11

Murugan garabateó una fecha en una coloreada servilleta del restaurante y la colocó delante de Antar.

-Así es la cosa -dijo-. Estamos en mayo de 1895, en el hospital militar de Secunderabad. Hace tanto calor que sale vaho del suelo, ni ventiladores, ni electricidad, una habitación llena de frascos, todos ordenadamente colocados en estanterías, un escritorio con una silla de respaldo recto, un solo microscopio con portaobjetos desparramados por ahí, un individuo, en uniforme, inclinado sobre el microscopio y un enjambre de ordenanzas zumbando a su alrededor. Ése es Ronnie, y los demás son el coro, o al menos eso piensa Ronnie. «Haced esto», dice Ronnie, y ellos lo hacen. «Haced lo otro», y ellos se pegan por hacerlo. Así se ha criado, a eso es a lo que está acostumbrado. Casi no sabe cómo se llaman, ni siquiera conoce sus caras: no lo considera necesario. En cuanto a quiénes son, de dónde vienen y esas cosas, no importa, no le interesa. Podrían ser amiguetes, podrían ser primos, o compañeros de celda; a Ronnie le daría lo mismo.

-Espera un momento -le interrumpió Antar-. ¿Mayo de 1895? Entonces Ronald Ross está al principio de su investigación, ¿no?

-Eso es -confirmó Murugan-. Ronnie acaba de volver de vacaciones de Inglaterra. Cuando estaba allí conoció a Patrick Manson, en Londres.

-¿Patrick Manson? -Antar enarcó una ceja-. ¿Te refieres al Manson de la elefantiasis?

-Al mismo -dijo Murugan-. Manson es uno de los grandes de todas las épocas; ha vivido tanto tiempo en China que es capaz de desollar a una pitón con los palillos; es el tipo que escribió el libro sobre la filaria, el microbio que causa la elefantiasis. Ahora ha vuelto a Inglaterra, donde se ha convertido en el capitoste de la investigación bacteriológica de Su Majestad. El doctor Manson quiere ganar el premio por la malaria; para Gran Bretaña, según dice, para el Imperio: que se jodan los alemanes, los franchutes, los italianos y los yanquis. Será escocés, pero a la hora del partido aplaude por la Reina y por la Patria: no hay que convencerle de que ningún escocés ha visto jamás algo tan bonito como la carretera de Londres; él ya está convencido.

-Si recuerdo bien -dijo Antar-, Manson demostró que el mosquito era el vector de la filaria. ¿Estoy en lo cierto?

-Exacto -corroboró Murugan-. Ahora tiene la corazonada de que el mosquito tiene también algo que ver con el origen de la malaria. No tiene tiempo para ocuparse personalmente del trabajo, de modo que está buscando a alguien que lo haga por amor a la Reina y al Imperio. ¿Y adivinas quién aparece? Ronnie Ross. El problema es que en esos momentos Ronnie no es exactamente un favorito de la competición. En realidad, el mayor descubrimiento del siglo en la investigación sobre la malaria se ha producido recientemente, pero se ha adelantado a Ronnie. Allá por la década de 1840, un tipo llamado Meckel descubrió gránulos microscópicos de pigmento negro en los órganos de pacientes de malaria: puntos negros; unos redondos, otros en forma de media luna, incrustados en pequeños volúmenes de protoplasma. Durante cuarenta años nadie se explica qué son esas cosas. El descubrimiento se produce en 1880. Alphonse Laveran, médico militar francés destinado en Argelia, sale a almorzar y deja que se vaya preparando una platina bajo el microscopio. Vuelve de comer el merguez asado a la parrilla de leña y ¿sabes qué? Uno de esos gránulos en forma de media luna se está moviendo. Ve que empieza a retorcerse, convirtiéndose en un pulpo diminuto, alargando tentáculos, sacudiendo toda la célula.

»Así que Laveran ata cabos: Oye, esto se mueve, es un microbio. Pone un fax a la Academia de Medicina de París; les dice que ha encontrado la causa de la malaria y que es un bicho, un protozoo, un parásito. Pero París no se lo traga. Allí manda Pasteur, y ha recibido un montón de dinero para investigar de forma inteligente la bacteria. El animálculo protozoaico de Laveran no convence a nadie: como si hubiera dicho que había encontrado al yeti. Algunas de las más grandes figuras de la medicina se dedican a refutar el “laveranismo”. Los únicos prosélitos son los italianos: se convierten en laveranitas entusiastas. En 1886 Camillo Golgi demuestra que el parásito de Laveran se cría en los glóbulos rojos, devorando a su anfitrión y cagando pigmento negro; que el pigmento se concentra en el medio mientras el microbio se va dividiendo; demostró que la recurrencia de las fiebres palúdicas está vinculada a esa forma de reproducción asexual.

»Y cuando la fiesta se va ambientando, a Ronnie le toca bailar con la más fea. Porque se ha puesto en el bando contrario a Laveran. Cree que el microbio de Laveran no existe: se ha pasado los últimos meses tratando de vislumbrarlo y no lo ha conseguido. Incluso ha publicado un artículo en el que intenta probar que Laveran sufre alucinaciones. La primera vez que ve el microbio es en el laboratorio de Manson. Se convierte, y Manson le manda rápidamente de vuelta a la India a buscar el vector.

-Así que -le interrumpió Antar- fue Manson el primero que estableció la relación entre la malaria y los mosquitos, ¿no?

-No era exactamente una idea nueva -contestó Murugan-. La mayoría de los pueblos que se enfrentaban con la malaria sabían que existía alguna relación.

-Pero -insistió Antar- ¿no decías que fue Manson quien dio la idea a Ross?

-Podría decirse que Manson le indicó la dirección. Salvo que lo mandó por un camino lateral. Tenía la estrafalaria hipótesis de que el microbio de la malaria se transmitía del mosquito al hombre por el agua potable. Su plan consistía en que Ronnie le desbrozara el terreno para estructurar esa teoría suya.

-¿Y Ross tenía fe en ella?

-Y que lo digas.

-¿Y qué pasó entonces?

-Bueno, volvemos a 1895, ¿vale? Ross está impaciente por empezar con la teoría de Doc Manson sobre la secreción de mosquito. Desembarca en Madrás y coge un tren para unirse a su regimiento, el Diecinueve de Infantería de Madrás. Están apostados en un barrio de Secunderabad llamado Begumpett. De camino, Ronnie mete la aguja a todo bicho viviente. Cuando llega a Begumpett empieza a ofrecer dinero por muestras de sangre contaminada de malaria; ¡dinero de verdad, una rupia por pinchazo! No olvides que estamos en 1895; con una rupia, una familia de cuatro personas puede comprar suficiente arroz para un mes. Hay tanta malaria en ese sitio, que los mosquitos hacen turno doble y no dan abasto. Y ahí está Ronnie, dispuesto a pagar buen dinero por unas cuantas gotas de sangre palúdica y sin encontrar un solo cliente. Se ha esparcido el rumor de que ese extraño médico que se ha presentado en la ciudad se pone cachondo metiendo en la cama a tíos desnudos con mosquitos. No hay nadie que se acerque a él; en cuanto le ven, cambian de acera. Ronnie parece de pronto el protagonista de un anuncio contra el mal aliento: siempre que sale a la calle principal, Begumpett está vacía.

»Y entonces su suerte cambia de repente. El 17 de mayo de 1895, justo cuando la situación empieza a parecer verdaderamente desesperada, encuentra su primer caso perfecto de malaria: un paciente llamado Abdul Kadir. Ronnie mete la quinta: desnuda a Abdel Kadir, lo mete en la cama, le cuelga una mosquitera húmeda y suelta dentro una probeta llena de mosquitos. A la mañana siguiente recoge la cosecha y su laboratorio se convierte de pronto en el acontecimiento de Begumpett. Hasta entonces sólo ha observado dos de las formas flageladas del parásito. El 18 de mayo aplasta uno de los mosquitos de Abdul Kadir (el mosquito número dieciocho) y halla sesenta parásitos en un solo campo. Se pone tan entusiasmado que vuelve a su escritorio danto volteretas. Ha encontrado un “caso maravilloso”, escribe a Doc Manson. Ése es sólo el principio. El 26 de junio de 1895 Ronnie ve por primera vez, en la sangre de Abdul Kadir, la transformación del parásito en un segmento esférico. Durante los dos meses siguientes, la sangre de Abdul Kadir le guía por todas las fases críticas de su investigación.

-¿Y puede un solo caso ser tan concluyente? -inquirió Antar.

-Así lo creía Ronnie. Estaba convencido de que Abdul Kadir era decisivo para su trabajo. Ya había visto una buena cantidad de muestras de sangre, pero ninguna de ellas le había revelado nada parecido a la de Abdul Kadir. Cabría pensar que un microbio como el parásito de la malaria no se metería dentro de cualquier enchufado, pero a lo mejor no es así. Quizá se manifiesta con mayor claridad en determinados casos. Eso es lo que pensaba Ronnie, en todo caso. Se obsesionó con Abdul Kadir y su sangre. Los días en que los parásitos de Abdul Kadir remitían, Ronnie se subía por las paredes. «¡Qué lástima, el caso maravilloso que la fortuna me ha enviado se está agotando!», escribió el 22 de mayo a Doc Manson. El gilipollas tenía una vanidad tan grande que creía que la Fortuna le había tomado bajo su protección. Estaba enteramente convencido de que Abdul Kadir era un caso especial. Pero nunca se paró a pensar por qué se había presentado aquel tío en su casa justo cuando más le necesitaba. Creía que era la suerte, simplemente.

-Aclárame una cosa, por favor -pidió Antar-. ¿Estás sugiriendo que la llegada de Abdul Kadir al hospital el 17 de mayo no fue una simple coincidencia?

-Pues es un poco raro -repuso Murugan-. Fíjate en esto: Ross sabe que nadie más se acercará a él aunque duplique o triplique su tarifa de una rupia por pinchazo. El 17 de julio escribe a Doc Manson: «Los del bazar no vienen aunque les ofrezca lo que para ellos es una cantidad enorme. Les doy dos y tres rupias por un solo pinchazo en el dedo y mucho más si encuentro semicírculos; piensan que es brujería.» Pero Ronnie nunca se para a preguntarse: ¿Por qué está aquí ese Abdul Kadir, si no viene nadie más? ¿Cómo es que él no lo considera brujería? ¿Por qué es tan especial? ¿De dónde viene? ¿Qué hace aquí? ¿Cuál es su historia? No se trata de ninguna terapia profunda: sólo de una curiosidad normal y corriente. Pero Ronnie reserva toda su curiosidad para el ciclo vital del parásito de la malaria; el de su anfitrión le importa un comino.

-¿Qué estás sugiriendo, entonces? -le interrumpió bruscamente Antar.

-Todavía no sugiero nada -repuso Murugan-. Sólo te estoy exponiendo los hechos y la cronología.

-De acuerdo -se contentó Antar-. Sigue.

-Muy bien. Rebobinemos a la semana siguiente a la llegada de Abdul Kadir: 25 de mayo de 1895. Doc Manson cree que Ronnie se está desviando del rumbo, así que le escribe para recordarle su teoría: que «la bestia que hay en el mosquito… pasa al hombre a través del polvo de mosquito». Quiere que Ronnie haga un cóctel con mosquitos muertos y se lo haga beber a alguien.

»Ronnie saca la coctelera y se pone a mezclar. El problema es que no tiene a nadie a quien dárselo: no encuentra a nadie lo bastante tonto para prestarse voluntario. La historia de siempre: Ronnie en su laboratorio de Begumpett, todo compuesto y sin novia.

»¿Y adivinas qué pasa? Vuelve a tener suerte. O quizá no es sólo suerte; a lo mejor dejó la carta encima del escritorio y alguien la leyó. Puede ser. De todas formas el 25 de mayo de 1895, exactamente a las ocho de la tarde, un individuo llamado Lutchman aparece en la vida de Ronnie. Se ofrece voluntario para beber el cóctel. Ronnie descorcha y sirve el margarita de mosquitos.

»El tal Lutchman es “un joven de aspecto saludable”, observa Ronnie: justo el conejillo de Indias que anda buscando. Explica el experimento a Lutchman y le da la mezcla de mosquitos muertos. Lutchman hace como si no supiera ya de qué se trata y se lo bebe de un trago. Ronnie está un poco nervioso pero no lo deja traslucir. Lo único que sabe de Lutchman es que es un dhooley-bearer: en otras palabras, el gobierno británico le paga por quitar mierda a punta de pala. Ronnie sabe que a Su Majestad Imperial no le gustaría mucho ese experimentillo suyo si llegara a enterarse de eso en su castillo del Puente de Londres o donde fuese. Después trata de que no trascienda escribiendo a Doc Manson: “No menciones a Lutchman en el Colegio de Médicos, por amor de Dios…, es un empleado del gobierno. ¡Sería un crimen inocular fiebre a un servidor del gobierno!”

»A la mañana siguiente, Lutchman tiene fiebre: 37,6 a las ocho (“Parece enfermo”, observa Ronnie). Ya es hora de que Doc Manson salga pitando de la bañera; a lo mejor la malaria se transmite verdaderamente a través del polvo de mosquito. Ronnie se pone loco de contento; está a punto de llamar a su agente. Pero entonces viene el chasco. El joven Lutchman no sólo parece sano; lo está. Es alérgico al polvo de mosquito, eso es todo. Al día siguiente se encuentra tan bien que podría correr el maratón de Begumpett: ni rastro de malaria en su sangre. Con eso se acaba la teoría del polvo de mosquito. Ronnie ya puede dedicarse de nuevo a Abdul Kadir: le han desviado al llegar al cruce.

-Un momento, un momento -le interrumpió Antar-. Aclárame una cosa. ¿Estás afirmando que enviaron a Lutchman al laboratorio de Ross específicamente para rebatir la teoría de Manson?

-Yo no afirmo nada -sentenció Murugan-. Sólo expongo los hechos tal como son. Y los hechos son los siguientes: Ronnie lleva trabajando alrededor de un mes en el microbio de la malaria cuando de pronto aparecen Abdul Kadir y Lutchman. Ronnie no ha mantenido en secreto lo que hace: ha hecho correr la voz de que necesita pacientes afectados de malaria. Si alguien se había fijado en él, sólo digamos eso, si alguien lo vigilaba, si alguien estaba buscando un investigador para que realizase determinados experimentos, en ese momento es cuando habría aprovechado la oportunidad. Así que ese alguien, que le tiene estrechamente vigilado, que quizá lee los apuntes que Ronnie escribe en el laboratorio y sus cartas a Doc Manson, ese alguien decide: Vale, ya es hora de sacar a otro jugador. Lo primero que tienen que hacer es asegurarse de que Ronnie no tenga ningún paciente. Así que esparcen el rumor sobre la brujería; se extiende por el bazar y Ronnie se convierte en el coco de Begumpett.

»A mediados de mayo saben que Ronnie empieza a desesperarse, no tiene pacientes, no tiene parásitos, no tiene nada. Nadie asiste a sus fiestas y no sabe por qué. Entonces es cuando le mandan a Abdul Kadir, que tiene unos parásitos de tamaño industrial; cuando Ronnie por fin empieza a atar cabos, se quedan tranquilos; están contentos, todo va sobre ruedas, le están llevando exactamente a donde querían que fuese. Y entonces Ronnie recibe la carta de Manson, su jefe; de pronto todo va a descarrilar. Ronnie se aparta de la vía, con esas monsergas del polvo de mosquito. Se ponen frenéticos: saben que por ahí no se va a ningún sitio; tienen que encontrar la manera de que vuelva al buen camino. ¿Y qué hacen? Le mandan a Lutchman.

-Pero ¿por qué a Lutchman?

-Deja que te lo explique. Los que escogieron a Lutchman sabían muy bien lo que hacían. En primer lugar, sabían lo suficiente de microscopía como para asegurarse de que en su sangre no había ningún parásito de la malaria. En eso fueron más listos que Ronnie. Se imaginaron lo que pasaría si Ronnie obtenía un resultado positivo después de dar a Lutchman la infusión de mosquitos. Establecería una relación entre los parásitos y la teoría de Doc Manson y, ¡zas!, todo se iría al garete. Ronnie podría pasarse meses, o años, correteando por Begumpett, haciendo beber mosquitos muertos al Diecinueve de Caballería.

»Así que se ponen manos a la obra y le envían a alguien que no tiene parásitos. Recuerda que están en un sitio donde los índices de malaria entre la población general son tan altos que se escapan a las estadísticas. No es fácil encontrar gente que no tenga rastro alguno de parásitos en la sangre. Pero esos tíos rebuscan entre sus partidarios, encuentran a alguien con las condiciones adecuadas y luego lo envían a Begumpett. Da resultado: Ronnie vuelve al camino trazado y justo a tiempo. Y, mejor aún, han colocado a Lutchman exactamente donde querían, donde puede intervenir según les convenga a ellos.

-Pero ¿no habría notado Ross algo tan evidente? -objetó Antar.

-¿Ronnie? -rió Murugan-. Ronnie no se habría enterado aunque Lutchman lo hubiera llevado escrito en una camiseta. Si a su puerta llama algo que no sea un parásito, Ronnie no está en casa. Según Ronnie, por aquella época andaba escaso de ayudantes, así que decidió contratar a Lutchman como criado y chico de los recados. Lo único que Ron llegó a saber de él es que se llamaba “Lutchman” y que era un dhooley-bearer.

»Durante los treinta y cuatro meses siguientes, toda la época en que Ron trabaja sobre la malaria, Lutchman se pega a él como un desodorante de bola. A partir de mayo de 1895 hasta julio de 1898, cuando Ron realiza su descubrimiento definitivo en Calcuta, Lutchman no le pierde casi ni un momento de vista. Hace muy bien el papel de equipaje. “Salí de Secunderabad con el ‘equipo’ más reducido posible”, dice Ronnie, “el microscopio y mi fiel Lutchman.”

»Las cosas llegan a un punto que hasta Ron no puede menos de notar que Lutchman piensa por él, estableciendo nexos bastante importantes para su trabajo. En abril de 1897, Ron se toma un descanso en la sierra de Nilgiri. Se lleva a Lutchman a Ootacamund: “un trozo de Inglatera situado en las ovaladas cumbres de la sierra de Nilgiri”, dice Ron. Pero baja a un valle, al cafetal de Westbury, en busca de parásitos de malaria, y allí, por primera vez en su vida, atrapa la enfermedad.

»Mientras se recupera, Lutchman logra meterle en la cabeza una idea de importancia decisiva: que el vector de la malaria podría ser una especie particular de mosquito. “¿Ah, sí?”, dice Ron; la sugerencia de Lutchman le parece una chorrada: ha obtenido muchos resultados negativos, pero nunca se le ha ocurrido que se debieran a diferencias de familia entre mosquitos.

»“Oye una cosa, Lutch”, dice Ron, “la próxima vez que quiera tu ayuda te la pediré.” Pero una vez que Lutchman planta su semillita, algo empieza a removerse en el barro: una idea empieza a cobrar cuerpo en la imaginación de Ron.

»Empieza a observar atentamente todas las distintas especies de mosquitos que caen en sus manos. El problema es que no tiene ni pajolera idea de mosquitos: nunca ha oído la palabra anofeles. Y acaba persiguiendo culícidos, estegomías, yendo en todas direcciones menos hacia adelante. Pero Lutchman interviene de nuevo. El 15 de agosto de 1897 se reúne en conciliábulo con el resto del equipo y decide que hay que hacer algo, y rápido.

»Según lo cuenta Ronnie: “A la mañana siguiente, 16 de agosto, cuando volví al hospital después de desayunar, el asistente (lamento haber olvidado su nombre) me señaló un pequeño mosquito plantado en la pared con el aguijón sacado.” Ronnie lo mata con una bocanada de humo de tabaco y lo abre con el bisturí: nada. Pero por fin está bien encarrilado: Lutchman hace que persiga el verdadero vector de la malaria. Ron todavía no sabe que se llaman anofeles: los denomina “mosquitos de alas moteadas”.

»Al día siguiente Lutchman se cerciora de que Ronnie reciba más de lo mismo: le envía un tarro de anofeles con el mismo asistente. “Y efectivamente”, dice Ronnie, “allí estaban: alrededor de una docena de individuos grandes, marrones, con delicados cuerpos en forma de huso y alas salpicadas de manchas, tratando ansiosamente de escapar por la gasa que tapaba el frasco que el Ángel del Destino había dado a mi humilde asistente: mosquitos de alas moteadas…” ¡Y una mierda el Ángel del Destino! A Ronnie siempre se le aparece algún personaje del cielo, pero no ve lo que tiene delante de las narices.

»El 20 de agosto de 1897 Ronnie hace su primer gran descubrimiento: ve el depósito de zigotos del Plasmodium en el tracto digestivo del Anopheles stephensii. “Eureka”, exclama en su diario, “el problema está resuelto.”

»“¡Fiúú!”, suspira Lutchman, enjugándose el sudor de la frente. “Creí que nunca lo conseguiría.”

»Ron le pregunta más tarde: “Oye, Lutch, ¿de dónde sacaste esa información sobre las especies de mosquitos?” Lutchman se hace el tonto: “Bueno, unos aldeanos de la sierra me lo insinuaron una mañana mientras dejaban pastar las cabras.” ¿Y sabes una cosa? Ron se lo traga. Cree que a Lutchman se le ocurrió esa brillante idea mientras retozaba en las montañas con unos alegres nativos.

»Lo que me fascina de esta historia es la gracia que tiene. Ahí tenemos a Ronnie, ¿no? Cree que está haciendo experimentos sobre el parásito de la malaria. Y resulta que el experimento sobre el parásito de la malaria es él. Pero Ronnie no se entera; nunca en la vida.


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