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El sueño se iba apoderando de Antar cuando Ava empezó a emitir llamadas urgentes. No eran muy fuertes y, antes de oírlas, Antar las sintió en el vientre, vibrando a través del suelo.

Antar se dirigió con cautela al cuarto de estar y distinguió el dibujo de un paquete en las profundidades de la ventana donde Ava despachaba el correo. Era una carpeta del terminal particular del vicesecretario general de Recursos Humanos del Consejo. Empezaba agradeciéndole el tiempo y el esfuerzo que ya había dedicado al asunto L. Murugan. A continuación, en un lenguaje cortés pero tajante, le informaba de que como ya era «conocedor de los detalles», se había decidido que iniciara una nueva investigación en la materia. Se le autorizaba así para establecer línea directa con el representante del Consejo en Calcuta, a fin de llevar a cabo las consultas necesarias (seguía una larga serie de códigos y habilitaciones de seguridad).

Antar pasó unos minutos preparando una serie de órdenes para conectar a Ava con Calcuta. Cuando terminó, fue a la cocina y se echó agua en la cara.

El apartamento de Tara seguía a oscuras, salvo por la luz en el cuarto de estar que ella siempre dejaba encendida, día y noche. Se estaba secando la cara cuando algo que surgió por el patio empezó a golpetear furiosamente en la ventana. Antar retrocedió, llevándose los brazos a la cara: era una paloma que aleteaba contra el cristal. Por un instante, fijó en él sus ojillos redondos y brillantes y luego se marchó.

Antar llenó un vaso de agua y se lo llevó al cuarto de estar. Luego inició el proceso de transmisión de las órdenes.

La serie tardó exactamente 5,65 segundos en llegar al terminal particular del director de la oficina de Calcuta del Consejo. Chocó contra una barrera y empezó a agitarse de un lado para otro, como un pez en una esclusa, enviando frenéticas señales a su lugar de origen: no había nadie en la oficina y la única persona conectada era el propio director. Y el director se encontraba en su domicilio, con los controles de intimidad activados en su sistema de seguridad. Ava sería incapaz de entrar a no ser con un Mando de Prioridad Absoluta.

Antar miró el código en la lista de habilitaciones de seguridad y tecleó el mando. Ava tardó sólo un instante en abrirse paso y, al poco, una proyección holográfica de tamaño medio del director apareció en el cuarto de estar de Antar. Era un peruano alto y barrigudo y estaba dándose una ducha. Tenía los ojos cerrados y canturreaba en voz baja mientras se restregaba los cojones.

Resistiendo la tentación de gritar «¡Bu!», Antar se aclaró la garganta con un leve carraspeo.

El director abrió un ojo muy despacio, mirando incrédulo a su alrededor. Cuando entendió lo que pasaba, se tapó los genitales con las manos. Se puso a gritar, emitiendo desde un inaudible jadeo hasta un chillido agudo. Se puso a gatas y empezó a arrastrarse frenéticamente, empapando el suelo de agua y jabón. Antar supuso que buscaba una toalla, pero no veía el resto del baño. Para él, en su cuarto de estar, el director tenía un aspecto agitadamente inmóvil, como si anduviese a gatas por una cinta transportadora.

El director se puso en pie de un salto, cogió una toalla y se la enrolló en la cintura.

-Hijo de puta, so cabrón -tradujo Ava en un árabe jubilosamente popular cuando el director empezó a gritar a Antar-. ¡No puede hacer esto! ¡Le pediré cuentas y se lo haré pagar! Lo meterán en la cárcel, ya verá…

Antar intentó darle explicaciones, pero el director no quería escuchar. De manera que Antar inundó el baño con una señal de alarma hasta que el director se calló y fue a buscar su ropa.

Mientras se vestía, siguió refunfuñando.

-Usted no sabe cómo son aquí las cosas -masculló, poniéndose los pantalones-. Tengo que ocuparme de toda la oficina yo solo.

-¿Hay mucho trabajo? -preguntó Antar, tratando de congraciarse con él.

-¡Mucho trabajo! -exclamó el director con una risa sarcástica-. Ése es el problema; que ya no hay trabajo en absoluto, ahora que el río ya no fluye por la ciudad. Tengo que inventarme trabajo para la oficina. No hago más que hacer propuestas, pero la gente de aquí no quiere que el Consejo toque nada: nunca he visto nada igual. El año pasado sólo nos permitieron empezar un proyecto. ¿Y sabe cuál era?

-¿Cuál? -dijo Antar.

-¡Un asilo! -exclamó el director alzando las manos-. Un asilo para necesitados, así es como lo describimos. Aquí hay una gran fortificación llamada Fort William. La construyeron los británicos en el siglo xviii. El Consejo se la apropió, pero luego no supo qué hacer con ella. En lo único en que se pusieron de acuerdo fue en la idea del refugio. Así que eso es lo que hago ahora, dirigir un asilo.

Había terminado de vestirse y estaba sentado frente a su terminal, mirando los archivos.

-Muy bien, ¿por qué preguntaba usted? -dijo, volviendo la cabeza-. ¿Un carné de identidad en un inventario? Es fácil; sólo hay un sitio de donde puede haber venido. -Dio unos rápidos toques al teclado y lo confirmó-: Sí, eso pensaba. Era un inventario que llegó del Asilo Fort William.

-Siga -dijo Antar.

-Bueno, según parece, lo encontraron en la Sección de Estados Mentales Alternativos… -guiñó el ojo a Antar, por encima del hombro-. Así es como los veteranos llamábamos a los manicomios. Aquí dice que ha entrado en el sistema esta mañana. Lo encontraron cuando registraban a un interno. Cuando ingresan a alguien siempre llevan a cabo un registro en el sujeto desnudo.

Echando una ojeada al listado, dirigió a Antar una sonrisa maliciosa.

-Por lo que veo, diría que el individuo que está buscando se encuentra en un estado mental de lo más alernativo que pueda haber.

-¿Quién es?

-No dio su nombre -dijo el director.

-¿Dónde lo encontraron?

El director volvió a mirar el expediente.

-Aquí dice que se entregó personalmente en una estación llamada Sealdah.

-¿Cuándo puedo hablar con él? -preguntó Antar.

-¿Quiere hablar con él? -gruñó el director-. ¿Se da cuenta de que tendré que traerlo aquí? Ésta es la única instalación de comunicaciones segura del Consejo, y precisamente la tengo en casa. ¿Qué ocurrirá si experimenta un estado mental alternativo mientras está aquí? ¿Y si me destroza la casa? ¿Y si me rompe el terminal?

-Yo me encargaré de que le hagan un seguro -prometió Antar-. Sólo ocúpese de que esté ahí: lo antes posible.

Cortó al director antes de que pudiera protestar.

Luego volvió a la cama con paso vacilante.


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