17. Abordaje

Patricia y sus dos lugartenientes se aproximaron al barco del Tigre por la parte menos expuesta. El casco proyectaba una densa sombra sobre las aguas iluminadas por la Luna, y toda la atencion de los tripulantes se hallaba concentrada en la isla y en su trabajo; de modo que los tres no tenian que hacer otra cosa que nadar en silencio.

Al llegar junto al buque, se detuvieron tambien bajo la proa, agarrandose con manos ateridas a los eslabones de la cadena del ancla. Patricia no tardo en soltarse. Vio las mismas dificultades que el Santo para trepar por la cadena, por lo que nado a lo largo del buque para buscar una solucion. Descubrio la escala de cuerda que utilizara el Santo, y regreso para informar a sus companeros. La siguieron hacia la escala. Horacio avanzaba con la terquedad y fortaleza de los marinos, pero Algy estaba agotado, y durante el ultimo cuarto de milla tuvieron que aminorar la velocidad por el. Patricia se asio a la escala y subio un poco.

– Ya falta poco para descansar -dijo en voz baja, inclinandose hacia Algy y cogiendole de la mano-. Resista un poco mas, porque hemos de proceder ahora con rapidez para encontrar un sitio donde ocultarnos.

Trepo por la escala con tanta agilidad, que ningun viejo lobo de mar hubiese podido hacerlo mejor, y, al advertir que las cuerdas se tensaban, se dio cuenta de que sus companeros la seguian con rapidez. Antes de saltar sobre cubierta se asomo a la barandilla y vio que la tripulacion trabajaba activamente en cargar el oro. De un salto salvo la borda y se coloco a la sombra de la pared de enfrente. Poco despues aparecio la cabeza de Algy por la borda, y Patricia le hizo senas de que se reuniese con ella. Con alguna dificultad pudo saltar tambien sobre cubierta y fue al encuentro de Patricia, pero con paso vacilante y temblando de frio y de fatiga. Horacio le siguio de cerca.

– ?Como estamos?

Horacio se secaba el agua de los brazos y las piernas.

– Muy bien, senorita… Las cicatrices me duelen un poco.

– ?Y usted, Algy?

– Siento ser tan inutil -dijo castaneteandole los dientes-. Pero pronto estare bien.?Ojala pudiesemos encontrar el whisky del Tigre!

La joven se volvio hacia Horacio.

– ?Quiere usted guiamos un poco? -le pregunto-. No se nada de barcos. Llevenos a algun sitio donde sea dificil que nos descubran.

– Si -contesto el criado rascandose la cabeza-. No es facil en un barquito como este… Voy a ver si tienen aqui escotilla de proa, si no le importa sentarse en el escoben. Esperen un minuto.

– Dese prisa.

Mientras esperaba el regreso de Horacio, ofrecio el apoyo de su brazo a Algy, y estaba atenta a cualquier peligro. En la mano libre llevaba la pistola. Si alguien pasaba por aquella parte de la cubierta, tendria que verlos, y, en tal caso, la aventura terminaria para ellos… Pero la suerte les favorecio: nadie se acerco, si bien los dos oian las voces de los hombres que trabajaban a popa, asi como el ruido de la maquinilla y de las cabrias. Horacio regreso en seguida.

– ?Que hay? -pregunto Patricia en voz baja.

– Tenemos suerte: hay escotilla de proa. Vengan conmigo.

Rapidamente los llevo a la proa, manteniendose al socaire de la borda; en poco tiempo pudieron ocultarse mejor en la sombra de la amurada de proa.

Horacio quito la lona alquitranada y levanto la escotilla; despues ilumino el interior con la linterna para ensenarles el reducido compartimento, casi lleno de cuerdas.

– No es mucho -dijo Horacio como excusandose-, pero, de momento, es un refugio seguro.

Entre los dos ayudaron a Algy a bajar, Patricia le siguio y por fin se metio tambien Horacio, cerrando bien la escotilla, para que no descubriesen que la habian tocado.

– Bastante confortable -observo Horacio girando el haz de luz.

– ?Como esta usted, Algy?

Horacio proyecto la luz sobre el senor Lomas-Coper, que estaba livido y tembloroso. Mas, al parecer, la herida se habia cerrado con el agua, porque el panuelo estaba limpio. Algy intento sonreir.

– Me encuentro debil, pero estare bien cuando entre en calor. Temo no tener condiciones para pirata, Pat… Ha sido el golpe en la cabeza el que me ha fastidiado.

La joven se encogio todo lo que pudo para dejarle mas sitio a Algy, a fin de que pudiese descansar bien.

– Horacio y yo iremos a explorar hasta que usted se encuentre mejor -contesto-. Hemos de descubrir donde esta la gente del Tigre antes de entrar en accion. Creo que hay muchas personas a bordo, pero es preciso saber cuantas son, para atacarlas una a una sin que los demas se den cuenta. Ademas, estaran aqui Bloem y Bittle, pues, segun ustedes, se hallaban en el muelle, y el Tigre… Son los mas importantes y mas peligrosos, y no podemos cometer ningun error con ellos.

– Si. Lo mejor es ir atacando a los hombres aisladamente segun los vayamos encontrando -dijo Horacio-. Yo ire delante… Ahora mismo salgo. Tengo que ajustar cuentas con esa caterva de desalmados.

– Yo tambien tengo que ajustar una cuenta -observo Patricia-; de modo que primero saldre yo.

Horacio no era hombre que perdiera el tiempo en discusiones; ademas, tenia algo de diplomatico.

– Saldremos juntos -dijo-. Supongo que al senor Lomas-Coper no le importara quedarse aqui solo,?verdad?

– No se preocupen por mi -repuso Algy-. Yo saldre para ayudarles tan pronto me haya repuesto, y confio en que me dejaran a mi ajustar cuentas a ese canalla que me pego un tiro.

No habia realmente ninguna razon para no dejarle solo; asi es que Patricia acepto el consejo de Horacio.

Los dos salieron con grandes precauciones y colocaron la escotilla y la lona del mismo modo como lo habian encontrado. Mientras, Patricia pensaba en que podia hacer.

– Creo que el senor Templar tenia razon -dijo Horacio-. Hay pocos tripulantes a bordo. Me parece que abajo solo debe de haber un maquinista y tal vez un cocinero en la cocina.?Podria usted encargarse del cocinero, mientras yo busco al maquinista?

– Ya me las arreglare -le aseguro Patricia-. Dese prisa. Podemos encontrarnos despues bajo el toldo, frente al salon. Luego veremos como despachamos a los que estan cargando el oro.

– Bien hablado, senorita.?Recuerda la puerta frente a la escala por la que subimos? Baje por ahi; seguramente encontrara con facilidad la cocina.

Horacio la acompano hasta la puerta que daba sobre la escalera, donde se separaron. Sin fanfarroneria alguna, habia asumido para si la parte mas pesada del programa, porque ya habia podido ver que la escalera por la que se bajaba a la sala de maquinas estaba en la parte de popa, mas alla de la escotilla por la que cargaban el oro. Para llegar a ella sin ser visto tendria que colgarse fuera de la borda y avanzar asi sosteniendose unicamente con las manos, y regresar del mismo modo.

Tan pronto como la muchacha desaparecio, se colgo al otro lado de la borda y avanzo rapidamente, no deteniendose hasta que advirtio por el ruido que se hallaba a la altura de la escotilla grande de popa. Alli se detuvo y subio un poco para observar. Percibio las maniobras de carga y oyo una voz que decia:

– Tres viajes mas y habremos terminado.

– Diles que se den prisa. El capitan quiere salir pronto.

Horacio dejo de mirar y continuo avanzando. La banda del Tigre estaba trabajando mas aprisa de lo que habia supuesto, y en los tres viajes que faltaban no emplearian mucho tiempo. No era, pues, el momento mas oportuno para detenerse.

Horacio avanzo hasta alcanzar la parte posterior de la cubierta de popa y subio a ella en el sitio donde habia una chimenea de ventilador entre el y la tripulacion. Luego se acerco con paso rapido a la escalera de la sala de maquinas, alcanzandola sin ser visto.

Es muy dificil bajar una escalera de hierro sin hacer ruido, pero a Horacio le valio ir descalzo; llego sin dificultad hasta la escalera corta que llevaba directamente al sitio donde estaban las maquinas. Solo habia un hombre abajo, inclinado sobre el motor, ajustando una pieza. En aquel momento miro en derredor para buscar una llave inglesa, y entonces vio el peligro. El maquinista dio un grito que resono en el estrecho recinto, pero que seguramente no llego al exterior.

En seguida se fue al encuentro de aquel hombre, con traje de bano, que queria introducirse subrepticiamente en la sala de maquinas, y al hacerlo metio la mano en el bolsillo, encontrando dificultad para sacar el revolver. Esto dio a Horacio todo el tiempo que necesitaba y le ahorro tener que emplear el arma de fuego. Con un salto desde el ultimo tramo de la escalera se precipito sobre el maquinista, y los dos cayeron, pero la cabeza que poco despues dio contra la base del motor, dejando insensible a su dueno, no fue la de Horacio.

Estaba a punto de volver a subir a cubierta, cuando tuvo una idea y regreso junto a aquel hombre. Este tenia mas o menos la misma estatura que el, por lo que le miro la gorra y el mono de mecanico; luego metio su cuerpo, convenientemente atado, en un cuarto que cerro con llave. Poniendose el mono y el gorro de mecanico, Horacio se dijo que gozaba de mayores ventajas, porque podia moverse con mas libertad por el buque y, si encontraba a alguno de la banda, no lo reconoceria hasta que lo tuviese encima.

Ya se hallaba a medio camino cuando oyo fuertes pisadas en direccion a la escalera. Horacio bajo aprisa y se inclino sobre uno de los motores, preparado para cualquier ataque. Las pisadas se detuvieron junto a la escalera.

– ?Todo va bien, Jose? -oyo preguntar.

– Si, senor -repuso Horacio con voz fingida, sin levantar la cabeza.

– Saldremos dentro de una hora, o antes. No se preocupe ya del motor electrico. Tengalo todo preparado para poner en marcha el otro… Hemos de alejarnos a la mayor velocidad.

– Si, senor.

– Dare la senal tan pronto tengamos a bordo toda la carga, y entonces puede poner en marcha el motor grande.

Las pisadas se alejaron, y Horacio volvio a respirar. Habia visto una puerta de hierro al fondo de la sala de maquinas, pero creyo que era la que llevaba a los depositos de combustible. Asi era, en efecto, pero tambien pasaba por alli un estrecho pasillo que llegaba hasta el pie de la escalera auxiliar por la que se comunicaba con la parte de los camarotes. Percibio el ruido de la puerta al abrirse y con rapidez volvio a inclinarse sobre el motor como si estuviese trabajando.

El hombre que entro no hablo, pero Horacio noto el suave deslizar de los pies sobre el suelo grasoso, y los pelos se le pusieron de punta. Habia algo siniestro en la manera de acercarse de aquel hombre; tan silenciosos eran sus movimientos, que Horacio no los hubiese notado de no estar alerta.

Paso a paso se acerco el nuevo personaje, mientras Horacio examinaba, indiferente, una bujia del motor, pero muy atento al peligro que se aproximaba. Por lo que podia adivinar, el hombre estaba a pocos pasos de el, y no alcanzo a comprender el porque de tanta precaucion si se trataba de algun tripulante o alguien de la banda del Tigre, puesto que el no podia serle sospechoso llevando como llevaba el mono del mecanico y sin verle la cara. Sin embargo, por algun motivo que desconocia, sospechaban de el.

El instinto de conservacion le hizo volverse en el preciso momento, y el terrible golpe que iba dirigido a su cabeza paso rozando y dio sobre la caja del motor. Horacio se aparto y trato de saltar sobre el agresor, pero resbalo y cayo. Su enorme revolver estaba debajo del mono y no tuvo tiempo de sacarlo antes de que el atacante se le echara encima cogiendole por el cuello con mano de hierro…


Con solo dos ayudantes, uno de los cuales se hallaba temporalmente fuera de combate, Patricia lo tenia todo en contra. La unica probabilidad de exito estaba en la audacia con que procediesen. La menor vacilacion los exponia al fracaso. Estaba decidida a seguir asumiendo el riesgo con valentia.

Horacio habia ido a arreglar la cuestion del mecanico y era hombre de confianza de cuya eficacia no cabia dudar. Despues de quitar de en medio a su hombre, volveria al punto de encuentro, y si ella no acudia al cabo de un tiempo razonable, la buscaria y trataria de manera conveniente a los cachorros del Tigre que encontrase en el camino. La joven adivino que Horacio aun temia por la seguridad de ella y que dudaba de su habilidad de hacer algo practico. Asi que, para evitar enojosas discusiones, decidio tomar las riendas.

Los hombres que trabajaban como cocineros en los buques podrian no ser iguales a los demas hombres, como pensaba Horacio, pero al menos uno de la especie poseia la mentalidad de la gente corriente, porque comprendio muy bien la nota metalica en la orden que Patricia le dio desde la puerta de la cocina y con mucha prudencia decidio no alzar la voz pidiendo socorro.

– ?Arriba las manos! No abra la boca ni para respirar, porque podria ocurrirseme que va a dar un grito, y sus hijos quedarian huerfanos.

El hombre se volvio lentamente, con una sarten en la mano.

Vio en la puerta a una esbelta joven de aspecto energico que vestia un elegante traje de bano. En otras circunstancias, el cocinero, que no era tonto, hubiera podido admirar la perfeccion de la figura femenina y el milagro de un cuerpo que podia resistir una carrera de natacion de dos millas sin perder un atomo de su belleza. Pero solo tenia ojos para la fatidica pistola que la pequena mano sostenia con tanta firmeza en su direccion, y al alzar la mirada para contemplar el rostro de la joven pudo convencerse de que irradiaba inexorab~e decision de matar si no obedecia la orden.

– Me estoy cansando de esperar -exclamo Patricia con voz acerada-.?Arriba las manos!

El hombre empezo a alzar las manos y, de pronto, la pesada sarten salio disparada hacia la joven.

Patricia esquivo el golpe y la sarten fue a parar al pasillo, chocando contra la pared de enfrente. Vio que el hombre se echaba encima de ella y apreto dos veces el gatillo.

Esperaba oir las detonaciones, pero al ver que la pistola habia fallado, sintio como si hubiese recibido un golpe en pleno pecho. En aquella fraccion de segundo se dio cuenta de las palabras del Santo, que le dijo que iba a darle una pistolera impermeable para resguardar el arma del agua, y ella olvido llevarsela. La larga inmersion habia humedecido los fulminantes de las balas, y la pistola, de la que tanto dependia, era tan inutil como un trozo de hierro viejo. Mientras tanto, el hombre seguia corriendo hacia ella…

Casi sin saber lo que hacia, Patricia alzo la mano y tiro la inutil pistola contra el cocinero. Este recibio el golpe en plena frente y se derrumbo como fulminado.

La joven se quedo quieta, escuchando con gran atencion y preguntandose si alguien habria oido el ruido de la sarten. El corazon le latia furiosamente. Casi habia sido vencida en el primer asalto. Sin embargo, al parecer, nadie habia oido nada, y poco a poco recobro la serenidad y la calma. El impetu del cocinero casi le habia llevado fuera de la puerta, y ella tuvo que meterlo otra vez dentro. Despues recogio la sarten, la colgo en la pared y cerro la puerta.

El siguiente paso habia de ser sin duda en el puente. Alli solo estaria el capitan, a no ser que Bittle, Bloem o el mismo Tigre hubiesen subido tambien para desde alli ver el progreso de la carga. Patricia se sintio capaz de asumir ahora todos los peligros. Lo que le faltaba era un arma. La suerte le favorecio. Al volver por el pasillo, vio una puerta entreabierta y, por la abertura, una serie de rifles, cuchillos y revolveres. El Tigre disponia de un arsenal excelente.

Ella entro y escogio dos buenos revolveres. Debajo de la estanteria habia cajas con municiones, de modo que le fue facil cargar las armas y llevarse una provision. Al salir cerro la puerta y se guardo la llave en el cinturon. Asi los cachorros del Tigre estarian en desventaja en el caso de que se llegase a una lucha abierta.

Poco tardo en encontrar el camino que llevaba desde aquella parte del buque al puente de mando. Subio una escalera y se encontro en la cubierta superior, inmediatamente detras del puente, que estaba a mayor altura que aquella, encima de dos camarotes, uno de los cuales seria el del capitan, y el otro, seguramente el del Tigre. Se prometio investigarlos mas tarde. De momento, lo que mas urgia era atacar el puente de mando, puesto que el tiempo apremiaba y dentro de poco la tripulacion empezaria a invadir todo el buque para prepararlo para la salida. Aun percibia el ruido de la maquinilla de carga.

No muy lejos de la parte sombreada donde se habia ocultado durante unos segundos estaba la escalera que conducia al puente. La alcanzo con rapidez y empezo a subir.

Vio a un hombre inclinado sobre babor. La luz de la Luna permitia ver los botones dorados de su uniforme. Estaba contemplando el mar, mordisqueando la pipa, envuelto en sus pensamientos. En realidad, estaba pensando en la buena vida que se daria en El Cabo, cuyos secretos conocia; con el dinero del Tigre se proponia divertirse como nunca. Pero noto que algo duro se apoyaba en su espina dorsal y escucho una orden que no le era desconocida:

– ?Manos arriba!

La orden fue dada con voz suave, pero habia en ella tal tono de amenaza que obligo al capitan Maggs a obedecer sin chistar.

Una mano se metio en el bolsillo de su americana y le quito la pistola.

– Ahora puede volverse.

Maggs giro lentamente sobre sus talones y se quedo con la boca abierta al ver a la joven.

– ?Demonio de chica! -exclamo, envalentonandose al ver a una mujer-.?Caramba, chiquilla!?Sabes que eres valiente?

Empezo a bajar los brazos, pero Patricia le apunto con los dos revolveres al pecho. Las manos que los sostenian eran tan fuertes como si fuesen de piedra, y la aguda mirada del capitan no descubrio nerviosismo alguno en el rostro de la joven. Maggs, experimentado en todos los azares de la vida, leyo la amenaza de muerte en los ojos de Patricia y volvio a alzar los brazos.

– ?Baje la escalera! -ordeno Patricia-. Y no trate de escapar o de gritar. Tarde o temprano, habra tiros esta noche, y no me importa empezar por matarle a usted.

Maggs cumplio al pie de la letra las instrucciones de la joven. Era demasiado viejo para no conocer lo que era una fanfarronada y sabia que aquella muchacha con los dos revolveres no amenazaba en balde. Lentamente bajo la escalera y espero abajo, y no tardo en advertir que la muchacha habia bajado tambien y que volvia a clavarle las armas en la espalda.

– ?Donde esta el Tigre?

Maggs rio entre dientes.

– Esta usted equivocada, joven -dijo-. El Tigre no esta a bordo ni embarcara tampoco. Le han convencido para que desista.

– ?Donde le gustaria recibir el tiro? -pregunto ella glacialmente.

– Aqui si que no valen amenazas. Le he dicho y le repito que el Tigre no esta a bordo. No puedo decirle por que ni tampoco donde esta, pero si que le digo que los demas llegaron sin el, diciendo que acaso vendria mas tarde o que tal vez no vendria. Pregunteselo a Bittle.

Patricia no sabia si el hombre mentia, pero comprendio que estaba buscando la oportunidad de invertir la situacion.

– ?Donde esta Bittle?

– En el camarote de la izquierda.

– Lleveme alli -ordeno Patricia, quien, por la vacilacion del capitan, comprendio que este habia mentido, esperando que ella no insistiria en entrar en el camarote senalado, sino en el de la derecha, donde seguramente estaria Bittle.

Maggs abrio la puerta y ella le detuvo.

– Entre y mantengase alejado de la puerta. Si trata de darme con ella en las narices, le pesara.

Maggs se sometio a la fuerza; la joven le siguio y cerro la puerta de golpe con el pie. Se hallaba ahora en un dilema… Un hombre hubiese atado al capitan, pero ella no podia aventurarse a tal cosa, porque, desarmada, no tenia fuerza para luchar con aquel hombron. Con una mano sola no le seria posible atarlo. Tampoco podria dejarle libre en el camarote, cerrandolo solo con llave, porque Maggs podria romper la ventana y llamar a su gente tan pronto se marchase ella.

Sin pensarlo mas, cogio el revolver por el canon, lo levanto y lo hizo descender con todas sus fuerzas sobre la parte posterior de la cabeza del capitan.

Al verlo postrado en el suelo, inconsciente, Patricia se puso a temblar. Entrar al abordaje y dejar inconsciente a un cocinero recalcitrante en lucha abierta era una cosa, pero golpear a un hombre con un arma contundente a sangre fria era muy distinto.

Temio haberle roto la cabeza, matandolo, pero una rapida ojeada le demostro que aun seguia respirando, aunque, a calcular por la fuerza que habia puesto en el golpe, aquel hombre no se enteraria de nada en mucho rato.

"Ten coraje, Patricia -se dijo la joven, levantandose-. No se trata aqui de un te en la rectoria… No puedes ser sentimental. A ti te tratarian peor si te cogiesen, de modo que…?duro y a la cabeza!"

Ahora le tocaba el turno a Bittle.

Cerro el camarote de Maggs y escondio la llave detras de una cornamusa, donde podia encontrarla mas tarde si la necesitaba. Luego se dirigio a la otra puerta, giro el tirador y la abrio violentamente.

El camarote estaba, a oscuras. Busco la llave, y el cuarto se inundo de luz, tan brillante que casi la cego. De todos modos, pudo ver que no habia nadie dentro. Sobre la litera habia una maleta abierta, y ropa al lado. Un debil olor a humo de tabaco revelo que el ocupante habia estado alli recientemente. Sus ojos descubrieron pronto el cenicero en el que aun humeaba un cigarro acabado de encender. ?Es que Bittle seria capaz de salir dejando alli el puro apenas encendido?

Una sensacion de inminente peligro le produjo una comezon en la espina dorsal, como si sintiera el helado contacto de mil puas de acero… ?O significaba que Bittle volveria al instante? En tal caso, seria una estupidez advertirle de su presencia con la luz del cuarto. Volvio a apagarla, y la oscuridad reino de nuevo en el recinto.

Asustada, se volvio, y le vio muy cerca. Pero Bittle fue demasiado rapido. Antes de que ella pudiera moverse, ya le habia arrancado de las manos los dos revolveres.

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