23 de mayo

Sí, otra vez en Leningrado. Contra todo lo previsto el tiempo es magnífico, perfectamente luminoso y casi tibio. Me instalaron en el Europeiski, el hotel imperial donde estuve alojado la última vez hace siete u ocho años, para estar presente en la inauguración de la muestra de Orozco en el Ermitage. A media mañana hice una visita de cortesía a la Unión de Escritores de la ciudad, un palacio bellísimo con interiores rococó que combina fatal con los muebles de oficina soviética y sobre todo con las funciones de ese cementerio. En ningún momento pude acercarme a un tema actual. Se me ocurre que de Moscú habrán informado lo mal que me porté allí y que hayan dado instrucciones para que en la reunión con escritores locales me mantengan callado. Los escritores que me recibieron sólo hablaron de literatura (por así decirlo) y tan sólo sobre la importancia del paisaje en la narrativa rusa. Hablaban y gesticulaban con brío; aún no terminaba uno su monólogo, cuando ya otro salía en su relevo, un juego de preguntas y respuestas. Alguien hacía una pregunta retórica y artificiosa como ¿no es, acaso, la literatura rusa soviética la que más ha enaltecido a la naturaleza, desde la revolución hasta nuestros días?, cuando el de enfrente respondía: Pero, claro, desde luego, el bosque, el río y el mar son los temas que nosotros más cultivamos, también el desierto, la estepa, la tundra, lagos tan grandes que parecen océanos, todo lo tenemos y a todo le cantamos. Y sólo faltaba que aparecieran balalaikas y se pusieran a cantar en honor de cada una de esas conformaciones de la costra terrestre y también, de paso, de la fauna y los minerales; y entre tanto bebíamos café, comíamos galletas, postres; y cuando los platos se vaciaron, se pusieron de pie, me agradecieron la visita, me acompañaron al portón y cuando me di cuenta estaba ya en la calle. Por la tarde, una obra de teatro rusa contemporánea sobre problemas familiares, la incomunicación entre generaciones; me aburrió tanto que aproveché el intermedio para escabullirme. Me lancé a la calle y caminé, caminé, caminé durante varias horas. ¡Qué esplendor! ¡Vaya!¡Nada tan espléndido, intenso y trágico como esta ciudad! ¡Qué melancolía! Un trozo del paseo lo hice conversando con un periodista uzbeko, a quien conocí en la librería de lance de la calle Gorki. Hablamos, hasta donde me daba el ruso, de literatura y de ciudades. Se asombró de que conociera su país: Tashkent, Samarcanda, Bujara. Tampoco él quiso hablar sobre la actualidad política y social del país, y desvió las pocas preguntas que aventuré, como si no tuviera el menor interés por lo que sucedía en esos días, lo que significa que los movimientos actuales no le resultaran gratos, o que fuera excesivamente cauto y, al no conocerme de nada, lo mejor sería mantenerse en silencio para evitar un conflicto en su trabajo, por ejemplo. Llegué a mi cuarto hace una media hora. Leí unas cuantas páginas de La nave blanca, de Chinguiz Aitmatov, y subrayé algunas líneas: "Se dice, y no en vano, que la gente no perdona a quien no se sabe hacer respetar. El no lo sabía… Era un buenazo, y a primera vista se le notaba esa ingrata calidad humana". Luego entresaqué de una revista italiana otra cita de un diario de Canetti. El día que la escribió cumplía cincuenta y cinco años: "Quiero aprender otra vez a hablar, a los cincuenta y cinco años: no se trata de aprender una nueva lengua, sino de hablar. Desprenderme de los prejuicios, aun cuando no quede otra cosa importante. Volver a leer los grandes libros, los haya leído o no. Escuchar a la gente, sin desear vencerla, sobre todo a la que nada tiene que enseñar. Dejar de pensar en el miedo como medio de consumación. Combatir a la muerte, sin dejar de llevarla en la boca durante todo el tiempo. Con un único lema: valor y honradez…" Yo, el que transcribe esos pensamientos, cumpliré dentro de tres años los cincuenta y cinco… los que tenía Canetti cuando escribió esas palabras… Aprender el lenguaje, aprender a hablar, y aprender que no tiene uno que desear ser respetado… que la vida es otra cosa mucho más misteriosa y más sencilla… por ahí debe estar el camino. Me esforzaré en el intento, con valor y honradez, hasta donde pueda. ¡Ojalá!

Загрузка...