Maggie estaba de pie absolutamente inmóvil. Era una locura creer lo que Brandt Talbot decía, aún cuando sabía que era verdad. En realidad tenía recuerdos de aquella noche. Y Jayne Odesa hablaba a menudo de una amiga a quien había querido muchísimo y que había muerto violentamente, trágicamente. Una mujer llamada Lily Hanover. Las dos mujeres habían trabajado incansablemente para conservar la selva tropical y las especies en vías de extinción que vivían en ella. Salvar el medio ambiente había sido la causa que había unido a Jayne y a Lily. Pero Jayne nunca le había dicho que Lily era su madre.
Brandt cogió su barbilla.
– No te sientas triste, Maggie. Tus padres te amaron muchísimo y se quisieron el uno al otro. Pocas personas consiguen eso alguna vez en su vida.
– ¿Les conociste? -Su verde mirada se mantuvo fija, retándole a mentirle.
– Yo era un muchacho, pero les recuerdo, el modo en que siempre se tocaban y se sonreían el uno al otro. Eran realmente gente maravillosa que siempre pusieron en práctica lo que creían sin importar el peligro.
Maggie echó un vistazo hacia arriba, a los árboles, la vista clavada en varias ranas que se sentaban abiertamente sobre las hojas. Sus ojos eran enormes, permitiendo a los anfibios cazar de noche. Más arriba, adhiriéndose a las ramas de un árbol, estaba un pequeño tarsero [2] con sus redondos ojos brillantes fijos en ella. Parecía una peluda y abrazable criatura alienígena. Su madre y su padre habían visto a estas pequeñas criaturas tal como ella los veía, quizás incluso, habían estado de pie bajo este mismo árbol.
– Gracias por contarme sobre mis padres, Brandt. Entiendo mejor por qué Jayne tuvo miedo por mí de que viniera aquí al bosque. Solía hablar de ello todo el tiempo, se ofendía y hasta gritaba. Tenía muchas ganas de venir aquí, a la selva tropical, también a Sudamérica y a África. Me hice veterinaria, con la idea de que trabajaría en el hábitat natural de los animales para preservar a las especies raras.
– Jayne Odessa fue testigo de cómo los cazadores furtivos asesinaron a Lily. No tenía ni idea de la herencia de Lily, de que era una cambiaformas. -Brandt respiró, soltó el aire, todo el tiempo mirando su expresión cuidadosamente, buscando señales de rechazo por las cosas que él le revelaba-. Debe haber sido tan espantoso para Jayne saber que los cazadores furtivos asesinarían a alguien solamente porque trataba de proteger a los animales. Y luego tuviste que crecer justo como Lily, queriendo salvar animales exóticos.
Él le acarició el pelo, la más ligera de las caricias, pero el toque envió calor moviéndose en espiral por su cuerpo. Le dolió por él, pero hizo todo lo posible para ignorarlo. Aunque la llamara sobre tantos niveles, era cautelosa de la pura fuerza de atracción entre ellos.
– Puedo haber heredado las tendencias de mi madre biológica pero Jayne seguramente también influyó en mí. Se rodeó de libros e información sobre hábitats y especies en vías de extinción, apoyó las causas con dinero y se ofreció para todo tipo de cosas. Desde luego que su pasión me influyó.
– ¿Crees las otras cosas que te he contado, Maggie? -Brandt enmarcó su cara con las manos, inclinó su oscura cabeza hacia la suya como si no pudiera soportar las escasas pulgadas que los separaban-. ¿Crees que pueda existir otra especie? ¿Una especie de cambiaformas? ¿Crees que eres uno de nosotros?
Estaba tan cerca, tan tentador, sus dorados ojos brillaban intensamente.
– No lo sé -contestó ella con cuidado-. Supongo que no sería tan difícil de demostrar. -había desafío en su voz.
– ¿Y has escapado de mí gritando?
– Puedo escapar de ti gritando de todos modos -advirtió ella con una pequeña, burlona sonrisa. Ella estaba mirando su cara, vió su resolución repentina, y su corazón comenzó a golpear fuertemente en su pecho.
En lo alto, junto a las copas de los árboles un mono gritó; la agitación de alas indicaba el vuelo de los pájaros. Brandt movió su cabeza alrededor rápidamente, alerta, sus ojos de repente fijos y duros.
– ¡James! ¿Qué haces aquí?
Maggie giró en la dirección que Brandt miraba fijamente justo cuando el viento cambió. Capto un olor vagamente familiar. Había olido aquella presencia un par de veces, en el bosque mientras viajaba hacia la casa de sus padres y luego fuera de la casa, en el porche. Apenas podía distinguir al hombre oculto en las sombras.
– Solo curioseo, Brandt. -La voz flotó hasta ellos, casi un desafío.
Maggie instintivamente se acercó a Brandt, sintiendo como se le erizaba el pelo, una sensación que no le gustó. Brandt pareció reconocer su incomodidad y le rodeó la cintura con su brazo, atrayéndola bajo la protección de su hombro. Antes de que pudiera presentarle al otro hombre, James se había fundido con el arbusto.
Maggie contuvo su aliento, esperando, pero no sabía qué.
Brandt abandonó su lado, rastreando al otro hombre entre el follaje. Cuando volvió, la tomó de la mano acercándola.
– Se ha ido. No parezcas tan asustada.
– ¿Quién es? -preguntó.
– Uno de los nuestros. -Brandt sonó severo-. Uno de quien te advierto te mantengas a distancia. Sostiene la creencia fundamental de que las reglas se aplican a todo el mundo menos a él.
Sin ninguna razón aparente Maggie tembló violentamente. Su cuerpo sentía una aversión visceral hacia el hombre que se había ocultado en el espeso follaje. Brandt inmediatamente reaccionó, frotándole los brazos, en un masaje con las palmas de sus manos.
– ¿Por qué me tocas como si tuvieras derecho? -¿Y por qué ansiaba ella su toque?-. Me tocas como si fuera absolutamente natural -como si ella le perteneciera.
– ¿Tanto te molesta? -Su voz cayó una octava, se volvió una ronca seducción. La yema de su pulgar se deslizó por el lleno labio inferior femenino, en una ligera caricia.
Notó en su estómago una sacudida de placer que la estremeció.
– Me molesta porque se siente… -se calmó, cerrados los ojos. Se sentía bien. Perfecto. Exactamente lo que quería. Su boca estaba a escasas pulgadas de la suya. La tentación de los labios masculinos perfectamente esculpidos era más de lo que podía resistir.
Maggie francamente no supo quien se movió primero. Sólo supo que había magia en el roce de sus bocas. Era inesperadamente apacible, sus labios se movían sobre los suyos tan suaves como la brisa. Sintió su hambre voraz, aunque él la tocaba tan tiernamente, engatusando su respuesta en vez de exigirla, que se apretara más cerca, rodeándole el cuello con sus brazos, necesitando sentir su cuerpo contra el suyo.
Inmediatamente sus labios se hicieron más firmes, se endurecieron. Él profundizó el beso, sus manos se deslizaron sobre los contornos de su cuerpo, formando sus curvas, arrastrándola más cerca. Brandt empujó el borde de su camisa para tener acceso a la piel desnuda. Sus palmas encontraron el encaje sobre sus pechos, el más fino de los materiales cubriendo el tesoro delicioso.
Su toque envió fuego por su sangre. Le chocó que ella pudiera tener tal reacción, una necesidad tan aplastante. Un temblor traspasó su cuerpo y se puso ligeramente rígido, algo profundamente escondido dentro de ella todavía luchaba.
Bruscamente separó su boca, dejando sus manos sobre los pechos, frente contra frente. Había un brillo de sudor sobre su piel y su respiración era desigual, su cuerpo fieramente excitado.
– No podemos quedarnos aquí para esto, Maggie. No tengo el control que pensé que tendría -la besó otra vez, con cuidado, persuasivamente-. A no ser que me quieras del modo que yo te quiero.
Toda su feminidad se alzó en respuesta a la llamada. Lo quería. Le deseaba. Pero por muy ardiente que se sintiera, por mucho que quisiera envolverse a su alrededor, algo profundamente en su interior les negó a ambos la liberación.
– No puedo, Brandt, lo siento. No sé por qué, pero no puedo -crispó sus dedos en la camisa agarrándose a él consolándose.
De mala gana, sus manos abandonaron los pechos, rozó su tórax y acarició su vientre plano.
– Lo entiendo, dulzura. No te preocupes -besó su frente, respirando profundamente para retirarse del precipicio del deseo sexual-. Vayamos a algún sitio seguro.
– ¿Hay algún sitio seguro? -Alzó la vista sabiendo que sus ojos brillaban por él. Su comprensión sólo sirvió para hacerlo más atractivo. Brandt Talbot era un hombre increíblemente sensible y ella caía más y más profundamente bajo su hechizo.
Inclinó su cabeza para besar la esquina de su boca, sintiendo que debería ser un candidato para santo padre o al menos para ser armado caballero. Tomó su mano y se pusieron en camino hacia la seguridad de otro lugar.
– Supongo que el pueblo será bastante seguro. Encontraremos a una persona o dos allí, -frunció el ceño cuando lo decía.
Maggie sabía que estaba pensando en el misterioso James, esperando que no estuviera en el pueblo.
– Yo también lo espero. Me gustaría verlo -ella disfrutó andando a su lado mientras él le decía como se llamaban las plantas, señalaba a los animales y a los reptiles que a ella se le pasaban por alto. Se dio cuenta de cómo de completamente a salvo, se sentía a su lado. El bosque era un lugar oscuro, místico e incluso embrujado, aún con Brandt moviéndose tan silenciosamente, tan fluidamente, con tal completa seguridad, comprendió cuanto de todo eso formaba parte de él-. Fuiste tu quien sacaste todas aquellas fotografías que cuelgan de la casa, ¿verdad? Están muy bien -había admiración en su voz.
Él enrojeció.
– ¡Te diste cuenta! Espero que no leyeras ninguna de esas tonterías. Debería haberlas descolgado pero no pensé en ello.
– Me gustó la poesía.
Él gimió.
– Eso no es poesía. Solamente trataba de encontrar algo para los títulos pero nada le encajaba -su excusa le pareció coja incluso a sus propios oídos.
Maggie extendió la mano y tocó su pelo, enredando sus dedos en la masa sedosa durante solo un momento porque no pudo resistirse.
– ¿Eres fotógrafo profesional?
Estaba tan atractivo, avergonzado, y ella tan poco dispuesta a echarle un cable, no pudo pararse.
– Soy agente libre de National Geographic -admitió Brandt de mala gana-. Escribo artículos y hago consultas para varios gobiernos. Con mi trabajo aquí, trato de despertar la conciencia mundial sobre el valor del bosque.
Maggie le miró fijamente con asombro. ¿Cómo no lo había supuesto antes?
– ¡Eres Brandt Talbot, el renombrado experto principal sobre la selva tropical¡ Doctor Brandt Talbot. No puedo creer que esté hablando contigo. ¡He leído todo lo que has escrito! -Maggie se encontró cayendo más profundamente bajo su hechizo. Él amaba lo que ella amaba. Lo oía en su voz y lo leía en sus artículos. No podía falsificar aquella clase de pasión-. Cuéntame más sobre la especie a la que dices que pertenecían mis padres -le animó, dudando de si podía creerlo o no. Su cuerpo parecía sufrir las pruebas de sus revelaciones. Había algo dentro de ella, algo sobre lo que parecía no tener control, aún cuando su explicación parecía más allá del reino de la realidad. Trataba de mantener la mente abierta- ¿Quedan muchos de ellos?
– De nosotros, Maggie. Eres uno de nosotros y no, quedamos pocos. Nuestra raza ha disminuido. Nos han cazado y matado casi hasta la extinción. En parte por nuestra propia culpa. No tenemos la historia más noble. -Había una nota de pesar en su voz.
– ¿Qué pasó?
– En los tempranos días, algunas tribus nos veneraron como a dioses. Algunos de nuestra gente se obsesionaron con el poder. Como en cualquier especie, hay algunos entre nosotros que escogemos una vida de servicio y dedicación al bien común, y otros que quieren reinar, conquistar. Tenemos nuestras propias enfermedades y nuestros propios problemas. Somos apasionados, una mezcla de los instintos humanos y animales que significa lo bueno y lo malo de ambos lados -dejó de andar-. El pueblo está justo delante de nosotros. Maggie, incluso hoy, algunos de nuestros machos están obsesionados con el poder -le advirtió con cuidado.
– Los leopardos no se emparejan de por vida, Brandt. Las hembras crían a los pequeños solas. ¿Se alejan los hombres después del sexo? -Ella se forzó a hacer la pregunta sin mirarlo.
La cogió, sus brazos como bandas de acero. -No, Maggie. No somos leopardos, ni animales, tampoco somos humanos. Nos emparejamos de por vida. Así es como se ha hecho. Para nueve vidas. Todas nuestras vidas. Una y otra vez. Eres mía, sé que lo eres, siempre me has pertenecido.
El alivio y la alegría se derramaron sobre ella, tanto no pudo responder. El pensamiento de que podría quererla durante toda su vida y no solamente para un acoplamiento la hizo feliz a pesar de que no estaba totalmente segura de que todo aquello fuera real. Le dejó sostenerla en silencio mientras miraba alrededor tratando de ver a través de la lluvia y los árboles. Con bastante seguridad, había un par de pequeñas estructuras tejidas en los árboles y camufladas por la riqueza de plantas que crecían de cualquier manera concebible. Sacudió la cabeza.
– ¿Esto es el pueblo? ¿Es aquí dónde todos viven? ¿Solo dos edificios? -trataba de no reírse. Había imaginado algo mucho más diferente. Un centro próspero y concurrido, al menos, como un pueblo de nativos.
– Nunca vivimos en el pueblo. Simplemente nos encontramos aquí para disfrutar de la compañía o conseguir provisiones. Las casas están dispersadas alrededor de los árboles. Nos aseguramos de no dejar ningún rastro y estamos constantemente vigilantes, buscando signos de alguien cerca. Los cazadores furtivos destruyeron el pueblo la noche que tus padres murieron y desde aquel momento lo hemos mantenido bastante pequeño por protección.
– Tiene sentido, pero parece un modo triste de vivir.
– Tenemos nuestra propia comunidad y no toda nuestra gente reside en la selva tropical. Algunos han decidido vivir en las afueras. Cambiamos a voluntad, a excepción del Han Vol Dan. La primera vez que el cambio ocurre es incómodo y no puede ser controlado. Es mejor tener a alguien contigo para hablarte de ello.
– Entonces los niños no cambian la forma. ¿Sólo los adultos?
Él asintió.
– Y no sabemos que es lo que lo provoca en cada individuo. Unos son cambiaformas más temprano que otros. -Brandt resbaló los brazos alrededor de sus hombros, necesitando tocarla, tenerla cerca. Se sentía nervioso y combativo, sabiendo que los otros machos estaban cerca. Sus amigos, se recordó. Los hombres en los que confiaba. Los hombres que habían salvado su vida una docena de veces, igual que él las suyas. Sabían que Maggie era su compañera. Estarían tan incómodos alrededor de ella, como él lo estaría hasta que hubiera atado a Maggie a él.
Y luego estaba James. Brandt y los demás lo habían olido en el bosque, mirando la llegada de Maggie. Por dos veces Brandt había olido su rastro cerca de la casa. Brandt no confiaba en James y no lo quería en ninguna parte cerca de Maggie. Su especie tenía demasiada influencia animal, tanto que tenían que luchar contra sus naturalezas de vez en cuando. Reaccionaban como machos territoriales hasta que los lazos fueran establecidos. Era peligroso para todos.
Maggie sintió un ligero temblor atravesando su cuerpo.
– ¿Qué es? -Ella deslizó un brazo alrededor de su cintura, algo que generalmente no habría hecho, pero él parecía necesitarla. Había una extraña sensación de poder al tener a un hombre fuerte necesitándola tanto, tenerlo tan absorbido por ella-. Estás incómodo por nuestra presencia aquí. Puedo sentirlo, Brandt.
La empujó hacia atrás al refugio de los árboles y la giró entre sus brazos, apretó su cuerpo fuertemente contra el suyo de modo que pudiera sentir cada músculo impreso sobre ella. Su olor la envolvió. Brandt se inclinó abajo para hocicar su pelo a un lado, así podría encontrar el hombro con su boca. Los dientes rasparon hacia adelante y hacia atrás con cuidado sobre su piel desnuda.
– Te quiero -susurró suavemente contra su oído, su aliento caliente tentando los sentidos-. Te quiero tanto que a veces no puedo pensar.
El cuerpo de Maggie respondió a su confesión susurrada. Tensándose. Pulsando con calor. Con hambre. Con anticipación.
Sus labios fueron a la deriva encima de su garganta, sus dientes tiraron tiernamente de su barbilla, rozando a lo largo de su mejilla para encontrar la comisura de su boca. Su lengua la acarició. Lentamente. Trazando sus labios hasta que los abrió para él. En ese momento estuvo perdida. Su boca era un misterio intrigante, de maestría masculina y promesas calientes. Su lengua barría profundamente, barriendo sus inhibiciones, su cordura, cualquier pensamiento claro.
Sus brazos se alzaron para rodearle el cuello. Manteniéndolo allí, lo sostuvo mientras se movía contra él, frotando lentamente su cuerpo contra el suyo. Incitándolo aún más. Saboreando el modo en que su cuerpo se endurecía en respuesta. Sus bocas permanecieron juntas todo el tiempo. Sus manos se movieron sobre ella, moldeando sus pechos, memorizando la curva de sus caderas, deslizándose posesivamente sobre sus nalgas. Amasando, masajeando, acariciando.
Su boca se volvía más caliente y más sedosa, su lengua bailaba en un duelo contra la suya. Él dejó un rastro de besos sobre su barbilla, su garganta, dejando llamas diminutas. Su boca se situó sobre sus pechos, chupando directamente a través del delgado algodón de su blusa.
Maggie gritó, acunó su cabeza, arqueándose hacia él mientras su cuerpo se ahogaba en una ola gigante de deseo. Nada la había preparado para ese calor, para esa hambre.
– Vámonos de aquí -susurró él- ahora mismo, Maggie. Ven conmigo lejos de aquí. Te necesito tanto ahora mismo.
Ella asintió, necesitándolo, para parar el terrible dolor, para llenar el vacío.
– Nunca he hecho esto antes, Brandt -admitió Maggie, queriendo que el fuera lento, para permitirle alcanzar su obvia experiencia.
Su cuerpo entero se quedó rígido. Sus dorados ojos ardieron sobre ella con una mezcla de consternación y hambre.
– ¿Estás intacta, Maggie? -Había sorpresa en su voz.
Ella se puso rígida inmediatamente, se alejó de él.
– Ya no. -Levantó su barbilla subió como señal de desafío-. Tendría que decir que has cambiado eso.
Sin querer la había herido. Brandt sujetó su muñeca, volviendo a traer su reticente cuerpo hacia él.
– Lo siento, Maggie, no quería decir eso.
– Sé exactamente lo que querías decir. Desearías que fuera experimentada. Lo siento terriblemente, pero no lo soy. Nunca he encontrado a un hombre a quien quisiera lo bastante o que me atrajera lo bastante como para querer tener un relación física.
Estaba furiosa. Furiosa. No tenía porqué defender su moral ante Brandt Talbot. Se dió la vuelta lejos de él, lejos de su pequeño y patético pueblo.
Brandt sabía que Maggie quería estar enfadada con él. Estaba seguro porque se estaba diciendo a sí misma que estaba enfadada con él, pero sus ojos estaba brillantes, y si las lágrimas se desbordaban, tendría que besar cada gota de su cara. Deliberadamente arrastró su mano hasta su pecho y la sostuvo contra él, no haciendo caso de su lucha.
– ¿Cómo podrías pensar que querría que otro hombre pusiera sus manos sobre ti? ¿Tocarte? -Sus brazos rodearon su cuerpo, sosteniéndola mientras él rozaba la cima de su cabeza con su barbilla-. La última cosa que alguna vez querría sería creer, aún por un solo momento, que te preocupabas lo bastante por otro como para querer que él te hiciera el amor -le besó la sien-. Solo estaba preocupado por ti. Deberías habérmelo dicho inmediatamente. Lo que tu estás sintiendo, yo también lo siento. Podría haber perdido el control. Debo ser cuidadoso contigo -la sostuvo, esperando que la tensión la abandonara. Estaba empezando a conocerla. Podría enfadarse con él, pero se dominaba rápidamente.
Maggie inclinó su cabeza atrás para mirarle. Al instante supo que había cometido un error. Sus ojos estaban oscuros, líquidos, derritiéndola, tirando de sus sentimientos. Sacudió la cabeza, sabiendo que era demasiado tarde. El daño, la cólera se escabullían mientras su interior se derrumbaba. Tomó aire profundamente, la soltó despacio y forzó a su hambrienta mirada a apartarse de sus ojos hipnóticos.
– Llévame al pueblo. Quiero ver como es.
Necesitaba espacio, una semejanza de normalidad y un indulto del continuo asalto sexual sobre sus sentidos.
Se frotó el puente de la nariz, mirándola pensativamente.
– Bien, iremos, pero solo recuerda que estoy tan en el borde como un leopardo macho cuando una hembra está…
Giró la cabeza rápidamente, mirándolo airadamente, provocada más allá del límite de su resistencia.
– No te atrevas a decir que estoy en celo. ¡No estoy en celo! -Enrojeció hasta un brillante escarlata, dando un paso lejos de la tentación del cuerpo masculino-. ¡Qué es lo que hay que tener en cuenta! -Aunque ella misma hubiera estado pensándolo, tenía todos los signos de un felino en celo, pero que Brandt dijera las palabras en voz alta era humillante. De repente sus ojos se ensancharon y su mano fue a la garganta-. Espera un minuto. ¿Estás insinuando que puedo concebir? ¿Es eso? ¿Estoy ovulando y quiero tener sexo porque puedo concebir?
Retrocedió a toda prisa, lejos de él como si pudiera contaminarla. Cuando comenzó a seguirla le señaló con un dedo acusándolo.
– Quédate justo ahí, lejos de mí. Muy lejos de mí.
Sonreía abiertamente y Maggie se encontró mirando fijamente su boca, fascinada. Cautivada. Su boca se curvó en una sonrisa en respuesta a pesar de sus intenciones de estar seria.
– No es gracioso. Permanece ahí donde sé que estoy absolutamente a salvo y explícame esto. ¿La…?. ¿Cómo demonios se denominaron a sí mismos? ¿La gente leopardo solo tienen sexo cuándo las hembras ovulan?
Brandt se echó a reír.
– Pareces decepcionada, Maggie, lo cual agradezco. No, somos una raza sumamente sexual y hacemos el amor con frecuencia. Pero, sí, cuando nuestra compañera se acerca al tiempo de ovulación, la necesidad se hace mucho más intensa. El sexo puede ser áspero. Es por eso que estaba preocupado al saber que eras virgen, no porque me disgustara -su mirada estaba caliente cuando se movió sobre ella. Posesivo-. Nos arreglaremos.
– ¡No tendremos que arreglarnos! ¡No te acerques! No me voy a quedar embarazada. ¡No lo haré! Así que ya puedes dejar de mirarme de esa manera. A no ser que tengas una caja llena de protección, puedes olvidarlo -ella se sentía salvaje, trastornada, necesitada. Hormonas furiosas fuera de control. Se compadeció de cada felino hembra con la que alguna vez hubiera topado-. ¿Ibas a contármelo alguna vez?
– Quizás. Me tomo las cosas con tranquilidad, dejando acostumbrarte a la idea de lo que eres. Esto conlleva una cierta responsabilidad -encogió sus amplios hombros y ella casi gimió por el modo en que sus músculos se ondularon atractivamente.
– Te diré -lo miró airadamente cuando lo que quería era arrojarse contra él y pedirle que arrancara su ropa. El pueblo era el único lugar seguro. Necesitaban gente, no privacidad, no una exótica selva tropical con sus flores y árboles y el húmedo asalto sobre los sentidos- aléjate de mí, Brandt. Me estoy sintiendo sumamente felina contra ti ahora, y arrastrar mis garras por tu cara me parece una buena idea -arrastrar las garras por su cuerpo sería mejor. Por su espalda. Adherirse a él. La imagen que las palabras evocaban hizo a su cuerpo pulsar de necesidad.
Lo vio en su expresión, inhaló su atrayente aroma. La satisfacción masculina brilló en sus ojos. Maggie se frotó las manos por los muslos.
– ¿Por amor del cielo, tenemos crías? ¿Cachorros? Las mentes curiosas quieren saber -no podía moverse, no podía pensar claramente. Otra ola de necesidad se precipitaba por su cuerpo como una bola de fuego.
La mirada de Brandt se estrechó, la enfocó completamente. Simplemente se extendió y cogió su mano.
– Ninguno de nosotros está preparado para ir de visitas, Maggie. Vas a tener que confiar en mí para saber qué hacer.
La noche caía rápidamente como sucedía a menudo en la selva tropical. Se sintió cansada y abochornada, y la ropa se sentía incómoda contra su piel. Podría decir que se sentía nerviosa, queriendo arañar a Brandt. Lo mejor era quedarse a solas, en algún sitio tranquilo y calmado.