Capítulo 9

ZARA salió de la cuadra sin decir nada. Rafe era consciente de que probablemente había ido demasiado lejos con los cinco vehículos del servicio de seguridad; eso, sin mencionar los guardias armados. Las posibilidades de un secuestro eran escasas porque casi nadie sabía de ella y, aunque las noticias corrían como la pólvora, de momento estaba a salvo. Aun así, no había podido resistirse a molestar al duque.

Sin embargo, Zara no veía las cosas de ese modo. Seguramente le había molestado que tanta gente la hubiera visto forcejear con su montura para no caer, porque dejaba en evidencia su falta de práctica con los caballos de raza.

– Espera, Zara…

Rafe consiguió alcanzarla en el patio que separaba la casa de los establos. El sol estaba alto, el calor dificultaba la respiración y, aunque estaban a la sombra de unas palmeras, la temperatura resultaba insoportable.

Zara se volvió para mirarlo con furia.

– ¿Qué quieres? -exclamó-. Creía que ya te habías divertido bastante por hoy.

– Lo siento -dijo -. Supongo que me he excedido un poco.

– Sí, lo has hecho y mucho.

Zara suspiró y se sentó sobre la hierba, bajo los árboles. Después, flexionó las piernas y recostó la cabeza sobre las rodillas.

Estaban en un pequeño palmar y el follaje los protegía de miradas indiscretas. Salvo por el gato que ronroneaba al sol a pocos metros, se encontraban solos.

– No es por ti -murmuró Zara-. Estoy enfadada con Byron.

Rafe se puso de cuclillas junto a ella. Estaba tranquilo porque sabía que, por mucho que Byron hubiera intentado coquetear con Zara, no los había dejado solos el tiempo suficiente como para que pasara nada.

– ¿Qué ha hecho?

– No es lo que ha hecho, es lo que ha dicho – puntualizó Zara-. ¿A ti te parezco estúpida?

– En absoluto.

– No sé qué pensar. A los hombres nunca les ha preocupado mucho que fuera tonta; de hecho, suelen pensar qué soy demasiado inteligente.

– ¿Y el duque piensa que eres tonta?

– Aparentemente -contestó ella, frotándose la frente-. Ni siquiera lo puedo decir. Es tan humillante…

Rafe se puso de pie.

– Si te ha insultado…

– Lo ha hecho, pero no de la manera que estás pensando -lo interrumpió Zara, apartando la vista-. Ha dicho que era hermosa.

– ¿Qué?

Rafe frunció el ceño. No entendía por qué consideraba aquello como un insulto pero, a la vez, se sentía extrañamente molesto al pensar que el duque estaba coqueteando con ella.

– Ya me has oído.

– ¿Por qué te parece tan horrible? -preguntó-. ¿No quieres que te diga cosas bonitas?

– No quiero que me mienta y espere que lo crea. Podría haber aceptado que dijera que soy linda o atractiva, ¿pero hermosa? Sin duda, cree que soy imbécil o que sus halagos me van a dejar tan impresionada que no voy a dudar de su sinceridad.

– Me parece que estás buscando un problema donde no lo hay.

– Sabía que dirías algo así. Eres hombre y no entiendes la importancia que tiene para mí.

Rafe sintió que se estaba adentrando en una zona peligrosa y decidió ir despacio y con cuidado. Odiaba tener que defender a ese tipo, aunque sólo fuera de manera tangencial, pero sentía que debía decirle lo que pensaba.

– Eres una mujer atractiva, Zara. Byron te ha dicho lo que a su juicio es verdad, pero a ti te incomoda admitirlo.

– Y tal vez los camellos vuelan en el desierto -ironizó ella-. No soy tonta y entiendo cómo son las cosas. La atracción que se siente por otra persona puede distorsionar la realidad, pero eso no significa que su mirada sea exacta. Quiero decir… tú te sientes atraído sexualmente por mí, o al menos eso sentías cuando nos besamos, pero nunca has dicho que fuera hermosa.

Zara se detuvo y lo miró con gesto desafiante. La pausa fue tan larga que Rafe comenzó a transpirar y decidió sentarse. Tenía ante sí una conversación tan profunda y oscura que no estaba seguro de poder salir bien parado de la situación. Por suerte, ella retomó la palabra.

– Si conociera a Byron desde hace tiempo, quizá lo creería. Sin embargo, sé que sólo está jugando conmigo y eso me desconcierta. ¿Siempre va a ser así? Antes creía que salir con alguien era malo, pero esto es imposible.

Rafe desvió la mirada hacia el gato antes de volver la atención a Zara.

– Respira hondo e intenta tranquilizarte -le dijo-. En primer lugar, estás ante una situación nueva para ti. No siempre será tan confusa. En segundo, confía un poco más en ti. Actúas como si fueses la versión femenina del hombre elefante y eso no es cierto.

– Sé la clase de mujer que soy y sé lo que dicen los hombres de mí -aseguró-. Soy inteligente e intimido. Ni hermosa ni sexy. Cleo es la que atrae a los hombres en esta familia.

– Eres muy dura contigo -le reprochó él.

Rafe la consideraba una mujer endiabladamente sexy, pero no podía decírselo sin que eso le supusiera otro tipo de problemas.

– Seamos realistas -imploró ella-. Nunca voy a encontrar a nadie que me desee.

Zara había pasado de la rabia a la vulnerabilidad absoluta en un segundo. Rafe podía soportar lo primero; lo segundo, no. Al verla tan apenada, tuvo que hacer un esfuerzo para contener la necesidad de abrazarla y darle consuelo. Sabía que era alguien contratado para ayudar y nada más.

– Lo encontrarás, créeme -le aseguró-. El hombre apropiado para ti está en alguna parte.

– ¿Cómo lo voy a encontrar? ¿Y dónde está? Si se te ocurre alguien, por favor, dile que lo estoy esperando ansiosa.

Acto seguido, Zara hizo ademán de levantarse. Sin pensar, Rafe la tomó de la cintura para ayudarla a incorporarse. En cuanto sus dedos rozaron aquella piel tersa y suave, supo que había cometido un error. En especial, cuando ella lo miró y pudo ver la inquietud en sus grandes ojos. Inquietud y deseo.

Sintió que perdía las fuerzas; estaba hambriento y sólo había una manera de saciar su apetito.

– Rafe… -susurró ella.

La anticipación y el anhelo que había en la voz de Zara encendieron un fuego interior en Rafe y barrieron todas sus resistencias. Embriagado por la pasión, la atrajo hacia su cuerpo.

Ella se fundió contra él, le rodeó el cuello con los brazos y se dejó llevar. Rafe se inclinó hacia atrás, la sentó sobre él y se apoyó en el tronco de la palmera. Zara era intensa, dulce y mucho más deseable que el resto de las mujeres que conocía y sentía que se iba a morir si no la besaba.

Entonces, la besó. Las sensaciones eran abrumadoras; no sólo por el contacto de sus labios, también por el aliento cálido y entrecortado entrando en su boca mientras unos dedos delicados y trémulos le acariciaban la nuca. Le lamió el labio inferior e introdujo su lengua impaciente para probarla y rendirse ante la deliciosa boca de aquella mujer única. Ella no protestó ni intentó apartarse. Bien al contrario, se apretó contra él y respondió al beso con ansiedad.

La necesidad empezaba a inquietar el sexo de Rafe y lo hacía sentirse incómodo. Maldijo en silencio, consciente de que no podría ganar: Zara era una tentación irresistible. Le deslizó una mano por el muslo hasta la curva de la cadera y, de allí, siguió hasta el trasero. Con una suave presión en la carne redondeada, la ayudó a acomodarse hasta quedar sentada con las piernas separadas sobre su regazo. Sexo contra sexo. Necesidad contra necesidad.

Era una combinación tan insoportable de placer y dolor que Rafe no pudo evitar aferrarla por la cadera y atraerla, aún más, hacia él. El rítmico movimiento los hizo jadear casi al unísono. Ella le tomó la cara y continuó con los besos; la tensión la hacía temblar. Sentir la excitación de Zara hacía que Rafe se desesperase más y más. En el momento en que comenzó a calcular la distancia que deberían recorrer para llegar a un lugar más privado, supo que había cruzado una línea sin retorno. La tomó de la cintura y la apartó.

El gesto la tomó por sorpresa.

– No puedes detenerte ahora -imploró.

– Tengo que hacerlo, Zara.

Después, Rafe se puso de pie y le dio la espalda. Le dolía el cuerpo de desearla tanto. Cada centímetro de su piel temblaba al compás de su corazón acelerado. Se preguntaba qué estaba haciendo; nunca se había dejado llevar de esa manera durante una misión. Sabía muy bien que, en otras circunstancias, una distracción semejante podría haberle significado la muerte.

– Lo siento -se excusó-. No debería haberte besado.

Rafe sintió que ella se movía a sus espaldas y se volvió para verla incorporarse.

– No lo empeores con una disculpa -murmuró-. No entiendo cuál es el problema porque es obvio que existe una fuerte atracción entre nosotros. Nadie tiene por qué enterarse de lo que hemos hecho.

– No es tan sencillo. Soy responsable de protegerte, incluso de ti misma. Y si ese motivo no te basta, intenta comprender que esta clase de cosas no están bajo nuestro exclusivo control. ¿O es que quieres que tu vida privada se convierta en un tema para las revistas del corazón?

– Eso no va a pasar.

Rafe no se atrevió a contestar. Zara era nueva en ese mundo pero él no y conocía las consecuencias desastrosas de un romance inoportuno.

– No te entiendo, Rafe -declaró ella-. Te deseo como nunca deseé a nadie. Y lo que es peor, te lo estoy confesando y dejándome llevar por mis impulsos. No soy así y no entiendo lo que sucede. No sé si es algo de Bahania, si es que me han echado alguna droga en el agua o si son signos de senilidad temprana, pero…

Rafe no sabía qué decir. O quizás se resistía a asumir la verdad. Zara y él se deseaban y el calor era peligroso para ambos.

Ella se llevó las manos a la cadera y preguntó:

– ¿Debo asumir que tu silencio se debe a que tampoco tienes una respuesta?

– No una que tenga sentido.

– Toda esta situación me desconcierta. La verdad es que te he incitado para que me besaras. Nunca hago esas cosas.

– Y yo jamás permito que lo personal interfiera con el trabajo.

– Entonces, ¿esto también es inusual para ti?

– Absolutamente.

– Ahora me siento un poco mejor -dijo Zara, con una sonrisa.

Rafe no dijo nada. Pensaba que se estaba ablandando y que necesitaba alguna emoción fuerte, como pasar un par de semanas en zona de guerra, para recuperar sus reflejos y su capacidad de control.

– ¿Qué vamos a hacer? -preguntó ella.

– Nada. No ha cambiado nada. Trabajo para el rey y no puedo mantener una relación sexual con su hija.

– Tendrás que encontrar una excusa mejor, porque esa historia se está volviendo vieja.

Acto seguido, Zara se dio media vuelta y comenzó a caminar hacia el palacio. Pero a los pocos metros se detuvo.

– Por cierto -declaró-, Jean Paul me ha invitado a cenar y he aceptado. Creo que tendrás que vestirte de forma elegante para la ocasión.

Rafe la miró alejarse con la cabeza erguida y moviendo las caderas. De nuevo estaba furiosa y, encima, había dicho la última palabra. La princesa Zara, la profesora Zara Paxton, se estaba convirtiendo en un problema mayor del que había imaginado. Y a pesar de todo, se alegraba de haberla conocido.


Zara se dirigió a su habitación en cuanto llegó a palacio. Tenía la cabeza hecha un lío y no sabía qué hacer. Su vida había dado un vuelco increíble desde su llegada a Bahania. Se había preparado para el encuentro con un extraño que podía ser su padre, pero nunca había pensado que podría enfrentarse a un problema con los hombres.

Por primera vez en su vida, tenía a dos hombres que buscaban su atención. Desde luego, ninguno de los dos estaba realmente interesado en ella, sólo querían relacionarse con la familia real. Cada uno tenía sus motivos; quizás, el duque necesitaba dinero para reparar su viejo feudo y Jean Paul quería un préstamo para ampliar sus viñedos. Fueran cuales fueran los motivos que los impulsaban a cortejarla, no tenían nada que ver con ella como persona sino como una especie de moneda de cambio.

Giró en la esquina del corredor y entró en la suite que compartía con Cleo. Llamó a su hermana, pero no obtuvo respuesta. Cleo debía estar afuera, tal vez con el apuesto príncipe Sadik. En la cena había quedado claro que se sentía atraído por ella.

Zara echó un vistazo al espacioso salón y después se tumbó en el sofá. Podía ver el mar Arábigo en la distancia. El sol ya estaba en lo alto, la temperatura subiría y pronto le sería difícil soportar el calor del exterior. En cualquier caso, en el palacio el ambiente estaba fresco y agradable.

Después, contempló el elegante mobiliario que la rodeaba, la costosa tapicería y el pequeño bar en la esquina. Sabía que si iba hasta allí y abría la nevera, encontraría un montón de bebidas, incluyendo su refresco favorito. La encimera estaba llena de refrigerios a cual más apetitoso e incluso así, podía llamar a la cocina y pedir que le enviaran algo de comer.

Bahania era una fantasía que se había vuelto realidad. De hecho, era mucho mejor de lo que había imaginado. Estaba viviendo en un palacio y, si se confirmaba que el rey Hassan era su padre, a punto de convertirse en princesa.

Se puso de pie y caminó hacia el balcón. Estaba inquieta y conocía la causa: Rafe. No entendía lo que pasaba con él pero era consciente de que estaban jugando un juego muy peligroso. En sus veinte años de vida había aprendido algunas cosas, y una de ellas era que los hombres no mentían sobre algunos asuntos; si decían que no querían involucrarse en una relación, estaban diciendo la verdad. El problema era que Zara no quería aceptarlo.

Suspiró y recordó que Rafe le había dicho que ella era una mujer para casarse y tener hijos y que el era un hombre para el que el matrimonio y la paternidad estaban fuera de discusión. En el fondo, sabía que él estaba diciendo la verdad en ambos casos aunque, desafortunadamente, saber que Rafe era un error no lo volvía menos atractivo a sus ojos,

Lo deseaba. Parte de la atracción era sexual; la hacía pensar en cosas que jamás había considerado y, por primera vez en su vida, se sentía dominada por la química. Sin embargo, no podía adjudicar todo a una cuestión hormonal. Más allá de las reacciones físicas, Rafe le gustaba. Y, por mucho que se resistiera a admitirlo, lo cierto era que le gustaba estar con él, charlar, compartir momentos y que hasta disfrutaba de cuando discutían. Él era amable y no cabía duda de que también se sentía atraído por ella.

Zara no podía recordar cuándo había sido la última vez que un hombre se había mostrado tan interesado físicamente por ella como Rafe. Podía ver el deseo que lo atravesaba, podía sentirlo. Se preguntaba cómo podría resistirse a él cuando la combinación entre la atracción sexual y el aprecio personal lo convertían en una tentación de la que no podía escapar. Cuando Rafe estaba cerca, se sentía a salvo y capaz de hacer todo lo que soñaba. En toda su vida, jamás había experimentado una sensación semejante.

Zara estaba decidida a encontrar la manera de estar con él; sabía que no sería una tarea fácil, pero no estaba dispuesta a permitir que le rompieran el corazón.


– Ésta es la espada que uno de mis ancestros utilizó durante las Cruzadas -comentó el rey Hassan-. En algunas batallas, la sangre corría como un río a través de los valles de Tierra Santa.

Zara observó la antigua pieza que decoraba uno de los estantes del salón. Tenía una empuñadura de oro decorada con zafiros y rubíes y la hoja de acero brillaba con su filo amenazante. No era difícil imaginarla cubierta de sangre.

– No sabía que Bahania había sido escenario de las Cruzadas.

Hassan movió la cabeza en sentido negativo.

– Aquí no se libró ninguna batalla, pero los creyentes viajaron para echar a los infieles -dijo, con gesto adusto-. Fue un tiempo plagado de disturbios y muchos murieron. Con el paso de los años, la familia real comprendió que una actitud más tolerante sería mejor para nuestro pueblo y, para el siglo XVI, todos los cultos estaban permitidos. Éramos muy progresistas.

– Eso parece.

Zara sabía que en aquella época, Europa había sido una tierra de intolerancia religiosa.

– Aunque debo reconocer que con las mujeres no éramos tan progresistas -manifestó Hassan con tono de disculpa-. El harén real existió hasta el reinado de mi padre.

– No puedo imaginar una cosa así.

– Yo sí. Lo que no alcanzo a entender es dónde sacaban tiempo para disfrutar de tantas mujeres. Al menos a mí, los asuntos de estado me mantienen muy ocupado.

Siguieron caminando por los pasillos de la parte vieja del palacio. El lugar estaba lleno de tesoros, incluyendo pinturas, mosaicos increíbles, estatuas y esculturas talladas en paredes y techos.

Un pequeño gato gris se unió a ellos. Hassan se agachó y alzó al animal en sus brazos.

– ¿Cómo estás, mi precioso? -preguntó, con ternura.

Había una chapa colgando del collar del felino y el rey la tomó entre sus dedos para leer lo que decía.

– Ah, eres Muffin -dijo y miró a Zara-. De tanto en tanto, permito que los chicos del colegio vengan al palacio y les pongan nombre a los gatos nuevos. Pero la verdad es que a veces lamento esas visitas.

Ella soltó una carcajada.

– ¿Muffin no te parece un buen nombre para un gato?

– No para un gato de la realeza -aseguró Hassan, mientras acariciaba al animal.

– ¿Cómo te volviste tan amante de los gatos?

– Mi madre disfrutaba de tenerlos alrededor -explicó el hombre, dejando al gato en el suelo-. Llevas su nombre, ¿sabías?

– No hasta que me lo dijeron. Hace algún tiempo estuve buscando el origen de mi nombre, vi que era una derivación de Sara y supuse que, sencillamente, a mi madre le había gustado.

Hassan la guió hasta un rincón desde el que se veía un exuberante jardín a través de los ventanales. Zara se dio cuenta de que Bahania era mucho más lujosa de lo que ella había esperado.

Se sentó junto al rey y trató de hacer caso omiso al pequeño grupo de guardias que los seguía en su paseo. Al parecer, Hassan no iba solo a ninguna parte.

– Me sorprende que Fiona recordara lo que le había contado sobre mi madre -dijo el hombre, acariciándole el pelo-. Me sorprende y me complace. Mi madre también se habría alegrado de saber que no la había olvidado.

Zara no sabía qué decir. Fiona nunca le había hablado de Hassan ni de su madre. El rey pareció adivinar lo que estaba pensando.

– Aunque si lo que sabes de mí es sólo por lo que decían los periódicos, imaginó que no te habrá contado nada.

– Bueno, yo hacía muchas preguntas -dijo Zara-. Solía suplicarle que me contara cosas de mi padre, pero nunca dijo una palabra y yo no entendía por qué.

– Tu vida habría sido muy distinta si ella te hubiera hablado de nosotros. Me gustaría creer que yo la habría dejado vivir a su antojo, aunque no estoy seguro.

El rey desvió la mirada hacia el horizonte y Zara supo que estaba pensando en el tiempo que había compartido con Fiona.

– Háblame de tu infancia -rogó él-. Háblame de Fiona.

Zara se acercó un poco más a él porque sabía que aquélla era una conversación demasiado íntima como para arriesgarse a que el séquito real los oyera. El grupo estaba formado por un par de ayudantes, alguien que parecía el guardaespaldas del rey, y Rafe, cuya presencia no era una incomodidad para ella.

– Fiona siempre fue hermosa -declaró Zara-. Alta, elegante y llena de gracia. Era capaz de conseguir que la tarea más ordinaria del mundo pareciera algo complejo y divertido. Yo quería ser como ella.

– Te pareces mucho… -aseguró Hassan.

Ella rió a carcajadas.

– Oh, vamos, bailaste conmigo en la cena y estoy segura de haberte pisado más de una vez -dijo-. He heredado muchas de las cualidades de mi madre, pero no su gracia, precisamente. Aunque lo intenté durante años, no tengo talento para la danza. En las clases era un tropiezo tras otro y, por fin, atendió a mis ruegos y permitió que pasara las tardes en la biblioteca en lugar de en su estudio.

– Fiona tenía un estilo muy particular -aseguró el rey y carraspeó, incómodo con el tema-. Seguro que hubo muchos hombres en su vida. Antes has dicho que no hubo ninguno especial, pero debió tener admiradores…

Zara pensó que la charla estaba en un terreno peligroso. Por suerte, podía decir la verdad.

– De tanto en tanto, salía con alguien, pero sus relaciones jamás duraban más de dos meses. Decía que no le interesaba casarse. Creo que ya le habían robado el corazón.

Hassan se encogió de hombros.

– Fiona fue mi gran amor. Si hubiera aceptado casarse conmigo…

Zara se estremeció al pensar que si su madre se hubiera casado con el rey, habrían vivido en Bahania; y no sabía lo que habría sido de ellas en semejante lugar.

Pensó en la infancia de Sabrina, repartida entre Bahania y California, entre dos mundos completamente distintos y se preguntó si ella y Cleo habrían corrido la misma suerte.

– Es difícil imaginar una vida diferente -admitió ella-. Fiona te dijo la verdad cuando aseguró que no podía vivir en el mismo sitio durante mucho tiempo. Nos mudábamos casi todos los años. Nunca supe qué era lo que mi madre estaba buscando sólo que, al parecer, no lo encontraba. O, tal vez, no tenía un objetivo específico y lo único que pretendía era cambiar de vida.

– Nunca lo sabremos -comentó Hassan y le palmeó una mano-. Quisiera discutir un asunto contigo, hija…

Zara se estremeció al oír que la llamaba hija. Aunque llevaba una semana en el palacio, todavía le costaba creer que había encontrado a su padre.

– Alteza -dijo, con voz trémula-. ¿Qué hay de los análisis de sangre? ¿No crees que deberíamos hacerlos para estar seguros?

– No hace falta, estoy seguro de que eres mi hija.

– De acuerdo, pero no lo digo sólo por ti. Tu familia querrá estar segura. El gobierno de Bahania querrá estar seguro. Tu gente querrá saber.

– Mi gente confía en mí -replicó él.

– Lo sé. Aún así, me pregunto por qué pedirles que confíen en ti simplemente en tu instinto cuando podríamos hacer algo para que estuvieran seguros de la verdad.

El rey se quedó pensando en silencio durante algunos segundos y luego asintió.

– Te enviaré a mi médico esta tarde. Te extraerá sangre y se ocupará de hacer los exámenes apropiados. ¿Te parece bien?

– Sí, gracias.

En aquel momento, a Zara se le hizo un nudo en el estómago. Aunque sabía que confirmar su parentesco con el rey era lo correcto, una parte de ella no quería saberlo: cuando la verdad saliera a la luz, su vida cambiaría para siempre.

– También he estado pensando en tu futuro, Zara. Cuando los análisis prueben lo que ya sabemos, que eres mi sangre, todos sabrán que eres mi hija -dijo el rey, con tono solemne-. Sabrina suele reprenderme por la manera en que digo las cosas. Afirma que las hijas son distintas a los hijos y que necesitan argumentaciones diferentes.

Zara no tenía idea de lo que le estaba hablando, pero la ponía nerviosa.

– Sólo dilo. Trataré de no ofenderme.

– Eso espero -bromeó Hassan-. Me haría muy feliz encontrarte un marido. Creo que hace tiempo que estás en edad de casarte. No me molesta porque la ausencia de un esposo hace que todo esto sea menos complicado. Pero si sólo se trata de que aún no has encontrado al hombre correcto, podría sugerirte varios candidatos.

Zara abrió la boca y después la cerró. No podía respirar y, definitivamente, no podía hablar. La idea de que su padre pensara que podía encontrarle un marido la trastornaba por completo. De repente, recordó que Hassan era el rey de Bahania y que, sin duda, podía hacer lo que quisiera.

– Agradezco tu oferta, pero creo que soy capaz de encontrar un marido por mi cuenta -dijo, finalmente.

– Sin embargo, todavía no lo has hecho.

– Lo sé. Es complicado.

Zara no quería hablar de Jon y de su compromiso roto. Y aunque le había hablado a Rafe sobre su ex novio homosexual, estaba segura de que él nunca revelaría sus secretos a nadie, ni siquiera al rey.

– En Bahania conocerás a muchos hombres. ¿No has ido a cabalgar con el duque de Netherton?

– La verdad es que no estoy buscando a un duque -declaró-. Y además, está el tema de mi vuelta a casa. ¿Qué voy a hacer con un marido entonces?

Hassan la miró con detenimiento.

– Estás en casa.

Una vez más, a ella se le hizo un nudo en el estómago.

– ¿Qué quieres decir?

El rey le acarició una mejilla.

– Eres mi hija, perteneces a Bahania. Ahora, el palacio es tu casa. Te quedarás aquí hasta que te cases. Así son las cosas para la hija de un rey.

Antes de que ella pudiera contestar, Hassan se marchó. Zara se sentía confundida y acorralada.

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