Maggie se despertó increíblemente caliente, un ligero lamento de protesta en sus labios. Escuchó el eco del sonido de la caza mientras yacía en la oscura habitación, su corazón latiendo demasiado deprisa y su mente yendo a la carrera. La habitación estaba totalmente a oscuras, a pesar de que su visión era extraordinariamente buena. En vez de tranquilizarla, ese hecho hizo que arrugara las sábanas entre sus dedos. Su cuerpo se había despertado con una necesidad urgente, ardiendo por aliviarse y no pudo controlar moverse impacientemente.
Sólo después pensó en respirar. Una vez que se aquietó, su estómago se revolvió y un calor líquido le recorrió todo el cuerpo en una invitación instantánea. Olió a frutas y esencia almizcleña masculina. Su hombre. Brandt. Habría reconocido ese olor en cualquier lugar, una mezcla de aire libre y especias. Supo inmediatamente que él estaba despierto como ella.
Maggie se humedeció sus labios. -¿Qué estas haciendo aquí?
– Buscándote. -Las palabras fueron dulces, seductoras. Sinceras. Su voz llegó desde la silla ubicada en la parte más profunda de la esquina opuesta-. Cuidándote.
Ella sonrió a la oscuridad. -¿Necesito que me cuides? -El pensamiento de sus ojos en ella, intensos y ardientes, fue un poderoso afrodisíaco. Se movió entre las sábanas, intentando acomodarse mientras sentía chisporrotear concienzudamente cada terminación nerviosa.
– Gemías en sueños. El sonido me despertó. -Brandt estaba tendido en la silla, sus largas piernas extendidas por delante, sus ojos devorándola. Él había puesto la silla de la mejor manera para mirarla. Era tan bella, tan real, echada en la cama, todas sus lujuriosas curvas y su brillante piel. Le costaba contenerse. Lamer su cuello hasta el profundo valle entre sus senos, arremolinar su lengua a través de la parte baja de su abdomen de la que difícilmente sus ojos se despegaban.
Ella pertenecía a esa casa. Aquí con él. Su visión y sonidos, su esencia lo completaban. Tuvo que aclararse la garganta por el inesperado nudo que le impedía hablar. -Hay frutas en la cesta por si tienes sed o apetito. Estaban calientes pero traje hielo en una cubitera isotérmica.
Maggie se incorporó, retirándose sus cabellos de la cara. -Siempre cuidándome, Brandt. Gracias, es muy considerado de tu parte-. Ella estaba sedienta y caliente, su garganta reseca.
Brandt miró mientras ella extendía un desnudo y esbelto brazo a través de la mosquitera levantando un pedazo de mango hasta sus labios. Inclinó su cabeza ligeramente exponiendo su largo cuello, suave y vulnerable, hacia él. Sus labios se abrieron y él captó un vistazo de sus pequeños dientes, su lengua, antes de que pusiera la fruta en su boca. Su cuerpo entero se endureció cuando ella sorbió el jugo de la fruta de entre sus dedos. Su mano bajó hacia su gruesa, dura y pulsante excitación con hambre y urgente demanda. Un único sonido escapó de él.
La cabeza de Maggie se levantó. -¿Quieres compartirla?
Su voz martilleó en la cabeza de él. Pensó que reventaría. -Mírame, Maggie-, le ordenó secamente.
– Estás entre las sombras, no puedo verte.
– Si, puedes. Usa tu visión. Mírame y dime si quieres que la comparta contigo. -Había un malhumorado y tenso sentimiento en su voz, uno que envió un temblor a su conciencia que le recorrió la espina dorsal.
Empujó la mosquitera a un lado, se apoyó mas adelante y cogió un trozo de mango otra vez. Le tomó un momento distinguirlo, inmóvil en la silla. Parecía ser parte de lo que fuera que el suelo estuviera hecho, un altamente perfeccionado camuflaje. Maggie pudo verlo entonces, su poderoso cuerpo encajado en la silla. Completamente desnudo. Completamente despierto. No hizo el intento de ocultar el pulsante inquilino entre sus piernas. Estaba sentado allí, quieto, su meditabunda mirada hacia ella, simplemente esperando su decisión.
Bajo el fino top sus pechos le dolían tiernamente. Un reguero de líquido caliente humedeció las sábanas. Él le quitó el aliento. Sólo con mirarlo, hambriento de ella, le robó el aire. Deliberadamente lamió la fruta, sabiendo que sus ojos estaban en ella. Chupó la pieza con su boca, y continuó con sus dedos. Maggie se tomó su tiempo. No había necesidad de darse prisa; pudo ver la reacción cuando sorbió el zumo de su mano. Sus uñas se clavaron en el respaldo de la silla y su cuerpo se sacudió.
Ella oyó su respiración en el momento que lentamente cogió el dobladillo de su top y lo sacó por su cabeza liberando sus pechos. -Definitivamente lo quiero compartir contigo, Brandt, – lo invitó.
Parte de la tensión dejó su cuerpo, el resto todavía permaneció en la habitación. El cuerpo de Maggie se apretó en anticipación. A él le gustaba mirarla, podía sentirlo bebiendo de ella, devorándola con su ardiente mirada. Deliberadamente se recostó contra la cama sujetando las trabillas de sus pantalones con los pulgares. Cuidadosamente, deslizó la tela por sus caderas, lentamente empujó el pijama con sus piernas, desechándolo en un montón a un lado de la cama.
Maggie se estiró a por otra pieza de fruta, pero él estaba allí, ante ella, cogiendo un gajo de naranja llevándoselo a su boca. Apretó y el jugo cayó entre sus dedos. Maggie mordió una parte, mirando como él dejaba caer el resto en su propia boca, y le ofrecía a ella su mano. Su rodilla se calzó entre sus muslos, dejándola abierta, húmeda y pulsante.
Maggie cogió su muñeca y acercó sus dedos a la boca. Su lengua se deslizó por su piel, probando, tentando, explorando los contornos de su mano mientras lamía el jugo de la fruta. Todo el tiempo era consciente del cuerpo de él, caliente y sedoso, y pegado al de ella.
La sensación de su lengua recorriendo sus dedos delicadamente, trazando las líneas de su palma casi lo hacen explotar. Las puntas de sus pechos rozaban su brazo, destelleando fuego a través de su piel. La intersección entre sus piernas, cuando él la rozó con su codo, estaba fieramente caliente y húmeda, exudando la rica esencia de su llamada para él. El martilleo en su cabeza se convirtió en un estruendo. Él estaba grueso y duro, pero la lengua de ella incrementaba su medida más allá de su propia experiencia. No podría imaginar que pasaría si su cálida boca fuera empujada duramente en otra parte de su anatomía.
Brandt envolvió su mano en su nuca y movió su cabeza hacia atrás, cerrando su boca sobre la de ella. El calor explotó en su interior. Erupcionó en una caliente melaza que se esparcía por su cuerpo hasta que se encendió por dentro. Su boca en la de ella, su lengua picara, enroscándose, derramándose mientras sus manos exploraban el suave satén de su cuerpo. Maggie no podía respirar, él le suministraba el aire. No podía pensar, su mente en un caos de placer, que él guiaba a través de múltiples sensaciones, anclándola a él con las órdenes de su boca y sus manos.
Sus manos ahuecaron sus pechos, su pulgares volando por encima de sus pezones convirtiéndolos en dos tensos picos. -Necesito un trozo de mango, -él susurró en su boca.
Brandt no paró de besarla, comiéndosela mientras ella se estiraba para coger la fruta. Su boca estaba caliente, masculina, y ella estaba perdida en su pasión. El no cogió el mango de ella. -Frótatelo en los pezones para mi -la instruyó, tirándola hacia atrás para ver los pechos que acariciaba con sus manos.
Una pequeña explosión salió desde lo más profundo de su corazón femenino, y un calor húmedo se filtró por sus provocativas palabras. Podía sentir las ondas de fuego profundamente dentro de ella. Su mirada la quemaba, posesiva, su cara dura y tensa de necesidad. Maggie mordisqueó la fruta y el jugo se derramó por la esquina de su boca. Brandt se inclinó y recogió las gotas con su lengua, recorriendo su labio inferior hasta que ella abrió su boca para él. Su cuerpo se estremeció por la reacción.
Mirando sus dorados ojos volverse mas calientes, casi líquidos, ella frotó el mango sobre sus pezones en lentos y deliberados círculos, luego en un amplio patrón por la curva de sus pechos. Parecían hincharse con la atención, doliéndose por él. Ella sujetó la fruta ante su boca, mirándolo como la chupaba. Sus pulmones se negaban a cooperar. Presionó su cuerpo contra sus rodillas, frotándose como una gatita, buscando una forma de alivio.
Brandt se acercó para besarla otra vez. -Gracias, cariño. -Las dos palabras fueron dichas contra su garganta. Maggie cerró sus ojos mientras él mordía su sensitiva piel. Los labios recorriendo un camino hacia sus pechos. Esperando. Retrasando. Necesitando. Él jadeó, soplando aire caliente sobre sus pezones. El cuerpo de ella se tensó incluso más.
Él derramó sus cabellos por su brazo, por su piel, cepillando pequeñas llamas por encima de ella. Y después sintió su lengua. Un toque minúsculo. Una suave caricia. Ella saltó. Sus caderas se movieron sin descanso.
Maggie cerró sus ojos, saboreando el placer, cuando su lengua empezó a lamer lentamente el zumo de la fruta. Eso estaba diseñado para conducirla a la locura. Ella cogió en sus manos la cabeza de él empujándola hacia la caliente y húmeda caverna entre sus pechos.
Brandt cerró la boca alrededor de su ofrecimiento, chupando duramente. Ella gritó retorciéndose contra él, su cuerpo rozándose contra él, miles de puntos en llamas. Sus brazos lo acercaron más. Maggie retiró su cabeza, para facilitar su asalto, mientras ola tras ola de sensaciones corrían de sus pechos a su abdomen formando una bola de fuego.
Él la recostó lentamente hasta que estuvo apoyada en el colchón, expuesta debajo de él mientras su boca tironeaba duramente y sus manos reclamaban su cuerpo para una lenta exploración. Su fuerza era enorme, ella la percibió en una ondulación de músculos bajo su carne. Incapaz de resistirse, Maggie recorrió con sus manos todo él, cada ángulo y cada plano, los bordes de sus músculos, queriendo sentir la dureza de sus manos.
Brandt tenía otras ideas. -Me vas a hacer añicos si haces eso, -él admitió, sus manos moviéndose por sus costillas, su pequeño pecho y su abdomen. Amaba la suave expansión, la forma en la que sentía los huesos de sus caderas bajo sus dedos. Las curvas de su cuerpo estaban cercanas a arder como su centro, brillantes, calientes y esperando por él para que sus pulgares se zambulleran en ella.
Ella saltó cogiendo sus manos. Brandt ignoró su restricción y separó sus piernas todavía más. -Déjate ir, Maggie, -dijo suavemente-. Sólo estamos nosotros. Fui creado para ti. Para amarte, para darte placer. -Su dedo acarició su húmedo centro, arremolinándose dentro para encontrarla caliente y resbaladiza de necesidad-. ¿Te estoy dando placer, Maggie?
– Sabes que si. -Tanto que no podía pensar con claridad.
– Maggie, es a mi quien tu quieres, no a cualquier otro, -dijo Brandt, con sus dorados ojos de repente fieros. Su dedo se hundió profundamente y ella lanzó un grito, sus caderas corcoveando contra su mano-. Dilo, Maggie, di que soy yo al que quieres. -Él se deleitó al sentir sus músculos apretarse alrededor de su dedo, pero tenía que saber que era por él. Ella tenía que entregarse a si misma completamente. Su cuerpo no era suficiente pare él, nunca sería suficiente. Maggie era su otra mitad, una mujer nacida para ser su mejor amiga, su compañía y su compañera de por vida. La química sexual entre ellos era un enorme plus, pero no era suficiente. Ella tenía que quererlo a él.
Sus verdes ojos se agrandaron cuando él empujó dos dedos profundamente, estirándola, haciendo que su esbelto cuerpo lo aceptara con facilidad. -Dilo, Maggie, necesito oírtelo decir.
– ¿A quién piensas que quiero? -ella gritó ahogadamente, casi cayéndose de la cama. Ella estaba segura de que no podría vivir sin quererle a él.
– Di que estarás conmigo, viviendo conmigo, Maggie, aprendiendo a amarme, aquí en el bosque pluvial donde naciste. -Él reposó su cabeza encima del suave y tenso abdomen, firme y plano, su palma reposando sobre su corona de rizos. Mientras besaba tiernamente su sexy tripa, empujó sus dedos mas profundamente dentro de ella, cerrando los ojos notó su cuerpo atenazarse en respuesta.
– Quiero estar aquí contigo, Brandt. He añorado venir aquí, -admitió ella. La estaba volviendo loca-. Por favor… -El mundo se rompió para ella, un suave grito de necesitad. Las olas de placer eran muy intensas, Maggie tenía que luchar para mantenerse cuerda-. ¿Qué hay acerca de la protección, Brandt? Dijiste que podría quedarme embarazada.
Sus dientes rasparon su tripa, su nariz rozaba y acariciaba. -Aquí mismo, Maggie. Nuestro hijo crecerá en tu tripa. Mi hijo. -Sus dientes mordisquearon otra vez-. ¿Sería eso algo terrible para nosotros, tener un hijo juntos?
Había seducción en su forma de susurrar, una tentación. Maggie había ansiado siempre una familia y había estado muy perdida sin una. Sus palabras de permanencia, de compromiso. Ella estaba tentada, estando su cuerpo cercano a arder. No podía pensar con claridad con el anhelo que sentía por él. No quería que el parara pero necesitaba tiempo con él para conocerlo por dentro y por fuera. Una explosión de posesión en sus ojos, un rictus implacable en su boca y un insaciable apetito sexual cuando lo miraba, cuando lo tocaba. El era atento, protector, inteligente y tenía sentido del humor, pero ¿lo conocía realmente?
Sacó sus dedos y sus dientes mordisquearon un poquito mas abajo, su suave sonrisa contra sus curvas. -Nuestros hombres estimulan a las mujeres para embarazarlas, cariño; tu no funcionas exactamente como una humana. Solo quiero que lo sepas, No me preocupará que mi hijo crezca dentro de ti. No me importara que tus pechos se llenen de leche. -Le sonrió otra vez, seguro de si mismo, nunca más vulnerable, pero intensamente masculina-. Soy un felino, después de todo. Pero esperar hasta que tu me conozcas, hasta que confíes en mi, es esencial. Iré con mucho cuidado, te lo prometo. -Levantó su cabeza y la miró, sus dorados ojos resplandeciendo-. No te muevas, cariño, solo quédate tendida para mi, -él susurró, sus manos separando sus piernas-. La primera noche que estuviste aquí, en mi cama, me senté en esa silla y soñé con esto, Cual es tu sabor. -Él bajó su cabeza.
Un grito rasgó su garganta. Su cuerpo corcoveó y se convulsionó. Su lengua era implacable, apuñalaba, examinaba, chupaba su cuerpo creando terremotos y fuegos artificiales, dividiéndola en un millón de piezas. Una y otra vez, una tormenta de puro deseo en la que perderse, golpeándola bajo él sin inhibiciones, llorando por él, pidiéndole clemencia para que entrara dentro de ella dónde lo necesitaba, dónde él pertenecía.
Brandt cogió sus caderas en las manos, la arrastró hasta que su trasero estuvo en el filo de la cama y ella contra el. Su erección era dura y gruesa, la cabeza muy sensitiva cuando la empujó hacia ella, su cuerpo temblando de placer. Ella se sentía caliente, lisa como suave terciopelo, pero tan apretada que casi le hace perder el control. Se forzó a si mismo a tomarse su tiempo, llenarla lentamente, empujar mas y mas profundo en su cuerpo, queriendo que ella aceptara cada pulgada de él.
Maggie oyó un sonido entusiasta, se dio cuenta que fue ella. Su cuerpo la invadía, una gruesa y dura plenitud que le brindaba una fiera fricción de intenso placer. Podía sentir su cuerpo ajustándose, acomodándose a su tamaño. Y entonces él empezó a moverse y ella se perdió en una conflagración que el tejió para alimentarla.
Él se movió lentamente en un principio, mirándola por alguna señal de molestia. Cuando ella levantó sus caderas para encontrar las de él, empezó a perderse a si mismo en un perfecto ritmo, duro y rápido, profundo. Los pequeños ruiditos que escapaban de su garganta le volvían loco. -Tómalo todo de mi, cariño, todo de mí. -Fue una súplica, una petición. Ella ardió y ardió, y se agarró a el apasionadamente.
Él empujó fuerte, deleitándose en la forma en que su cuerpo temblaba de placer, la forma en que sus pechos pujaban por sobresalir, su estómago se ondulaba, sus ojos miraban apasionadamente mientras sus cuerpos llegaban juntos. La visión de ella, el sentimiento de que ella sería su perdición. Quería que durara para siempre, pero lo había deseado demasiado tiempo y su cuerpo tenía otras ideas. Él lo sintió empezar en los dedos de sus pies, elevándose alto, mas alto, su abdomen quemándose, sus caderas empujando fieramente, casi con brutalidad, sus manos sujetándola mientras erupcionaba con chorros de crema, llenándola, desencadenando un intenso orgasmo que se acopló en el de ella apasionadamente, ordeñándolo hasta que se derrumbó encima de ella, dejándolo momentáneamente saciado.
Estaban pegados, sus corazones latiendo lentamente, sus esencias mezcladas, los dos tan sensitivos que tenían miedo de moverse. Brandt besó la esquina de su boca, su mejilla, un pezón. -¿Estás bien? No te habré lastimando, ¿verdad? -Con reticencia apartó su pesado cuerpo de ella, sus manos acariciando su cabello posesivamente.
– Sabes que no me lastimaste, -ella le aseguró, no creyendo que su cuerpo volviera a ser de ella-. Hace calor aquí. ¿Se disparó la temperatura mientras no estábamos mirando?
Él rió suavemente, desde dentro de su garganta. -Teníamos otras cosas en la cabeza. -Se sentó, fuera de su alcance. Su cuerpo desnudo era flexible un milagro en movimiento.
– ¿Qué estás haciendo? -Maggie le preguntó adormecida. Rodó sobre su tripa y levantó la cabeza para mirarlo. Había algo muy íntimo en la oscuridad de la noche que los envolvía en su capa, a pesar de que podrían verse claramente el uno al otro. Lo miró levantando la cubitera isotérmica con el hielo hacia su boca. Fascinada, se apoyó sobre sus codos para mirarle como tragaba el líquido helado.
Él era muy sexy, el simple acto le quitaba el aliento. Sólo bebiendo agua. Y como había manejado el tema de hacer que ella confiara en el! Creyó todo lo que había dicho por instinto, un conocimiento que la llevó a saber que decía la verdad. O quizás ella solamente lo quería, ardía por él, y nada mas importaba.
Brandt miró hacia ella por encima de la cubitera, sus ojos de oro brillaban. Una lenta y perversa sonrisa curvaba su boca, revelando sus dientes. Felino. Salvaje. Primitivo.
Maggie no tenía idea de la imagen que presentaba, completamente bien amada, completamente sensual. Las puntas de sus pechos tambaleándose finamente al moverse, las suaves curvas de sus nalgas estremeciéndose, clamando atención. Tenía un trasero bonito. Su cuerpo también resultaba conmovedor. Él sintió una tirantez familiar.
Sacando un cubito de hielo de la cubitera, lo sujetó en alto. -Creo que tengo una manera de enfriarte.
Los ojos se le abrieron completamente. Lo miró cautelosamente. -No me gusta esa Mirada perversa en tus ojos.
Él levantó su cabello y frotó el cubito de hielo por su nuca, y ella tiritó. Una vez que sus pezones se endurecieron. -¿Te sientes bien, cierto? -Le resiguió su columna en una lenta y deliberada caricia, perezosamente mirando el calor que desprendía su piel al contacto con el pequeño trozo de hielo, dejando una estela de agua. A continuación, él lamió su piel, recogiendo las perlas y saboreando el líquido.
Maggie dejó que su cabeza reposara en el colchón y cerró los ojos. Su cuerpo estaba completamente relajado, flexible bajo las manos de Brandt. Su corazón se hinchó al reconocer que ella le pertenecía, que era suya, en su hogar, en su casa. Quería despertarse y encontrarla allí. Podría tocar su cuerpo, hacerle el amor cuando y donde quisieran. Y él quería.
El siguiente trozo de hielo hizo perezosos trazados en la parte baja de su espalda. El agua se mezcló en los dos hoyuelos de sus riñones. Brandt sorbió como si fuera el más fino champán. Encontró un trozo grande para frotarlo a lo largo de sus nalgas, y las gotas heladas se escurrieron por el calor de su centro. Mezclándose con su crema y calmando cualquier dolor. Él curvó su cabeza para mordisquear gentilmente su cachete izquierdo. -¿Estas dolorida? -Él presionó besos en sus cachetes, su mano encontrando su húmeda entrada.
– Estoy durmiendo, -mintió ella, demasiado perezosa para moverse, pero se empujó contra su palma.
Él se retiró, decepcionándola pero entonces volvió, sus dedos tanteando profundamente. Maggie casi saltó de la cama cuando el trozo de hielo se encontró con el ardiente calor de su centro. -¡Demonio!¿Qué estas haciendo? -Podía sentir el agua fría calentándolo, fundiéndose, goteando desde las profundidades de su cuerpo. La sensación era intrigante.
Brandt cogió sus caderas y la alzó apoyando sus rodillas arrastrando su espalda contra el, su cuerpo dominando el de ella, tocándola por debajo, ciñéndola para reseguir el camino que el hielo había dejado en su caliente y apretada funda.
– No vas a poder, -Maggie objetó, restregando sus nalgas duramente contra él como si las llamas se extendieras a través de ella y el hambre se disparó rápida y duramente.
– ¿Sabías que un hombre leopardo fue observado apareándose con su mujer mas de cien veces en un período de dos días? Yo puedo vivir con ello ¿puedes tu?
En esos momentos, Maggie pensó que podría.