Capítulo 5

AL girarse, vio a Rafe. Estaba en el balcón contiguo. Se había quitado la chaqueta y aflojado el nudo de la corbata, y estaba tan atractivo que se sintió desfallecer. Había algo en él que la volvía loca.

– ¿Qué haces ahí? ¿Es que somos vecinos?

– Recuerda que soy tu guardaespaldas temporal. Tengo que estar cerca de ti.

– Siento que te hayan obligado a cambiar de habitación.

Él se encogió de hombros.

– No es para tanto. ¿Ya te has acomodado?

– Casi. La suite es gigantesca. Creo que el cuarto de baño es más grande que toda mi casa. Todo es fabuloso.

Zara apartó la mirada durante unos segundos. No quería hacerse ilusiones con Rafe porque sabía que un hombre como él nunca se interesaría en ella. Además, nunca había tenido suerte con los hombres. Sólo tenía que recordar su experiencia con Jon.

– No pareces muy animada -dijo él-. ¿Te arrepientes de haber venido?

– Desde luego que sí.

– Pero viniste a buscar a tu padre y lo has encontrado.

– Es verdad. Supongo que debería alegrarme de mi buena suerte.

– Creo que sí. Y le has dado una gran alegría…

Ella asintió.

– Sí, aunque se alegró por Fiona, no por mí. A mí no me conoce todavía -comentó ella-. Pero dejemos de hablar de mi vida… ¿Qué haces aquí, en Bahania? ¿Cómo llegaste?

– Llegué igual que tú, en avión -bromeó -. Trabajo para el marido de la princesa Sabrina, el príncipe Kardal. Soy consejero de seguridad y experto táctico.

– Una descripción muy bonita, aunque no explica demasiado…

– Sospecho que mi trabajo te parecería muy aburrido.

Zara pensó que seguramente no le habría parecido aburrido en absoluto, pero no quiso presionarlo. Tenía la impresión de que Rafe no daba más datos sobre su ocupación porque no podía hacerlo. Y en cualquier caso, la cabeza de Zara no estaba para más complicaciones.

– Acabo de conocer a la princesa Sabrina. Está en el dormitorio, charlando con Cleo.

– Tu hermana es muy simpática.

– Lo sé. Ella es la simpática, la divertida, la sexy y la adorable y yo soy la inteligente. Pero al menos podrá distraer al resto de la familia real y así no se fijarán en mí.

– Oh, se fijarán, no lo dudes.

Ella negó con la cabeza.

– Si estás intentando animarme, no lo estás consiguiendo. Odio conocer a grandes grupos de personas al mismo tiempo. Nunca recuerdo sus nombres, y estoy segura de que no llevan plaquitas con ellos.

– Te comprendo, pero piensa en las compensaciones. En el palacio, por ejemplo.

– No estoy aquí por el dinero, Rafe.

– Casi estoy dispuesto a creerte.

– Pensaba que ya habíamos dejado eso bien claro. Comprobaste mi historia y me investigaste, así que creía que ya estabas convencido de mi inocencia.

– Digamos que estoy convencido al noventa y ocho por ciento.

– Cuando llegues al cien por cien, dímelo.

– Lo haré.

– ¿Eso es lo que todo el mundo va a pensar de mí? ¿Que soy una aprovechada y que sólo quiero el dinero del rey?

– No sé lo que pensará todo el mundo, pero el rey no piensa eso. Y su opinión es la única que cuenta – respondió Rafe, intentando tranquilizarla-. Pero anímate. Piensa en la aventura de ser una princesa…

– No, eso no es posible.

Zara se frotó las sienes y tuvo que hacer un esfuerzo para no gemir. Cleo habría sido perfecta para el papel de princesa, pero ella era tímida, no sabía comportarse con los desconocidos y por si fuera poco tenía un historial terrible con los hombres.

Rafe notó su inseguridad. Como los balcones se comunicaban entre sí, se acercó y preguntó:

– ¿Zara? ¿Estás bien?

– Esto no va a salir bien. No tengo madera de princesa. Apenas sé nada de Bahania ni de sus costumbres y temo que vaya a meter la pata. Además, no soy ni refinada ni bonita; sólo soy una profesora de universidad de una pequeña localidad de la que nadie ha oído hablar y ni siquiera soy capaz de mantener una relación con un hombre -se quejó amargamente-. Por Dios… todo el mundo pensaba que era rara por ser virgen a mis años. ¿Qué van a pensar ahora?

Zara parpadeó varias veces, rogando que acabara de soñar aquella situación y que no hubiera dicho lo que había dicho.

Se sentía tan humillada que se ruborizó.

– Olvida mis palabras -rogó.

– Ni se te ocurra marcharte de aquí.

– No me refería a eso. Me refería a…

– ¿A qué parte?

– A todo.

– Ah, estáis ahí…

Zara levantó la mirada, agradecida por la interrupción. Era Sabrina. Al verla, Rafe dijo:

– Princesa…

– Oh, vamos -dijo Sabrina, soltando una carcajada-, ¿Ahora te vas a poner formal conmigo?

– Estamos en circunstancias diferentes -comentó Rafe.

Sabrina suspiró y su sonrisa desapareció.

– Y que lo digas. Pero en fin, había venido a decir que Zara y Cleo están invitadas a una cena mañana por la noche. Mi padre recibe a unos dignatarios extranjeros y estarán todos junto con mis hermanos. Será una magnífica ocasión para que conozcas a la familia, Zara.

– ¿Una cena? No creo que sea buena idea -dijo Zara, nerviosa.

– Lo siento, pero el rey ha insistido. Además, no te preocupes… sólo espera que estés allí y que charles un poco con los invitados.

– Pero mi presencia no me parece apropiada. Ni siquiera sabemos si realmente soy su hija.

– El rey ha insistido en que os quiere allí. Si tenéis intención de no asistir, será mejor que habléis con él.

– Eso no sería una buena idea -intervino Rafe.

– No tengo ropa apropiada para la ocasión -insistió Zara-. ¿Hay algún establecimiento cercano adonde Cleo y yo podamos ir de compras?

Sabrina suspiró.

– Descuida, os prestaré algo. Tú eres algo más alta y delgada que yo, pero creo que podremos arreglarlo.

– Eres muy amable, Sabrina…

– No es nada. Pero debo advertirte que serás el centro de atención con toda seguridad. Nuestro parecido es evidente, y aunque nadie se atrevería a preguntar directamente sobre ello, lo adivinarán.

En cuanto terminó de hablar, la princesa se despidió con una simple sonrisa y volvió al interior del edificio.

– ¿Por qué me odia? -preguntó Zara entonces.

Esperaba que Rafe negara esa posibilidad, que le dijera que eran imaginaciones suyas. Pero tardó en contestar y se metió las manos en los bolsillos como si la pregunta lo incomodara.

– No te odia a ti… exactamente.

– ¿Qué quiere eso decir?

– Bueno, es una larga historia.

– Hasta mañana no tengo nada que hacer, así que adelante.

Los dos se sentaron en un pequeño banco que había en el balcón y Rafe comenzó su explicación.

– Los padres de Sabrina se casaron por obligación, por así decirlo. Cuando ella nació, ellos ya se llevaban muy mal y no tardaron en divorciarse. Su madre pidió permiso para llevársela a vivir con ella a California y el rey accedió, aunque pasaba los veranos aquí.

– ¿Qué quieres decir con eso de que pidió permiso?

– Lo que has oído. Las leyes de Bahania exigen que los miembros de la familia real crezcan en el país. No es una normativa tan extraña… El Bahar tiene una ley parecida -respondió-. Los miembros de la familia real se pueden divorciar si quieren, pero no pueden llevarse a sus hijos. Es una forma de asegurar que los herederos de la corona conocen el país y a sus gentes.

– Comprendo. Así que Sabrina creció en dos países distintos… ¿Y eso es malo?

– Ningún príncipe ni princesa había crecido hasta entonces fuera de Bahania. El rey concedió el permiso porque no le importaba.

– Tal vez sí le importara. Tal vez su madre la quería tanto que…

Rafe hizo un gesto negativo con la cabeza.

– Ni el rey ni su esposa estaban interesados en Sabrina. Ella creció con los criados y sus distintas niñeras, y aunque es una mujer muy inteligente y fue una gran estudiante, ni él ni ella lo notaron. Y como su madre se dedicaba a vivir a lo grande, la prensa pensó que la hija debía de ser igual -comentó Rafe-. Pero la gota que colmó el vaso llegó más tarde, cuando el rey le organizó una boda sin consultar con ella.

– ¿Qué ocurrió?

– Huyó, pero todo salió bien al final. Se casó con el príncipe Kardal y son muy felices. Pero el rey y ella estuvieron años sin dirigirse la palabra. En realidad se han reconciliado hace poco.

Zara se levantó.

– Ahora entiendo su animadversión. Cuando por fin consigue arreglar las cosas con su padre, aparezco yo y me convierto en su niña mimada.

– Exacto.

– Esto es insoportable. Sólo llevo tres horas en palacio y ya me he buscado una enemiga. ¿Qué más puede pasar?


Rafe encontró al príncipe Kardal en su despacho. Estaba leyendo unos informes sobre los aviones.

– ¿Sabes lo caros que van a resultar esos aparatos? -preguntó el príncipe, al verlo.

– Sí -respondió, mientras se sentaba.

Al igual que el rey, el príncipe Kardal solía llevar trajes cuando estaba trabajando. Reservaba el atuendo tradicional del país para la intimidad de su hogar.

– La tecnología no es nada barata. Echo de menos los viejos tiempos, cuando se podían patrullar las fronteras del país a lomos de un camello.

Rafe rió.

– Kardal, tienes poco más de treinta años. Eres demasiado joven para recordar esa época.

El príncipe, un hombre alto y de pelo oscuro, dejó los informes a un lado y sonrió.

– Supongo que tienes razón. Pero dejemos eso: sé por qué has venido a hablar conmigo.

– ¿Ya has sabido lo de Zara?

– ¿Se llama así?

– Sí, Zara Paxton. Es profesora de universidad en Estados Unidos, en una pequeña localidad cerca de Idaho.

Kardal arqueó una ceja.

– ¿Y es verdad que es hija del rey?

– Es posible, muy probable. El rey debe asegurarse, así que habrá que hacer los análisis pertinentes. Pero está tan emocionado que se ha dejado llevar por sus sentimientos. Ya sabes cómo es.

– Sí, lo sé. ¿Sabrina ya ha tenido ocasión de conocerla?

Rafe asintió.

– Sí. Pasó por el dormitorio de Zara hace una hora.

– Seguro que no comparte el entusiasmo de su padre.

– No lo comparte, es cierto -dijo Rafe-. Por cierto, el rey me ha pedido que cuide temporalmente de Zara y que sea su guardaespaldas.

Kardal tardó unos segundos en reaccionar. Y cuando lo hizo, estalló en carcajadas.

– Sí, ya lo sé, es una verdadera canallada -protestó Rafe-. Gracias por tu apoyo, hombre.

Cuando terminó de reír, Kardal preguntó:

– ¿Y cómo está nuestra pequeña profesora?

– Aterrada. Todo ha sucedido tan deprisa que todavía no ha logrado asumirlo. Creo que no esperaba mudarse a palacio tan pronto.

Rafe pensó que estaba tan preparada para vivir allí como un conejo entre una manada de lobos. Si no tenía cuidado, se la comerían viva. Pero se sorprendió mucho al darse cuenta de que se preocupaba por ella; nunca se había tenido por un buen tipo, y desde luego no se consideraba una persona altruista.

– ¿Te gusta?

– No la conozco.

– Ya sabes a lo que me refiero…

– No está mal -dijo, a regañadientes.

– Ya. De modo que el rey te ha pedido que seas su guardaespaldas hasta que te marches dentro de tres semanas… Bueno, en ese caso, tendré que prescindir de tus servicios. Aunque podrías negarte. Él no es tu jefe.

– No puedo negarme.

– ¿Por qué? A mí me das negativas constantemente.

– Pero esto es distinto. Contigo se puede razonar. Con él, no. Y por si fuera poco, se suma su calidad de rey con su calidad de padre. No quiero irritarlo antes de que firmemos el acuerdo.

Kardal sonrió.

– Así que el gran cazador tendrá que hacer de niñera de una sola mujer… ¿Cómo va a soportarlo tu orgullo?

Rafe no estaba preocupado por su orgullo. Estaba mucho más inquieto por la atracción que sentía por una mujer que se encontraba, a todas luces, fuera de su alcance. Pero no podía hacer gran cosa al respecto, de modo que tendría que sacar fuerzas de flaqueza y controlar sus deseos.


Zara despertó poco después de la medianoche. Se había acostado tan nerviosa que el simple hecho de haber conseguido conciliar el sueño, aunque sólo fuera durante unas horas, le pareció sorprendente,

En cuanto recordó dónde se encontraba y lo que había sucedido, comenzó a hacerse todo tipo de preguntas. Ahora ya no podía dormirse otra vez, de modo que se puso una bata y las gafas, se levantó de la cama y salió a la oscuridad del balcón.

Olía a flores y a mar, y la noche estaba muy tranquila. Al alzar la vista al cielo, le pareció que las estrellas eran diferentes, lo cual no tenía nada de particular teniendo en cuenta que había cambiado de hemisferio.

– Estás muy pensativa…

Zara se sorprendió al oír la voz de Rafe. Tal y como había sucedido por la tarde, acababan de coincidir los dos en el mismo sitio.

– Me estaba preguntando si ésas son las mismas estrellas que veo en mi casa.

– Algunas lo son, pero estamos al otro lado del mundo…

Rafe avanzó hacia ella. Llevaba unos vaqueros y una camiseta, y tenía el pelo revuelto como si hubiera intentado dormir, sin éxito. Además, iba descalzo.

Aquello la excitó, especialmente porque ella sólo llevaba la bata, el camisón y las braguitas. Se sentía expuesta y totalmente consciente de su cercanía física.

– No podía dormir con tantas emociones…

– Lógico. Sólo han pasado veinticuatro horas y tu mundo ha cambiado por completo. ¿Por qué no nos sentamos en el banco? Te contaré un cuento si quieres…

Zara aceptó la invitación y no pudo evitar que su imaginación la traicionara y la devolviera a su encuentro, cuando Rafe se había lanzado sobre ella pensando que era una impostora.

– ¿Quién eres, Rafe? -preguntó ella-. Vas armado, conoces al rey, no eres de aquí y sin embargo te encuentras perfectamente cómodo en Bahania, según parece.

Él se encogió de hombros.

– Sólo soy un tipo que hace su trabajo. Y que por caprichos del destino, debe cuidar de ti.

– Hablo en serio, Rafe. ¿Quién eres?

– Sé que te gustaría saberlo, pero no te lo voy a decir.

– ¿Es que sigo siendo un riesgo para la seguridad del país?-se burló.

– Todavía no estoy seguro. Y mientras no lo esté, no pondré en peligro los secretos del país.

– ¿Es que conoces secretos? -preguntó, asombrada.

Él sonrió.

– Desde luego. Sé convertir el plomo en oro.

– No es un mal secreto…

– No te molestes conmigo -le pidió Rafe, mientras la tocaba en un brazo-. Si te quedas cerca el tiempo suficiente, averiguarás quién soy y lo que hago. Pero por ahora, conténtate con saber que trabajo con el marido de Sabrina.

– ¿Y qué hacías antes? ¿Puedes hablar de eso?

– Estuve varios años en una organización que trabaja con el gobierno y que se encarga de arreglar asuntos de seguridad.

– ¿Asuntos de seguridad? ¿A qué te refieres?

– A lo de siempre. Pequeñas guerras, terrorismo, prevención de secuestros…

Zara no salía de su asombro. Sobre todo, porque Rafe hablaba de ello como si no tuviera la menor importancia.

– ¿Y antes de eso?

– Estuve diez años en el ejército y estudié en la universidad.

– Diez años es mucho tiempo… ¿No lo echas de menos?

– ¿A qué te refieres? ¿A mí país, o al ejército?

– A las dos cosas.

– El ejército era demasiado estricto para mí. Y en cuanto a Estados Unidos, no tengo hogar. Me gusta viajar por el mundo.

– ¿Y qué me dices de tu familia?

– Que no tengo -se limitó a responder.

Zara pensó que debía de tener familia en algún sitio, pero los años que había pasado con Cleo la habían enseñado a no insistir con ciertas cosas. Si no quería hablar de ello, tendría sus razones.

Estuvo a punto de preguntarle si estaba casado, pero le pareció que habría sido demasiado evidente por su parte y preguntó, a cambio:

– ¿Tienes hijos?

Rafe la miró con curiosidad y contestó:

– Ni tengo hijos ni estoy casado, Zara.

– No te he preguntado por tu estado civil…

Zara intentó disimular, pero no consiguió engañarlo. Rafe había adivinado sus verdaderos pensamientos.

– No, claro que no -dijo, sonriendo-. Pero ahora háblame de ti, de tu vida antes de convertirte en princesa.

Zara gimió.

– Cleo ya te dijo que soy profesora. Doy clases en una universidad del Estado de Washington.

– ¿Y tu madre? ¿Cómo era?

El rostro de Zara se iluminó.

– Ah, era maravillosa, con tanto talento y tan bella… Durante años fue actriz y bailarina. De hecho, me enseñó a bailar… Pero al final se dedicó a la dirección teatral.

– ¿Te pareces mucho a ella?

– No, no mucho. Tengo su estatura y su piel, pero no soy tan bonita. Ella tenía curvas que yo no poseo y un encanto que jamás lograría imitar. Ni siquiera soy capaz de caminar sin tropezar con las cosas.

– ¿Cómo fue tu infancia?

– Movida, porque no hacíamos otra cosa que mudarnos de ciudad en ciudad. Creo que en parte lo hacía para impedir que el rey Hassan pudiera encontrarnos, aunque sospecho que sobre todo lo hacíamos porque le encantaba viajar.

Zara se detuvo un momento antes de seguir hablando.

– Hacía verdaderos esfuerzos por echar raíces, pero no lo conseguía. Siempre terminaba disculpándose ante nosotras por tener que cambiar una y otra vez de ciudad… Aquello, por supuesto, impedía que yo hiciera amigos con facilidad, así que me concentré en los libros. Pasaba horas en las bibliotecas.

Rafe pensó que era una historia triste, de modo que decidió atacarla desde otra perspectiva.

– Pero has dicho que te enseñó a bailar. ¿Daba clases?

Zara rió.

– Oh, sí, era una profesora excelente. Sin embargo, yo era tan mala que se llevó un buen disgusto… Imagina: la carne de su carne era incapaz de dar dos pasos sin tropezar. Al final, renunció.

– Seguro que no se lo tomó tan mal.

– No creas, no creas… Por suerte, a Cleo se le daba mucho mejor. Pero la danza no le interesaba.

– ¿Y cómo se convirtió Cleo en tu hermana?

Zara se encogió de hombros.

– No conozco los detalles porque era muy pequeña. Por lo que sé, el departamento de adopción de la ciudad donde vivíamos no tenía recursos suficientes y le pidieron a mi madre que cuidara de una de las niñas. Fiona lo hizo y Cleo se quedó con nosotras. Al principio no nos llevamos muy bien, pero en seguida nos convertimos en las mejores amigas.

– Y tu madre la adoptó…

– No, no llegó a hacerlo. Sencillamente se quedó con nosotras. Cuando murió mi madre, yo tenía veinte años y Cleo dieciséis… recuerdo que teníamos miedo de que las autoridades la reclamaran hasta que cumpliera los dieciocho, pero no lo hicieron.

– Entonces, tuviste que encargarte de ella…

Zara rió.

– Cleo se enfadaría mucho si te oyera hablar en esos términos. A los dieciséis años ya era toda una mujercita, perfectamente capaz de cuidar de sí misma. Vivíamos juntas y cuidábamos la una de la otra.

– Pero por la edad que tenías, supongo que ya estabas en la universidad…

– Sí. Nos llevamos la grata e inesperada sorpresa de que Fiona tenía un seguro, suficiente para pagar mis estudios y los de Cleo si hubiera querido ir a la universidad -explicó Zara-. Pero Cleo no quería estudiar y se buscó un trabajo.

– ¿Y por qué decidiste dedicarte a la enseñanza?

– Porque no sabía lo que quería hacer -confesó-. Un día me tocó dar clase a un grupo de alumnos, y aunque al principio estaba muy nerviosa, la experiencia me gustó y decidí dedicarme a ello.

Rafe la miró y se preguntó cuántos alumnos se habrían enamorado de aquella mujer.

– Vivo en una casa de campo, rodeada de colinas -continuó ella-. Allí no hay mucho que hacer, y la ciudad más próxima está a doscientos kilómetros. Como te puedes imaginar, no se parece nada a Bahania.

– Ni al palacio -le recordó.

– No, pero no quiero pensar en eso. No estoy preparada, no tengo ni los conocimientos diplomáticos ni las habilidades sociales suficientes para asistir a la cena de mañana… ¿qué pasará si ofendo a alguien importante y provoco un conflicto internacional?

– Los conflictos internacionales no son tan fáciles de provocar como crees -le explicó-. El mayor peligro que correrás es otro: la posibilidad de que algún jeque se enamore de ti y pretenda secuestrarte.

Ella rió.

– Oh, vamos, lo dudo… Además, te recuerdo que eres mi guardaespaldas y que debes cuidar de mí.

– Lo haré lo mejor que pueda.

Rafe pensó que él mismo la habría secuestrado con mucho gusto. Contempló su bello perfil y se preguntó qué lo atraía tanto de ella. No lo sabía, pero fuera lo que fuera, era tan intenso como para romper su norma de no mantener relación alguna con personas que no vivieran como él. Y debía de ser algo muy especial: por si todo eso fuera poco, también era virgen y la hija de un rey.

– Hablando de jeques… ¿Por qué estabas vestido como uno esta mañana?

Rafe no quería responder a esa pregunta. Así que cambió de conversación y preguntó, a su vez, algo que la dejó sorprendida:

– ¿Por qué eres virgen?

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