Malah los dejó para ocuparse de algo que tenía en el fuego. Un rubor de satisfacción le teñía la nuca.
¿Realmente era el mago tan encantador? ¿O se trataba de un hechizo? A Elaine le hubiera gustado preguntar, pero no quería poner en evidencia a Malah.
Gersalius sorbió su té y miró a Elaine. En sus ojos vio un centelleo que parecía indicar que sabía lo que ella estaba pensando.
– ¿Sabes lo que estoy pensando ahora mismo? -inquirió Elaine.
– Sí, pero eso no tiene nada que ver con la magia.
– ¿Cómo puedes saberlo entonces?
El mago se inclinó hacia adelante, y bajó la voz.
– La expresión de tu cuerpo era de rechazo cuando la cocinera me estaba atendiendo hace un instante. Tu cara es como un espejo, muchacha, atravesada por cada uno de tus pensamientos.
Elaine frunció el ceño.
– No te creo.
– No quieres creerlo -repuso el mago-. Te asusta la mera idea de que un extraño pueda leer con tanta facilidad tus pensamientos o tus sentimientos.
Elaine abrió la boca para contradecirlo, pero no lo hizo. Lo que le preocupaba no era tanto el hecho de que el mago pudiera adivinar sus pensamientos, sino que éstos también fueran obvios para los demás. ¿Sabía Konrad cuáles eran sus sentimientos? ¿Lo sabía alguien más? ¿Acaso era tan transparente?
– Soy muy observador, Elaine, al contrario que la mayoría de la gente, incluso aquellos que te ven todos los días. De hecho, he aprendido que los que han visto crecer a alguien son con frecuencia los que menos se percatan de las cosas. Ya conoces el dicho de que donde hay confianza hay invisibilidad.
– Creía que era «donde hay confianza hay asco».
– Bien, sí, tal vez sea así, pero yo no creo que no te aprecie.
– Me estás leyendo la mente -objetó Elaine, que se irguió y apretó con fuerza la taza entre las manos.
– Tal vez sí, sólo un poco. El hecho de que seas una maga sin ningún tipo de formación facilita las cosas. Las emociones fuertes también resultan normalmente más fáciles de descifrar.
Las manos de Elaine temblaron, y derramaron el té caliente sobre su piel. Malah corrió hacia ella, le quitó la taza de las manos y secó el líquido con una toalla limpia.
– ¿Te has quemado las manos?
Konrad se arrodilló al lado de la silla de Elaine, y dispuso un trapo sobre sus manos. El frío le hizo dar un respingo. Dentro del trapo había nieve.
– El frío es lo mejor para una quemadura leve.
Sus manos envolvieron las de ella, presionando la nieve contra la piel. Elaine sintió una opresión en el pecho. El peso de las manos de Konrad sobre las suyas ahuyentó el frío de su cuerpo. Aunque su piel estuviera en contacto con la nieve, Elaine sentía calor. Advirtió cómo éste ascendía hasta su cuello, y entonces supo que se estaba ruborizando.
Konrad se limitaba a mirarle las manos, cumpliendo con su deber de enfermero. En ningún momento la miró a la cara.
Los ojos de Elaine se encontraron con la mirada del mago. Gersalius tenía razón, Konrad no sabía nada. No podía ver lo que un extraño había captado tan fácilmente.
– ¿Cómo tienes las manos ahora? -preguntó Konrad.
Elaine bajó la vista para mirarlo. El rubor había desaparecido al saber que él no sentía nada con su roce. Cuando Konrad había bajado la escalera con ella en brazos, el mero contacto de su cuerpo había hecho que Elaine se estremeciera. Para él, en cambio, se trataba únicamente de otra tarea. Otra persona enferma a la que atender.
– Ya no me duelen -respondió.
Konrad hizo un gesto de aprobación con la cabeza y se puso en pie, mientras recogía el trapo para lavarlo y ponerlo a secar. En ningún momento miró atrás.
– ¿Quieres más té, Elaine? -preguntó Malah.
Elaine negó con un gesto.
Malah se llevó la taza que había causado el problema, sin siquiera coquetear con el mago.
– Háblame de tus visiones -dijo Gersalius.
Su voz era afable, como si supiera de qué se había percatado Elaine. Puesto que podía leerle los pensamientos, probablemente lo sabía.
Su primera reacción fue de ira. ¿Cómo se atrevía a espiar sus sentimientos? Elaine abrió la boca para pedirle que se fuera, que la dejara sola, pero la mirada de sus ojos azules era demasiado amable, su rostro demasiado comprensivo.
– No escucharía tus pensamientos con tanta claridad si pudiera evitarlo. Pero esparces tus sentimientos como si fueran las chispas de un fuego. Brillas, Elaine. Brillas por tu talento. Cuando me dijeron tu edad, y que nunca habías recibido ninguna clase de formación, pensé que tus habilidades serían mínimas. ¿Cómo si no hubiera podido permanecer la magia bajo control durante tanto tiempo?
De repente, su rostro adoptó una expresión seria. Se inclinó hacia ella, y Elaine se sorprendió de pronto acercándose al mago.
– La fuerza de tu voluntad es implacable, Elaine. No querías ser una maga, así que reprimiste la magia que había en tu interior. La dejaste encerrada utilizando para ello únicamente tu brillante voluntad, la determinación pura. Si pudieras aprovechar esa fuerza para aprender magia, el resultado sería formidable. Y aprenderías muy rápido.
Elaine lo miró fijamente a los ojos desde tan sólo unos cuantos centímetros de distancia. El mago le estaba susurrando al oído, allí, ante el fuego; era un conspirador. Su poder se deslizaba sobre la piel de Elaine como el viento. El vello de la nuca y de sus brazos se erizó. Se le puso carne de gallina. Sintió cómo algo surgía en su interior, algo que no era fuego, ni frío, ni ninguna otra cosa a la que pudiera dar un nombre. Fuera lo que fuera, Elaine sintió que aquello fluía a través de su cuerpo, respondiendo a la magia del mago. Lo semejante llamaba a lo semejante.
Elaine tomó aire con suavidad. Había estado conteniendo la respiración sin darse cuenta. En las puntas de los dedos sentía un hormigueo, como si la magia fluyera desde sus manos; Sintió la necesidad de tocar al mago, para comprobar si la fuerza de esa magia aumentaría con un simple roce. Sospechaba que sería así. Quería tocarle la mano. Le dolía la piel debido a la necesidad de saber qué sucedería. Pero esa necesidad venía acompañada de miedo.
Cruzó los brazos por encima del estómago y ocultó las manos apretadas contra el cuerpo, cerradas en un puño, como si quisiera hacerlas desaparecer. Necesitó de toda su fuerza de voluntad, de la que Gersalius había hablado antes, para contenerse y no alargar un brazo hasta el mago.
Se reclinó en la silla separándose todo lo que pudo de él sin levantarse.
Gersalius también se separó de ella, dejándole más espacio.
– Cuando la magia toca a la magia, ésta puede aumentar de intensidad. Depende de la clase de magia de cada persona. La tuya, en mayor medida que la mía, radica en la imposición de las manos, creo.
– ¿Cómo puedes saberlo?
El mago se encogió de hombros y sonrió.
– Una de mis habilidades es evaluar el talento de los demás. La mayoría de los magos pueden reconocer el poder y valorar su fuerza potencial, pero muy pocos pueden dilucidar qué método empleará la magia para manifestarse.
– ¿La magia elige la forma en la que se hace patente? -Elaine hizo una pregunta, así que el mago se dispuso a responderla.
– Con frecuencia es así. Si hubieras recibido alguna clase de formación con anterioridad, tal vez habrías podido elegir el camino de tu poder; pero tal vez no. Ahora la magia ya ha tomado decisiones por sí misma. Tus visiones, por ejemplo.
Elaine negó con la cabeza.
– Hablas como si la magia fuera otro ser dentro de mí, y con voluntad propia.
– No es eso exactamente. No es una entidad separada de ti. No tiene sentimientos ni pensamientos propios. -El mago arrugó la frente, pensativo. Sonrió como si se le acabara de ocurrir algo agradable o hubiera tenido una inspiración-. Pongamos por ejemplo que tuvieras un don para la costura, pero no como algo aprendido, sino un don natural. Naciste para ser costurera o sastra. Pero nunca tuviste la oportunidad de aprender a coser. De repente un buen día confeccionas un hermoso vestido para un baile. Una semana más tarde haces otro aún más bonito que el primero.
»Si hubieras podido aprender a coser a una edad temprana, habrías podido decidir si querías diseñar vestiduras ceremoniales o ropa interior de abrigo, pero como tu talento estaba en estado latente, éste decidió hacer vestidos de baile. Tal vez serías más feliz tejiendo chales o diseñando vestidos más sencillos para ocasiones más modestas, pero ahora es demasiado tarde. Tu talento para coser ha decidido hacer trajes de fiesta para la gente adinerada.
El mago escrutó el rostro de Elaine un momento, como intentando calibrar hasta qué punto funcionaba su analogía.
– ¿Por qué no sabes qué es lo que estoy pensando ahora? -preguntó la muchacha.
El mago respondió en tono risueño.
– Muy bien, Elaine, muy bien. Al separarte de mí hace un momento, cerraste algo más que tu cuerpo; encerraste también tus pensamientos. Pero creo que el hecho de que hayas intuido tan rápido que ya no podía seguir leyendo tus pensamientos es aún más prometedor.
– Pero no sé cómo lo hice.
– Intenta recordar qué sentía tu cuerpo cuando te apartaste de mí. Piensa en las sensaciones. ¿Cómo eran?
Elaine reflexionó acerca de ello un momento. ¿Había sentido algo? No podía recordarlo. Se había apartado de él físicamente, pero ¿había sucedido algo más? Cerró los ojos, intentando recordar cómo se había sentido. La sensación que antes le había recorrido la piel había desaparecido al poner una distancia entre ellos. La magia se había retirado a su interior. Había roto la conexión con Gersalius. Le había cerrado las puertas a su mente y a su magia. Era un pensamiento reconfortante.
Abrió los ojos.
– Cuéntame -dijo el mago.
Elaine le contó lo que había sentido.
– Tienes una percepción sorprendente de los principios básicos. ¡Qué discípula tan fantástica serías! -La expresión de su rostro era entusiasta, como si acabara de crear a Elaine en ese preciso instante.
– ¿Qué significaría convertirme en tu discípula? -Se sorprendió a sí misma formulando esa pregunta. ¿Realmente estaba contemplando la posibilidad de estudiar magia? En efecto, acababa de hacerlo.
– Cuanto más tiempo pudieras pasar conmigo, más rápido aprenderías, y más pronto podrías controlar tus poderes.
– ¿Tendría que mudarme a tu casa?
– Por supuesto, serías bienvenida. La otra posibilidad es que yo me mudara aquí. Estaría dispuesto a hacerlo. En circunstancias normales, con alguien tan predispuesto a aprender, acudiría a su casa para su instrucción. No me gustaría tener que separar a una joven maga de su familia y amigos.
Un pensamiento no expresado en voz alta quedó flotando entre ellos: aquéllas no eran circunstancias normales.
– Jonathan nunca alojaría a un mago bajo su propio techo.
– ¿Aunque se trate de ti?
Elaine negó con un movimiento brusco de cabeza, que hizo que su melena le azotara el rostro. No quería pensar en ello.
– No lo sé.
– Si no podemos persuadirlo de que permita a un mago extraño vivir bajo su propio techo, tal vez será más fácil que acepte cuando ya hayas sido instruida.
Aquello tenía cierta lógica, pero el odio de Jonathan hacia los magos no.
Blaine gritó desde la mesa:
– Podría funcionar.
– Y yo que creía que nuestra conversación era privada -dijo Gersalius, pero no había enfado en su voz.
Blaine llegó hasta ellos, sonriente.
– Si os mudáis aquí, debéis saber que no hay conversaciones privadas.
– Hay una pequeña cabaña dentro de la finca -dijo Konrad-. Os ayudaríamos a hacer las reparaciones necesarias y a mudaros.
– ¿Realmente crees que Jonathan permitiría a un mago vivir en el interior de las murallas?
Elaine alzó la vista hacia el alto guerrero. Intentó ver algún indicio que le indicara que no haría semejante esfuerzo por cualquiera, sino porque se trataba de ella. Su rostro era inescrutable. ¿Podría llegar a leerle los pensamientos, tal como Gersalius había leído los suyos?
El mago le rozó levemente la mano. Sin magia, simplemente un breve contacto para llamar su atención.
– Si yo estuviera en tu lugar, no lo intentaría. Con frecuencia descubrimos cosas que no queremos saber. Además, ¿cómo crees que se sentiría Jonathan si supiera que ya estás intentando utilizar la magia en relación con los habitantes de la casa?
– De nuevo me lees los pensamientos.
– Como ya te dije, las emociones fuertes facilitan las cosas.
Konrad y Blaine arrugaron la frente simultáneamente.
– ¿De qué estáis hablando? -preguntó Blaine.
Gersalius sonrió.
– Si maese Ambrose me permitiera quedarme aquí, aunque fuera en la pequeña cabaña, lo haría. Por semejante discípula, estaría dispuesto a abandonar mi cómodo y acogedor hogar, incluso con estas nieves.
– Hablaré con Teresa -dijo Konrad-. Si alguien puede convencerlo para que dé su aprobación, es ella.
– ¿Crees que aceptará? -preguntó Elaine, mientras se inclinaba hacia él, ansiosa por tocarle las manos, rozarle la piel desnuda, y hacer que se estremeciera del mismo modo que ella.
De nuevo Gersalius le dio unas palmaditas en la mano, mientras negaba levemente con la cabeza. Elaine lo miró con el ceño fruncido.
– No estaba…
– La magia incontrolada tiende a buscar aquello que desea -replicó, en voz tan baja que seguramente nadie más pudo oírlo.
Elaine sintió una oleada de calor que le subía desde el cuello hasta el rostro. De pronto se sorprendió ruborizándose, irritada por el hecho de que sus emociones fueran tan obvias. Alzó la mirada hacia Konrad, pero éste parecía simplemente desconcertado.
– ¿Por qué aparece ahora la magia? ¿Por qué no se manifestó antes?
– Ha estado intentando salir por tus rendijas durante algún tiempo. Ahora estoy aquí y puedo decirte cuándo se manifiesta y cuál es el objetivo de ese poder. Pero ya hace tiempo que está presente.
Elaine reflexionó acerca de ello. Magia incontrolada que flotaba alrededor de su ser y actuaba en función de sus deseos.
– ¿Soy peligrosa?
– En estos momentos, sobre todo para ti misma. Pero eso cambiará, Elaine; con instrucción o sin ella, eso cambiará.
El miedo le recorrió la piel, como una gélida ola.
– No puedo poner en peligro a la gente a la que quiero. Si Jonathan no te permite vivir aquí, tendré que irme.
– Y yo me iré contigo -dijo Blaine.
– No, Blaine, los dos no podemos irnos.
– No permitiré que te vayas sola. Lo sabes perfectamente -dijo con un rictus de tenacidad.
– Nadie se va a ninguna parte -intervino Konrad-. Voy a buscar a Teresa. ¿Podríais esperar hasta que hayamos solucionado este asunto, maese Gersalius?
El mago asintió con la cabeza.
– Con mucho gusto, siempre que haya más galletas de ésas tan deliciosas.
Malah se acercó con otro plato de galletas.
– No perderemos a nuestra Elaine por la testarudez de Jonathan.
– No -confirmó Konrad-, no lo permitiremos. -Dicho esto, giró sobre sí mismo y salió en busca de Teresa.
– Será mejor que vaya con él. Sabes que a Teresa le cuesta mucho negarme cualquier cosa. -Blaine salió con una sonrisa y agitando el brazo, lleno de seguridad en sí mismo, o como mínimo eso aparentaba.
Malah seguía removiendo la olla en el fuego.
– Konrad haría lo mismo por cualquiera de nosotros, ¿no crees? -preguntó Elaine con voz suave.
– Mucho me temo que así es -respondió Gersalius.
– ¿Seré capaz de leer sus verdaderos sentimientos algún día?
Los ojos del mago contenían tristeza, como si estuviera reviviendo el dolor de una vieja herida.
– Me temo que demasiado rápidamente.
– ¿Pudiste leer sus pensamientos?
– No, muchacha, eso sería inmoral, a menos que se trate de otro mago. Si la otra persona no puede leer tu propia mente, resulta sumamente injusto. Sería como leer su correo privado.
– Crees que no me gustaría lo que podría encontrar, ¿no es cierto?
– Quiero que seamos sinceros el uno con el otro desde el principio, Elaine Clairn. No, no creo que te gustara.
Elaine apartó la mirada de sus ojos amables. El fuego brilló en las lágrimas no derramadas hasta que la estancia empezó a desdibujarse en una sombra anaranjada. Cerró los ojos, y una sola lágrima recorrió cada una de sus mejillas. El aprendizaje de la magia presentaba más escollos de lo que había imaginado. Aprendería a leer la mente y los sentimientos, y, por mucho que Gersalius le advirtiera, Elaine sabía que un buen día leería la mente de Konrad. No sería capaz de resistir la tentación. Y eso pondría fin a las suposiciones, a la esperanza, al miedo, para dejar al descubierto la verdad desnuda. Y entonces se le rompería el corazón, así de simple.