Cal, Penny y la niña se marcharon cuando llego Sandy para hacer su turno. Sandy ayudó a Lori a recoger los restos.
– Llévate lo que quieras -le ofreció Lori-. No creo que Gloria quiera repetir y a Reid no le conviene.
– No sé… -Sandy sonrió-. A mí me parece que está muy bien.
– Me refería más a su corazón que a poder meterse los vaqueros -replicó Lori-. ¿No estás prometida?
– Estoy enamorada, pero no muerta. Es un hombre guapo. ¿Tienes tú algún motivo para no llevarte tu parte? Sé que está interesado.
A Lori se le paró el pulso.
– ¿Cómo dices? -preguntó con un susurro y casi sin poder respirar-. A mí no me lo parece.
– Podría equivocarme -Sandy se encogió de hombros-, pero no lo creo. Te mira… como si le importaras. Eres importante para él.
– ¿Para Reid…?
A Lori le fastidió desear tanto que eso fuera verdad y volvió a sentirse penosa.
– Tengo cerebro -añadió Lori.
– Reid se queda con lo fácil porque puede -le explicó Sandy-, pero ninguna de nosotras significamos nada para él. Tiene algo que me hace pensar que lo ha pasado mal, no sé qué.
Sandy era asombrosamente perspicaz, se dijo Lori. Había captado lo que ella no se había imaginado. Al acordarse de la historia de amor y rechazo que le había contado, Lori quiso ir a buscarlo para pedirle perdón por haber pensado que era tan superficial que no tenía sentimientos. También quiso preguntarle por el resto de la historia. Tenía que haber algo más.
– Haz lo que quieras -siguió Sandy-. Lo harás en cualquier caso, pero no descartes a Reid todavía. Creo que le gustas mucho.
Lori no supo que decir y notó que se sonrojaba, algo que no soportaba. Sandy era una persona generosa que no sería cruel intencionadamente. Si lo decía, era porque creía sinceramente que a Reid le interesaba ella: algo que, sin embargo, hacía que dudara de su inteligencia.
Aun así, lo peor era la extraña mezcla de resignación y esperanza que le había transmitido Sandy con su fe. Quería que Reid sintiera algo por ella, pero, por mucho que lo quisiera, era tan improbable como imposible de imaginárselo. Era como si volviera a tener dieciséis años, pero con un conocimiento de sí misma que la abrumaba.
– Tengo que irme. Hasta mañana -se despidió Lori.
Recogió el bolso y la chaqueta y fue hacia la puerta. Sin embargo, cuando pasó junto a las escaleras, giró y las subió. Durante los dos primeros días había explorado la casa, pero una vez que se hizo una idea, no había vuelto a darse una vuelta. Desde que Reid se instaló allí, el piso de arriba era terreno vedado. Aun así, sabía qué habitaciones se había quedado. Al fondo de la casa había un dormitorio con sala, cuarto de baño y una terraza con vistas magníficas de la ciudad.
Se acercó a la puerta entreabierta y llamó con los nudillos. Desde el pasillo no veía nada, pero Reid apareció enseguida. Había pasado casi toda la tarde con él y volver a verlo no debería impresionarla, pero la sangre le bulló.
– Hola -la saludó él con una sonrisa que casi la derritió-. Creía que te habías ido a casa.
¿Qué tenía ese hombre? ¿Por qué precisamente él? ¿Por qué en ese momento? Era guapo, evidentemente, pero a ella nunca le habían importado las apariencias. ¿Qué pasaba entonces? ¿Qué mezcla de deseo y atracción impedía que pudiera deshacerse de él?
Reid se apartó de la puerta y ella entró. Los muebles era elegantes, pero cómodos. Como todo en casa de Gloria, era perfecto. Reid llevaba vaqueros y una camiseta y no llevaba botas, sólo los calcetines. Era considerablemente más alto que ella, lo que hacía que se sintiera femenina e incapaz de mantener una conversación racional. Había una botella de cerveza en la mesita.
– ¿Quieres una? -preguntó él.
Ella sacudió la cabeza, pero cambió de idea.
– Sí, gracias.
Sacó una cerveza de una nevera disimulada, la abrió y se la dio. Ella la tomó, dejó el bolso y se sentó en el borde del sofá. Él se sentó en el extremo opuesto con aire interesado.
– Lamento lo de antes -dijo ella-. Siento lo que dije y lo que hablamos.
– ¿Puedes ser un poco más concreta? -Reid frunció el ceño-. No recuerdo a qué momento te refieres.
– Yo te regañé por las mujeres y tú me hablaste de Jenny. No sabía que te había pasado algo así. No debería haberte juzgado.
Él dio un sorbo de cerveza.
– Te gusta juzgarme. Hace que te sientas superior.
Ella se sonrojó por el remordimiento y el bochorno.
– Eso no es verdad -replicó, aunque sabía que era mentira y le gustaba.
– Vamos, Lori. Crees que soy un inútil completo.
– No inútil. Vago.
– Vaya…
– No haces nada porque no lo necesitas. Como con Jenny. ¿Renunciaste al amor porque te rechazó o te vino muy bien para no volver a enamorarte?
– Vaya, vaya. No te gusto mucho, ¿eh?
Ella notó un destello de emoción en los ojos de Reid. ¿Le había hecho daño? Sabía que se le podía hacer daño, pero no se había imaginado que pudiera hacerlo ella.
– Si me gustas -replicó ella impulsivamente-. Mucho.
– ¿De verdad?
– Quiero decir que eres un tipo estupendo -Lori se había ruborizado-. Pero le gusta disimular tus virtudes.
Reid arqueó las cejas y ella se ruborizó más.
– Mis virtudes. Interesante. ¿Como cuáles?
Estaba pinchándola. Le gustaría pensar que estaba coqueteando con ella, pero no estaba segura.
– Eres listo y te preocupas por la gente. Tienes corazón y captas las cosas. Sin embargo, lo disimulas todo con una fachada de ser superficial e inútil.
– Jugar al béisbol no era ser inútil.
– No me refería a tu trabajo. Hablaba de tu actitud. Actúas como si no tuvieras la culpa de nada. Como acostarte con las enfermeras. Quieres que crea que pasó sin querer, pero no es así. Tú hiciste que pasara -Lori se sintió más relajada-. No te haces responsable de tus relaciones. Ahora sé más o menos por qué.
– Veo que sigues en tu salsa al criticarme.
– No quiero decir lo que dije de mala manera.
– Claro que no -Reid la miró-. Estás enfadada porque no intenté acostarme contigo.
Fue como si su peor pesadilla se hubiera hecho realidad. Se sintió humillada por tercera vez en unos minutos, pero ésa vez fue infinitamente peor que las otras. No pudo hablar ni respirar, sólo pudo prepararse para oír cómo le decía lo insulsa que le parecía. Lo diría con delicadeza, claro. Diría algo cortés, pero el mensaje sería el mismo.
– No lo pediste -Reid la miro directamente a los ojos-. Te ocupaste de dejarme muy claro que te parecía un ser rastrero, lo cual habría podido soportar. Pero ¿no pedirlo? -se encogió de hombros-. Ése es el motivo.
Ella le daba vueltas a la cabeza a toda velocidad.
– ¿Te acostaste con Sandy y Kristie porque te lo pidieron?
Él asintió con la cabeza. Ella abrió la boca y volvió a cerrarla. Tenía que haber algo más.
– ¿Quieres decir que sólo te acuestas con las mujeres que se ofrecen?
– En gran medida. Si se abalanzan sobre mí o se presentan desnudas en mi habitación, soy suyo.
Ella no podía creérselo.
– ¿Quieres una relación en la que sólo tienes que estar allí?
– No es una relación -replicó él-. Es sexo, pero sí.
– ¿Las mujeres lo hacen? ¿Van y se ofrecen?
– Con frecuencia.
– ¿No tienes otro requisito?
– Nada de maridos ni novios formales -Reid sonrió-. No quiero que me aticen.
– Entonces, si pudieras persuadir al marido, ¿las casadas te parecerían bien?
Él negó con la cabeza.
– Era una broma, Lori.
– No estoy muy segura. No puedo creerme que sea tu único límite. ¿Ni la edad ni el aspecto?
– Me gustan las mujeres; todas las mujeres. Siempre me han gustado.
– No eres tan libidinoso. Tienes sentimientos. Tienes que querer algo más.
– ¿Por qué? ¿Porque tú lo hagas?
No estaba dispuesta a hablar de ella.
– Porque eres una persona, no una máquina sexual.
– Me gusta la idea de ser una máquina sexual -Reid sonrió.
– Reid, estoy hablando en serio.
– ¿Por qué? ¿Qué buscas? Quieres descifrar esto, pero ya sabes las respuestas. No lo compliques más. Las mujeres se ofrecen y acepto. Nada más.
Ella quiso acusarlo de mentiroso, pero tuvo la sensación de que estaba diciendo la verdad.
– Me ofende que haya mujeres tan estúpidas que van ofreciéndose.
– ¿Por qué? Consiguen lo que quieren.
Ella tuvo la sensación de que era verdad.
– ¿Y tú? ¿Consigues lo que quieres? No me creo que no pidas más de ti mismo. Según tú, si yo te dijera: «Hola, grandullón, ¿quieres un poco de marcha?», ¿te acostarías conmigo ahora mismo?
Ella no había pensado la pregunta, estaba hablando por hablar, pero lo había dicho y nunca había estado tan espantada. Reid la miraba como no la había mirado nunca. Ella captó toda su virilidad y cómo lo anhelaba. Había manifestado su deseo y al hacerlo se había expuesto al mayor de sus temores. Iba a rechazarla. Él la apreciaba lo suficiente para hacerlo con delicadeza, pero el resultado sería el mismo, la dejaría destrozada.
– Tengo que marcharme -dijo ella mientras se levantaba-. Estás ocupado y tengo que ir a casa. Ha sido estupendo, pero…
Él se levantó y la agarró de la mano. Ella intentó zafarse, pero él no la dejó. Se le oscureció más la mirada sombría, pero no en el mal sentido, sino como si ardiera sin llama. ¿Qué le pasaba? Se preguntó ella. Era una pregunta ridícula, lo que le pasaba medía dos metros, era puro músculo y con un atractivo físico que la dejaba temblando.
– No soy tu tipo -dijo él mirándola fijamente, como si quisiera adivinar lo que estaba pensando.
Ella abrió la boca y volvió a cerrarla. ¿Qué podía decir a aquello? Él se acercó un paso más. La humillación era inevitable. ¿Por qué no acabar con aquello para que pudiera tocar fondo y empezara a intentar reponerse?
– Jamás, ni en un millón de años, te gustaría alguien como yo -siguió él-. Crees que soy superficial e inútil.
– Eso no es verdad -replicó ella como impulsada por un resorte-. Creo que tú…
Siempre había oído decir que las personas usaban menos del diez por ciento de su cerebro y eso dejaba mucho terreno inexplorado. De repente, su undécimo porcentaje cobró vida.
– Crees que no me gustas -siguió ella casi sin creer que fuera verdad-. Tienes miedo de que crea que ocupas un espacio estéril.
– No tengo miedo. Me has dicho exactamente eso de todas las formas posibles.
Efectivamente, se lo dijo la primera vez que se conocieron. Sin embargo, ¿qué podía importarle su opinión? No existía la más mínima posibilidad de que ella le gustara, ¿o sí? Eso hizo que pensara que quizá lo hubiera ofendido. No era probable, pero una vez que lo había pensado no podía dejar las cosas así.
– Reid, no tengo mala opinión de ti -susurró ella-. No puedo. No eres como me imaginaba -Lori sonrió-. Algunas veces eres peor, pero, en general, eres mejor.
Él le tomó una mano y la miró a los ojos. Su mirada tenía algo absorbente, algo que hizo que se inclinara hacia delante con esperanza.
– Me desconciertas completamente -reconoció él-. Prefiero las mujeres simples.
Lori se sintió fuera de lugar. Se soltó y dio un paso atrás.
– No te entretendré más.
Fue a darse la vuelta, pero se lo encontró otra vez delante. La estrechó contra sí en medio de maldiciones en voz baja. Era un disparate, pero la besó en los labios y el disparate se tornó en algo increíble. Ella no se apartó porque ni pudo ni quiso. Se entregó al lento roce de sus labios. Fue un beso sexy y cautivador, pero daba a entender que tenían todo el tiempo del mundo.
Él le pasó el pulgar por el labio inferior. Ella quiso mordérselo, pero habría sido agresivo y muy sexual, algo que no había hecho nunca. Se quedó quieta y sintiéndose ridícula.
– Tranquila -Reid la estrechó con más fuerza, le quitó las gafas y las dejó en la mesita-. A no ser que no quieras hacer esto…
Ella no sabía muy bien qué era «esto», pero si implicaba sentir su musculoso pecho contra los pechos y sus muslos contra los de ella, estaba deseándolo.
– Estoy bien -susurró.
– ¿Bien? -preguntó él con tono burlón-. ¡Caray! Estoy emocionado. He conseguido que te sientas bien. A lo mejor me merezco lo que han dicho de mí en el periódico.
Ella quiso bromear también, pero estaba asustada. Lo miró a los ojos para buscar inspiración.
– Reid, yo…
No se le ocurrió nada. No sabía cómo iba a acabar aquello, pero no quería que él parara. Sin embargo, ¿cómo podía decírselo? Decidió no decir nada, se inclinó un poco más y lo besó. Fue un beso casi casto, un roce de los labios con las manos apoyadas en el pecho de él. Ella notó su calor como si le irradiara de todo el cuerpo. También notó que olía a limpio y tentador al mismo tiempo. A hombre, pecado y sexo. El anhelo se adueñó de ella. Quizá fuera como las demás mujeres que se ofrecían a él con la esperanza de que las tomara. Si era así, no podía hacer nada para evitarlo. Temía que la rechazara, pero por una vez en su vida, en lo que se refería a los hombres, temía mucho más no intentarlo.
Se puso de puntillas, lo abrazó del cuello y volvió a besarlo. Esa vez intentó transmitirle todo su deseo con algo tan sencillo como un beso.
Por un instante, no pasó nada. Sin embargo, cuando la humillación hacía presa de ella, él la abrazó y le devolvió el beso. Las lenguas se encontraron. Él le acarició la espalda hasta alcanzarle el trasero. Cuando lo tomó entre las manos, ella sintió una oleada de deseo. Instintivamente, se arqueó y notó la erección de Reid contra el vientre. La felicidad explotó en su cerebro como una nube de confeti. Los hombres no podían disimular esa dureza. Estaba tan feliz que empezó a reírse. Él se apartó para mirarla.
– Vas a complicarlo todo, ¿verdad?
– No -ella no podía dejar de sonreír-. Estoy disfrutando el momento.
– No deberías reírte…
– ¿Hay normas? -bromeó ella mientras lo estrechaba más para cimbrearse contra su erección-. Vamos, Reid, también podemos divertirnos.
– No creía que fueras de las que se divierten.
Normalmente, no lo hacía, pero ésa no era una circunstancia normal.
– No me divierte jugar al prisionero que se escapa y la mujer del vigilante, pero tampoco me gusta que todos los momentos sean solemnes.
– ¿Has jugado alguna vez al prisionero que se escapa y la mujer del vigilante? -preguntó Reid con incredulidad.
– No.
– Entonces no puedes saber si te gusta -Reid se apartó y la tomó de la mano-. Vamos.