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Martes, 2 de febrero. Muy de mañana


Tonneman regresó a la biblioteca arrastrando los pies. El café ya estaba frío. Incluyó en su libro de pacientes el nombre de Quintin y luego garabateó una nota para acordarse de comentar al viejo Hays la visita del negro. Sin esas notas le costaba recordar las cosas. Cerraba el libro cuando llegó Jamie.

La habitación parecía de pronto más fría por la presencia de Jamie, como si éste hubiera traído consigo todo el frío del mundo exterior.

– ¡Pero esto es extraordinario! -exclamó Jamie, aceptando la taza de café caliente de las manos de Micah al tiempo que miraba fijamente el dibujo que Leah había realizado del cadáver de Brown-. ¿Dónde lo has conseguido?

– Leah.

– Un talento asombroso para una chica. Debes cultivarlo.

Tonneman asintió, y en sus labios se atisbo una tenue sonrisa.

– Se siente atraída por la medicina. Es una lástima. Sería médico si el mundo se lo permitiera.

Aburrido, Jamie dejó caer el dibujo sobre el escritorio de Tonneman.

– Es posible, John. En fin, volviendo a la actualidad, se ha extendido por toda la ciudad la noticia de que se ha hallado el cuerpo de Brown.

– Está tendido en mi camilla, bajo una lona. Por esa razón te pedí que vinieras.

– Me importa un comino Brown. Alguien se apropió de nuestro dinero y quiero recuperarlo.

– Yo también.

Jamie se frotó la punta de los dedos.

– La cuestión es, ¿dónde puede estar nuestro dinero? Más concretamente, ¿quién lo tiene? -Entornó los ojos. Como Tonneman no hizo ningún comentario, añadió-: Ayer te comenté que Peter y Thaddeus llegaron a las manos el pasado viernes por la noche.

Tonneman había estado muy angustiado a causa de ello. Había intentando hablar del asunto con Peter después de que Hays se lo hubiera mencionado, pero, como siempre, había perdido los estribos. Dejaría que Jamie le explicara toda la historia antes de enfrentarse de nuevo a su hijo.

– ¿Cómo te has enterado?

– Uno de los vigilantes los encontró; le he untado la mano para que no hable.

Tonneman no sintió más que desesperación.

– Gracias, amigo mío. Ha sido un gesto amable, pero inútil. Hays ya está al corriente de ello y me lo ha comentado. El vigilante debió irse de la lengua… Resultará más difícil exculpar a mi hijo ahora que Hays cuenta con un testigo. ¿Qué sugieres que haga?

Jamie se encogió de hombros.

– Encontrar el dinero, por supuesto.

Reparó en el cráneo y las vértebras que Tonneman había colocado en un estante entre los libros. Cogió el cráneo y lo acunó en la palma de la mano.

– ¡Oh, pobre Yorick! [7] -declamó. Poniéndose serio, agregó-: ¿Qué tenemos aquí?

– Un enigma. Lo encontramos enterrado con el cuáquero Brown.

Su amigo esbozó una cínica sonrisa, y sus ojos azules se iluminaron. Con un movimiento delicado de la mano, deslizó un esbelto dedo por la dentadura salida.

– Ahhhh.

– Echa un vistazo a las vértebras -sugirió Tonneman. Jamie las cogió y las hizo rodar en su mano-. Fíjate en el corte de la quinta vértebra cervical.

– Ya veo. -Los ojos de Jamie resplandecieron-. Por fin un problema para ejercitar la mente. Empiezo a hartarme de la rutina diurna.

– Mientras te enriqueces cada vez más.

La sonrisa de Jamie se hizo más amplia.

– ¿Acaso no inventasteis este país para eso?

– De ningún modo.

– Bueno, pues para eso lo utilizamos. -Dejó el cráneo y las vértebras en el escritorio-. América es un lugar maravilloso para hacer dinero. ¿Y sabes para qué sirve el dinero? -Ni siquiera hizo una pausa para permitirle responder-. En palabras de George Washington, tierra, tierra, tierra.

Tonneman no pudo evitar sonreír.

– Qué divertido. Un viejo monárquico como tú citando a George Washington.

– Es absurdo, ¿verdad?

– Hay más cosas en la vida aparte del dinero y las tierras, Jamie.

Jamie rió.

– ¿Quién lo dice? ¿Qué demonios crees que se proponía Tom Jeff al comprar toda esa tierra a los franceses? Desde el río Misisipí a las Rocosas, desde Canadá al golfo de México. La compra de Luisiana no fue un asunto político… sino de tierra. Con una sola transacción, tu Jefferson duplicó la extensión de este país. Y su embargo no tiene nada que ver con los marineros. También es cuestión de tierra. Por supuesto, hay más cosas en la vida que el dinero y la tierra. También están el vino y las mujeres. -Volvió a reír. Luego, acariciando la chaqueta de terciopelo marrón de Tonneman, añadió-: Me atrevería a decir que no eres un indigente.

Tonneman rechazó el comentario con un gesto.

– No puedo dejar de pensar en este cráneo. Sigo creyendo que hemos olvidado algo…

Jamie se llevó el dedo índice a los labios.

– Ése es el problema. Que no piensas.

Tonneman lo escudriñó.

– Conozco esos aires de superioridad. Sabes algo, ¿verdad?

– Y tú también. Sin embargo, has dejado que tu cerebro se oxidara todos estos años, hasta el punto de no saber qué sabes. Está tan claro como el sol en el cielo estival, amigo mío.

– En mi cerebro es invierno.

Jamie entornó sus ojos azules.

– ¿Cuánta gente con la dentadura salida has conocido en tu vida?

– Bastantes pacientes, pero ninguno relevante.

– Pobre Grace. Mi querida y difunta esposa, fallecida hace apenas unos años y tan rápidamente olvidada.

– No seas ridículo. ¿Cómo iba a olvidar a Grace? Pero ¿qué tiene que ver…? Oh… -Recordó de pronto-. ¡Emma! -A su mente acudió con toda claridad la imagen de la hija de Grace; cabello pelirrojo, tez pálida y llena de manchas, risa nerviosa-. Tenía los dientes tan salidos que casi se superponían. Pero, que yo recuerde, Emma Greenaway se fugó con un hombre… ¿a Filadelfia? ¿O fue a Richmond?

– Filadelfia. Sólo sabemos que la vieron subir al autobus de Princeton.

– ¿Qué te induce a pensar que este cráneo pertenece a Emma? Carece de sentido.

Los ojos de Jamie brillaron, y los de Tonneman se iluminaron en respuesta.

– ¿Y si Emma no abandonó nunca la ciudad?

– Eso está mucho mejor, amigo mío. Y aquí tenemos todas esas encantadoras vértebras. -Las hizo rodar delicadamente por la palma de su mano-. Ambos sabemos que esta cabeza no se separó sola del cuerpo después de tantos años bajo tierra. La cortaron.

– Hasta aquí, conforme.

– ¿Y si fueras aún más lejos?

Tonneman frunció el entrecejo, retrocediendo en el tiempo.

– ¿Hickey?

– Exacto. Hickey y su obsesión por las mujeres pelirrojas.

– Pero las víctimas de Hickey no me dan ninguna pista. ¿Insinúas que Emma fue una de sus víctimas? ¿Que Hickey la decapitó?

– Exacto.



ADIVINANZA

¿EN QUÉ SE PARECE EL EMBARGO A UN VIENTO VIOLENTO?

EN QUE NINGUNO LLEVA A BUEN PUERTO.

New-York Herald

Febrero de 1808


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