CAPÍTULO 2

La casa era sorprendentemente grande, una gran estructura de tres pisos aposentada en medido de la gruesa espesura de los árboles, con una ancha terraza que bordeaba el edificio entero. Los balcones en la segunda y tercera planta estaban intrincadamente esculpidos… un artesano experto había grabado los más hermosos felinos selváticos en la madera. Era prácticamente imposible ver a través de las ramas entrelazadas alrededor de la casa. Cada balcón tenía al menos una rama tocando o casi rozándo la barandilla para formar un arco en la red de árboles, una autopista por encima del suelo. Las parras rizándose alrededor de los árboles y colgando largas y gruesas ramas.

Maggie estudiaba la forma en que la casa parecía formar parte de la jungla. La madera era natural, mezclándose con los troncos de los árboles. Una abundancia de orquídeas y rododendros se propagaban en cascada junto con al menos otras treinta especies de plantas y flores por los árboles y paredes de la casa.

La lluvia caía sin cesar, empapando las plantas y los árboles, era cálida pero Maggie se encontró tiritando.

Volvió la cara para observar las gotas individualmente cayendo sobre la tierra, hilos de plata brillando en el cielo.

– Maggie, la noche llega temprano en el bosque. Los animales salvajes merodean por los alrededores. Vamos a instalarte en la casa, -aconsejó Drake.

Ropa seca sería más que bienvenida, o mejor dicho, ninguna ropa en absoluto, pensó inesperadamente. Cerró los ojos brevemente contra ese desconocido sentimiento en su interior, una parte de ella que la jungla despertaba lentamente. Estaba incómoda con esa parte suya, una sensual, desinhibida mujer que quería ser el objeto del deseo de un hombre. Quería tentar. Atraer. Seducir. Pero no a ese hombre. No sabía que era lo que estaba buscando, sólo sabía que su cuerpo se había vuelto hacia la vida salvaje y con peticiones íntimas que no tenía modo de afrontar.

Maggie respiró profunda y tranquilamente, se obligó a mirar alrededor, concentrándose en otras cosas dejando a un lado la crispada necesidad que avanzaba por su cuerpo.

– ¿Maggie? -Avisó Drake otra vez.

– ¿Estás seguro que ésta es la casa de mis padres? -preguntó ella, mirando sobrecogida la orfebrería. La forma en que la casa se entremezclaba con los árboles, las parras y las flores hacía virtualmente imposible verla a menos que se la mirara directamente o que se supiera exactamente dónde mirar. Había sido ingeniosamente diseñada para parecer una parte misma de la selva.

– Ha pertenecido a tu familia durante generaciones, -dijo Drake.

Con la menguante luz era difícil de ver, pero parecía como si hubieran varias superficies planas recorriendo la longitud del tejado, casi como caminos. La habitación estaba considerablemente inclinada, con buhardillas sobresaliendo y mini balcones a juego.

– ¿Hay un ático?

La casa ya tenía tres plantas. Parecía increíble que pudiera haber un ático en toda la parte superior, pero las grandes ventanas indicaban otra cosa.

– ¿Y que son esos puntos planos en el tejado?

Drake dudó, luego se encogió de hombros con indiferencia cuando abrió la puerta principal. -El tejado es llano en algunos lugares para tener espacio para un fácil recorrido si tiene que ser usado como ruta de escape. También hay un túnel en el sótano. Y sí, hay un ático.

Maggie permaneció de pié en el umbral, observando estrechamente la cara de Drake. -¿Por qué necesitaría una ruta de escape? ¿De quién o de qué tendría yo que escapar?

– No te preocupes. Todos cuidaremos de ti. La casa fue diseñada hace más de cien años y ha sido debidamente cuidada, modernizada al pasar los años pero todas las características originales diseñadas para la huida fueron conservadas.

Ella parpadeó rápidamente, alzó su mano protectoramente hacia su garganta. Él mentía. Estaba en el sonido de su voz. Su nueva y aguda audición captó la fatiga y la súbita tensión en él que desvió la mirada sólo un momento, fijándola en el bosque lo bastante para que ella tuviera cierto conocimiento de su mentira. El desasosiego la empapó, penetrándola.

Maggie dio un indeciso paso hacia dentro, sintiéndose como si hubiera sido atraída por la excentricidad y belleza única de la casa. Por el secretismo de su pasado. Sabía poco de sus padres. Estaban envueltos en un velo de misterio, y la idea de saber algo sobre ellos era una tentación demasiado grande para resistirse. Recordaba muy poco, sólo vagas impresiones. Gritos enfadados, el destello de antorchas, unos brazos agarrándola fuertemente. El sonido de un corazón latiendo frenéticamente. La percepción de pelaje contra su piel. Algunas veces los recuerdos parecían cosas de pesadillas; otras veces recordaba unos ojos contemplándola con tal amor, tal orgullo, que su corazón quería estallar.

De pié en medio de la sala de estar, ella miró inciertamente a Drake mientras Conner y Joshua recorrían cada habitación de la casa, asegurándose que no hubiera escondidos animales perdidos.

– ¿Estas seguro que el pueblo está cerca? -Antes había querido estar sola para descansar y recobrarse del largo viaje. Estaba verdaderamente exhausta, habiendo viajado durante horas y definitivamente sufría jet lag, pero ahora tenía miedo de quedarse sola en la gran casa.

– Justo tras esos árboles -le aseguró-, la casa tiene cañerías interiores y establecimos una pequeña central eléctrica en el río. La mayoría del tiempo tenemos electricidad, pero de vez en cuando se va. Si eso pasa, no te asustes; hay velas de emergencia y linternas en las alacenas. La casa ha sido abastecida, así es que deberías tener todo lo necesario.

Miró alrededor de la bien cuidada casa. No había polvo, ni moho. A pesar de la humedad, todo parecía estar muy limpio. -¿Vive alguien aquí?

Drake se encogió de hombros. -Brand Talbolt ha sido el guardián durante años. Si necesitas algo, puedes pedirle a él dónde encontrarlo. Ha vivido siempre en la casa, pero permanecerá en el pueblo. Estoy seguro de que te ayudará con cualquier cosa.

Algo en la manera en que él dijo el nombre del guardián captó su inmediata atención. Lo miró cuando un escalofrío de miedo recorrió su cuerpo. Brant Talbot. ¿Quién era ese hombre del que Drake había dicho su nombre tan suavemente? Drake había sonado cauteloso y sus ojos se habían movido inquietos hacia el denso follaje del exterior de la casa.

Los otros dejaron su equipaje en el salón, alzaron brevemente la mano, y se fueron corriendo, Drake les siguió con un paso mucho más lento. Se detuvo en la puerta, volviendo la mirada hacia ella.

– Mantén las puertas y las ventanas cerradas, y no salgas fuera de la casa por la noche a pasear, – él le advirtió-. Los animales de los alrededores son salvajes.

Su repentina sonrisa eliminó todas las huellas de severidad de su cara, parecía casi amigable.

– Todo el mundo ha estado deseando encontrarte. Nos llegarás a conocer a todos con rapidez.

Maggie estaba de pie, insegura en el oscuro porche de la casa solariega de sus padres y lo observó marcharse con el alma a sus pies. Eso era todo pero no como ella había esperado, un lugar sombrío y misterioso que despertaba algo primitivo, salvaje y muy sensual en su interior.

Las hojas susurraron en lo alto de los árboles encima de su cabeza, y ella miró hacia arriba. Algo se movió, algo grande pero muy silencioso. Ella continuó mirando fijamente hacia el denso follaje, esforzándose por distinguir una forma, una sombra. Cualquier cosa que pudiera agitar las hojas en una noche sin viento. ¿Era una serpiente grande? Una pitón quizá… eran enormes.

Tuvo una negra premonición de peligro, de algo peligroso cazándola. Acechándola. Observándola intensamente con una mirada fija y enfocada. A la defensiva se puso la mano en la garganta como previniendo el mordisco estrangulador de un leopardo. Maggie dio un cauteloso paso atrás, hacia la seguridad de la casa, su mirada nunca abandonó el árbol encima de su cabeza.

El viento apareció de repente en los árboles, agitando y moviendo las hojas. Su corazón golpeteó duramente contra su pecho cuando se encontró cayendo en la hipnótica mirada del gran animal. Siempre había estado fascinada con los gatos grandes, pero cada encuentro había sido en un ambiente controlado. Este leopardo, una rara pantera negra, estaba libre, salvaje, y a la caza. La mirada era terrorífica, desconcertante. El poder y la inteligencia brillaban en esos dorados ojos sin parpadear. Maggie no podía apartar la mirada, atrapada en su apasionada intensidad. Sabía por su vasta experiencia con felinos exóticos que el leopardo era uno de los más astutos e inteligentes depredadores de la selva.

Un solitario sonido se le escapó, un leve gemido de alarma. Sacó su lengua trazando sus repentinamente secos labios. Maggie tuvo mejor criterio que echarse a correr… no quería provocar un ataque. Dio otro paso atrás, buscando a tientas la puerta. En todo momento su mirada estaba fija en la pantera. El felino nunca apartó la vista de ella, un inconmensurable cazador, un rápido y eficiente asesino que estaba concentrado en su presa. Ella era la presa. Reconocía el peligro cuando lo veía.

Él podía oír el sonido de sus latidos, la rápida aceleración que señalaba el intenso miedo. Su cara estaba pálida, sus ojos muy abiertos mirando fijamente los de él. Cuando su pequeña lengua tocó su exuberante labio inferior, estuvo a punto de caerse del árbol. Casi podía leerle los pensamientos. Ella creía que él la cazaba, la acechaba. Creía que estaba hambriento. Y lo estaba. Él quería, necesitaba, devorarla. Pero no precisamente de la manera que ella pensaba.

Con un portazo la cerró solidamente. Él oyó la barra deslizándose en su lugar. Brandt permaneció muy quieto, su corazón desbordaba de alegría. Ella era suya ahora. Era sólo cuestión de tiempo. La intensidad de su necesidad por ella lo conmocionó. La forma instintiva de reconocer a su pareja estaba más allá de cualquier cosa que alguna vez hubiera experimentado.

La noche terminaba. Su tiempo. Le pertenecía, a su especie. Escuchó los susurros como si su mundo despertara a la vida. Oyó las llamadas mas bajas, conocía a cada criatura, cada insecto. Conocía quien pertenecía allí y quién no. Era el ritmo natural de la vida y él estaba en medio de un cambio. Inquietante, turbador, pero estaba determinado a ejercer su disciplina y a manejarlo como hacía todas las cosas, con un férreo control.

Cambió de posición, sus músculos se tensaban bajo el grueso pelaje como acolchando en silencio a lo largo de la pesada rama, atento a seguir el progreso de ella mientras se movía de habitación en habitación. No podía apartar sus ojos de ella, bebiendo de su vista, torturando su cuerpo y sus sentidos. Lo conmovió como nada lo había hecho. Le cortó la respiración y despertó en su cuerpo tal punto de excitación enfebrecida que se encontró cautivado.

Nada los separaba excepto su honor. Su código. Nada. Ningún tiempo ni distancia. Él había resuelto ese asunto con su astuta inteligencia. Levantó la cabeza y forzó a su cuerpo a tomar aire, leer la noche, saber que tenía el mando en medio de la agitación. Su cuerpo era otra cosa. Muy necesitado, pulsante, dolorido. Con todos los sentidos a flor de piel. Con todas las células necesitadas. Hambrientas. Su cabeza bramaba y dolía, un estado incómodo para alguien con poder y disciplina.

Maggie se apoyó contra la puerta durante mucho tiempo. Había sido una loca al venir a este lugar tan apartado con peligro a cada paso. Su corazón iba a toda velocidad y su sangre corría locamente por su cuerpo. Pero una pequeña sonrisa alcanzó su boca a pesar del bombeo de adrenalina recorriéndola. No podía recordar haberse sentido nunca tan viva. Incluso no estaba segura de haber tenido miedo, estaba tan excitada. Era como si hubiera pasado por su vida ajena a todas sus posibilidades. Ahora, aquí, en la primitiva jungla, cada sentido estaba realzado y encendido.

Se alejó de la puerta, contempló el cielo raso con sus abanicos y vigas anchas. Esta casa le gustaba, con sus espacios totalmente abiertos y esculturas interesantes. Comenzó a atravesarla, confiado en que no había animales dentro de la casa. Era hilarante sentir que había cerrado la puerta a todo el peligro y lo había dejado fuera. Recogió su equipaje y empezó la inspección del primer piso. Los cuartos eran grandes, con el mismo techo alto y el mobiliario escaso, todo hecho de madera dura, oscura. Curiosamente, en dos de los dormitorios que ella descubrió marcas de garras, como si algún felino muy grande hubiera marcado la pared cerca del techo. Maggie clavó los ojos en las marcas y le intrigó cómo habían llegado allí.

En la enorme cocina encontró una nota en el pequeño refrigerador, escrita en un masculino garabato, explicando como funcionaban las luces y dónde podía encontrar todo lo que podría necesitar en su primera noche en la casa familiar. Había un tazón de fruta fresca para ella y con gratitud comió un jugoso mango, su deshidratada garganta saboreó la dulzura. Rozando las letras largas y curvas de la nota, en un silencioso gracias con una acariciante yema, extrañamente escrita a mano. Volvió la nota repetidas veces, acercándola a su nariz, inhalando su esencia. Realmente podía olerlo. Brandt Talbot, el hombre que había escrito la nota, había vivido en la casa.

Estaba en todas partes. Su esencia. Parecía envolverla con su presencia. Una vez fue consciente de él, se percató de que su toque estaba en todas partes. Él vivió en la casa. La madera pulida y las baldosas relucientes habían tenido que ser obra suya. El trabajo artístico, que la atrajo, tenía que ser de él.

Las escaleras eran anchas y se curvaban en un giro radical hasta el siguiente nivel. Fotos increíbles de todas las criaturas salvajes imaginables colgaban en las paredes que subían las escaleras. Las fotografías eran raros tesoros. El fotógrafo había capturado la esencia de la vida salvaje, fotos de inusuales acciones y hermosas fotografías de plantas, primeros planos que representaban pétalos cubiertos de rocío. Se inclinó más cerca, sabiendo quien había tomado las fotos. En la esquina de cada fotografía había un poema de cuatro líneas. Leer las palabras escritas la hacía sentir como si accidentalmente hubiera conectado íntimamente con el poeta. Cada poema había sido escrito con trazos curvos y masculinos. Los sentimientos meditabundos, hermosos, incluso románticos. No pudo haber sido escrito por nadie más. Brandt Talbot tenía un alma de poeta. Era un hombre inusual y ella ya estaba intrigada.

Inspiró otra vez cuando subió las escaleras, respirando su esencia profundamente en sus pulmones. Él pertenecía a la casa. El misterioso Brandt Talbot con sus increíbles habilidades fotográficas y su amor por la madera y la vida salvaje y las bellas palabras. Le parecía familiar, un hombre con quien compartir sus cosas favoritas.

Estaba muerta de cansancio. Maggie se dio cuenta de cuan incómoda estaba, su piel húmeda y pegajosa, cuando tomó el camino hacia el segundo piso. Encontró una habitación al final del pasillo que fue de su agrado. La cama tentadoramente preparada, los ventiladores circulando el aire y había un espacioso baño fuera de la habitación.

Puso sus paquetes en el tocador, reclamando el cuarto como suyo en silencio. Por encima de la cama, arriba en la esquina, ella vio las marcas de una garra grabadas profundamente en la madera y se estremeció. Su mirada permaneció allí cuando se sacó la camisa caqui y la húmeda camiseta. Fue un alivio tener el húmedo material lejos de su piel.

Maggie estaba de pie en el centro de la habitación vistiendo únicamente sus pantalones de talle bajo. Suspiró aliviada. Las húmedas ropas pegadas a su piel la hacían sentir extraña, como si algo que permanecía dormido bajo su piel se agitara por un momento, tratando de salir a través de sus poros, luego remitió, dejándole un comezón, sensible y muy irritable. Estiró sus lastimados músculos, levantando las manos para soltar su cabello, sacudiéndolo para poder así lavar la densa mata de pelo en la ducha.

Después se quitó las botas, luego los calcetines. Era el cielo estar descalza, sus plantas se enfriaban en el suelo de madera. Mucho más cómoda, se tomo un momento para observar la gran habitación. El cuarto de la segunda planta era espacioso con vigas anchas y poco mobiliario. La cama era enorme con cuatro columnas intrincadamente talladas alzadas a medio camino del techo. Varios ventiladores giraban por encima de su cabeza, proporcionando una grata brisa en la habitación. Su mirada rozó una vez más la extraña marca de garra, se alejó, luego volvió como si estuviera dibujada por alguna fuerza nunca vista.

Cruzó la habitación mirándola fijamente, finalmente se encaramó a la cama y se estiró para tocarla con las yemas de los dedos. Trazó cada marca. La madera estaba rallada; las garras se habían clavado profundamente. ¿Era de alguna mascota criada en la casa hace mucho tiempo? ¿Algo salvaje que había marcado su territorio?

En el momento en que ese pensamiento inesperado se le ocurrió, se estremeció, la marca cobraba vida, quemando la yema de sus dedos hasta que ella jaló su mano rápidamente de la pared. Sorprendida, miró sus dedos chamuscados pero no tenían ninguna marca. Maggie se puso los dedos en la boca, calmando las sensitivas terminaciones nerviosas con su lengua.

Deambuló por la habitación hacia las ventanas. Los cristales del cuarto parecían más grandes de lo normal, lo suficientemente grandes para subir por ellos en caso de necesidad. Cada habitación tenía una medida similar en las ventanas con el inevitable balcón a su alrededor. Unas rejas protegían cada ventana, haciéndola muy consciente de que estaba en un entorno salvaje.

Maggie estaba de pié en la ventana, mirando fijamente la noche. La lluvia y la selva. Podía ver las hojas ondeando y bailando en los árboles cuando el viento aumentaba su fuerza. Con los huesos cansados, empezó lentamente a sacarse los vaqueros, mojados por la lluvia tropical, que se le pegaban. Quería una ducha y luego tumbarse y dormir tanto tiempo como fuera posible. No quería pensar sobre cómo de salvajes eran los alrededores, cómo parecía ella tan diferente aquí en este exótico lugar. No quería prestar atención a su cuerpo, cada terminación nerviosa se realzaba por el bochornoso aire y el peligro que la rodeaba. Estaba desnuda, mirando fijamente la oscuridad, incapaz de mirar más lejos.

El cristal reflejó su imagen como lo haría un espejo. Una extraña pesadez la invadió, una quemazón que se reunía despacio y perversa en su cuerpo, latiendo y exigiendo alivio. Era incluso más fuerte que la última vez, como si una oleada de hambre sexual la absorbiera, se estableciera en ella, pidiendo satisfacción. Maggie se inclinó más cerca mirando en el interior del cristal, inspeccionando su cuerpo. Su piel estaba sin mácula, suave e invitadora.

Separado sólo por el delgado cristal de la ventana, Brandt se quedó sin respiración. Ella estaba tan seductora con sus inocentes ojos y su sensual boca. Su cuerpo estaba hecho para ser tocado, disfrutado. Hecho para él. Su corazón atronó con un latido salvaje y su cuerpo se estremeció con anticipación.

Él podía incluso sentir la textura de su piel, suave e invitadora. Conocía la forma en que sus cuerpos se unirían en una pasión desesperada, en una tormenta de fuego, frenesí y hambre. Cuando se movía, su cuerpo era una seductora invitación, su exaltada mirada dibujaba sus pechos llenos. Tenía un ligero brillo de sudor sobre su piel que la hacía refulgir como los pétalos de una flor tras la lluvia. Bloqueó sus músculos para abstenerse de brincar a través de la ventana y lamer cada pulgada de su expuesta piel. Quería amamantar sus exuberantes senos, sentir su ardiente pasión alrededor. Quería enterrarse en su interior. Tenía tantos planes, cada uno más erótico que el anterior, y observándola, juró tenerla de todas las formas posibles. Trazando con la vista su cuerpo descubierto para él, presionó más cerca, sus ojos dorados brillando en la oscuridad.

Misteriosamente, Maggie notó unos ojos sobre ella, observándola. La impresión fue tan fuerte que dio un paso acercándose a la ventana. Dudó como si una persona pudiera estar fuera del balcón en medio del diluvio y con una pantera cerca. El sentimiento persistió y sintió que su amante había llegado y la estaba esperando. Esperándola. Desesperado por ella. El sentimiento era intenso, abrumador, como si pudiera sentir su hambre salvaje latiendo por ella en su mente.

Sus manos subieron por su tórax por el camino que ella quería que él siguiera. Ahuecó el peso de sus senos en las manos, una ofrenda, una tentación patente. Necesitaba que la tocara, los pulgares tentando sus pezones en picos duros. La piel de Maggie estaba caliente y se sonrojó, su cuerpo ansiando liberación. Cuando se movió, fue un flujo sensual de músculos y curvas, sus manos siguiendo las líneas de su cuerpo, llamando la atención hacia el triángulo fogoso de rizos en el empalme entre sus piernas.

Sus muslos se sentían lisos, sus caderas redondeadas. Ansió que su amante la encontrara, viniera a por ella, para tocar su piel y encontrar cada lugar secreto de su cuerpo. Sentía su largo cabello como una capa sedosa, algunos mechones se deslizaban sobre sus senos en cuanto se movía, acariciando sus senos y sus nalgas. La sensación causó que su cuerpo se apretara en reacción, su sangre se espesara y su aliento saliera laboriosamente.

Maggie colocó sus manos en el vidrio. Ella quería. Tenía hambre. De alguien desconocido, pero el sentimiento era fuerte, ni dulce ni agradable. Las imágenes eróticas que bailaban en su cabeza eran consumidoras, no eran de un amante cortés, considerado, eran de un amante que la tomaría en un frenesí descabellado de lujuria, de deseo elemental, salvaje.

Las imágenes de su cabeza la desconcertaron y le volvió la espalda a la ventana. Maggie pisó suavemente el suelo mojado por el aguacero con sus pies desnudos, esperando quitar esas ideas extrañas de su cabeza. Las sensaciones extrañas en su cuerpo. No estaba preparada para la forma en que el bosque tropical la afectaba, y ella justamente quería que eso se fuera.

El agua se sentía fresca en su piel. Maggie cerró los ojos y saboreó la sensación, la forma en que parecía absorberla en su piel. Estaba exhausta, queriendo únicamente dormir, pero el ardor en su sangre era fuerte. Un sentido básico, natural. Se apoyó contra la pared y permitió que el agua cayera en cascada sobre sus senos, dándole masaje al temible sentimiento. ¿Si ella perteneciera a este lugar salvaje y primitivo, quería eso decir que la reacción de su cuerpo nunca se iría? Maggie se secó ligeramente dejando que una parte del agua se secara bajo los ventiladores.

Se acostó en la cama a oscuras, escuchando la lluvia. Tras su ventana el viento sopló, y los sonidos poco familiares de la selva penetraron por las paredes de la casa. Se quedó inmóvil con el corazón palpitando al compás de la lluvia. Podía sentir la sábana bajo su piel. Se encontró a si misma restregándose el cuerpo a lo largo de la tela, queriendo sentir cada pulgada de su piel tocándola. Comenzó a rodar tentadoramente, acostada en posición horizontal, apoyó sus manos y sus rodillas hasta quedarse boca abajo. Mientras se debatía y pulsaba, ardía y latía, al fin consiguió su aliviarse.

Brandt observó como ella se debatía atrapada en los dolores del calor sexual de su interior. Era la criatura más sensual que él alguna vez había visto. Su cuerpo estaba en llamas, doloroso, al verla debatirse entre las sábanas. Él la observó, sus dedos que recorrían el cuerpo que le pertenecía. Tocando lugares que estaban hechos para él. Un gemido se escapó, un sonido bajo, producido por el ansia. La lujuria, la necesidad fue tan fuerte que él ya no se preocupó por su honor, por el futuro. La tendría esta noche. Ahora. No habría espera.

Y luego ella enterró su cara en la almohada y lloró como si su corazón estuviera roto. El sonido le dejó helado.

Clavó los ojos en ella, viendo fácilmente en la oscuridad, y sintió sus miedos, su soledad. Su confusión y su humillación por las cosas que no podía controlar o entender. No había pensado lo que cambiando su vida tan drásticamente haría con ella, pensando sólo lo que haría para él. Se acercó al balcón y escuchó. Mientras ella lloraba hasta quedarse dormida. Inesperadamente, su corazón se sintió destrozado.

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