Paradójicamente, al renunciar al poder, Sonia Gandhi se ha hecho todavía más poderosa. El pueblo, que admira los ideales de altruismo y renuncia tan engarzados en la religión y la filosofía hindúes, ha pasado de considerarla una líder política a venerarla como una diosa. Yeso la convierte en la persona más influyente de la India. En el mundo, su estatura no cesa de crecer. La revista Forbes la clasifica entre las tres mujeres más poderosas de la Tierra. No está mal para alguien que siempre ha despreciado el poder.
Es querida por el pueblo no sólo porque ha obrado el milagro de devolver el carácter aconfesional a un país que estaba en una peligrosa deriva, no sólo porque ha colocado a la cabeza de un sistema democrático corrupto y caótico a un hombre de gran inteligencia, irreprochable integridad y profunda experiencia, sino porque ha logrado conectar con el hombre y la mujer de la calle. Ellas valoran su sacrificio como madre y esposa; ellos, el sentido de su lucha. Todos admiran su entrega a los ideales de la familia. Entienden el sufrimiento que ha padecido al perder a Indira y luego al quedarse viuda, de manera tan trágica, de un marido tan joven y tan bueno que nunca debía haberse encontrado en la línea de fuego. Se identifican con ella.
El dolor ante la pérdida de los seres más queridos suscita la compasión de los que sufren todos los días, de forma anónima y en silencio, una vida de privaciones. Pero a los Gandhi no se les quiere tanto por pertenecer a una familia excepcional, sino por lo que tienen en común con la gente normal. Por ejemplo, las rencillas familiares: el desprecio que Nehru sentía hacia el marido de Indira; o las tensiones entre Indira y la mujer de Sanjay; o la hostilidad entre las cuñadas… nada de eso tiene que ver con la grandeza de espíritu, sino todo lo contrario, con la vida cotidiana de todo el mundo. Si la mayoría de las familias viven estos dramas domésticos en la intimidad de sus hogares, los Nehru-Gandhi los han vivido siempre a la luz pública, y encima manejando el destino de la mayor democracia que se haya conocido jamás. ¿Cómo no sentirse fascinados por personajes tan normales que sin embargo viven circunstancias tan extraordinarias? ¿Cómo no sentir interés por esa familia que ahora se encuentra dividida y en las antípodas del espectro político, Sonia y sus hijos dedicados al Congress, Maneka y Firoz Varun al BJP? Ése es el material mismo del que están hechas las grandes sagas de la mitología que nutren la imaginación del pueblo desde la noche de los tiempos. Para muchos habitantes de las aldeas y los campos de la India, la saga de los Nehru-Gandhi, que dura desde el siglo XIX y tiene visos de perdurar bien entrado el siglo XXI, es el puente que vincula su pasado feudal al presente democrático y, ojalá, a un futuro que se adivina más próspero. Si antes las dinastías servían para preservar el orden social, ahora sirven para reforzar el vínculo de los habitantes de una misma nación. Ayudan a unificar el país, a cimentarlo en el imaginario popular. Tienen un poco el papel que asumen las familias reinantes en las monarquías constitucionales, como en el Reino Unido, los países escandinavos o España. Es el caso de los Bhutto en Pakistán, los Bandaranaike en Sri Lanka, o los Rehman en Bangladesh. Es una tradición profundamente anclada en los países de Asia, aunque no exclusiva de esa parte del mundo. En Estados Unidos, las dinastías políticas han producido senadores, gobernadores y presidentes con regularidad, como ha sido el caso de los Roosevelt, los Kennedy, los Bush o los Clinton. En otros países, la familia no gobierna pero el manto ha pasado de padre a hija, como en el caso de Aun San Suu Kyi en Birmania. Es en Asia donde sin duda las dinastías políticas encuentran el suelo más fértil para reproducirse.
En la India, son muchos los que critican la política dinástica de «la familia» tildándola de poco democrática, pero eso es olvidar que, aunque una gran parte del electorado sea analfabeta, no significa que sea ignorante. En las dinastías modernas de los países democráticos, ya sean los Kennedy, los Bush o los Gandhi, el puesto no se hereda automáticamente, hay que ganárselo, como lo ha hecho Indira, y ahora Sonia. Si antiguamente las dinastías se imponían a los sujetos, hoy son los ciudadanos los que deciden seguir gobernados por clanes o familias. ¿Cuál es la razón? Para unos, tiene que ver con cierta nostalgia que impulsa al pueblo indio a recrear la clase gobernante del pasado con su horda de nababs, rajás, ranas y toda la panoplia de reyes-emperadores y sátrapas. Otros lo explican con argumentos de mercadotecnia: los apellidos son marcas tan reconocibles como las de pasta dentífrica o detergente yeso ayuda a orientarse en el marasmo de la política local. Otros piensan que quizás sea un reflejo para protegerse de los abusos del poder, esperando que los que ya están en la cumbre sean compasivos y magnánimos y no se dediquen al pillaje y al robo, un comportamiento más propio de los advenedizos.
Un efecto lógico de la renuncia de Sonia al poder fue que el prestigio de la dinastía Nehru-Gandhi saliera fortalecido. En 2006, en una conferencia del Congress en Hyderabad, los incondicionales de Sonia reclamaron un mayor papel para su hijo dentro de la organización. El coro de voces, ahora tan familiar, reclamaba la presencia de Rahul. Sonia les respondió que no pensaba influenciar en su hijo, que él era libre de elegir su camino. Y Rahul pidió tiempo. Pero, en septiembre de 2008, la antorcha ha empezado a cambiar de mano, al ser nombrado como uno de los secretarios generales del Congress, en una maniobra concebida para mezclar juventud con experiencia en la dirección del partido en vistas a las próximas elecciones generales. Ahora Rahul forma parte del comité directivo, el órgano de toma de decisiones del Congress. Por primera vez en muchos años existe un número dos en la organización que cuenta con el respaldo total del número uno. Desde hace meses, Rahul recorre el país galvanizando a sus seguidores y, al igual que su padre, está empezando a descuidar su seguridad personal. Varias veces, los agentes encargados de protegerlo se han quejado de que Rahul les despista o no hace caso a sus instrucciones. Él se da cuenta, como su padre, de que es imposible hacer política sin bañarse en multitudes. Muchos de los conflictos que surgieron en tiempos de Indira y de Rajiv se han solucionado o están en vías de solución, pero un personaje público, máxime si pertenece a «la dinastía», siempre está en peligro de ser agredido por algún fanático. Sin ir más lejos, en febrero de 2007, la policía arrestó a un hombre armado de una pistola en un mitin que daba Sonia en la ciudad de Almora. Resultó que el hombre, un empleado de Correos local, no formaba parte de ninguna conspiración, simplemente padecía trastornos psíquicos.
Recientemente, el asesinato de una vieja amiga de la familia en el vecino Pakistán ha venido a recordarles la fragilidad y lo tenue de sus existencias. Benazir Bhutto ha muerto de manera parecida a Rajiv. Ambos estaban fuera del poder pero estaban a punto de volver a conquistarlo. Ambos descuidaron su seguridad en aras de un mayor contacto con el pueblo. Los Gandhi saben que el atentado contra Benazir Bhutto es un reflejo de lo que les puede pasar en cualquier momento, si cometen el error de bajar la guardia. ¿Habrá aprendido Rahul a no dejarse llevar por el sentido del destino? El tío Sanjay habría seguido vivo si hubiera sido más cauto. Sus maniobras políticas para controlar a los sijs crearon un monstruo que devoró a su madre; Indira tampoco hizo caso cuando le dijeron que debía deshacerse de sus escoltas sijs. A Rajiv, el propio Rahul intuyó lo que iba a ocurrirle… ¿Habrán aprendido los miembros de esta nueva generación la lección de sus predecesores? De momento, Sonia sigue allí para recordárselo día tras día, para que nunca lo olviden.
Priyanka está alejada de la política y lleva una existencia tranquila en Nueva Delhi, ocupándose de su marido y sus hijos. En febrero de 2008, hizo un viaje al sur de la India que la puso en el candelero. Quiso hacerlo de incógnito, pero en seguida fue localizada por la prensa. Llevaba tiempo con la idea de visitar a Nalini Murugan, la mujer que cumple cadena perpetua por haber participado en el complot para asesinar a Rajiv. Han transcurrido casi veinte años desde el atentado en Sriperumbudur, pero el sufrimiento por la pérdida de un padre no cesa con el tiempo. Son heridas que nunca cicatrizan del todo. Priyanka quiso verse a solas con la mujer que ayudó a salvar de la pena capital cuando hizo intervenir a su madre para que se la conmutaran. ¿Para qué fue a verla? «Es un asunto puramente privado -declaró a la prensa-, una visita personal que es fruto de mi propia iniciativa.» Ambas mujeres rompieron en sollozos cuando se encontraron frente a frente en la destartalada sala de visitas de la cárcel. Se supo que, al final del encuentro, hablaron de sus experiencias de dar a luz a sus respectivos hijos, ya que a ambas se les tuvo que practicar una cesárea. Hablaron de la vida más que de la muerte, lo que sugiere que Priyanka la había perdonado. ¿No son la justicia y el perdón etapas imprescindibles para reconciliarse con una tragedia? Al término del encuentro, Nalini confesó a su propio hermano que sentía «como si todos mis pecados hubieran sido lavados por la visita de Priyanka». El hinduismo enseña que el perdón no es señal de debilidad, sino de fuerza. Es una manera de liberarse, de encontrar la paz. «Mi encuentro con Nalini ha sido mi manera de hacer las paces con la violencia y la pérdida que he vivido.» Ésa fue la declaración de Priyanka, tan escueta y sencilla como heroica, que terminaba de la siguiente manera: «No creo en la rabia, ni en el odio ni en la violencia. Me niego a dejar que esos sentimientos dominen mi vida.» Los Gandhi siempre han sabido crecerse con la adversidad. Dios les proteja.
Sonia vive una existencia recluida en su fortaleza del número 10 de Janpath, aunque Paola, su madre, pasa los inviernos con ella. Todos los domingos se la puede ver en misa de diez en la iglesia de la nunciatura. Aparte de sus hijos, Sonia se rodea de unos pocos amigos íntimos, los mismos que tenía cuando Rajiv vivía. No se deja ver fácilmente, excepto en los actos oficiales. No se mezcla con la farándula de Nueva Delhi, ni frecuenta el ambiente diplomático. Se reúne con los ministros del Congress y otros líderes de la coalición tantas veces como lo solicitan. De media, en su calidad de presidenta del partido y líder de la coalición en el poder, puede llegar a ver a unas treinta personas al día y a examinar decenas de informes. Su pequeño despacho en el Comité del Partido del Congreso está siempre lleno de gente pobre que viene a pedir ayuda. Su secretaria tiene instrucciones de atenderlos a todos.
Fiel a la costumbre que heredó de su suegra, procura ayunar un día a la semana y hacer ejercicios de yoga todas las mañanas. La mujer que un día confesaba sentirse mal vestida de india se ha trasformado hoy en una señora elegante que sólo viste saris. Le siguen fascinando las telas así como la artesanía tradicional y las antigüedades. Le gustaría tener más tiempo para leer. Aprovecha los días de vacaciones que todos los años se toma en junio para descansar en casa de un viejo amigo de la familia, el periodista Suman Dubey, en Kosani, en las estribaciones del Himalaya, y es cuando se pone al día en las lecturas atrasadas. Le gustan esas montañas que le recuerdan a los Alpes de su infancia y sueña con hacerse una casa propia para huir del calor premonzónico en compañía de sus hijos y nietos. Los viajes que hace al extranjero suelen ser oficiales o para dar alguna conferencia. Ahora se la ve menos crispada. Ha declarado que se encuentra «cómoda» en política, a pesar de que podría hacer suyas las palabras de Benazir Bhutto: «No he elegido esta vida. Me ha elegido a mí.» Quizás no tenga las riendas de su vida, pero tiene bien asidas las del país. Hasta sus oponentes admiten que no da un paso en falso. Tanto sus detractores como sus simpatizantes coinciden en reconocer su habilidad para manejar las reglas de un gobierno de coalición, algo que ni Indira ni Rajiv se vieron en la obligación de aprender nunca. Sonia ha sido capaz de desarrollar una relación armoniosa con algunos colaboradores políticos próximos, una relación basada en la lealtad mutua. Nunca Indira hubiera podido tener una relación como la que la une a Manmohan Singh.
Uno de los grandes logros de Sonia ha sido la lucha contra la corrupción. ¿No calculaba Rajiv que el 85 por ciento de todos los gastos de desarrollo en la India acababan en los bolsillos de los burócratas? Para evitarlo, Sonia y el primer ministro Manmohan Singh lograron que el Parlamento votase una ley que permite a cualquier ciudadano examinar las ofertas de los contratos de licitación pública y evitar así la prevaricación y el cohecho. La gente en posición de poder está ahora obligada a ser mucho más cauta a la hora de hacer sus chanchullos, porque existe la posibilidad real de caer en las redes de la justicia. Tanto Sonia como el primer ministro saben que es en la capacidad de reformar el Estado, de modernizarlo y limpiarlo de corrupción, donde yace la clave del desarrollo de la India, que a pesar de todo, durante los últimos quince años, ha sido el país del mundo que más rápidamente ha crecido después de China. Si se consiguen esas reformas se prevé que en un par de décadas la economía india será la tercera economía mundial. El país habrá dejado atrás su pasado arcaico y habrá conquistado un futuro liderado por la ciencia y la tecnología. Se cumplirá entonces el viejo sueño de Nehru.
Hoy por hoy, los pobres sólo tienen el consuelo de las proyecciones oficiales que les auguran una renta per cápita treinta y cinco veces mayor para entonces. Ellos son la mayor preocupación de Sonia. Quizás sea el resultado de su formación católica, o porque tiene muy presente que nació en una familia humilde allá en los montes Asiago, pero le siguen hiriendo los contrastes de la India. ¿No decía Indira que todo lo que se dijese de la India, y lo opuesto, era igualmente cierto? Bombay cuenta con el barrio de chabolas más grande de Asia y la mayor concentración de prostitutas infantiles del mundo, pero se acaba de convertir en la cuarta ciudad del planeta en número de billonarios -uno de ellos ha regalado un Airbus a su mujer para su 44.0 cumpleaños-. ¿Cómo acostumbrarse a esas diferencias? ¿Cómo es posible que el Estado se muestre incapaz de construir letrinas en los barrios de chabolas, o de suministrar tiza a las escuelas o jeringuillas limpias a los dispensarios rurales y, sin embargo, el programa espacial sea considerado tan bueno como el de cualquier potencia occidental, o quizás mejor? El día en que se acostumbre será el día en que tenga que dejar la política.
Lo que ha hecho Sonia ha sido rodearse de expertos en desarrollo como la activista Aruna Royo el economista belga Jean Dreze, que vive en un barrio de chabolas de Delhi con su mujer india. Juntos han esbozado un plan de ayuda a las zonas rurales que significa el mayor esfuerzo jamás realizado por el Estado indio para mejorar la situación de las poblaciones del campo. Pero los obstáculos para poner en práctica estos programas de desarrollo son enormes. La India, con sus aeropuertos destartalados, sus carreteras desmoronadas, sus enormes barrios de chabolas y sus aldeas empobrecidas, necesita todos sus recursos para construir infraestructuras de todo tipo, y en esa carrera hacia el desarrollo la suerte de los más pobres sigue sin ser prioritaria en la mente de los tecnócratas que dirigen el país. La idea que prevalece en el gobierno, la de que el desarrollo terminará por incluir cada vez a más gente y que así se acabará con la pobreza, era la idea que defendía Rajiv. «Pero ¿cuándo?», pregunta Sonia, que no olvida el compromiso adquirido con los pobres que la han votado. Se resiste ante los argumentos excesivamente técnicos de sus propios aliados, los hombres que ella misma ha aupado al poder, incluido el poderoso ministro de Finanzas. Para él, esos programas se alejan de la ortodoxia económica; para ella, son imprescindibles para dar sentido al poder que el pueblo le ha confiado. ¿No decía Víctor Hugo que «todo poder es deber»? Sonia lo tiene muy presente, y no ceja en su lucha. En los distritos donde ha conseguido que se ponga en práctica el programa de garantía de cien días de empleo, los campesinos han notado la diferencia. Es la diferencia entre la pobreza y la miseria. El programa no les saca de pobres, pero evita que caigan en el pozo de la miseria, que es cuando a la escasez material se une la desesperanza. Es la diferencia entre la vida y la muerte. El otro programa es más difícil de implementar. Se trata de dar a los campesinos créditos bancarios a interés muy reducido para liberarlos de la tiranía de la deuda que tienen contraída con los prestamistas locales y que les empuja muchas veces al suicidio. Es un problema que viene de lejos, y ya Indira quiso hincarle el diente cuando estaba en vigor la Emergency. Es difícil de solucionar porque la mayoría son analfabetos y no saben lo que es ir a un banco. Lo importante es darles una salida, una luz de esperanza, que sepan que nadie tiene que quitarse la vida por no poder devolver un puñado de rupias. Gracias a Sonia, los «más pobres de entre los pobres», como ella los llama según la expresión popularizada por otra europea que dejó su marca en la India, la Madre Teresa, tienen una aliada fiel. Una aliada que los tiene bien presentes, todos los días y en todo momento, esté en la cúspide del poder, o fuera de él.