Los agudos sentidos de Tarod se alertaron a la primera sospecha de algo adverso que se filtró en su mente. Era como si una débil ráfaga de viento hubiese turbado un día absolutamente tranquilo, presagiando un cambio; y le inquietaba a un nivel más profundo de lo que estaba dispuesto a confesar.
Se levantó del desvencijado sillón de cuero donde estaba sentado y se acercó en silencio a la ventana que daba al patio desde la vertiginosa cima de la torre. Nada se movía allí, y el cielo que parecía cernerse peligrosamente cerca de la ventana, seguía estando vacío y muerto. Pero, en algún lugar del Castillo, algo no marchaba como era debido...
Le sorprendió una súbita y viva sensación en la mano izquierda; una sensación antaño familiar pero que casi había olvidado. Miró sus dedos, el aro que había sostenido antaño su piedra-alma, y después cerró reflexivamente la mano. Era insensible al miedo, pero fuera lo que fuese lo que había venido a perturbar la quietud mortal del Castillo, habría infundido pánico a cualquier hombre mortal.
Detrás de él, sobre una mesita, entre un montón de libros y manuscritos que había tomado distraídamente de la biblioteca, había una palmatoria con una vela parcialmente consumida. Tarod pasó su mano izquierda sobre ella, y una llama pálida, de un verde nacarado, cobró vida. Sin apartar los dedos de la llama, hizo que ésta se estirase hacia arriba y hacia fuera, respondiendo a su orden mental hasta que formó un halo perfecto aunque enfermizo. La luz se reflejó en su cara, haciendo resaltar sombras macilentas, y sus ojos se entornaron al contemplar el fuego elemental y buscar, más allá de sí mismo, el origen de la perturbación.
Lo encontró, y de nuevo se sintió confuso. Con un solo y rápido ademán, apagó el fuego verde y, cuando la habitación quedó sumida de nuevo en la oscuridad, Tarod se dirigió a la puerta. Una fuerza peculiar lo impulsaba a salir de la torre, donde transcurría la mayor parte de su existencia, y a buscar fuera de ella la raíz del extraño e inesperado cambio. Cruzó la estancia, indiferente al revoltijo de artefactos que la hacían caótica y que nunca se tomaba el trabajo de ordenar. Su propia comodidad le importaba tan poco como todo lo demás; pero algo desafiaba ahora aquella indiferencia y despertaba su curiosidad.
Más allá de la puerta, una negra escalera de caracol descendía y se sumía en la oscuridad teñida de rojo. La puerta se cerró sin ruido detrás de él; aparentemente por su propia voluntad; entonces, la oscura forma de Tarod se desvaneció y se mezcló con las sombras, dejando solamente un breve recuerdo de su imagen.
Cyllan no había atrancado la puerta. La mano de Tarod no encontró resistencia en el tirador, y la abrió despacio y suavemente. De momento, pensó que la habitación estaba vacía; entonces la vio.. , y un viejo recuerdo muerto renació en su interior, rompiendo momentáneamente su defensa.
Cyllan yacía en el suelo, con la cabeza torcida en un extraño ángulo y un brazo torcido también hacia fuera. Parecía una muñeca rota, y a la imagen que ofrecía se sobrepuso inmediatamente otra en la mente de Tarod, la de otra mujer. La de Themila Gan Lin, que había sido desde su infancia amiga querida y consejera, yaciendo en el suelo de la Cámara del Consejo, desangrándose por la herida producida por la espada de Rhiman Han...
Había sido un puro accidente, un momento de acalorada confusión que había terminado en tragedia. Themila no había tenido un solo enemigo en el mundo; la menuda y vieja historiadora había sido como una segunda madre para muchos de los jóvenes Iniciados y especialmente para Tarod, cuando había llegado, anónimo y herido, al Castillo. Pero había muerto... y con su muerte se había desencadenado una furiosa secuencia de acontecimientos. La posición encogida y quebrantada de Cyllan recordaba la de Themila moribunda, y Tarod se impresionó al darse cuenta de que aquel recuerdo hacía renacer todo el dolor de aquella pérdida, como si, muy lejos, su humanidad perdida estuviese luchando por recobrarse.
Cruzó la habitación, sin fijarse en las piedras que resbalaban y se desperdigaban bajo sus pies, y se arrodilló al lado de la joven. Estaba viva y no había señales visibles de lesión; pero tampoco había nada que explicase la causa de su estado. Tarod pensó inmediatamente en Drachea, pero en seguida rechazó la idea, sintiendo que había allí algo que Drachea no hubiese podido comprender y mucho menos provocar. La atmósfera de la habitación había cambiado sutilmente, estaba cargada... , como si hubiese actuado alguna fuerza independiente de la suya propia y cuyo origen no podía siquiera sospechar.
Pero la fuerza motivadora era lo menos urgente. Tarod levantó a Cyllan, sorprendido de lo poco que pesaba, y la llevó a la cama, depositándola cuidadosamente en ella. Cyllan se movió, murmuró algo ininteligible y quedó de nuevo inmóvil, y él se echó atrás y se quedó mirándola. Algo se había agitado brevemente dentro de él, evocado por la yuxtaposición de Cyllan y Themila en sus pensamientos, y ahora, aunque trataba de rechazarlo como carente de sentido, otra parte más antigua de su propio ser se lo impedía. Hasta ahora, nunca le habían inquietado los fantasmas del pasado; el pasado se perdía y nunca podía recobrarse. La manera en que había frustrado a Keridil y al Círculo había sido el origen de esta convicción, al hacer de él un ser sin alma e inmortal... Sin embargo, algo se agitaba, y no podía sofocarlo.
Cediendo a un impulso, se sentó en el borde de la cama y apartó los revueltos cabellos de la cara de Cyllan. Ella reaccionó con un temblor de los labios y un parpadeo espasmódico. Alargó una mano ciegamente y Tarod la asió, ofreciéndole un punto en el que apoyarse para regresar a la conciencia.
— ¿Drachea...?
Su voz era débil y vacilante.
— No soy Drachea.
Ella abrió los ojos de repente y lanzó una blasfemia, una blasfemia de vaquero que Tarod no había oído pronunciar nunca en el Castillo. Cyllan se apartó de él, como un animal acorralado, y él le soltó la mano, y la expresión de su semblante se endureció en una débil sonrisa carente de todo humor.
—Veo que tus peripecias no te han sentado mal.
—Yo... lo siento. No pretendí...
Cerró de nuevo los ojos, terriblemente confusa. Había estado tratando de leer las piedras; había venido algo, algo desde fuera, y se había asustado tanto... Inquieta, haciendo un gran esfuerzo, volvió a mirar a Tarod con ojos temerosos. También a él le tenía miedo, pero al menos era una presencia física, un anda a la que agarrarse en el borde de la pesadilla.
—Estaba tratando de leer las piedras...
Tenía que encontrar una salida a su vago terror, pero su lengua sólo pudo hacer una sencilla declaración.
Tarod le preguntó, más amablemente:
— ¿Y qué viste?
— Algo entró por la puerta... — murmuró ella.
Él esperó, pero ella no le dio más explicaciones, y las pocas palabras que había pronunciado le inquietaron. Algo entró por la puerta... O Cyllan había sufrido una alucinación o había atraído sin querer una fuerza que no hubiese debido existir en el Castillo, a menos que él mismo la hubiese conjurado deliberadamente. ¿Otra presencia, desconocida? No, era imposible...
La voz de Cyllan interrumpió bruscamente sus pensamientos.
— Pensé — dijo, lenta y deliberadamente — que eras tú el responsable.
Los ojos de Tarod brillaron, irritados.
— ¿Crees que no tengo nada mejor que hacer que divertirme asustando a mujeres indefensas? ¡Gracias por el cumplido!
Cyllan no estaba segura del terreno que pisaba, pero ahora que aquel recuerdo de pesadilla cedió el paso a la razón, sólo pudo encontrar esta respuesta:
—Entonces, ¿quién fue el responsable? ¿Drachea? ¡Lo dudo!
Su resuelto ataque divirtió a Tarod. Ella no le tenía miedo y, por alguna razón inexplicable, esto le gustó. Se echó a reír y Cyllan se volvió de espaldas.
—Búrlate de mí, si esto te divierte —dijo—, pero aquí no he visto más poder que el tuyo. ¡Y no parece preocuparte mucho tu manera de emplearlo!
Tarod suspiró, y su momentáneo regocijo dejó paso a la irritación.
—Puedes creer lo que quieras —replicó friamente—. No me interesa la opinión que tengas de mí, y te aseguro que nada tuve que ver con lo que te ha sucedido. Si tuviese algo que ganar con... —Se interrumpió, súbitamente furioso al darse cuenta de lo que estaba diciendo—. ¡Maldición! ¿Por qué tendría que justificarme a tus ojos? Si prefieres seguir sufriendo e ignorar la verdad, ¡allá tú!
Cyllan no replicó, sino que se dio la vuelta y escondió la cara en la almohada, con mudo resentimiento. Tarod, furioso, alargó una mano y la agarró de un brazo.
— Mírame, Cyllan. — Ella se resistió y él le sujetó la barbilla, obligándola a mirarle—. ¡He dicho que me mires!
Entonces ella le miró, irritada y dolida y desafiadora al mismo tiempo, y él le dijo, suave y maliciosamente:
—No te alces contra mí. No me gustaría hacerte daño, pero que prosperes o perezcas carece de importancia para mí.
Levantó la mano libre, doblando los dedos en un ademán casual, gracioso, pero que heló la sangre a Cyllan, y bruscamente la dejó caer de nuevo. Sería muy sencillo inspirarle un terror en comparación con el cual su alucinación sería insignificante, pero ¿de qué habría servido? Pudo percibir ahora el miedo de ella, aunque Cyllan hacía todo lo posible por disimularlo, y de pronto, sintió asco de sí mismo. Ella carecía de importancia; la idea de malgastar energía por su causa era demasiado mezquina para contemplarla, y sin embargo, había estado a punto de pegarle, como reaccionando a alguna ofensa personal.
La soltó y ella se echó rápidamente atrás, acurrucándose contra la pared. Tarod se levantó, irritado, pero antes de que cualquiera de los dos pudiese hablar se abrió la puerta del dormitorio y entró Drachea.
—¡Cyllan! Mira lo que... —y se interrumpió, abriendo mucho los ojos al ver a Tarod.
Tarod le hizo una ligera reverencia, poniendo todo su desprecio en este ademán aparentemente despreocupado.
—Heredero del Margrave, ¡espero que tus exploraciones hayan sido fructíferas!
Su mirada se fijó en el grueso libro que llevaba Drachea en las manos y, después, se trasladó, divertida, al rostro del joven. Drachea palideció y Tarod cruzó la habitación para quitarle el volumen y estudiar la cubierta.
—Muy divertido. —Volvió un par de hojas y, después, le devolvió amablemente el libro—. Si te cuesta entenderlo, estoy a tu disposición.
Dos manchas lívidas aparecieron en las mejillas de Drachea, que se dispuso a replicar, enojado; pero un breve movimiento de la mano de Tarod produjo una fuerza que le obligó a retroceder tambaleándose. Su espina dorsal chocó dolorosamente contra la pared y, cuando hubo recobrado el aliento y el equilibrio, el Adepto había desaparecido. Drachea miró sin decir nada la puerta que todavía retemblaba, y después, con violento movimiento, giró en redondo y arrojó furiosamente el libro contra la pared. La antigua encuademación se partió por la mitad y las hojas se desparramaron por el suelo.
—¡Maldita sea! En nombre de todos los infiernos, ¿qué ha venido a hacer aquí?
La pregunta no podía ser más insolente. Tarod había humillado a Drachea en presencia de Cyllan, y éste la empleaba ahora como chivo expiatorio de su cólera. Comprendiendo la acusación subyacente, Cyllan respondió, airada:
—No sé lo que él quería..., ¡no he tenido tiempo de preguntárselo! Algo ocurrió mientras tú estabas ausente, algo que...
El la interrumpió, sin prestar atención a lo que iba a decir
—¡Deja eso! Tengo cosas más importantes de que hablar. — Hurgó debajo de su chaqueta y sacó el fajo de papeles que había encontrado en el despacho del Sumo Iniciado—. Tarod puede burlarse de un libro de la biblioteca del Castillo, pero si supiese que yo tengo esto, ¡no estaría tan tranquilo! Mira, ¡mira esto! —Le arrojó los papeles, con ademán de desafio—. Ya sé la verdad sobre tu amigo Adepto, Cyllan. Adelante, ¡léelo tú misma!
Cyllan no hizo ningún movimiento para tomar los papeles. Las secuelas de su impresión, junto con el hecho de que Drachea no mostrase ningún interés por lo que le había ocurrido, y la tensión provocada por su escaramuza con Tarod, le habían irritado los nervios, y se limitó a mirar a Drachea echando chispas por los ojos.
—Por todo lo que es sagrado —dijo él—, ¡éste no es momento de andarse con chiquilladas! Estos documentos son vitales. En nombre de Aeoris, ¿quieres leerlos de una vez?
Cyllan apretó los labios y dijo, secamente:
— ¿Y dónde crees que aprendí a leer?
El la miró, perplejo.
— ¿Quieres decir... que no fuiste a la escuela?
— No. No sé escribir ni leer. ¿Tanto te sorprende? Mi clan no me envió a ningún maestro... ¡Estaba demasiado ocupada aprendiendo a destripar pescados y a conducir ganado!
Se sentía molesta, aborreciéndose por tener que confesar su ignorancia. Drachea siguió mirándola, con una expresión que podía ser de desdén o de compasión; ella no sabía de qué era. Entonces hizo un brusco movimiento para poner fin a la discusión.
—Bueno, ¿qué importa esto? Si no sabes leer, yo te leeré los documentos, ¡pero tienes que escuchar! — La agarró de un brazo y la obligó a cruzar con él la habitación—. Tienes que saber lo que ocurrió realmente aquí... , lo que hizo Tarod, ¡y lo que él es!
El tono apremiante de su voz hizo que Cyllan olvidase su resentimiento. Si él había descubierto algo vital, no podía haber disputas y tensiones entre ellos, y cuando él se sentó en la cama, ella lo hizo a su lado, mirando los papeles por encima de su hombro.
—Esto —dijo Drachea, mostrando lo que ella pensó que era una carta— fue escrito por la Señora Kael Amion, superiora de la Residencia de la Hermandad en la Tierra Alta del Oeste, y creo que nadie puede poner en duda sus palabras. Escucha; dice así: Mi querido Keridil, he puesto esta carta en manos de mi colega, la Hermana Erminet Rowald. Tu informe me impresionó terriblemente y sólo puedo dar gracias a Aeoris que, en Su sabiduría, frustró los planes del fugitivo Tarod, que fue aprehendido en mi Residencia la noche pasada. La Novicia Sashka Veyyil, cujas circunstancias te son desde luego conocidas, tuvo el valor moral de darse cuenta de cuál era su deber, y gracias a su rápida acción, podemos poner a este hombre bajo tu custodia. Es triste para el Círculo y para la Hermandad el día en que se descubren males como éste, pero, guiados por la Luz y la Ley, saldremos triunfantes. La caridad me obliga a rezar por el alma del condenado; por consiguiente, te agradecería que me comunicases la fecha de la ejecución de Tarod...
Cyllan le interrumpió, en voz baja y con incredulidad:
— ¿Ejecución?...
Drachea lanzó un risa seca.
—¡ Oh sí! Y hay más, mucho más. —Dejó la carta a un lado y tomó otro documento—. Aquí está, ¡de puño y letra de Keridil Toln! Es el informe del Sumo Iniciado sobre el juicio y la condena a muerte de nuestro amigo Tarod.
Cyllan miró, pasmada, los papeles. La escritura no significaba nada para ella, y se lamentó de su incapacidad. Algo en su interior le decía que Drachea tenía que estar equivocado, que el Círculo no podía haber tenido nunca motivos para condenar a uno de los suyos...
—Pero Tarod es un alto Adepto —dijo, con inquietud—. Esto sabemos que es verdad.
— Puede ser un Adepto. Pero, ¿qué hombre puede llevar su alma en una piedra preciosa?
—¡Qué!
—Es la pura verdad. Tarod no es un mortal como los demás; nunca lo ha sido. El Sumo Iniciado descubrió su verdadera identidad. —Drachea hizo una pausa para dar un efecto dramático a sus palabras y añadió—: ¡Tarod no es humano!
Cyllan sintió un escalofrío en lo más hondo de su ser, como por efecto de una premonición inexplicable e indescifrable.
—Entonces ¿qué es?
Drachea miró a su alrededor, como pensando que una presencia maligna les estaba observando. Las sombras estaban inmóviles y silenciosas y, antes de que el valor le abandonase, murmuró:
— Caos.
Esta palabra se clavó como un cuchillo en el sistema nervioso de Cyllan, que hizo instintivamente la señal de Aeoris delante de su cara. Todo su instinto se rebelaba contra aquel concepto: era imposible. Y Tarod, uno de los propios servidores de Aeoris...
—El Caos está muerto... —Apenas reconoció su voz—. No... no puede ser verdad, Drachea. ¡No puede ser verdad!
—Cuando era pequeño —dijo Drachea—, oí una vez a un Adepto hablar en una fiesta del Primer Día de Verano. Nos exhortó a tener siempre fe en la causa por la que vinieron los dioses a este mundo y entablaron la última gran batalla contra los Ancianos. Nos advirtió que debíamos estar siempre alerta, por si volvía algún día el Caos. Y ahora, yo diría que su exhortación estaba bien fundada.
—¡Pero el propio Aeoris desterró el Caos! —protestó Cyllan — Sugerir que los poderes de las tinieblas pueden desafiar a los dioses...
— Se estremeció—. Parece una blasfemia.
— Entonces, ¿llamas embustero al Sumo Iniciado? — replicó Drachea. Y viendo que Cyllan abría mucho los ojos, prosiguió—: Keridil Toln lo supo. Descubrió lo que era en realidad Tarod y se empeñó en destruirlo. —De nuevo miró alrededor de la estancia y añadió—: Parece que no lo consiguió.
Cyllan se levantó y se acercó a la ventana, y contempló la inquietante vista, que se había hecho familiar, de la noche iluminada por aquel resplandor infernal. Sin proponérselo, dirigió la mirada a la Torre del Norte. Ninguna luz ardía allí, y miró a otra parte.
Caos.
No podía creerlo. Tiempo atrás, en el acantilado de la Tierra Alta del Oeste, había conocido a un hombre, no a un demonio. Y sin embargo, recordaba su terror cuando se había despertado en esta habitación y se había encontrado con que Tarod le había asido la mino. Había declarado que no sabía nada de las pesadillas de ella; pero ahora, sus dudas se estaban convirtiendo en temerosa certidumbre de que sólo él podía haber sido responsable de aquéllas. Una parte ilógica de su mente quería otorgar a Tarod el beneficio de la duda; pero sabía que si lo hacía, se pondría ella misma y pondría a Drachea en un peligro inimaginable. No podía arriesgarse.
Volviéndose hacia la cama, dijo pausadamente:
— Léeme los papeles, Drachea. Por favor. Quiero... quiero saber todo lo que dicen.
Y así, con ella sentada en silencio a su lado, leyó Drachea el detallado informe del Sumo Iniciado. El relato empezó a formar una imagen espantosamente coherente: Tarod a punto de morir por una sobre-dosis de narcótico elaborado con Raíz de la Rompiente; la muerte del Sumo Iniciado, Jehrek Benamen Toin; el encuentro con Yandros, Señor del Caos, y la revelación de que en la gema del anillo de Tarod se encontraba una esencia vital creada por los poderes caóticos... Y había mucho más, al empezar los conflictos entre Tarod y el Sumo Iniciado. Pero el documento planteaba su propio misterio, al terminar con la simple declaración de Keridil Toin (sin expresar la fecha) de que «el ser llamado Tarod morirá esta noche».
Cuando Drachea terminó la lectura, se hizo un silencio absoluto. Cyllan siguió con el dedo el sello de cera aplicado al pie de la orden de ejecución; él se lo había leído, y su fría sencillez era, en cierto modo, la más terrible condena. Palpó el contorno del símbolo del Sumo Iniciado, el doble círculo partido por un rayo, y dijo al fin, a media voz:
— Pero no murió...
Drachea le dirigió una mirada imposible de interpretar.
—No... Frustró sus planes. Deteniendo el Tiempo. ¡Dioses! — La idea le hizo temblar, pero se rehízo y consigió esbozar una sonrisa—. Pero fue una falsa victoria, ¿no? El mismo se vio metido en la trampa, y ahora no puede escapar.
Cyllan cruzó inquieta los brazos y dijo:
— A menos que pueda recuperar la piedra de que habló y emplearla para poner de nuevo en marcha el Tiempo.
— ¡Sí, y ahora conocemos la verdadera naturaleza de aquella gema! Un alma nacida del Caos..., algo impensable. —Se levantó y empezó a pasear por la habitación—. Imagínate las consecuencias que podría tener la recuperación de aquella piedra. Sin ella, es bastante poderoso, y me ha dado pruebas de ello. El Círculo fracasó una vez en su empeño de aniquilarle... ¿Te imaginas de qué sería capaz, si volviese a poseer la piedra?
Cyllan se lo imaginaba, y rechazó la idea. Pero no podía aludir a otra consideración que la inquietaba y para la cual no podía hallar respuesta alguna. Dijo, vacilando:
—Y sin embargo, sin la piedra, estamos tan atrapados como Tarod. No podemos marcharnos de aquí, y ni siquiera él tiene poder para liberarnos.
— Si quisiera hacerlo... — dijo lúgubremente Drachea.
Cyllan sonrió con ironía al recordar lo que le había dicho Tarod.
— ¿Por qué no habría de querer? Nosotros no le interesamos, no le servimos de nada.
—¿Ah, no?
Ella frunció el entrecejo.
— ¿Qué quieres decir?
—Quiero decir que tal vez podríamos triunfar donde él fracasó y recobrar aquella gema. Hay algo, algún poder que le impide apoderarse de ella. Pero si nosotros no estamos atados por el mismo poder, tenemos para Tarod un valor inestimable. — Drachea hizo una pausa, reflexionando—. Nosotros cruzamos la barrera que separa el Castillo del resto del mundo. No sabemos cómo ocurrió y él tampoco lo sabe; ya viste lo mucho que le impresionó nuestra llegada. Si podemos alcanzar aquella piedra, se valdrá de nosotros para que lo hagamos. Y entonces... — Dejó la frase sin terminar.
Cyllan miró de nuevo hacia la luz roja de más allá de la ventana. La idea de lo que podía ocurrir si la piedra volvía a estar en poder de Tarod era terrible; sin embargo, sin ella, no había esperanza de escapar. Una eternidad, vivida en un mundo encerrado por cuatro murallas negras, acompañada solamente de Drachea y de un hombre que no era mortal, sino que debía su origen a algo que escapaba a su comprensión... , sin cambiar jamás, sin envejecer jamás, privado incluso de la liberación de la muerte. De pronto sonrió débilmente para sí. ¿Era esta perspectiva mucho peor que la vida que había llevado? Al menos, aquí no había penalidades, ni tenía que trabajar continuamente. Aquí no le faltaba nada. Salvo, tal vez...
Drachea interrumpió bruscamente el hilo de sus pensamientos.
—Hay una manera —dijo —, sólo una manera de escapar de este lugar sin hacerle el juego a Tarod. Debemos encontrar la piedra y utilizarla nosotros.
Cyllan se volvió y le miró fijamente.
— ¿Encontrarla y emplearla? — repitió, con incredulidad—. Drachea, ¡esto no es un juego de niños! Si lo que dicen esos papeles es verdad, ¡la gema es una cosa del Caos! ¿Somos tú o yo tan grandes Adeptos que nos atreveríamos a utilizarla aunque pudiésemos?
— Al menos podemos probar — insistió tercamente Drachea—. ¿Tienes tú un plan mejor? No, ¡ya veo que no! Mira... —Se acercó a la cama y recogió los documentos desparramados—. El Sumo Iniciado habla de una cámara llamada Salón de Mármol. Parece ser el sanctasanctórum del Círculo, el lugar donde se realizaban los ritos más sagrados y se guardaban los más sagrados artefactos. — Sonrió—. Recordarás que Tarod se mostró muy misterioso en lo tocante al paradero de la gema. Yo creo que, si podemos encontrar el Salón de Mármol, encontraremos también aquella piedra.
—Un lugar en el que, por alguna razón, Tarod no puede entrar...
— murmuró Cyllan.
La teoría de Drachea parecía plausible.
—O no quiere entrar. Es posible que sea lo único que le da miedo, y esto sólo podría redundar en beneficio nuestro. — Drachea estaba ahora hojeando los papeles —. Tendría que haber aquí algún indicio, algo que permitiese localizar el Salón de Mármol... ¡Pero no, no hay nada!
Arrojó los papeles a un lado, desanimado.
—Encontraste esto —dijo Cyllan, señalando las hojas desparramadas—. Tiene que haber, seguramente, otros documentos, algo que pueda ayudarnos.
—Sí..., en el estudio del Sumo Iniciado o, mejor aún, en la biblioteca. — Los ojos de Drachea se iluminaron de pronto—. ¡Por los dioses, Cyllan! La biblioteca.., es un tesoro de conocimientos, ¡alberga la ciencia arcana de muchos siglos! La encontré por casualidad, y pensar que está allí, abierta para mí siempre que me apetezca... — Se interrumpió al ver que la expresión de ella no había cambiado—. Bueno..., desde luego, para ti no significa gran cosa.
—Cierto —dijo ella, con cierta acritud.
El tuvo el buen sentido de ruborizarse.
— Naturalmente, estoy mucho más preocupado por nuestra triste situación y la manera de resolverla... , pero apostaría cualquier cosa a que la biblioteca puede proporcionarnos lo que necesitamos para empezar nuestra búsqueda. Tiene que haber relatos históricos que expliquen la disposición del Castillo.
Recordó su anterior visita a la biblioteca, y este recuerdo le inquietó. Aunque por nada del mundo habría confesado que tenía miedo, estaba resuelto a no volver solo allí.
Cyllan miró el libro roto sobre el suelo.
— Tarod está enterado de tu primera visita a la biblioteca —le recordó—. Debemos tener cuidado en no darle más motivos de sospecha.
Drachea sonrió con condescendencia.
—Lo que ignora no puede inquietarle. No te preocupes por Tarod. No es tan invencible como parece creer y, dentro de poco, ¡pretendo demostrárselo!
Las dos figuras que caminaban por el patio quedaban casi ocultas por la espesa sombra de la pared del Castillo, pero incluso el menor movimiento en aquella quietud sombría era bastante para llamar la atención. Tarod estaba detrás de la ventana de su habitación a oscuras en la cima de la torre, inexpresivo el semblante, mientras observaba cómo se deslizaban precavidamente a lo largo de la columnata y en dirección a la puerta del sótano. Drachea marchaba el primero y se detenía cada pocos pasos para hacer una señal imponiendo silencio. Probablemente quería mostrar a Cyllan los tesoros que había descubierto en la biblioteca, y parecía lógico prever que, desde allí, acabarían por descubrir la entrada del Salón de Mármol. Tarod no había querido especular sobre si serían o no capaces de entrar en el Salón; la fuerza que retenía al Castillo en el limbo había, de alguna manera, desviado a aquella cámara peculiar de una sincronización perfecta, y él mismo tenía la entrada vedada, con tanta seguridad como si el Salón no hubiese existido. Pero Cyllan y Drachea habían cruzado una barrera... , por lo que entraba dentro de lo posible que pudiesen triunfar donde él había fracasado.
¿Y si lo hacían? Tarod no sabía lo que encontrarían, pero de una cosa estaba seguro: el Salón de Mármol tenía la clave crucial de su esperanza de liberación. Era la única puerta para volver a los terribles planos astrales a través de los cuales había viajado para encontrar y detener el Péndulo del Tiempo y también era el lugar donde la piedra del Caos, su propia alma, estaba atrapada.
Miró de nuevo a través de la ventana y vio que las dos lejanas figuras habían desaparecido, dejando entreabierta la puerta del sótano. Por un breve instante, le asaltó un sentimiento desacostumbrado y sin embargo remotamente familiar; una sensación de anticipación mezclada con un amorfo indicio de miedo. Una sensación mu y humana... , se dijo, sonriendo para sus adentros. La imaginación debía de estar gastándole una broma; los sentimientos humanos estaban en el pasado que había enterrado para siempre. O al menos, él lo había creído así...
Tarod se apartó súbitamente de la ventana, disgustado por el giro inesperado que habían tomado sus pensamientos. Desde que había salido de la habitación de Cyllan, incapaz de resistir la tentación de aplastar a Drachea como habría aplastado a un insecto molesto, no había podido apartar de su mente aquel encuentro. Tenía poco más en que pensar, pero no estaba acostumbrado a ser inquietado por semejantes ideas. Los viejos recuerdos que habían despertado en él al encontrar a Cyllan yaciendo desmayada en el suelo se negaban a abandonar su mente, y a ellos se sumaban, complicándolos, extrañas y azarosas impresiones que centelleaban contra su voluntad en su cerebro. Lo poco que pesaba la muchacha cuando la había levantado; la aspereza de su piel cuando le había asido la mano para reanimarla; incluso la manera en que había jurado ella, como un curtido marinero, al despertar y encontrarle a su lado. Aunque le tenía miedo, no había querido dejarse intimidar, y su valor había pulsado una cuerda en algún lugar del interior de él. Entonces se había preguntado si a pesar de la indiferencia que declaraba sentir, podía confiar en ella... pero había rechazado bruscamente esta idea al recordar otra muchacha, otra joven en la que había puesto su confianza.
Sashka Veyyil había sido todo lo que no era Cyllan: hermosa, educada, segura de su posición en el mundo. El había pensado que el suyo era un amor idílico, hasta que ella le había traicionado vilmente para salvaguardar aquella posición e incluso mejorarla. Sashka languidecía ahora en el limbo con los moradores del Castillo; el amor que Tarod había sentido por la joven se había convertido en un desprecio total, y la idea de la terrible situación en que ella se encontraba le producía una satisfacción malévola. Pero, contra toda lógica, la presencia de Cyllan en el Castillo había resucitado aquellos viejos tiempos, despertado algo que no hubiese debido existir.
De pronto se sintió irritado, contra él mismo y contra la mujer. La preocupación que había sentido cuando la había encontrado inconsciente había quedado reducida a cenizas, y era así como debía continuar. Para él, Cyllan no era más que un instrumento que, si la fortuna le favorecía, podría emplear para sus propios fines, y si ella sufría en el proceso, esto carecía de importancia. Poner su fe en ella habría sido una locura; observaría y esperaría, comprobaría el valor que tenía para él y la emplearía. Aparte de esto, ella no era nada.
Tomando un libro que había leído ya dos veces, Tarod se sentó, haciendo oídos sordos a una voz débil y lejana que le acusaba de querer engañarse. Estas flaquezas humanas eran cosa del pasado. Y el pasado estaba muerto.
Cyllan contempló asombrada los miles de libros y manuscritos desperdigados por el suelo del sótano o alineados en los estantes. Al dar un paso hacia delante, tropezó con un enorme volumen encuadernado en negro y se apartó rápidamente a un lado, temerosa de estropear alguno de los preciosos libros.
Drachea no tenía tantos escrúpulos. Ahora que tenía una compañera para darle valor, había olvidado su primera e inquietante experiencia aquí y revolvía los libros, separando los que parecían prometedores. Cyllan le observaba, consciente de su propia insuficiencia: salvo para encontrar algún sentido a un mapa, no podía representar ningún papel en la búsqueda de claves. Desanimada, se dirigió al fondo del sótano, donde la luz parecía ser un poco más intensa... , y se detuvo al advertir una puerta pequeña y baja en el fondo de un hueco de la pared, y que sólo era visible desde muy cerca. La tocó, impulsada por la curiosidad, y la puerta se movió, al principio con dificultad y después de par en par al aflojarse los goznes.
—Drachea...
El respondió con un gruñido de rechazo, pero ella insistió.
—Drachea, ¡mira! Hay otro pasillo...
El levantó la cabeza y miró a su alrededor; después se quedó inmóvil. Había reconocido aquella puerta; era la misma que había descubierto involuntariamente en su momento de pánico, aquí a solas, y no le gustaba recordar aquel incidente.
—Sin duda no tiene importancia —dijo con fingida indiferencia.
— Yo creo que sí...
Cyllan frunció el entrecejo. El estrecho y débilmente iluminado corredor que descendía en fuerte inclinación la intrigaba; la intuición le decía que allí había más de lo que veían los ojos, y dio unos pasos en el pasillo. La luz aumentó; todavía era débil, pero se hacía inconfundiblemente más intensa, como si su fuente oculta estuviese en el extremo del corredor. Cyllan quería seguir explorando.
— Drachea, creo que deberíamos investigar. Tal vez estoy equivocada, pero... creo que deberíamos hacerlo.
Oyó que Drachea maldecía en voz baja, con impaciencia; después sonaron sus pisadas en las losas y se reunió con ella.
— Mira — dijo quedamente ella, señalando—. La luz...
El joven comprendió lo que ella quería decir y esto despertó su curiosidad. A fin de cuentas, aquí no había nada que temer: ni monstruos al acecho, ni demonios, ni fantasmas, salvo aquellos que quisiera crear su propia mente.
—Muy bien —dijo, apartándola a un lado y poniéndose en cabeza—. Si te empeñas, ¡veremos adonde conduce esto!
Echó a andar, de prisa y sin esperar a que ella le alcanzase. Cyllan corrió tras él y, entonces, casi incapaz de detenerse en la brusca pendiente, estuvo a punto de chocar con Drachea, que se había detenido en seco, lanzando una exclamación de sorpresa.
Se hallaban ante una puerta de metal, pero era un metal que ninguno de los dos había visto antes. Tenía un brillo apagado, como de plata vieja y oxidada; sin embargo daba bastante luz para iluminar el pasillo y filtrarse en el sótano. Una iluminación peculiar y sin origen conocido... Algo en ella hizo que a Cyllan se le erizasen los cabellos, y su mano se detuvo a medio camino, sin atreverse a tocar la puerta.
Drachea había olvidado su escepticismo y contempló la puerta con nuevo interés.
—El Salón de Mármol... —dijo, hablando a medias consigo mismo.
Cyllan le miró.
—¿Crees que puede serlo?
— No lo sé. Pero parece posible..., incluso probable.
Lamiéndose los resecos labios, alargó una mano y dio a la puerta un empujón de prueba. Sintió un hormigueo en los dedos, que se transmitió a la mano y al brazo, y la puerta no se movió.
Drachea retiró la mano y la sacudió.
—Sea lo que fuere lo que hay detrás, debe ser importante. Esta puerta está cerrada o bien mágicamente protegida.
—Hay una cerradura —dijo Cyllan, señalando una pequeña ranura en un lado de la plateada superficie.
—Sí... —Drachea se agachó y miró entornando los ojos, pero teniendo buen cuidado de no volver a tocar la puerta. Después sacudió la cabeza y se levantó—. No se ve nada. — El resentimiento y la frustración se dejaron sentir en su voz—. Pero es el Salón de Mármol. ¡Lo siento en mis huesos!
Ella no respondió, pero siguió mirando la puerta. Sintió en su espina dorsal aquel cosquilleo que conocía tan bien; como si algo que estaba junto a los bordes de su conciencia psíquica estuviese despertando y asomándose a la superficie. Su visión se deformó momentáneamente de manera que vio la puerta de plata como desde una gran distancia; la ilusión pasó rápidamente, pero cuando sus sentidos recobraron la normalidad, pensó..., no, se imaginó, se dijo a sí misma, que sentía una presencia al otro lado. Algo que vivía, que sentía que ellos estaban allí, que esperaba y observaba...
Tal vez tuvo Drachea alguna impresión parecida, pues retrocedió súbitamente y palideció.
—La llave —dijo—. Tiene que haber una llave.
—Tú registraste el estudio del Sumo Iniciado — le recordó Cyllan—. ¿No había nada allí que pudieses pasar por alto?
—No lo sé... , es posible. Aunque sospecho que es más probable que, si esta puerta conduce al lugar que nosotros pensamos, la llave esté en posesión de Tarod. —Sonrió débilmente—. En fin de cuentas, si tú estuvieras en su lugar, ¿no tomarías esta precaución para que no fuese descubierto tu secreto?
Esto era lógico y, si Drachea estaba en lo cierto, la idea de intentar hacerse con la llave no le parecía muy alentadora a Cyllan. Sin embargo, quería abrir aquella puerta y ver lo que había detrás. Algo en este misterio la atraía, y no tenía nada que ver con la enigmática joya. Algo la estaba llamando, citándola, y el deseo de responder a la cita adquiría proporciones desmesuradas.
Alarmada por la fuerza de sus propios sentimientos, se apartó de la puerta y creyó oír, tan débilmente que podía ser una ilusión, un suspiro surgido de ninguna parte y que se perdió a lo largo del pasillo. Miró hacia atrás, no vio nada y, entonces, se dio cuenta de que Drachea estaba tan inquieto como ella.
—Deberíamos irnos —dijo a media voz.
Él asintió con la cabeza, tratando de disimular su anhelo. Volveremos. Encontraremos la llave, de alguna manera, y volveremos.
Le asió la mano al volverse y echar a andar de regreso a la biblioteca, Cyllan no sabía si para tranquilizarla a ella o para tranquilizarse él mismo. Al llegar al salón abovedado, Drachea cerró cuidadosamente la pequeña puerta detrás de ellos y, después, recogió los libros que había elegido.
—No sé si Tarod viene aquí alguna vez, pero no me gustaría encontrarme cara a cara con él. —Su sonrisa era forzada—. Será prudente que no nos entretengamos demasiado.
Cyllan no sabía lo que había sentido él detrás de la puerta de plata y dudaba de que se lo dijese. Ella no dijo nada; solamente miró una vez atrás, reflexivamente, mientras salían de la biblioteca y empezaban a subir la escalera.