Capítulo 3

EN lugar de ir a ver directamente al rey, Rafe fue en primer lugar a su despacho y encendió el ordenador. Quería investigar la posibilidad de que Zara Paxton fuera hija ilegítima del rey Hassan.

Aunque en gran parte estaba convencido de la verosimilitud de su historia, la única prueba que tenia era su instinto. Sabía que el rey visitaba Nueva York con frecuencia desde hacia varias décadas y que podía haber mantenido una relación amorosa con una estadounidense, así que pensó que podía echar un vistazo a los datos financieros del monarca en busca de posibles compras de joyas. Pero se dijo que seria mejor que se lo preguntara.

Sacó el anillo que se había guardado en el bolsillo y lo miró a la luz de la media tarde. Después, volvió a leer la inscripción y se preguntó cuánto afecto habría sentido el rey por aquella mujer. Ninguna de sus amantes le duraba demasiado tiempo, y en cuanto a sus sucesivas esposas, sólo había estado realmente enamorado de una de ellas.

En cualquier caso, sólo había una forma de descubrirlo.

Llamó a la secretaria del rey y preguntó si podía concederle unos minutos. Por fortuna, el monarca no tenía ningún compromiso inmediato y poco después tomó las cartas y el anillo y se dirigió a su encuentro.

Su Alteza el rey de Bahania creía en las primeras impresiones. Por eso, su despacho era tan grande como un campo de fútbol, estaba lleno de obras de arte y daba a un precioso jardín en mitad del cual se veía una gran fuente de mármol blanco. Ante 1as puertas dobles de la sala montaban guardia cuatro soldados, vestidos con trajes de época. Y una vez dentro, tres secretarias protegían al rey de visitantes inesperados.

Rafe saludó a los guardias al aproximarse. Cuando le abrieron las puertas, un gato persa aprovechó la ocasión para salir y frotarse contra sus pantalones. Rafe lo maldijo. Nunca le habían gustado los gatos. Le gustaban los perros, pero el rey era un fanático de los felinos y por supuesto no le había comentado nada al respecto.

Akil, el anciano ayuda de cámara que llevaba con el rey desde hacia décadas, se aproximó al verlo y sonrió.

– Señor Stryker… Bienvenido. El rey lo está esperando y lo recibirá ahora.

Rafe se llevó una mano a uno de los bolsillos para asegurarse de que el anillo seguía allí y se dirigió hacia una puerta medio abierta, a la izquierda de la sala. En cuanto entró, hizo una reverencia y dijo:

– Alteza…

El rey Hassan estaba sentado tras su impresionante escritorio. Generalmente llevaba trajes hechos a mano cuando estaba trabajando y aquel día no era una excepción.

– ¿Qué te trae por aquí, Rafe?

Rafe tuvo que quitar a un gato de la butaca para poder sentarse, y cuando lo hizo, el animal le saltó al regazo. Estaba deseando dejar aquel trabajo y volver a su empleo normal. Al menos, a su jefe tampoco le gustaban particularmente los gatos.

– Hay un asunto inusual que debemos tratar.

Hassan arqueó una ceja. Estaba a punto de cumplir sesenta años, pero parecía mucho más joven. Apenas tenía unas cuantas canas en la barba y en su rostro se veían pocas arrugas, pero Rafe ya había aprendido que podía parecer terriblemente severo y distante.

Rafe llevaba una buena temporada en el palacio en calidad de consejero de seguridad de Bahania, que acababa de firmar un acuerdo para crear unas fuerzas aéreas conjuntas con los vecinos países de El Bahar y la Ciudad de los Ladrones. Pero a pesar de ello, todavía no se había formado una idea exacta del carácter del rey y no sabia cómo podía reaccionar.

– ¿Algún asunto de seguridad?

– No, es algo personal. Todavía no lo he hablado con nadie, y huelga decir que jamás diré nada al respecto si desea que guarde silencio.

Hassan sonrió levemente.

– Estoy intrigado. Continúa.

Rafe dudó. Estaba a punto de entrar en aguas peligrosas.

– Esta mañana, una joven vino al palacio. Estaba en una visita guiada y uno de los guardias se fijó en ella por su notable parecido con la princesa Sabra.

Hassan asintió y Rafe siguió hablando.

– He hablado con la joven en cuestión, quien recientemente ha descubierto ciertos papeles que pertenecían a su madre. Son cartas, de hecho. Y cree que pudieron haber sido escritas por usted.

– ¿Quién es? -preguntó el rey, repentinamente serio-. ¿Cuántos años tiene?

– Se llama Zara Paxton y tiene veintiocho años.

El rey carraspeó y extendió una mano para que le diera las cartas. Rafe se las dio y supo, por su reacción, la verdad: había reconocido el apellido y la edad de la joven.

El rey comenzó a leer las cartas, una a una. Cada vez estaba más pálido, y aprovechando la ocasión, Rafe se quitó de encima al gato.

Cuando terminó de leer, le enseñó el anillo.

– Fiona… -dijo el rey, mirando a Rafe-. Es su hija. ¿Dónde está?

– Zara se aloja en un hotel de la ciudad. Parece ser que su madre murió hace unos años y que ella descubrió las cartas y el anillo hace poco tiempo, a través de su abogado. Cree que usted podría ser su padre.

Hassan se levantó y Rafe hizo lo mismo.

– Por supuesto que es mi hija. Fiona y yo estuvimos juntos durante dos años… Mi hija. Después de tanto tiempo, mi hija está aquí… No puedo creerlo. ¿Y dices que se parece a Sabrina?

– Tienen los mismos rasgos y el mismo color de pelo, aunque Zara es más delgada y lleva gafas.

Hassan sonrió.

– Mi querida Fiona era cegata como un topo, pero muy coqueta. Nunca se habría puesto gafas… Tanto era así que tenía que acompañarla a todas partes para que no tropezara con algo. Pero vamos, salgamos de aquí. Quiero verla ahora mismo.

Rafe recogió las cartas, pero el rey se quedó con el anillo.

– Pero Alteza, tal vez deberíamos hablar antes de ello…

– ¿Por qué?

– Porque no podemos saber si es realmente su hija.

– Es cierto, aunque sospecho que lo es.

Por el brillo de sus ojos, Rafe notó que estaba deseando que lo fuera.

– Zara es algo tímida y creo que no está preparada para enfrentarse de repente al rey de un país. Y por otra parte, está el asunto de la prensa… Hasta que no estemos seguros, creo que sería mejor que mantengamos el asunto en secreto.

El rey asintió lentamente.

– Sí, comprendo tu punto de vista. ¿Qué sugieres entonces?

– Que se reúna con ella en algún lugar neutral. Tal vez en uno de los grandes hoteles de la ciudad. Podríamos reservar una de las suites y el servicio de seguridad podría encargarse de introducirlo discretamente mientras yo llevo a Zara.

Hassan miró la hora en su reloj de pulsera.

Muy bien, pero quiero que todo esté preparado para las cuatro en punto de la tarde. No esperaré más.

Rafe maldijo su suerte. Sólo tenía dos horas.

– Como quiera, Alteza. Me encargaré de todo.


– Creo que voy a vomitar – dijo Zara.

Se encontraba en mitad del enorme salón de la suite presidencial del hotel Bahanian Resort. A su izquierda, varios balcones ofrecían una magnifica vista del mar Arábigo, había intentado tranquilizarse contemplando las aguas, pero se encontraba en un piso tan alto que se mareaba.

La decoración de la suite ya habría sido suficiente para ponerla nerviosa. En el salón había cinco sofás y un piano de cola, así como multitud de mesas y mesitas de café. Cleo y ella ya se habían perdido dos veces en las distintas habitaciones, así que al final habían dejado de explorar el lugar porque temían que el rey llegara en cualquier momento y las descubriera atrapadas en un cuarto de baño o en un armario.

– No vomites, hermana. No le darías una buena impresión -bromeó Cleo.

Zara intentó sonreír, pero no podía.

– ¿Qué estamos haciendo aquí? ¿Es que nos hemos vuelto locas?

Cleo pasó una mano por uno de los sofás y respondió:

– No lo sé, Zara. Yo no le daba demasiada importancia al asunto, pero admito que ahora estoy asustada.

– Cuéntamelo a mí -dijo, mientras se sentaba-. Al menos, Rafe lo ha arreglado todo para que nos encontremos aquí en lugar de hacerlo en nuestro hotel.

– Sí, desde luego. Sospecho que el rey no ha estado en un hotel de dos estrellas en toda su vida. Por cierto, ¿te gustaría que te dijera que estás pálida?

– No, no me gustaría. En qué estaría pensando cuando decidí venir a este país…

– En que querías tener una familia -respondió, acomodándose a su lado.

– Tú eres mi familia. Y pase lo que pase hoy, quiero que lo recuerdes. Lo demás carece de importancia.

– Bueno, pero si el rey resulta ser tu padre y tú resultas ser una princesa, acuérdate de mi y regálame tus joyas cuando te aburras de ellas…

Zara rió.

– Está bien. Te las arrojaré cuando estén viejas y desgastadas.

– Excelente. Así podré llevarlas al trabajo.

Imaginar a Cleo con collares y anillos de diamantes mientras trabajaba en la tienda de fotocopias le resultó tan hilarante que consiguió relajarse un poco. Pero no le duró demasiado.

– No puedo hacerlo, Cleo…

– Claro que puedes. Pero si no consigues controlar tus deseos de vomitar, hazlo detrás de alguna planta mientras yo le cuento un chiste verde.

En ese momento, Rafe entró en el salón de la suite. Y un segundo después apareció un segundo hombre que reconoció de inmediato porque lo había visto en muchas fotografías. Un hombre que la miró como si ella fuera la criatura más sorprendente de la tierra.

La intensidad de su oscura mirada la puso aún más nerviosa.

– Alteza, le presento a la señorita Zara Paxton -dijo Rafe.

Cleo se apartó y los hombres avanzaron hacia Zara. El rey era algo más bajo que Rafe, pero mucho más alto que ella. Y tenía sus mismos ojos y su misma sonrisa.

– Mi hija, mi hija largamente perdida… -dijo él, abriendo los brazos-. La hija de mi amada Fiona. Bienvenida. Bienvenida a casa.

Antes de que pudiera saber lo que estaba pasando, el rey la atrajo hacia sí y la abrazó con fuerza. Zara intentó devolverle el gesto, pero estaba tan asustada que no se podía mover.

Aterrorizada, miró a Rafe en busca de ayuda. Él comprendió la situación y dijo:

– Tal vez deberíamos sentarnos y charlar sobre lo sucedido.

– Sí, es cierto -dijo el rey, tomando a Zara de la mano.

Zara no tuvo más remedio que sentarse junto al rey Hassan. No sabía cómo debía comportarse con un monarca, así que volvió a mirar a Rafe para que le echara una mano o le hiciera un gesto. Sin embargo, Rafe había descolgado el teléfono y estaba ordenando en aquel momento que les llevaran refrescos.

– No sé qué decir -dijo Zara-, Todo esto es tan extraño para mí… Supongo que Rafe le ha hablado de las cartas.

Hassan suspiró.

– Te pareces muchísimo a tu madre. Era una verdadera belleza, la mujer más bella del mundo.

Zara parpadeó y se colocó bien las gafas. Su madre había sido una mujer ciertamente bella, pero ella no había heredado sus maravillosos atributos ni su indudable encanto.

– Bueno, sí, soy tan alta como ella -dijo, mirando a Cleo-. Ah, pero todavía no ha conocido a mi hermana… Le presento a Cleo.

Cleo sonrió.

– Sólo soy su hermanastra. Fiona me adoptó. Pero debo añadir que no me importaría estar relacionada con un rey -bromeó.

El rey Hassan rió.

– Os doy la bienvenida a mi país. ¿Ésta es vuestra primera visita?

– Sí, para las dos. Hace mucho calor, pero es precioso -respondió Cleo-. Y debo confesar que es la primera vez que hablo con un rey… ¿Puedo preguntar cómo debo dirigirme a usted?

– Alteza es la forma adecuada -intervino Rafe.

En ese momento, alguien llamó a la puerta. Segundos después, varios miembros del servicio de seguridad dejaron bandejas con comida y bebidas en el salón.

Hassan y Cleo siguieron charlando unos segundos sobre cuestiones intranscendentes, ante la atenta mirada de Zara, que no podía creer que su hermana pudiera comportarse con tanta naturalidad en una situación como aquélla.

Rafe aprovechó la ocasión para acercarse a ella, darle un refresco y decirle en voz baja:

– Lo estás haciendo muy bien. Entonces, el rey sacó el anillo que Rafe le había dado.

– Le regalé este anillo a tu madre en nuestro primer aniversario. Quería asegurarme de que nunca me olvidaría -declaró.

– Y nunca le olvidó, puede estar seguro de ello – dijo Zara-. Pero Alteza, todo esto es muy extraño para mí… Antes de ir más lejos, tal vez deberíamos asegurarnos de que realmente soy su hija.

– Ya sé que eres mi hija. Te pareces muchísimo a Sabrina.

– ¿A quién?

– A la princesa Sabra. La llamamos Sabrina porque le gusta más ese nombre.

– Bueno, pero eso no demuestra que sea su hija…

– También tienes el anillo -le recordó el rey -. Lo sé, Zara, no le des más vueltas. Y por si fuera poco, lo siento en el corazón.

Hassan acarició una de las mejillas de Zara y siguió hablando.

– Tu madre era más joven que tú cuando nos conocimos. Yo también era joven, y muy orgulloso y seguro de mí mismo. Estaba de visita en Nueva York y fui a ver un espectáculo de Broadway; después de la representación asistí a una fiesta con los actores. Tu madre me había llamado la atención desde el preciso momento en que salió al escenario, así que me las arreglé para conocerla. Fue amor a primera vista.

Zara había intentado mantener la calma y controlar sus emociones, pero oír cosas sobre su madre empezaba a ser demasiado para ella. Fiona no solía hablar del pasado, y desde luego nunca de su padre.

– He visto fotografías de su época como actriz. Era muy bella…

– Más que eso. Tenía docenas de admiradores, pero nos gustamos en cuanto nos vimos. Sólo queríamos estar juntos, los dos solos, y siempre lo hacíamos cuando yo viajaba a tu país -dijo el rey, sonriendo con tristeza-. Le pedí que se casara conmigo, pero no quiso.

– ¿Está bromeando? -preguntó Cleo, sin darse cuenta de lo que hacía-. Oh, lo siento…

Hassan se encogió de hombros.

– Yo también me sorprendí. Entonces estaba casado, pero le dije que me divorciaría de mi anterior esposa para casarme con ella. Sin embargo, Fiona se negó. Decía que no podría ser feliz viviendo siempre en el mismo sitio, aunque fuera tan bonito como Bahania.

– Sí, es verdad, mi madre adoraba viajar -explicó Zara, todavía sorprendida por lo que estaba oyendo.

– ¿Se casó con alguien? -dijo el rey, tímidamente -. Me lo he preguntado muchas veces…

– No, no lo hizo. Nos mudábamos constantemente, y aunque siempre tuvo infinidad de amigos, ningún hombre fue especial para ella. Solía decir que ya se había enamorado una vez y que no tenía intención de hacerlo otra vez.

Hassan cerró los ojos brevemente.

– Sí. Le entregué mi corazón, y cuando se marchó, se lo llevó con ella. Me gustaría pensar que a ella le pasó lo mismo, pero ya nunca lo sabremos… En aquella época no comprendí por qué quería abandonarme, pero ahora lo entiendo. Supongo que supo que estaba embarazada y decidió alejarse porque sabía que yo insistiría en que nos casáramos. Además, es lógico que quisiera proteger a su hija.

– ¿Protegerme? -preguntó Zara, confundida-. ¿De qué?

– De las leyes de Bahania. Exigen que los príncipes y princesas crezcan en palacio, así que probablemente tuvo miedo de que insistiera en que crecieras aquí e incluso de la posibilidad de perderte si se negaba a casarse conmigo -explicó el monarca-. Cuando se marchó habría dado cualquier cosa por tener parte de ella. Y ahora, estás aquí…

Zara sonrió.

– Sí, bueno, todo esto es muy extraño…

– ¿Cómo me has encontrado, por cierto?

– Cuando leí las cartas, comprendí que lo imposible podía ser cierto.

– Zara insistió en que entráramos en el palacio con la visita guiada, aunque yo quería que llamáramos directamente a la puerta -intervino Cleo -. Ella dijo que los guardias no nos habrían dejado entrar.

El rey sonrió.

– Me temo que Zara tenía razón. Por encantadoras que seáis, los guardias no os habrían dejado entrar. Aunque también sospecho que una joven tan bella como tú debe de tener cierta influencia sobre los hombres… Tendré que advertir a mis hijos que se anden con cuidado.

– Oh, no me interesan los príncipes. Son todos iguales: ricos, poderosos… al cabo de un tiempo, aburren -bromeó.

Zara se levantó de repente y se dirigió hacia el balcón. Rafe la siguió.

– ¿Te encuentras bien? -preguntó.

Ella negó con la cabeza.

– ¿Cómo podría encontrarme bien en tales circunstancias?.

– Supongo que no podrías en ningún caso.

– Todo es tan confuso…

Hassan se unió a ellos y dijo:

– No hay razón para sentirse confundidos. La situación es muy sencilla: después de veintiocho años, mi hija ha vuelto a mi lado.

– Haces que suene tan normal… -dijo Zara, tuteándolo por primera vez.

Su padre asintió.

– Esto es extraño para los dos, y es posible que necesitemos un tiempo para asumirlo. Pero me gustaría que tuvieras ocasión de conocer mi mundo. Bahania es un país afortunado por sus gentes y sus recursos naturales, un país muy bonito. Tengo una idea… ¿Qué os parece si Cleo y tú os venís a vivir al palacio?

– ¡Magnífico! Creo que me gustará tenerte en mi familia.

Cleo empezaba a sentirse tan cómoda en aquella situación que también había empezado a tutear al rey.

Sin embargo, Zara no estaba tan segura sobre la oferta.

– Nuestro hotel es muy cómodo -mintió.

– Pero tú eres mi hija. Y como tal, el palacio es tuyo. Te sentirás bien aquí, ya lo verás; y tendremos ocasión de pasar mucho tiempo juntos.

– Creo que deberíamos pensarlo con más detenimiento -insistió Zara-. Ya no hay duda de la relación entre mi madre y tú, pero tal vez deberíamos hacernos análisis para asegurarnos.

– Sé quién eres. Has vuelto a mí después de tanto tiempo y eso es lo único que importa. No perdamos más el tiempo: recoge tus cosas y ven a vivir conmigo.

Zara echó un vistazo a su alrededor, como buscando ayuda. Sus ojos se clavaron en Rafe, quien parecía ser la única persona cuerda de la sala.

– ¿Tú también estarás aquí? -le preguntó-. ¿Estarás en palacio? ¿Vives aquí?

Rafe asintió.

– Sí, al menos durante las próximas semanas.

Hassan lo miró y dijo:

– Has encontrado a mi queridísima hija y me la has traído, Rafe Stryker. Por tanto, la dejo a tu cuidado.

– Pero Alteza, yo…

Hassan lo cortó con un simple gesto de la mano.

– Mi decisión está tomada. Sólo te confiaría a ti su seguridad. Pero no te preocupes; será una solución temporal, hasta que tengas que volver a tu trabajo habitual.

– No lo entiendo -dijo Zara-. ¿Qué significa eso de confiarle mi seguridad?

– Significa que será tu guardaespaldas. Te protegerá con su vida si es necesario.

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