Lori hizo todo lo posible por serenar su respiración. Era un poco bochornoso seguir jadeando diez minutos después. Sin embargo, si se tenía en cuenta por todo lo que había pasado su cuerpo durante la última media hora, quizá fuera lo mínimo que podía esperarse.
Se sentía débil e incapaz de moverse. Irradiaba satisfacción por cada poro.
Reid la abrazó con un brazo y le acarició el costado.
– Increíble -Lori resopló-. Te digo en serio lo del culto. Cuenta conmigo.
Él la besó en vez de contestar. Lo hizo con cariño y ella, sin darse cuenta, notó que le brotaban las lágrimas. ¿Lagrimas después de hacer el amor? Se sentó y miró el reloj que había en la mesilla. Eran casi las cinco; una hora después de que hubiera terminado su turno.
– Tengo que irme -lo dijo fundamentalmente por las lágrimas, pero, también, porque casi nunca llegaba tan tarde-. Madeline se preguntará qué me ha pasado.
– Déjala con su chico -dijo Reid abrazándola otra vez-. Llámala y dile que no irás a cenar. Quédate conmigo.
Distintos pensamientos se amontonaron en su cabeza sin orden ni concierto, pero Reid quería que se quedara. ¿Acaso los hombres no lo hacían y luego se largaban? Ella habría apostado cualquier cosa a que él era uno de ellos. Un hombre que sólo buscaba sexo no quería compañía después. Entonces ¿era un caso extraordinario o se trataba de una situación completamente distinta?
Ella sabía qué quería que así fuese, pero no iba a preguntarlo.
También estaba el comentario del chico de Madeline. Como si él fuera su chico, el de ella. ¿En qué planeta? Para terminar, quería quedarse, pero tenía miedo. Miedo de los sentimientos. Miedo de que él la aplastara como si fuese una niña abrumada por los sentimientos. Una mujer fuerte y conocedora de sus posibilidades afrontaría sus temores. Una mujer inteligente que quisiera sobrevivir saldría corriendo como alma que llevaba el diablo.
Él le acercó su móvil y sonrió. La sonrisa la cautivó. Estaban desnudos, en su cama, y ella había tenido la experiencia sexual más increíble de esta vida o de cualquier otra. ¿Por qué iba a querer marcharse?
– Hola, soy yo -saludó Lori a Madeline cuando descolgó.
– Qué interesante -comentó Madeline con tono burlón-. Según la pantalla, estoy hablando con Reid Buchanan.
– Te llamo… desde su móvil.
– ¿Vas a decirme por qué?
Lori sabía que se lo confesaría más tarde, pero en ese momento no quería entrar en detalles.
– Quería decirte que llegaré un poco tarde esta noche.
Reid la tumbó de espaldas y empezó a lamerle los pechos. A pesar de la lava que empezó a correrle por las venas, Lori hizo un esfuerzo por respirar de una forma normal.
– ¿Quién habría dicho que mi hermanita recia y formal caería prendada de un jugador de béisbol golfo? -Madeline se rió-. Que lo pases muy bien.
Reid agarró el teléfono.
– No esperes despierta -dijo antes de colgar y de acariciar a Lori entre las piernas-. ¿Por dónde íbamos?
Media hora y dos orgasmos más tarde, Lori se repuso, se tumbó de costado y pasó un dedo por la cara de Reid.
– Eres muy guapo.
– No digas eso -replicó él con el ceño fruncido.
– ¿Es algo malo?
– Es una de las cosas que no me gustan de mí.
– Eso no es verdad. A mí me gusta que seas guapo.
– A ningún hombre le gusta que le digan que es guapo -Reid hizo una mueca-. No soy guapo.
– Algo parecido.
Él la besó en la mano.
– Crees que soy insustancial y que me he aprovechado de mi talento y mi físico.
– Un poco. ¿Quieres decirme que has hecho algo distinto?
– Me gustaría, pero sería mentira -le pasó los dedos entre el pelo-. Esto sí es bello.
– Gloria quiere que me lo corte.
– ¿Qué quieres tú?
– No lo sé. Siempre he detestado mi pelo. Cuando era más joven, era de un color rojo espantoso. En el colegio se metían conmigo. Ha mejorado desde hace unos años, pero no sé qué hacer con los rizos y todo eso. Así que no le hago caso.
– No hacer caso a algo no consigue mejorarlo.
– Si vas a ponerte profundo y sensible, muchas mujeres se sentirán defraudadas.
– ¿Y tú?
Era la segunda vez que daba a entender que ella le importaba. A Lori le fastidiaba desear que fuese verdad.
– Estoy abierta a los cambios.
– Menos con tu pelo.
– A lo mejor debería cortármelo.
– Deberías hacer lo que te haga sentirte bien.
Estar con él la hacía sentir bien, se dijo ella mientras le acariciaba el pecho desnudo. Le gustaba sentir la calidez de su piel. Todavía no podía creerse que estuviera allí, desnuda y acariciándolo cuando y como quisiera. Él le pasó un dedo por el labio inferior.
– ¿Por qué eres enfermera?
– Quería ayudar a la gente y que la gente me necesitara -se quedó atónita de su sinceridad.
– Buenos motivos.
– Altruista, en parte, y a la vez egoísta -reconoció ella-. También quería una profesión que me sustentara. Sabía que tendría que mantenerme económicamente.
– ¿Nunca pensaste en casarte con un hombre rico? -preguntó él con una sonrisa.
– Nunca pensé en casarme con nadie.
– ¿Por qué?
Ella sabía por qué. No confiaba en ningún hombre lo suficiente para creer que la amaba.
– No soy de las que se casan, y no me importa.
– ¿No crees que las personas tienen la necesidad biológica de emparejarse?
– ¿Por qué lo preguntas? -Lori parpadeó.
– Fui a la universidad -contestó él con una sonrisa engreída.
– Donde te licenciaste en animadoras y en ser irresistible.
– Me licencié en antropología cultural.
– ¿Qué? -preguntó ella sin dar crédito a lo que había oído.
– Me pareció que gustaría a las mujeres y me conseguiría muchas.
– Al menos, eres sincero -Lori se rió.
– Intento serlo. Bueno, volviendo a tu pregunta. Sí, creo que la mayoría de las personas necesitan pareja. Sin embargo, la necesidad es mayor en unas que en otras. Para mí no tiene mucha importancia. Sólo quiero poder ocuparme de mí mismo. Comprarme mi casa me metió en ese camino.
– Te cambia la cara cuando hablas de tu casa.
– ¿De verdad? Será porque me encanta. Me encanta poder decorarla como quiero. Me encanta tener una provisión de fondos para emergencias, por si necesito un calentador de agua nuevo o tengo algún problema de fontanería. Me encanta pagar un poco más de hipoteca cada mes para poder saldarla en quince años en vez de en treinta. Me siento seguro allí -concluyó Reid sin dejar de mirarla-. Sentirte segura es importante para ti.
Él no hizo una pregunta, era suficientemente inteligente para deducirlo.
– Me crié en una caravana en Tacoma. No era la idea de una buena vida -dijo ella.
– Madeline dijo que tu madre era complicada.
– ¿De verdad? ¿Qué más te dijo mi hermana?
– Que tu madre se desahogaba contigo.
– Mi madre bebía mucho -le explicó Lori con tristeza-. Cuando estaba borracha, era muy mala.
– ¿Y ahora? -preguntó él.
– Lleva siete años sin probar el alcohol.
– Eso está bien, ¿no?
– Supongo. Intenta volver a juntar las piezas.
Reid se inclinó sobre ella y la besó levemente.
– ¿Vas a dejar que lo consiga?
– No seas demasiado agudo. Cambiaría mi opinión de ti.
– Puedo soportarlo. ¿Vas a contestarme?
– No lo sé -reconoció lentamente ella-. Algunas veces quiero de verdad que lo consiga.
– ¿Pero…?
– Pero todavía estoy furiosa con ella -Lori arrugó la nariz-. Ya sé que es espantoso. Es mi madre. Está recomponiendo su vida y yo sigo rabiosa por cómo me trató cuando tenía doce años. Tendría que olvidarlo y seguir adelante.
– Eso lo dice tu cabeza, no tu corazón.
– Espera un segundo -ella entrecerró los ojos-. Un título en antropología cultural no te permite jugar al psicólogo conmigo.
– ¿Qué te parece si jugamos desnudos? -Reid sonrió.
– Estamos desnudos y mi respuesta es: no.
– No eres una mujer fácil -Reid la besó.
– Gracias. Toda mi vida he ambicionado no ser fácil.
– Te creo. ¿Por qué no te has casado?
Reid era de una tenacidad que ella no se había imaginado. No estaba dispuesta a reconocer el verdadero motivo y contestó una verdad a medias.
– Nadie me lo ha pedido.
No le explicó que tampoco había dejado que nadie se acercara lo suficiente para pedírselo.
– ¿Nadie estuvo a punto? -preguntó Reid sin cambiar de expresión.
– Nadie.
– Entonces, o no encontraste al hombre adecuado o estabas asustada.
Aquello empezaba a entrar en un terreno demasiado personal.
– ¿Y tú? -preguntó ella-. Puede decirse lo mismo de ti.
– No he salido con muchos hombres. Lo intenté una temporada, claro, pero solamente fue un arrebato.
– Sabes lo que quiero decir -replicó ella entre risas.
– Me enamoré una vez, ¿te acuerdas? Estaba deseando casarme.
Con una mujer que no lo quiso, recordó Lori con tristeza. La vida era perversa.
Dani entró en el Daily Grind y miró alrededor buscando a Gary. Hacía un par de semanas habían fijado una cita para tomar café. Lo saludó con la mano cuando lo vio sentado en un rincón. ¿Qué indicaría sobre su vida que el mejor chico que había conocido desde hacía mucho tiempo fuera homosexual?
– ¿Qué tal la búsqueda de trabajo? -le preguntó Gary mientras ella se sentaba frente a él.
– Bien. He tenido un par de entrevistas, pero no me han convencido. La cuestión es que me encanta trabajar con Penny en The Waterfront. Se trabaja mucho, pero somos un equipo -Dani hizo una mueca-. Menudo topicazo…
– Desde luego, pero no tiene nada de malo. ¿Preferirías trabajar en otro sitio donde no formaras parte de un equipo?
– No. Por eso rechacé la última oferta de trabajo. Ya sé que me dijiste que tuviera paciencia, y tenías razón. Pero… -tomó aliento-. Me fastidia tener que reconocerlo, pero si Walker dirige la empresa, no me apetece cambiarme. Tratar con él hace que me sienta conectada a la familia.
– Seguirá siendo tu familia independientemente de dónde trabajes. ¿Sigues pensando en buscar fuera de Seattle?
– Debería, pero no he empezado. No quiero marcharme -contestó Dani.
– Entonces no estás obligada. No hay ninguna ley al respecto.
Él sonrió. Fue una sonrisa delicada y amable que hizo que ella se alegrara de que fueran amigos. Era bueno, y saber que nunca habría nada sexual entre ellos había ayudado mucho. No quería más errores con el mundo masculino.
– No puedo reprocharte que quieras quedarte -siguió él-. Yo no me marcharía de Seattle. Toda mi familia está aquí también. Los quiero, incluso a mi hermana, que se ha pasado los últimos seis meses presentándome a todas las mujeres solteras que conoce. Hasta me da miedo contestar sus llamadas. La última era muy simpática, pero tenía una voz tan chillona…
Él siguió hablando, pero Dani no lo escuchaba. Estaba tan atónita que no podía dejar de mirarlo fijamente. Si su hermana le presentaba mujeres, eso quería decir…
– ¿No eres homosexual? -preguntó a bocajarro.
Gary se quedó con la taza de café a medio camino de la boca y el ceño fruncido por la perplejidad.
– ¿Creías que soy homosexual?
Dani quería que la tragara la tierra. ¿Cómo había podido equivocarse? ¿Qué pensaría de ella? Peor aún, era encantador y le gustaba, pero ella le había dicho casi a gritos que había algo en él que le hacía pensar que no le gustaban las mujeres. Ningún hombre heterosexual se lo tomaría como un halago.
– Lo siento -susurró ella haciendo un esfuerzo para mirarlo-. No debería haberlo dicho. No quería decir…
¿Qué era lo que no quería decir? No había muchas interpretaciones posibles. Le había preguntado claramente si no era homosexual.
– Homosexual… -Gary dio un sorbo de café-. Interesante.
– ¿No me odias? -preguntó ella temerosamente.
– No. ¿Por qué iba a odiarte?
– Algunos hombres no lo considerarían un halago.
– Ya, pero así intentaré vestir mejor.
– Vistes bien -Dani sonrió vacilantemente.
– Un poco conservador -Gary se encogió de hombros y se miró la camisa color marfil y los pantalones oscuros-. Mi hermana no para de perseguirme para que me ponga algo de color. Una camisa rosa… -bromeó él-. Así parecería mucho más homosexual.
– Estás tomándotelo muy bien -Dani se sonrojó.
– Es emocionante. No me había imaginado que hubiera tenido otra vida secreta -la miró con un brillo de emoción en los ojos grises-. ¿Por qué pensaste que era homosexual?
– No lo sé muy bien. Eres amable y callado, y no has intentado seducirme. No es que todos los hombres lo hagan… Tampoco soy para tanto.
– Yo creo que sí lo eres.
Dani no supo cómo interpretarlo. ¿Estaba coqueteando con ella? Si estaba haciéndolo, ¿qué le parecía a ella?
– No estás casado…
– Tú tampoco.
– Lo estuve. Acabo de divorciarme.
– ¿Lo has pasado mal? -preguntó él con cierta compasión.
– No peor que cualquier otra, estoy segura. Hugh no era un mal tipo -Dani hizo una pausa-. Espera un segundo. ¿Sabes una cosa? Sí, era espantoso.
Le explicó cómo se conocieron Hugh y ella en la universidad y que en el último curso él se lesionó jugando al fútbol americano.
– Estuve a su lado durante la operación y la rehabilitación. No pedía nada a cambio, pero allí estuve. Lo amé aunque sabía que se quedaría paralítico de cintura para abajo y que nunca más volveríamos a tener una relación normal. Quise casarme con él.
– ¿Qué pasó?
– Nos casamos. Me empeñé en que se licenciara y siguiera su formación. Al final, consiguió un puesto de profesor universitario y yo empecé a trabajar en Burger Heaven. Creía que éramos felices.
Naturalmente, no lo eran, pero ella pensó que sus problemas eran como los de cualquiera. Algo de aburrimiento, demasiados fines de semana que pasaban haciendo cosas distintas…
– No era perfecto -siguió ella-. pero pensé… Estaba equivocada.
– ¿Pidió el divorcio?
– No sólo eso. Me dijo que yo no había madurado como persona. Que no me había mantenido a su lado. Fue humillante.
Dani se acordó de que quiso gritar por lo injusto de la acusación. Quiso recordarle que había pasado todo su tiempo libre cuidándolo y manteniéndolos a los dos. Si no había madurado, había sido porque había estado partiéndose el espinazo por él.
– Peor -siguió ella-. Un desastre absoluto. Él había tenido una aventura con una de sus alumnas, o más, no lo sé.
– Lo siento -Gary le tomó la mano.
Ella se lo permitió y miró los dedos entrelazados. Su contacto era agradable, se sentía segura. No hubo el más mínimo estremecimiento, pero después de lo que había vivido, había decidido que la atracción sexual estaba sobre valorada.
– Te olvidarás de él -la tranquilizó Gary-. Te repondrás.
– He olvidado a Hugh, pero la cosa no acaba ahí.
– ¿No? ¿Qué pasó?
– El clavo para sacar otro clavo. Ryan. Era perfecto. Era encantador, guapo, cariñoso y todo lo que necesitaba para olvidarme de Hugh. Sabía exactamente qué decir y cómo decirlo.
– ¿Cuál era el inconveniente?
– Estaba casado. Una comadreja mentirosa y farsante. Pensé pegarle un tiro, uno de mis hermanos fue marine…,pero lo dejé vivir.
– Seguramente, hiciste bien. No te gustaría la cárcel.
– Al menos, me ahorraría mi desastrosa vida amorosa.
– Es una historia extraordinaria -dijo él.
– Efectivamente, no creo que puedas igualarla.
– No. Y ahora, ¿qué?
– Ahora busco un trabajo y a mi padre. Fundamentalmente, por tu culpa. No paras de hablarme de lo importante que es una familia y tengo que buscarla. No sé ni por donde empezar.
– ¿Lo has intentado con un detective?
– No lo había pensado. A lo mejor sirve de algo. No tengo muchos datos, pero…
– Puedo darte un par de nombres. Los dos son muy buenos.
Ella se soltó la mano.
– ¿Cómo es posible que alguien que da clases de teología y matemáticas conozca detectives?
– Soy un hombre de recursos.
– Eso parece. Más bien, es evidente. Me vendrán bien esos nombres.
Él sacó un bolígrafo del bolsillo de la chaqueta y le pasó una servilleta.
– ¿Por qué no me das tú número de teléfono y te llamo para darte la información?
Quince minutos antes, ella no lo habría dudado. Gary el homosexual no era un peligro, pero si no lo era, las cosas eran distintas. Podría llamarla para invitarla a salir…
Dani no sabía qué pensar. Meterse en una historia debería estar prohibido para ella. Sin embargo. Gary le caía bien y nada hacía pensar que pudiera ser una amenaza. Aunque los vecinos de los asesinos en serie siempre decían que eran tipos muy simpáticos… Aun así, apuntó el número de su teléfono móvil y se lo dio. Algunas veces había que dar una oportunidad a los demás.
Lori llegó a trabajar un poco antes de su hora. Cerró el coche y miró la imponente casa. Por primera vez desde que la contrataron para cuidar a Gloria, no quiso entrar. Podría imaginarse mil motivos, pero sólo había uno verdadero. Estaba aterrada. El día y la noche anteriores habían sido maravillosos. Reid había conseguido que se sintiera como nunca. Hicieron el amor otra vez antes de que ella se marchara por fin. Fue mucho después de medianoche y Madeline la esperó levantada. No le importaron las bromas y las soportó perfectamente porque todavía estaba en una nube por todo lo que Reid había hecho con su cuerpo; y no se refería sólo al sexo. Eso fue fantástico, pero no lo mejor. Lo mejor fue estar con él y descubrir que le gustaba más de lo que se había imaginado.
Por eso, a la mañana siguiente tenía una sensación más extraña. ¿Qué habría significado para él el rato que habían pasado juntos? ¿Qué estaría pensando? ¿Estaría arrepentido? ¿Querría fingir que no había pasado nada? ¿Qué esperaba? Se imaginó que él estaría pensando lo mismo y dando por supuesto que ella tendría la última palabra sobre lo que había pasado, pero eso era un grado de madurez que ella no alcanzaría en toda su vida. Tendría que asimilar que estaba aterrada porque él se hubiera arrepentido. Sin embargo, no pudo. Quería repetir la noche anterior. Quería hablar, reír y acariciarlo. Quería estar con él de todas las formas posibles.
Era suficientemente realista para aceptar que si él se había interesado en ella, era porque estaba encerrado en esa casa. No había hordas de admiradoras por todas partes. Cuando eso cambiara, también cambiaría su opinión sobre ella, pero hasta entonces… Sabía que como una mujer fuerte y autosuficiente, debería pedir respuestas. Sin embargo, decidió que por ese día sería un triunfo no actuar llevada por el miedo.
Colgó el abrigo en el armario del vestíbulo, dejó el bolso en la repisa y fue a la cocina.
Reid estaba allí. Estaba de pie y de espaldas a ella, lo que le permitió mirar todo lo que quiso. Clavó la mirada en su trasero. Un estremecimiento se apoderó de sus entrañas. Debió de hacer un ruido porque él se dio la vuelta.
Por un instante, se limitó a mirarla. Ella se quedó petrificada por el miedo. Entonces, él sonrió. Fue una sonrisa lenta, sexy y cariñosa. Una sonrisa pensada para que una mujer se derritiera. Como casi le pasó a ella. Él se acercó, le rodeó la cintura con un brazo y la besó con tanto ímpetu que casi se puso a flotar.
– Buenos días -susurró él.
– Hola… -dijo Lori con un tono suave y seductor que la sorprendió a ella misma.
– ¿Has dormido bien?
– La verdad es que no.
– Yo tampoco. No podía sacarte de mi cabeza y no sé si eso es bueno o malo -la miró fijamente a los ojos-. He salido y te he traído hojaldres. Sé que te gustan, aunque no sé cuáles le gustan más y he traído uno de cada tipo.
¿Hojaldres? ¿Había notado que tenía debilidad por los hojaldres?
– No hacía falta -susurró ella.
– Ya sé que no era imprescindible, pero me ha apetecido.
Así de sencillo, los muros que la habían protegido tan bien, se vieron reducidos a polvo.
Reid se reunió con Penny en el despacho de ésta en The Waterfront. Penny y él habían sido amigos durante el primer matrimonio con su hermano, durante el divorcio y durante el tiempo que Cal y ella estuvieron separados. También eran amigos entonces, cuando Cal y ella habían vuelto a casarse.
– ¿Hoy no has traído a Allison al trabajo? -preguntó mientras se sentaba-. Me gusta tenerla en brazos.
– Porque te adora, como todas las mujeres del planeta -Penny dejó el bolígrafo-. No lo entiendo. Sólo tiene unos meses y en cuanto la tomas en brazos, se pone tonta. Debe de ser algo físico.
– Así es -Reid sonrió-. No es mi culpa, pero ahí está.
– Por favor… ¿Querías hablar de ti o verme?
– ¿Tengo alguna alternativa? -le encantaba incordiar a Penny.
– No te hago ni caso -contestó ella-. ¿Sabías que Walker y Elissa están buscando un sitio para celebrar la boda? Yo esperaba que lo hicieran aquí, pero Walker quiere un sitio que no tenga nada que ver con los Buchanan. No lo entiendo. Si no lo hacen aquí, yo no cocinaré.
– A lo mejor no quiere que sirvas la comida de su boda.
Penny lo miró con los ojos como ascuas y él se dio cuenta de que había metido la pata.
– ¿Por qué? ¿Insinúas que mi comida no es fabulosa? ¿Hay algún cocinero en todo el Estado mejor que yo?
– Una tregua -Reid levantó las manos-. No se trata de la cocina. ¿No se te ha ocurrido pensar que tu cuñado puede querer celebrar la boda en otro sido para que puedas ir y pasártelo bien en vez de tener que cocinar para doscientos invitados?
– No -reconoció ella-, pero mi comida sería muchísimo mejor.
– Sin duda. Piensa en cuánto te quiere Walker. Está dispuesto a sacrificarse y renunciar a tu talento.
– Estás tomándome el pelo -farfulló ella.
– Es posible, pero está saliéndome de maravilla.
– Por lo menos no eres desagradable -Penny se dejo caer contra el respaldo de su butaca-. De acuerdo, les permitiré que elijan otro sitio, pero yo serviré la cena del ensayo. ¿Qué te parece algo con cangrejo? O quizá…
Él gruñó y bajó la cabeza.
– ¿Qué pasa? -preguntó ella.
– Nada de menús, por favor. Cualquier cosa menos eso. Podemos hablar de compras si quieres, pero de nada que tenga que ver con la comida.
– Muy bien, elijo el tema. ¿Ya estás saliendo con Lori?
Penny era única para encontrar una manera de torturarlo y él lo respetaba.
– No estamos saliendo -contestó él sin alterarse.
La noche anterior se lo habían pasado de maravilla en la cama, pero eso no era salir.
– ¿Por qué no la invitas a salir? Te gusta, y no te molestes en negarlo. Lo noto cuando os veo juntos.
– No voy a negarlo. Me gusta Lori. Es fantástica.
Era mucho más que eso. Era guapa, sexy e inteligente. No le dejaba que se anduviera con tonterías y él lo respetaba.
– Vaya -Penny arqueó las cejas-. A lo mejor he formulado mal la pregunta. ¿Lori y tú estáis liados?
Él no pudo contener la sonrisa. Tuvo la sensación de que Penny podía ver lo que quisiera con sólo mirarlo a la cara.
– Estamos liados -reconoció.
– No sé qué decir -Penny sacudió la cabeza-. Te gusta una mujer con la que estás liado. No es por conveniencia ni por pasar el rato. Esto significa algo para ti. ¿Has pensado que te hace casi normal?
– Nunca seré normal, pero no te agobies, Lori puede manejarme. No pasa nada.