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Lunes, 1 de febrero. Por la mañana


Intrigado, Tonneman sostuvo el cráneo en las manos, examinándolo. De pronto le asaltó un pensamiento. Era como si conociera esa horrible sonrisa… Los incisivos salidos. Había visto antes esa dentadura…

– ¿Lo que cuelga es el hueso del cuello? -preguntó Duffy, lívido.

Tonneman asintió.

– Lo que queda de él.

– Me pregunto dónde está el resto de este tipo -dijo Duffy secamente.

A Jake Hays le inquietó la complicación que entrañaba el descubrimiento de aquel extraño cráneo. Continuamente se encontraban cráneos junto con otros viejos huesos, ya que la ciudad, en su desplazamiento hacia el norte, se construía sobre antiguos cementerios.

– No tardará en aparecer, y si no, no importa. ¿Podemos volver al asunto que tenemos entre manos?

– Por supuesto -respondió Tonneman concentrándose en el cadáver más reciente, cuya identidad había conocido en cuanto lo había visto.

Colocando a un lado el molesto cráneo, retiró del cadáver el sombrero aplastado y cubierto de barro y sangre endurecida para dejar al descubierto una cabellera castaña enmarañada y apelmazada a causa de la sangre. El rostro también aparecía cubierto de sangre seca que limpió con delicadeza.

Carraspeó y, bajando la voz para que Duffy no lo oyera, dijo:

– Hay algo que debes saber, Jake. Conozco a este hombre.

– Yo también. -El alguacil mayor asintió-. Es Joseph Thaddeus Brown. Mantengamos su muerte en secreto de momento, John. Creo que el señor Clinton preferirá nombrar a su nuevo delegado de vías públicas sin que el señor Marinus Willett se entrometa.

Tonneman se encogió de hombros.

– No entiendo de política.

Jake asintió. Todo el mundo sabía que John Tonneman procuraba mantenerse al margen de la lucha política. ¿Eso lo convertía en un hombre mejor o peor? Jake Hays no lo juzgaba por ello. En cambio, le molestaba que tratara de ocultarle algo. Por esa razón no podía evitar juzgarlo. ¿Qué secreto guardaba John Tonneman acerca de la relación de su hijo, Peter, con la muerte de Thaddeus Brown? ¿Y hasta qué punto estaba implicado el propio John Tonneman?

El doctor volvió a examinar las manos y el resto del cuerpo. Meneó la cabeza.

– El obstinado Ala Ancha ha conservado el sombrero puesto aún en la sepultura. Me temo que así son los Amigos. -Sonrió-. Como los judíos. Bueno, algunos.

Jake gruñó ante el humor autorreprobatorio de Tonneman.

– ¿Cuánto lleva muerto?

– Ocho días como mucho.

Jake escupió y se colocó de nuevo el cigarro entre los dientes.

– El tiempo que llevaba desaparecido.

Tonneman observó al alguacil mayor. Muy pocas cosas escapaban a su escrutinio, y la ausencia del delegado de vías públicas no había sido una de ellas.

– Si hiciera más calor, podría ser más específico. Sé por experiencia que la rigidez propia de la muerte no dura más de cuatro días. Pero estando congelado el cadáver… -Se encogió de hombros-. No obstante hay algo más.

– ¿De qué se trata?

– Aunque los perros le arrancaron el pulgar y le destrozaron el índice de la mano derecha, se observa en los demás dedos y la mano izquierda que las uñas están rotas y llenas de la misma tierra mezclada con turba en que fue enterrado y sobre la que ahora nos encontramos.

– ¿Qué significa eso?

– Que la mano no salió a la superficie a causa del viento, sino a base de arañazos. La única herida que he descubierto hasta ahora es el golpe en la frente. Se partió el cráneo y sangró profusamente. ¿Ves la sangre? Le empapó el sombrero, el pelo y el cuello, mezclándose con la turba. Me atrevería a decir que seguía sangrando cuando lo enterraron.

Jake entornó sus ojos severos.

– Y continuó haciéndolo hasta que murió.

– Sí. El tono grisáceo de su piel lo confirma. Lo enterraron vivo.



CONSIDERANDO QUE MI ESPOSA, MARY, SE HA COMPORTADO DE MODO MUY DESHONESTO CONMIGO, ADVIERTO A TODO EL MUNDO QUE SE ABSTENGA DE CONCEDERLE CRÉDITO EN MI NOMBRE, YA QUE ESTOY DECIDIDO A NO PAGAR LAS DEUDAS CONTRAÍDAS POR ELLA.

WILLIAM JEFFERS.

New-York Evening Post

Febrero de 1808


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