CAPÍTULO 10

Keridil Toln miró fijamente a Drachea y a Cyllan, perplejo por la súbita y violenta interrupción del ritual del Círculo. Le pareció que sólo había pasado un momento desde que había levantado la espada ceremonial sobre la cabeza de Tarod en el tajo de ejecución, mientras pedía que la Llama Blanca de Aeoris consumiese y condenase a aquella criatura del Caos. Entonces, sin previo aviso, un trueno formidable había sacudido su mente, destrozando el poder que había acumulado... y, al recobrarse de la impresión, había abierto los ojos y se había encontrado con que su víctima había desaparecido y dos desconocidos estaban luchando como gatos salvajes en el suelo del Salón de Mármol. Una mezcla de cólera y de miedo ante algo que escapaba a su comprensión hizo presa en él, y gritó a Drachea:

—¿Quién eres? ¿Y cómo, en nombre de todos los dioses, habéis llegado hasta aquí?

Drachea tragó saliva.

— Señor, ahora no es momento para dar explicaciones. Tu enemigo, la criatura llamada Tarod, anda suelto, y debe ser encontrado antes de que pueda hacer más estragos.

Keridil volvió de pronto la cabeza para mirar al tajo vacío.

— ¿Es Tarod el causante de este...?

Antes de que Drachea pudiese responder, Cyllan se retorció entre sus brazos y gritó:

— ¡Está mintiendo! ¡Lo que dice no es verdad! Escúchame a

mí...

Drachea le dio un fuerte puñetazo en la cabeza y ella cayó al suelo.

—¡Cállate, ramera! —le escupió Drachea—. ¡Di una palabra más y te mataré!

La cara de Keridil enrojeció de cólera, y dijo furiosamente:

— ¡No toleraré aquí este comportamiento!

Drachea miró a Cyllan y dijo duramente:

—¿Ni siquiera tratándose de una mujer confabulada con el Caos? Esta perra traidora es la amante de Tarod... ¡y tiene su piedra-alma!

¿Qué?— Los ojos de Keridil demostraron que empezaba a comprender. Se acercó a Cyllan —. ¿Es esto cierto, muchacha?

Cyllan le miró con mudo desafío, deseando que su boca no estuviese demasiado seca para escupir.

—La tiene en su mano izquierda —dijo Drachea, sacudiéndola violentamente—. Y sólo hay una manera de lograr que la entregue.

Tocó el cuello de Cyllan con la punta del cuchillo.

—No. —Keridil levantó una mano anticipándose a él—. No consentiré ninguna violencia contra ella hasta que haya escuchado toda la historia. — Sus ojos se fijaron de nuevo en los de Drachea—. Dices que Tarod anda libre. ¿Dónde está?

— Estoy aquí, Keridil.

Todos se volvieron, a excepción de Cyllan que se mantenía rígida con el cuchillo de Drachea todavía junto a su cuello. Tarod entró lentamente y vacilando en el Salón de Mármol, casi incapaz de mantenerse en pie. Sus cabellos empapados en sudor pendían lacios y sus ojos estaban vidriosos a causa de la fatiga; había empleado toda la fuerza que le quedaba para llamar al Tiempo y esto le había dejado como una cáscara vacía.

Cuatro hombres se adelantaron, con sus armas desenvainadas, pero vacilaron al recordar cómo había rechazado antes ataques parecidos. Tarod sonrió débilmente, haciendo un esfuerzo.

—Di a tus amigos que nada tienen que temer, Sumo Iniciado.

Keridil le miró un instante como si sopesara sus palabras. Después dijo brevemente:

— Atadle.

Uno de los Adeptos empleó el cinturón de su túnica para atar las manos de Tarod detrás de su espalda y, después, los cuatro le escoltaron al acercarse a los que se hallaban alrededor del tajo, hasta que al fin Keridil y él se hallaron frente a frente.

Keridil dijo pausadamente:

—Conque no pudimos destruirte... Hubiese debido comprender que no aceptarías fácilmente la derrota.

— Tarod, ¡mátale! — gritó de pronto Cyllan —. Mátale, antes de que ellos...

Calló cuando Drachea la agarró de los cabellos y levantó el cuchillo como para descargar un golpe mortal...

—¡No!

La brusca orden procedía de Keridil, que giró en redondo y, con un golpe, hizo caer la daga de la mano de Drachea. Cyllan trató de lanzarse hacia Tarod, pero el Sumo Iniciado la agarró de un brazo y la hizo retroceder, sujetándole la muñeca izquierda con la otra mano. Era más alto y corpulento que Drachea. Y ella sólo pudo lanzar una maldición ahogada cuando él trató de abrirle los dedos.

—Veamos si el joven ha dicho la verdad sobre esta muchacha... —gruñó Keridil, mientras Cyllan se resistía como un fiera.

Después le torció la mano para poder abrirla más fácilmente. Cyllan le mordió con toda su fuerza, haciéndole sangrar, y dos Adeptos se adelantaron para sujetarla mientras Keridil abría por la fuerza los apretados dedos.

La piedra cayó al suelo y Drachea se apresuró a tomarla mientras Cyllan chillaba protestando. La tendió al Sumo Iniciado, el cual dejó la violenta joven al cuidado de los dos Adeptos antes de tomar la piedra —con cierta cautela, advirtió Drachea— y sopesarla en la palma de la mano. Sus ojos castaños miraron reflexivamente al joven durante un momento y después se volvieron de nuevo a Tarod.

— Parece que hemos abierto un verdadero nido de víboras — dijo pausadamente—. Pero creo que dominamos la situación. Tenemos la piedra del Caos y, según parece, Tarod no está en condiciones de desafiarnos. Y ahora, ¿querrá alguien explicarme lo que ha sucedido?

Tarod no dijo nada y Drachea dio un paso adelante.

—Señor, soy Drachea Rannak, heredero del Margrave de la provincia de Shu. Creo que conoces a mi padre, Gant Ambaril Rannak...

Keridil frunció el entrecejo.

—Conozco a Gant... y veo que te pareces a él. Pero, por todo lo sagrado, ¿cómo habéis venido a parar aquí?

Drachea miró furiosamente a Tarod.

—He estado prisionero en el Castillo... Justo antes del Primer Día de Primavera fui traído aquí contra mi voluntad...

— ¿Qué? — dijo Keridil, con incredulidad—. Todavía faltan dos meses para el Primer Día de Primavera.

—¡No, señor! Por todo lo que sé, aquel día puede haber quedado dos meses o incluso dos años atrás.

Keridil miró rápidamente a sus compañeros Adeptos. Al ver sus semblantes perplejos, dijo enérgicamente:

— ¡Explícate!

Drachea respiró hondo.

— El Tiempo fue detenido. Este Castillo dejó en realidad de existir cuando la criatura llamada Tarod empleó su poder diabólico para arrancarlo del mundo con todos sus moradores y encerrarlo en el limbo. — Hizo una pausa y prosiguió—:

He visto los documentos relativos de su ejecución. Hizo acopio de sus poderes caóticos al llegar vuestro rito al punto culminante, y desterró al Tiempo.

Alguien lanzó una exclamación de incredulidad y Keridil sacudió la cabeza.

—No; no puedo aceptar que esto sea posible.

— Es posible, Keridil — dijo pausadamente Tarod y, cuando el Sumo Iniciado le miró, vio en su sonrisa una pizca de la antigua malevolencia—. ¿Creías que aceptaría dócilmente mi propia destrucción?

Keridil le miró fijamente y comprendió que estaba diciendo la verdad. La idea de un poder tan enorme en manos de un hombre le estremeció hasta la médula, y reprimió un escalofrío antes de volverse de nuevo a Drachea.

—Dices que el Tiempo fue detenido. Sin embargo, tú y esta mujer encontrasteis al camino del Castillo. ¿Cómo?

Drachea sacudió la cabeza.

— No lo sé, Sumo Iniciado, pero creo que fue obra suya — dijo, señalando a Cyllan con un dedo acusador—. Es una bruja, una criatura del Caos. Me engañó y me trajo aquí, y desde que llegamos ha estado conspirando con ese engendro del infierno contra mí y contra todos los que defendemos la Luz y el Orden.

— ¡Embustero! — le escupió Cyllan —. ¡Traidor!

Keridil la miró por encima del hombro y dijo tranquilamente.

—Podrás hablar cuando llegue tu turno, muchacha. Hasta entonces, muérdete la lengua... o te la cortaré.

— ¡Tiene que morir! — insistió Drachea, con vehemencia—. ¿No es éste el justo castigo de todos los servidores del Caos? Es una bruja, una serpiente. No pierdas el tiempo con ella, Sumo Iniciado, ¡mátala ahora mismo! —Llevó la mano a la espada que llevaba colgada del cinto—. Tú mismo has visto que está confabulada con ese demonio.. , y después de lo que me han hecho...

— ¡Toca a Cyllan y será tu condena! — rugió Tarod.

Keridil miró a Drachea a los ojos y vio en ellos una febril sed de venganza. El joven era impetuoso, había dictado su sentencia y quería verla cumplida. La supervivencia de Cyllan no interesaba personalmente a Keridil y, si había conspirado realmente con Tarod contra el Círculo, merecía el castigo más severo. Pero no podía aprobar la idea de una justicia sumaria de Drachea... y además, la furiosa amenaza de Tarod le había dado una clave vital. Por muy inverosímil que pudiese parecer, la muchacha era evidentemente importante para él, y él estaba ansioso de protegerla, lo cual colocaba al hechicero de negros cabellos en una situación singularmente desventajosa...

Drachea se disponía a continuar su diatriba contra Cyllan, pero una mirada autoritaria de Keridil le impuso silencio. El Sumo Iniciado se acercó al lugar donde Cyllan seguía debatiéndose con sus guardianes y, agarrándola de los cabellos, le echó la cabeza atrás hasta que ella se vio obligada a mirarle.

—Parece que Tarod se interesa mucho por tu salvación —dijo, con suma amabilidad—. Veremos lo que podemos hacer para satisfacer su deseo de protegerte.

— ¡Yo no quiero protección! — replicó furiosamente Cyllan—. ¡No temo morir, y tú no me das miedo!

—Valientes palabras. —Keridil sonrió—. Pero ya veremos si conservas tu valor ante la condenación de tu propia alma.

Sus palabras provocaron la respuesta que esperaba. Tarod se desprendió de los cuatro hombres que le sujetaban y dio un paso adelante.

—¡Tú verás lo que haces, Sumo Iniciado! Si Cyllan sufre el menor daño, ¡juro que te destruiré, destruiré el Círculo y destruiré este Castillo!

El brillo maligno estaba volviendo a sus ojos y Keridil sospechó que había recobrado parte de su fuerza. No la suficiente para que fuese peligroso, pero, sin embargo, lo más prudente sería cerrar con él un trato sin pérdida de tiempo. Volvió la espalda a Cyllan y avanzó con lenta deliberación hacia su adversario.

—Muy bien, Tarod. Tu fidelidad es encomiable y tal vez puedas utilizarla en beneficio de la joven. — Su mirada se endureció—. Tu suerte está echada. Tenemos la piedra-alma y, con ello, el medio de verte al fin aniquilado. Pero ya has demostrado que eres un traidor y, por tanto, quiero asegurarme de que no tratas de engañarnos por segunda vez. — Se acarició el mentón, fingiendo que reflexionaba—. La muchacha se quedará en el Castillo, bajo estrecha vigilancia, mientras se hacen los preparativos para repetir la ceremonia que fracasó esta noche. Si te sometes, ella no sufrirá ningún daño y, cuando hayas muerto, podrá marcharse en libertad. Pero si intentas traicionarnos, si haces un solo movimiento que pueda ser mal interpretado, entonces la entregaré al heredero del Margrave para que pueda vengarse como ansía.

Era el mismo chantaje que había empleado Drachea para lograr el retorno del Tiempo, y Tarod estaba desolado. Conocía lo bastante a Keridil para saber que no tendría escrúpulos en cumplir su amenaza: su motivación era fría y calculada, más peligrosa que las cuentas personales que quería ajustar Drachea, y la alternativa era dolorosamente clara. Si aceptaba las condiciones de Keridil, moriría cruelmente atormentado. Y la piedra del Caos permanecería en el mundo, como vehículo para las ambiciones de Yandros. Pero si no lo hacía, la muerte de Cyllan sería inminente.

Podía realizar su amenaza; destruir a Keridil y el Círculo, recuperar la piedra y hacer que todos se condenasen. Pero no podría devolver la vida a Cyllan y, sin ella, no le importaba vivir. Al diablo con el mundo... , le tenían sin cuidado los males que podían amenazarle si permitía que ellos le matasen. Lo único que contaba era la supervivencia de Cyllan.

Pero Keridil le había traicionado una vez... Levantó los ojos y encontró la mirada firme del Sumo Iniciado.

—¿Qué seguridad puedo tener, Keridil? ¿Qué garantía puedes darme de que Cyllan será bien tratada si me avengo a tu demanda?

Keridil sonrió reservadamente.

— Mi palabra de Sumo Iniciado del Círculo.

Los párpados dejaron sólo una rendija sobre los ojos verdes.

¡Tu palabra no vale nada!

— Tómalo o déjalo. No estás en condiciones de regatear..., a menos que prefieras verla morir aquí y ahora.

Hubo un súbito y violento revuelo detrás de Keridil, y éste se volvió a tiempo de ver cómo Cyllan luchaba con uno de los Adeptos. Estaba tratando de desenvainar y apoderarse de la espada corta del hombre, y fluyó sangre de la palma de su mano al cortarse con la hoja.

—¡Sujetadla! —gritó Keridil, furioso al darse cuenta de lo que ella intentaba.

Si podía acercar el brazo a la hoja, se cortaría una arteria y vertería su sangre vital antes de que nadie pudiese impedirlo.

Cyllan luchó como una loca, pateando y mordiendo, pero los otros pudieron más que ella. Uno de los Adeptos cortó una tira de tela de su propia capa y le ató la mano, y sólo cuando estuvo definitivamente dominada, Keridil se volvió de nuevo a Tarod.

—¿Y bien? —dijo—. Estoy esperando tu respuesta.

Nada podía hacer Tarod, salvo rezar para que Keridil cumpliese su palabra. El Sumo Iniciado no tenía nada personal contra Cyllan, y nada ganaría con dañarla. Era una probabilidad.., y no tenía más remedio que aceptarla.

Tarod asintió brevemente con la cabeza.

—Estoy de acuerdo. —Después levantó la cabeza y dirigió a Keridil una mirada fría y cruel—. Pero debes cumplir el trato al pie de la letra. Si alguien pusiera las manos sobre ella contra su voluntad...

— Nadie abusará de ella. — Keridil esbozó una desagradable sonrisa—. Dudo de que ningún hombre viviente tuviera la intención de acostarse con una sierva del Caos.

Tarod hizo caso omiso de la ofensa.

—Y cuando yo esté muerto... —vaciló al oír un grito ahogado de Cyllan —. Cuando yo esté muerto, será puesta en libertad. —Miró a la muchacha—. Ella no tiene poder. No será ninguna amenaza para ti.

— Será puesta en libertad, sin sufrir el menor daño.

Tarod asintió de nuevo con la cabeza.

— No te daré la mano para cerrar el trato. Pero considéralo cerrado.

Keridil suspiró. Por un instante, se había preguntado si la fidelidad de Tarod flaquearía ante la decisión que había de tomar, pero su instinto no le había engañado. Dio mentalmente gracias a Aeoris por la flaqueza quijotesca del carácter de Tarod que le hacía sacrificarse en aras de un altruismo personal, cualidad admirable en ciertas circunstancias, pero que a menudo resultaba equivocada. Sin embargo, al volverse se dio cuenta de una ligera inquietud en su interior que podía ser un sentimiento de vergüenza. Lo rechazó con impaciencia y habló a sus compañeros Adeptos.

—Nada ganaremos permaneciendo más tiempo aquí. Si nuestro amigo Drachea Rannak —y se inclinó en dirección a Drachea— está en lo cierto en lo que nos ha contado, encontraremos bastante desarreglado el Castillo. Habrá que poner orden en muchas cosas, y también mucho que explicar. —Señaló a Tarod—. Encerradle y custodiadle muy bien. Más tarde veremos qué otras precauciones hemos de tomar con él.

—¿Y la muchacha? —preguntó un Adepto.

— Llevadla a una habitación y cuidad de que esté cómoda. Pero tenedla bajo vigilancia — Keridil se volvió a Drachea —. Si quieres acompañarnos...

Cyllan no protestó cuando los Adeptos la condujeron hacia la puerta de plata. Tarod permaneció inmóvil, observándola, y al pasar por delante de él, Cyllan se detuvo de pronto y le miró.

— Tarod — dijo con voz terriblemente tranquila—, no dejaré que esto te ocurra. Voy a matarme. No sé cómo, pero encontraré la manera, lo juro. No voy a permitir que mueras por mí.

— No, Cyllan. — Trató de tocarla, olvidando momentáneamente que tenía las manos atadas a la espalda—. Tienes que vivir. Por mí.

Ella sacudió violentamente la cabeza.

—Sin ti, ¡no tendré nada para lo que vivir! Lo haré, Tarod. No quiero permanecer en el mundo si significa... esto. —Desprendió una mano que tenía asida a su guardián, el cual no lo impidió, confuso y vacilante, y tocó cariñosamente la cara de Tarod. Este le besó los dedos y volvió la cabeza.

— Lo ha dicho en serio, Keridil. — Sus ojos estaban llenos de dolor—. Impídeselo. Ya sabes cuál es la alternativa.

Y antes de que Cyllan pudiese hablar de nuevo, echó a andar en dirección al pasadizo.

Fue una extraña procesión la que subió la escalera de caracol que llevaba al patio del Castillo. Keridil iba el primero, con Drachea pisándole los talones, y detrás de ellos subía Tarod bajo la estrecha vigilancia de cuatro Adeptos. Cyllan y su escolta les seguían, mientras que el resto de Adeptos de alto rango cerraban la marcha.

Al acercarse a la puerta del patio, Cyllan tuvo un presentimiento de lo que iba a ver. Aunque parezca extraño, había llegado a apreciar el Castillo tal como lo conocía; la misteriosa luz carmesí se adaptaba bien a las antiguas piedras de los muros, y el silencio tenía una paz que, por muy tenebrosa que fuese, era mejor que el bullicio de una residencia humana. Y había allí recuerdos que hicieron aflorar las lágrimas en sus ojos al subir los últimos peldaños y salir finalmente a la noche.

El resplandor carmesí había desaparecido. En su lugar, se cernía una oscuridad densa y gris; el fulgor verdoso de un cielo nocturno iluminado por el reflejo de una de las lunas se proyectaba ahora en las altas paredes. Un débil susurro llegó a sus oídos y vio brillar el agua de la adornada fuente que captaba y reflejaba la pálida luz de las estrellas. El Castillo parecía mirar como un animal indiferente y ciego, sin una sola lámpara o antorcha que iluminase algunas de sus innumerables ventanas, y había un olor a mar en la brisa nocturna.

Keridil aspiró profundamente el aire.

—Vamos —dijo a media voz—. Si no me equivoco, falta una hora o más para que amanezca. Nos reuniremos en el salón.

Cruzaron en silencio el patio y subieron la escalinata de la puerta principal. Mientras caminaban por los corredores del Castillo, sus pisadas resonaron con un sonido hueco. Cyllan miró a su alrededor y todo le pareció turbadoramente distinto. De vez en cuando miraba a Tarod, que caminaba delante de ella, y en una ocasión trató de emplear sus facultades psíquicas para establecer contacto mental con él, pero él no le respondió.

Se sentía amargada y afligida. Cuando la victoria estaba literalmente a su alcance, se había frustrado su empeño, y se culpaba de ello, ya que su compasión mal empleada había permitido que Drachea Rannak siguiese con vida. Ahora, sólo un inmenso vacío se extendía con vida. Pero encontraría la manera de hacer lo que había prometido.

Y cuando ella estuviese muerta, Tarod podría ejercer libremente su venganza.

Las puertas del comedor se abrieron con un chirrido de protesta de sus goznes y Keridil observó la cámara desnuda y desierta. Le impresionó profundamente ver el Castillo tan vacío y abandonado y, para calmar su inquietud, se hizo locuaz.

—Despertad a los criados y que enciendan el fuego —ordenó—. Enviaremos recado a las cocinas para que se prepare comida... , ¡ah! que alguien tenga la bondad de ir a buscar a mi mayordomo Gyneth, pues le necesito aquí. — Se volvió a mirar a Tarod—. Buscad el lugar más seguro para él, con preferencia en los sótanos, donde no hay ventanas. Más tarde tomaré las últimas decisiones. En cuanto a la muchacha... — Miró reflexivamente a Cyllan durante unos momentos y después hizo una seña a su escolta—. Venid conmigo.

Cyllan miró por encima del hombro y vio cómo se llevaban a Tarod por una puerta lateral antes de que la empujasen a ella hacia la escalera que conducía a la galería de encima de la enorme chimenea. En el fondo de la galería, una pequeña puerta conducía a otro laberinto de pasillos y escaleras, y por fin llegaron a un estrecho corredor en la planta más alta del Castillo. Keridil abrió la puerta de una habitación situada en el extremo del pasillo, miró su interior y, satisfecho, hizo ademán a los guardias de Cyllan para que la hiciesen entrar.

La habitación era pequeña y escasa pero cómodamente amueblada. Una cama, un solo sillón tapizado, una mesita y gruesas cortinas de terciopelo en la ventana. En el suelo, alfombras tejidas a mano, y Cyllan permaneció en silencio en medio de la estancia, mirando a su alrededor.

Keridil se dirigió a la ventana y apartó las cortinas, descubriendo una reja de hierro delante del cristal. Después sacó un cuchillo de cinto y, con dos rápidos golpes, cortó los cordones que sujetaban las cortinas. Por último, se plantó delante de Cyllan.

—Entiéndeme bien —dijo sin brusquedad—. La ventana está enrejada, de manera que no podrás abrirla y saltar por ella, ni romper el cristal ni emplearlo para cortarte las muñecas. Ya no hay cordones en las cortinas con los que puedas ahorcarte. Y la lámpara será colocada a tal altura que no puedas alcanzarla; por lo tanto, no creas que puedas prenderte fuego y morir de esta manera.

Cyllan solamente le miró, echando chispas por los ojos.

—Considérate una huésped distinguida del Círculo —siguió diciendo Keridil—. Cuando hayamos hecho lo que hay que hacer, quedarás en libertad y, si entonces quieres quitarte la vida, ya no será de mi incumbencia. —Hizo una pausa antes de sonreír en un intento de mitigar su fría expresión—. Aunque creo que sería un trágico error.

— Puedes creer lo que quieras — dijo furiosamente Cyllan.

—Querré hablar contigo cuando haya atendido a ciertos asuntos más urgentes. Todavía tengo que oír tu versión de la historia, y quiero ser justo.

Esto provocó una reacción. Cyllan rió sarcásticamente.

—¡Justo! —repitió—. ¡Tú no sabes el significado de esa palabra! Tarod me lo había dicho ya, Sumo Iniciado, y no quiero saber nada de tu concepto de la justicia.

Keridil suspiró.

—Como quieras. Tal vez con el tiempo comprenderás, y espero que sea así. No siento rencor contra ti, Cyllan..., te llamas así, ¿verdad? Y por mi parte, cumpliré el trato que he hecho con Tarod.

Ella sonrió amargamente.

—También lo cumpliré yo.

— No lo creo. Bueno, podrías tratar de morirte de hambre, es verdad; pero nuestro médico Grevard tiene unos cuantos métodos para solucionar estos casos y puede mantenerte viva tanto si quieres como si no. Por tanto, vivirás y prosperarás. Si comprendes y aceptas esto ahora, nos entenderemos mucho mejor.

Cyllan se acercó a la ventana, encogiendo los hombros.

— Quiero ver a Tarod.

— Eso es imposible. — Keridil se acercó a la puerta y habló en voz baja a los dos Adeptos—. Permaneced de guardia hasta que se encuentre a alguien que os releve. No crucéis la puerta a menos que sea absolutamente necesario, pero, en todo caso, no dejéis que ella se acerque a vuestras espadas, o se matará antes de que podáis impedirlo.

— Se volvió a mirar a la pequeña y desafiadora figura junto a la ventana—. Es un rehén valioso, aunque sólo los dioses saben cuál será su valor hasta que éste sea puesto a prueba. — Dio una palmada en el hombro a cada uno de los hombres —. Estad alerta.

Cyllan oyó que la puerta se cerraba con llave detrás de ella y se encontró sola en la habitación a oscuras. Sus ojos se habían adaptado a la penumbra, y empezó a pasear arriba y abajo del dormitorio, buscando algo con que poder realizar su plan autodestructor. Quería morir; quería librar a Tarod de la responsabilidad que había asumido; pero Keridil había sido precavido y allí no había nada que pudiera servirle. Ni siquiera había almohadas en la cama, aunque dudaba de que hubiese podido asfixiarse con ellas. No había manera.

Por fin renunció a su búsqueda y se sentó en la cama, cruzando las manos sobre la falda y tratando de impedir que la desesperación se apoderase de ella. Se preguntó dónde habrían llevado a Tarod, cómo se sentiría éste, si sería capaz de persuadir a Keridil de que la dejase verle, al menos una última vez antes de... Irritada, rompió el hilo de estos espantosos pensamientos. No iba a darse por vencida; todavía no. Mientras él viviese, habría esperanza. Y encontraría la manera de encender y alimentar esta esperanza... Fuera como fuese, la encontraría.

Sus palabras habían demostrado su valor — lo había dicho Keridil— pero, en la soledad de su habitación, sonaban a huecas. Cyllan se esforzó en mantenerlas vivas en su mente, pero era una lucha desigual.

Y por fin, cediendo a sus sentimientos más profundos, rompió a llorar, en silencio, desesperadamente, mientras las primeras luces de la aurora aparecían más allá de su ventana.

El comedor era un torbellino de actividad y alegraba el corazón de Drachea que, después de lavarse y refrescarse y devorar un buen desayuno, se había sentado en un banco cerca de la enorme chimenea. La leña ardía con fuerza, desterrando el frío, y Drachea se hallaba rodeado de hombres y mujeres que no habían dejado en toda la mañana de acosarle a preguntas y de alabarle y de mostrarle su gratitud, hasta que se sintió embriagado de tanta admiración.

A pocos pasos de él, el Sumo Iniciado estaba sentado a una mesa separada con los miembros más ancianos del Consejo de Adeptos, o al menos, con los que habían sobrevivido a la terrible experiencia. Encontrarse con que el regreso del Tiempo se había cobrado un precio había sido un triste descubrimiento. Siete de los más ancianos moradores del Castillo, entre ellos el alto Adepto que se había derrumbado en el Salón de Mármol, habían muerto; sus corazones no habían podido resistir la impresión, cuando el Péndulo había anunciado su presencia en su mundo con la fuerza de un terremoto. Otros necesitaban cuidados médicos, y Drachea había observado cómo Grevard, el médico del Castillo y según se decía uno de los más competentes del mundo, andaba atareado de un lado a otro, atendiendo a casos urgentes, ayudado solamente por dos auxiliares y por una mujer anciana y de cara caballuna que vestía el hábito blanco de las Hermanas de Aeoris. Hacía una hora que un grupo de hombres de la provincia de Shu había llegado al galope y cruzado el Laberinto que aislaba al Castillo de todos, salvo de los Iniciados, y entre ellos había un pálido mensajero del propio Margrave, que traía una súplica de éste al Sumo Iniciado para que le ayudase a encontrar a su desaparecido hijo y heredero. Keridil había enviado inmediatamente a un jinete para llevar la buena noticia a Shu-Nhadek, y había pensado que el Círculo podía esperar una visita personal de Gant Amba Rannak para darle las gracias. La perspectiva no le gustaba en absoluto, pues recordaba que el padre de Drachea era un ordenancista remilgado, y con todo lo que tenía que arreglar le molestaba toda interrupción innecesaria. Pero había formalidades que no podían evitarse: Drachea debía permanecer en el Castillo al menos hasta que pudiese celebrarse una sesión plenaria del Consejo de Adeptos, ante la cual pudiese presentar sus pruebas de manera adecuada. Y, aunque tenía que confesarse que no acababa de gustarle aquel joven arrogante, Keridil era consciente de que Drachea merecía un reconocimiento formal por el servicio que había prestado.

Había tenido la oportunidad de oír toda la historia, al menos un esbozo de ella, y el cuadro era inquietante. De no haber sido por la intervención de Drachea, Tarod habría recobrado la posesión de la piedra-alma, y la idea de los estragos que habría podido causar era espantosa. Sin embargo, Tarod estaba ahora seguramente encerrado en una de las mazmorras del Castillo y, en cuanto terminara Grevard su trabajo y pudiese descansar un poco, le enviaría a comprobar que se habían tomado las precauciones adecuadas.

Keridil se pellizcó la punta de la nariz con el índice y el pulgar, al notar que se le hacían confusos los papeles que tenía ante él. Tenía necesidad urgente de dormir, pero todavía no podía tomarse este respiro. Estaban llegando mensajeros, al parecer a cada minuto, y él empezaba solamente a darse cuenta de la gran alarma que la inexplicable desaparición del Círculo había provocado en todo el país. La primavera estaba ya adelantada; había habido tiempo sobrado para que surgiesen y cundiesen los rumores, y tendría que hacer un gran esfuerzo para difundir la noticia de que todo estaba ahora en orden. Tenía que enviar un informe al Alto Margrave y a la Superiora de la Hermandad; tenía que calmar temores y especulaciones... La lista parecía interminable, y la perspectiva de realizar este traba jo, desalentadora.

Pero tenía que hacerlo... , y se sentía más animado por la idea de que tendría, para esta tarea, una persona en particular para ayudarle. Ella estaba ahora sentada cerca de él, en un cómodo sillón un poco a su espalda, y cuando él volvió la cabeza, le dirigió una sonrisa radiante.

Sashka Veyyil parecía tan serena y hermosa como en el momento en que él la había besado y la había dejado para iniciar el rito que significaría la destrucción de Tarod. Vistiendo un traje de terciopelo y, sobre éste, una chaqueta forrada de piel para resguardarse del frío, y con sus cabellos castaños cuidadosamente peinados y adornados, era la viva imagen de la aristócrata tranquila y segura de sí misma, y Keridil se sentía orgulloso de ella. Una y otra vez, le daba Sashka pruebas de lo valiosa que era para él: anotaba los asuntos que él habría de estudiar más tarde; daba órdenes en su nombre; hacía frente al incesante alud de mensajeros del Sur. Y más tarde, cuando había terminado el trabajo, iba al encuentro de él en sus habitaciones particulares y le dejaba paladear una vez más sus dóciles y voraces encantos, mientras mitigaba los estragos que en él había causado la jornada.

La propia Sashka estaba intrigada por el rumbo que habían tomado los acontecimientos. Cuando le contaron lo que había dicho Drachea Rannak, había abierto mucho los ojos con incredulidad, pero Keridil lo había confirmado lo bastante para convencerla. Se felicitaba de su propia fuerza de carácter al haberse tomado con calma el regreso desde la dimensión sin Tiempo, a pesar de que su única experiencia de ello había sido el impacto que había sacudido a todo el Castillo al llegar el Péndulo del limbo, y ahora especulaba al darse cuenta de que Tarod estaba todavía vivo. Cuando éste era Adepto de séptimo grado del Círculo, se había prometido a él..., pero cuando se había sabido la verdad sobre Tarod, había tenido afortunadamente el acierto y la previsión de pasarse al otro bando antes de que pudiese mancillarse su prestigio. Y los dioses la habían recompensado haciendo que llamase la atención a un hombre cuyo rango jamás hubiese podido igualar Tarod; un hombre al que, además, le resultaba más fácil engatusar y someter a su voluntad. Como amante del Sumo Iniciado gozaba de una posición en la que no había podido soñar... y sin embargo, en lo más hondo de su ser, había algo que la inquietaba y que seguiría inquietándola mientras Tarod estuviese vivo. Le despreciaba, le odiaba... , pero no podía olvidarle por completo. Y a causa de estos sentimientos, quería verle sufrir. Antes había tenido la satisfacción de creer que él la amaba y deseaba todavía, pero ahora parecía que las cosas habían tomado otro rumbo. El joven de Shu-Nhadek había hablado de una muchacha de las Llanuras del Este que se había empeñado en defender la causa de Tarod y que estaba ahora encerrada en el Castillo. Sería interesante, pensaba Sashka, averiguar algo más acerca de ella...

Se inclinó hacia delante y tocó ligeramente el hombro de Keridil. Este se volvió, le sonrió, le asió los dedos y se los llevó a los labios para besarlos, — Debes de estar cansada, amor mío — dijo, con solicitud.

Ella sacudió la cabeza.

—Cansada, no..., pero un poco entumecida por haber estado tanto tiempo sentada. ¿Me disculparás si te dejo solo?

—Desde luego. —Le besó de nuevo la mano—. Mira si tus padres necesitan algo. Y salúdales de mi parte.

—Así lo haré.

Entró en el comedor y se deslizó ágilmente por el estrecho pasillo entre las mesas. Una mujer mayor, con el hábito de las Hermanas, le dirigió una mirada fulminante al cruzarse con ella, pero Sashka no le hizo caso. La Hermana Erminet Rowald había sido una de sus superiores en la Residencia de la Tierra Alta del Oeste cuando ella era oficialmente Novicia, y no trataba de disimular su antipatía por Sashka. A ésta le importaba un comino la opinión de la Hermana Erminet, pues la consideraba una arpía arrugada y frustrada que tenía celos de las que habían tenido más fortuna que ella. Y nada tenía que temer de la vieja, pues, si todo iba bien, era muy improbable que tuviese que volver a la Residencia para continuar sus estudios.

Irguiendo con arrogancia la cabeza, pasó junto a la Hermana Erminet y miró a su alrededor. Casi inmediatamente, vio a su presa sentada entre un grupo de jóvenes Iniciados a los que parecía estar contando una historia. Drachea Rannak era una celebridad, pero Sashka estaba segura de que podría persuadirle de que le dedicase un poco de su tiempo...

Se acercó a la mesa y dijo:

— Discúlpame...

Drachea levantó la cabeza y se sorprendió al ver que le estaba sonriendo la bella y noble joven que había estado sentada toda la mañana al lado del Sumo Iniciado. No conocía su nombre ni su posición, pero su cara era más que suficiente para despertar su interés. Se levantó y le hizo una reverencia.

— Señora, temo que no he tenido el privilegio de serle presentado.

Sus modales eran impecables. Sashka inclinó la cabeza.

—Soy Sashka Veyyil, de Veyyil Saravin, provincia de Han. — Se alegró al ver que el nombre del clan parecía serle conocido—. Creo que tú eres Drachea Rannak, heredero del Margrave de Shu.

—Para servirte.

Los Iniciados se habían levantado también y escuchaban con interés la conversación. Sashka les miró con expresión altiva.

—Caballeros, el Sumo Iniciado me ha pedido que dé cierta información confidencial al heredero del Margrave. Si queréis disculparme...

El truco resultó eficaz y los Iniciados se alejaron cortésmente, dejando solos a Sashka y Drachea. Ella se sentó, invitando a Drachea a hacer lo propio, y dijo si preámbulos.

—Me interesó muchísimo tu historia, Drachea... ¿Puedo llamarte Drachea?

El se sonrojó.

— Lo consideraré un honor.

—Gracias. En particular, quisiera saber algo más acerca de la muchacha que dices que estaba confabulada con Tarod.

— Cyllan.

No acababa de comprenderla. ¿Qué interés podía tener ella en el bienestar de Cyllan?

Sashka hizo caso omiso de su visible perplejidad.

— ¿Puedes decirme algo de ella? — preguntó con voz dulzona— Sus antecedentes, su pasado... Creo que procede de las Grandes Llanuras del Este.

Drachea estudió durante un momento sus manos cruzadas y después dijo con súbita ira:

— Cyllan Anassan no es más que una mujerzuela ignorante y del arroyo que todavía no ha aprendido a permanecer en el sitio que le corresponde.

Sashka arqueó sus perfectas cejas.

— ¿De veras? Eres muy... vehemente, Drachea.

El sonrió.

—Entonces debo pedirte disculpas. Tengo una cuenta personal que saldar con esa ramera y su amante; el recuerdo de lo que he tenido que sufrir por su causa hace que no sea.., delicado el expresar mis sentimientos.

Ella alargó una mano y la apoyó en su brazo.

— Debió de ser una ingrata experiencia para ti.

Los ojos de Drachea se inflamaron.

— Sí...

Por los dioses que ésta era un joven exquisita... , una buena pareja para el hombre que tuviese el valor de camelarla...

—Dijiste —prosiguió Sashka, sin retirar la mano— que era la amante de Tarod.

— Amante, amiga, barragana... — Drachea esbozó de pronto un sonrisa lobuna—. Elige el nombre que quieras, pero él fue lo bastante imbécil para sacrificarse por ella.

—¿El la ama...?

— No sé si una sabandija sin alma como Tarod puede saber el significado de esta palabra. Pero hizo un pacto con el Sumo Iniciado para salvarla; tanto aprecia a su manera a esa pequeña bruja. —Hizo una pausa—. ¿Puedo preguntarte si conocías a Tarod?

— Si —dijo con indiferencia Sashka—. Todos conocíamos a Tarod hasta cierto punto. Solamente quería aclarar una o dos cuestiones que Keridil no veía claras. —Se levantó, divertida por la prisa con que siguió él su ejemplo y complacida por su evidente afán de serle simpático—. Gracias, Drachea. Me has sido sumamente útil.

Drachea comprendió que las probabilidades de poder hablar de nuevo a solas con ella eran remotas, y por eso, antes que ella tuviese tiempo de alejarse, dijo en tono calsual—Este salón es un poco opresivo. ¿Me permites que te acompañe a respirar aire fresco durante un rato?

Ella le miró.

— Gracias, pero no.

— Entonces, ¿tomarías tal vez un refresco?

Sashka le sonrió amablemente.

— Creo, Drachea, que, para evitar situaciones enojosas, debo decirte que me casaré en breve tiempo con el Sumo Iniciado.

Le había dado un chasco y despedido con una sola frase y, cuando él empezó a balbucear una disculpa, le hizo una breve y casi divertida reverencia y se alejó. Aquel muchacho debía ser la personificación de la arrogancia si se creía digno de ella; era educado y bastante agradable, pero las perspectivas de Sashka iban mucho más allá de un simple Margraviato.

— ¡Sashka! —dijo una voz detrás de ella y, al volverse, se encontró delante de su padre, Frayn Veyyil Savarin.

— Padre — dijo ella y le besó—. ¿Ha descansado mi madre?

—Mucho, sí. Se reunirá con nosotros un poco más tarde. — Señaló con la cabeza en dirección a Drachea, que había vuelto a sentarse, desconcertado—. Vi que estabas hablando con el heredero de un Mar-grave. Parece un buen partido.

— Estoy segura de que lo es — dijo Sashka, con indiferencia.

Frayn frunció los labios. —Confio en que no hayas sido grosera

con él. Parece afligido, y sé de lo que es capaz tu lengua. -

—¡Pero, padre! Desde luego, no he sido grosera. El se insinuó cortésmente y yo le dije simplemente que estaba prometida con el Sumo Iniciado.

Su padre se quedó boquiabierto.

— ¡Pero si no lo estás!

— Baja la voz; nos están mirando.

El se puso colorado como si sufriese un ataque de apoplejía y repitió en un murmullo ahogado:

— ¡Pero no estáis prometidos!

— Tal vez, oficialmente, todavía no; pero... — Sashka encogió los hombros—. Sólo es cuestión de tiempo, padre. ¿Quieres que pierda esta oportunidad coqueteando con el hijo de un Margrave de provincias?

Frayn frunció el entrecejo.

—A veces, Sashka, ¡tu arrogancia me asombra! Si Keridil no ha pedido todavía tu mano...

—Pero la pedirá. —Besó a su padre en la frente para apaciguarle; después se volvió y se echó los cabellos hacia atrás—. Sashka Veyyil Toln... Suena bien. ¿No crees? Y no irás a decirme que no sería la mejor alianza que jamás contrajo nuestro clan.

Frayn Veyyil Saravin suspiró desesperado, pero sabía que era mejor no discutir con ella. En verdad, estaba orgulloso de lo que su hija había conseguido. Nunca le había gustado su primitivo plan de casarse con aquel Adepto de negros cabellos. Siempre había tenido la impresión de que había algo malo en aquel hombre, y su opinión había sido confirmada. Pero el Sumo Iniciado era harina de otro costal. En lo tocante al rango, Keridil sólo era superado por el Alto Margrave; como individuo era bien parecido, digno de confianza, y había demostrado ser un valioso sucesor de su padre Jehrek. Frayn no podía esperar nada mejor.

Asió a su hija del brazo y lo apretó cariñosamente.

—Entonces, si estás tan convencida, Sashka, y no voy a ser yo quien te contradiga, acepta el consejo de un viejo y vuelve al lado del Sumo Iniciado. Es un lugar digno de una mujer, y él te apreciará más por ello. Si dudas de mí, pregúntaselo a tu madre.

Sashka le dirigió una de sus más beatíficas sonrisas, adornada con una buena dosis de compasión.

—¡Oh padre! —dijo, y le dio un beso sonoro antes de alejarse rápida y graciosamente en dirección a la puerta del vestíbulo.

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