RAFE inclinó la cabeza para alcanzar la boca de Zara y arrebatarle el aliento con un beso. Cada vez que se tocaban, ella sentía la intensidad de su deseo. Lo necesitaba, necesitaba sentir que la rodeaba con los brazos y que el corazón le latía al compás del suyo. Mientras él le lamía el labio inferior, ella lo aferró por la nuca; en parte, porque quería responder a las caricias y, en parte, porque estaba decidida a no dejarlo ir.
Cuando sus lenguas se rozaron, sintió un calor abrasador. Calor, deseo y pasión. Cada respiración era perfecta y exquisita, cada sensación, cada sonido.
Rafe interrumpió el beso y la miró a los ojos, con una intensidad embriagadora.
– ¿Qué haremos con la cena? -preguntó el jeque-. Ni siquiera hemos probado la ensalada.
– ¿Ensalada? -exclamó ella, sorprendida-. ¿Quieres hablar de la ensalada?
Él soltó una risita nerviosa.
– No. Ni de la ensalada ni del aliño.
Acto seguido, y sin decir una palabra, Rafe la alzó en brazos y entró a la casa.
Zara se estremeció y se aferró al cuello de su amante. Se sentía vulnerable.
– Relájate -dijo él -. Es tu primera vez. Creo que te estoy tratando como corresponde; ya sabes, llevándote en brazos hasta el dormitorio y todo eso. Cuando otro tipo te pregunte, no quiero que tengas ninguna queja.
Al llegar al dormitorio, él la dejó en el suelo con cuidado y dijo:
– No te muevas.
Después, desapareció un momento, pero regresó y dejó un pequeño paquete en la mesita de noche. Ella miró de reojo y suspiró al ver que eran preservativos. Tragó saliva y lo miró con inquietud.
– Tengo algunas preguntas…
El jeque sonrió.
– Supuse que las tendrías. Pregúntame lo que quieras.
– ¿No te molesta?
– No.
– Gracias -dijo ella-. ¿Funcionan? Me refiero a los preservativos…
– Cuando se usan correctamente, sí.
– ¿Cuándo te los pones?
– Antes de entrar en ti.
Entrar. Zara había considerado la situación en el pasado. Sabía lo que pasaba entre un hombre y una mujer e incluso sabía cómo terminaba todo. No obstante, jamás había sido capaz de imaginar cómo hacían para no sentirse incómodos.
El sol se había ocultado hacía algunos minutos y la habitación estaba casi a oscuras. Pronto no sería capaz de ver nada.
– ¿Podemos encender una luz? -preguntó.
– Desde luego que sí. ¿Algo más?
– Me preguntaba sobre cómo es…
– Tendrás que ser un poco más precisa porque no te entiendo.
Zara se puso colorada y bajó la vista.
– Me refiero al final. A cuando se supone que llega lo mejor.
– ¿Hablas del orgasmo?
– Sí -murmuró-. Es que nunca lo he experimentado.
– ¿Nunca?
Zara lo miró angustiada. Tenía la impresión de que Rafe se había puesto tenso.
– ¿Eso cambia las cosas? -preguntó- ¿Es mucha responsabilidad? No quiero que…
Él le acarició una mejilla y la besó con ternura.
– Mi querida princesa, deseo hacer el amor contigo más de lo que he deseado hacerlo con ninguna mujer. Y, a menos que tengas más preguntas, estoy dispuesto a probártelo.
– Eso me ha gustado.
Aunque había hablado con valentía, Zara estaba paralizada por los nervios. No sabía qué era lo que Rafe esperaba de ella y se preguntaba si no sería mejor aclararle que no tenía ni la más remota idea de lo que debía hacer. Resultaba muy humillante tener veintiocho años y ser tan inepta.
Apoyó las manos sobre los hombros de Rafe y, mientras él le desabotonaba el vestido, contuvo la respiración. No llevaba puesto sostén, de modo que cuando el jeque llegó al último botón y empujó el vestido hacia abajo, la dejó con los senos desnudos.
– Son perfectos -murmuró Rafe.
La princesa jadeó al sentir que le lamía los pezones. Era una sensación que le atravesaba todo el cuerpo. Se arqueó contra él, echó la cabeza hacia atrás y gimió encantada. Cuando Rafe abrió la boca y succionó suavemente, Zara supo que moriría de placer.
Con un movimiento rápido, él había dejado caer el vestido al suelo y la había dejado en bragas. Sin quitarle la boca de los senos, le deslizó la mano por la espalda, le acarició la cadera y siguió recorriéndole las curvas con la yema de los dedos hasta llegar al nacimiento de los muslos.
Zara se estremeció. Deseaba eso y deseaba mucho más.
Rafe levantó la cabeza, la besó en la boca y comenzó a quitarle las bragas. Ella trató de no darle importancia al hecho de que estaba a punto de quedarse desnuda mientras que él estaba completamente vestido. Pero Rafe pareció adivinar su inquietud porque, sin dejar de acariciarla, se quitó las sandalias y la camisa. Zara permaneció de pie, desnuda frente a él. Estaba tan asustada que por un momento pensó en pedirle que se detuviera. Pero entonces, Rafe la tomó de un brazo, la llevó hasta la cama y le indicó que se recostara.
– Deja de pensar -ordenó él-. Relájate y confía en mí. Y en ti.
Acto seguido, la besó apasionadamente. La danza de sus lenguas y sus labios la ayudó a aliviar la tensión. Rafe comenzó a acariciarle los senos, primero uno y después el otro. La combinación entre los besos y las caricias la dejó sin aliento.
– ¿Algún hombre te ha tocado aquí de una manera que te gustara? -preguntó él, recorriéndole el pubis con los dedos.
– No.
Rafe le besó el lóbulo de una oreja y luego susurró:
– Necesito que me digas qué cosas te gustan.
– ¿Pero cómo voy saber?
– Lo sabrás.
Zara tenía dudas al respecto. No entendía por qué Rafe esperaba que le diera instrucciones cuando sabía que no tenía ninguna experiencia previa. Empezaba a creer que aquello nunca iba a funcionar.
Él siguió bajando y hundió los dedos entre los muslos de la princesa. Ella separó las piernas instintivamente. Al darse cuenta de lo que había hecho, estuvo a punto de volver a juntarlas, pero entonces sintió algo delicioso y apasionante.
Las caricias de Rafe resultaban tan embriagadoras que Zara tenía miedo de desmayarse de placer. Podía sentir el calor y la humedad que acompañaban el roce de los dedos de su amante. La recorrió lentamente, investigando todos los pliegues, la textura de los labios inferiores, como si dispusiera de todo el tiempo del mundo antes de entrar en ella. Entonces, Rafe introdujo dos dedos y presionó suavemente, como si estuviera buscando algo.
Zara soltó un grito ahogado al sentir que una especie de relámpago explotaba en su interior. Hacía esfuerzos por comprender qué era lo que estaba pasando, pero era tan maravilloso que poco importaba. Las explosiones de luz se incrementaban a medida que Rafe movía los dedos. Quería rogarle que no se detuviera nunca; quería ofrecerse como su esclava para siempre.
Sabía lo suficiente de biología como para darse cuenta de que sus terminaciones nerviosas se habían rendido al juego que Rafe había propuesto con el único objetivo de darle placer. Siempre había pensado que una parte de su cuerpo estaba muerta y se alegró al saber que se había equivocado.
Cuando él dejó de besarla y se movió hacia sus senos, Zara contuvo el aliento con anticipación. Aquello era demasiado. En su interior, la desesperación estaba llegando a un punto límite y, a pesar de su inexperiencia, sabía que no podría resistir mucho más. Un segundo después, un calor abrasador le recorrió el cuerpo y la hizo vibrar frenéticamente. Jamás se había sentido tan plena. Jamás había imaginado que fuera capaz de sentir tanto placer.
– ¡Guau! -dijo Zara.
– Me has quitado la palabra de la boca.
– Así que de esto se trata…
– Sí, aunque a algunas mujeres les lleva más tiempo.
– ¿Ha sido muy rápido?
Él sonrió.
– Unos tres minutos. Definitivamente, ha sido muy pero que muy rápido.
Zara tuvo la impresión de que para él no era algo malo.
– Tenía mucha necesidad acumulada.
– Al parecer, es cierto -reconoció él, con complicidad-. ¿Lista para la segunda ronda?
Ella asintió con la cabeza. Rafe vaciló un momento y luego dijo: -No tenemos por qué hacerlo todo. Podrías conservar tu virginidad, si quieres.
– No quiero seguir siendo virgen. Te lo he dicho. Es complicado a mi edad. Vamos, Rafe, no puedes rechazarme ahora.
– Comprende que tenía que preguntar…
Zara pensó en lo afortunada que era por haberlo conocido. Rafe no sólo era un hombre atractivo, sino también era una excelente persona.
Entre tanto, él se sentó en la cama para quitarse los pantalones y los calzoncillos. Después, se recostó junto a ella. La princesa nunca había visto el sexo de un hombre. Había tocado un par pero siempre en la oscuridad.
– Verás mejor si te sientas -dijo él, como si hubiera imaginado sus pensamientos.
Zara tenía demasiada curiosidad como para sentirse avergonzada, de modo que aceptó el consejo y se sentó en la cama.
– No tengo referencias -confesó-. ¿Es grande?
– Enorme.
– Me gustaría tocarte.
– Hazlo, por favor.
Entonces, Zara tomó el pene entre sus manos y lo estudió con detenimiento. Era cálido y seco, con una piel suave que se tensaba y latía ante su contacto.
– ¿Duele cuando se pone erecto?
– No -contestó él, enternecido.
Ella estaba tan entusiasmada que no dudó en inclinar la cabeza para mirar entre las piernas de Rafe. Él las separó para facilitarle la tarea. Zara se recostó y comenzó a acariciarlo suavemente. Le recorrió los muslos con la yema de los dedos y observó que una de las cicatrices parecía ser el resultado de una cuchillada. En cualquier caso, por donde lo mirase, Rafe era perfecto.
– ¿Cuándo te pondrás el preservativo?
– En cualquier momento.
Entonces, Zara tomó la caja de la mesita de noche y se la alcanzó. Él sacó uno de los envoltorios, lo abrió y desenrolló el preservativo.
– ¿Tuviste que practicar cómo hacerlo cuando eras más joven? Pareces muy bueno con esto.
Rafe se sentó en la cama y le indicó que se tumbara.
– No es algo difícil de aprender.
De repente, ella volvió a sentirse presa de los nervios.
– He disfrutado mucho de todo lo que hemos hecho -declaró, con voz trémula-. ¿Esto también me va a gustar?
– Haré todo lo que esté a mi alcance para que así sea.
Tras decir eso, Rafe se inclinó para besarla. Antes de que sus labios se tocaran, ella lo tomó del brazo.
– Tal vez debería advertirte que, hace algunos años, mi ginecóloga me dijo que no había pruebas físicas de mi virginidad.
– Gracias por decírmelo. Eso hará que sea menos doloroso.
Zara contempló el pene de Rafe. Parecía demasiado grande como para entrar en ella con facilidad.
– No pienses en eso -dijo él, y se inclinó para besarla.
Después, Rafe introdujo las manos entre las piernas de la princesa. Como ya sabía qué esperar, ella se rindió al placer que le provocaban los dedos de su amante. Él volvió a tocarla como antes pero, esta vez, le introdujo un dedo en el sexo. Era una sensación completamente distinta; la estaba acariciando por dentro.
Zara gimió al sentir cómo se le contraía el cuerpo. Era una sensación parecida a la que había experimentado antes, aunque menos intensa. Rafe aceleró el movimiento y ella sintió una nueva contracción. Entonces, él maldijo en voz baja.
– Lo siento. ¿Qué estoy haciendo mal?
– Nada. Lo estás haciendo todo bien. El problema es que estás tan cálida y húmeda que estoy ansioso por entrar en ti. Casi puedo sentir tu orgasmo. Es tu primera vez y se supone que debería mostrar un poco de control, pero no sé si podré.
A continuación, se situó sobre ella y se arrodilló entre sus muslos. Los separó con los dedos y se dispuso a entrar en ella. A medida que lo iba haciendo, Zara sentía que el cuerpo se le extendía de una forma que le resultaba incómoda. Hasta que, por fin, lo supo dentro y se relajó. Estaba hecho. Levantó la vista para mirar a Rafe y sintió que se le paraba el corazón. Había esperado ese momento durante mucho tiempo y, aunque el viaje había sido interminable, había valido la pena. Estaba exactamente donde quería estar.
– ¿Preparada? -preguntó él.
Ella asintió con la cabeza.
Rafe comenzó a mover la pelvis hacia atrás y hacia adelante con un ritmo pausado. Zara alzó la cadera para acompañar sus movimientos. Él deslizó una mano entre ellos y volvió a acariciarle el pubis. Sabía dónde frotarla y cómo hacerlo. Era maravilloso y, a la vez, diferente. Mejor que todo lo que habían probado antes. Le gustaba la sensación de tenerlo dentro. Lo aferró de la cadera y lo atrajo hacia ella sin medir que eso lo obligaría a dejar de tocarla. No le importaba. Quería tenerlo tan cerca como pudiera. Quería sentir que sus cuerpos se fundían hasta convertirse en uno.
Rafe se inclinó y la besó. Sus lenguas se entrelazaron, imitando el acto amoroso. Cuando él aceleró el ritmo, Zara se rindió al torbellino de placer que la envolvía. Empezó a temblar frenéticamente, gimió extasiada y se aferró con fuerza a la espalda de Rafe. Cuando estaba a punto de alcanzar el éxtasis, sintió que él se sacudía y gritaba su nombre.
– Zara…
Ella abrió los ojos y descubrió que Rafe la estaba mirando. Le sostuvo la mirada mientras él llegaba al orgasmo. Era una situación tan íntima que casi no podía respirar. Y en aquel momento, Zara supo que acababa de perder algo mucho más importante que la virginidad. Había perdido su corazón.
Rafe había roto su segunda regla al quedarse con Zara toda la noche. Habían dormido entrelazados o, mejor dicho, ella había dormido. Él sencillamente la había abrazado y contemplado en la oscuridad. Aunque comparado con el hecho de haber hecho el amor a una clienta que además era la hija de un monarca, quedarse a dormir con ella parecía una nadería.
Zara dormía profundamente casi pegada a él. A Rafe le gustaba sentir el contacto de su piel desnuda, el perfume de su cabello y el aroma de las sábanas en las que habían hecho el amor. Cuando cerraba los ojos, podía verlos tocándose el uno al otro y recordar lo que había sentido al entrar en ella. Zara había sido extraordinariamente receptiva y generosa a la vez.
Intentó convencerse de que aquello sólo era cuestión de sexo; sin embargo, no podía quitarse la sensación de que había experimentado algo especial. Quería creer que era porque ella era virgen, pero sentía que su inquietud excedía al hecho de que Zara no hubiera estado nunca con un hombre. Había algo en ella que le tocaba el corazón, además del cuerpo.
Se apresuró a quitarse esa idea de la cabeza y se recordó que sólo se trataba de sexo. Zara lo excitaba y se había resistido tanto como había podido. No había nada más. Tal vez harían el amor otra vez, o tal vez no. En cualquier caso, no era importante. Salvo porque se descubría a sí mismo imaginando algo más que una nueva sesión de sexo apasionado. Se descubría preguntándose cómo sería la vida con Zara.
Estaba demasiado inquieto como para seguir en la cama y decidió levantarse. Caminó hasta la ventana y, desnudo, contempló el océano iluminado por la luna. Una y otra vez se repitió que no podía permitirse fantasear con echar raíces y entregar su corazón. Sabía que el amor sólo existía de manera superficial y que, tarde o temprano, la gente terminaba por alejarse.
Se volvió para mirar a Zara, que seguía durmiendo. Podía ver la curva de sus hombros y uno de sus pechos desnudos. La visión lo hizo temblar de deseo y sintió que algo vibraba en su interior. Como si quisiera más que sexo. Como si ella le importara de otra forma.
Pero intentó recordarse que no quería una relación emocional, que no quería compromisos a largo plazo ni lazos de ningún tipo. Estaba solo porque era lo que quería.
Zara se llevó un trozo de mango a la boca. Se sentía deliciosamente traviesa por salir a desayunar en bata, sin llevar puesto nada debajo.
– ¿Por qué sonríes? -preguntó Rafe.
Él ya se había duchado y vestido con unos pantalones de algodón y una camisa de lino. Estaba muy guapo y ella seguía sin poder creer lo que habían hecho la noche anterior.
– Tengo una buena mañana -contestó Zara, alegremente-. Estamos en una isla preciosa, oyendo el sonido de las olas y sin tener que preocuparnos por el mundo.
– Eso lo dices porque no eres quien va a perder la cabeza.
– El rey nunca se va a enterar. Yo no pienso decírselo y, a menos que lo pongas en tu informe diario, tampoco lo sabrá por ti.
– No escribo un informe diario -aclaró Rafe-. Pero en cuanto a lo que ocurrió anoche… ¿estás bien?
– Estoy bien.
La princesa era sincera. No sólo estaba bien sino que flotaba de felicidad. Su reacción no tenía nada que ver con el sexo; era feliz porque Rafe la hacía sentir bien.
– Tu padre ha vuelto a preguntar cuándo regresarás a Bahania -dijo Rafe-. Dudo que consiga contenerlo una semana más.
– ¿Estás diciendo que tengo que madurar y empezar a pensar en mi vida?
– Algo así.
– Pero tengo un trabajo esperándome. Al final del verano, esperan que regrese y vuelva a mis clases…
– Y tienes un padre que quiere conocerte -le recordó él-. Además, ser princesa no es sólo llevar joyas. Es un título que conlleva responsabilidades. Bahania es un país desarrollado, pero no perfecto. Por ejemplo, las mujeres siguen teniendo menos derechos y alguien con tu formación podría ayudar a cambiar esa situación.
– Crees que debería quedarme…
– Creo que perderías mucho si te marcharas. Además, ya no puedes volver a tu vida normal. Ahora eres la princesa Zara de Bahania y ya no podrás ser, simplemente, Zara Paxton.
– El problema es que me gusta ser Zara Paxton.
– A mí también.
– Bueno, no tengo que decidir ahora mismo. Tengo toda una semana para pensar -afirmó, mirando a Rafe con deseo-. ¿Qué quieres hacer el resto del día?
– No sigas con eso, Zara. Lo que ocurrió anoche no volverá a pasar.
– ¿Por qué? Ah, ya sé… He leído que los hombres necesitan cierto tiempo para recuperarse antes de poder hacer el amor otra vez. ¿Cuánto tiempo necesitas?
– ¿No se te ha ocurrido que nuestra relación puede complicar mucho las cosas?
– Los dos somos adultos y nos deseamos -observó-. ¿Qué hay de malo en eso?
Rafe se puso tenso. Zara podía verlo librando una batalla interior, pero no estaba segura de cuál sería el resultado. Ya habían sido amantes una vez y el daño estaba hecho. Lo amaba y se preguntaba por qué no podían aprovechar el tiempo que estuvieran juntos.
– Me vuelves loco.
Rafe se levantó y le tendió una mano para ayudarla a incorporarse.
– ¿Qué hay del tiempo de recuperación? -preguntó ella.
Rafe soltó una carcajada y la apretó contra su cuerpo.
– No será un problema. Vamos. Te lo demostraré.